Hay ruido bajo la cama otra vez (y 4)

El fin.

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Hay ruido bajo la cama otra vez

Editada por NinoCloudz

PARTE IV

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Nino deja a Alonso en su casa, y él azota la puerta del auto sin decir adiós. Toma una ducha y se mete a la cama sin cenar, ni siquiera responde cuando su madre llama a su puerta cuando ella llega del trabajo. Trata de no pensar en las tonterías que había dicho la mujer del bosque, y mucho menos quiere hablar de ello.

Cuando Nino no se aparece por la escuela el miércoles, Alonso se pasa el día completo convenciéndose de que no le importa. Tiene peleas imaginarias con él en su cabeza, le dice que probablemente se había inventado todo el asunto y que había contratado a la anciana del bosque para conspirar contra él. Tratas de volverme loco, Alonso le grita en sus fantasías. Además, dentro de sus reflexiones, había llegado a la conclusión de que era muy probable que nunca se hubiera sentido atraído hacia Nino, o hacia otros chicos. Es un pensamiento reconfortante, aunque no es tan consolador como los que le ayudan a dormir en la noche; cuando recuerda que Nino dormía a su lado, o que a veces se acostaba sobre él, y que se besaban lentamente, como si fuera unos gatitos. Sus manos envueltas alrededor de sus cuerpos.

-¿Tienes pensado hacer algo esta noche?- Luis le pregunta a Alonso en la clase de cálculo. Es una tradición que Alonso y sus amigos se reúnan el día antes de la Noche de Brujas y hagan planes para empapelar las casas de sus peores enemigos, o para pintar pollas gigantes en los autos de los profesores más odiados, aunque normalmente terminaban viendo películas de terror y robando los dulces que sus madres habían comprado para los niños.

-Nada,- contesta Alonso.- ¿Por qué? ¿Tienes pensado hacer algo?- Le apetecía mucho tener contacto con el mundo normal.

-Sí, obvio,- dice Luis.- Si tu crisis spiritual, o lo que sea que te está pasando, te lo permite.

-No es eso,- Alonso baja la mirada hacia su libro de cálculo.- Es que… en los últimos días yo… alguien me jugó una broma.

-Siempre has sido una perra ingenua. ¿Fue Nino Nusser?

-¿Qué?- La cara de Alonso se sonroja y mantiene la mirada sobre su libro.

-Fue muy jodido que salieras corriendo detrás de él ayer.

-Es un idiota,- murmura Alonso. Le duele al decirlo, como uñas arrastrándose a través de su piel.

-Es un imbécil,- se muestra de acuerdo Luis.

Alonso camina a la casa de Luis junto con su novia, Karen, después de la escuela, juegan al Guitar Hero, y lo odia. Luis ha comenzado a fumar marihuana, aparentemente, y Alonso acepta una calada cuando le ofrece, pero solamente le provoca tos. Más tarde llegan más de sus amigos. Manuel lleva un paquete de Captain Morgan. Miran Child’s Play en TNT y se pasan una botella de alcohol que ha llevado Carlos.

-¿Te encuentras bien?- pregunta Karen, cuando Alonso sale del baño. Ha estado esperando en el pasillo a que él saliera; parece que necesita orinar cada treinta segundos.

-¿Eh? ¿A qué te refieres?

-Parece que estás muy triste,- dice ella.

-No, yo creo que ha sido la cerveza.

Aunque probablemente se deba a la marihuana, no puede saberlo con certeza. Cuando la película termina, Luis y Karen están acostados sobre la cama besándose apasionadamente, y Manuel y Carlos están tan borrachos que parece que harán lo mismo sobre el sofá. Alonso se va sin decirles adiós. Camina por las oscuras calles del vecindario, a lo lejos se escuchan los gritos de adolescentes ebrios que juegan en el parque.

Sin saber a dónde se dirige realmente, termina en Pinos Secos.

Las calles del vecindario de Nino son silenciosas, de un modo inquietante. Una camioneta pasa a su lado lentamente y Alonso baja la mirada y mete sus manos en los bolsillos hasta que acelera y se aleja. Cuando por fin llega a la casa de Nino, está a oscuras excepto por la luz del porche. El auto de Nino no está, así que ni siquiera se acerca para tocar la puerta. Quizás se ha marchado al hospital. Quizás Nino ya se ha suicidado, pensando que el hechizo funcionaría.

Alonso ahoga sus lágrimas todo el camino hasta su casa, el aire sopla fuerte contra él y los árboles silban y se mueven contra el viento. Las velas dentro de las calabazas parpadean en los patios de sus vecinos, y los fantasmas de papel que cuelgan de las ramas de los árboles giran salvajemente en círculos. Alonso camina a través del césped de su casa y se alegra al ver que las luces están encendidas, a pesar de que ya es pasada la media noche. Su madre está sentada en el sofá viendo Pet Semantary; cuando entra, palmea el lugar libre a su lado. Alonso hace un sonido de mortificación, pero se une a ella en el sofá.

-Nino no ha venido a verme, ¿verdad?- pregunta cuando la película casi termina, aunque sabe que su madre le habría dicho algo.

-No. ¿Quieres contarme lo que está pasando realmente con él?

-Te lo diré cuando lo descubra.- Alonso toma la bandeja con dulces de la mesita del café y abre una cajita de Wonka.

-Bueno, ¿pero se encuentra bien?- pregunta su madre.

Alonso se encoge de hombros y ella finge que no nota cuando una lágrima le rueda por la mejilla.

-¿Tú te encuentras bien?- pregunta ella.

-La verdad no.

-Vale. ¿Hay algo en lo que te pueda ayudarte?

