Hechos 1

Historia de mi relacion incestuosa con mi hijo y algunos recuerdos

Me llamo Teresa, aunque mis familiares, amigos y allegados me llaman Tere, acabo de cumplir 49 años. No soy muy alta esa es la verdad, pero tampoco un retaquito, como se dice por mi tierra, de donde provengo, en Andalucía. Actualmente vivo en Barcelona los acontecimientos que quiero contaros, verídicos en su totalidad, me llevaron hasta aquí y me siento muy feliz viviendo en esta ciudad. Mis pechos son grandes, llamativamente grandes, y muy sensibles. Para que os hagais una idea cuando alguien sabe trabajarmelos, mis pezones se erectan de tal manera que sobresalen considerablemente, sin decir el placer que me supone eso. Mis ojos son azules, tengo el pelo castaño, corto. Llevo gafas.

Soy madre soltera desde hace 28 años. De eso precisamente quiero hablar aquí. De la relación con mi hijo. Durante mucho tiempo, mucho, he leido los relatos que han ido publicando mujeres valientes, en los que contaban su relación incestuosa. En alguna que otra ocasión he estado a punto de sentarme y contar yo también mi verdad. Por unas cosas o por otras nunca lo he hecho, hasta hoy. Por qué ahora?. En los últimos días he venido leyendo historias que me han animado. Son historias con las que me he sentido plenamente identificada y he creido que ha llegado el momento de sacar a la luz mis demonios y como alguna autora decía “hacer un ejercicio de expiación”, que el mundo conozca mi historia y que queda escrita.

No busco consejos, ni opiniones, sobre si lo que estoy haciendo está bien o está mal. Si me gustaría poder intercambiar comentarios con mujeres que hayan sentido, sientan o se identifiquen con lo que voy a explicar, con lo que he experimentado. Creo que es importante que entre nosotras, las que vivimos situaciones incestuosas, o las que han fantaseado con ellas, nos intercomuniquemos no para sentirnos mejor si no para tener alguna confidente con quien poder hablar de estos temas con libertad y sabiendo que vas a ser entendida y vas a entender lo que te digan. En este sentido, también en más de una ocasión he estado a punto de contactar con alguna de las escritoras que han escrito tus relatos, pero un toque de timidez por un lado y el no saber si iba a ser correspondida, o que tras el apodo de autor no se encontrara una mujer real, tengo que decirlo abiertamente, me cortaban a la hora de enviar algun tipo de contacto. Yo espero de todas formas que las que os sintais indentificadas conmigo, os pongais en comunicación.

Antes de comenzar a contar mi relato, quiero tambien hacer una pequeña advertencia: no creo que los hechos que me han acontecido y que voy a pasar a contar con realismo y verdad no den para más de cuatro o cinco entregas, suficientes creo yo para explicar la historia.

Como ya he dicho antes, nacía en una provincia de Andalucía, en un pueblo mediano, que no voy a situar. Era hija única de un matrimonio que trabajaba en el campo y que tenía algunos animales para  consumo domestico, fundamentalmente. Mi infancia fue la normal en una niña que se sentía querida por su entorno. En el plano sexual, propiamente dicho, creo que en los pueblos los niños se desarrollan antes, por así decirlo. El estar en contacto de una manera mas directa con los animales, ver sus epocas de celo, como se aparean, como paren, hace que entres en contacto antes con el sexo que los niños de ciudad. Por lo tanto, y de igual forma, te planteas mucho antes tu propia sexualidad y la curiosidad resulta mas temprana.

En mi adolescencia estuve saliendo con varios chicos del pueblo, nada serio. Los típicos rollitos, como se dice hoy en día. Aprendí con ellos a besar, cosa que me gusta mucho, e inicié mis primeros tocamientos. Al caer la tarde solíamos irnos a una zona retirada del pueblo, cerca del cementerio, para magrearnos a gusto: era más calentón que otra cosa, pero por aquel entonces nos valía. La cosa solía terminar en una paja mutua y con uno de ellos me inicié en el noble arte de la mamada, que al principio me resultaba repulsiva pero que con la experiencia y el hábito me resultó muy satisfactoria. Hoy por hoy disfruto muchísimo proporcionando placer oral, tengo que decirlo.

