He tocado fondo
Con 18 años recien cumplidos, borracha perdida, me entrego a Alberto, de 63, un viejo verde que vive en mi edificio. INCLUYE FOTOS
HE TOCADO FONDO
Era un caluroso verano y ese año, no salimos de vacaciones como años anteriores. Mi madre ese año, no pudo disfrutar de unos días de descanso durante la temporada estival, motivo por el cual, tuvimos que soportar el calor de la ciudad y quedarnos sin playa, lo cual era un fastidio pero por otra parte, pensé en disfrutar de aquellos días de la mejor manera.
Tenía 18 años y era una chica bastante agraciada, de hecho, varios chicos de mi pandilla me iban detrás.
Mi melena castaña larga hasta la cintura, era mi mayor atractivo y mi culo respingón, junto con mis pequeñas y redondeadas tetas, era lo primero que los chicos miraban en mí, dejando en un segundo plano mis grandes ojos color miel, claro que la culpa era mía, ya que siempre vestía con una ropa que enseñaba más partes de mi cuerpo de las que quedaban ocultas.
No era virgen desde hacía un año y ya conocía la manera de poner locos a chicos y no tan jóvenes, moviendo mi esbelta figura de manera provocadora aunque a la hora de la verdad, el sexo no me motivaba demasiado. Follar con algún amigo era la experiencia que tenía, pero claro, eran chicos de mi edad y solo pensaban en meterla cosa que yo me dejaba para no convertirme en una calientapollas que es lo que dicen de las chicas que provocan y no "se dejan"
Al final de alguna fiesta o juerga, acababa en algún rincón lo suficientemente íntimo para dejarme meter la polla de algún adolescente ansioso, cuyas ganas le hacían correrse apenas tenían sus pichitas metidas.
No, no me gustaba hacerlo pero todas lo hacían y yo no iba a ser menos, no fuera que me dijeran que soy una estrecha o algunas veces, era demasiado tarde para echarse atrás.
De un tiempo a esta parte, había descubierto unas revistas de mi padre, eran pornografía y la verdad, me pasaba horas visionando aquellas imágenes mientras mis padres estaban trabajando y me quedaba sola en casa. Eran realmente muy calientes y me sorprendí a mí misma tocándome algunas veces mientras veía aquellas revistas, cuyas historias también me ponían bastante a mil.
Pronto pasé de las revistas a los vídeos, que en cuanto los pillé de donde estaban escondidos, me dispuse a verlos una y otra vez y alguna que otra vez, estuvieron a punto de pillarme porque me quedaba estupefacta al ver aquellas pollas tan magníficas y aquellas rubias patiabiertas recibiéndolas y, aunque me daba un poco de grima al pensar que semejante instrumento podría doler, lo cierto es que mi joven coñito se mojaba como no lo hacía cuando algún jovencito de mi edad me la ensartaba, es más, en aquellas ocasiones, casi no me ponía húmeda teniendo que lubricarme para facilitar la penetración con saliva, sin embargo los vídeos y las revistas de mi padre, si me hacían estar borracha de vicio.
Sí, necesitaba cada vez más. Cuando mis padres no estaban en casa, no salía a ninguna parte, llenando mis momentos de ocio de aquella recién descubierta ocupación.
Una tarde, que mi madre me hizo traerle un recado, bajaba las escaleras de mi edificio ya que el ascensor estaba estropeado. Yo temía pasar por el tercero ya que sabía que Alberto, un viejo verde barrigón, casi calvo y pinta de baboso, seguro que me abordaría en la escalera porque se pasaba el día controlando a los vecinos especialmente a las chicas jóvenes y cosas del misterio, sabía exactamente cuando encontrarse con cada una de nosotras y tenía miedo de encontrármelo.
Efectivamente, Alberto estaba ahí, en la puerta de su casa. Tenía 63 años y daba asco nada más verlo dado que su aspecto era sucio y su olor era nauseabundo.
