Hechizada

Amada explora de la mano de su Amo un mundo de sensaciones nuevo para ella. Hoy su Amo ha decidido someter sus ganas de mear y ella le sigue fielmente en sus deseos.

HECHIZADA

Hechizada. Así se siente Amada desde que conoció a Alberto, su actual amo. Hechizada desde que llegó hasta él y sintió el verdadero poder de su dominio, la irreversibilidad de su entrega.

Hechizada como hoy mismo sometida a la disciplina de someter sus ganas de mear a su voluntad. Por eso, ahora, sentada en la taza del váter, con los ojos vendados y las manos en la nuca, intenta concentrarse para no mear mientras espera ansiosamente a que él disponga de ella como desee.

¿Pero como ha llegado hasta aquí?

Todo empezó en una sala de Chat donde ambos compartían espacio con otros amigos. Luego ella vio en él el guía que buscaba para poner en sus manos su entrega. Cuando él la admitió a prueba, ella se sintió halagada y desde aquel instante supo que ternura y firmeza no son incompatibles. No dudó en seguirle por el arduo camino que él le marcó y que culminó hace un mes cuando él le abrió las puertas de su vida y le ordenó entrar en ella e instalarse.

Esta misma mañana, al despertarse, Amada se encontró con la mano firme de su Amo que la guió hasta el baño, la introdujo en la bañera que la esperaba rebosante de agua caliente y la bañó frotando su cuerpo con la firmeza con que un amo bañaría a su yegua. Con fuerza pero con mimo y esmero.

Cuando ella salía del agua, la voz de su amo la guió en lo que sería el resto de su día: "Mea ahora porque desde este instante ya no podrás volver a hacerlo sin mi permiso". Mientras se esforzaba por mear las ultimas gotas, intentaba adivinar hacia donde la conduciría en ese nuevo capitulo de su aprendizaje. Pero él la imbuía de tal fuerza que no dudó ni un instante en seguirle una vez más.

Él la vistió delicadamente. Amada ya se había acostumbrado a los deseos de su amo. Él fue tajante cuando la aceptó como sumisa. "No usarás ropa interior sin mi permiso". Por eso, cuando él dejó deslizarse por su cuerpo aquel maravilloso vestido de punto que se arrimaba a ella marcando todas sus curvas, ella se sintió de nuevo vulnerable pero segura. Segura de que a su lado nada malo le traería la vida.

Salieron de casa a encontrarse con los amigos. Luego, mientras en animado grupo chateaban de tasca en tasca, ella sintió las primeras ganas de mear. Cuando en un aparte se lo hizo saber a su amo obtuvo un "No, ahora no" como única respuesta.

No estaba apurada pero su coño desnudo sentía el fresco de la calle cada vez que cambiaban de bar y eso le provocaba más y más ganas de mear.

Ella intentó no pedir nada en las siguientes visitas pero él pedía por ella y su vejiga se seguía llenando.

Ya de regreso hacia su casa Amada caminaba ligera intentando alejar las ganas de mear que ya empezaban a hacerse apremiantes. Cuando subían en el ascensor ya de vuelta a casa, ella iba con las piernas bien juntas intentando hacer más llevaderas las ganas de mear. Él la besó con fuerza mientras deslizaba su mano por debajo de la falda del vestido y le acariciaba el coño con firmeza. Al hacerlo ella no pudo evitar un respingo que él saludó apretando aún más su mano en el pubis de ella. Cuando el ascensor se detuvo él continuaba besándola y aún tenía su mano bajo el vestido. Solo al abrirse la puerta dejó que el vestido recobrase su posición natural mientras él avanzaba por el descansillo haciendo sonar las llaves. Ella le siguió recolocándose el vestido mientras le latían las sienes y la inquietud poblaba sus ganas de seguirle allá donde él la llevase.

Apenas había abierto la puerta de entrada cuando su voz resonó poderosa: "Vete a la habitación, desnúdate y espera a tu Amo de pie sobre la alfombra y con las manos en la nuca"

Mientras ella obedecía él fue al cuarto de baño y dejó que el chorro de su meada resonase al caer sobre el agua del váter. Cuando al fin llegó hasta ella, Amada ya lo esperaba tal y como él le había ordenado. Firme sobre la alfombra y con sus codos bien altos, sus tetas se ofrecían generosas a la vista de su amo. El le dejó un leve pellizco en el pezón de su teta derecha y le dio un ligero azote en la base de su teta izquierda que respondió con un balanceo muy sugerente.

