¡Hay una señora en mi ducha, pero no la saquen!

Sabía que ella podía ver la silueta de mis bellos y de mi pene casi erecto.

¡Hay una señora en mi ducha, pero no la saquen!

Un saludo a todos los amigos de Todorelatos, quería relatarles esta historia que me ocurrió este año.

Tengo 18 años, mido 1, 70 aproximadamente, soy blanco, cabello castaño claro, soy delgado pero no muy atlético. Esto me ocurrió en Semana Santa (o no tan santa) de este año:

Unos amigos de mis papás nos invitaron a una casa en la playa donde estaríamos viernes, sábado y domingo.

El viernes nos levantamos muy temprano, a las 5:30 de la mañana, salimos de nuestra casa a eso de un cuarto para las siete y nos encontramos en el camino con los amigos de mis padres, con ellos había otra familia, también amigos de ellos, a los que yo no conocía. Eran unos señores de unos 50 años con dos hijos de casi la misma edad mía: Mariana de 17 años y Daniel de 19. Nos los presentaron y hablamos un rato antes de partir hacia la playa.

Mariana tenía un cuerpo increíble, era lógico que me fijara en ella y no en su mamá, una señora de cuarenta y tantos o quién sabe si unos cincuenta. En defensa de la señora puedo decir que le dio su belleza a su hija, porque a pesar de su edad se veía relativamente bien.

Reanudamos el viaje y llegamos a nuestro destino a eso de las 11 de la mañana. Entramos en la casa, cada familia tomó un cuarto y acomodó sus cosas. Almorzamos y decidimos ir a la playa. Cada quien se cambió de ropa, todos se pusieron su traje de baño, yo también lo hice en el único baño de la casa (Eso me molestó un poco. ¡Un único baño para tres familias! Después lo iba a agradecer)

Cuando regresamos de la playa todos se antojaron de ir al centro comercial, yo estaba muy cansado y decidí quedarme. La mamá de Mariana también se quedó.

Me metí al baño para quitarme el salitre. La ducha tenía una cortina de plástico traslúcido, pero aún así no permitía ver a través de ella de forma nítida. Entré a la ducha, y comencé a bañarme, en ese preciso instante escuché que tocaban la puerta del baño, era, obviamente, la mamá de Mariana, estaba apurada, decía que necesitaba entrar al baño urgente.

Cerré de inmediato el paso de agua, y un poco molesto salí de la ducha, caminé con cuidado hasta la puerta y destrabé el seguro, lo dije a la señora que yo le avisaba cuándo podía entrar. Corrí de nuevo a la ducha, casi me caigo, entré y le dije que podía entrar. Entró.

  • Gracias mi amor-. Me dijo. –Necesitaba el baño urgente. Discúlpame-. Soltó una risa nerviosa.

Yo continuaba bañándome, apenado, porque yo la podía ver a ella a través de la cortina y por lo tanto ella también a mí. Notaba cómo ella miraba hacia la ducha constantemente como tratando de volver nítida la imagen. De pronto mi mente se pervirtió y comencé a pensar en cosas eróticas.

Me di la vuelta hasta quedar frente a ella, y me enjabonaba el cuerpo cuidando de no tapar mi verga, sabía que ella podía ver la silueta de mis bellos y de mi pene casi erecto. La señora no me quitaba la vista de encima y no terminaba lo que estaba haciendo. Repentinamente volteó la cara hacia el piso como apenada y terminó su tarea, se dispuso a salir del baño. Ahí reaccioné y asomé mi cara por un lado de la cortina y le dije:

-¡Señora!-. Me quedé callado.

-¿Sí?

-¿Quisiera... enjabonarme?

Un silencio.

Ella miró hacia fuera del baño, me miró a los ojos y sin decir nada entró, cerró la puerta hundiendo el botón de la manilla, caminó hacia la ducha y se metió conmigo.

Ella llevaba un traje de baño completo de color azul. Era delgada, se notaba que cuando joven había tenido un gran cuerpo, su pelo era castaño oscuro. Me impresionó el color de sus ojos, no me había fijado antes; era de un azul tan claro que parecía brillar. Era tan alta como yo.

No decía nada. Suavemente me quitó el jabón de las manos, me dio la vuelta y comenzó a enjabonarme la espalda. Me daba masajes en los hombros y en la nuca, metía sus dedos entre mi cabello y me acariciaba. Desde atrás, me abrazó por debajo de mis brazos poniendo las manos en mis pectorales y jugó un poco con los bellos de mi pecho. Bajó lentamente por mi abdomen, pasó sus manos a mis piernas sin tocar mi verga que ya estaba a mil. Llevó sus manos hasta la parte de atrás de mis muslos y subió lentamente hasta mis nalgas. Las tomó firmemente con sus manos y jugó un rato. Luego desplazó sus caricias hacia delante llegando al bello encima de mi verga. Con el jabón que tenía adherido a sus dedos, hizo rulitos. Se acercó más a mí desde atrás y me dijo muy cerca de mi oreja, como contándome un secreto:

  • Estás muy peludito, me gustarías más si estuvieras liso.

