Hazme tuya

Bárbara desea más que nada en el mundo, convertirse en la sumisa de Armado, pues en la oficina corren historias sobre él de sus multiples aventuras en el mundo del BDSM, historias que la hacen excitar y desear susurrarle al oido : Hazme tuya. ¿Lo logrará?

Llegaba otra vez con el tiempo justo, demasiado justo, así que tuve que correr hasta el ascensor para poder pillarlo. Entré y allí estaba él, al fondo del ascensor; Armando Valenzuela, el chico más guapo de todo el edificio. Sólo le conocía de vista, ya que trabajábamos en diferentes departamentos, pero era tan guapo y además eran tantas y tan atrayentes las historias que contaban sobre él, que no podía dejar de imaginarme formar parte de una de ellas. Según mi amiga Ángela, había estado saliendo con su compañera de mesa y esta le había contado sus gustos en el plano sexual. Al parecer le iban las relaciones de dominación, como atar a su pareja a la cama mientras le hacía el amor, torturarla poniéndole pinzas en los pezones, y miles de cosas más, que me hacían imaginar lo excitante que debía ser estar en aquella situación con aquel hermoso hombre.

El ascensor llegó a mi piso, donde estaba el departamento de Contabilidad y tuve que bajarme, Armando continuó hasta el piso siguiente, el de Ventas. Me dirigí a mi mesa, me coloqué en mi puesto y encendí el ordenador. Al cabo de un par de minutos llegó mi jefa y tras saludarme se encerró en su despacho. Justo un par de minutos más tarde apareció él y vi que se dirigía directamente hacia mi mesa, todo empezó a temblarme, no podía ser.

  • Buenos días, Srta. Alvarez . dijo leyendo el cartelito que había sobre mi mesa - La Sra. Pino me esta esperando, ayer llamé para concertar una cita con ella.

  • Si Señor, ahora mismo lo anuncio - dije con un hilo de voz, mientras sus penetrantes ojos marrones parecían estar desnudándome de arriba a abajo.

Ahí estaba yo, delante de la señorita Álvarez y vaya preciosidad de mujer. No calculaba su edad, pero tenía un aspecto aniñado y desde luego no le echaba más de treinta. Lo cierto es que la había visto en alguna ocasión por la empresa y me pareció una chica mona, pero cuando me crucé esa mañana en el ascensor y vi sus pómulos ligeramente encarnados del sofoco, y su pelo ligeramente mojado por la lluvia me causaron una sensación indescriptible. En ese momento la tenía delante y esa forma de mirarme me fascinaba.  ¿Cual sería su nombre de pila? - pensé.

Se levantó de la mesa y se giró hacia el despacho de su jefa para anunciar mi visita. Al hacerlo no pude evitar fijarme en su precioso culo embutido en una falda de tubo y una camisa blanca, que denotaba unos bonitos pechos. En mi opinión, esa indumentaria, a pesar de no hacer honor al cuerpo que parecía esconderse debajo, le proporcionaban un aspecto de lo más fascinante, eso y unas gafitas de pasta que le daban un toque intelectual, mezcla de inocencia y perversidad, que me daba muy buenas vibraciones y mucho morbo.

- Ahora mismo le atiende, puede pasar a su despacho - me dijo con una voz tímida mirando al nudo de mi corbata y furtivamente a los ojos con cierto rubor.

Normalmente no suelo equivocarme en estas cosas, pero esa forma de mirarme y los gestos eran propios de una chica con todas las papeletas de ser una sumisa en potencia y eso me pone realmente cachondo. ¿Lo sería realmente?

- Gracias, muy amable. - contesté cortesmente intentando tapar con la carpeta el bulto que ya estaba formándose bajo mi pantalón.

Cuando entró en el despacho de mi jefa pensé en correr al lavabo para quitarme el sofoco, pero corría el riesgo de perderme su salida y eso no podía permitirlo, así que esperé allí sentada a que saliera. Lo hizo acompañado de mi jefa y esta me entregó unos papeles diciéndome:

  • Toma, cuenta bien todos estos tiquets, que Armando dice que cometimos un error y no le pagamos lo que realmente se gastó, cuando termines haces un talón con la diferencia - me ordenó mi jefa.

  • Sí, Señora - le dije, mirando a Armando que no dejaba de observarme, lo que me ponía muy nerviosa.

  • Bueno, te dejo con ella - le dijo mi jefa a Armando estrechando su mano y regresando a su despacho.

Yo empecé a sumar los tiquets y a comparar con las cuentas que él había traído hasta que llegué a la conclusión de que:

  • Sí, hay un error - le comuniqué - Aquí - le dije indicando la cifra donde se habían equivocado.

Armando se acercó a mí, y sentí su cuerpo rozando el mío, lo que me excitó e hizo que todo mi cuerpo se erizase. Noté su sexo duro sobre mi brazo, ¡no podía ser!, pensé. Mi nerviosismo aumentó y mi corazón empezó a latir a mil por hora.

Me encantaba esa sensación de sentir mi miembro pegado a su brazo y como ella se retiraba inicialmente asustada. Esa reticencia me excitaba más y sabía que esa preciosidad estaba caliente, lo notaba en sus mejillas encarnadas y en el brillo de sus ojos, inconfundibles de una mujer que arde por dentro.

- Voy a preguntar a mi jefa, como le abonamos la diferencia. - contestó ella levantándose apresuradamente y con un nerviosismo notable.

Mientras se metía en el despacho de su jefa, estuve mirando por encima de su mesa intentando saber algo más de esa preciosa damita. No vi fotos ni nada que tuviera indicios de familia, pareja o marido, pero seguramente, una preciosidad como esa, no estaría sola en el mundo… imposible.

Ví que estaba su móvil encima de su mesa. Con sumo cuidado lo cogí, marqué mi número  recibiendo inmediatamente la llamada perdida. Lo volví a dejar sobre la mesa. Genial, ya tenía su número.

Mi jefa firmó el talón y salí de su despacho. Armando estaba de pie junto a mi mesa.

  • Bien, ya esta listo. Tome - Le dije tendiendole el talón junto a todos los papeles que había traído. Ni siquiera me atrevía a mirarle a los ojos, así que mantuve la cabeza agachada, pero cuando él tendió su mano para recoger los papeles y rozó mis dedos con los suyos, sentí una corriente eléctrica que recorría todo mi cuerpo. Y entonces me preguntó directamente:

  • ¿Tienes novio?

  • N...no - dije por fin, levantando mi vista hacía él.

  • Pues es una pena, eres muy guapa - me ruboricé al oír aquello y volví a esconder mis ojos de él.

Pero inmediatamente poniendo un dedo sobre mi barbilla, Armando me hizo subir la cabeza para que lo observase. Nuestras miradas se cruzaron y todo mi cuerpo se estremeció, pues parecía estar desnudándome con los ojos.

  • Hermosos ojos - dijo entonces - Y gracias por todo.

Su dedo abandonó mi barbilla y la corriente eléctrica cesó. Deseaba decirle algo, preguntarle si volvería a verle, pero no me atreví. Me imponía demasiado para ser más lanzada con él, así que me quedé callada bajando de nuevo la mirada.

Como me gustaba esa chica, era una delicia, un cuerpo armonioso, unos ojos divinos y además parecía tan inocente… No me podía creer que ese bomboncito no tuviera novio, quizá por esa timidez, no sé, pero era algo que me parecía increíble. Me imaginaba miles de juegos con ella y no podía quitarme de la cabeza la imagen de su culito y ese azul intenso de sus ojos.

Estuve en mi despacho dándole vueltas durante todo el día y es que esa chica me había dejado fascinado, era algo difícil de controlar y quería saber hasta dónde podría llegar con ella, aunque en el fondo sabía que ambos habíamos conectado a la primera.

Esperé hasta las ocho de la tarde, hora a la que sabía que ella salía y me dirigí al coche esperando fuera del edificio con el motor en marcha. A los cinco minutos salió y parecía estar trasteando con su móvil. En ese momento me di cuenta que no borré mi número cuando usé su teléfono para hacerme una llamada perdida. ¿Se daría cuenta de que era yo? Era el momento de averiguarlo.

- ¿Te gustaría jugar a juegos prohibidos? -  le dije en un mensaje y me mantuve a la espera.

Me mordí el labio inferior al leer el mensaje. “Si es contigo, sí” le respondí atrevida y esperé mientras miraba a mi alrededor, pues estaba segura de que estaba cerca.

Y entonces, oí la puerta de un coche abrirse y le vi a él. Inmediatamente empecé a sentirme excitada y paralizada a la vez. Me sonrió y me dijo:

  • Venga te invito a cenar y luego jugamos.

No sabia que hacer, mis piernas se había paralizado. Él se acercó a mí y cogiéndome la mano tiró y me dijo:

  • Venga, vamos.

  • ¡Eh, si, si, claro!

Me llevó hasta la puerta del acompañante y la abrió. Yo entré nerviosa, me temblaba todo el cuerpo, pero también me sentía expectante e ilusionada, iba a cenar con el chico más guapo y misterioso de la empresa. Se sentó a mi lado y tras preguntarme:

  • ¿Lista? - posando su mano sobre mi rodilla y haciéndome estremecer de nuevo, afirmé con la cabeza y él arrancó el coche.

Sentí como mi sexo se mojaba sólo con imaginar lo que se avecinaba.

No me había equivocado con esa chica, incluso me sorprendí que hubiera sido tan directa a mi reclamo. No había duda que estaba caliente y me gustaba esa situación, porque ambos íbamos a disfrutar de lo lindo.

