Hechos 2

Continuo contando como inicié mi relación con mi hijo y recuerdo que estoy especialmente interesada en contactar con mujeres con experiencias similares, para compartir.

Quiero agradecer y mandar un saludo, antes de continuar contando mi relato incestuoso, a todos los que me habeis escrito, a los que habeis apoyado la primera entrega y especialmente a “ellas”, espero que podamos estar en contacto y compartir “lo nuestro”.

Tras ese primer momento con mi hijo, me sentí sucía, pecaminosa. Lo había hecho por propia iniciativa, es verdad, pero también llevada por una lujuria impropia de una madre. Aquella noche a decir verdad no pegué los ojos. No hacía otra cosa más que rememorar lo pasado. Por momentos me sentía mal, muy mal, fatal; en otros instantes me excitaba. Escuchar la respiración queda de Juan, dormía placidamente, ajeno a mis pensamientos contrapuestos. Casi mejor que fuera así, que esa noche no me hiciera ninguna pregunta ni se molestase en pedir una explicacion que, por otro lado, no había y si la había desde luego yo no la tenía.

Me levanté pronto a la mañana siguiente porque vi amanecer, como digo no pude conciliar el sueño en toda la noche. Temía mucho el encuentro con mi hijo, a plena luz, no sabía como podría mirarle a la cara o como me miraría él a mi. Era una tormenta llena de rayos mi cabeza. Había sucedido, lo mejor era que no volviera a pasar, pero tampoco tenía la sensación de no haber disfrutado, es más, tenía la plena convicción de haber gozado hasta el extremo. Mis años de abstinencia, de no estar con un hombre, me había empujado inexorablemente al abismo. Estaba en el filo del acantilado, pero no sabía si quería tirarme, tampoco sabía si Juan, mi hijo, me iba a empujar.

Tomé algo ligero antes de marcharme y lo iba a hacer justo en el momento que la voz de Juan me llamó, ya con la puerta de la calle abierta:

•    mamá

Giré mi cabeza y le vi. Creedme si os digo que todo mi cuerpo era un manojo de nervios, qué le podía decir?: “lo siento hijo, anoche perdí la cabeza?”, “te lo pasaste bien?”, “disfruté masturbándote y chupándote una barbaridad, gracias?”, que le podía decir...

•    te vas muy pronto hoy, no?

•    sí, tengo muchas cosas que hacer

Se acercó a mi y me dió un beso en la mejilla, como hacía todos los días cuando se levantaba. No parecía tener nada que decirme, ni nada que reprocharme, ni nada que comentarme ni para bien ni para mal. No había cambiado su actitud para conmigo: era el mismo de todos los días, era como si la noche anterior no hubiera sucedido nada. La actitud de Juan no aclaró mis ideas, yo creo que todo lo contrario, según bajaba las escaleras para llegar hasta el portal y enfilar la calle, mi cabeza se partía en discernir lo bueno de lo malo, lo correcto de lo incorrecto.

La actitud tan cariñosa como siempre de mi hijo desde luego me había descolocado aún más de lo que ya estaba. Durante toda la mañana estuve despistada, mis compañeras me lo notaron claramente y me preguntaron si tenía algún problema o me había pasado algo. Contestaba con evasivas, en algun momento estuve a punto de llorar.

Cuando volví a casa a la hora de comer, Juan no había llegado. Normalmente estaba en casa cuando yo volvía. Mi madre me dijo que Juan ese día no iría a comer, había llamado para avisar de ello. Le había dicho que comería en casa de un amigo o de un compañero, no sabía bien, porque tenía que hacer no sé que cosas que mi madre tampoco terminó de entender.

En un principio, hasta cierto punto, sentí un alivio. El hecho de que Juan no estuviera me tranquilizaba, pero era plenamente consciente de que esa situación de ausencia no se daría durante mucho tiempo. Ese mediodía no había ido a comer, pero esa misma noche estaría en casa, además en la misma habitación que yo, además a pocos metros de donde yo estaría acostada. El alivio se convirtió en incertidumbre, en preocupación. Era como salir de Málaga, para entrar en Malagón. Casi no probé bocado. Mi madre me preguntó si me pasaba algo, le dije que me dolía un poco el estomago, o que algo me debía haber sentado mal. Quiso prepararme una infusión después de comer, pero le dije que me la tomaría de camino a la Farmacia.

