Hazme lo que quieras pero no me dejes marca

¡él sí pero tú no!

“Hazme lo que quieras pero no me dejes marca”

¿Cómo pude mantener el tipo en semejante situación? Por favor, retrocedamos en el tiempo y veamos tú y yo lo que paso ese día.

Como de costumbre, fuimos a clase, y ahí yo, sinceramente, poco atendí, pues está pendiente de tu mano, de darte la mano. Cruzar tus dedos con los míos era muchísimo más importante que cualquier pobre muerto y sus escritos sobre algo que, sinceramente, poco importa. Con una erección permanente, porque era eso lo que causabas en mi, sobrellevaba las tres horas de clases diarias, oliendo tu pelo a la lejanía y acariciando tu mano con la mía.

Ese día te quería más que ningún otro, pues estabas espléndida, eras como una pequeña ninfa, mi ninfa. Con tu coletita, y tu pelo castaño con reflejos pelirrojos me desbocabas. Tu sonrisa, medio traviesa medio inocente, me trastocaba más aun mis planes, y endurecía mis penas. Nunca supe si lo que sentías por mi era de verdad, o simplemente una historia más en tu vida. Supongo que quizá solo ahora te acuerdas de mí para maldecirme y poco más, pero yo, a veces, te recuerdo con cariño y con un pequeño rasgo de excitación.

Más guapa imposible. Tu sonrisa risueña, tus ojos vivos y ambarinos, me alegraban las penas, me agraciaban el alma. Me daban una razón para ir cada día a donde iba.

Cuando nos quedamos solos, oh, dioses, cuando nos quedamos solos… ¿acaso no te acuerdas? Nos sentamos en aquella mesa, primero te sentaste a mi lado, pero quizá pocos minutos después te sentaste encima mía… ¿pocos minutos? ¡Menos habían de ser!

Nos comíamos la boca como dos amantes furtivos, como dos jóvenes que descubren que tienen hormonas, como dos seres que intentan completarse el uno con el otro. Y con ese deje de lujuria y de locura, empezamos a acariciarnos mutuamente. ¿Cómo no olvidarlo? ¡Si me tenias a tus pies! Me tocabas y con cada efímero contacto de tu piel sobre mi piel, me ardía el alma, y me dabas mas placer que la más excitante de las pajas. ¡Cómo me tenias muchacha! A tu completa merced. Ya lo dijo alguna por ahí, que para conquistar a un hombre, basta con tocarle poco más debajo del ombligo…. ¡Y bien es cierto, doy fe de ello con mi sello! Y digo gracias…

Tras pasar el tiempo y las caricias, oí tu voz en mi oído, oí como decías algo que, quizá interprete mal yo o fue mi acalorada mente, con escaseo de riego sanguíneo, pues la tenía tan dura que podía partir turrón… del duro…

“… porque yo, me lo trago todo… to-do…”

“¡Vamos al baño!”

“Vale”

Mal. Muy mal, me llevaste al baño (yo quería, ¡no te imaginas cuanto!) y allí entramos, cierto es. Allí te desnudaste ante mí… pongo mi alma en el fuego si no has sido lo más bello que han visto mis ojos. Tú, desnuda, excitada, rojita como un tomate y pasando frio… que ganas tenía yo de calentarte…

Y, antes de yo besarte la piel, antes de cubrirte con saliva, con caricias y lametones, antes de besarte cada milímetro de tu cuerpo, antes de quererte como no he querido a ninguna antes (y digo verdad…) dijiste aquello…

“Hazme lo que quieras pero no me dejes marca…”

“No me dejes marca…”

¿Cómo debía digerir yo eso? Decirme, antes de tenerte, que no eres mía, es como decirme “no quiero que él se entere, ¡soy suya, no tuya!, ¡él sí pero tú no!”

No eras mía, y creía tenerlo aceptado, pero no fue hasta ese instante en el que me di cuenta de que no, de que es mentira. No eras ni siquiera mínimamente mía, pero yo era enteramente tuyo… pero proseguí, proseguí y te bese…

Baje por tu cuello, deslizando mis labios en un eterno beso hasta la piel de tus senos. Los recorrí con la yema de los dedos, los sopese levemente y los abarque con toda mi mano… siguen siendo las primeras tetas que han tocado mis manos, créetelo o no te lo creas. Juguetee con tus pezones, con miedo de hacerte daño, apenas los pellizque… era novato, muy novato, y luego, los bese. Con pasión, con lujuria y con descaro los chupe y los lamí, a los dos, pues no quería celos entre ellos y mi lengua.

Después recorrí la eterna distancia entre ellos y tu ombligo, con besos y caricias. Apreciando cada grado de calor que emitía tu cuerpo, cada suspirito que emitía tu boca. Lo atesoraba como si no fuese a sentirlo en años, e hice bien.

Baje por tu ombligo hasta el inicio de tu pubis… depilada una semana antes, tenias vello, pero un vello suave, aterciopelado. Precioso, como tú… eras…

Antes de llegar ahí bese tus muslos, mordisqueándolos un poquito, pues me encantaban. Después, ya sin más dilación, baje allí donde el vientre pierde su nombre. Allí donde guardabas tu mejor parte. Seamos sinceros, ni tus flujos sabían a fresas ni yo era tan bueno como quería aparentar en tan noble arte. Pero según tú, entre lametazo y lametazo, entre beso y caricia, mientras mi lengua profundizaba en tus interiores, confesaste haber tenido un orgasmo. Y ahí no quedo la cosa.

Tras haberte tenido en mi boca, me levante y te bese. Te dio un poquito de asco, pero bueno… después tu… tu…

Me acariciabas, y muy bien, demasiado bien… me tenias a tope, y me obligaste a bajarme el pantalón y los calzoncillos. Bien es cierto que no soy un dotado ahí abajo, sino que más bien, llego a la media con un poco de dificultad, pero pese a ser la primera mujer que me ve desnudo, te lo tomaste bien… pensé, incluso, que saldrías corriendo y riéndote… o que al día siguiente lo sabría media facultad. Eras la primera…

Me masturbaste suavemente, me besaste y me lamiste, nos masturbamos mutuamente, donde tú sí ya alcanzaste el segundo orgasmo, que ese sí que lo note en mis dedos…

Me dijiste que me sentara y te dedicaste a darme placer oral. Muchas gracias. Nunca había experimentado nada, nunca había tenido experiencia alguna, tú eras la primera, y tristemente lo sigues siendo.

Luego yo dije algo… “déjame que te folle” o “déjame hacértelo” a lo que tu respondiste con un “no tenemos condón” . Calle como se ha de hacer en estas ocasiones. No creía que fueses a aceptar…

Continuaste con tus exquisitas artes orales y viste extrañada que no me corría… que no alcanzaba el orgasmo… normal… en mi mente aun retumbaba el eco de tu “no me dejes marca…” y apenas podía disfrutar plenamente. Bueno, también estaba nervioso… te sentaste encima mío e intentaste una penetración… pero yo dije “no tenemos condón” como un autómata. Como un idiota, como un imbécil deje pasar mi primera vez porque no tenía condón .

Al rato, cansados de… eso… nos fuimos…

Han pasado casi dos años… el otro día cumplió dos el primer beso que te robe en el metro… sigo solo y tú en compañía, como antes de conocerte. Sigo siendo un triste, revolcándome en mis miserias y llorando por lo que me hacías sentir.

Ya no te echo de menos a ti, sino lo que me hacías sentir, echo de menos una compañía como la tuya, pero no la tuya…

Me encantabas, entera, pero lo que más me gustaba de ti eran tus manos. Tenerlas entre las mías me completaba.