Hechos 3

Continuo contando mi relación con mi hijo y como se fue forjando nuestra union.

Aquel primer encuentro, casi en silencio, con precaución de no ser descubiertos, con un miedo concentrado en mi interior, resultó ser el punto de partida de una nueva relación con mi hijo, me abrió las puertas a sensaciones olvidadas, a un deseo incontrolado. A mis 39 años me sentía como una jovencita que estuviera descubriendo el sexo, se habían despertado unas ansias en mí que desconocía o pensaba que no iba a poder tener más. No podía y no queria reprimir mis deseos, cada vez, conforme pasaba el tiempo, los prejuicios y miedos que había tenido en un principio, se difuminaban como si de un día de niebla se tratara. Intentaba ser discreta en mis emociones, en mis actos, en mis gestos. Juan tambien lo era y así de esa forma, manteniamos a salvo nuestra pasión, nuestro amor.

La dificultad mayor la teníamos en casa, donde vivia con nosotros mi madre. Sobre todo al principio, cuando la relación es más pasional, resultaba a veces dificil de llevar lo que podíamos llamar una vida normal. Discernir entre el cariño de una madre hacia su hijo y el amor de una mujer hacia un hombre, no es tarea facil, y resulta muy dificil de conciliar. Aprovechabamos cualquier momento en el que nos encontrábamos solos para dar rienda suelta a nuestros deseos, que eran muchos, pero esos momentos, la verdad sea dicha, no eran tantos como hubiesemos queridos, o por lo menos no tantos como en aquel momento hubiesemos deseado.

Nuestra habitación era un refugio de cartón, quiero decir con esto que si bien en ella nos encontrábamos a salvo de miradas indiscretas, no podíamos exteriorizar el placer que sentíamos al hacerlo. La casa no era muy grande, y aunque las habitaciones se encontraban distantes las una de la otra, un suspiro, un gemido, emitido en voz alta, hubiese sido escuchado desde el dormitorio de mi madre. Es cierto también que mi madre tenía el sueño muy pesado y que sus ronquidos llegaban hasta el lugar donde nos encontrabamos nosoros, pero aún con todo eso tomábamos una serie de precauciones para evitar cualquier tipo de incoveniente.

A pesar de todo, y en la medida de lo posible nos proferíamos palabras subidas de tono que a ambos nos excitan de una manera especial; sin hablar en exceso informábamos el uno al otro de nuestros deseos en aquel momento o al oido y en voz baja nos decíamos el placer que sentíamos o como nos encontrábamos con las caricias que recibíamos del otro.

Eran polvos con sordina, pero unos polvos maravillosos. Las camas que venían dentro del ajuar que se nos entregó al alquilar el piso, tenían unos somieres antiguos, de esos de muelles. El sonido era chirriante se alguien está botando encima de otra persona. La postura del misionero era peligrosa en ese sentido, por el ruido. Pero tambien sonaba la cama si era yo la que cabalgaba a mi hijo, por mucho que mis movimientos fueran controlados, al llegar el momento culmen y buscar un mayor roce, la cama sonaba. Por eso durante un tiempo solíamos follar en la postura de perrito, así mi hijo podía estar de pie fuera de la cama y yo simplemente apoyada en ella. Por otro lado, sentir su polla entrando toda en esa posición me proporcionaba un goce increible.

En cualquier caso había que solucionar el ruido de la cama, para mayor disfrute de los dos. Argumenté mis dolores de espalda que por aquella época eran muchos y constantes, al tener que estar de pie durante tantas horas en la Farmacia. Comenté en casa que había ido al médico y me había aconsejado que utilizara una tabla bajo el colchón. A nadie le extrañó, quiero decir, mi madre creyó que efectivamente un facultativo me había sugerido tal cosa e incluso fue ella la que se encargó de comprar la tabla para mi cama, en una ebanistería que había al lado de casa. Mi hijo interpretó a la primera el motivo real de la tabla y me miró y esbozó una sonrisa, era como si me estuviera dciendo: “que bien, mamá, ya te podré follar en la forma que me atezca, sin ruidos colaterales”.