Tenía un grupo de amigas, con una de ellas el grado de confianza era especial. Nos queríamos mucho. Y fue con ella con quien tuve mi primera experiencia lésbica, se puede decir que casi inocente hechando la mirada atrás. Soliamos encerrarnos en su cuarto o en el mío a contarnos nuestros respectivos avances con el chico de turno, también a escuchar música o a probarnos ropa o pinturas de ojos y labios.

En una de esas ocasiones Merche, que así se llamaba mi amiga, me comentó muy seria que cuando estaba con su noviete de esa temporada, no sentía nada. Me quería decir que el la besaba, la tocaba pero no sentía nada especialmente y eso la tenía preocupada. Me dijo también que el chico en cuestión no le gustaba mucho, pero que tampoco le gustaba ningun otro. Yo le dije que posiblemente todavía no había encontrado al chico ideal y que lo que tenía que hacer era dejar al muchacho con el que estaba saliendo si no le llenaba lo suficiente. Merche se quedo pensando y me dijo:

•    y si resulta que no me gustan los chicos?

•    pero qué dices -le dije totalmente sorprendia por su comentario-

•    que a lo mejor el problema es que no me gustan los chicos, que prefiero otra cosa

•    a las chicas? -le volvi a preguntar, totalmente alucinada-

•    si, me gusta mucho una chica

•    y quién es?

•    Tú

Merche se acercó a mí y me dio un beso en la boca, fue un apretar de labios más bien. Yo no salía de mi asombro, no esperaba la confesión y la reacción de mi amiga Merche.

•    te parece mal? -me dijo poniendo carita-

•    no se qué decirte, yo no sé...

Volvió a acercar su boca a la mía, en esta ocasión noté su lengua en mis labios, los abrí y dejé pasar su lengua que se entrelazaba con la mía. No me disgustaba el beso de Merche, aunque en un primer momento me hubiera sorprendido. Es más, estaba disfrutando del beso de mi amiga que no solo se conformaba con meterme su lengua en la boca, si no que empezaba a tocar mis pechos, a acariciarlos y estaba consiguiendo que empezara a excitarme. Ella lo notó y cuando dejó libre mi boca, su lengua se fue a mi oreja por donde pasaba su lengua en circulos o mordisqueaba mi lóbulo. Yo no hacía nada, me dejaba hacer. Su mano dejó de tocar mi pecho y bajó hasta introducirse por debajo de mi falda, llegando a mis bragas. Sentía placer en lo que Merche me hacía. Ninguno de los chicos con los que había estado hasta ahora habían conseguido que sintiese lo que sentía en ese preciso momento. No estaba asustada por la nueva situación, estaba expectante, deseosa de caricias, con necesidad de seguir siendo manoseada por mi amiga que veía como disfrutaba tambien con esa situación.

Yo seguía quieta, impávida, dejándome hacer a Merche que ya tenía su mano por dentro de mi braga y metía su dedo en el interior de mi raja.

•    tócame tu también -me dijo con voz excitada-

Empecé a tocarla, volvíamos a besarnos, mi mano notó su sexo húmedo, cuando mis dedos urgaron su clítoris Merche comenzó a suspirar, a dar muestras del goce que yo la estaba proporcionando. Estabamos al principio sentadas en la cama, pero terminamos tumbadas, vestidas y restregandonos los coños con nuestras respectivas manos. Nos corrimos casi a la vez, la primera que llegó al éxtasis fui yo, pero no cejé en mi maniobra. Merche tuvo el orgasmo que se merecía un poquito más tarde.

Después de nuestro encuentro hablamos más tranquilamente. Me confesó que estaba enamorada de mi, según ella desde hacía tiempo. Yo le dije que no sentía lo mismo. Me había gustado lo que me había hecho, pero no sentía amor hacia ella. Aún así y en unas cuantas ocasiones más, tres o cuatro, en los siguientes meses, volvimos a encontrarnos. Buscabamos el momento mas adecuado, normalmente en la casa de Merche, cuando estaba sola. Nos encerrabamos en su cuarto y nos entregabamos la una a la otra. Lo de Merche era amor, lo mío satisfacción sexual.

