Hechos 6

Continuacion de los hechos, agradezco los comentarios y el apoyo aunque desearia contactar con gente con experiencias similares

El regreso a casa de mi madre, tras su estancia en el Hospital, supuso varias cosas: la primera, tener que cortar de forma radical los encuentros que mi hijo y yo teníamos de forma imprevista o cuando menos sin estar pendientes de horarios ni de nadie, simplemente cuando nos apetecía, fuera la hora que fuese y estuvieramos donde estuvieramos; la segunda consecuencia fue que al estar mi madre convalenciente, consideramos más oportuno que se trasladara a la habitación que yo compartía con Juan, de esa forma podía estar más pendiente de ella y ayudarla en el momento que lo necesitara.

Logicamente de las dos consecuencias, la segunda de ellas no le hizo ni la más mínima gracia a Juan y se le notaba de una manera clara. Mi madre interpretó el disgusto de mi hijo con la naturalidad de quien se ve desposeído de su espacio vital, y en realidad así era pero con una mayor profundidad. Lo que no quería mi hijo era perderse la oportunidad de follar conmigo cuando quisiera, de tener nuestros momentos de intimidad, con la puerta cerrada, apartados del resto de la casa.

•    A Junanito le ha molestado cambiarse de habitación (me dijo mi madre, en una de las veces)

•    no, no creo

•    sí, le ha molestado mucho.... lo único que hago es daros problemas (decía mi madre con voz penosa)

•    que no, mamá, lo que le molesta es tener su ropa aquí, en este dormitorio, y la molestia que eso supone (no se me ocurrió mejor respuesta ni excusa)

Pero era verdad, a Juan, mi hijo, le había sentado el nuevo cambio de habitación como una patada en el estómago. Si de por sí la presencia de su abuela en la casa ya era suficiente impedimento para nuestros juegos, el que estuvieramos separados, en habitaciones distintas, era la guinda del pastel. Yo le hechaba de menos, naturalmente, como él a mí, sin embargo me veía en la obligación de atender a mi madre en todo lo que pudiera necesitar. En principio la medida sería provisional, mientras tanto la abuela se recuperara, pero aún así habiamos cogido un ritmo dificil de parar, o por lo menos de parar tan súbito.

Mi cuerpo, durante tantos años acostumbrado a las carencias físicas, ahora necesitaba ser satisfecho. Había noches que se me hacían muy duras, interminables, pensando que mi hijo se encontraba solo a unos cuantos metros de mi cama y yo estaba con unas ganas locas de ser tocada, abrazada, poseída. Eran noches de calentura, probablemente la misma que mi hijo estuviera tambien sintiendo en ese momento, lo que tampoco me calmaba ni me ayudaba, si no todo lo contrario.

En momentos así, intentaba relajarme masturbandome despacito, a penas sin hacer ruido, sin que mis gemidos ahogados delataran lo que me encontraba haciendo, sintiendo, disfrutando. Ponía especial atención a la acompasada respiración de mi madre, que me decía que se encontraba durmiendo. Mientras que mis manos jugaban con mi rajita y con mis tetas, para darme el placer total que en ese momento ansiaba, alguna vez se me ocurrió levantarme, acercarme hasta la cama donde se encontraba Juan, haber terminado allí lo que mis deseos me pedían de una manera desaforada. Pero nunca lo hice.

Lo que sí tenia que hacer, en mas de una ocasión, para amortiguar el gemido que brotaba instantaneo de mi boca, era colocarme la almohada sobre mi cara, morder la almohada, como si estuviera mordiendo la boca de Juan. Ríos de flujos corrían por mis piernas, muslos abajo, y mi mano se llenaba de la pegajosidad propia de una mujer caliente, rebentada de pasión.

Mi hijo, por su lado, no estaba mejor que yo. Había días que al hacer su cama, veía gotas de su semen en las sábanas, señal inequivocaba que se había masturbado la noche anterior. Creo que no intentaba disimularlo y que, en cierta forma, lo hacía para que yo me diera cuenta de lo que había realizado unas horas antes. Yo solia pasar mis manos por los goterones que asomaban en las sábanas y tengo que reconocer también que en más de una ocasión me puse tan cachonda que iba a buscar sus calzoncillos al cesto de la ropa sucia y con ellos, oliéndolos o restrangandome indiscriminadamente, me pajeaba con desesperación.

Ambos, Juan y yo, cada uno por su lado, nos encontrabamos en un estado de excitación constante, lo que vulgarmente se conoce como “salidos”. A penas teniamos tiempo ni siquiera de besarnos apasionadamente y cuando lo haciamos siempre con el temor de ser descubiertos o interrumpidos. En aquella época deseaba que me tocara turno de guardia en la Farmacia, era una manera de desfogarnos. Los turnos de guardia en la Farmacia los aprovechabamos para follar libremente. Ya os conté en otro episodio algo sobre esto, ahora, en aquel momento, era disponer de algo parecido a una cama para poder amarnos libremente.

