Hechizo de amor

...ella apreso la lengua de él entre sus labios y succionó de ella, y Fugaz se dobló de gusto en medio de un gemido agudo y sus caderas empezaron a moverse solas.

-Buenavista, venga, que una cosa es quedarse el último, y otra que más que avanzar, pareces un puto cangrejo, que vas para atrás... ¡Fontalta, cuando llegues a Lima, escribe! ¡He dicho que paso re-la-ja-do! ¡Esto es carrera de fondo, no sprint! ¡Nos interesa aguantar! - Voceaba el capitán Bruno, a quien a veces, llamaban el Rubio. Se suponía que aquella “salida de entrenamiento al aire libre” era parte de su perfecto plan, pero a juicio del sargento Buenavista y el cabo Fontalta, se lo tomaba demasiado en serio. El único que no estaba al tanto de aquél “perfecto plan”, era Fugaz, el único soltero de entre el modestísimo cuerpo de policía del pueblecito, y cuyo capitán había decidido ennoviarle, visto, como el capitán decía que al chico “le hacía falta un Polvo, como el comer”. Pero no un polvo de estos que dices “me he desahogado”, no, no. Un Polvo con mayúsculas, de esos de dejarle las piernas tres días temblando.

Bruno sabía de sobra que a Arcadio Fugaz estaba tontito perdido por Aurora, la chica que regentaba el chiringuito de playa, a quien solían llamar Aura, y que todos los días les llevaba bocadillos para el almuerzo, de modo que se decidió a emparejarlos. Buenavista y Fontalta estaban conformes con que Fugaz pegase un colchonazo, pero eso de juntarlo de forma seria con Aura, no les terminaba de parecer bien...

-Capitán, es que con Aura... - había dicho Fontalta cuando Bruno propuso su plan.

-¿Qué pasa con ella? Es soltera y también le hace tilín, basta con ver cómo le trata, y cómo le vacila. Sabe que Fugaz come el pan de su mano, y se aprovecha, a ver si se lanza. Sabe que si se lanza ella, perderá la ventaja, las mujeres son muy listas....

-Esa, más que ninguna. - apostilló Buenavista. Bruno se quedó mirando a sus dos hombres. Los dos parecían saber más de lo que decían, pero no estar dispuestos a largar. Como superior, no podía consentirlo.

-¿Puedo saber qué leches pasa con ella?

-Pues que... - empezó Fontalta, pero Buenavista le chistó.

-¡No lo digas! - ordenó - da mal fario decirlo, y más dentro de una casa.

-Ay, Dios mío... - suspiró Bruno, que ya sabía por dónde iba la cosa. Había oído rumores, cosa normal en un pueblo, pero no había pensado que sus propios hombres dieran crédito a semejante gilipollada. - ¿Es por que se dice que si es una bruja...?

Buenavista se santiguó muy deprisa.

-No es que lo digan, Rubio, es que lo es. ¡Tiene un gato negro, lee las cartas!

-Oh, vamos, y ahora resulta que tener un gato negro, te convierte en brujo. ¿Y si llega a tener un periquito, qué? ¿Sería delineante?

-¿Y las cartas, qué? ¡Yo... un amigo mío dice que la ha visto bailar desnuda en la playa cuando hay luna llena!

-¡Le gusta bañarse desnuda, llamemos a la Inquisición, todos los nudistas son brujos! ¡Y lo de las cartas se llama “lectura en frío”, y hasta Fontalta podría hacerlo!

-¡Pero...!

-¡Que no es una bruja, y no se hable más, joder! ¡He dicho que Fugaz necesita estar con esa chica, y punto! Vosotros dejadme a mí... Nos vamos un día de maniobras al campo, y de allí salen novios.

La “genial idea” del capitán Bruno había consistido en llevarles a todos al campo para entrenar, y pedirle a Aura si podía acompañarles para que comieran allí. Era lunes, ni en la playa ni el chiringuito habría muchos clientes, y ella aceptó encantada. Ahora estaban todos allí, echando carreras, haciendo flexiones, abdominales... Arcadio se sentía un poco  ridículo en pantalón corto y camiseta delante de Aura, quien fingía leer, pero no dejaba de mirarle. A Bruno aquello no le pasó desapercibido, sabía que se gustaban. Aura era una mujer fuerte, era hija de madre soltera y había perdido a su madre siendo adolescente, pero no hubo quien la tuviera en el Hogar Juvenil ni atándola, ella quería trabajar y ser independiente, y se metió a currar como una bestia en el chiringuito. Cuando el anterior dueño se jubiló, viudo y sin hijos, le dejó a ella el puesto. Con eso, haciendo cestos y leyendo las cartas y haciendo otras chorradas, se ganaba la vida y no parecía vivir mal. Sabía que tenía poder sobre Arcadio, pero no le decía lo que sentía por él. Sin duda, una mujer tan fuerte, querría a un compañero al menos, tan fuerte como ella, o qué menos que se atreviese a arrancarse.

