Helado de chocolate
Tú, yo, el apartamento y lo que se puede hacer con un poco de helado.
Fuiste tú quien comenzó, incluso si yo tenía más que tú de hacerlo. Fuiste tú y tus comentarios y esa manera de mirarme.
Tú, yo y el apartamento, los dos solamente. Comer la tarrina de helado en el sofá y, de repente, tus labios en los míos sin avisarme. Tu boca, tan fría a causa del helado, que quiere empezar a viajar un poco, pero tú te aleas levemente mirándome a los ojos, como si quisieras contarme algo sin decirme nada. Y yo, por supuesto, yo sé lo que quieres, lo que quiero.
Esta vez soy yo quien se acerca a tu boca pero sin tocarla todavía, quiero apoderarme de dos segundos para sumergirme en tus ojos y responderte pero tú, que ya sabes todo, empiezas a desabotonar los botones de mi camisa, uno por uno, muy lentamente, sin quitarla todavía.
Yo no hago más que mirarte, notando que mi respiración comienza a agitarse. Espero, impaciente, tu próxima acción, que parece que no llegará jamás. Te acercas a mi oreja pero no dices nada; sentir tu aliento ahí, tan cerca de mí sin hacer nada me hace imaginar cosas imposibles. Y en ese momento, empieza a besar mi cuello, descendiendo poco a poco hasta mis pechos; te distraes un poco allí, con tus labios, con tu lengua después de haberme quitado totalmente la camisa y el sujetador. Me miras a los ojos otra vez y te sonrío, intentando que comprendas que no quiero pararme aquí.
Ahora es mi turno. Te empujo suavemente y me siento sobre ti, a horcajadas. Eres tú quien sonríe ahora, esperando a lo que yo voy a hacer. Te beso, no tan paciente como tú, mordiéndote el labio inferior ligeramente cuando siento tu mano, que empieza a explorar dentro de mis bragas, sin darme aún todo lo que quiero antes de partir hacia mi culo y empujándome más contra ti, pero yo me separo un poco para quitarte la camiseta.
En ese momento recuerdo el helado y decido incluirlo en nuestro juego. Tú no sabes que voy a hacer y me miras asombrado:
- ¿Qué vas a hacer?
- Ya verás.
Pero siento que en silencio me dices: continua, continua. Tú, tú metes el dedo en la tarrina de helado y luego en mi boca y, luego, acerco mis labios a los tuyos. Siento tu lengua jugar con la mía otra vez, ahora, con sabor a chocolate. No espero y esparzo un poco del helado sobre tus hombros, un escalofrío instantáneo te recorre pero te calmas cuando sientes que mi lengua está quitando el frío. Pero he tardado demasiado en hacerlo y ha comenzado a deslizarse por tu pecho hacia el ombligo. No dudo y continuo lamiendo, besando de vez en cuando y bajando poco a poco, y cuando el helado se termina, lo meto otra vez sobre ti, no hay problema. Yo siento que vas excitándome poco a poco hasta un momento en el que me suplicas de hacerlo más rápido, pero no, quiero hacerte sufrir un poco también, como tú me has hecho antes.
Me arrodillo en el suelo y comienzo a desabrochar tu pantalón lentamente. Te miro y suspiras. Verte así es divertido y excitante al mismo tiempo, siento que soy yo quien tiene el control y me encanta; me encanta también sentir como te estremeces mientras te quito el pantalón y, sobre todo, cuando meto un poco de chocolate ahí, donde esperas que también comience a lamer… y yo, yo no tardo en hacerlo, saboreando el helado, no demasiado rápido al principio pero acelerando poco a poco, con tu mano en mi pelo, apartándolo porque prefieres ver el espectáculo, jadeando. Poco a poco también voy parando, sin haberte satisfecho totalmente, y me incorporo ligeramente para sentarme otra vez sobre ti pero tú me empujas hacia el sofá y deslizas mis bragas por mis piernas, las besas mientras lo haces, al igual que cuando vuelves hasta mi boca, que te llama, soy yo quien jadea ahora. Cierro los ojos mientras te beso pero siento cómo coges el helado y luego, tu dedo, muy frío, entra en mí, y luego, tu lengua, que me hace arquear la espalda por el placer y gemir suplicando que no tardes mucho porque necesito algo más fuerte pero tu tardas en obedecerme, metes otra vez helado y eso me hace desesperar un poco más, si es posible, suplico otra vez.
Es en ese momento cuando tu lengua vuelve a la mía, después de haber visitado a mis pezones, y cuando te siento entrar en mí, lentamente. Y te pido de hacerlo más rápido, más fuerte, o hacerlo así va a matarme; no dudas y lo haces de una manera frenética, salvaje, como me encanta a veces, y lo haces todavía más fuerte cada vez que me escuchas gemir, sin control.
Y así, sin control, siento el orgasmo y cómo no paras de moverte hasta algunos minutos después cuando el placer es tan grande que no lo soportas.