Merche terminó por irse del pueblo, se fue a Madrid, donde encontró trabajo y conoció a un hombre con el que se casó y tuvo varios hijos. No sé nada de ella desde hace tiempo. La quiero mucho como amiga y en algunos momentos de mi vida la he echado de menos. (si por los azares de la vida llegaras a leer esto, Merche, que sepas que te quiero mucho).

Cuando tenía 18 años conocí a Miguel, el padre de mi hijo. Se iban a hacer unas obras de canalización creo o, bueno, poner unas tuberias de abastecimiento para el pueblo. El caso es que  aunque se contrató a mucha gente del pueblo mismo -cosa que vino bien para dar trabajo- algunos de los trabajadores de la obra eran de la propia empresa, que venían de Granada. A Miguel le había visto alguna que otra vez cuando pasaba por donde estaban las obras, pero se me acercó en el baile. Me sacó a bailar cuando pusieron “lo lento”, asi nos conocimos.

Miguel era un chico alto, moreno, muy moreno, fuerte, tenía 26 años. Me gustó desde el primer momento. Era muy atento en su trato conmigo y muy cortés, empezamos a salir y con él perdí mi virginidad solo un mes después de conocernos. Fue en su coche, a la salida del pueblo, en pleno campo. No disfruté mucho aquella primera vez, para decir la verdad casi ni me enteré, pero quise satisfacer a “mi novio”. Es cierto también que las veces siguientes fueron muy buenas y rara vez acababamos sin que me hubiera corrido. Miguel sabía darme gusto con la lengua -por cierto, nada que ver con Merche que era una auténtica experta- y me llevaba al extasis de esa forma en innumerables ocasiones. Solíamos hacerlo, como digo, en su coche que no era nada confortable, pero era lo que había. Miguel se alojaba en una casa particular, propiedad de un pariente lejano de mi madre y era cosa de que yo fuera por allí y me metiera con el en su habitación.

Nuestra unión parecía sólida, formal, como se decía, y le presenté a mis padres que lo acogieron de buen agrado. Desde ese momento Miguel iba a buscarme o me dejaba en casa y comía o cenaba de forma continua. A veces mis padres se iban a la cama por las noches y aprovechabamos que nos quedabamos solos en el salón, y que mis padres dormían en el piso superior, para magrearnos de lo lindo o con mucho cuidado hacerle una paja o mamarle la polla. Miguel tenía un instrumento nada despreciable y a mi me gustaba mucho.

No utilizábamos ningun método anticonceptivo, solo la marcha atrás y el embarazo llegó por un descuido. Sé perfectamente el día que me quedé embarazada y lo sé porque fue un día que estabamos follando en su coche y yo estaba sintiendo tanto placer, que estaba a punto de correrme cuando Miguel me avisó que se iba a salir para descargar, pero yo le agarré y le supliqué que no la sacara, que se corriera dentro, “aunque me preñes”, creo que le dije, o algo por el estilo.

Sinceramente en aquel momento no me importaba quedarme embarazada iba a cumplir 20 años, estaba enamorada de mi chico y en ese momento todas mis entrañas se abrían esperando un orgasmo brutal, que llegó, efectivamente, pero no solo. La noticia del embarazo no cayó bien ni a Miguel, ni a mis padres. Mi padre, hombre serio y uraño a veces, me llamó de todo, me dijo lo que quiso. Mi madre, más comprensiva, me echó una moralina en su papel de madre, pero me apoyó en todo a partir de ese momento. Respecto a Miguel, simplemente desapareció. Tampoco quiero hablar más de él. Cuando estuvo que estar se fue, y casi mejor.

Tuve a mi hijo con casi 21 años, al que llamé Juan Miguel, tal vez esperando que algún día su padre diera señales de vida, viniera a buscarnos para llevarnos con él donde quiera que estuviera o yo qué sé por qué razon. Con la llegada de mi hijo mi vida cambió radicalmente. Mi padre a penas me hablaba, mi madre hacía lo que podía pero aún así no era suficiente. Me volqué en mi hijo en cuerpo y alma.