- Aún no sé tu nombre, Señorita Álvarez - le dije

- Bárbara - contestó con esa timidez que tanto me encandilaba.

Yo conducía pero no perdía detalle de su figura en el asiento del copiloto, mientras que ella solo se limitaba a mirarme de reojo. A mí me gustaba recrearme en lo que escondía su vestimenta. Podía notar sus pezones duros a través de la tela de la blusa y eso me turbaba.

- Oye Bárbara, ¿Cómo llevas el pubis? - Le pregunté de sopetón.

- ¿Cómo? - Contestó seria con un mohín de sorpresa, mirándome esta vez fijamente a los ojos.

- Pues que quiero saber como es, si está recortado, depiladas las ingles, rasurado…

Tardó un rato en contestar seguramente alucinada por esa pregunta tan directa, pero en el fondo estaba seguro que deseaba contármelo.

Me excité al escuchar su pregunta, sentí como mi sexo palpitaba. Y no sabía que contestar, pues hacía solo unos dias que me lo había depilado a sabiendas de que según una de sus amantes, a él le encantaba así.

  • Yo, es que… no sé - titubeé poniéndome roja.

  • ¿No sabes como lo llevas? - me preguntó - Si quieres lo puedo comprobar yo mismo - añadió poniendo de nuevo su mano sobre mi pierna, y llevándola hasta el interior de mis muslos. Comenzó a subirla despacio por mi entrepierna. Mi sexo volvió a palpitar sintiendo esa caricia, estaba excitada y solo me había tocado la pierna, no quería ni pensar como sería cuando estuviéramos desnudos el uno encima del otro.

  • Sí, lo tengo depilado - le dije finalmente.

  • ¡Uhmm, perfecto, creo que de todos modos lo comprobaré! - dijo introduciendo más su mano entre mis piernas y haciéndome sentir sus dedos calientes sobre mi piel.

Yo estaba a mil y pensar que sus dedos iban a tocar mi sexo me hacía estremecer.

Detuve el coche junto a la acera para poder deslizar mi mano con tranquilidad por encima de su falda, sin dejar de admirar su rostro, sus preciosos ojos, su boquita, su blanca dentadura y esa linda naricilla…. Continué con mi mano bajando por su vientre hasta llegar al comienzo de sus braguitas, palpé con mis dedos e introduje dos por esa prenda hasta llegar casi a lo alto de su rajita, pero sin tocarla directamente y comprobando que efectivamente, llevaba su sexo totalmente rasurado. Eso produjo que mi erección fuera mayor aún.

- Muy bien, nena, así me gusta. ¿Te portarás bien? - le pregunté todavía con mis dedos jugando en la suave piel de su pubis, mientras ella estiraba su cuerpo intentando que rozara los labios de su sexo, algo que no hice, pues quería ponerla a mil.

- Sí, seré buena. - contestó con una respiración agitada y nerviosa.

- Mmmm, estás caliente zorrita. ¡Quítate las bragas y el sostén! - le ordené sacando mi mano de inmediato.

- ¿Ahora? ¡Nos van a ver!- exclamó con esa cara de susto y girando después su cabeza hacia la multitud que invadía la acera.

- Schssss, sin rechistar. ¡Vamos!

Sentía mi sexo humedecerse por la excitación. Estaba nerviosa y un poco asustada, por si alguien se percataba de lo que estaba sucediendo dentro del coche, pero también a la vez excitada. Sin quitarme la blusa, metí los brazos dentro y me quité el sujetador y luego las braguitas, subiendome la falda hasta casi el nacimiento de mi sexo. Armando no perdía detalle de mis movimientos.

  • ¡Ahora dámelos! - me ordenó.

Se los di y vi como los guardaba en el bolsillo de la chaqueta, luego Armando arrancó el coche. Cuando continuamos la marcha me preguntó de nuevo.

  • ¿Harás todo lo que yo te pida esta noche?

  • Sí - respondí.

  • Debes decir, Si, señor.

  • Sí, señor - repetí ruborizándome.

  • Bien, desabróchate la blusa completamente y deja tus pechos al descubierto.

Y entonces, se me ocurrió preguntarle:

  • Y ¿si no lo hago?

  • Te castigaré.

Esa palabras aún me excitaron más y sentí mi sexo palpitar de deseo. Empecé a desabrocharme la blusa despacio, botón por botón, tratando de que el proceso durara lo más posible para que así no me pudiera ver mucha gente con los senos desnudos, pensé que si lo hacía así cuando llegáramos al restaurante quizás aún no habría terminado de desabrochar la blusa.

Esa explosiva mujer estaba ahí, a mi lado, totalmente entregada a mis peticiones, algo que me excitaba muchísimo, más aún cuando ella seguía desabrochando los botones de su blusa de esa forma parsimoniosa y sensual.

- ¡Vamos zorrita, enséñame esas tetas! - le ordené impaciente.

Bárbara miraba al suelo, temerosa de que la gente a nuestro alrededor pudiera ver sus pechos desnudos. Al fin soltó el último botón y girándose hacia mí, y mirando hacia el bulto que se marcaba bajo mi pantalón, se abrió la blusa de par en par, ofreciéndome unas tetas divinas, ni grandes ni pequeñas, en su justa medida y coronadas con dos pezones oscuros y pequeños, que pedían a gritos ser devorados.

En ese instante su mano se estiró hacia mi paquete intentando acariciarlo, pero la corté en seco sosteniendo con fuerza su muñeca.

- ¿Alguien ha dicho que puedes tocar?

- No señor. - respondió asustada.

- Muy bien, pequeña, así me gusta. Tendrás tu ración, pero solo cuando yo lo diga. ¿Entendido? Ahora tápate, que estamos llegando. - añadí.

Me abroché de nuevo la blusa y Armando aparcó el coche. Bajamos de este y nos dirigimos hacía el restaurante. Yo estaba excitada, sentía la humedad entre mis piernas, el deseo que me invadía imaginando mil y una escenas con Armando. Entramos en el restaurante y buscamos una mesa para dos, algo alejada de la zona más concurrida. Armando se sentó junto a mí y puso su mano sobre mi rodilla, lo que me hizo estremecer. Luego acercó su boca a mi oído y pasó su lengua por el lóbulo de mi oreja, después descendiendo, bajó hasta mi cuello, mordiéndome y haciéndome gemir. Nos trajeron la carta, momento en el que Armando dejó de morderme. Yo estaba tan excitada que no sabía que hacer, quería tocarle, comprobar si estaba excitado, si aquella situación le calentaba tanto como a mí, pero no me atrevía después de lo sucedido en el coche.Asíi que finalmente y tratando de ser valiente le pregunté:

  • ¿Puedo tocarte?

  • ¿Tocar el que? - me preguntó.

  • Tu entrepierna, quiero saber si estás tan excitado como yo.

Pareció sorprenderse un poco al escuchar aquello y luego tomó mi mano con la suya y la llevó hasta su paquete diciendo:

  • ¿Lo ves? Estoy a tope, pero ya te he dicho que yo decidiré cuando - Sacó mi mano de su entrepierna y me dijo: - Vamos, mira la carta y decide qué quieres cenar. Yo invito.

  • Sí señor - dije sumergiéndome en la carta.

E sa noche prometía y yo seguía sin creerme que todo estuviera saliendo tan redondo. Con otras mujeres tuve que trabajar de lo lindo y en cambio con ella, todo iba a pedir de boca.

El camarero nos tomó nota y percibí que no quitaba ojo del escote de Bárbara, era lógico, sus pezones se transparentaban ligeramente a través de su blusa, y el hecho de tener abiertos tres botones dejaban a la vista un canalillo más que considerable. Cuando se marchó aquel hombre me pareció ver que su paquete crecía, y eso me gustaba, porque esa chica iba a ser solo mía y eso me hacía sentirme el hombre más feliz del mundo. Metí mi mano entre sus muslos y llegué hasta casi rozar su rajita que parecía arder, después la besé suavemente en los labios.

- Oye Bárbara, estoy fascinado contigo, no solo en lo físico y en lo sensual, que eres maravillosa, sino porque has accedido a jugar conmigo sin rechistar. ¿Por qué?

Tardó unos segundos en contestar, pero una vez que le hice un gesto, entendió que tenía que responder a mi pregunta con total sinceridad.

- Francamente Armando, lo estaba deseando. - contestó al fin.

- ¿Ah sí?  ¿Cómo es eso?

- Pues había oído hablar a otras chicas de la empresa y no llegaba a creérmelo, pero me excitaba pensar que yo podía ser una de ellas, quería que te fijaras en mí, ser parte de tus juegos, necesitaba ser la protagonista y dejar de fantasear este momento.

- Bien, nena. Te mereces un premio. - Contesté contento, llevando su mano hasta mi miembro para que lo acariciara durante un rato en compensación. Sin duda Bárbara estaba siendo una de las mejores discípulas que había tenido en mis juegos.

Su sexo estaba duro, erecto y me recreé en tocarlo por encima del pantalón, mientras le miraba con deseo. Armando se revolvió en la silla al sentir mi mano acariciándole suavemente, hasta que el camarero nos interrumpió, trayendo uno de los platos. Saqué la mano de su entrepierna y disimulé. El camarero nos sonrió al darse cuenta de lo sucedido.

Empezamos a comer y de vez en cuando sentía la mano de Armando meterse entre mis piernas, entonces nos mirábamos, me sonreía y volvía al plato. No me atrevía a hacer ni decir nada más, aunque me moría de ganas por ser más osada y hacer algo, algo que lo excitara, algo que le hiciera desearme más de lo que ya me deseaba.