Amada hacía esfuerzos por no moverse en ese baile reflejo que intenta contener las ganas de mear juntando las rodillas. Luchaba para no cerrar las piernas y Alberto la miraba con media sonrisa dibujándose en su rostro mientras abría el cajón de la mesita y sacaba un pañuelo de seda con el que le vendó los ojos antes de empujarla suavemente hacia la cama.

Amada obedeció la orden y se dejó caer sobre la sabana. Él la extendió, estiró sus piernas separándoselas exageradamente y le devolvió las manos a la nuca.

"Ahora quiero que te estés completamente quieta o deberé de castigarte". La orden resonó en la quietud de la habitación con la fuerza de la más poderosa de las ataduras.

Comenzó a acariciarla suavemente y ella se abandonó. Hechizada, perdida en si misma, dejó que aquellos dedos la buscasen hasta transportarla más allá de sus deseos.

La oscuridad a la que estaba condenada le hacía sentir con más fuerza todos y cada uno de los roces que él provocaba sobre su piel. Primero sintió caer sobre ella un generoso chorro de aceite que unas manos diligentes se encargaron de esparcir sobre ella. Aquellos movimientos se fueron haciendo cada vez más lentos y tuvo la sensación de que todo se detenía. Sus manos se ralentizaron hasta desaparecer dejándola excitada y expectante.

Cuando reaparecieron era solo la yema de un dedo la que la recorría. Lenta, exasperantemente lenta hasta que el dedo se hizo latente en su coño. Separó los labios y se detuvo. El único contacto que le quedaba con su amo era el suave roce de la yema del dedo  acariciándole levemente el  clítoris.

Las ganas de mear la atenazaban y no la dejaban concentrarse en aquella caricia. Él dibujaba círculos rodeándolo y cuando ya se mostraba duro y orgulloso asomando entre los labios, se detuvo en él y esperó. Amada se agitaba inmóvil. Sacudía su cabeza a uno y otro lado sin mover ni un ápice el resto de su cuerpo porque a pesar de no estar atada, ella sentía en toda su fuerza la orden que de estarse quieta que él le dio al tumbarla en la cama.

Alberto demoró la caricia durante unos minutos y luego la buscó con la otra mano. Primero recorrió sus tetas. Estiró los pezones hasta que por efecto del aceite se deslizaron entre sus dedos liberándose. Luego buscó su vientre, Lo cubrió con su mano abierta y presionó ligeramente. En ese instante Amada creyó que no podría aguantar más. Pero fue solo durante unos segundos. El tiempo justo de agitarla y volver a apoderarse de sus tetas.

En los siguientes minutos la mano fue y vino reclamando para sí toda la atención que hasta ese momento tenía el dedo que seguía jugando con el clítoris.

Amada hubiera deseado estar atada. Tirar de las cuerdas y desahogarse de aquella excitación que la tenía fuera de sí. Pero su Amo la deseaba retenida y ella solo deseaba complacerle.

"Siéntate al borde de la cama”. La orden de su amo la sorprendió y tardó unos segundos en obedecer. A tientas buscó el borde de la cama, se arrastró hasta él y se sentó posando sus pies sobre la alfombra. Puso de nuevo sus manos en la nuca y esperó.

Él la tomo por sus pezones y tiró de ellos hacia arriba mientras le ordenaba "¡En pie!". Ella se levantó como un autómata mientras él comenzaba a tirar de los pezones hacia adelante.

"¡Sígueme!". Ella lo siguió a ciegas por la habitación guiada por la dirección que le marcaba él tirándole de los pezones.

Cuando llegaron al baño él la detuvo justo delante de la taza del váter. La tomó por debajo de los brazos y le ordenó: “¡Siéntate!”. Guiada por sus manos ella fue descendiendo lentamente hasta que sintió el contacto de la fría loza en su culo y se sentó. Él le separó con firmeza las rodillas y le colocó una pierna a cada lado de la taza del váter. Luego se separó de ella un instante y la contempló.