La tarde desde luego no fue mejor que la mañana en el trabajo. Estaba deseando que terminara la jornada y cuando lo hizo no sabía si tenía ganas de llegar a casa o no. Juan estaba en casa cuando llegué, su abuela no había vuelto de trabajar, estábamos los dos solos en casa. Todo parecía normal, llegué a pensar si no sería una paranoia mía, que estuviera sacando las cosas de quicio, que estuviera haciendo un mundo de algo que para Juan no lo era.

Mi hijo estaba sentado en sofá, viendo la televisión tan tranquilamente, como todos los días. Me saludo como todos los días, se levantó y me besó como todos los días. Me preguntó por como me había ido el día. “Mejor no me preguntes, no ha sido un día muy afortunado”, le dije. Se quedó mirándome entre preocupado y no saber de que le estaba hablando. Me fui al dormitorio a cambiarme de ropa. Me desnudé. Mi cuerpo aún joven no estaba mal, estaba necesitado de cariño, de amor carnal, pero mis pensamientos y mis actos con mi hijo la noche anterior no eran muy de recibo, al menos para mi mente.

Cuando llegó mi madre preparamos la cena entre las dos. Solas en la cocina me preguntó como me encontraba. Le dije que me sentía algo mejor, creo que no se lo creyó porque me dijo si no me pasaba nada, si no me había disgustado con Juan o con alguna compañera o si mi Jefe me había regañado por algo. A todo le dije que no y le insistí en que no me encontraba bien del estómago, que ya me encontraba algo mejor y que no se preocupara.

Esa noche me fui la primera a la cama, quería acostarme pronto y poder dormir antes de que mi hijo se retirase a su cama. Me despedí de mi madre y de Juan y me metí en la cama. Llevaba puesto un camisón blanco, de manga corta, con florecitas de color lila, distinto al de la noche anterior, que había echado a lavar después de que mi hijo lo llenara de su esencia. Era imposible poder dormir, me encontraba en tensión, mi cabeza seguía maquinando, llendo del negro al blanco en milésimas de segundos, con ideas contrapuestas. Daba vueltas en la cama de un lado a otro, me agarraba a la almohada, la soltaba, al final quedé boca arriba, con los brazos fuera de las sábanas. Fuera oía a mi madre y a Juan hablando, comentando cualquier cosa que estaban viendo en la televisión.

Introduje mi mano por dentro de la sábana, rozó mi pecho derecho, me subí algo el camisón y toqué mi sexo con mi mano por encima de mi braguita. Notaba mis pelo abultados y mi dedo hacía un surco en mi braga a lo largo de mi raja. Me estaba empezando a excitar. Recordaba la noche anterior, mi mano se introdujo por dentro de mi braga y tocaba ya de forma natural mi coño que empezaba a mojarse. No era excitación lo que sentía, se estaba convirtiendo en calentura. De repente y cuando empezaba una masturbación deseada, oí a mi madre y a mi hijo despedirse hasta el día siguiente, la televisión había dejado de sonar, se iban a la cama.

Paré mis tocamientos de súbito, pero lo que no pude parar, porque eso no se puede, fue mi estado totalmente desesperado de deseo sexual. La puerta de la habitación se abrió. Juan no encendió la luz, me preguntó en voz baja si estaba dormida, no le contesté; el insitió en su pregunta, le contesté que me estaba quedando dormida pero aún no. Se acercó a mi cama y se sentó.