Me mordí el labio inferior y entonces Armando me preguntó:

  • ¿Qué estás pensando?

No sabía si responderle la verdad o decirle una mentira, finalmente pensé que lo mejor era decirle la verdad:

  • Es que… me muero de ganas de… excitarte, tocarte, no sé, quiero más… - le dije.

- ¿Así que mi putita está caliente? - le pregunté recorriendo con mi mano la parte interna de sus muslos y metiendo de pronto uno de mis dedos en su sexo.

Bárbara dio un respingo y apoyó su cara sobre mi hombro, en un acto que denotaba su máxima excitación, tras verse invadida por sorpresa con mi dedo. Se aferró de nuevo a mi miembro que abultaba bajo mi pantalón y casi en un suspiro dijo un:

- ¡Siiiii!

- Está bien, has sido buena y tendrás tu premio - le susurré al oído,  al tiempo que lamía el lóbulo de su oreja.

Yo estaba tan deseoso como ella de poder disfrutar de su cuerpo y sus caricias, pero siempre me gustaba llevar el juego hasta límites insospechados.

Pedimos la cuenta, ante la sorpresa del camarero, pues ni siquiera habíamos acabado los primeros platos. Le entregué al hombre una buena propina preguntándole por un sitio discreto donde poder estar solos ella y yo. El hombre dudó unos instantes moviendo su cabeza, sabiendo que aquello le ponía en un compromiso frente a sus jefes, sin embargo no fue tan difícil convencerle cuando le propuse al oído algo que sabía no iba a rechazar.

Nos acompañó hasta la barra y allí pidió a su compañero una llave con la que accedimos a una de las puertas del restaurante con el cartel “Privado”.

Nada más cerrar la puerta, saqué del bolsillo de mi chaqueta una venda de seda negra con la que tapé los ojos de Bárbara. Ella se dejó hacer muy obediente. Le di la mano y ascendimos por la escalera acompañados en todo momento por nuestro camarero, que de vez en cuando se volvia para observar a esa preciosidad de mujer que subía con miedo los escalones.

A ciegas y guiada por Armando iba subiendo las escaleras, oyendo los pasos del camarero que nos acompañaba. Me preguntaba si también él iba a participar en el juego, que le habría dicho Armando al oído cuando nos levantamos de la mesa. Mi corazón iba a mil por hora y mi sexo se encontraba más mojado de lo que nunca antes hubiera estado. De repente, al llegar al final de las escalera (o eso supuse yo) nos detuvimos y oí que Armando decía:

  • Perfecto.

Me hizo avanzar unos pasos más y empezó a desabrocharme la blusa despacio, botón a botón. Sentí otras manos, las de camarero, desabrochando la cremallera y el botón de la falda y dejándola caer al suelo. También Armando tras desabrochar por completo la blusa la dejó caer al suelo y me quedé desnuda frente a ellos.

  • ¡Qué hermosa eres! - dijo Armando y me dió un salvaje beso en la boca, luego sentí que uno de los dos, no sabía exactamente quien, ponía mis manos en mi espalda y me las ataba. Mientras una mano se metía entre mis piernas y hurgaba mi sexo húmedo con delicadeza.

  • Creo que está lista - dijo Armando.

El sitio era perfecto, una sala repleta de muebles antiguos, seguramente valiosos, con lujosos cuadros y ornamentaciones, pero lo que realmente hacía grandioso aquel lugar era el cuerpo de Bárbara, que desnuda, solo con sus zapatos de tacón, sus ojos tapados y sus manos atadas a la espalda eran lo máximo para cualquiera.

El camarero se desnudó en un abrir y cerrar de ojos, mostrando una polla larga completamente erecta y dispuesta a entrar en acción, y así debió entenderlo, hasta que lo detuve y le dije que primero debía ser yo. Se mantuvo expectante esperando mis instrucciones. Cómo me gustaba ser el director de aquel juego, disfrutando como un niño.

Me desnudé por completo y me acerqué a Bárbara muy despacio. Haciendo un gran esfuerzo, pues mi excitación me pedía abrazarla; acerqué mi cuerpo lentamente al suyo dejándolo a pocos milímetros. Sus pechos quedaban a la altura de mi tórax. Entonces acerqué mi lengua a sus labios y ella en un acto reflejo sacó la suya con intención de atraparla.  Me retiré ligeramente pero inevitablemente su cuerpo chocó con el mío. Ambos disfrutamos de ese contacto de nuestros cuerpos desnudos, su pecho contra el mío, mi miembro rozando su vientre, y nuestras bocas jugando al gato y al ratón. Estaba muy excitada y me buscaba desesperada.

Atrapé la boca de Armando. Estaba completamente segura de que era él por el olor de su aftershave. Nos besamos sin que nuestros cuerpos se tocaran. Finalmente sentí una de sus manos sobre mi pecho derecho. Lo masajeó, y cogió mi pezón con dos dedos, apretando hasta hacerme gemir. Sentí entonces otra manos, acariciando mis piernas. Y estaba segura que esas no eran las de Armando, por lo tanto debía ser del camarero. Luego sentí unos labios besando mis nalgas mientras Armando seguia besandome la boca.

Gemí excitada, sobre todo cuando Armando apretó ambos pezones y los estiró todo lo que pudo, mientras el camarero me mordía las nalgas. No podía más, estaba a mil.

  • ¡Oh, Armando, hazme tuya! - le supliqué.

  • No, aún no, todo a su debido tiempo, la fiesta acaba de empezar - me dijo.

Y sentí entonces unas manos introduciéndose entre mis piernas, todo mi cuerpo se estremeció.

A pesar del acaloramiento que todos teníamos, me gustaba mantener la calma y seguir jugando para provocar lo que precisamente estaba consiguiendo. Por un lado Bárbara con sus ojos vendados pidiendo a gritos ser devorada, y el camarero, que mientras acariciaba el sexo de ella, me rogaba con gestos que su polla bailona quería entrar en juego de una vez, pero quería ser el dominador de ese juego y no podía permitir que nadie se saliera del guión.

Solté por un momento las manos de Bárbara a su espalda, creyéndose esta liberada por fin para palpar a ciegas alguno de nuestros cuerpos. Estiró su mano y alcanzó el miembro del camarero que lanzó un largo suspiro al notar las manos de ella. La otra mano de ella buscó mi pecho, me acarició y alcanzó al fin mi miembro acariciándolo con sumo cuidado, tocándolo con cada uno de sus dedos, aferrándose después a él como si se lo fueran a robar.

Tras dejarla jugar durante un rato, la besé apasionadamente dejando por fin que nuestras lenguas se entrecruzaran. A continuación volví a atar sus manos, esta vez por delante de su cuerpo, lancé una cuerda por encima de la viga que tenía justo encima de su cabeza quedando atada de manos y sus brazos totalmente estirados hacia arriba. Me pareció oírla gemir cuando estiré la cuerda.

Estaba colgada, pendiendo de la cuerda que Armando me había atado a las manos. Estaba excitada, cada vez más. También estaba expectante esperando, cuando de pronto, Armando volvió a besarme, y a la vez, sentí su mano hurgar en mi sexo húmedo y cálido. Después sentí otro cuerpo detrás de mí, sin duda debía ser el camarero. Pegó su verga a mi culo y la sentí dura, hinchada. La restregó por mis nalgas y mi raja y luego se separó de mí. Entonces fué Armando el que restregó su polla por mi sexo suavemente, mientras me pellizcaba los pezones y lograba que de nuevo gimiera excitada. Necesitaba con urgencia sentir una polla dentro de mí, ya me daba igual cual, que fuera la de Armando o la del camarero, pero lo necesitaba ya. Armando incrustó su polla entre mis piernas, haciendo que las mantuviera juntas y las restregó dentro y fuera unas cuantas veces, mientras su respiración sonaba acelerada en mi oído. Yo también jadeaba. Y de nuevo, ambos se apartaron de mí, y me sentí sola y decepcionada, por no lograr lo que tanto deseaba.

La excitación reinaba en aquel lugar y aunque todos deseábamos llegar al momento cumbre cuanto antes, yo quería seguir llevando aquello al placer multiplicado, sabiendo que la espera iba a merecer la pena. El camarero se sintió algo decepcionado cuando le dije que se separara de ella. Le ordené aflojar la cuerda hasta que Bárbara quedara de rodillas en el suelo, sin dejar de tener atadas las manos a la viga por encima de su cabeza.

Acerqué mi verga a su boca y rocé sus labios con mi glande, algo que hizo que ella abriese la boca desesperadamente en su busca. Lo hizo con tanto ahínco que casi se atraganta cuando se la introdujo por completo hasta la garganta.

El camarero se puso junto a mí esperando mi nueva orden. Saqué mi miembro de la boca de Bárbara que desconcertada buscaba ser abordada de nuevo, y sentir en su boca una dura verga. En ese momento el camarero apoyó su polla en los preciosos labios de ella, mientras mis manos jugaban con su sexo.

Sentí un sabor distinto al chupar aquella verga, sin duda pensé sería la del camarero, mientras notaba unas manos hurgar en mi sexo. La excitación iba aumentando poco a poco en mi, haciéndome sentir húmeda. Gemí excitada y me estremecí cuando sentí como un dedo se introducía en mí, mientras a la vez unas manos sujetaban mi cabeza para dirigir los movimientos de mi boca sobre aquella verga que chupaba lo mejor que sabía. Enseguida sentí dos dedos dentro de mí, gimiendo otra vez. Y de repente, sentí que los dedos salían de mí y también la polla que hasta ese momento había tenido en la boca y como alguien se situaba detrás de mí. No dejaban de jugar conmigo y eso hacía que la excitación aumentara en mí y me llevara a un estado en el que pensaba que cualquier roce haría que me corriera.

