Hazlo

Silvia está al otro lado de la puerta, completamente vestida, aun lleva el bolso colgado del hombro, ha llegado a la habitación poco antes que yo...

--- HAZLO ---

-Arrodillate Silvia.

Silvia está al otro lado de la puerta, completamente vestida, aun lleva el bolso colgado del hombro, ha llegado a la habitación poco antes que yo. Sus instrucciones eran precisas: "alquila una habitación, envíame un mensaje y espérame de rodillas". Pero no estaba de rodillas sino que permanecía pegada a la pared, temblando y mirando al suelo. Yo sabia que eso podía suceder, incluso sabía que ella podía no haber alquilado nunca la habitación. Pero lo había hecho.

Silvia había estado mucho tiempo esperando este momento, ambos lo sabíamos y en ello habíamos gastado los días esperando, imaginando y renunciando a nuestros respectivos deseos. Por motivos diferentes, pero con el mismo resultado. Habían pasado varios meses hasta que finalmente había sucedido. Habían sucedido demasiadas cosas pero al final había sucedido la única cosa posible. Ambos estábamos allí, como Amo y sumisa. Ese era nuestro destino y contra el destino no se puede jugar, a riesgo de perder mucho mas de lo que vas a ganar.

Siempre sucede, por mucho que quieras evitarlo. Puedes evitar pegarle a un tipo en un bar, puedes evitar fumarte el segundo cigarrillo del día, incluso puedes evitar besar a tu esposo. Pero todo eso no son más que trivialidades que pasan y se olvidan. Ese tipo, ese cigarro o ese beso no son más que una de las cosas que nos sucede durante el día. Una cosa más. Pero eso no tiene nada que ver con nuestro destino.

Ambos deseábamos dominar y ser dominados. Yo sentía la imperiosa necesidad de dominarla y sabía que ella sentía la imperiosa necesidad de ser dominada. Lo único que habíamos estado haciendo durante todo este tiempo era alargar la agonía. Conseguir esa ultima bocanada de aire antes de hundir la cabeza en el agua para comenzar a bucear hacia las profundidades. Allí donde el mar es azul y esta lleno de colores, de sensaciones, de maravillas escondidas.

Yo ya había pasado por eso. Ella nunca había buceado a tanta profundidad. Y eso es lo que mas me excitaba.

-Arrodillate Silvia –repetí.

Pero Silvia no se arrodilló. Se limitaba a quedarse contra la pared, esperando a que la obligase a hacerlo. Yo conocía perfectamente esa situación. Ella estaba completamente bloqueada, en cualquier momento podría haber movido cualquier músculo del cuerpo y todo habría comenzado. Pero ella no podía, ella no quería. Ella necesitaba sentirse manipulada, necesitaba la coartada moral de aquel que obedece sin poder evitarlo.

Cerré la puerta tras de mi y me acerqué a Silvia. Estaba en penumbra pero era tan atractiva como había imaginado, delgada, morena, estilizada, elegante… y olía terriblemente bien. Una mujer normal, una mujer deseable… un reto. Una nueva sumisa.

La cogí por los hombros y le di rápidamente la vuelta, a continuación puse sus manos en la espalda, saqué una cuerda de uno de mis bolsillos y le até las manos a la espalda. Ella no se resistió. Es estúpido resistirte a algo que llevas meses deseando que suceda. Después la empujé contra la pared y deslicé mis manos bajo su falda mientras aplastaba su cuerpo contra el papel pintado. Era un papel pintado de color azul con orlas anticuadas. Una habitación decadente de un motel decadente. El escenario perfecto.

Sus muslos eran tersos y suaves. Se había puesto un tanga que arranqué con fuerza. Ella soltó un débil gritito.

-Hazme lo que quieras –susurró.

-No hace falta que me des permiso, zorra –dije tirando de su pelo con fuerza- voy a hacerlo de todas formas.

E inmediatamente subí su falda hasta su cintura y sin esperar a que pudiese reaccionar metí dos dedos dentro de su vagina. Ella se retorció mientras yo comenzaba a meter y sacar los dedos con fuerza. Podía escuchar el ruido, en realidad era lo único que se escuchaba. Ella se mordía los labios para no expresar nada, como si un solo grito de placer fuese un menoscabo en su pundonor. La modestia mal aprendida de las novatas. Pronto mi mano quedó completamente mojada y hasta mi nariz llegó su olor a sexo. Un olor entre agrio y perfumado. Saqué los dedos y le metí un dedo en el culo, hasta el fondo. Ella lanzó un grito –esta vez de dolor- y se arqueo para permitir que mi dedo trabajase con facilidad.

-¿De quien es este culo, Silvia?

-Tuyo, mi amo –respondió mordiéndose los labios.

Retiré mi dedo y me bajé los pantalones junto con los calzoncillos. Mi pene ya estaba en completa erección. Había estado esperando demasiado tiempo aquel momento así que me puse un condón y después coloque la punta de mi pene en la entrada de su ano.

Noté como la respiración de Silvia se aceleraba por momentos.

-¿Y ahora que? –le pregunté.

Ella no contestó, simplemente empujó con fuerzas sus caderas contra mi hundiendo mi polla en su culo. Mis manos se aferraron a sus pechos y en pocos minutos ya la había arrancado toda la ropa y la estaba sodomizando con fuerza contra la pared.

-¿Quién eres? –la pregunté antes de correrme en su culo.

-La mas puta, amo… la mas puta de todas –contestó ella dando una ultima embestida.

El resto de la sesión fue como habíamos imaginado. No… en realidad no. Fue aun mucho mejor. Silvia necesitaba ser dominada en toda la extensión de la palabra. Coged un diccionario y mirad el significado de la palabra "humillación"… pues bien: Silvia deseaba todo eso y aun más. Yo intenté dárselo y aun hoy dudo si lo conseguí. El mejor amo no siempre es el perfecto para la sumisa más deseosa.

Silvia era una mujer casada y había estado dudando durante mucho tiempo si entregarse a un amo. Tu pareja puede ofrecerte muchas cosas pero nunca te ofrecerá esa distancia necesaria para convertirte en una sumisa desposeída de toda protección, indefensa ante el mundo. Una esposa nunca podrá ser la más puta entre las putas. Y Silvia quería ser la más puta. Aunque solo fuese para conocer el significado. Necesitaba explorar su propia persona hasta donde le fuese posible. Llevaba toda la vida negándose eso y ahora ya nada podría detenerla. Creo que podría haber sido yo o podría haber sido cualquier otro. El amo es lo de menos cuando una sumisa siente tanta necesidad y la ha reprimido durante tanto tiempo

Cuando me despedí de ella cuatro horas más tarde ella aun temblaba. La abracé y la besé en la mejilla.

-Esto no ha hecho más que empezar –la dije suavemente.

Estaba convencido de ello.

-Lo se –contestó ella intentado recomponerse el peinado –eso es lo que me asusta.

Negar algo que deseas con todas tus fuerzas no parece una actitud demasiado inteligente. Pero para sobrevivir no se necesita inteligencia… solo instinto. Silvia tenía ese instinto. Y todo no había hecho más que comenzar

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