He descubierto la homosexualidad
Sin querer y después queriendo, he probado con un hombre y me ha gustado.
Entiendo la homosexualidad como algo que se descubre, algo que está dentro de todos y que solo sale a la luz cuando se tiene una experiencia, bien por casualidad o bien por curiosidad. En cualquiera de los dos casos hay que estar abierto a cualquier situación. La podemos provocar o simplemente puede surgir, la decisión final es la que cuenta.
Por mi trabajo tengo que viajar muy a menudo a Barcelona. Casi todas las semanas tengo que presentarme en la delegación para revisar las cuentas, informes y un sinfín de etcéteras. Los primeros viajes eran agobiantes, además de aburridos y monótonos. Con el tiempo, algunos de los trabajadores se convirtieron en mis compañeros de fiestas. Especialmente uno, Arturo, que dejó de ser mi compañero y empleado para ser mi amigo. Un amigo de los de verdad.
Estaba casado y no querían tener hijos, algo respetable dado los tiempos que corren. En alguna ocasión mi mujer viaja conmigo y ambos matrimonios salimos de cenas y copas hasta altas horas de la madrugada. Generalmente los viernes y sábados.
La mujer de Arturo, Irene, también trabaja en mi empresa, en otras tareas distintas a las de su marido, tengo prohibido que los matrimonios estén en la misma sección. Por esta razón y debido al cargo que ostenta, Irene se tiene que desplazar a Madrid a reuniones aburridas y extendidas en el tiempo.
En cierta ocasión nos cruzamos en el viaje. Irene vino para Madrid y yo para Barcelona. Como sabíamos que iba a ocurrir, quedamos en Zaragoza con el fin de comer juntos. Acudimos al restaurante El Mar Azul. Omito los calificativos porque serían interminables. La carta de comestibles, la de vinos, la de postres. Impresionante calidad.
Estuvimos hablando del trabajo, pero poco tiempo. No me gusta tratar estos temas durante las comidas y mucho menos entre amigos. La conversación fue dirigida en torno a las relaciones personales entre los cuatro, la mistad que nos une y la franqueza con que tratamos la más maravillosas de nuestras intimidades.
Al término de la suculenta comida dimos un paseo por el parque Primo de Rivera. Nos sentamos en las escaleras del Quiosco para la música. Se nos hacía tarde. La charla fue tan entretenida y divertida que casi se nos hace de noche.
Teníamos que estar a las 12 del mediodía del día siguiente y con lo tarde que era, dudamos en seguir el viaje o quedarnos en Zaragoza a dormir. Irene me propuso cenar juntos, tomar alguna copa y madrugar al día siguiente. Me pareció una idea estupenda, no me apetecía conducir y la compañía era de lo mejor que me podía pasar.
Llegamos al acuerdo de llamar a nuestros respectivos cónyuges y explicarles la situación, al fin y al cabo Arturo me esperaba para dormir en su casa y mi mujer a Irene para el mismo cometido. Así lo hicimos y nos fuimos de cena y copas hasta las 3 de la mañana. Habíamos reservado dos habitaciones en el hotel coincidiendo uno frente al otro.
Nos despedimos con sendos besos en las mejillas tan ajustados que las comisuras de los labios se juntaros sin haberlo premeditado. Me dejó un precioso sabor de boca que no olvidaré. Al entrar en la habitación me quité toda la ropa y me tumbé sobre la cama desnudo, mirando al techo y saboreando ese roce de labios.
A las seis de la mañana del día siguiente coincidimos en el restaurante para almorzar, después bajamos al garaje y cada uno emprendió el camino a su destino.
Llegamos puntuales a nuestras obligaciones y al terminar, Arturo y yo nos fuimos a comer a un restaurante próximo. Le conté lo que había pasado, todo y con todo detalle, incluyendo el beso. Ya lo sabía, se lo había contado su mujer y yo se lo había dicho a la mía. No había maldad en nuestro comportamiento y por lo tanto nada que ocultar. Arturo me sorprendió cuando me dijo que le había gustado mucho a Irene y que a él no le importa.
La conversación tuvo mayor trascendencia de lo que podría esperar y más prolongada de lo esperado. Por la noche una cena y copas con una conversación amena, distendida y divertida, se prolongaba en la velada.
Ya tarde, mi cansancio pudo conmigo y le sugerí irnos a dormir. Su casa, acogedora, elegante y ordenada nos esperaba. Me senté en el sofá cuya comodidad me relajó casi al extremo de quedarme dormido. Los ojos cerrados me relajaban.
Arturo me invitó a darme una ducha antes de acostarme. Él ya lo había hecho y estaba en el sofá tapándose con una simple toalla. Me levanté y dirigiéndome al aseo me duché. Salí con la toalla rodeando mi cintura. En el salón me esperaba una copa sobre la mesa.