Pasé lo más rápido posible por su lado, sin embargo, tuvo la habilidad suficiente de rozar con su polla mi culo respingón la que sentí en una ráfaga, a pesar de que entre su polla y mi culo, nos separaban sus raídos pantalones cortos y mi short diminuto.
De alguna forma, aquello me excitó, teniendo en cuenta que me había pasado la mañana tocándome. Aunque el tipo no me gustaba en absoluto, lo incitaba con aquellos tops reducidos que solía vestir, a él y a todos mis vecinos, que no vean como me miraban.
No pude evitar fijarme en la expresión al vejestorio que se relamió de gusto por el contacto al tiempo que se la tocaba sin pudor.
La cosa no paso de ahí. Yo seguía con mis toqueteos a escondidas por las mañanas y por las noches, con mis amigos, procurando consumar todos mis deseos, no paraba de follar con todo aquel que me lo propusiera y si no me lo proponía nadie, ya me buscaba yo la vida, el caso es que me estaba convirtiendo en una ninfómana casi sin darme cuenta.
De nuevo, una noche más de fiesta, pero esa noche, ni un mal polvo, eso que me vestí pidiendo guerra con un vestido blanco bastante sexy, diminuto con un amplio escote y finos tirantes cuyo color blanco contrastaba con mi moreno de la piscina a la que alguna aislada vez, me arrastraba alguna amiga a acompañarla. Una descomunal borrachera, hizo que apenas pudiera abrir el portal.
Cuando fui a coger el ascensor, observo con fastidio que estaba "Fuera de Servicio" una vez más, así que me tocó subir las escaleras andando, lo que por un lado me haría un favor, a ver si así se me pasaba el colocón que llevaba encima.
Llego al tercer piso, la puerta de mi vecino estaba entornada pero él no estaba esperándome lo que por un lado me decepcionó, me puso tan cachonda la otra vez, que yo misma me sorprendí ante mi actitud. Subí las escaleras y al llegar a su puerta, siento unas manos sudorosas cogerme del brazo y meterme hacia lo que descubrí al instante era la casa de mi vecino Alberto que susurró a mi oído con voz ronca "putita que ganas de pillarte que tenía, hoy va a ser mi ocasión de oro. Mi mujer se ha ido a cuidar a su hermana a su pueblo y no volverá en varios días" Metió la mano descaradamente por debajo del vestido, sus rudos dedos retiraban el tanga al tiempo que seguía "Uhmmm vaya, estás mojada, pero que puta, vas a darte a un viejo, eso me excita mucho más, lo sabes, zorra?" me dijo mientras llenaba de babas mi cuello.
Me quedé sin palabras, pero abrí las piernas para que me sobara bien "Pero te ves? Mírate criatura, estás borracha, que buen momento para cogerte bien! Oh, sí, una pequeña putita adolescente va a jugar un ratito con su vecinito cachondo, verdad que vas a ser buena? (asentí con la cabeza) pero que guarra que eres! Vas a ver ahora cuando la sientas sin la ropa, ya verás lo que tengo para tí"
Me acordé cuando noté su bulto tras la barrera de la ropa y quise imaginármelo apoyado en mi carne y se lo toqué, notándolo durísimo, le caía a un lado y por entre el pantalón se lo traté de buscar pero mis manos eran torpes. Sentí asco de mí misma, pero estaba demasiado borracha y demasiado caliente y mi mente no podía pensar más que en la mano de ese baboso por mi coñito y trataba de comparar aquello con respecto a cuando me lo hacía yo misma y no había color, en realidad, era más rico eso, unos gordos dedos metiéndose descaradamente todo lo profundo que se pueda imaginar. Nunca me había masturbado metiéndome dentro los dedos y los líquidos que chorreaban por mis muslos eran la prueba de lo mucho que estaba disfrutando.
El viejo, me llevó en volandas al sofá, me tumbó y apenas hizo falta que me subiera el vestidito ya que al caer y ser tan corto, ofrecía ante sus ojos mi coño dotado de un fino y escaso vello, con el apartado tanga que se me clavaba en la ingle, el cual se apresuró a arrancarme de entre las piernas.