Acaricié la espalda desnuda de Bárbara y ella echó su cabeza hacia atrás agradecida. El hecho de tener sus ojos tapados debían estar multiplicando sus sensaciones.

El camarero, siguiendo mis indicaciones, se arrodillo frente a ella y empezó a sobarle los pechos y a pellizcarle los pezones, paseando a la vez su verga entre los muslos.

- ¿Te gusta, putita? - le dije entre susurros al oído a Bárbara, al tiempo que mis manos acariciaban suavemente su culo.

- ¡Siii, Armandoo! - respondió ella excitadísima.

En ese momento levanté mi mano y le di un fuerte cachete en uno de sus glúteos. Ella gritó dolorida.

- ¡Sí, Amo!, ¡Repite!- le dije agarrándole fuertemente del pelo y echando su cabeza hacia atrás.

- ¡Si, Amo! - contestó asustada.

- ¡Más fuerte! - le dije dándole otro manotazo en el otro glúteo, haciendo que todo su cuerpo se tambalease.

- ¡Sí, Amo! - contestó en un grito.

Al sentir las cachetadas en mi culo, la excitación aumentó. No podía creer que aquello me pudiera excitar tanto, sentía mi sexo totalmente húmedo y palpitante, mi respiración empezaba a ser jadeante y entrecortada. Tras las cachetadas, Armando acarició mis nalgas suavemente. Mientras el camarero seguía tirando de mis pezones, haciendo que el dolor aumentase, junto también a la excitación.

Sentí, entonces, la mano de Armando dirigiéndose a mi sexo y hurgar entre mis labios vaginales, los pellizcó sin miramientos, haciendo que el placer de nuevo aumentara, y luego aprovechando la humedad de mi sexo, introdujo un par de dedos, gemí excitada y deseé que me follara con sus dedos pero no fué así, los sacó de nuevo y se separó de mí.

Me sentía excitado de ver aquella imagen de Bárbara maniatada, con sus ojos vendados, arrodillada y humillada. Sin duda aquella era mi mejor sumisa, con la que siempre había soñado y por lo que podía comprobar, estaba dispuesta a todo.

- Nena, nuestro hombre tiene una polla bastante grande, tendrás que comérsela entera. Quiero verla desaparecer en tu boca - le dije al oído, mientras el camarero sonreía feliz.

- Pero… - protestó ella, aunque no tuvo tiempo de más, pues le di otro de mis fuertes manotazos en su culo hasta hacerlo temblar y dejándole los dedos marcados.

Su quejido era un sí, así que indiqué al camarero que se pusiera de pie colocando su miembro a la altura de la boca de ella.

- Traga, putita. - le ordené agarrándola del pelo.

Sentí el glande del camarero rozando mis labios y abrí la boca. Lo recibí y él lo metió sin miramientos, hasta que sentí que rozaba mi campanilla lo que me incomodó un poco. Lo sacó un poco y cerré los labios alrededor de él. Armando seguía sujetándome del pelo, y marcando el ritmo que debía seguir para mamar la polla del camarero. Me obligaba a que tragara lo mas posible, y haciendo que me ahogara un par de veces. Pero aún así traté de mamar aquella polla que se me ofrecía deliciosa y toda para mí. El camarero empezó a gemir, señal de que lo estaba haciendo bien, y entonces sentí que Armando soltaba mi pelo, y era ahora el camarero el que ponía sus manos sobre mi cabeza para dirigir los movimientos de mi boca sobre su polla. Empecé a sentir el salado líquido preseminal mojando mi lengua, y eso unido a los gemidos del camarero y a las palabras de Armando en mi oído diciéndome:

  • Muy bien, putita, lo estás haciendo muy bien.

No hacían más que aumentar mi excitación, de modo que empezaba a sentir como me dolían los labios vaginales por el deseo que sentía, por la necesidad de ser penetrada por alguno de aquellos dos hombres.

Bárbara se afanaba en chupar aquella verga del camarero con auténtica dedicación, algo que me extasiaba y al parecer al hombre también pues jadeaba agarrándose a su cabeza para no perder el equilibrio.

Me situé de rodillas tras mi preciosa sumisa, colocando mis piernas entre las suyas. Comencé a rozar con mis dedos su clítoris y toda su rajita notando que estaba empapadísima. Se merecía su premio y yo también, pues ya no aguantaba más sin penetrar aquel chochito que se me ofrecía tan delicioso. Acaricié su culo y ella lo echaba hacia atrás, en señal clara de su nivel máximo de excitación.

Ubiqué mi glande en la puerta del paraíso, siendo acariciado por esos suaves labios vaginales que ardían. Empujé ligeramente su espalda para que la postura me permitiera una penetración completa.

Me agarré después a sus tetas como si me dispusiera a cabalgar mi corcel y de una fuerte embestida inserté mi verga hasta dentro, haciendo que se tragara aún más la polla del camarero.

Sentí como me penetraba y fué algo maravilloso sentirle por fin dentro de mí. A la vez, la verga del camarero, se enterró aún más en mi boca, y casi me atraganté con ella. Las manos de Armando estaban en mis tetas y las masajeaba suavemente, a la vez que empezaba un suave movimiento de mete-saca.

El camarero gemía al sentir que con cada embestida de Armando, su polla entraba más profundamente en mi boca y yo sentía como se hinchaba dentro. Armando pellizcó mis pezones y por unos momentos dejó de empujar dentro de mí. Mientras el camarero por fin se corría en mi boca, llegando al éxtasis. Cuando terminó sentí que se separaba de mí y se alejaba. Mientras Armando seguía empujando una y otra vez, aumentando poco a poco el ritmo dentro de mí y haciéndome excitar cada vez más.

Intentaba por todos los medios no correrme, quería aguantar al máximo y que mi amada llegase al séptimo cielo, se lo merecía. Sin embargo el placer que me inundaba era difícil de controlar. Aquel coño caliente se aferraba a mi verga de manera increíble, notaba como se iba adaptando a cada embestida. La imagen de Bárbara colgada de aquella cuerda, sus ojos tapados, suspirando en cada vaivén, aumentaban mi excitación y notaba que llegaba el momento de mi clímax y del suyo.

Aproveché mi postura para empezar a atizar su culo cada vez que mi polla se separaba de su cuerpo, dejando marcados mis dedos en sus glúteos. Aquello pareció ser el detonante, porque Bárbara abría la boca intentando captar un último aliento antes de empezar a correrse. Sus gemidos y gritos eran acompasados por mis embestidas, que eran cada vez más fuertes.

- ¿Te gusta putita? - le dije susurrando en su oído, sosteniendo su pelo con mi mano.

- ¡Siiiii, Amoooo! - contestó sin dejar de gemir.

Sentí como mi cuerpo se convulsionaba alcanzando el éxtasis y como el miembro de Armando se hinchaba dentro de mí. Sus embestidas, junto a sus palabras y sus palmadas en mi culo desencadenaron aquel maravilloso orgasmo, que se encadenó al suyo haciéndome sentir su caliente leche llenándome. Grité como nunca antes lo había hecho, pues el orgasmo fue demoledor, dejándome exhausta y casi sin aliento, mientra él, mi Amo, empujaba hasta vaciarse por completo en mí, gimiendo también por el placer.

Cuando ambos dejamos de convulsionarnos, sentí como me bajaba los brazos soltando la cuerda que me tenía colgada, y luego me quitaba la venda de los ojos abrazándome en su regazo y dejándome sentar sobre él en el suelo. Tardé unos segundos en lograr acostumbrarme a la blanquecina luz de lo que parecía una especie de almacén. Armando me abrazó y yo miré a mi alrededor buscando al camarero, pero Armando me dijo:

  • Ya se ha ido. ¿Estás bien? - me preguntó.

  • Sí. Dime, ¿he pasado la prueba? - le pregunté curiosa.

  • ¡Uhmm, no lo sé, creo que aún nos queda mucho por experimentar, ¿no te parece, preciosa? - me respondió.

- ¿Tengo que pasar más pruebas? - me preguntó confundida Bárbara.

Abracé su cuerpo desnudo y acaricié su culo en señal de lo contento que estaba con ella. Nuestros sexos estaban en contacto y ella gimió ligeramente al tiempo que mi miembro crecía de nuevo.

Lo cierto es que nunca antes había experimentado nada de esto con cualquiera de mis chicas, al menos no tan rápido y estaba sintiendo más que ese poder que me otorgaba el hecho de dominarlas, con Bárbara estaba sintiendo muchas más cosas, ella era mi chica preferida, sin dudarlo. También estaba convencido que aceptaría cualquier cosa que le pidiese, o mejor dicho ordenase, porque además de ser un bombón, era una sumisa de diez.

- Verás preciosa, estoy muy orgulloso de ti, eres una delicia y sé que haces esto más que convencida.

- Gracias amo. - respondió bajando su cabeza y yo apreté su culito en señal de agradecimiento.

- Quisiera presentarte en mi club. -  le dije acariciando su cabello y apretando mi miembro duro contra su sexo.

  • ¿Qué? ¿Tienes un club, que tipo de club? - pregunté sorprendida.

  • Sí, es un club de bdsm, pero no te asustes, es un club pequeño, solo unos pocos amigos, no somos más 20 y generalmente nunca coincidimos todos en el club a la vez.