Arcadio era bastante opuesto en ése sentido. Su padre había salido de su Galicia natal a la edad de doce años, se casó en Madrid, tuvo tres niños, y Arcadio fue el menor de todos; nació a destiempo y de rebote, bajo de peso, propenso a enfermedades, el típico niño pequeño que lo coge todo. Había sido, con mucho, el más mimadito de los tres hermanos, y aún para sus padres seguía siendo “el chiquitiño”, Bruno lo sabía bien; Heliodoro y Amelia, los padres de Fugaz, que vivían su jubilación en el pueblecito natal del primero, donde estaba destinado su hijo, habían ido a verle en ocasiones, y todo eran besitos y pellizcos en las mejillas y abrígate bien y a ver qué estás comiendo, estás muy delgado, y acuérdate de comer naranjas, que luego te constipas... Arcadio estaba tan acostumbrado que ni le picaba el orgullo que le tratasen como a niño pese a pasar de los treinta. Era indudable que no se lanzaría, necesitaba una ayudita.

-Bueno, muchachos, de momento se acabó el entrenamiento. - dijo por fin Bruno, y sus hombres resoplaron - No está mal, sobre todo Fontalta. Buenavista, te hace falta perder un par de quintales. Fugaz: notable. - el capitán se quedó un momento mirando a Arcadio.

-¿Qué pasa...? - preguntó éste.

-No, nada, estaba mirando... la verdad es que con la camisa puesta, no pareces tan musculoso. - dijo el capitán. Arcadio se miró, intentando encontrar esos mismos músculos, pero no tenía caso buscarlos; sencillamente sólo estaban ahí en sentido anatómico. Dirigió una mirada inquisitiva a su capitán. - Sí, sí, no te hagas el tonto, eres... pura fibra. Ni un gramo de grasa. - Arcadio puso cara de estar pensando que su capitán, no necesitaba gafas, sino directamente un bastón blanco y un perro guía. - Lo que pasa es que no los marcas, mira, ponte así. - Bruno sacó bíceps doblando ambos brazos. No es que fuese ningún sansón, pero se cuidaba, y tenía los brazos duros como piedras. Arcadio le imitó, o lo intentó. - ¡Aura, ¿a que el cabo Fugaz, no aparenta lo que tiene?!

Arcadio se puso como un tomate, y clavó la mirada en la hierba. Aura le miró de arriba abajo, empezó a sonreír, se metió los dedos en la boca y soltó un silbido que hizo que una bandada de pájaros emprendiera el vuelo desde un abeto cercano. Fugaz no sabía ni dónde meterse.

-Ahí lo tienes. - concluyó el capitán. - Otra cosa no será, pero Aura, respecto a hombres, es de lo más sincera. Así que ya lo sabes. Musculoso - Bruno le dio un revés en el hombro, y Arcadio se rascó la nuca, pensativo. Cuando se atrevió a mirar a Aura, ella asintió, dando la razón al Rubio, y él no supo si sentirse halagado, o culpable.

El verano pasado, después de una cantidad no desdeñable de alcohol, él y Aura habían acabado haciendo el amor en la playa, y más tarde, en casa de la joven. Al despertar, Arcadio se había eclipsado discretamente, y éste año, ella no parecía recordar absolutamente nada de eso, ya que no lo había sacado a colación para nada, ni había cambiado su forma de ser con él. Fugaz no sabía si eso lo convertía a él en violador, en un frescales, o simplemente en un cagarrinas, pero sí sabía que Aura le gustaba, le gustaba mucho. Quería repetirlo, quería estar con ella, pero era preciso que le contase lo que había pasado, tenía derecho a saberlo... Lo que no sabía, era cómo decírselo, y le asustaba cómo se lo tomaría ella.

El capitán tomó la cesta de la merienda y empezó a sacar cosas de ella, y junto al queso, el jamón y la cerveza fría, sacó un par de paquetes con una gran sonrisa.

-Mirad lo que os he traído, ¡no diréis que no os cuido! - dijo el Rubio, enseñando un par de tarteras llenas de pinchos morunos caseros, que sacaron sonrisas satisfechas a sus hombres - Tendremos que encender una fogata para asarlos... Aura, mientras yo los preparo, ¿te importaría ir por favor a buscar leña? - La joven asintió y echó a andar. Fugaz quiso dar un paso hacia ella, pero se detuvo, juntos y solos en el bosque, sus compañeros tendrían cachondeíto para todo el viaje de vuelta - Arcadio, ¿no la irás a dejar que venga sola con la leña, verdad? ¡Anda con ella!

