Hecha mujer. Una experiencia que me hará cambiar

Con mis transformaciones me quedaba insatisfecha, quería sentirme más mujer, y llegué a donde nunca pensé que podría llegar.

Ya llevaba mucho tiempo vistiéndome, fantaseando, probando el cibersexo con hombres. Sentía que había llegado la etapa de mi vida ideal para experimentar como una verdadera mujer, con todo lo que sentía  dentro. Antes no estaba preparada; esperar más traería más conflictos, más dificultades. Si al final quisiera llevar esta vida para siempre no podía esperar más para empezarla.

Creo que soy travesti de toda mi vida, desde niña aprovechaba la ocasión de estar sola en casa para ponerme cualquier prenda de mi hermana. Fui creciendo y seguí sintiendo lo mismo, siempre consciente de que debía ser secreto. Llegó a la madurez sexual y más tarde todas las posibilidades de Internet, no dejé de crecer como mujer. Empiezas metiéndote en chats y foros donde te satisface ser tratada como una chica, ves las fotos y las historias de las demás travestis y a pasar envidia. Luego empiezas a adquirir tu propio arsenal, poco a poco, mejorando tu transformación, tu maquillaje, tu figura, tus ademanes… Y te lo planteas ¿soy gay? ¿Soy transexual? ¿No seré feliz hasta operarme y ser mujer? Creo que lo tuve claro, soy feliz siendo hombre y me encantan las mujeres, nunca me podría fijar en otro hombre siendo yo uno, pero la idea de ser mujer me tienta, me encanta sentirme así, me pone, lo deseo…

Estaba consiguiendo que el espejo me devolviera una imagen cada vez más femenina, había mejorado mucho el maquillaje, tenía mis trucos para feminizar mi cuerpo, y mis ropas y complementos hacían el resto. Alguna salida a la calle, alguna cita con una amiga, sesiones de transformación y el sentimiento de insatisfacción cada vez que una  sesión se acaba. Siempre me quedaban ganas de más.

Entre tanto me encantaba entrar en chats y hablar con chicos que me trataban como una dama y que babeaban con mis fotografías, que me piropeaban y yo me comportaba como una calienta pollas, que jugaba con los chicos pero que a la hora de quedar no accedía a nada más. Pero hubo uno especial, se llamaba Javi y vivía cerca de donde yo.

No sé muy bien como contactamos por primera vez, solo que me cayó bien y me dio confianza. Era bisexual, muy comprensivo, había probado travestis y estaba dispuesto a conocer más. Era tanto activo como pasivo y me gustaba su trato. Me trataba como una amiga a la que hablaba un poco de todo y me contaba cosas de su vida y sus experiencias sexuales, no iba a saco, pero me tenía puesta la invitación a quedar. ¿Yo? No, por Dios, por Internet lo que quieras, pero real ni planteárselo.

Pero yo seguía en la misma situación. Cada transformación terminaba insatisfecha. Antes mi meta era verme cada vez mejor buscando verme como una dama, pero ya estaba muy satisfecha con mi aspecto. Ya había hecho “cositas” por Internet. Necesitaba sentirme mujer más profundamente, sentirme mujer con alguien, ya había salido a dar una vuelta y quedado con amigas, y esto no había hecho más que  aumentar más mi deseo,… creo que necesitaba estar con un hombre, era la idea que me daba vueltas. Javi, respetuoso y de confianza, pasivo o activo indistintamente, con experiencia y encima cercano, podía ser el adecuado. Tal vez no era lo que esperaba en mi vida ideal, pero no podía morir sin probarlo.

En uno de nuestros encuentros en el chat me deje tentar, pero esta vez sí que estaba dispuesta a acceder: “Javi, puede estar bien lo de conocernos, me apetece tratar como mujer cara a cara contigo, pero que sepas que no estoy del todo dispuesta a que pase nada, comprende mis temores, aunque tampoco lo descartes”. Javi accedió y quedamos una semana más tarde en un hotel, yo llegaría antes para vestirme y más tarde lo recibiría, tomaríamos algo y charlaríamos, nos dejaríamos llevar y si no estaba segura, no pasaría nada, e incluso podíamos plantear llegar a más en una segunda cita. Todo eso habíamos propuesto.

Tenía que prepararme para la ocación, creo que me lo tomé como una de las cosas más importantes de mi vida, y probablemente lo era, tenía que quedar mejor que nunca. Era el momento de repasar mi depilación, que no estaba al orden del día, y de elegir la ropa adecuada. Sería el vestido azul con adornos en negro, era corto y con escote (ya había aprendido a simular un canalillo bastante real y sexy). Unas medias negras, las de liga con las que me sentía superfemenina y sexy, y las botas negras de tacón. No podía faltar mi corsé, la clave de que mi figura fuera femenina, además, esta vez, llevaría tanga y mi sujetador negro. Yo ya sabía que todo este conjunto me quedaba genial.