Aquello me pillaba por sorpresa, y aunque me atraía la idea, y me excitaba pensar que por primera vez podía visitar un club de ese tipo, también me sentía algo cohibida al pensar que podría ser expuesta a los ojos de otros, además lo de “presentarme” en el club sonaba a algo obsceno, a… miles de imagenes de mi desnuda y excitada mientras Armando me besaba, o acariciaba o follaba encima de una mesa o en un sofá mientras otros nos observaban pasaron por mi cabeza.

  • Bueno, no sé, nunca he estado en un lugar así y…

  • Entiendo que tengas ciertas reticencias, preciosa, pero no haremos nada que no quieras hacer, entiendo que siendo tu primera vez, primero necesitas conocer el lugar y luego…sé que luego te dejarás llevar como lo has hecho hasta ahora.

Tragué saliva y suspiré, recogiendo mi ropa del suelo, al igual que estaba haciendo Armando.

  • Esta bien, vamos - le dije finalmente decidida.

  • Bien, pues vistámonos, ya verás, te gustará, te presentaré a mis amigos y a sus sumisas, son una gente encantadora.

Mi erección volvía a resurgir después de que Bárbara confirmase que estaba más que dispuesta a acudir al club… pues prácticamente ni se lo pensó.

Ya estaba imaginando la cara de todos cuando llegase allí con mi nueva adquisición. Estaba nervioso y eufórico a la vez.

Tomamos un taxi,  y le di la dirección al chófer, que no dejaba de mirar a través del retrovisor los pechos de mi amada.

Acerqué mi boca a su oído y le dije:

- Consigues poner cachondo a todo el mundo. Abre las piernas.

- Pero… - contestó ella sin que la dejase acabar la frase. Le puse un dedo en sus labios y repetí.

- Abre las piernas y muéstrale ese tesoro..

Sabía que era una orden y lo hizo sin volver a rechistar. Reconozco que fue una imprudencia, pues casi nos la pegamos por culpa de eso, ya que el taxista abría los ojos como platos frente al espejo sin mirar al resto del tráfico, y un frenazo brusco nos hizo a todos tambalearnos.

Cerré las piernas inmediatamente, al sentir como todo mi cuerpo se zarandeaba por el frenazo que tuvo que dar el taxista. Respiré profundamente, cuando vi que todo volvía a la normalidad, y el taxi seguía avanzando. Miré a Armando y le sonreí cómplice, él también me sonrió como si hubiéramos hecho alguna travesura. Luego se acercó a mí y me besó acariciando mi rodilla.

No tardamos en llegar al club que estaba en una pequeña calle, estrecha y no muy larga. En realidad, visto desde fuera, nada hacía pensar que aquello fuera un club nocturno de bdsm, simplemente parecía un garaje o un local vacío. Armando pagó al taxista y cogiéndome de la mano, nos dirigimos hacía la puerta de madera frente a la que nos había dejado el taxista. Armando llamó dando tres golpes y la puerta se abrió.

  • ¡Hola Armando! - lo saludó un chico rubio y alto, fornido que vestía sólo con un pantalón de cuero.

  • Hola Juan, esta es Bárbara, mi nueva sumisa - me presentó Armando - este es mi mejor amigo - me indicó Armando.

  • Hola guapa - dijo Juan, mirándome de arriba a abajo.

Entramos un poco más dando unos pasos y enseguida pude ver la pista de baile, una barra de bar no muy grande y un escenario al fondo, y alrededor, mesas y pequeños sillones en estas.

  • Ven, vamos a la barra - me dijo tirando de mi mano, mientras yo observaba a la gente que había en el local.

Habia un tio tras la barra y una chica medio desnuda, o sea, en tanga y sujetador, junto a la barra que supuse sería una especie de camarera. El resto de la gente estaba dispersa por las mesas; una pareja bailaba en la pista y se oía una suave música. Al pasar hacía la barra junto a una de las mesas, pude ver a una pareja, él le estaba metiendo mano bajo la corta falda que llevaba y ella gemía excitada. Lo que hizo que también yo volviera a sentirme caliente.

- ¿Qué te parece todo esto? - le pregunté a mi chica sosteniendo su barbilla con mis dedos viéndola muy excitada.

- Es maravilloso…Amo.

El hecho de que usara la palabra Amo por propia iniciativa, provocaba que una erección volviese a resurgir bajo mi pantalón.

- Eres una chica muy buena y excitante, ¿sabes? - le dije dándole un beso tierno, algo que agradeció con sus ojos vidriosos y mordiéndose posteriormente el labio inferior.

- Gracias. - contestó, bajando su mirada con timidez.

Pellizqué ligeramente uno de sus pezones por encima de su blusa, y ella cerró los ojos al tiempo que abría su boca en señal del placer que aquello le estaba proporcionando.

- Ven, zorrita mía. - le dije tirando de su mano en dirección a la puerta del vestuario.

Bárbara abrió los ojos de par en par al entrar en aquella sala repleta de baldas y armarios con todo tipo de material, desde cuerdas, esposas, ropa de cuero, de látex, corpiños, pasando por infinidad de juguetes, látigos y demás.

- Elige tu atuendo. - le ordené.

- ¿Cómo?

- Que elijas lo que más te guste, lo que más te ponga. Debería hacerlo yo, pero has sido tan buena que quiero darte ese regalo -  Su blanca sonrisa lo decía todo.

Observe lo que había ante mí y finalmente elegí un corpiño de cuero precioso.

  • Esto - le dije a Armando señalando el corpiño elegido.

  • Bien.

Lo cogí y le pregunté:

  • ¿Dónde me puedo cambiar?

  • Aquí - respondió él, - este es el vestuario - dijo quitándose la camiseta que llevaba y cogiendo unos pantalones de cuero que había en un colgador.

  • Bien - acepté imitándole y empezando a quitarme la ropa.

Me quedé en braguitas solamente y me puse el corpiño. Cuando ya casi estaba terminando, observé a Armando que se estaba abrochando los pantalones de cuero y vi sus calzoncillos en el suelo. Le sonreí imaginando su polla desnuda bajo el pantalón.

  • Quítate las braguitas - me ordenó.

  • ¿Qué? - pregunté como si no hubiera entendido su orden para quejarme después - me verá todo el mundo medio desnuda.

  • Sí, lo sé, quítatelas, vamos. O serás castigada - dijo acercándose a mí y tomándome por la cintura con un brazo, mientras con la otra mano apretaba mi pezón haciéndome daño, pero excitándome también.

Me aparté de él y obedecí quitándome las braguitas y dejando mi sexo desnudo. Estaba cachonda y pensar que toda aquella gente que había visto en el club me iba a ver medio desnuda aún me excitó más.

Qué sensación más caliente, primero al notar el tacto de los pantalones sin nada más debajo y ver a Bárbara más impresionante que nunca, ataviada con aquel corpiño de cuero tan ajustado que resaltaba su busto y daba la impresión que sus tetas iban a saltar en cualquier momento, luego su cintura bien apretada y abajo nada más que su sexo desnudo en el pequeño espacio en el que acababa el corpiño. Verla nerviosa me excitaba aun más.

- Bueno, ahora elegiré yo tres cosas para mi niña. - dije acariciando su sexo que empezaba a notarse húmedo.

Rebusqué por las baldas y encontré una soga de color rojo, que ella miró con los ojos como platos, aquello sin duda le gustaba. Luego unas botas negras hasta la rodilla con cordones y para rematar le puse una gargantilla metálica en el cuello y de ella colgué una cadena.

- ¿Qué te parece? - le pregunté tirando de la cadena, y obligando a que su cara se acercara a pocos centímetros de la mía.

- Me encanta, Amo.

- Bien, nena. ¡Vamos!

Estábamos preparados para salir de aquel vestuario y yo estaba a mil pensando en cómo me envidiarían todos al verme acompañado de esa maravilla de mujer.

Estaba nerviosa, pero también excitada cuando Armando abrió la puerta y salimos al local. Tiró de la cadena y empezó a caminar delante de mí, yo le seguía a una distancia prudencial. Caminamos hacía uno de los reservados y nos sentamos, enseguida apareció un camarero para tomarnos nota.

  • ¿Qué queréis tomar?

En ese preciso instante, Armando pasó su brazo por detrás de mis hombros y me acercó más a él.

  • Yo tomaré un gintonic y la señorita también - respondió Armando, deslizando una de sus manos hasta mi sexo desnudo.

El camarero se marchó hasta la barra, mientras yo sentía como los dedos de Armando se introducían entre mis piernas y me ordenaba:

  • Sepáralas un poco.

Sentí, entonces, como rozaba mis labios vaginales y dí un respingo.

Tras acariciar aquel dulce sexo, me llevé mi dedo a la boca pero en el último instante lo metí en la boca de Bárbara para que notara lo mojada que estaba. Dudó en un primer instante, pero obediente, devoró mi dedo sin dejar rastro de sus propios jugos. Cerró los ojos cuando mi dedo volvió al ataque sobre su rajita empapada.

La cogí por las axilas y la senté sobre mí, quedando su espalda contra mi pecho y en esa postura seguí acariciando su sexo, mientras su cabeza se ladeaba buscando mi boca. Mi primer instinto fue besarla, pero sabía que aun me desearía más si solo le pasaba la lengua por los labios, algo que confirmó lo caliente que estaba.

Mi miembro ya no podía permanecer más tiempo prisionero bajo el pantalón y lo liberé por la abertura que me permitía aquella prenda. Cuando nuestros sexos se rozaron desnudos ambos dimos un suspiro.