Al cabo le faltó tiempo para echar a correr tras ella; ordenándoselo el capitán, nadie podría decir nada en contra. Aura, un par de pasos por delante de Arcadio, sonreía. Fugaz, tras ella, trataba de reunir valor, “Siempre que está en el chiringuito, o en el cuartel, estamos con más gente, y me da palo decírselo, pero ahora estamos solitos... no encontraré mejor ocasión, tengo que atreverme. En-en cuanto nos alejemos un poco, se lo digo. Un poco más, y se lo digo”.

-¡Operación aguilucho, chicos! - susurró el Rubio apenas les vio alejarse; Buenavista y Fontalta sacaron de sus mochilas los prismáticos, el tirachinas y la cuerda, los tres se llegaron a uno de los abetos más altos, Buenavista se apuntaló y Fontalta se le subió a los hombros, para alcanzar las ramas más bajas y auparse, el capitán hizo lo propio, mientras el sargento pensaba que hasta ahí había llegado su columna; una vez sentados en ramas bajas, Fontalta y el capitán tiraron la cuerda, el sargento se la ató a la cintura, y le subieron entre los dos, con no poca dificultad, y comenzaron a trepar como más o menos podían. Fontalta era un mono, Bruno podía, y Buenavista pensaba que sus antepasados tomaron la decisión más juiciosa de la historia el día que bajaron de los árboles.

Diez minutos de esforzados jadeos y tribulaciones vacilantes con el equilibrio más tarde, el capitán, agarrado al tronco con piernas y un brazo, y atado con la cuerda, logró mirar con los prismáticos en la dirección en la que se habían alejado.

-¿Los ves, capitán...? ¿Qué hacen? - preguntó Fontalta, agarrado con una mano al tronco y con la otra a Buenavista, quien abrazaba el tronco con la mirada perdida en el cielo, dispuesto a no mirar hacia abajo bajo ningún concepto, ni tampoco a dar importancia a los crujidos que daba la rama en la que estaba sentado.

-Los veo, sí, ahí están... Ella recoge leña, y Fugaz también. Será idiota, ¿cómo le deja llevarla? ¡Tiene que llevarla él!

-Eso a Aura, no le gustaría, Rubio... - jadeó Buenavista - Detesta que la ayuden, sobre todo cuando se trata de cosas así. Hace bien en dejar que ella lleve... - la rama crujió. - ¡AH!

-¡Buenavista, no te muevas!

-¡Rubio, que nos vamos a matar! - lloriqueó Buenavista, y Fontalta asintió, abrazado al tronco del árbol como a su esposa.

-¡Silencio, coño! ¡Estamos atados, no me seáis caguicas, y dejadme mirar! A ver... Nada, ese panoli no se arranca. La mira, la mira mucho, la vuelve a mirar, pero no dice nada... ¡Espera, espera, que se han quedado mirándose...!

-¡¿Qué hacen, qué hacen?! - preguntó Fontalta, tirando del brazo a su superior.

-...Si no lo veo, no lo creo.

-¿Qué, qué?

-Aura le ha cogido parte de la leña a él.

-Oh, Dios, ese chico es un retrasao - convino Buenavista.

-¿Veis cómo mi idea era buena? - dijo el Capitán - ¡Fontalta, pásame el tirachinas!

-Capitán... ¿estás seguro?

-Cabo, tengo una puntería excepcional, puedes creerme.

-No hablo de eso, digo de lo de que se hagan novios. - Buenavista también asintió.

-¿Otra vez vamos a empezar con esa chorrada de la brujería y la madre que la parió? - El sargento intentó decir algo, pero el Rubio le acalló - ¡Que no es bruja y a callar todos! Dejad que me concentre... - El capitán miró hacia donde estaba la parejita. Sin los prismáticos, podía verlos, parecían el ken y la barbie de su hija (en tamaño. En todo lo demás, no existía el menor parecido), el proyectil llegaría. Cebó el tirachinas con el hueso de aceituna que habían afilado bien, lo tensó, cerró el ojo izquierdo, apuntó...

-¡Ay! - a más de setenta metros de distancia, Aura soltó la leña y se agarró el tobillo, que le sangraba.

-¡Blanco! - sonrió el Rubio - ¡Venga, todos abajo, corriendo, venga, venga!

-¡Aura, ¿qué ha pasado?! - Arcadio soltó de inmediato su carga de leña y se volvió, para ayudarla a levantarse.

-Ay... no sé, ha debido picarme una avispa o algo así... ¡qué daño!

-Estás sangrando... espera, déjame a mí - El cabo se llevó la mano al bolsillo del pantalón y sacó un pequeño estuche con una cruz roja. En él llevaba polvos antisépticos, tiritas de varios tamaños, una venda, esparadrapo, unas tijeritas y un mechero. Echó desinfectante en la herida, que borboteó, sopló para aliviarle el escozor, y la cubrió con una tirita. - Siempre llevo esto encima. De niño, me pasaba más tiempo en el suelo que de pie, así que mi madre me lo regaló para que fuera preparado... Ya está, sólo es un picotazo, se curará enseguida, ¿mejor? - Arcadio levantó la mirada, y lo que vio, le dejó sin habla. Aura tenía estrellitas en los ojos, le miraba como una niña.

