Hechos 5

Continuo contando mi historia, continuo haciendonos participe de ella.

Fue realmente morbosa aquella paja telefonica, o por lo menos a mí me lo pareció y mi hijo también la disfruto mucho, me lo dijo después. Viéndolo con la perspectiva de los años, quiero pensar que fue más que nada la predisposición que ambos teníamos, el deseo incontrolado más que la conversación en sí. Hubieramos podido masturbarnos hablando de política o de toros, de deporte o economía, daba igual. A mi me resultó morboso, a Juan también; por tanto qué mal hacíamos?. Si acaso a mi pobre madre que dormía a escasos metros de donde yo estaba, pero su sueño era tan profundo que ni se enteró. Hubiera estado gracioso, y lo digo con total ironía, que se hubiera despertado en el momento crítico y hubiera visto a su hija con los pantalones desabrochados, la mano metida dentro de ellos y dándose candela, mientras en la otra sostenía un teléfono y no paraba de suspirar.

Cuando mi madre se fue recuperando, aún estando en el Hospital, me reincoporé a mi vida normal, quiero decir, que ya no me quedaba por las noches con ella, que acudía al trabajo y pasaba más tiempo en casa. Ni que decir tiene que eso nos dió una autonomía superlativa a Juan y a mí. Nos permitía logicamente pasar mucho más tiempo juntos y por supuesto hacer lo que en muy contadas ocasiones podíamos hacer libremente: hechar un polvo de forma tranquila, sosegada, pasional y auténtica.

Durante diez dias, cada uno de los días, follamos a plenitud, sin trabas, sin inconvenientes externos, sin recelos o miedos. Todos y cada uno de esos días que mi madre estuvo en el Hospital recuperandose de su intervención, saciamos nuestras ansias mi hijo y yo. Algunos días por partida doble.

•    cuando vuelva la abuela a casa voy a hechar de menos todo esto -me dijo un día mientras descansabamos tras uno de nuestros encuentros-

•    yo también lo voy a hechar de menos

•    y si se lo decimos?

•    si le decimos qué? -pregunté yo-

•    joder, mama, si le decimos a la abuela que nos queremos, que queremos estar juntos pero no como hijo o como madre, si no como pareja

•    tu estás como una verdadera cabra.... pero que estas diciendo?, por los clavos de Cristo, Juan, tú párate a pensar en lo que acabas de decir...

•    sé perfectamente lo que he dicho y sería una solución

•    sí, claro, y esperarás que la abuela salte de contenta y nos de su bendición, a mi me compre el ajuar y a ti te trate como a un yerno, en lugar de como a un nieto.

Lo peor de toda esta conversación que acababa de tener con mi hijo era que el hubiese estado dispuesto a tomar esa decisión, sin dudar, a salir a la calle y gritarlo a los cuatro vientos o participar de ello a toda la comunidad del edificio donde viviamos. Lo tenía clarísimo. La juventud suele ser así de atrevida y en muchas ocasiones no ve más allá del horizonte donde les alcanza la vista.

Para mí lo que decía mi hijo era una chiquilla, una sandez que no merecía ni que se tomara en consideración, pero para el resultaba algo serio y en más de una ocasión, durante esos días, volvió a la carga con su argumentación. Era incorregible en ese aspecto y muy cabezón.

También durante esos días coincidió el cumpleaños de mi hijo, sus 18 años le hacían sentirse importante, todo un hombre, eso, y que, con perdón de la expresión, se estaba hinchado a follar a una casi madurita y lo estaba disfrutando como un enano, que se dice vulgarmente.

El día de su cumpleaños, como todos los días, estuvimos en el Hospital viendo a mi madre que la verdad ya se encontraba bastante recuperada y empezaba a dar pequeños paseos por el pasillo de la planta. Pasamos allí con ella toda la tarde y al salir le propuse de ir a tomar algo a algun sitio que él quisiese o a cenar, me dijo que prefería ir a casa y estar tranquilos. Interiormente sonreí porque lo que Juan me dijo era una forma diplomática de decir: “mira, mamá, vamonos prontito a casa que tengo ganas de hecharte un buen polvo”. Cogimos el bus y en unos minutos llegamos a nuestro hogar, nuestro, de él y mío, hasta que volviera su abuela.