Y allí estaba ella. Hechizada, esperándole, esperando entregada a que él dispusiese de su deseo de ser suya. Comenzó a acariciarla. Con la mano izquierda recorrió su espalda mientras el dedo índice de la mano derecha dibujaba el contorno de su nariz antes de hundirse en su boca. Ella lo recibió con avidez. Sus labios lo rodearon chupándolo mientras él profundizaba en su boca.

Luego siguió su camino. El dedo iba descendiendo en línea recta desde la boca hacia su coño. Pasó entre sus tetas antes de hundirse en su ombligo. Allí demoró unas cosquillas que la agitaron acentuando las ganas de mear. De nuevo se detuvo justo antes de hacerla mearse y siguió su rumbo. Cuando llegó al clítoris este lo esperaba húmedo y duro. Lo rodeó varias veces antes de pinzarlo entre sus dedos. Amada se estremeció. En esa postura las ganas de mear se hacían irresistibles. Cada instante sentía que no podría aguantar más. Apenas acertaba a contenerse y él seguía excitándola con calmosa suavidad.

Entonces con su mano izquierda la tomó por el pelo con firmeza mientras le hablaba:"Escúchame bien perrita. ¡Córrete! Quiero que te corras pero solo podrás mear cuando empieces a correrte. Ni un segundo antes. ¡Entendido!"

"Si amo". La voz entrecortada de Amada denotaba que el orgasmo estaba cerca.

Alberto aceleró sus caricias sobre el clítoris. Cuando lo pellizcó de nuevo entre sus dedos y lo hizo brincar ella sintió que se rompía en un orgasmo que no acababa de estallar por culpa de aquellas malditas ganas de mear que le impedían correrse.

Su respiración se aceleró en esa lucha por obedecer a su amo. Comenzaba a sentirse mareada cuando él acentuó su caricia y ella traspasó el umbral del orgasmo.

Comenzó a correrse mientras él seguía concentrado en su clítoris y por fin ella se abandonó. Al hacerlo desapareció la tensión que retenía sus ganas de mear y su vejiga comenzó a vaciarse violentamente.

No luchó. No hizo nada. Solo dejó que todo sucediese tal y como su amo lo había buscado. Mientras meaba su coño se contraía en un orgasmo que primero estalló en su cabeza y luego enloqueció su coño que se contraía buscando aquella polla que le era negada. Inmóvil sintió que desfallecía. Se dejo ir y se derrumbó sobre el váter.

Ahora acaba de despertarse tumbada sobre la cama. No recuerda muy bien lo que sucedió desde que se sintió desfallecer. Apenas recuerda unos brazos que la tomaban en volandas y como ella buscaba la protección del pecho de su amo mientras la llevaba en brazos hasta la cama. Luego, bajo el influjo de una toalla húmeda recorriendo su cuerpo, se durmió.

Al abrir los ojos ve a su amo sentado ante el ordenador. Está escribiendo algo y al verla despertarse la mira sonriente sin dejar de escribir. Ella se demora mirándolo y él se detiene. Toma ceremoniosamente un pequeño objeto que tiene sobre la mesa y la mira.

Amada tarda un segundo en reconocer el objeto. Se trata del pequeño mando a distancia del huevo vibrador que él le regaló cuando la aceptó como su sumisa. Aún no ha asimilado el porqué se lo enseña cuando siente el huevo vibrar dentro de ella.

Cuando mira hacia su coño descubre que sobre su coño depilado lleva pegado un triangulo de cinta americana que se lo cubre clausurándolo como si de un tanga se tratara .Aquella vibración la va arrancando del sopor que la envuelve y comienza a moverse sinuosamente sobre la cama.

“¡Quieta! No te lo quites. No lo toques. Aún debo decidir que harás esta tarde”. La voz de Alberto la trasladó de nuevo al delicado mundo de los deseos en el que él la instaló hace ya algunos meses. Y Amada obedece.

. Y mientras lo mira se abandona de nuevo.

“Si amo. Como usted desee”.