Alberto gemía tirándose encima de mí. Con los nervios de tenerme tan dispuesta, no sabía por donde empezar. Me besó. Sentí su lengua maloliente buscar la mía y se la di aunque ya no quería seguir, estaba asustada pero, tal como me ocurría con los amigos, no me atreví a decir "NO" y me dejé hacer, notando los tirantes del vestidito bajar por mis hombros enseñándole mis pechos altos y provocativos que le decían "cómeme" La lengua no se hizo esperar en los pezones tiesos y puntiagudos y mordisqueaba golosamente sustituyendo su lengua por sus sudorosas manos apoyadas en ellos magreándolos a su antojo.
Se incorporó un poco y se bajó el pantalón corto saliendo una enorme y gorda verga con un capullo sonrosado y el miedo no disminuyó, al contrario, ahora sentía pánico al dolor ya que nunca me habían metido algo tan grande.
Como no llevaba más nada puesto, su asqueroso cuerpo quedó desnudo encima del mío, pudiendo notar cada pliegue de su arrugada piel y su barriga sudorosa aplastarme como una hormiguita.
En un momento dado, mientras me lamía la lengua, sentí su cipote caer encima de mi raja caliente a lo que respondí como un resorte abriendo las piernas, como buscando más de ese contacto cálido.
Para Alberto, no pasó desapercibida la intención, separó la boca de la mía e hizo una mueca que parecía ser una sonrisa al tiempo que me levantaba las piernas restregando bien la punta de su cipote contra mi vulvita que estaba toda hinchadita. Aquello era delicioso, puse los ojos en blanco del gustazo que me daba aquello y me hacía tantas cosquillas que creí mearme y mi orondo amante me dijo entonces "Como te gusta, so puta! Como te gusta que te la pasee y sentirla, verdad?" No dejaba de meneársela mientras me acariciaba de aquella manera tan distinta a lo que hasta ahora había conocido. Todo era extraño para mí y me odiaba por disfrutar con un cerdo como ese pero lo cierto era que estaba más feliz que nunca en mi vida. La punta del glande paseaba descaradamente por lo largo de mi chochito inmaduro, que relajadamente se dejaba querer por la barra incandescente que la invadía.
La bola de grasa se separó de mí mientras hacía ruidos y jadeos al tiempo que me seguía insultando "Uh, uh, uh que bien, que gusto frotártela! Mira como te mojas. Mucho mejor que con ropa, verdad so cerda? Estás ida totalmente, si te vieran tus padres ahora, se horrorizarían de tener una hijita tan guarrona" Mis tetas, seguían presas en sus manazas. Era el delirio. Alberto, fuera de sí, me pellizcaba tirado encima de mí y yo sintiendo su colgante rozarme, abrí las piernas hasta que moviéndome un poco, conseguí situarlo en la puerta de mi coño y así me quedé quietecita para que el viejo verde, lamiera y pellizcara mis tetas a su antojo y yo disfrutar de la dulzura de su prepucio contra mí, toda caliente y abandonada, con ganas.
De nuevo, era exquisito, el badajo chocando contra mi coñito inexperto. Inconscientemente abría las piernas para notarlo cerca, cálido y suave. Era maravilloso y un increíble paraíso de sensaciones nuevas se abría ante mí.
Estaba tan absorta en aquel placer, que cuando el vecino, bajó con su boca y sus babas hasta chuparme el coño, me sentí algo decepcionada por haberse apartado de mí pero antes que me diera cuenta comenzó a lamérmelo como nunca antes me lo habían lamido y era delicioso sentir la lengua follarme.