Siempre he sido una mujer de fuerte temperamento sexual, creo que más o menos lo vengo explicando aquí. Desde que Miguel desapareció no había tenido ningun tipo de desahogo sexual con nadie. Era joven, empezaba a ser mujer en el sentido más amplio del término. Algunas veces mientras amamantaba a mi hijo, con las succiones que el crío daba a mis pezones para extraer la leche, me excitaba de tal manera que una vez concluida la lactancia y dejado al niño en su cuna, me masturbaba para calmar el deseo que tenía.

Por circunstancias de la vida, no tenía a un hombre a mi lado pero mi cuerpo me pedía cosas que yo no podía ofrecerle, que nadie me podía dar a mi, por eso mismo durante años la masturbación fue la salida a todos los deseos reprimidos.

Normalmente me hacia una paja antes de dormir, no voy a decir que todas las noches, pero sí frecuentemente. He leído a alguien relatar la sensación que tuvo cuando escuchó vio a sus padres follar una noche. Yo no llegué a ese extemo, pero me calentaba con los gemidos de mi madre, con el traqueteo de la cama. Me ayudaban mientras mi dedo acaribia mi clítoris y buscaba mi placer solitario.

Conseguí trabajo en la Farmacia del pueblo como dependiente, ayudando al farmaceútico un señor mayor y muy amable, al igual que su mujer. Tenía cierta dependencia económica pero seguiamos viviendo en la casa familiar mi hijo y yo, estabamos bien. Cuando Juan Miguel, al que yo llamo Juan a secas, tenía unos 10 años, mi padre murió de un infarto. Estaba trabajando en el campo, arreglando unos olivos. Nuestra situación no era economicamente mala, pero aconsejados por un tío mío, hermano de mi madre, nos trasladamos a vivir a Barcelona, después de liquidar la casa, las tierras y los animales. Mi tío había conseguido un trabajo a mi madre en una Empresa Textil de la zona, en el comedor de la fábrica, como cocinera. Nos fuimos los tres a Barcelona, dejando el pueblo al que luego hemos vuelto en contadas ocasiones con el consiguiente disgusto de mi madre que le gustaría pasar temporadas más largas allí.

Mi experiencia como empleada de farmacia, y una carta de recomendación que me dio mi antigüo jefe, facilitaron las cosas para conseguir un empleo en Barcelona, por supuesto, en otra Farmacia, donde además de mí trabajaban otras dos chicas más. La titular era una señora de pelo rubio y muy bien plantada, buena gente.

Mi madre, mi hijo y yo, después de un tiempo viviendo en casa de mi tío, alquilamos un piso. Un pequeño piso en el extrarradio, con dos habitaciones, salón, cocina y cuarto de baño y una terraza chiquitita. Mi madre echaba de menos su amplia casa, pero se adaptó, igual que los demás, a la vivienda nueva. La vida comenzaba de nuevo para los tres. El que más pronto se adaptó al nuevo status quo fue Juan, por la edad, por los pocos recuerdos, por mil razones.

Durante años vivimos sin mayores sobresaltos. En una habitación de la casa dormía mi madre y la otra la compartiamos Juan y yo, cada uno en su cama con una mesilla que las separaba. Mi hijo iba creciendo a pasos agigantados. A mi me gustaba bañarle, pero ya con trece años se negó en redondo a que lo hiciera. Todo fue porque estando enjabonandole, y mientras se tapaba con las manos la zona genital, supongo que por vergüenza de que viera su vello, su pito se empezó a poner en erección, no fue por nada en especial, la erección digo, si no algo normal a esa edad, supongo. Se sintió avergonzado y no me dejó más que lo bañara.

A pesar de taparse la zona, y en plena extensión, me había dado tiempo a ver su pilila, que para decir verdad era una señora polla que si no totalmente desarrollada le quedaba poco para estarlo. Esa visión me perturbó durante algunos días, pensaba bastante en ello y yo creo que aún sin saberlo alguna de las pajas que me hice por las noches, cuando Juan ya dormía, iban dedicadas o tenían como punto de partida la visión del miembro erecto de mi hijo.

Juan había dado un par de estirones en su desarrollo, con 17 años, a punto de cumplir los 18, era un chico alto, fuerte, deportitas, con un cuerpo fibroso. Era un niño muy cariñoso y atento, tanto con su abuela como conmigo. Jamás nos dio ningún motivo de preocupación, responsable hasta el extremo, tal vez el hecho de no tener ninguna figura paterna de referencia le hacía adquirir mayor madurez que la que le correspondía a su edad.

