Hechos el uno para el otro.

-¡AaaaAAAh….! – el tono de ella subía y bajaba de gusto, tirándole de la camisa, que a pesar de no querer desnudarle, la tenía ya fuera del pantalón. Daniel creyó ver estrellas de gusto cuando se sumergió en aquélla intimidad dulce y calentita, tan deliciosamente mullida y agradable

Daniel caminaba despacio, sosteniendo con algo de dificultad el ramo de flores en una mano y los bombones en la otra, e intentando al mismo tiempo esquivar a la marea de gente que había en el pasillo del hospital. Después del partido de fútbol, se había montado un jaleo de los gordos, y había un montón de heridos, afortunadamente, la mayoría no eran serios… pero para él, le ponían en un aprieto. Sería capaz de tropezarse consigo mismo, no digamos con el pasillo lleno de personas. Se pusiese donde se pusiese, anduviera por donde anduviese, siempre parecía estar estorbando, siempre tenía que hacerse a un lado o a otro para no chocar y lograr seguir caminando. Nunca hubiera imaginado que para caminar por un pasillo totalmente recto, tuviera que hacer tanta revuelta…

Mati no se había herido en el partido de fútbol, pero la habían puesto en aquél pasillo tan concurrido de todos modos, porque no había mucho más sitio… había sido la cosa más idiota: él estaba subido a la escalera cambiando las bombillas de la lámpara. Iba en camiseta y shorts, y ella llegó con comida china para la cena, e intentó gastarle una bromita metiéndole mano bajo el calzón. Daniel no se lo esperaba, se asustó y pegó un respingo, se cayó de la escalera hacia atrás, y aterrizó sobre Mati, con un sonido de chasquido que le volvió del revés las tripas. La pobre se puso a llorar de dolor… se había partido el brazo izquierdo. Daniel no dejaba de culparse por ser tan torpe, pero lo cierto es que Mati no se lo echaba en cara, según ella, la culpa había sido suya y no de él.

Daniel y ella se llevaban muy bien… era una de las pocas cosas que tenía que agradecerle a la vida, pensó mientras se agachaba para esquivar un soporte para sondas y pasaba por debajo del tubo de la misma. Daniel era contable en una empresa y aunque era buen trabajador, como persona no le tenían en muy buen concepto… todo el mundo le tenía por un imbécil, un típico hombrecito gris sin personalidad. Alguien sin la menor iniciativa, que sólo era capaz de hacer lo que le mandaban, que carecía de espíritu… lo cierto es que él estaba demasiado acostumbrado para tomarlo en cuenta. Mati era una chica muy tímida, apenas hablaba y también la tomaban por tontita, sobre todo cuando empezó a trabajar en la empresa, donde se conocieron… chocaron un día en la máquina del café, por suerte, ninguno había sacado café todavía. Como ninguno de los dos tenía costumbre de mirar a los ojos a los demás, los dos bajaron la mirada, y así fue como se encontraron mirándose el uno al otro… Daniel sonrió, embarazado, y para su sorpresa, Mati no sólo le devolvió la sonrisa, sino que lo hizo con sinceridad. Aún así, pasaron casi cuatro meses hasta que se decidieron a hablarse más allá del "buenos días… ¿a por café…?" que solían decirse.

Caminando agachado, intentando proteger los bombones y las flores, Daniel no pudo evitar recordar lo pavisosos que podían haber llegado a ser los dos… después de varios meses hablando del trabajo y de cosas triviales, por fin se decidió a pedirle si quería salir a cenar con él. Temía ver en sus ojos una negativa, pero lo cierto es que antes de acabar la frase, Mati ya estaba sonriendo y asintiendo con la cabeza, por más que empezase a decir lo típico de "no sé, estoy muy ocupada…. Tal vez…" Los compañeros de trabajo, se reían a sus espaldas y decían que estaban hechos el uno para el otro, que Dios los cría y ellos se juntan… igual de sosainas los dos, igual de insignificantes… y Mati mal que bien, podía tener un pase, aún llevando esas gafas que la hacían parecer una ratita, pero según los tíos de la empresa "tenía morbo"… Daniel, no tenía ni eso. Era delgado, bajito, de cabello fino y que siempre se levantaba ridículamente por más que lo peinase… tenía los ojos redondos y una pequeña marca en la cara que parecía una verruga. Realmente, no, no era guapo… pero eso a Mati, no le había importado. Lo único que le importó, fue lo bien que congeniaron y se entendieron.