Preparamos entre los dos la cena y notaba que Juan estaba especialmente cariñoso, me besaba constantemente y yo de forma también constante le devolvía los besos y caricias que me daba. No eramos una madre y un hijo, eramos otra cosa. En lugar de cenar en la mesa del salón donde acostumbrabamos a sentarnos a comer, lo hicimos sentados en sofa junto a una mesita donde pusimos los diversos platos.

Tras el picoteo y ya mas relajados, los besos subieron de intensidad, ya no se trataba de besos fugaces en la comisura de los labios, ahora eran morreos en toda regla que poquito a poco iban causando efecto tanto en él como en mí. Nos estabamos sobando en el sofa, los dos abiertamente y sin ningun pudor ni cortapisa. De pronto sonó el teléfono y maldije para mí a quien fuese que estuviera llamando en ese preciso momento, cortando de raiz el embite mutuo. Me estiré en el sofá para alcanzar el auricular. Era una tía mía, hermana de mi madre, del pueblo, que llamaba logicamente para interesarse por el estado de su hermana. La informé pero ella no dejaba de hablar y hablar y preguntaba por todos y me contaba las ultimas novedades por el pueblo y los cotilleos que a ella le parecían algo apropiado, pero a mi francamente me traían sin el mas minimo cuidado.

Como la conversación se prolongaba más de lo que hubiera sido normal, Juan que al principio se había estado quieto escuchandome, comenzó, o mejor dicho, retomó su ataque a mi anatomía. Me sacó no se como un pecho y succionaba el pezón, mientras yo escuchaba las explicaciones que mi tia me daba acerca de un olivar que querían comprar, pero que su dueño pedía mucho dinero por él. Escuchaba la voz de mi tía y sentía mi pezón crecer dentro de la boca de mi hijo y notaba el calor que esto me producía.

La boca de Juan en mi pezón y su mano en mi entrepierna, jugando indiscriminadamente, haciendose sitio entre mis bragas, acariciando mis ingles y proporcionandome un estado de ansiedad y desasosiego mezclado con un cosquilleo que no sabía cuanto tiempo iba a poder aguantar. Intentaba cortar la conversación telefonica y en un par de ocasiones estuve a punto de conseguirlo, pero mi tía seguía erre que erre y sacaba un nuevo tema de conversación que más que serlo resultaba un monólogo interminable.

La boca y las manos de mi hijo no cejaban en su empeño, si ya antes comenzaba a sentirme altamente excitada, sus maniobras actuales hacían que mi calentura estuviera alcanzado cotas importantes. Por fin mi tía empezaba a despedirse, y digo empezaba, porque en varias ocasiones la interrumpió para seguir con sus historias. Yo cada vez podía seguir menos la conversación, me delataba el estado en el que me encontraba, intentaba hacer parar a Juan pero este continuaba y continuaba cada vez con caricias mas certeras, provocandome mayores deseos y nerviosismo. Finalmente mi tía dijo que ya llamaría en otro momento e interrumpimos la comunicación.

Solté un suspiro de alivio porque no aguantaba más, fue un suspiro de alivio pero también de deseo, mi hijo continuaba, ya no chupando, ahora comiendome las tetas, yo le agarraba de la cabeza como para atraerlo más hacia mi. El muy bribón sabía como hacerlo, sabía llevarme a ese punto de no retorno donde toda mujer pide, exige, implora más y más.

•    vamonos a la cama, mi vida

•    estamos bien aquí

•    quiero que me folles en la cama

•    espera un momento

A la vez que me decía ésto, tiraba de mis bragas hacia abajo. Yo le ayudaba alzando mi culo para que salieran sin problemas, me las quito y se arrodillo entre mis piernas, empezó a pasar su lengua, despacio, minuciosamente, me lamía incrementando más si cabe mi desazón. Le agarraba de la cabeza, le empujaba hacia el centro, quería que acelerara, pero que parara, lo queria todo y no queria nada en concreto. Mi hijo, arrodillado ante mí, me estaba comiendo el coño y me estaba llevando a la gloria.

•    por favor, vamonos, que no puedo aguantar más

Era una súplica lo que salía de mi boca, pero él hacía caso omiso seguía con su tarea de forma metódica y concienzuda, el placer aumentaba

•    no puedo más, hazmelo

De nada servía lo que le dijera su lengua lamía y relamía, pasaba por mi clítoris martirizándolo de forma inexpugnable, su lengua subía y bajaba y elevandome las piernas llegaba hasta mi agujero posterior que tambien chupaba y llenaba de saliva, luego volvía su lengua al lugar inicial continuando con su abnegado trabajo y un dedo jugaba cerca de mi culo, haciendo un simulacro de penetración.