- ¿Quieres que te folle? - le pregunté mientras le mordía el lóbulo de la oreja y pellizcaba uno de sus pezones que asomaba por encima del corpiño.

- Sí…

- ¿No te importará que nos vea el camarero cuando vuelva?

- No, por favor, fóllame, Amo. - insistía. Sus palabras sonaban a desesperación y su vulva ardía frente a la punta de mi glande que también anhelaba aquella penetración.

Ni yo misma podía creerme que acabara de decirle que sí. Pero era cierto, le deseaba y deseaba volver a sentirle dentro de mí. Y entonces, noté como empujaba dentro de mí a la vez que yo descendía sobre su polla. Fue una sensación maravillosa cuando su verga entró en mí, cerré los ojos y me dejé vencer sobre él. A continuación Armando me sujetó por las caderas obligándome a subir y bajar sobre su erecto pene. Dejé caer mi cabeza sobre su hombro. Ambos gemiamos y justo en ese momento el camarero entró en el reservado. Me detuve de golpe, y miré al camarero sorprendida. Este se limitó a sonreirnos y dejó las bebidas sobre la mesita que teníamos en frente. Me miró, le miré y le sonreí.

Yo seguía aferrado a las caderas de Bárbara y empujaba con fuerza mi pelvis contra su sexo al tiempo que el camarero disfrutaba del espectáculo. Me volvía loco no solamente esa sensación de ser observados, sino ofrecer la visión envidiosa que debía sentir ese hombre.

Desaté el corpiño a la espalda de mi amada, y lo extraje por su cabeza, dejándola desnuda, sólo ataviada con sus botas altas, ante la vista atenta del camarero que alucinaba. Sobé sus tetas en plan exhibicionista de la forma más obscena y ella no decía nada, solo gemía cada vez que la embestía y mordía su cuello. Estaba totalmente entregada.

- Señor Valenzuela - nos interrumpió el camarero, justo cuando estaba con mi polla en lo más hondo de aquel ardiente coño.

- Dime, ¿qué quieres? - respondí con cierta insolencia, pues no era el momento de andar molestando.

- Tienen una visita.

- Ahora…. como verás, estamos ocupados.- contesté con la voz entrecortada.

- Se trata del Señor Guerra y su esclava. - respondió apurado el camarero.

El señor Guerra no era otro que nuestro jefazo, el de Bárbara y mío: El director general de la empresa. Noté como ella se había quedado paralizada y empalada en mi palpitante polla.

No podía creer lo que acababa de oír, el sr. Guerra estaba allí y quería ver a Armando.

  • ¡Oh, Dios, no puede ser!  - dije nerviosa.

  • Tranquila - me susurró Armando al oído y llevando su mano a mi clítoris empezó a masajearlo, luego dirigiéndose al camarero le dijo: - Dile que ahora voy.

Armando siguió acariciando mi clítoris, tratando de tranquilizarme y de nuevo siguió empujando dentro de mi con su erecta verga, haciéndome estremecer. Ambas estimulaciones hicieron que mi cuerpo empezara a sentirse de nuevo excitado y esa excitación fue aumentando hasta que alcancé el tan ansiado orgasmo. Cuando dejé de convulsionarme,caíi rendida sobre Armando y esté sacando su verga de mi, me dijo:

  • Anda vamos a saludar al jefazo, luego seguiremos.

Me levanté algo aturdida aún. Y ayudada por Armando me puse de nuevo el corpiño, luego salimos del reservado.

El sr. Guerra estaba en la barra, a su lado su esclava, desnuda al igual que yo, ella era…¡la Sra. Pino!, mi jefa directa, no podía ser. En ese mismo instante deseé que la tierra me tragara.

Al llegar a la barra la escena no podía ser más elocuente. El señor Guerra estaba con la boca abierta viéndonos llegar, cuando yo tiraba de Bárbara por la cadena que colgaba de su cuello. El jefe observaba ensimismado a mi amada con aquel corpiño que mostraba más de lo que ocultaba. Al lado de él estaba la admirada Alba Pino, su esclava favorita, la que yo quise en alguna ocasión llevarme al huerto y siempre me lo negó con rotundidad. No quitaba la vista de encima a su subordinada, mirándola de arriba a abajo. Alba estaba preciosa embutida en aquel vestido de látex rojo tan ajustado que se le veían abultados los pezones y hasta la forma de su ombligo. Un escote cuadrado hacía resaltar sus preciosos pechos.

- Buenas noches - dije saludando a ambos. Él me estrechó la mano y ella permaneció tras él, guardando su rol de sumisa.

- Caramba, Armando - apuntó al fin mi jefazo - me habían dicho que te habías hecho de un bomboncito nuevo, pero no imaginé que fuera esta preciosidad.

Su mano sostuvo la barbilla de Bárbara que estaba roja como un tomate, pero en un acto reflejo la separé de él tirando de la cadena.

- ¿Le gusta? - le pregunté, sabiendo su respuesta de antemano.

- Claro, es una maravilla. Podrías dejármela un ratillo…  - propuso en tono jocoso.

Miré a Bárbara y sabía por su mirada que no estaba dispuesta, pero es que yo aún lo estaba mucho menos, pues no quería compartir a mi amada con cualquiera, menos con aquel cerdo.

- De ninguna manera. Ella me pertenece en exclusiva. - apunté seguro, agarrando el mentón de Bárbara y besándola con toda la pasión.

Me tranquilizó saber que Armando no estaba dispuesto a compartirme con nuestro jefe, pero también me ponía algo nerviosa, tratar de descubrir cual sería su siguiente paso. Que estaba pensando; porque tras el beso, nos miramos a los ojos y vi en su mirada que algo estaba maquinando.

  • Aunque… me he fijado en como tu sumisa ha mirado a la mía y quizás podríamos hacer - Armando hizo una pausa, observándome detenidamente - que se divirtieran juntas.

Miré entonces a mi jefa, asustada, sorprendida y… sus ojos me miraban con deseo. Volví mi vista hacía Armando, que de nuevo me besó y tras el beso, acercó su boca a mi oído y me dijo:

  • Venga, sé buena, y haz que Alba se divierta, puedo ver en sus ojos cuanto te desea, ella es bi ¿lo sabías?

No dije nada, pero miré a Armando sorpendida por la revelación, ya que no lo sabía, luego afirmé con la cabeza.

  • Perfecto, vamos al reservado - añadió Armando tirando de la cadena de nuevo.

Siempre había oído hablar en la oficina de las habilidades de Alba, pero nunca me dejó adentrarme en ese mundo. Ahora, con Bárbara lo iba a descubrir, lo que son las cosas. Dos bellezones divirtiéndose y consintiendo los deseos de sus respectivos amos.

Miré a Bárbara que iba detrás de mí, como una auténtica sumisa, como si lo hubiera aprendido a saber dónde. Tiré de la cadena para acercar su cara a la mía.

- Eres perfecta.

Aquello le gustó, se le notaba en su mirada y en su larga sonrisa. Estaba satisfecho e ilusionado con Bárbara, era lo mejor que me había pasado jamás.

Llegamos al reservado de nuestro jefazo, y tanto él como yo no sentamos en el sofá. Las chicas permanecieron de pie mirándonos y esperando a que uno de nosotros diera el pistoletazo de salida.

El Sr. Guerra hizo un gesto y Alba se acercó a mi, y me tomó por la cintura, yo miré a Armando y este me hizo un gesto de que sí con la cabeza como si me diera su permiso. Era la primera vez en mi vida que me entregaba a otra mujer y estaba nerviosa, no sabía que tenía que hacer. Alba besó mi cuello y acercando su boca a mi oído me dijo:

  • Tranquila, déjame a mí. Tú sólo déjate llevar.

Cerré los ojos y permití que Alba controlara la situación. Sus labios descendieron por mi cuello haciéndome estremecer, siguió hasta llegar a mis senos y empezó a chuparlos primero, y morderlos después arrancándome un gemido de placentero dolor. Miré a Armando, que sonreía sentado frente a nosotras y junto al Sr. Guerra, el cual se había desabrochado la cremallera y se estaba acariciando sus partes. Alba deslizó una de sus manos hasta mi sexo y suavemente cosquilleó mi clítoris con sus dedos, otro gemido salió de mi garganta.

- Desnúdala - ordenó el Sr. Guerra.

Bárbara me miró con un brillo en los ojos, mezcla de emoción, de excitación, de nerviosismo... Por un momento me pareció ver que pedía clemencia, sin embargo el morbo que había en aquel reservado era demasiado, como para dejar pasar esa oportunidad de ver como actuaban aquellas damas en un juego de lo más erótico y alocado.

Moví mi cabeza para que Alba obedeciera a la petición tras la voz de su amo, porque sabía que sin mi conformidad no había nada que hacer.

Alba fue soltando el corpiño de mi chica lentamente, danzando con sus altos zapatos de tacón alrededor de ella. Yo estaba más que excitado y creo que Bárbara también, porque cuando su única prenda cayó al suelo sus pezones se veían más grandes que nunca y su sexo brillaba.

Miré a mi jefazo y le vi con la boca abierta. Me sentí orgulloso.

Estaba nerviosa y excitada a la vez, Armando me miraba con deseo y aprobación, sin duda disfrutaba de lo que estaba viendo, al igual que el sr. Guerra. Alba acercó su boca a la mía y me besó, mientras con sus manos masajeaban mis senos, que estaban hinchados por el deseo. Los apretó y sobó, luego acercó su boca a uno de mis pezones y lo lamió y mordisqueó suavemente, haciéndome gemir. Yo sentía que se me aflojaban las piernas, pero entonces Armando se acercó a mí y tirando de mi mano me indicó:

  • Anda, ven y siéntate aquí.