Me había vuelto loca? Tan puta era? O estaba borracha? Todo eso era una inverosímil para ambos: ni en mis más recónditos pensamientos, me figuré disfrutando dócilmente con la lamida de ese ser deleznable y por su parte, bueno, que decirles es obvio que una chica como yo, suave y joven difícilmente se abriría de piernas para dejarle disfrutar de su cuerpo y entregárselo sin el más mínimo pudor y había que tener tripas, pero estaba tan rico todo aquello que me limité a disfrutarlo sin límites.
Me corrí en su boca, no podía más, entre jadeos y convulsiones me fui como nunca imaginé que llegara a hacerlo, abriendo las piernas y rodeándole con ellas mi cabeza apretándole con ellas contra mí.
De nuevo, un gesto parecido a una sonrisa, subió y me metió toda esa masa de carne que le colgaba, en la boca y me dieron ganas de vomitar, aunque me contuve, de esta manera, me obligó a que se la mamara lo que me trajo a la realidad de cuanto estaba haciendo dándome de aquella manera tan baja a un anciano y sentí asco por el fuerte olor a orina que despedía, pero mi compañero, no estaba dispuesto a dejarme ir tan de rositas e insistió hasta que se la chupé: "Eso es, chúpamela, métetela entera en la boca. Lo ves como no tienes vergüenza? Si es que eres una niña muy puerca. Siempre he sabido al verte, que me la mamarías. Anda, pónmela dura que te la quiero meter toda, ya verás que rico vamos a pasarlo. Te voy a follar delicioso, ya verás que bien. Uhm, que putilla que eres, mira lo que te pasa por beber más de la cuenta, que acaba follándote cualquier patán"
Lamí tratando de disimular aquella repugnancia como pude y la erección, se hizo aún más intensa, mostrándome así una manguera brillante de saliva y a pesar de estar sucia, me daba muchísimo gustito y me sentí obligada a corresponder de forma apetitosa para él, aunque la ilusión de mi vida, no era precisamente comerle el rabo a un viejo pervertido.
Pasado un rato (que para mí fue eterno) me la sacó de la boca, se arrodilló frente a mí y levantándome una pierna, volvió a frotarme la vulva de aquella manera deliciosa y de nuevo, comenzaba a temblar de deseo. Estaba tan ebria que se me caía la baba literalmente por la polla, la quería, la necesitaba, estaba hambrienta de ella que perdía el sentido ante aquellos frotamientos tan dulces. El se dio cuenta y me dijo entre dientes "estás babeando del gusto, cerdita mía. Mira como te las restriego por la cara" Era tórrido pero la borrachera me cegó, nada importaba ya que oliera a pis, todo me daba vueltas, aquello me estaba mareando pero era curioso ya que cuanto más me frotaba, más me picaba mi pequeña rajita sedienta y necesitada de aquellas caricias tan sensuales.
De pronto, casi me voy a correr, mi cuerpo vibrando y mi voz suave gimiendo y apenas en un susurro, le suplicaba "más más oh, sí, más..uhmm" como una gatita en celo roneaba cuando siento otra vez su peso caer sobre mí, solo que esta vez, me metió todo aquel sable de un tirón haciéndome sacar un grito que me salía de las entrañas, pero no era de dolor, como pensaba, no, era de un gusto hasta ahora desconocido para mí, acompañado de un calor que me abrasaba el cuerpo y mi coño se inundó de líquido de una manera brutal. Me la había metido entera y no iba a hacer nada para evitarlo. En el fondo, estaba deseándolo.
Alberto se quedó quieto encaramado en mi cuerpo, me elevó un poco mi culo y comenzó a moverse, sus palabras, al contrario de insultarme, me hacían mojarme más y éstas acompañadas de la polla moviéndose desde lo más profundo de mí, me hicieron abandonarme por completo al acoplamiento.
"UHMMMMM puta! Puta!" (gritaba el viejo) que zorra, que caliente, sí, sí, eres puta borracha y estás caliente y yo te estoy follando (no paraba de darme fuerte) Toma, (más golpes de polla) toma, toma, puta (me seguía dando, aquello me estaba volviendo loca) te la voy a encajar toda enterita; mírate si eres puta, que no puedes evitar ni dárselo a un viejo sesentón" y yo gritaba fuera de mí, había perdido el control sobre mi persona y solo quería ser follada sin cesar, me daba igual por quien.