-Debe ser la primera vez que alguien cuida de mí, desde que murió mi madre... Eres muy bueno. - le tendió las manos para que la ayudara a levantarse, algo que ella, por regla general, no hubiese hecho jamás. Arcadio se las tomó y la ayudó, y ya de pie, ella se arrimó más a él, cerrando los ojos, alzando la boca...

-Aura, no... - dijo él con voz lastimera, pero sin soltarle las manos.

-Arcadio, ¿por qué te empeñas en estropearlo? - protestó - Llevo mucho tiempo esperando que tomes valor, por que si no eres capaz ni de decirme que te gusto, no creo que te guste lo suficiente... pero cuando me lanzo yo, que encima te hagas el estrecho, ya es el colmo.

-¡No es eso, claro que me gustas! - reconoció él, y notó que sus tripas se hacían un nudo - Pero es que... ¡Aura, yo soy un miserable! ¡No te merezco; te violé!

A Aura se le encogió un músculo de la cara mientras ladeaba la cabeza.

-¿Que tu qué....?

-El año pasado, en la fiesta... tú no lo recuerdas, pero cuando me diste el saltaparapetos ése, yo te besé, y fuimos a la playa, e hicimos el amor. - Arcadio boqueó, se sentía fatal - No debí haberlo hecho, estábamos bebidos, abusé de ti y de tu confianza, yo no... Lo siento. Me gustas mucho, pero creo que no soy el hombre que tú mereces.

-Arcadio... - sonrió la joven. - ¿Era eso lo que te daba tanto miedo? ¡Pero si no pasó nada!

-¿Tú... lo recordabas?

-No, cielo, por que no hay nada que recordar, no pasó NADA. Te di el saltaparapetos, y te caíste redondo. No hicimos el amor, sólo te emborrachaste. Te llevé a mi casa, te metí en mi cama y dormimos juntos, eso fue todo. Cuando no te vi a la mañana siguiente, supuse que te habías encontrado mejor y te habías ido, no le di más importancia, y nunca lo he sacado porque temí que te incomodaría... ¿Soñaste que hacías el amor conmigo? - sonrió ella con picardía.

-Sí - Arcadio parecía casi descorazonado - Entonces, no... ¿No lo hicimos?

-Arcadio, piensa. Cuando te levantaste de mi cama, ¿recuerdas que llevabas los calzoncillos puestos? - Fugaz asintió - Ahí lo tienes. Si hubiéramos hecho el amor, hubieras dormido desnudo, no con ropa interior, ¿no te parece? - El cabo intentó decir algo, cada vez con más cara de de desamparo - Seguro que no se te ocurrió levantar la sábana, ¿a qué no?

-¡Claro que no, yo no haría algo así! - casi se ofendió él.

-¡Pues si lo hubieras hecho, habrías visto que yo tenía puesto el camisón!

-Oh... - Arcadio agachó la cabeza. Por un lado, se sentía muy aliviado al saber que no había hecho nada censurable, pero por otro, su sueño había sido tan agradable, la idea de que lo hubieran hecho pareció tan... bueno, cuando la culpa no le atormentaba, era un recuerdo bonito. “Sí, claro, y volar también es un sueño bonito, ¿cómo pude ser tan imbécil de pensar que de verdad habíamos hecho algo así?”.

-Arcadio... Es cierto que te quedaste groggy, pero a mí no me hubiese importado si tu sueño hubiese sido realidad... ¿fue bueno?

Fugaz levantó la mirada, ¿lo decía en serio?

-Fue... bueno, la verdad, fue un pasote - sonrió. - Aunque ahora me siento mejor, sabiendo que no tengo que arrepentirme de nada, pero me da un poquitín de pena que no fuese verdad.

-Eso se puede arreglar. - Arcadio sintió que su corazón se aceleraba como un pistón; seguía sintiendo timidez, le daba corte, pero sabiendo seguro que ella quería era casi fácil. Se inclinó lentamente, sin poder dejar de sonreír, y la besó. Tenía los labios suaves y tibios, y el chasquido fue tan delicado que apenas lo sintió, pero antes de poder separarse, Aura ya le había agarrado del cuello de la camisa y le besó con ganas. El estómago del joven cabo pareció irse a vivir su vida, desde luego él, no lo sentía. Se dio cuenta que la había abrazado por la cintura, pero no recordaba haberlo hecho, era como si su lengua hubiera copado cualquier otro sentido; notó sus labios aletear entre gemidos, mientras su lengua y la de ella jugaban alegremente, entrando y saliendo de la boca del otro, acariciándose y dándose golpecitos. De pronto, ella apreso la lengua de él entre sus labios y succionó de ella, y Fugaz se dobló de gusto en medio de un gemido agudo y sus caderas empezaron a moverse solas.