Follar de perrito me gusta, como también que mi hijo me tire del pelo mientras lo hace o me de algún azotillo, eso me pone muy cachonda, me gusta sentir su polla dura entrando en esa posición, pero tambien necesito follar de otras maneras. No soy una mujer monoposicional, me gusta disfrutar de distintas formas según me apetezca en cada momento. La tabla, a parte de hacerme mucho bien para mis dolores de espalda, me haría también mucho bien para mis deseos sexuales.

Con la tabla en la cama, sin ruido, mi hijo me follaba o yo a el, de la manera y en la posición que en cada momento nos apetecía, siempre con el debido cuidado de no hacer más ruido que el extrictamente necesario.

Como digo, teniamos que buscar nuestros momentos de intimidad verdaderos, aquellos en que la sombra de nadie pudiera estorbarnos. Eran contados en aquel tiempo, por diferentes circunstancias, pero cuando se tenían los disfrutabamos y gozabamos enormemente.

La Farmacia donde trabaja, como todas, hacía turnos de guardia de 24 horas, eso implicaba que una de nosotras, las auxiliares que trabajabamos en ella, tuvieramos que cubrir dicha guardia. Para mi siempre había sido un incordio tener que estar en la Farmacia de guardia, la noche se hace muy larga y la clientela, quitando a las personas que verdaderamente van en busca de medicamentos de urgencia, sueles ser consumidores de jeringuillas y compradores de condones. La puerta está cerrada, y se expende a través de una ventanilla por seguridad pero con todo nunca me gustó hacer las guardias. Lo único positivo que sacaba de todo eso era el dinerillo extra que ganaba y que, os podeis imaginar, nunca viene mal.

Desde que comencé mi relación con Juan, las guardias en la Farmacia, sin embargo, tenían otro color porque era uno de esos momentos donde podiamos estar solos, de manera relajada, sin limitación.

La Farmacia tenía una rebotica o almacén donde había un sofá-cama, un frigorífico, un microondas  y una televisión. Por las noches, en los días de guardia, el sofá cama se abría para que quien estuviera de servicio pudiera estirarse al menos y dormir un poco hasta que el timbre de la entrada avisaba de la llegada de cualquier cliente.

Las noches que me tocaba a mi atender la guardia, mi hijo solía venir a traerme la cena que calentaba en el microondas y comía, mientras el se tomaba algun refresco, casi siempre Coca-Cola y veía la televisión. Se agradecía la cena, preparada por mi madre que tengo que decir tiene una mano para la cocina extraordinaria.

Juan se quedaba conmigo, despues de haber cenado, un tiempo. Su abuela sabía que estaba en la Farmacia haciendome compañía y no se preocupaba, por otro lado, el despacho farmaceutico no se encontraba lejos de donde viviamos.

Después de cenar, solíamos ver juntos la televisión y ahí empezabamos a acaramelarnos, nos besabamos con pasión, con deseo. En el buen tiempo, debajo de la bata blanca solo llevaba la ropa interior, el sujetador y las bragas, lo que facilitaba mucho las cosas al magreo de mi hijo que me iba desabrochando los botones de la bata para meter mano directamente en mis tetas y mi chocho. Logicamente, yo no me estaba quieta y entre beso y beso, junto con el magreo al que estaba siendo sometida por parte de mi hijo, yo sobaba, lamía y chupaba todo lo que podía.

Ibamos calentandonos poco a poco, cogiendo la temperatura idonea para que nuestros cuerpos solicitaran algo más que caricias. A mi me encanta comerle la polla a mi hijo, es una debilidad lo tengo que reconocer, y nuestros juegos casi siempre empiezan con una buena chupada. Modestia a parte, tengo que decir que soy bastante buena en esos menesteres y Juan disfrutaba y aún sigue disfrutando mucho con las comidas que su madre, yo, le proporciona.

Cuando el placer, el deseo, se apoderaba de nosotros sin marcha atrás, desplegábamos la el sofá para poder convertirlo en una cama y de una forma definitiva dejarnos llevar por el camino más amplio de nuestro voraz apetito. No siempre era así, en algunas ocasiones el calentón que teníamos era tan grande que estando mi hijo sentado en sofá me subía encima de él y echando a un lado mis braguitas, introducía su miembro en mí que cabalgaba furiosamente hasta que mi orgasmo y el suyo, el de los dos, nos dejaba totalmente desfallecidos.

Pero a mí siempre me ha gustado follar en la cama, considero que es el mejor sitio sin descartar cualquier otro, por supuesto, pero preferentemente la cama es el lugar idóneo para mi.