Yo estaba a mil, sin poder ni querer controlarme, deseosa de sentir de una vez por todas su vigoroso miembro dentro de mi. Decidió que era el momento, se incorporo y se quito los pantalones, solo los pantalones, que arrojo a una distancia de donde nos encontrabamos. Me hizo ponerme de rodillas en el sofa, quise meterme su polla en la boca pero también él se encontraba demasiado caliente como para aguantar un suplicio añadido. Se hechó saliva en la mano y la unto en su miembro erguido y desafiante.

Me arrodille en el sofa, con la falda levantada, sin bragas, noté como la verga de Juan se acercaba a mi cavidad y entraba con una facilidad increible, gracias, entre otras cosas, a la saliva que previamente él había depositado y a los muchos flujos que yo misma estaba emanando. Entro y dio un ultimo empujon de acoplamiento definitivo, empezando a moverse despacio, su dedo seguía jugando en el agujero de mi culo, mientras su polla entraba y salía decidida de mi coño.

•    te está gustando?

•    una barbaridad

•    mama me gustaria hacerlo por atrás -lo dijo casi con miedo-

•    por el culo?

•    si, lo has hecho alguna vez

•    no

•    quieres hacerlo conmigo?

•    no lo sé, me dolerá

•    tendré cuidado, te lo prometo

No lo tenía muy claro, pero en aquel momento no le hubiera negado absolutamente nada de lo que me hubiera pedido, me encontraba totalmente deshinibida y en plena calentura. A cualquier cosa hubiese dicho que sí, quería gozar plenamente aunque para gozar también hay que sufrir, a veces.

Le dije que así no podría entrar, entonces él se retiro y se fue hasta el cuarto de baño, viniendo con un botecito de vaselina, una cajita de color rosa que abrio y se untó en un par de dedos. Extendió bastante cantidad de vaselina por el agujero y también por toda la extensión de su miembro que agarró con la mano y lo acercó hasta su destino. Sentía su cabeza apretando, comenzaba a entrar con muchísima dificultad, me dolía enormemente, se lo dije. Juan no hablaba empujaba y paraba ante mis muestras de dolor. Con la ayuda de la vaselina, iba entrando poco a poco, notaba algo menos de la mitad dentro, el dolor menguaba también, estaba dentro la suficiente cantidad como para que empezara Juan a moverse, con el mete y saca, ayudado por la vaselina cada vez su miembro entraba más. Volvía el dolor

•    cariño, no puedo... me duele

•    aguanta un poquito

Una de sus manos llegó hasta mi hendidura y masajeaba el clítoris a la vez que su polla escarbaba mi culo sin compasión y ritmicamente. Volvio a desaparecer el dolor, volvía a sentir placer, volvía a estar en tensión y loca por alcanzar el climax que notaba que llegaría. Mi hijo seguia profundizandome y por los sonidos que salian de su boca notaba que disfrutaba también

•    te estoy follando el culo, mama,

•    si, cariño

•    ya no te duele?

•    me duele algo menos, me ayuda tu mano en mi chichi

Los movimientos se descontrolaron de pronto, Juan empezo a gemir mas fuerte, yo tambien, notaba que todo se iba a terminar pronto, necesitaba que acabara cuanto antes. Como siempre, mi hijo me avisó de su final mientras yo me estaba corriendo estrepitosamente, pidiendole mas, rogando su leche.

Nuestro orgasmos, sin ser simultaneo, fue seguidos y consecutivo uno del otro. Mi hijo me había roto el culo, era el primer hombre que entraba por ese pequeño agujero, sentía que le había dado algo importante, lo que no había dado a ningun otro. Era como sentirme desvirgada por mi hijo y eso me llenaba de felicidad y de satisfacción.

Tras la tormenta llego la calma, nos quedamos los dos tirados literalmente en el sofa, rotos, sudorosos, satisfechos hasta más no poder, medio desnudos. Sentía un quemazón en mi culo, pero no era dolor, tambien tenía el coño inflamado de lo mucho que había gozado. Todo lo di por bien empleado. Mi hijo, mi hombre, se merecía eso y mucho más.