-Haah... espera, espera... - rogó el policía, sintiendo su pantalón tenso sobre su erección. - ¿Te enfadas si no lo hacemos ahora? ¿Por favor? - Aura le miró con carita de pena - Es que se extrañarán si tardamos mucho, y... y no quiero que sea un rápido. Me gustaría dedicarte tiempo y darte placer, me gustaría mucho. - Arcadio sintió que sus mejillas quemaban, pero había logrado decirlo. Aura le sonrió, y le besó los labios una vez más.

-Conforme. Esta tarde, cuando volvamos, di que quieres ayudarme a llevar la cesta hasta mi casa, porque con el tobillo herido, no me apaño bien, y allí seré tuya, ¿hace?

-Súper. - Arcadio hizo ademán de ir a recoger la leña, pero se quedó mirando a Aura, y sin poder contenerse, la tomó de las mejillas y la volvió a besar, un beso largo, sintiendo cómo las manos de la joven le acariciaban la espalda y bajaban, bajaban, bajaban... “contente, Arcadio, que como vuelvas y estés presentando armas, va a haber cachondeíto para un mes...”, pensó, pero no paró, ¡sabía demasiado bien para detenerse! Tenía unas ganas tremebundas de abrirse la bragueta y que lo hicieran allí mismo “No, no es cierto, eso sería follarla, y tú quieres hacerle el amor... no estropees algo tan bonito, ¡estáis enamorados! Sé paciente, sólo es hasta esta tarde”, se dijo, y con todo el dolor de su corazón y, admitámoslo, también de sus testículos, pero logró refrenarse.

Aura gimió, haciéndole mimos y poniendo pucheros, era indudable que tenía tantas ganas como él y a ella le importaba dos pimientos hacerlo ahí mismo, pero él tenía que ser fuerte por los dos, sería mucho mejor, más cómodo y romántico hacerlo en su casa, en su cama, que no en mitad del campo como dos conejos. Logró reunir voluntad y separarse de ella, recogieron la leña y regresaron al campamento con los demás.

“Eres fuerte” se dijo Aura, ya con los otros, mientras comían brochetas de pinchos morunos, bocadillos y huevos duros y el bizcocho del postre. “Pensé que podría hacerte sucumbir, pero eres fuerte. El sortilegio lleva un año macerándose en tu cuerpo, y tu culpabilidad le ha dado fuerza, pero será tu propia voluntad la que lo haga excepcional. Cuando esta tarde lo recupere, será capaz de generar una energía increíblemente poderosa”.


-¿Qué os había dicho yo? - susurró el Rubio por un lado de la boca, diciendo adiós con la mano, mientras Arcadio y la chica se dirigían a la casa de ésta, él cargando con la cesta de merienda y ella fingiendo que cojeaba un poco - “De aquí salen novios”, ¿qué, tenía razón, o no?

-Lo que tú digas, Rubio. - “pero yo sigo pensando que es una bruja” pensó Buenavista “Si Arcadio mañana aparece sin sangre, veremos quién se la carga”.

Al propio Arcadio no parecía preocuparle gran cosa esa posibilidad, ni pensaba en ella. Sólo era capaz de pensar “lo vamos a hacer, lo vamos a hacer”, y unos agradables nervios le daban vueltas en la barriga. Aura y él no dejaban de mirarse y sonreírse nerviosamente, y por fin llegaron a la casita de ella. Se trataba de una vieja construcción con el encalado medio caído, de un solo piso y contraventanas de metal verde, encerrada en un jardincito sin valla. Sócrates, el gato tuerto de la joven, los miraba desde el tejado, donde le gustaba ponerse, y maulló suavemente como saludo. Aura le tiró un beso al gato y empujó la puerta, que estaba sin cerrar. Ella jamás cerraba la puerta, ahora que lo pensaba; Buenavista decía que era porque no habría nadie tan loco de intentar robar ni hacer daño a una mujer como ella.

-Siéntete como en tu casa - sonrió la joven, y Arcadio se dirigió a la cocina, a dejar allí la cesta. La casita estaba mucho mejor por dentro que por fuera; la cocina era toda de madera, llena de alacenas y pequeños estantes plagados de botecitos, y daba directamente al salón, la estancia principal de la casa, de la que salía un pasillo lateral que conducía a la alcoba. Arcadio lo sabía porque, antes de ser de ella, aquélla casa había pertenecido a otra mujer, una señora muy anciana a la que sus padres visitaban siendo él niño, y a la que él llamaba “abuela”, aunque no lo fuera de verdad. Aquélla mujer le daba una bebida caliente muy rica y le enseñó a dibujar. Era una especie de herboristera, las mujeres la consultaban muy a menudo y, antes de que estuviera el centro de salud, solía atender en los partos.