Una noche, mi hijo y yo habiamos abierto la cama, estabamos follando, el encima de mí. Sentía su polla dura taladrandome, haciendome la mujer mas feliz del mundo, me habia corrido una vez, iba por mi segundo orgasmo. Mis palabras brotaban de mi boca para hacerle saber mi estado, mi gozo, el se movía ritmicamente. De repente sonó el timbre de la puerta de la Farmacia, alguien reclamaba mis servicios. Mi Juan seguía moviendose encima de mi, yo seguía gozando, pero algo en mi interior me dijo que tenía que salir a atender, le empujé suavemente para que se saliera de dentro, yo estaba desnuda, totalmente desnuda. Me puse la bata que abroché de manera rapida y solo los botones necesarios y salí a despachar.

En la puerta vi a una señora mayor, más mayor que mi madre, podría calcular que tendría unos 75 u 80 años, una señora muy mayor. Abrí el ventanuco y me extendió una receta, era un antiinflamatorio, me dijo que era para su marido que padecía de gota, una enfermedad que hace que sobre todo el dedo gordo del pie se hinche, con mucho dolor, al cristalizarse el líquido. Entre dentro para coger el medicamento, hechando un vistazo hacia la rebotica donde se encontraba mi hijo. Le vi tumbado, tocandose su miembro, tal vez para que su hinchazón no se bajara. Estaba deseando terminar de atender a la señora mayor para continuar follando con el.

Al volver, saqué el medicamento por el ventanuco y la mujer me entregó el dinero que costaba. Antes de marcharse me dijo:

•    señorita le pasa algo?

•    No, nada, por qué?

•    No sé me parece que tiene mala cara

•    no, señora, es que estaba acostada y me habia quedado dormida

•    bueno, pues nada, a pasar buena noche

•    gracias, señora, que se mejore su marido

La señora mayor me habia dicho que tenia mala cara, quizás lo que tuviera fuera cara de vicio y seguramente el pelo despeinado. En ningun momento se me habia pasado el ardor que sentía antes de que la clienta nos interrumpiera, es más, tenía unas ganas locas de volver junto a mi hijo al sofá-cama de la rebotica para concluir lo que nos habían interrumpido.

Mi hijo seguía en la misma posición y forma que le había visto cuando fui a por el medicamento de la señora. Estaba tumbado, sobandose la polla de forma leve.

•    vas a terminar sin mi? -le dije en tono de broma-

•    no tengo esa intención, mamá...

•    ah, no? Entonces que intenciones tienes?

•    Si vienes aquí te lo digo -me dijo sonriendo-

Cuando me acerqué beso mi boca, en un beso muy humedo y lascivo, cargado de deseo sexual, sin dar lugar a la mas minima duda de que efectivamente me estaba esperando, con necesidad de acabar lo que habiamos iniciado y nos habian cortado.

No tardó mucho tiempo para que me la volviera a meter, su polla en mi interior me causa un bienestar dificil de describir, Juan se movía sin prisa, con golpes de riñones ritmicos, dandose  placer, pero proporcinandome a mi mucho, muchisimo gusto

•    como me gusta follar contigo, mama

•    y a mi contigo, mi amor

•    quiero que te vuelvas a correr como antes

•    si sigues así, seguro

•    te gusta mi polla, mama?

•    me encanta tu polla, hijo

Tengo que decir, aunque suene depravado o perverso, que estar jodiendo con el y que me llamara mamá, me ponía todavía mas caliente, mas cachonda, hacía que me sintiera más guarra y me excitaba enormemente.

Los movimientos se hacían más acelarados, más rápidos e incontrolados. Yo notaba de nuevo la llegada del placer inexorablemente

•    mamá, me gusta, me gusta.... me voy a correr

•    sí, correte dentro....correte, mi vida, que yo tambien me corro

•    toma mi leche, tomala

•    damela toda, llename de leche

Nos comimos la boca, corriendonos a la vez: nuestro placer no era individual si no un placer de dos, que es distinto. Notaba su leche caliente llenando mi interior, esparciendose por dentro de mi. Mi hijo estaba sudoroso por el esfuerzo, yo estaba empapada de su leche, y era muy feliz.

A María, a la que espero conocer mucho y a Bertha, mi gran amiga.