•    no has querido decirme nada de lo de anoche -me dijo-

•    creo que perdi los papeles, hijo, lo siento... -logré decir-

•    yo no lo siento, mamá, me gustó mucho y me gustaría que se repitiera

•    no puede ser...no puede ser, lo que hicimos es aberrante

•    lo que hicimos fue fantástico y me gustó mucho y sé que a ti también, aunque no me lo digas -me dijo sin levantar la voz serena y baja, pero con total convencimiento-

•    vete a la cama, por favor, no me encuentro bien

•    me voy a ir a la cama, mamá, pero quiero que sepas que voy a hacer lo mismo de anoche y quiero que sepas que lo haré pensando en ti y quiero que sepas que te quiero mucho

No pude contestarle a lo que me dijo, juro que lo intenté, lo juro, pero no podía contestar. Una lágrima se escapó de mis ojos y resbalaba rauda por la mejilla. Juan se desnudó, se metió en la cama, al momento empecé a escuchar el sonido inconfundible del roce de su mano con la sábanas, miré hacia él y vi el movimiento acompasado de su mano por debajo de la sábana. Su respiración era la de alguien que se está masturbando y empieza a sentir los primeros efectos de la misma.

Un impulso me arrastraba hacia la cama de Juan, un contraimpulso me mantenía en la mía. La calentura que ya tenía cuando mi hijo entró en el dormitorio se incrementó por cien con lo que oía y veía. Yo también comencé a darme placer, sin disimulos, mi dedo hacía su trabajo y mis gemidos eran muy evidentes.

Juan miró hacia mi cama y sin dejar su trabajo me dijo:

•    si lo quieres así, así será, pero es una pena, mamá....

Yo no respondí, seguí a lo mío

•    es una pena que estemos haciendo lo mismo, cada uno por su lado

Su voz empezaba a sonar bronca, tomada por el deseo, a punto de llegar su placer

•    me voy a correr, mamá, me voy a correr para ti.... me corro

Oí perfectamente el orgasmo de mi hijo, casi lo sentí, y resulto sumamente placentero para mí toda vez que yo misma también obtuve el mío, con gemidos incontrolados. Mi coño estaba empapado, encharcado. Mi hijo se levantó de la cama

•    dónde vas? - le pregunté, pensando que a lo mejor vendría a mi cama-

•    a limpiarme, mamá, me he corrido con muchas ganas -me respondió acercándose a mi, hablandome casi al oído con palabras que me llegaron al alma-

Juan fue al baño y no tardó mucho en volver, le oí entrar en la habitación pero el sueño ya me estaba venciendo a mí también, el desgaste del orgasmo que había tenido y la noche anterior en vela hacían que el sueño se apoderara de mi. Me quedé profundamente dormida, con un sueño reparador. Mañana sería otro día, pero tenía la sensación de que las cosas se disparaban, que iban a una velocidad endiablada y mis barreras cada vez era menos resistentes porque notaba a mi hijo también decidido.

Al día siguiente nos juntamos todos a la hora del desayuno, como casi siempre también todos ibamos tarde a nuestros respectivos quehaceres. La primera que salió de casa fue mi madre, después  Juan se fue a buscar sus libros y desde la puerta antes de despedirse me dijo

•    esta tarde iré a buscarte a la Farmacia

•    y eso? -contesté sin darle mayor importancia-

•    creo que tenemos que hablar de algunas cosas seriamente, mamá, y no creo que se pueda hacer en casa, iré a buscarte y hablamos, vale?, que tengas un buen día, luego nos vemos

Me dejó helada. No contesté, oi abrir y cerrarse la puerta de la calle. Mi hijo quería hablar conmigo de algo que no se podía hacer en casa, quería hablar conmigo de sus deseos, de los míos, me había dejado claro la noche anterior que lo que pasó era algo que él quería que volviera a suceder. Los demonios volvieron a apoderarse de mi. Durante algunos minutos me quedé fuera de la realidad, creo que no sabía siquiera donde estaba. Tenía miedo de esa conversación pendiente, pero también quería que se produjera, algo en mi interior anhelaba que se produjera.

