Hector y Gart. 1º Parte

Hector va de vacaciones a Londres y acaba en compartiendo habitación en una habitación con un desconocido en una casa okupa. La introducción puede ser algo larga pero me gusta ambientar la historia.

Ahí estábamos Pablo y yo. En Londres. Cansados, sudados y por lo que acabábamos de saber, sin una cama en la que dormir aquella noche. Nuestro plan había sido dormir en un hostal, pero Pablo tenía un amigo trabajando en Londres, e insistió en que nos quedáramos en su casa.

Un ofrecimiento muy amable pero poco práctico teniendo en cuenta que su contrato de alquiler acababa aquel mismo mes. Así que ahí estábamos Pablo y yo, con nuestras maletas escuchando a su amigo Jorge excusarse.

La buena noticia es que íbamos a tener donde dormir. La mala es que se trataba de una casa okupa.

  • Veréis – nos contaba Jorge – como aquí el alquiler esta tan caro un amigo que pasa droga me invitó a quedarme. Llevan unos meses ahí y lo tienen montado de lujo. Con su tele plana, su playstation…

Mire a Jorge. Parecía sincero, probablemente la casa estaba bien, y definitivamente había dormido en sitios mucho peores. Finalmente dijimos que sí ¿qué otra opción teníamos? Además, tanto Paul como yo soñábamos ya con cenar algo y meternos a la cama. Cogimos el metro y seguimos ciegamente a Jorge.

Llegamos a uno de esos barrios residenciales de Londres, con sus casitas victorianas y sus jardines cuidadosamente atendidos. Lo que se dice un buen barrio.  En el silencio de la calle las ruedas de nuestras maletas parecían hacer más ruido que una taladradora. Y sin embargo, no nos encontramos con nadie.  Y finalmente llegamos a la casa.

Podría haber sido perfectamente donde rodaron Mary Poppins, con sus blancas paredes y sus claveles a la entrada. El interior por el contrario, hubiese agradecido un toque de Mary Poppins: no parecía realmente una casa okupa, sino más bien una mezcla entre un piso de estudiantes con la casa de la abuela. Muebles viejos, madera oscura, un sofá gastado y trastos desperdigados.

En aquel momento dos negros jugaban a la consola, Jorge les saludó pero ellos apenas levantaron la cabeza.

  • Cada uno va un poco a su bola – nos explicó mientras subíamos las escaleras – aunque siempre te llevas mejor con algunos.

  • Está bien. Lo haremos así: Pablo y yo compartiremos cuarto y tu dormirás en el cuarto de Gart. El mismo se me ofreció y probablemente duermas solo.

Perfecto. Ahora tenía que dormir con un perfecto desconocido. La verdad es que no estaba nada a gusto. Pero no tenía otra opción. Quizás mañana podrían buscar un hostal. Pero al menos había tenido suerte, por lo que Jorge les había dicho Gart era algo así como el cabecilla, pasaba droga y eso le daba cierto poder, por lo que tenía derecho a la mejor habitación, o lo que es lo mismo, la única con baño propio.

Y no sólo contaba con su propio baño sino que tenía una magnifica bañera antigua de patas, de esas que sólo había visto en las películas. Decidí probarla y abrí el grifo dejando correr el agua caliente.

Volví al cuarto para abrir la maleta y me fijé en la cama: sucia, deshecha, pequeña. No era precisamente mi sueño compartir cama con un camello okupa de Londres. Aún más desanimado, me desnudé y me metí en la bañera a pesar de que apenas se había llenado todavía. Con el chorro de agua todavía cayendo sobre mis pies, por fin conseguí relajarme.

Perdí la noción del tiempo y no sabía que hora era cuando alguien entró en el cuarto de baño. Aturdido intenté coger la toalla para, de algún modo, taparme, pero al no encontrarla decidí actuar con la misma naturalidad de la que hacía gala aquel desconocido.

  • You must be Hector – dijo con un ingles muy neutro e indefinido – I’m Gart, how do you do?

Costaba saber de donde era. No se podía descartar del todo que fuera nativo, aunque aquella falta de acento, o su curiosa mezcla, hacía que uno dudara si era Polaco, Sueco o Checo. Sin embargo, la última frase le delató. Viniera de donde viniera, y a pesar de ser un camello, tenía una buena educación. El How do you do es algo anticuado que sólo se aprende en los sistemas de ingles más “refinados”.