Jadeando y con la camisa por fuera, pero logró llegar a la puerta de la habitación, y la abrió de golpe, diciendo con fuerza:

-¡SORPRESA! – y al instante, deseó haberse mordido la lengua. Mati pegó un brinco en la cama, despertándose sobresaltada, y lo mismo le pasó a un niño de pocos años que había en la cama de al lado, que empezó a llorar por el susto. Los padres del niño le miraron asesinándole y empezaron a murmurar acerca de la falta de educación… la enfermera que había en el cuarto parecía querer unirse al asesinato que planeaban los padres.

-No se grita en un hospital – masculló la mujer, apretando los dientes.

-Lo siento… - murmuró.

-Hola, cielo… - susurró Mati, tendiéndole el brazo sano - ¿son para mí las flores….? – Daniel no pudo evitar sonreír al ver la sonrisa soñadora de su novia, llena de un agradecimiento tan tierno…

-Perdón… siento mucho haber gritado… - dijo en voz muy baja, pero nadie se molestó en mirarle de nuevo, y enseguida, dirigiéndose a su Mati, se sentó junto a ella y le ofreció el ramo – Claro que sí, ¿para quién si no….?

-Gracias… - Mati se llevó las flores a la nariz, pero apenas pudo olerlas, porque la madre del niño se las arrebató y se las dio a la enfermera con gesto adusto.

-Lo siento, pero ya está sacando esto de aquí, mi hijo es alérgico al polen. – La enfermera no se lo hizo repetir. Daniel intentó protestar, pero Mati, con una sonrisa triste, le indicó que no tenía importancia.

-Lo que cuenta, es la intención. – dijo. Daniel le tomó la mano y le abrió la cajita de bombones, intentando ocultarla con la sábana, no fuera a ser que el niño vecino fuese también alérgico al aroma del chocolate. Mientras Mati se colocaba sus gafas redondas para leer el nombre de cada bombón y así escogerlos, Daniel miró el brazo roto de su novia… estaba enyesado desde el codo a la muñeca.

-¿Te duele? – preguntó.

-No. No te preocupes, no duele nada… - contestó ella con su vocecita de ratón, y con una sola mano desenvolvió un bombón y se lo ofreció. Daniel lo sujetó con los dientes y se inclinó sobre ella para que cogiera la mitad. Mati sonrió y mordió el bombón decididamente... un espeso chorretón húmedo que resbaló por las barbillas de ambos, les enseñó que ciertas cosas, no se pueden hacer con un bombón relleno de licor. Se les escapó la risa, pero el padre del niño estalló:

-¡Esto ya es demasiado! – se levantó de su silla, furioso - ¡Este cretino primero despierta a mi hijo con un susto que a la criatura le va a costar un ataque, luego lo pone en peligro de sufrir un shock alérgico con sus flores, y ahora tenemos que soportar que dé este espectáculo delante de un niño!

La enfermera intentó pararle, y el mismo Daniel, asustado pero indignado, sin levantarse de la silla ni soltar la mano de Mati, contestó:

-Es mi novia… ¿no puedo besar en público a mi novia…? – su voz no es que fuese aguda, pero desde luego, no era ni de lejos tan recia y grave como la del padre.

-¡Delante de un niño de cinco años, no! Degenerado…

-¿Usted nunca besa a su señora delante del niño….? – ahora era Mati quien preguntaba mientras se limpiaba la cara con la manga, y en la pregunta no había ninguna doble intención, sólo curiosidad.

  • ¡Eso, a usted no le importa! – Daniel estuvo a punto de levantarse de la silla, porque una cosa es que le hablasen así a él, pero nadie iba a ser grosero con Mati… pero ella le interrumpió.