Aura, en mitad del pasillo que daba al baño (única habitación que tenía puerta) y a la alcoba, le miraba con una sonrisa ligeramente impaciente, y Arcadio se acercó, sintiendo que se le escapaba la risa, y el bordoneo nervioso de las tripas se le reflejaba más abajo. Al llegar a su altura, Aura, le tomó de las solapas de la camisa caqui de manga corta y las acarició, y él la tomó de la cintura, sintiendo el calor de su piel bajo la blusa holgada. Aura se mordió el labio inferior y le besó, y el joven cabo la apretó contra él, sintiendo a la vez deseo, felicidad y una extraña sensación de alivio, al pensar que, cuando recordase aquéllo, sería por completo agradable.

-Eres mío. - musitó Aura, y el cabo la miró. Tenía los ojos verdes, completamente verdes. Sí, verdes del todo, sin nada de blanco, y entonces recordó que era así exactamente como él la había visto en su sueño, pero no tuvo tiempo de preguntarse si estaría soñando de nuevo, porque notó algo muy extraño. Era como si Aura estuviese en dos sitios al mismo tiempo, entre sus brazos pero también dentro de su cuerpo, como si buscase algo, como si le registrase... La notó con toda claridad, dentro de su corazón, de su cerebro y más allá todavía. Dentro de su propia esencia como persona, y, metafóricamente, era como si ella estuviera volcando los cajones y levantando el colchón y mirando bajo los cojines de los sillones que componían la habitación interior de Arcadio. No era doloroso, ni molesto, pero sí... inadecuado.

-No creo que debas hacer eso... - susurró, confuso. Y Arcadio no supo cómo lo hizo, pero cerró su propia puerta interior, para que no siguiese fisgando. La pega, es que ella seguía dentro de esa habitación.

-¿Qué ha...? - intentó decir ella, pero el cabo sonrió y la besó nuevamente, con ternura, y entonces ocurrió algo más extraño aún. Arcadio tuvo que gemir de gusto y de sorpresa, porque le pareció... tuvo la sensación de que tenía dos lenguas en lugar de una sola, lo sintió con tal verismo, que tuvo que separar su boca de la de Aura y lamerse los labios, mover la lengua... no, no, tenía una sola, qué tontería. Pero la joven también se relamió, porque había sentido lo mismo. Ella misma le besó de nuevo, y entonces supo qué sucedía. Arcadio puso los ojos en blanco e intentó contenerse, porque era tan agradable, que le parecía que se podía dejar ir ahí mismo, ¡no sólo sentía el placer de su propia lengua, sino también el placer que sentía ella! Probó a abrazarla de las nalgas, y no pudo reprimir un gemido y un escalofrío de placer que acabó en una risa traviesa, porque de nuevo, no sólo sentía el tacto en sus manos de las nalgas blanditas y tibias de ella, sino que sintió como si a él lo agarrasen del culo exactamente igual.

“¿Qué está pasando?” Se aterró Aura “¡No debería suceder así!”. La joven bruja sabía que era diestra en ese tipo de artes, había actuado con la confianza que le daba esa seguridad, pero Arcadio no sólo le había puesto una barrera, sino que la había encerrado dentro de ella. Al continuar en su mente, él podía notar parte de sus sensaciones; gracias que no podía leerle el pensamiento, pero sí podía sentir... y ella también, podía sentir la intensa emoción que embargaba al cabo, cuando la tomó de las nalgas casi le salió el corazón del pecho, y... oh, Dios mío... Ese tirón que sentía, como si le tirasen de la piel... agh... ¿así era una erección?

-A... Arcadio, vidita.... yo no... - intentó protestar Aura, pero Fugaz no sólo estaba ya embalado y abrumado por sentir dos placeres al mismo tiempo, sino que se sentía mucho más seguro, y ya no estaba dispuesto a parar. Sonriendo, negó con la cabeza y tomó en brazos a la joven.

-No tengas miedo, cariño, ni timidez... - susurró, dejándola en la cama y tendiéndose a su lado, abrazándola con mil manos, por más que ella intentaba retirárselas. - Seré delicado, te daré ternura, no te preocupes... - la besó en la cara, y gimió a cada beso, Dios, sentía la tibieza de su rostro y al mismo tiempo, la dulce caricia de sus labios en su propia piel, ¿cómo era posible? Arcadio no lo sabía, pero se encontraba en tal estado, que no le preocupaba, sólo era capaz de extasiarse en la sensación.