Limpiando la habitación un día me encontré unas revistas porno guardadas en lo alto del armario, debajo de una maleta. Una de ellas era una revista donde la gente escribía, como aquí, sus experiencias, con tres temas fundamentales: la zoofilia, el lesbianismo y el incesto. Había muchos relatos de incesto en esa revista que mi hijo guardaba como secreto y que tenía varios numeros distintos. Por curiosidad leí algunos de esos relatos y la verdad es que resultaban sumamente excitante, me llegué a poner cachonda con algunos y tuve que hacerme un dedo mientras leía como una madre se follaba a su hijo, o una hija le comía la polla al hermano, o un padre sodomizaba a su hija. Los relatos estaban relatados con crudeza, con palabras soeces que hacían que al leerlas mi excitación, mi calentura, fuera en aumento.

Concluí al ver varios ejemplares de la misma revista que a mi hijo debería interesarle, y mucho, el tema del incesto. Algunas páginas de las revistas tenían manchas caracterísitica, goterones que delataban una corrida masculina sobre ellas. A mi hijo le interesaba el tema del incesto, se ponía cachondo y se hacía una paja leyendo los relatos. Era sorprendente para mí, pero me causaba curiosidad.

El encontrar aquellas revistas, me había hecho caer en la cuenta de que en algunas ocasiones había visto revuelto el cajón donde guardaba mi ropa interior, incluso había hechado a faltar alguna braguita o algun sujetador. Mi ropa interior suele ser blanca, alguna prenda negra, y procuro tener conjuntos completos, debe ser por coquetería femenina. Hasta entonces había pensado, cuando me faltaba alguna braga, por ejemplo, que se había debido caer al patio; pero en ese momento a mi cabeza llegó la idea de que podía ser Juan quien me las hubiese quitado como fetiche de sus pajas.

Desde el descubrimiento casual procuré estar pendiente de los movimientos de mi hijo, no solo en la cama, si no cuando entraba al aseo. Le veía entrar, pero no solía llevar nada en las manos, ninguna revita quiero decir, tal vez las llevara escondidas. Siempre que entraba, para lo que fuera, cerraba con pestillo la puerta, siempre. Había veces que demoraba más su estancia y entonces pensaba que podía estar autosatisfaciendose. El ruido de la cadena anunciaba su salida inmediata. A veces me acercaba con cuidado a la puerta, pegaba mi oido intentado oir algo, no sé, un gemido, un suspiro, algo que me corrobarase la acción masturbatoria. Pero no se oía nada, si acaso el ruido del grifo corriendo agua.

Mis labores de investigación, por llamarlas de alguna manera, culminaron una noche que estando en la cama y habiendo transcurrido algún tiempo desde que nos acostamos, y posiblemente creyendome dormida, empecé a oir con las sábanas se movían. No habia mucha luz en la habitación, pero la suficiente como para darme cuenta de que debajo de las sábanas de la cama de mi hijo, una mano se movia hacia arriba y hacia abajo en un gesto caracterísitico de la paja de un hombre. Esa media visión y algún gemido de gusto que se le escapaba a Juan de cuando en cuando, hicieron que me sintiera caliente y que bajara mi mano hasta acariciar mi coño. Mi hijo Juan y yo, por primera vez, y de forma individual, nos estábamos haciendo una paja al unísono.

Por todos los medios reprimí mi goce, ni un suspiro, ni un gemido, ni un lamento. Al contrario, tenía el oído agudizado para escuchar a mi hijo como acababa su masturbación, casi a la vez que yo, dando un resoplido de placer, para después toser quedamente -siempre me he preguntado por qué los hombres después de correrse suelen toser, por qué?-.