Además, hacía poco tiempo había empezado a investigar mi agujero, había empezado a introducir cosas en él buscando el placer, o entrenando para el dolor. Ya me habían dicho que hay que ir poco a poco acostumbrándolo para que el impacto fuera menor, lo cierto es que no terminaba de encontrar el placer pero sí que se fue atenuando el dolor. También había empezado a cultivar mi gusto por los hombres, páginas web de viriles hombres desnudos. Desde luego que no causaban en mí la sensación que me causan las chicas, pero había algunos que me gustaban, e incluso podían ayudar a excitarme, una buena polla tenía su encanto y un cuerpo fuerte era atractivo. Me gustaban las caras, que fueran masculinas, sin parecer gays. Ya me había corrido viendo fotos de hombres desnudos e imaginándome abrazada a ellos. Algo estaba cambiando.

Llego el día señalado y allí estaba. Casi dos horas de preparación, maquillaje, colocarme el modelito,… Lucía divina, pero a la vez estaba nerviosísima y con ganas de salir huyendo… ¿cómo iba yo a estar haciendo esto?

Llaman a la habitación y me da un escalofrío. Se me pasan mil cosas por la cabeza, pero ya estaba allí e iba a hacerlo. Abro la puerta y allí estaba él, ahora que lo veía en vivo tenía tan buena pinta como en las fotos e incluso mejor.  Era un poco más alto que yo con tacones (mido 1,68), parecía fuerte, e incluso puedo decir que era guapo… vamos estaba bueno (quien me oyera).

Dos besos y ese “encantada, yo soy Sonia” con aquella vocecilla forzada que me hacían sentir a la vez ridículo, miedoso y excitada. Me miró de arriba abajo: “preciosa, más que en las fotos”. Me cogió de la cintura y me dio un tímido abrazo. Nos sentamos y empezamos a hablar de lo nerviosa que estaba, de mis dudas y mi situación, de sus experiencias anteriores y yo cada vez me sentía más tranquila y mas desinhibida, me trataba como a una chica, yo había llegado a asumir mi rol, a interiorizar la voz y los ademanes y me desenvolvía tranquila y femenina, como si hubiera sido mujer siempre. Tomábamos alguna copa y los piropos iban surgiendo… desde los dos lados. Yo estaba empezando a dejar volar mi imaginación y me veía mujer del todo. Las distancias se acortaban, lo roces y caricias surgían, tímidos, y yo empezaba a desear besar esos labios. Era mujer y tenía ganas, ¿acaso había dejado de existir el yo macho? Parecía que se había evaporado.

Su mano avanzaba sobre mi pierna y se metía bajo mi vestido, acariciaba suave, la mía se plantaba sobre su pectoral y subía hacía su cuello. Dudé y decidí. Le planté un beso en los morros, nos quedamos extrañados ambos y se lanzó a comerme la boca. Era suya.

Desde ahí todo se desarrolló naturalmente, él acariciaba mis piernas, mi escote y mi cuello, yo abría los botones de su camisa y palpaba su torso. Los besos seguían y yo llegaba a su pene, la ropa iba saliendo poco a poco, su camisa, mi vestido, su pantalón,…… como pagaría por verme desde fuera. Yo no iba a quitarme ni sujetador, ni corset ni medias, por no descubrir mis trucos. Sólo quedaban mi tanga y sus calzoncillos. Y ahí estaba su polla, bien erecta, bien hermosa, apetecible, aunque parezca increíble, pero apetecible, y a la boca, ufff. No estaba tan mal, de esto no debía acordarme luego, estoy haciendo lo que Sonia quiere, esto era agradable y por lo visto a él también se lo parecía.

¿Y mi culo? Tenía miedo por el dolor y por no encontrar placer, pero me moría de ganas, había llegado el momento. Nos pusimos a ello. Masajeo a mi polla y lubricante a mi orificio. Un dedo, dos, tres, caricias… y después mi pequeño vibrador, era demasiado delgado comparando con un pene,  pero me gustaba su vibración, y movía mis caderas sexy. Estaba vista para sentencia. Me acomodé, se puso en situación, empecé a sentir su roce y me estremecí, su pene estaba tocando las puertas de mi realización femenina y de mi orgullo masculino, pero estaba claro quién mandaba, y las puertas estaban abiertas. Empezó a empujar suave, no entraba hasta que por fin note la punta dentro, ¡oooh!, no fue agradable, siguió metiendo y me sentía  sometida, paralizada, empezó a entrar y salir despacio, me acariciaba y tocaba mi polla, el dolor se iba superando y él iba acelerando, el lubricante de cereza ayudaba. A mí lo que más me ponía era la situación, el bote de sus huevos, su manos recorriendo mi cuerpo, el sobo de mi pene, besos en la nuca. Le pedía una pequeña pausa y proseguimos. Más y más. Y llegó el estallido, él primero, yo muy poco después, me había desbordado como nunca, me sentía sucia, avergonzada y dichosa. No tenía ganas de ver su cara: “ya está, mejor no hagas nada más”. Es lo que siento cuando termino corriéndome cada transformación, arrepentimiento. Quedamos tumbados en la cama. Me besó y le correspondí con desgana.

-          “Ha sido genial Sonia, eres una diosa, hay que repetirlo otra vez”.

-           “Ya hablaremos, no sé ahora, tú también lo has hecho muy bien”.

Intenté que no se alargase la conversación y me quedé solo en la habitación. Ya no era Sonia, era otra vez mi yo masculino, había disfrutado, pero no podía dejarme humillar así para darle placer a esta puta. Mis conflictos volaban por mi mente.

Aún así esto no iba a quedar así, porque habría más encuentros que me harían cambiar. No os perdáis la continuación.