-Por eso, él piensa que no se quieren. – contestó con sencillez. – Me lo dijo cuando estábamos aquí solos. Que él ve que en la tele, los dibujos y los cuentos, todo el mundo se besa, y a él lo besan también… pero ustedes no se besan nunca.

La pareja pareció desconcertada, y la mujer retiró la vista cuando su marido la miró. Él pareció a punto de decir algo, pero entonces entró el médico y dijo que ya podían llevarse al pequeño a quirófanos. Los padres se fueron con el niño hablando en voz muy baja entre ellos y la enfermera también salió, el médico se quedó unos momentos para hablar con Daniel y Mati.

-¿Cómo se encuentra, Matilde? ¿Le duele?

Ella negó con la cabeza.

-No, doctor, no duele nada, ¿puedo ya irme a casa….?

El médico sonrió y revolvió la cabeza castaño rojiza de Mati. Lo cierto es que ella parecía actuar así por pura naturalidad, pero con frecuencia recordaba mucho a una niña pequeña, y mucha gente no podía resistirse a tratarla como a tal. Daniel sonreía, porque a él le pasaba lo mismo… ya desde que la conoció, le daban ganas de tomarla de la mano, de hacerle monerías, o de pellizcarle las mejillas. Y por lo que le habían contado, a muchas mujeres les pasaba lo mismo con él. Quizá fuese por su timidez, o porque no era precisamente alto, pero muchas decían que les parecía un niño… a pesar de que iba ya para los cuarenta y aparentaba más edad de la que en realidad tenía.

-Todavía no, es mejor que te quedes aquí esta noche. No es común, pero hay personas que resultan ser alérgicas al yeso, o a algún medicamento… mañana por la mañana, si todo va bien, podrás irte.

-Vale.

El médico ya se marchaba, pero Daniel soltó un momento a Mati y le paró en la puerta.

-Doctor, no… No tiene nada serio, ¿verdad?

-Claro que no, no se preocupe… sólo es una fractura, y teniendo en cuenta la caída que tuvieron, aún han tenido suerte los dos. Mañana a casa, un par de mesecitos con el yeso, y como nueva. Y… límpiese… la cara.

Se despidió y salió a la vorágine del pasillo. Daniel, embarazado, se tapo la barbilla, pringosa de licor y cacao, y se sacó un paquete de kleenex del bolsillo para limpiarse, y se volvió hacia Mati, que le miraba con ternura.

-Qué detalle lo de las flores… - dijo. Ella le había pedido bombones tan sólo, porque decía que cuando uno está en el hospital, tiene derecho a dulces, y cuando volviera a casa, querría helado… pero las flores habían sido idea de Daniel, que si las había comprado en la floristería del hospital, sin duda le habían costado un sentido. Él se sentó en la cama, frente a ella, y le tomó la mano sana.

-Lo que siento, es lo del niño… apenas has podido olerlas y te las han quitado…

-No importa, de veras… el detalle es lo que me llega. – Mati se acercó a él ligeramente y Daniel entrecerró los ojos. El beso sabía dulce, a chocolate… - a veces siento ser tan impulsiva… si hubiera esperado a que bajaras de la escalera, esto no habría pasado… menudo susto que debiste llevarte cuando te metí la mano en el calzón… Ahora podríamos estar tranquilamente en casa, tomando comida china, y podríamos haberlo hecho después, con calma, en el sofá o en la cama… no en una escalera…

Mati tenía parte de razón, pero lo cierto es que el escalofrío de excitación que había sentido desde las piernas hasta el cuello cuando ella le tocó el pajarito por sorpresa mientras estaba subido a la escalera, no creía que lo hubiese sentido si ella hubiese atacado en condiciones más relajadas o más esperables… Todo le gustaba de Mati, pero quizá lo que más, lo que más le gustaba de todo, era que debajo de esa apariencia de sosilla, latía una hembra voluptuosa… lo que, pese a que le diera vergüenza reconocerlo, también era su caso. Bueno, no, una hembra voluptuosa, no… pero un hombre sediento de sexo, sí… y lo cierto es que pensar en esa mano colándose por su ropa interior como una culebra, y… bueno, el camisón de Mati… ¿sería de esos camisones de hospital que van abiertos por detrás….?