“No, no... asi no, así no.... ¡Estoy dentro, no podré contenerme, para ya!” pensaba Aura, sintiendo que cada beso le robaba un poco de razón, y no era para menos. Sentía en su bajo vientre un hormigueo cosquilleante que pedía ser saciado, un ardor terrible, un ariete hambriento. Como bruja, ella había tomado mentes de animales en préstamo en alguna ocasión; se había introducido en el espíritu de su gato, había recorrido la noche bajo la piel del mismo, trotado por el bosque con el aspecto de un lobo, surcado los cielos en las plumas del halcón y hasta recorrido el lecho marino adhiriéndose a las rocas con las ventosas de un pulpo, pero en esas ocasiones, era siempre ella quien tenía el mando y controlaba el cuerpo, no le sucedía que una pequeña parte de su mente estuviera encerrada en la del portador, y desde luego, jamás había experimentado el sexo de esa manera, ni lo había sentido en sí misma y en el portador, ni desde luego, había tenido nunca el privilegio de saber qué se sentía teniendo una erección.

En un primer momento, le había parecido algo grosero y asqueroso, una parte del cuerpo que pensaba sin uno, que se movía solo como un tentáculo, como la cola de la lagartija que aún arrancada, se mueve sola... ahora, le parecía... caliente. Sobre todo, calor, eso era lo que sentía, un tremendo calor en su bajo vientre, una especie de grito poderoso que surgía de lo más hondo de sus entrañas y exigía que se le prestase atención, era imposible ignorarlo, “¡DAME! ¡DAME! ¡DAME!”, parecía gritar. Mientras Arcadio le besaba el cuello y los hombros y le bajaba la blusa para descubrirle los pechos, Aura pensó confusamente que no era extraño que los hombres pensasen en sexo con tanta asiduidad; llevaban el Ansia Viva entre las piernas.

-Haaaah.... mmmmh... - Arcadio se derretía, jamás había sentido nada tan agradable. Cuando miró las tetas de pezones rosados de Aura, sintió su propio deseo y una especie de timidez que provenía de ella, y cuando los besó, tuvo que parar e intentar pensar en cucarachas, porque veía que acababa ahí y no podía evitarlo, ¡qué cosquilleo! ¡Qué calambres tan dulces! Tomó aire y besó uno de los pezones, y sintió a la vez cómo éste se ponía erecto entre sus labios, y cómo su propio pezón era aspirado y rozado por su lengua... sabía que aún llevaba la camisa puesta, y sin embargo, notaba su pezón húmedo y calentito, recibiendo los tironcitos que él daba. Sus caderas se movían solas, y Aura daba temblores debajo de él, como si intentase contenerse, pero las cosquillas que le subían del pezón a las orejas, la sensación de su pezón entre sus labios, pese a tener la boca vacía, fueron superiores a toda su resistencia.

“No... no puedo más”, logró pensar antes de poner los ojos en blanco y mover las caderas para frotarse contra Arcadio. Éste ahogó un grito de gusto que acabó en una sonrisa, y ella emitió un sonido muy similar, ¡podía sentir el picor del miembro de Fugaz... el calor, el gustito picante...! Sintió que su cuerpo se empapaba en jugos, y la boca del cabo se abrió en expresión de sorpresa. Él también lo sentía.

-Es... oooh... es como si... es tan caliente y dulcee... es como soltar algo que... ¡es como fundirse! - la besó, con fuerza, metiendo la mano bajo su falda y dando un tirón de sus bragas húmedas. Ambos sintieron un escalofrío de gusto, y la propia Aura le echó mano al cinturón, ya sólo era capaz de pensar en el increíble placer que iba a sentir cuando él se metiese dentro de ella.

-¡AH... haaaaaah.... qué... qué picorcito....! - sólo fue capaz de susurrar la joven, sonrojada y con los ojos en blanco, cuando tocó el pene erecto de su compañero y comenzó a acariciarlo, ¡mmmmh!, era un placer similar al que ella conocía de su cuerpo, y al mismo tiempo, distinto. En su placer, ella podía acariciarse durante horas, pero el de Arcadio era mucho más ardiente; su placer era cálido y pedía con amabilidad, el de Arcadio quemaba y exigía. Se dio cuenta que le gustaba muchísimo, que no podía parar, qué rico, qué rico era... el cabo gemía de placer, apretando la colcha con un puño y el muslo de la joven con la otra. Y entonces, acarició el sexo, desnudo ya, de la joven, y casi gritó más que gemir, y Aura se detuvo un momento, temblando de gusto.

Fugaz acarició la vulva de su compañera como si la rascase, ¡qué mojada estaba! Ay, ay, qué cosquillas... sus caderas se movían solas, las chispas de las cosquillas le daban mordisquitos por las piernas hasta las nalgas, le daban ganas de reír... Metió su dedo corazón entre los labios vaginales y pegó un escalofrío, y no fue el único. A Aura se le abrían y cerraban las piernas en espasmos de placer. Arcadio estaba acostumbrado a, cuando se desahogaba, tirar sin parar, pero allí no era lo mismo, su pene era más como... como un azucarillo, podías morderlo y tragarlo en un instante, pero la rajita de Aura era más como un pastelito, había que comerlo a mordisquitos y saborearlo lentamente. Exploró. Aaah, qué gusto, le parecía que iba a hacerse pis del gustillo que sentía... aquí estaba la entrada... aaah, qué calentita, mmmh, oh, oh, qué bueno... mmmh... pero él sabía que había otro punto, arriba, a la entrada...