Ese fue el principio del fin, desde aquella noche esperaba a masturbarme cuando lo hacía mi hijo, me gustaba correrme sabiendo que el se estaba corriendo en la cama de al lado, a escasos centímetros. Esa situación me ponía muy cachonda y mis orgasmos eran cada vez mas gratificantes. Cada noche, todas las noches, esperaba el momento. Había noches, claro está, que este no se producía y entonces me sentía un poco decepcionada. Se estaba convirtiendo ese hábito en una costumbre. Notaba que cada vez lo deseaba más, pero cuanto mayor era el deseo que tenía por oir a Juan hacerse su paja, mayor era la necesidad de acercarme a él. Llegué a pensar si no estaría llendo demasiado lejos, era normal que un chico de su edad se masturbara, era normal incluso que lo hiciera yo al no tener otra cosa, pero desear masturbar a mi hijo, desear ver su polla, desear ver como le salía la leche a borbotones no era demasiado normal. Sin embargo, ansiaba hacerlo, verlo, tenerlo.

Todo empezó a cambiar una noche, todo se inició aquella noche, nos habíamos acostado con siempre, había pasado un tiempo en el que Juan creía que me había dormido, como siempre, y empezó con sus movimientos y yo veía esos movimientos y el disfrutaba meándose la polla y yo me calentaba, quizás más que otras noches, viendo como mi niño se pajeaba.

No lo pude evitar o no quise evitarlo, no lo sé. Me levanté con cuidado, en un primer momento el no debió de darse cuenta y seguía a lo suyo, paró cuando me senté en la cama, le dije:

•    que haces, Juan?

El no me contestó, guardaba silencio, tal vez pensando que su silencio seria interpretado por mí como que estaba dormido, me incorporé y llegué hasta su cama, donde me senté

•    que haces, Juan?, repetí

•    nada... no hago nada -pero su voz era temblorosa, como la de alguien que está en pleno delirio sexual, como la de alguien al que le han cortado de golpe el gusto que se estaba proporcionando-

•    te estabas tocando...

•    no

•    si te estabas tocando, lo he visto y te he oido gemir

Hubo un silencio que rompí yo

•    no pasa nada... es normal -puse mi mano sobre la sábana para notar en que condiciones estaba: me topé con un miembro duro y grande, con una polla en total erección, completamente empalmada-

•    déjame

•    no quiero dejarte, quiero ayudarte -le dije-

Juan se incorporó, me miró alucionado como diciendo “pero de qué vas?, te estas cachondeando de mi?”. Con cuidado introduje mi mano por debajo de la sabana y fui al encuentro de su miembro. Lo cogí casi con miedo, habían pasado muchos años sin tocar una polla y ahora estaba tocando la de mi hijo. Empecé a mover mi mano en torno al tallo, Juan se dejó caer de nuevo en la cama, dispuesto a disfrutar del masaje que su madre le estaba dando en su polla. Gemía muy despacio, como con miedo; las sensaciones que yo sentía conforme le hacía la paja a mi hijo son indescriptibles, dificil de explicar, dificil de definir, solo aquellas mujeres, madres, que hayan tenido la ocasión de hacer algo así creo que pueden entenderme. Como un acto reflejo, desde luego nada premeditado, tiré de la sábana dejando a mi vista el miembro de Juan, mientras seguía meneándoselo despacio y mientras él seguía disfrutando de la pajita que le estaba haciendo su mamá. No fue premeditado, lo juro, ni lo pensé, mi boca fue en busca de su polla, me la metí en la boca y empecé a chuparla. Llevaba muchos años sin chupar una polla, pero no había perdido práctica a tenor de los suspiros de mi hijo: el gusto se le escapaba por su boca, el gusto entraba por la mía.

La estuve chupando a la vez que la seguía meneando, con movimientos cada vez más rápidos que generaban en Juan un placer cada vez mayor, le pasaba mis manos por sus cojones que estaban grandes y duros. Así estuvimos un rato, hasta que Juan me avisó:

•    cuidado, mamá, que me corro, que me voy a correr

Me saqué la polla de la boca y aceleré los movimientos de mi mano. Mi hijo empezó a lanzar su leche a golpes, primero uno que llegó hasta mi cara, después otro que cayó sobre el camisón a la altura de mi pecho, y un tercero que quedó prendido en la cabeza de su miembro.

Había masturbado a mi hijo, le había chupado la polla, me había puesto perdida con su leche y era feliz. Fue el comienzo de todo entre él y yo. Si queréis, si me dais vuestra aprobación, seguiré contando como fue a partir de ese momento