  • Sí, soy Hector – Le respondí con el mejor ingles que pude – Espero que no te importe que me haya dado un baño.

  • Para nada, es más, creo que yo también me daré uno.

Finalmente encontré una toalla y salí de la bañera. Mientras me secaba, el seguía mirándome con indiferencia pero fijamente. Le comenté que creía que ya no quedaba agua caliente.

  • Es igual, utilizare la tuya, parece que todavía no está fría. No te vayas – dijo cuando vio que me dirigía a la puerta- Dame conversación.

Le hablé de mi ciudad, de mi amigo Pablo y del viaje. Sin embargo, sólo podía pensar en él: su pelo rubio oscuro, con los rizos como los de una oveja, su barbita de tres días, rubia también que a pesar de darle un aspecto sucio, me ponía de lo más cachondo. Su gesto a la hora de quitarse aquella camiseta blanca, gastada y cedida, que tiró hacía atrás y que casi me dio en la cara. Su cuerpo, nada musculoso pero todo bien definido. Puede que sus piernas fueran demasiado delgadas para mi gusto y su culo, lampiño, algo respingón, pero no pude ponerle más quejas cuando se quitó los pantalones cortos vaqueros, probablemente apañados con unas tijeras de cocina, o aquellos slip blancos tan deliciosamente pasados de moda.

Con un poco más de esfuerzo se quitó unas viejas sandalias de cuero y tuve que contenerme para no tirarme al suelo y olerlas.  Me hizo acercar una silla y una cajita de metal de un cajón. Yo aún con la toalla como única prenda intentaba taparme la erección que empezaba a tener.

Abrió la cajita y sacó un porro ya liado que encendió ante mí. No solía tomar drogas pero en aquel momento hubiese hecho lo que fuera por quedarme más tiempo con él, así que le di una calada. Era realmente buena, después de otra calada la cabeza empezó a darme vueltas y creo que perdí un poco el hilo de la conversación. Lo que no perdí fue la oportunidad de observar a aquella extraña criatura, tan distinta, tan sexy. Tras la quinta calada, empecé a sentirme mal, Gart debió notarlo porque salió de la bañera y cogiéndome del brazo me llevó a la cama. El estaba desnudo y mojado, yo desnudo y, al caer la toalla, completamente empalmado. Podía olerle perfectamente, era un perfume de hombre: jabón, algo de sudor y él.

Con más delicadeza de la que esperaba de alguien como él, me depositó en la cama y se tumbó a mi lado. De debajo de la almohada sacó una camiseta que se puso, pero siguió desnudo de cintura para abajo. Supongo que era tarde, porque el apagó la luz y me tapó con la sabana.

Poco a poco empecé a sentirme mejor, aunque Gart no se dio cuenta de ello. Creyendo que seguía mal, aprovechó para arrimarse a mí y pasar su brazo por mi hombro. Era una sensación muy agradable.

En mi espalda notaba el tejido de la camiseta, pero más abajo, consiguió colocarme su polla ya caliente entre mis nalgas. Yo no dije nada, primero por miedo a que se retirara, y segundo porque no tenía nada que objetar a aquella peculiar manera de compartir habitación.

Me acariciaba los muslos, las piernas y se me ponía la piel de gallina. Por mí, podía seguir así toda la noche.  Pero parecía que no era suficiente, y tuve que contener un gemido cuando sentí que su mano pasaba de mis piernas hacia mi polla. Primero fueron sólo caricias, pero luego la agarró con fuerza y empezó a moverla de arriba abajo.

Era una técnica muy tosca pero yo no podía aguantar más. Aquello era la gloria. Sentir a Gart entre sus nalgas, sus caricias, aquella paja, y especialmente que todo aquello era de los mas repentino e inesperado. Finalmente no pude contenerme más y me corrí. Manche las sabanas y su mano, pero a Gart no pareció importarle. Se limpió en mis nalgas y me cogió la mano. Empezó a besarme el cuello pero yo ya estaba demasiado cansado, más los efectos de la maría y aquella descarga, y sin darme cuenta me quedé dormido.