-¡Aaaaah....! - tanto el uno como la otra se encogieron de placer cuando Arcadio rozó el clítoris de Aura, ¡qué sensación tan increíble! ¿Así lo sentía una mujer? Qué suavecito y que caliente, qué mojado estaba, ¡qué escalofríos daba tocarlo, no podía parar quieto! Aura le agarró la camisa con una mano, mientras con la otra empezaba a acariciarle de nuevo el miembro; el picor se cebó en su glande, y una sonrisa de ojos en blanco le puso carita de bobo, pero bobo que roza el cielo, y también él acarició con ganas aquél botoncito juguetón. No podían parar, ninguno de los dos podía, se miraron a los ojos, cada uno extasiado en su propio placer y en el de su compañero. Aura quería evitar por todos los medios que él terminara, pero sabía que era imposible... El placer era demasiado intenso para poder controlarse, y sumado al que Arcadio sentía, era insoportable... dulcemente insoportable.

Aura sonrió con abandono mientras el dedo de Arcadio hacía cosquillas en su punto sensible. El cabo se mordió el labio inferior, dando escalofríos. La joven sintió el picor, la sensación de picor en el glande del cabo, ahí.... y su clítoris que parecía gritar “piedad... me rindo...”, y su mano, cerrada en la camisa de Fugaz, le atrajo contra sí, al tiempo que una sacudida de placer la hacía saltar en la cama y olas de cosquillas deliciosas le surgían desde la punta del clítoris y la dejaban satisfecha.... Arcadio tembló, los ojos en blanco, llamó a Dios y sus hombros se encogieron solos, mientras sentía que el placer era excesivo, y un picor abrasador pareció ser rascado de forma maravillosa, justo en su glande, un poderoso chorretón de esperma salió a presión, y la propia Aura pegó un golpe de caderas, gimiendo de gusto y sorpresa, ¡¿así se sentía al eyacular?! Aaaaaah... era divertido, era.... mmmmmmmmh.... oooh, qué bien dejaba....

Aura sintió una boca apasionada sobre la suya. La lengua de Arcadio se frotaba con la suya casi con desesperación, mientras el cabo la abrazaba. La joven devolvió el abrazo, acariciándole los brazos y la espalda, pero cuando reparó en lo sucedido, tuvo ganas de llorar. El valioso, el poderoso esperma de Arcadio, que llevaba un largo año macerándose en su interior gracias al bebedizo que ella le había dado como “saltaparapetos”, y que se había nutrido de su culpabilidad... yacía tirado en el suelo, un poco en las sábanas y hasta en su propio vientre. ¡Debió haber hecho que se pusiera el preservativo, allí hubiera podido conservarlo, maldita sea, ¿cómo había podido perder la cabeza de esa manera?!

Oyó la respiración acompasada de Arcadio, que indicaba que éste se había dormido sobre su pecho, y, con una sola mano, sacó un diminuto frasquito de cristal de uno de los cajones de la cómoda, y recogió como pudo parte de la descarga, la que estaba en su tripa y aún no se había filtrado en la colcha. Lo del suelo, había que darlo por perdido, para cuando pudiera recogerlo no sería útil ya. Maldita sea, ¡un año entero a la porra, hubiese podido recoger una buena cantidad, y ahora apenas serían unas gotas, con eso apenas habría para una cosilla o dos...!

Dejó el frasquito de nuevo en el cajón, y entonces se dio cuenta de algo mucho más alarmante. Pasó un dedo por el antebrazo del cabo, y éste sonrió en sueños, pero ella, ya no sintió nada. Bien, había salido, sin duda al quedarse él dormido, vale, eso estaba solucionado pero, ¿cómo había conseguido Arcadio, un gris y anodino cabo de la policía, defenderse de ella, y aún apresarla? “¿Quién eres tú, Arcadio Fugaz? ¿Qué eres? No eres un brujo, no tienes la menor idea de magia, piensas que no existe, no sabes utilizarla, en ti no detecto nada de ella... y sin embargo, te has defendido y has conseguido apresarme? ¿Cómo?” se preguntaba. Y sabía que debía darle el bebedizo que le haría olvidar lo sucedido tan pronto se despertara, sabía que debía hacerlo, Arcadio no lo era útil ya... pero tenía que saber cómo lo había logrado, y para eso, tenían que seguir viéndose, no podría pararse a seducirle e inducirle al olvido todos los días... Y fue por eso que al día siguiente, Arcadio siguió siendo completamente feliz.