Me senté en el sofá donde estaban ambos hombres, mientras Alba seguía chupeteando mis tetas y adentraba su mano entre los pliegues de mi sexo, solté otro gemido al sentir su índice rozar mi clítoris.

- Desde luego has hecho un fichaje fuera de serie, Armando. - dijo de pronto el Sr. Guerra viendo como Alba se entregaba a tope en el precioso cuerpo de Bárbara.

- ¿Le gusta eh? - le dije orgulloso.

- Mucho. ¿No te interesa un cambio? - dijo haciendo una seña a Alba, que se puso ante mí soltándose los tirantes de aquel ceñido vestido para quedar desnuda delante de mis ojos.

Desde luego, siempre había soñado con el cuerpo de esa mujer, pero ahora que lo veía desnudo me impactó aún más, pues era realmente atrayente, perfecto, con unas tetas grandes y bien puestas, unas caderas fornidas y acordes a todas sus curvas y un sexo rapado, como Dios manda.

Bárbara esperaba ansiosa mi decisión, se la veía celosa, el mohín de su cara lo decía todo.

- No puedo aceptar un cambio, aunque la oferta es realmente tentadora - dije al fin, haciendo que Bárbara sonriera. Se sentía muy mía y no quería ser compartida con otro. - Dejemos que ellas se sigan divirtiendo - añadí.

A continuación Bárbara se abrazó al cuerpo desnudo de Alba y la besó con todas las ganas.

Acaricié el cuerpo de Alba y sentí una de sus manos introduciéndose entre mis piernas, y cómo con uno de sus dedos me penetraba, gemí y todo mi cuerpo se estremeció. Alba seguía chupeteando mis tetas, mientras ambos hombres nos observaban. Miré a Armando y vi como se acariciaba el sexo por encima del pantalón. El sr. Guerra hacía lo mismo, pero había sacado su miembro de la prisión del pantalón y se lo estaba meneando suavemente.

Gemí al sentir como Alba ahora abría mis piernas y se metía entre ellas, para lamer mi clítoris con la lengua, mi cuerpo se estremeció de nuevo. Su lengua viajó de mi clítoris y a mi vagina y se introdujo en ella. Era maravilloso sentir aquella lengua jugueteando con mi sexo y no podía dejar de gemir y sentir como todo mi cuerpo vibraba. Traté de mirar a los hombres pero Alba acercó su cara a la mía y me besó. Sentí mi sabor en su boca y entonces fué ella la que tras sentarse en el sofá abrió las piernas y me ordenó:

  • Vamos princesa, ahora te toca a ti.

Bárbara esperó mi orden. Aquello me volvía loco, sabiendo que mi chica no hacía nada sin mi consentimiento. Era, desde luego, mi aventajada sumisa, que rápidamente supo tomar su papel, como si lo hubiera hecho toda la vida. Asentí, lanzándole un beso y acariciando mi miembro que saqué de su prisión del pantalón. Ella lo miró y se sintió orgullosa de la excitación que me provocaba.

Bárbara miró a los ojos de su jefa, supongo que llena de dudas y era comprensible, porque supogo que nunca había imaginado que pudiera estar en una situación así. Se arrodilló ante ella y empezó a acariciar la parte interna de sus muslos. Alba echó su cabeza hacia atrás reposándola en el sofá totalmente excitada. A continuación Bárbara acercó su boca a los labios vaginales de su jefa y empezó a lamerlos, primero lentamente y luego con total dedicación, haciendo que Alba se convulsionara de placer.

“Esa es mi chica” - pensé

Me sentía inexperta haciendo aquello, pues era la primera vez que probaba el sexo de una mujer, pero traté de hacerlo como a mi me gustaba que me lo hicieran, por eso me entretuve en pasar la lengua por todos los labios vaginales, lentamente, haciendo que Alba, mi jefa, se estremeciera y gimiera. Sentí sus manos sobre mi cabeza, introduje la lengua en su agujero vaginal y Alba se convulsionó. Luego, tirando de mi pelo reclamó:

  • Anda, ven, dale un poco de atención a mis tetas.

De nuevo miré a Armando que se estaba acariciando su sexo y con los ojos pareció darme de nuevo su permiso, me incorporé un poco y puse toda mi atención en aquellos suaves y hermosos senos. Empecé a lamerlos, a saborearlos, y mientras chupeteaba un pezón, con la mano acariciaba el otro y lo pellizcaba. Estaba sumida en aquella espiral de sensaciones y placer cuando se me ocurrió algo, asi que llevé mi mano libre hasta el sexo de mi compañera, y busqué su clitoris empezando a masajearlo suavemente. Alba se estremeció esta vez con más fuerza.

La jefa de mi chica se convulsionó al recibir ese masaje portentoso que los dedos de Bárbara le estaban proporcionando. Empezó a respirar, a gemir fuertemente, para terminar chillando presa de un delicioso orgasmo.

- Joder Armando, quiero a esa muñequita, al menos por esta noche. - insistió el Sr Guerra visiblemente excitado al ver aquella escena de su chica en manos de la mía.

- De ninguna manera. - contesté rotundo, pues no estaba dispuesto a compartir a mi preciosidad con aquel tipo, algo que ella celebró con otra de sus sonrisas.

- Te recuerdo que ambos trabajáis para mi.

Aquello fue un juego muy sucio, pues dio donde más dolía. Bárbara y yo nos miramos, pero ninguno queríamos ceder a que aquel cerdo compartiera mi maravilloso hallazgo. De buena gana le hubiera mandado a la mierda, pero pensé en algo que me daba la oportunidad de un doble o nada.

- Hagamos una apuesta - dije de pronto.

- ¿Qué tipo de apuesta? - preguntó Guerra, interesado.

- El que gane se quedará toda la noche con las dos chicas a su entera disposición - dije sonriente.

Bárbara abrió los ojos de par en par, asustada con mi proposición, pensando en que si perdía tendría que estar toda la noche con su jefazo, algo que no parecía hacerle demasiada gracia.

-Vale - Aceptó el Sr. Guerra - Y ¿cómo nos lo jugamos?

Armando pareció pensar unos segundos y finalmente propuso:

  • Ellas se encargarán de hacernos una mamada, el que tarde más en correrse será el ganador y se quedará con las dos bellezas.

  • De acuerdo - aceptó el Sr. Guerra, con cara de satisfacción. Era evidente que ya se veía ganador de la apuesta

Ambos hombres se acomodaron en el sofá con el pene erecto entre sus piernas y observándonos nos indicaron:

  • Venga chicas - al unísono.

Y tanto Alba como yo nos acercamos a nuestro objetivo. Yo me situé entre las piernas de Armando, cogí su polla entre mis manos y empecé a lamerla suavemente. Mientras Alba, tenía el pene del Sr. Guerra sujeto por la base y acercaba su boca al glande cuidadosamente. Yo saqué la lengua y lamí el glande despacio, sabía que en la lentitud de movimientos estaba el secreto para que Armando ganara la apuesta, asi que trataba de ser lenta.

A pesar de que Bárbara lo hacía despacio y tocándome suavemente con sus manos, sus labios y su lengua, para así evitar que me corriera el primero, era bastante complicado controlar aquella situación cargada de excitación; teniendo en cuenta que mi chica, aunque no se esmerase especialmente, me excitaba por sí sola y empecé a dudar si vencería en esa apuesta a priori ganadora. Me puse a pensar en otras cosas, intentando que aquello no se me escapase de las manos. Yo sabía de mi autocontrol, pero mi jefe no me andaba a la zaga, pues me miraba sonriente y dominando su propia eyaculación a pesar de que Alba tenía toda su polla metida en la boca.

- La boca o la lengua tiene que estar tocando continuamente. Que se vea que la nena se esmera - apuntó el Sr. Guerra, para evitar que mi chica hiciera algún tipo de trampa.

En ese momento Bárbara le miró fijamente a los ojos y le sonrió. A continuación sacó su lengua y empezó a jugar con mi glande de una forma magistral, para después meterlo en su boca y apretar fuertemente con sus labios. Dios, yo creía morirme… No entendía para nada lo que se proponía mi chica, porque si seguía así, irremediablemente me correría en pocos segundos. Intenté mirarla, pero ella seguía con los ojos fijos en el Sr. Guerra. Entonces entendí su jugada, quería provocarle, volcada en mi propia mamada, dedicándose de pleno en mi polla como si le fuera la vida en ello y conseguir que él se excitase, incluso más que con lo que le estaba haciendo Alba directamente. Yo, en cambio, no tenía muy claro si aguantaría ante tanta pasión como le estaba poniendo Bárbara a mi polla.

Seguía lamiendo la polla de Armando, mientras observaba al sr. Guerra. Alba seguía chupándolo. también. Yo trataba de recrearme, de hacerlo de la manera más sexy posible para calentar al Sr. Guerra, y supongo que efectivamente, el truco funcionó, porque vi como se convulsionaba y empezaba a correrse dentro de la boca de Alba. No tardó mucho Armando en correrse también dentro de mi boca, haciéndome sentir el sabor salado de su semilla.

Armando se convulsionó y agarró con fuerza mi cabeza para que no la quitara. Cuando ambos hombres se calmaron, Armando dijo:

  • Creo que he ganado.

  • Así es chico - añadió el Sr. Guerra. Y cogiendo a Alba de la mano se la tendió a Armando diciéndole: - Aquí tienes a mi sumisa, es tuya por una noche, cuidala como lo haría yo.