Se había sentado frente a la televisión cambiando de canal constantemente hasta encontrar lo que le gustaba, un canal de música. Me coloqué a su lado reclinándome hacia el respaldo mirando al techo. Por unos segundos me quedé dormido profundamente.
Me desveló algo insólito, algo que jamás hubiera esperado de nadie y mucho menos de mi mejor amigo. Me había retirado la toalla para dejarme completamente desnudo. Sentí que la yema de su dedo paseaba a lo largo de mi pene. Tocaba la punta con suavidad después de humedecérsela.
No quise abrir los ojos y esperar a ver hasta donde era capaz de llegar, pero por otro lado me estaba gustando, sentía placer por sus caricias, leves, pero al fin y al cabo unas caricias que estimulaban mi miembro. Notaba como mi pene se ponía en erección poco a poco.
Un hombre me estaba excitando, no me lo podía creer. Pero me estaba gustando y le dejaba que hiciera lo que quisiera.
Cuando estaba grande y firme, siento que me la agarra y comienza a masturbarme con suavidad. Me estimulaba con gran maestría. Le oigo moverse del sofá. Siento que mi erecto miembro entra en su húmeda boca.
Abro lo ojos e inclino la cabeza para ver cómo me masturba con sus labios y su lengua. No puedo remediarlo y coloco mis manos alrededor de su cabeza sintiendo su ritmo. Al notar mis caricias, levanta su cabeza, se incorpora y junta sus labios con los míos.
En ese momento cierro los ojos nuevamente y aprovecho para pasar una de mis manos por su pene también grande, grueso y duro. Mojado por la excitación le masturbo lentamente.
Me empuja sobre el sofá para tumbarme a la vez que se pone encima de mí para rozar ambos miembros.
¿Porqué me estaba gustando de esa manera?. Lo pensaba. No soy homosexual y nunca había tenido una fantasía con hombres, sin embargo me gustaba, me gustaba mucho.
Arturo se incorpora para abrir las piernas y colocarlas a ambos lados de mi cabeza. Dirige su insaciable pene hacia mi boca. No opongo resistencia alguna, separo mis labios a petición suya para hacerla entrar poco a poco. Comienza a marcar un primer ritmo lento sacándola y metiéndola despacio para ir incrementando su velocidad de forma progresiva.
Me agarra una mano, me chupa los dedos y los dirige hacia su trasero bien abierto con la intención de meterlo por el agujero anal.
No me niego ante nada y me dejo llevar, me dejo guiar. Con su polla metida en mi boca se inclina hacia atrás para agarrarme mi excitado pene y masturbarme.
Se separa de mí, me la saca y se coloca de tal manera que nos posicionamos en un perfecto 69.
Arturo no se saciaba, quería más. Tras ese maravilloso 69 que duró bastantes minutos, se levanta nuevamente, se coloca de rodillas sobre el asiento del sofá haciendo descansar el resto de su cuerpo sobre el respaldo. "Métemela", me pidió una vez que me levanté.
Me situé tras él e intenté humedecerle su agujero con las manos después de lubricarlas con saliva. No era suficiente. "Pásame la lengua primero", volvió a indicarme. Llevé mi cara entre sus nalgas para darle el beso negro que tanto deseaba mi amigo.
Tras mojarlo como él quería llevé mi pene hacia el orificio empujando lentamente hasta que conseguí meterla hasta el fondo. Me acordaba de mi mujer, mi mente se llenó de mi preciosa esposa cuando follábamos y empecé a moverme como si estuviera con ella.
Arturo gemía de placer, le gustaba tanto como a mí. Abracé su cuerpo con el mío para agarrar su polla dura y masturbarle mientras seguía empujándole por detrás.
Estaba alcanzando mi orgasmo. Le solté, le agarré por las caderas y furiosamente le golpeaba hasta que expulsé todo mi líquido acorralado dentro de él. Era tanto el placer que estábamos sintiendo que me apetecía continuar con aquella postura.
Cuando ve vacié, me retiré lentamente. Arturo se sentó encima de la toalla y comenzó a masturbarse. Me coloqué de rodillas ante él y terminé aquella sesión haciendo que mi amigo expulsara dentro de mi boca todo su semen.
Volvimos a la ducha, esta vez los dos juntos, como dos amantes, al fin y al cabo lo habíamos sido durante un momento.
Después de secarnos volvimos al salón, nos sentamos desnudos a ver la televisión y a terminarnos las copas que nos aguardaban sobre la mesa.
Arturo me miró con una sonrisa en sus labios y exclamó una frase para no pensarlo durante mucho tiempo: "Me gustaría que te acostaras con mi mujer".