Cuando empezamos, normalmente lo haciamos medio vestidos o yo misma no solia quitarme la bata blanca, pero por aquel entonces era tanta la necesidad de sentir a mi hombre, tanto el deseo incontrolado de hechar un buen polvo, que nos desnudabamos completamente, como cuando lo haciamos en casa. En alguna ocasión, algun cliente, tuvo que esperar a que me medio adecentara para poder salir y atenderle. Sé que lo que cuento no está bien, pero es la cruda realidad. Sé que utilizar el puesto de trabajo para hacer el amor con tu propio hijo no es muy habitual y no dice mucho a favor de la mujer, pero realmente era lo que podíamos tener y a lo que podíamos aspirar, salvo en contadas ocasiones.

A mis casi 40 años mi cuerpo era una caldera en ebullición. Mi sexualidad estaba palpitante y sin control. Necesitaba sexo, el que tenía y el que no. Mi hijo habia tocado el boton de activación de mis deseos y ya no habia quien parase todo eso, por ello necesitaba follar, o masturbarme, el morbo se había instalado en mi. Y ante la abstinencia obligada por la que pasaba, salvo en momentos puntuales, procuraba buscarme el placer de mil y una forma.

Me aficioné a espiar a los vecinos, sobre todo en sus momentos de placer. Es cierto que la construccion donde viviamos facilitaba mucho las cosas. Por un lado, las paredes eran casi de papel, con lo que se oia todo: el chirriar de la cama, los lamentos de placer y las voces que los amantes se dispensaban en un lujurioso dialogo.

Nuestros vecinos, una pareja con dos hijos, solían follar los martes y los sábados por la noche, les tenía cogida la frecuencia y el horario, y me ayudaban enormemente en mis masturbaciones solitarias. Ella gemía profusamente, animando a su pareja a que empujara con más vigor, o mas despacio, le indicaba a veces donde tenia que correrse o donde no. A el casi no le oía, salvo cuando acababa que proferia un grito que debia ser escuchado por toda la comunidad.

Mis vecinos tenían mas o menos mi misma edad y me resultaba curioso cruzarme con ellos al dia siguiente de haberles estado oyendo follar. El, muy educado, y ella, la tipica ama de casa que parece no haber roto un plato en su vida, tranquila, amable, sosegada, pero viciosa por demás a la hora de joder con su marido.

La ventana de la cocina daba a un patio interior, donde confluian diversas ventanas de diferentes viviendas. Una noche, por pura casualidad, me asomé a la ventana, mientras me fumaba un cigarrillo. Vi encenderse una luz, la persiana se encontraba levantada y las cortinas permitian ver lo que sucedía al otro lado. Apareció una chica joven, de unos 22 años, era la hija de otros vecinos nuestros, traía en la mano un vaso que parecía estar lleno de leche y una cucharilla que removía en el interior del vaso. Se sentó enfrente a una mesa de estudio, llevaba un pijama, no sé si de flores o de muñequitos, dejo el vaso encima de la mesa, al lado de un libro que tenía abierto, con la cuchara dentro.

No sé que extraña sensación me invadió, puede que fuera el morbo de observar, de mirar y no ser vista, de introducirme dentro de la vida y la intimidad de los demás, como he dicho antes. Apagué el cigarro, pero no me moví de la ventana. Miraba a mi joven vecina sentada y leyendo, de cuando en cuando removía el vaso con la cucharita, como sin saber bien que lo hacía, como ensimismada.

No sabía bien que estaba esperando, pero prometo que estaba segura que iba a pasar algo. Me mantenía mirando hacia su ventana, sin apenas moverme, no queria que un pequeño ruido o el propio movimiento de mi cuerpo, delatara mi presencia.

La vecina se estiraba de rato en rato, como cansada, hastiada tal vez de estudiar. Era tarde, pero no recuerdo que hora podría ser, altas horas de la madrugada. El patio estaba en silencio, mi casa estaba tambien en silencio, todo era silencio a esa hora de la madrugada. La vecina pasó su mano derecha por su pecho izquierdo, lo hizo en repetidas ocasiones. Lo que al principio me parecio que podía ser un gesto natural, al poco se convirtió en una caricia, una autocaricia que a mi vecina debía de estar agradandole, porque su mano desabotonó la camisola del pijama y la introdujo abiertamente para tocarse la teta.

En un momento, me pareció como que miraba hacia afuera, hacia el patio. Yo no me movia de donde estaba, pareció mirar supongo que para ver si alguna luz estaba encendida de algun piso. Todo debía estar a oscuras, todo el vecindario debia estar dormido a esa hora, excepto la vecina mirona y morbosa que no perdía un solo detalle.