-¿A qué viene esa sonrisa…..? – preguntó ella, y al instante, sus ojos reflejaron pánico y empezó a negar con la cabeza. – No. Daniel, no… aquí no… - Pero Daniel seguía sonriendo y se acercó más a ella para besarla de nuevo. Su boca se fundió con la suya, el sabor del chocolate le inundó hasta la garganta, y otro sabor más… el de ella, por debajo del sabor a cacao, el sabor de su lengua era todavía más dulce… hacerlo en un hospital, qué morbo… - po-por favor, Daniel… Danielito…. No, quita las manos de ahí… ¡aah…! – Mati rompió a sudar y le subió el color del rostro cuando él llevó una mano a su pecho y su boca empezó a recorrer su cuello… era tan sensible… bueno, y él también, que ya tenía montada la tienda bajo los pantalones grises del traje. Mati seguía intentando resistir, y eso sólo lo excitaba más aún… - Dani… por favor… m-me gusta, pero no sigas… por favor, que tengo un brazo roto…

-Eso, sólo te hace más vulnerable… - contestó, travieso, y ella dejó escapar un gemido. Daniel la abrazó, intentando no rozarle el brazo enyesado, y la hizo deslizarse hasta tumbarse en la cama, sin dejar de besarla. Mati luchaba contra el deseo, y no parecía estar saliendo victoriosa… finalmente, él la agarró del brazo sano, que mantenía ferozmente agarrado al colchón, y lo llevó a su espalda para que le abrazase.

-Danieeel… - gimió dulcemente, con un tonito derrotado que volvió loco al citado. - ¿No podrías… esperar a mañana….?

-¿Podías tú esperar que bajase yo de la escalera…? – Ella intentó protestar, pero Daniel no quería hacerla sentir culpable, sino inundada de placer, de modo que volvió a besarla, mientras la destapaba con manos y pies, sin quitarse de encima, con bastante dificultad, pero con buenos resultados… "Sí que es uno de esos camisones de hospital, va abierto por detrás", se dijo, metiendo las manos por la abertura del mismo, acariciando la suave piel de la espalda de ella, pugnando por quitárselo.

-No, eso no… ¡no me desnudes…! – pidió ella. – si tú no te desnudas, yo tampoco lo hago.

-¡Si esa es toda la dificultad, vas a ver lo que tardo…! – Daniel hizo ademán de ir a arrancarse la camisa, pero Mati se lo impidió.

-¡No por favor…! ¡No sería igual! – de inmediato se tapó la boca, visiblemente colorada, y por un momento, Daniel se sorprendió… pero casi al instante, empezó a sonreír pícaramente… la sonrisa se le ensanchó más y más y finalmente soltó una risa lasciva, tumbándose de nuevo entre sus piernas abiertas, cubriéndola de besos y subiéndole el camisón hasta el ombligo… Si es que hasta para el morbo eran idénticos…

-Así que "no por favor", ¿eh….? – jadeó sobre ella, divertido, mientras se llevó una mano al cierre del pantalón, lo abrió, y como temía rozarla con el botón o la cremallera, se lo bajó ligeramente, dejando parte de sus nalgas al descubierto – "por favor, Danielito, espera a mañana….", pero resulta que no sólo quieres hacerlo, sino que te da más morbo aún hacerlo sin que me desnude…

Mati se rió por lo bajo, vergonzosa pero divertida, llevó su mano sana al culo de su novio, y le arreó un buen azote. Daniel tuvo un escalofrío de gusto, mientras ella empezó a magrearle el trasero, y él podía sentir los pechos, blanditos y calientes de ella a través de la tela del camisón… se sentía tan a gusto entre sus piernas, era tan acogedor y cálido frotarse así… la tela de las bragas estaba empapada, y no resistió más. Se enderezó por un momento, retiró las bragas, dejándolas en un tobillo de Mati, y se lanzó.

