Helena. La evolución de una amistad.

Historia real de lo que puede pasar entre dos amigos y las cosas que pueden suceder en secreto. Mucho más que sexo.

Allí estaba ella. Helena. Esperándome. Reconocí esos inconfundibles rizos en el momento en que los vi. Estaba sentada en la estación de autobuses de una conocida ciudad española.

Me llamo Roberto, y tengo 25 años, y soy lo que se podría decir un chico normal. Conocía a Helena desde hacía tiempo, era parte de mi grupo de amigos. Hicimos muchas cosas juntos como grupo, y nunca me había planteado que algo podría pasar entre nosotros. Indudablemente, ella era demasiado perfecta para mí. De hecho, tuvo algo con otro de mis amigos. A todas luces, estaba fuera de mi alcance.

Pero llegó el día. Estábamos de fiesta. Habían pasado cosas que, sin yo saberlo, le habían hecho pensar sobre mí. Y me lo dejó caer. Ella se iba a otra ciudad al día siguiente y me dijo que hubiera deseado que las cosas hubiesen sido distintas, pero yo no supe ver lo que había querido decir.

Así que se fue. Se fue lejos. Y a pesar de todo, seguimos hablando. Yo quería saber qué había querido decir, y un día me lo soltó todo. Se había dado cuenta de que yo le gustaba. Ella, que tenía la cara y la sonrisa más bonita que había visto en mi vida, se había fijado en mí. No tuve dudas. Decidimos quedar en los días siguientes a mitad de camino entre nuestras ciudades. Durante esos días, la conversación fue subiendo de tono hasta el punto de llegar a hacernos insinuaciones sexuales muy explícitas. No podía dejar de soñar con ella, de pensar en tenerla cerca, y tampoco podía dejar de masturbarme pensando en ella...

Y quedamos. Como dije, cuando llegué a la estación de autobuses ella ya estaba sentada esperándome. Esperándome a mí. Casi no me lo podía creer. Habíamos reservado un hostal allí. Habíamos tenido conversaciones muy calientes, pero nunca nos habíamos besado, así que nos saludamos con un abrazo muy largo, y llevé su maleta hasta el coche. Y ahí mismo, en el coche, fue nuestro primer beso, que nunca olvidaré.

Helena tenía un año más que yo, me llegaba a la altura de la barbilla, y tenía unos preciosos rizos castaños. Hubiera deseado perderme en las curvas de su figura desde el primer momento en que la vi. Su cara era la definición de la belleza, y cuando sonreía iluminaba el sitio en el que estaba. Aún no podía creerme lo que estaba pasando.

Pero conduje hacia el hostal. Entramos allí. Y cuando estuvimos dentro, sentados en la cama, nos dimos cuenta de que esa situación era real. Estábamos juntos, sólos. Teníamos una cama para nosotros. Podíamos hacer realidad todas y cada una de las cosas que habíamos hablado, y teníamos un fin de semana entero para ello.

Nos miramos.

—"

¿Por fin estamos aquí de verdad?"

me preguntó.

—"Por fin"

— respondí sonriendo.

Y nos besamos. Podría haber estado siglos besándola, pero pronto nos caímos a la cama sin separar nuestros labios. Deslicé mi mano por su cuerpo hasta llegar a tocarle el culo. Metí la mano por debajo de su pantalón y sentí la piel de sus nalgas.

No pude aguantar más. La quería toda para mí. Le quité la camisa, le arranqué el sujetador, y dejé a la vista sus maravillosos pechos. Eran tal y como había soñado con ellos. No pude reprimirme y los besé, me los metí en la boca y recorrí cada poro de sus pezones con mi lengua, hasta sentirlos bien duros entre mis labios.

—"Quítate la ropa"

— me pidió entre gemidos de placer.