La mano dejo de tocar el pecho y se introdujo por dentro del pantalón, mi vecina hechó un poco para atrás la silla donde estaba sentada y abrio las piernas, formando un arco que permitiera un mejor contacto de su mano con su pubis. Veía claramente como su mano se movia por dentro del pantalon del pijama, despacio en un primer momento y a ritmo frenetico mas tarde. Mi vecina se estaba haciendo una paja, yo la estaba viviendo y tambien me estaba excitando, por eso yo tambien introduje mi mano por dentro de mi pantalon de pijama y con mi dedo corazón frotaba mi clítoris viendo con mi joven vecina se pajeaba, ya sin disimulo y con movimientos se dejaban ver claramente la necesidad que tenia de correrse de forma inmediata.

Yo también aceleré mis movimientos y casi nos corrimos al mismo tiempo. Ella sentada en su habitación, frente a su mesa de estudios, y yo de pie en la cocina viendo todo a través de la ventana.

A mi joven vecina la vi mas veces, no siempre sola, y sobre todo en verano cuando el calor hace que las ventanas se abran para que las mironas disfrutemos. Cuando sus padres se marchaban de fin de semana o de vacaciones, y ella se quedaba sola en casa, solía subir al novio y solian follar. Todo con las ventanas abiertas, por lo que en mas de una ocasión pude, a parte de ver, oir sus quejidos amorosos, lo que me permitía un espectaculo exquisito y hacia que mis pajitas fueran disfrutadas enormemente.

Como digo, el morbo se habia apoderado de mi y lo buscaba de forma frecuente. A veces el morbo da lugar a la imprudencia y por eso en algunas ocasiones pude pecar de imprudente. Me refiero a que cada vez en mayor medida buscaba a Juan, aun estando mi madre en casa. No siempre para follar, pero por lo menos para darnos algun que otro sobo.

Me vienen a la memoria dos momentos que sirven para aclararos lo que os estoy diciendo: en uno de ellos, mi madre estaba viendo la televisión en el salon, Juan estaba en su dormitorio, el que antes habia sido de la abuela, estudiando o haciendo algo, yo necesitaba estar con él, que me comiera un poquito la boca y me magreara a su gusto, todo hay que decirlo. Con no se que excusa me levanté del sofá y fui para el cuarto de mi hijo. Cerré la puerta y me lance literalmente a él, dandole un beso pasional y desbocado que fue correspondido de principio a fin.

•    que te pasa, mamá? (dijo Juan entre asustado y contento)

•    estoy a mil

•    ya te veo, ya... y qué quieres?

•    me comes el coño?

•    y la abuela?

•    viendo la tele

•    joder....

Sin mas que decir me tumbó en la cama, me levantó la falda y me aparto la braguita, arrodillandose y comenzando a lamer.

•    estas muy caliente, estas empapada

No le contesté, empujé su cabeza y el se centró en su trabajo con la lengua hasta hacer que me corriera, mordiendome los puños para no chillar, para que mi madre no se enterara de que a su hija le acababa de comer el coño su propio hijo, haciendola vibrar.

La otra ocasión a la que me refería fue en verano. En casa es costumbre de dormir la siesta y en eso estabamos los tres. Yo no podía quedarme dormida, mitad por el calor que hacia, aunque todo estaba hermeticamente cerrado, para no dejar pasar la luz, y por el estado de cachondez que llevaba. Me levanté y fui hasta el cuarto de mi hijo, que tampoco dormia y tambien estaba bastante caliente, a juzgar por el paquete que se le marcaba en los calzoncillos.

Me acoste con el, empezamos a morrear y puse mi mano en su entrepierna

•    estas caliente?

•    sí, me iba a hacer una paja

•    te la voy a hacer yo, con mamada incluida

Saque su polla del calzoncillo y empecé a menearsela, bajando despues a metermela en la boca, jugando con mi lengua alrededor de su capullo. Mi hijo disfrutaba con la mamada-paja y me lo hacia saber, en voz baja

•    como me gusta, mama, como me la chupas.... quieres follar?

•    quiero que te corras

Entre lamida y lamida, entre chupeton, mi mano no paraba de masajear el cipote de Juan que estalló de forma aparatosa, distribuyendo las gotas de leche por todo el cuarto. Cuando estuvo mas relajado, le di un beso y me marche.

Al salir vi que mi madre se habia levantado ya de la siesta, estaba en la cocina preparando café. Me dijo que hacia muchisimo calor y era imposible pegar los ojos. La di un beso y la dije que iba a refrescarme un poco, antes de salir hacia el baño me dijo

•    tienes algo blanco en el pelo, Tere

Al llegar al baño me mire en el espejo. Vi mi cara de viciosa satisfecha y parte de la corrida de mi hijo en el pelo, tiñendomelo de blanco. Sonreí