La tarde en la Farmacia se me hizo eterna, aunque faltara mucho para la hora de cierre, miraba hacia la puerta, buscando a Juan. Unos minutos antes de terminar mi jornada, la puerta de la Farmacia se abrió y entró mi hijo saludando a mis compañeras y a mi Jefe. Estuvo hablando con ellos durante unos minutos, el tiempo justo para que yo me quitara mi bata de trabajo y cogiera mi bolso y mi chaqueta. Me saludó de la forma habitual, dandome un beso cada una de mis mejillas. Creo que me ruboricé, no, no creo, afirmo y reconozco publicamente que me ruboricé. Los colores subieron a mi cara sólo porque mi hijo me había besado en las mejillas, un beso cariñoso y sin más interes, pero yo me ruboricé como si de una colegiala se tratara.

Salimos y nos dirigimos a un bar donde nos sentamos y pedimos unas cervezas y antes de tomar un solo sorbo, Juan fue directamente a la cuestión

•    lo que pasó la otra noche me gusto mucho, mamá, y me gustaría que volviera a suceder, quiero decir, me gustaria que entre tú y yo comenzara algo

•    pero, hijo, eso es imposible, somos madre e hijo

•    a ti no te agradó?

Esa era la pregunta, esa era la cuestión: “me agradó?” no podía mentirle, porque no me disgustó, pero tampoco creía que se lo debía decir abiertamente, no podía decirle a las claras “mira hijo disfruté haciendote una paja y mamandote la polla como hacía tiempo que no disfrutaba, no solo no me agradó, si no que además me entusiasmo”. No podía decirselo, o si?

•    no se trata de si me gusto no no, se trata de los lazos que nos unen, que no podemos...

•    que no podemos qué?, conocernos? querernos? incluso amarnos?

•    tu no puedes amarme a mi como mujer, porque soy tu madre, de la misma manera que yo no puedo desearte a ti como hombre, porque eres mi hijo

•    yo te quiero, mamá, y no precisamente por lo del otro día, te quiero desde que tengo uso de razón y si quieres saber la puta verdad, te diré que el otro día mi paja iba enteramente dedicada a ti, igual que las que me he estado haciendo desde hace mucho tiempo. No sé si estoy enamorado de ti, no lo sé, pero te deseo con toda mi alma.

Las palabras de Juan era sincera, sus ojos se iluminaban conforme las estaba diciendo y eran palabras que salían no de la boca, si no del corazón. Me emocioné terriblemente con las palabras que oía pronunciar a mi hijo, no tenía en ese momento ningún argumento que pudiera rebatir lo que el con una naturalidad inusitada me estaba diciendo; no tenía el argumento preciso o no quería tenerlo. En el fondo, yo también sentía lo mismo, deseaba y quería lo mismo que él pero algo dentro de mi me impedía reconocerlo abiertamente.

Terminamos de tomarnos la cerveza, ya era hora de volver a casa, se hacía tarde. Intenté concluir aquella conversación, más bien aquel monólogo, dicendo algo así como que estaba confundida, que no sabía, que tenía que reflexionar, que pensar; supongo que fue una ristra de excusas y pretextos que ni yo misma me los creía, pero eso fue lo que le dije.

Llegamos al portal y empezamos a subir las escalera, vivimos en una tercera planta. Pasada la primera, la luz de la escalera se apagó. Juan iba subiendo delante de mí, yo esperaba que llegara al rellano y pulsara para dar de nuevo la luz. No lo hizo, se dió la vuelta y diciendome “mamá”, bajo el peldaño de escalera que nos separaba y me dió un beso en la boca. No era una beso de cariño, labio contra labio, si no un beso de un hombre a una mujer. No se lo negué, mi boca se abrió dejando entrar su lengua, nuestras salivas se mezclaron. Fue un beso apasionado, a oscuras.