Me volteó, me sonrió y miró hacia una cesta de metal donde habían varios tipos de champús y dos afeitadoras, tomó una y me la enseñó con cara de pícara.

  • ¿Por dónde quieres que empiece?

Le señalé mi pecho. Ella tomó espuma de afeitar que había en la cesta y me puso un poco en el pecho. Comenzó a pasar la afeitadora suavemente. Luego pasó a la zona del abdomen, después a mis piernas, me giró y me dijo que me quitaría el poco pelo que tenía en las nalgas, cuando terminó, se puso delante de mí, se arrodilló en el suelo y me dijo:

  • Ahora, para terminar, vamos a limpiar este manjar.

Sin tocarme el pene, me colocó espuma alrededor y comenzó a afeitarme, lo dejó limpio y liso. Yo ya quería tocarme. Ella se levantó, se colocó detrás de mí y me tomó de mis manos y me dijo:

  • Acaríciate para que veas qué suave te dejé.

Movió sus manos que sostenían las mías y me hizo acariciar mi cuerpo, de verdad se sentía muy suave mi piel. Puso mis manos en mi pecho y bajó de forma constante hasta mi pene. Ahí me soltó las manos y tomó mi verga, que estaba dura, por la base y comenzó a subir hasta la cabeza. Vi la gloria. Me soltó de pronto, me giró y comenzó a quitarse el traje de baños. Me sorprendió lo bien que tenía su cuerpo, parecía su hija. Cuando estuvo desnuda me pidió que la afeitara, lo cual hice torpemente, pero ella después me agradeció. Me dijo:

  • Tardaste un poco, pero lo bueno se hace esperar. Es tuya. Puedes probarla.

Yo estaba arrodillado en el piso, ella tomó mi cabeza con una mano y me acercó a su coño limpio. Comencé a lamerle los labios e introduje mi lengua para jugar con su clítoris. Ella soltó un gemido. Mientras le daba lengua, metí un dedo en su cuca, luego dos y tres. Ella gozaba y se movía al ritmo de mi mano. Yo no podía creer que estuviera haciendo eso, pensé que era un sueño y que en cualquier momento me despertaría. Era mi primera vez, pero al parecer, lo estaba haciendo bien, porque ella gemía y se masajeaba las tetas.

Me detuve, me levanté del piso y dije:

  • Ahora tú.

Ella se agachó de inmediato y me dio una mamada tremenda. Sentía cómo la cabeza de mi verga chocaba contra su garganta, ella de vez en cuado se la sacaba de la boca para chupar mis bolas y luego se la volvía a tragar. Daba pequeños mordiscos que me hacían gozar. Yo tenía los ojos cerrados, nunca había sentido tanto placer.

De pronto ella dejó de chupar. Yo continuaba con los ojos cerrados. Sentí cuando su mano tomó mi verga por la base y de un movimiento estaba dentro de ella. Sus tetas chocaron contra mi pecho. Abrí los ojos y no lo podía creer. Me la estaba cogiendo.

Así parados como estábamos, nos movíamos al unísono. Ella me agarraba por las nalgas y yo con una mano masajeaba una teta y con la otra acariciaba su culo.

De pronto sentí cómo un dedo entraba por mi ano. Siempre había pensado que eso era de homosexuales, pero esto me agarró desprevenido. Sentí un gran placer. Un placer mayor. Por delante y por detrás. Yo la estaba penetrando y ella me penetraba a mí. Su dedo se movía al ritmo de las embestidas. Yo decidí hacer lo mismo que ella y con un dedo de la mano que tenía en sus nalgas, la penetré por el culo. Ella dio un pequeño grito. Comenzó a resoplar. Sus ruidos me hacían moverme más rápido. Me venía dentro de ella. Ella gritaba, yo también. Ambos terminamos en un abrazo, con los dedos jugueteando en el culo del otro, yo agarrándole una teta y penetrándola. Me miró a los ojos, me sonrió y me dio un apasionante beso de lengua. Cuando nos separamos me dijo:

-No me olvides.

Terminamos de bañarnos juntos. Nunca le pregunté cómo se llamaba. Sólo nos cruzábamos miradas y sonrisas durante los dos días siguientes. Yo buscaba una oportunidad para repetir los hechos, pero nunca la encontré.

Me pregunto si la próxima Semana Santa nos invitarán a la playa. Y si Mariana tiene los mismos dotes de su madre.

Espero que les haya gustado este relato.