Su barriga se bamboleaba encima de mí que dejándome abandonada como una muñequita rota, debajo de aquella mole disfrutaba como nunca y descubrí que así sí se me apaciguaban los picores. Tal como me había asegurado, me follaba muy rico y disfrutaba horrores. Se hacía necesario, que pusiera una rodilla en el sofá y un pié en el suelo para metérmela mejor y más profundamente. Así sí que me lo hacía bien, me entraba hasta la garganta. El tío disfrutaba como un cabrón entre mis piernas y gemía diciendo "oh, ahora sí, puta, ahora sí que la sientes, mírate, eres una completa cerda. Puta! Puta! Puta! Tu coño para mí, puta! Mírate la raja como se come mi cilindro" Mientras yo, con los ojos vueltos sentía que la vida se me iba del gustazo tan tremendo que aquel sinvergüenza me estaba dando.
De pronto, tuve percepción de lo que estaba pasando, le miré a la cara y como si el efecto del alcohol se me hubiese pasado, que de hecho, así era, percibí la realidad: el muy asqueroso, se había aprovechado que había bebido, estaba abusando de mí y deseé que aquello acabara cuanto antes. De alguna manera había vuelto al mundo real y mientras me dejaba hacer, me sentí el ser más infeliz del mundo, una mierda de mujer, cuya calentura y el alcohol, le habían jugado una mala pasada y todo aquello, hasta ahora placentero, se tornó lóbrego y sucio, pero ahí estaba con las piernas y brazos abiertos aparentando estar tan entregada como instantes atrás, si bien toda la lívido de antes, había quedado muy lejos.
Iba tan sobrada últimamente, que mi vicio había tocado fondo y a mi hambre de polla ya no le bastaba un polvo con el chico de turno que me gustase, ya me tenía que revolcar con el primer viejo chocho que me lo propusiera como mi vecino, un anciano gordo y denigrante, pero me había dado lo que sin saber estaba deseando un buen nabo follador y mientras estos pensamientos surcaban mi cabeza, el rabo salía de mí para volver a surcar las paredes de mi coño que se abrían sin pudor para albergar de nuevo la verga entera, haciéndome notar cada centímetro que iba y venía a su antojo que, entre lamentos y rabia de mí misma, logró arrebatarme otro orgasmo brutal.
Instantes después, al viejales, le dieron unos temblores que me dieron miedo. Estaba corriéndose frotando mi barriga contra mi plano vientre, mientras me follaba más fuerte si cabe. Yo me quedé quieta esperando que acabase, presa de la ansiedad. Cayó encima mío como un peso muerto y sentí que la polla, ya flácida, salió por fin de mi cueva de la que salían toda clase de fluidos pastosos.
Pasados unos minutos, que me parecieron interminables y una vez repuesto, se levantó para limpiarse y darme una toalla: "toma, zorra, límpiate que me he corrido dentro" me quité como pude aquel líquido espeso, busqué el vestido, me lo coloqué, ahora me sentía humillada, ultrajada y salí corriendo olvidándome el tanga allí, dejándome al puerco ese tirado en el sofá con la respiración ahogada intentando recuperarse de su corrida y con la extraña sensación que aquello había ocurrido sin estar en mis plenas facultades.
Antes de irme, le oí decir entre jadeos "volverás, sé que volverás porque has disfrutado como nunca, so guarra, además, bebes demasiado cuando sales por ahí y el chocho pica mucho después" Cerré la puerta y lloré, lamentando profundamente haber caído tan bajo. Mi lascivia no tenía límites y tenía la impresión, que dentro de mí había quedado un vacío muy grande que aquel pollón había abierto dentro de mí.
Subí para mi casa, sabiendo que no sería la última vez que haría escala en casa del sucio Alberto.
FIN