-¡AaaaAAAh….! – el tono de ella subía y bajaba de gusto, tirándole de la camisa, que a pesar de no querer desnudarle, la tenía ya fuera del pantalón. Daniel creyó ver estrellas de gusto cuando se sumergió en aquélla intimidad dulce y calentita, tan deliciosamente mullida y agradable… se abrazó a Mati, la agarró por los hombros y comenzó a empujar sin poder contenerse, gimiendo ahogadamente… Ella le abrazó con las piernas, dando grititos entre risas. - ¡Si-sigue… sigue!

Daniel no se lo hizo repetir. Vaciándose de aire a cada embestida, bombeaba como si nada más existiera en el mundo… no se estaba ocupando ya de besos, o caricias, sólo existía el feroz movimiento de caderas que les unía y les daba tantísimo placer… cada empujón, les acercaba más y más al cielo. Mati le agarró del culo, presionándole contra ella, para que la penetrara aún más profundamente.

-Ma… Mati… mi Mati… - gimió Daniel, con la cabeza dándole vueltas del placer. Ella no pudo ni contestar, sólo jadeaba, sonriente, poniendo los ojos en blanco y estremeciéndose… pero esas muestras de gusto, eran mucho más elocuentes, la verdad… Empujando cada vez más fuerte, estaban tan pegados al cabecero que Daniel casi no podía seguir, o se darían cabezazos contra la pared, pero tampoco podía ya detenerse… se deslizaron juntos entre jadeos, para que Daniel pudiera enderezarse sólo lo justo para apoyar las manos en la pared y usarlas de tope, y bombeó aún más fuerte. Las piernas de Mati se elevaron sin que ella se diera cuenta, él supo que iba a correrse y se salió lo más que pudo para volver a penetrarla como a ella más le gustaba, para que sintiera toda su polla, no sólo la base, recorriendo su coño, atravesándola… esas penetraciones profundas eran más cansadas, pero les volvían locos a los dos…

-¡AAH… sí… SÍ… así! ¡ASÍ! – Chilló ella sin poder contenerse, mientras se estremecía de la cabeza a los pies y su cara se iluminaba de placer, ¡era tan dulce cuando se corría! Daniel no aguantaba más, y en efecto, el pecho se le vació de aire, el placer le convulsionó, sus nalgas se tensaron y un calor delicioso le inundó cuando sintió que se le iba el alma por entre las piernas… qué gustazo…

Daniel se dejó caer sobre Mati, que le abrazó, aún usando el brazo enyesado, y también le apresó con las piernas. Los dos jadeaban, cubiertos de sudor, despeinados y con la ropa en desorden… pero qué bueno había sido… Tan bueno, que ambos perdieron por completo la idea de dónde estaba realmente, y empezaron a dedicarse mimitos y caricias, besándose la cara, acariciándose… por eso, se dieron el susto que se dieron cuando se abrió la puerta.

-¿Señores de Or…? ¡OH! – gritó la enfermera. Daniel se asustó, pegó un salto y se cayó ruidosamente de la cama, tal como estaba, con la camisa medio arrancada y los pantalones dejando ver el culo.

-¡Daniel! – gritó Mati, intentando a la vez bajarse el camisón para taparse.

-……¡Ay….! ¡Me duele el brazo…..! – gimoteó él desde el suelo, mientras la enfermera, sin saber a dónde mirar, le ayudaba a sentarse en la cama y Mati, colorada como una cereza, intentaba taparle la entrepierna con las sábanas…


-Bueno… a fin de cuentas, aún hemos tenido suerte – sonrió Daniel cuando salieron de la clínica al día siguiente, bajo un sol radiante y una brisa dulce. Mati le devolvió la sonrisa, porque tenía razón. Sí, él también se había roto un brazo, pero se había roto el derecho, y ella tenía roto el izquierdo, así que podían ir por la calle cogidos de los brazos sanos, y los rotos, en sus respectivos cabestrillos, llegaban a tocarse con los dedos mientras caminaban. Si es que la gente tenía razón; estaban hechos el uno para el otro…