Me puse en pie y recibí a Alba sosteniendo su mano y besándola caballerosamente con la mía. Ella me sonreía como antes nunca la había visto. Me pregunté si realmente deseaba más que nada que yo fuera el ganador de la apuesta

- No se preocupe, el lunes la tendrá de vuelta en la oficina. - contesté al jefazo y sonriendo a mi nueva adquisición por esa noche dándole un azote en su precioso culo.

Ver al jefe marchándose de aquel reservado me dejó ciertas preguntas en la cabeza, entre ellas saber cómo le sentaría haber perdido a su chica adorada, segundo no haber conseguido a la mía y tercero, ¿Qué pasaría el lunes en la ofi con todos nosotros?, ¿tendríamos la carta de despido?

Alba me sacó de mis pensamientos al pegar su cuerpo desnudo al mío y a besarme con total entrega, metiendo su lengua en mi boca, jugando con la mía. Mis manos se apoyaron en su culo que masajeé con gusto.

El señor Guerra mientras tanto se quedó unos segundos en la puerta viendo la escena, imagino que con notoria envidia. Bárbara se unió a nosotros y desnudos los tres empezamos a sobarnos y a besarnos con total lascivia, algo que hizo que el Sr. Guerra se fuera dando un portazo.

  • Bien chicas, ¿que tal si vamos a algún lugar más privado? - dijo Armando - Hay una habitación en la parte de arriba.

  • Si, es una buena idea - dije yo imaginando lo que iba a pasar.

Alba afirmó con la cabeza sin decir nada, se la veía un poco preocupada.

  • Bien, pues vamos chicas.

Salimos del reservado y después de que Armando cogiera las llaves de la habitación que estaban en un cajón de la barra nos dirigimos hacía la habitación. Entramos y Armando nos pidió disculpas ya que tenía que ir al baño. Entretanto, le pregunté a Alba:

  • ¿Qué te pasa? Pareces preocupada.

  • Y lo estoy. Pedro (se refería al Sr.Guerra) se ha ido muy enfadado.

  • Sí, supongo que no le ha hecho gracia perder la apuesta.

  • No, creo que no.

  • Pero es mejor que disfrutemos del momento - le dije- ya pensaremos luego en lo demás, ¿no crees?

Y justo en ese momento Armando salió del baño.

En cuanto salí a la habitación me encontré la escena que cualquier hombre pudiera soñar, pues ellas, nada más verme se fundieron en un abrazo de lo más sensual, pasando las manos por sus respectivos cuerpos acariciándose desnudas y besándose apasionadamente. No hacía falta que yo les indicara nada, porque ellas estaban más que entregadas al juego erótico y además, había algo más que un juego, se veía que las que antes fueran jefa y subordinada habían roto todas las mordazas, todas las cadenas y todas sus inhibiciones para convertirse en dos perras en celo, que desatadas, dejaban volar libre su imaginación y todas sus fantasías. Se notaba que disfrutaban.

Estuve a punto de intervenir en esa fiesta, pero haciendo un gran esfuerzo preferí esperar a mi momento, sabiendo que yo era algo más que un invitado a esa fiesta y el espectador único.

Me senté en el cómodo sillón, encendí un pitillo y me puse a disfrutar.

Empujé levemente a Alba sobre la cama y miré a Armando, que nos miraba con cara de satisfacción mientras fumaba. Luego, hice que se tumbara y me puse en cuatro sobre ella, la besé apasionadamente en la boca y luego descendí por su cuello hasta sus pechos,  que amasé y luego sobé y chupeteé a mi antojo tratando de hacerlo como a mí me gustaba que me lo hicieran. Alba empezó a gemir satisfactoriamente y decidí aventurarme por su vientre hasta alcanzar su monte de venus. Soplé y todo su cuerpo se estremeció, luego abrió las piernas en señal de aceptación y me situé entre ellas. Saqué mi lengua y la acerqué a su clitoris, buscándolo entre los pliegues con la lengua y lamiéndolo suavemente. Alba se estremeció y oí un gemido que parecía ser también de satisfacción procedente de Armando, pero decidí no mirar y seguir con mi trabajo.

Era imposible no sentirse excitado viendo aquella imagen y aunque acariciaba mi miembro no quería hacerlo con vehemencia para evitar correrme de inmediato. Me levanté para ver todo más cerca y después me senté en la cama junto a ellas. Preferí que las chicas se divirtieran de lo lindo, mientras yo simplemente las observaba. Entonces ví que Alba se retorcía en la cama muy cercana al orgasmo gracias a la habilidosa lengua de Bárbara sobre su clítoris.

- ¡Levantaros! - ordené.

Bárbara me miró sorprendida, todavía arrodillada entre las piernas de su jefa. La otra estaba agarrándose las piernas que le temblaban y a punto de caramelo para llegar al orgasmo. Pero aquello no podía desfasarse, quería que el nivel de excitación aumentase antes de que nadie se corriera en esa habitación.

- ¡Alba, átala a la cama! - fue mi siguiente orden señalando a mi chica.

Mi nueva sumisa por esa noche obedeció y aun temblorosa, cogió unas esposas de cuero que ató a las manos y a los pies de mi amada Bárbara, y a continuación la puso tumbada en la cama boca arriba totalmente abierta y expuesta con sus piernas y brazos en cruz.

Estar atada y totalmente abierta hizo que me excitara y mi sexo se humedeciera de nuevo. Alba estaba entre mis piernas, ahora, y Armando me observaba con cara de deseo desde un lado de la cama. Acercó su boca a la mía y me besó. Todo mi cuerpo se estremeció. Luego él se puso en pie y empezó a desnudarse mientras le ordenaba a Alba.

  • ¡Ponla a tono! La quiero totalmente excitada para mí.

Y Alba comenzó a acariciar todo mi cuerpo, masajeándolo suavemente desde mis pies, subiendo por mis piernas, y luego por mi torso hasta llegar a mis senos, donde se entretuvo sobándolos con ambas manos. Cerré los ojos y me dejé llevar por las sensaciones y entonces sentí una mano, unos dedos hurgando entre los pliegues de mi sexo.

Ver a Alba a cuatro patas sobre el cuerpo de Bárbara y ambas desnudas era un espectáculo mayúsculo, por eso mi mano se metió entre sus piernas rozando ligeramente el sexo de una y de otra, mientras ellas no dejaban de besarse y manosearse. Acerqué mi lengua y pude rozar con ella el coño húmedo de Alba primero y casi chorreante de Bárbara después.

Las dos gemían y me sentía dichoso y demasiado caliente para controlar más la tentación de no follármelas.

Me puse de rodillas en el borde de la cama y no me fue difícil situar mi miembro a la entrada de aquellas dos preciosas grutas que parecían estar llamándome. Inserté de golpe mi polla en el coño de Alba, sin que ella se lo esperase, pero no protestó, más al contrario gemía totalmente entregada y disfrutando el momento. Nunca había estado dentro de Alba y siempre había soñado con ese momento y además multiplicado al poder tener a dos preciosidades cargadas de erotismo, de pasión y de entrega, en exclusiva para mí. Me agarré a sus caderas y empecé a bombear mientras ella seguía sobre el cuerpo de Bárbara, mordiendo su cuello que a su vez gemía y temblaba también de todo lo que le acontecía.

Creí que era el momento de penetrarla, yo tampoco duraría mucho más, así que puse mi glande a la entrada del coño ardiente de Bárbara y lo dejé allí durante unos segundos. Después la penetré con fuerza y la oí gritar presa del placer. Mi polla pareció crecer en su interior .

Gemí y me estremecí sintiendo como Armando empujaba dentro de mí, mientras Alba me besaba y acariciaba mis senos. Estaba a mil y sabía que en cualquier momento iba a estallar, al igual que sentía como Armando gemía y se hinchaba más dentro de mí. Estaba claro que era inevitable, gemí y me contorsioné, Alba se apartó de mis labios, momento que Armando aprovechó para acercar los suyos y me besó, introduciendo su lengua en mí, buscando la mía a su vez, lo que hizo que el placer se disparara en mi interior y explotara en un demoledor orgasmo. Y sólo unos segundos más tarde sentí como también Armando se corría derramándose en mi interior.

Segundos después, ambos empezamos a calmarnos y el silencio reinó en la habitación.

Me quedé tumbado en la cama abrazado por mis dos chicas y relajándome después de ese polvazo con Bárbara. Me sentía dichoso.

- Gracias, Amo. Ha sido maravilloso. - dijo de pronto Bárbara acariciando mi pecho, mientras yo iba soltando sus muñecas y tobillos.

- Me alegra que te guste, porque yo también he disfrutado como nunca.

Alba se situó de rodillas a mis pies y empezó a pajearme suavemente mientras Bárbara seguía hablándome y acariciando mi pecho.

- Gracias, es lo mejor que pudiera soñar jamás, Amo - añadió.

- Me alegro haberte hecho mía y ahora nadie podrá ser tu dueño salvo yo. Quiero serlo siempre y no perderte nunca. ¿Me concederás eso? - le pregunté mientras mi verga crecía y crecía bajos los habilidosos dedos de Alba.

- Soy tuya para siempre Armando, ya lo sabes, pero… ¿Puedo poner una condición?

- Claro que sí, preciosa. Te lo mereces.

- Que Alba sea tuya también. - sentenció.

- Pero ella es de…

La propia Alba fue la que no me dejó terminar la frase. Se puso en pie y a horcajadas sobre mí se clavó mi polla hasta lo más hondo de su sexo ardiente.

- ¡Hazme tuya! - dijo.