Así que me quité todo. Y ella se quitó los pantalones, dejando a la vista su ropa interior transparente y lo que se adivinaba debajo de ella. Me volví loco. Le arranqué las bragas y la tumbé boca arriba. Le besé los labios, le mordí la oreja, y fui bajando por su cuello. Me entretuve lamiendo otra vez sus ya bien duros pezones, y bajé a su ombligo. Lo lamí en círculos, e hice varios amagos de seguir bajando, pero quería que se muriera de ganas. Cuando empecé a sentir que temblaba, bajé a su pubis, y lo besé. Lo chupé. Me separé de ella y le miré a la cara para ver sus ojos temblorosos antes de pasar al siguiente paso.

Y por fin, me acerqué a su coño, como llevaba un rato deseando, y besé sus alrededores. Lamí cada centímetro de sus labios mayores, y me ayudé de la mano para abrirlos. Chupé con fuerza sus labios menores, y metí mi lengua en su vagina. Me habría quedado ahí a vivir, saliendo sólo para volver a entrar, pero me faltaba lo más importante. Me dirigí a su clítoris y lo mordí. Noté cómo temblaba, así que se lo chupé violentamente. Lo llené de saliva, lamiendo en círculos, dibujando todas las formas que se me pudieron ocurrir y de vez en cuando, mordiéndola.

Estaba muy mojada. Podía sentirlo en mi boca. Me encantaba sentirlo en mi boca.

—"Me voy a correr ya"

— consiguió decir.

Entonces levanté la mirada, y le dije que quería sentir cómo se corría en mi boca. Que llevaba una semana masturbándome pensando en cómo me empababa los labios y la lengua. Volví a lamerle el clítoris como si se fuera a acabar, y le metí un dedo en la vagina. Ahí fue cuando empezó a temblar. Poco después, noté cómo se recostó sobre la cama, satisfecha, y me levanté.

Me acosté junto a ella y la besé. Le dije que había soñado con eso todas las noches que había tenido que esperar, y le susurré al oído que me moría de ganas de follar con ella. Le cogí la mano y me agarré la polla con ella. Estaba muy dura. Ella empezó a masajearla, mientras me besaba. Cuando me quise dar cuenta, me estaba masturbando.

Me lo había hecho tantas veces imaginando que era ella quien lo hacía que se me fue la cabeza. Era mejor que cualquier cosa que pudiera haber pensado.

Al poco rato, no aguanté más, me puse rápida y torpemente un condón y me tumbé encima de ella.

—"Quiero sentirte dentro de mí. Hace días que me toco pensando en ello"

— me dijo, y pensé en las veces que yo había hecho lo mismo.

Así que se la metí. Al principio costó un poco, pero poco a poco mi para entonces durísima polla se abrió paso por las paredes de su vagina. No dejé de besarla en todo momento. Cuando has deseado algo tanto, cuando has estado a punto de explotar una y mil veces pensando en cómo sería ese momento... la sensación no se puede describir con palabras.

Cuando se hubo adaptado a tenerme dentro, comencé a sacarla y meterla, primero con cuidado. Poco a poco, me fui dejando llevar, cogí sus piernas, me las puse en los hombros, y empecé a follármela como si me fuera a morir al día siguiente. Creo recordar que me di algún cabezazo contra el cabecero de la cama, y tiramos una lámpara. Pero me dio igual. Sólo quería que me sintiera dentro de ella. Muy dentro. Me hubiera quedado ahí todo el fin de semana.

Llegó un momento en que noté que ella empezaba a temblar, me gritó que se iba a correr, y que quería que me corriera con ella. Eso pudo conmigo. Cuando sentí que ella terminaba, aguanté un poco más, gasté todas mis fuerzas empujando y me corrí con ella.

Nos quedamos abrazados, tal cual estábamos, exhaustos. No recuerdo cuánto tiempo pudimos estar así, juntos, besándonos, acariciando su pelo, mirándonos y riéndonos, hablando de lo que había pasado y de lo bien que estábamos. Ahí había habido algo más que sexo.

Quizá algún día cuente lo que sucedió después.