Estaba avergonzada, me sentía realmente excitada por el beso, indudablemente, pero tenía mucha vergüenza. Acaba de dar un beso en la boca a mi hijo, pero no cualquier beso, un beso de verdad, de amor. Le dije que lo mejor era subir a casa, entramos y mi madre ya estaba allí. Cuando nos vio entrar a los dos juntos, preguntó que como era que veniamos juntos, lo dijo con alegría, antes de que yo pudiera contestar, Juan se adelantó para decir que nos habiamos encontrado en el portal. Fui a mi habitación a cambiarme, a diferencia de otras veces mi hijo entro en el dormitorio me volvió a besar, o lo mejor sería decir que volvimos a morrear porque yo tampoco me estaba quieta y participaba de una manera activa

•    necesito tenerte, mamá

•    no sean loco, por favor

•    estoy loco, sí, pero por ti

Era todo raro, mi hijo y yo besándonos en nuestra habitación, mostrando nuestro amor y mi madre fuera, en la sala. Todo era surrealista pero muy excitante. Aquella noche mi madre no se quedó mucho tiempo con nosotros viendo la televisión, dijo que estaba cansada y se iba a acostar. Yo no queria quedarme sola con mi hijo, intuía “el peligro”, la dije que se quedara un rato más, pero ella insistió en irse a acostar. Nos quedamos solos Juan y yo, sentados en el sofá. Mi hijo me dio un beso que yo devolví, naturalmente, pero pendiente de la puerta de la habitacion donde se encontraba mi madre. Esta nerviosa, excitantemente nerviosa.

•    no, Juan, aquí no, la abuela puede salir

•    ella nunca sale, mamá

•    aquí no

•    pues vamonos a la habitación

Le dije que esperase, el me hizo caso a medias me tocaba con disimulo pero abiertamente mis tetas, mis piernas, intentaba llegar más arriba. Veía su entrepierna hinchada y ahora sí, ahora la deseaba con todo mi ser. Cuando calculé que mi madre podía estar dormida, acepté un beso en la boca que terminó por romper cualquier resquicio de negativa que pudiera quedarme. Le toque yo también, acaricié su polla en una erección flagrante. El me besaba con mas deseo, mordía mi labio, estaba que iba a estallar. Nos fuimos entonces a nuestra habitacion, sabiendo lo que iba a pasar, deseando que pasase.

Nos fuimos hacia la habitación, al cerrar la puerta de nuevo nuestras bocas se abrieron para besarnos ya sin falsas vergüenzas ni complejos. Mi hijo es más alto que yo, y al juntarse nuestros cuerpos notaba claramente su miembro haciendo presión contra mí. Yo estaba que no podía mas, sabiendo lo que iba a acontecer solo le hice dos advertencias:

•    no podemos hacer mucho ruido

•    no te preocupes la abuela duerme con un lirón

•    por favor no te corras dentro, no tomo nada

•    me lo imagino

A partir de ahí, todo fue muy rápido, nos desnudamos mutuamente pero con celeridad, con prisas. Nos tumbamos en la cama y Juan comenzo a lamer cada milimetro de mi piel, yo deseaba tocarle, coger su polla y poder tenerla, pero el me lo impedía. Se bajo, abrió mis piernas y comenzo a lamer mi coño despacio, sabiamente -quién le había enseñado a hacer eso? Con quién había aprendido?-. Llegado un punto me daban igual mis preguntas, necesitaba su polla dentro, necesitaba sentirme llena de él, por completo.

Como si me hubiese adivinado el pensamiento, introdujo su palo tenso en mí, el gusto que sentí fue indescriptible, se empezó a mover mientras me entregaba su lengua que yo chupaba como si fuese su polla, igual. Estuvo cabalgandome durante un rato, haciendo que me corriera en diversas ocasiones, cada vez mejor que la anterior. Me decía que le gustaba mucho, me preguntaba si me gustaba a mí, me decía que era feliz follandome, yo le pedía más, necesitaba más aunque ya habia tenido bastante.

Cuando sus movimientos se hicieron mas violentos, sintoma inequivoco de su proximo climax, le recorde que no podia correrse dentro, el sacó su polla y termino en una paja que me hizo disfrutar tanto como cuando la tenia adentro de mi. Se corrio copiosamente llenandome el cuerpo de su leche, caliente, gratificante, sedante para mí.

Fue nuestro primer polvo, los recuerdos ahora que os lo cuento afloran a mi mente y mis ojos se llenan de lágrimas. Desde entonces, soy la mujer mas feliz del mundo. Espero poder seguir contando proximamente mas cosas de mi hijo y yo, si quereis