-No.- Alonso sacude el resto de los dulces dentro de su boca y lanza la cajita vacía sobre la mesa.- Pero gracias, mamá. Por intentarlo.

-Por cierto, hueles a alcohol.

-Sólo me tomé una cerveza,- dice, como si tuviera el derecho de beber todo el alcohol del mundo.

-Me estás volviendo loca, Osito.

Alonso rueda los ojos cuando escucha su estúpido apodo de la infancia. Le da las buenas noches, y cuando se encuentra acostado en su cama se da cuenta de que su madre no lo había llamado así desde la muerte de su padre. Fue él quien le había puesto así. Alonso gira sobre su espalda y mira el techo.

-Ayúdame,- dice. La palabra flota en la oscuridad como un bicho solitario.

Esa noche sueña con que está corriendo por el bosque y que llega a la casa de Nino justo a tiempo para ver cómo arde y cómo explota en una bola de fuego. Nino está parado en la acera, vestido con su pijama, mirando el incendio con jubilosa fascinación. Alonso lo toma de la mano, pero él apenas lo nota.

-¿Qué estás haciendo?- llora Alonso.- ¡Tienes que huir! ¡Te encerrarán! Nino, tenemos que correr, tenemos que irnos.

-Está bien,- Nino mantiene sus ojos en las lenguas del fuego.- Ya nada tiene importancia.

Alonso baja la mirada y ve que los pantalones de su pijama están en llamas. Está parado sobre carbones al rojo vivo. Alonso trata de apagar las llamas pero sus esfuerzos son en vano; las lenguas de fuego no se avivan, pero tampoco se extinguen. Cuando trata de arrastrar a Nino lejos de las brasas no lo puede mover, es como si pesara mil toneladas.

-Ya nada tiene importancia,- sigue diciendo Nino, sin apartar la mirada del fuego.- Ya lo he arreglado.

En ese momento, Alonso despierta, sintiéndose débil y con náuseas, se pone la misma ropa del día anterior, aunque apesta a alcohol y marihuana. Su madre lo obliga a tomar el desayuno, dos huevos con jamón.

-Tienes que comer algo,- dice su madre cuando él se queda viendo el plato con el ceño fruncido.- Y si vuelves a llegar borracho te… no lo sé. ¿Sacaré la televisión de tu cuarto? No me hagas inventar castigos, Alonso. No dejes de ser un niño bueno.

-Nunca he dejado de serlo,- murmura contra su plato, aunque se siente como una mentira. Había abandonado a Nino cuando más lo necesitaba, cuando las cosas se habían puesto demasiado raras. Y aunque siguiera siendo un niño bueno, aparentemente no era una buena persona.

El día pasa desdibujado. Luis parlotea tonterías y hace planes para la noche, y Alonso acuerda unírsele, porque pasar la tarde con su madre y sentarse con ella en el sofá absorbiendo toda su lástima parece muy depresivo. Va al baño que está detrás del gimnasio donde solía verse con Nino antes del almuerzo, se apoya en los lavabos y trata de recordar cómo era: por lo general él llegaba aquí primero, y se preocupaba cuando Nino no aparecía, pero antes de pensar en irse a buscarlo, Nino abría la puerta y le sonreía. Alonso siempre intentaba iniciar una conversación en susurros y Nino siempre trataba de medio contestar sus preguntas antes de abalanzarse contra él. Alonso pone sus manos sobre su cara de la manera en que Nino lo hacía, y se siente patético. Nino siempre lo besaba como si fuera algo sagrado.

Cuando termina su última clase, Alonso se encuentra con Luis afuera del salón de Arte y caminan juntos hacia el estacionamiento, donde Manuel los llevará a la casa de Luis. Sus grandes planes consisten en ir a la fiesta que había organizado una de las amigas de Karen. Alonso no puede sentirse menos entusiasmado, pero necesita algo que distraiga sus pensamientos. El día siguiente sería el Día de Todos los Santos, su última oportunidad antes del Día de los Muertos, su última oportunidad para seguir las instrucciones de la loca ermitaña.

-Hola.

Alonso está tan habituado a escuchar la voz de Nino en su cabeza que casi no levanta la vista, pero entonces levanta la cara y ve que Nino lo espera al final de las escaleras principales; cuando sus ojos se encuentran, sus rodillas flaquean. Los últimos días había tratado de convencerse de que Nino Nusser no valía la pena los problemas, pero hoy está vestido con una playera blanca y unos pantalones grises, y sus ojos lucen descabelladamente azules con la luz del atardecer, y por un momento de verdad luce como alguien por el que valdría la pena morir.

-Hola,- Alonso deja de bajar los escalones y Luis voltea a mirarlo. Nino mira a Luis como si le dijera que Alonso es de él.

-¿Y tú qué?- dice Luis.- Alonso ya no quiere verte, será mejor que te vayas.

-Alonso es mi novio, y he venido a pedirle perdón,- dice Nino, mirándolo fijamente. Luis rueda los ojos y se aleja, agitando su mano con desdén.

-Nos vemos después, maricas.- Corre a través del estacionamiento riéndose.

-Lo siento,- dice Alonso.- Es un idiota.

-Sólo quería despedirme de ti,- dice Nino.- Yo… creo que voy a intentarlo. Iré al hospital. Esta noche.

-Quiero ir contigo,- dice rápidamente Alonso, y espera arrepentirse, pero no lo hace. Nino sonríe.

-Entonces prepárate,- dice. No parece sorprendido de que Alonso esté dispuesto a acompañarlo.- Es hora de irnos.

Se meten al auto de Nino y conducen lejos del ruido de la escuela, apartados de los vecindarios; pasan un Wal-Mart y el pequeño hospital del pueblo. Una vez que están en el campo, Alonso voltea hacia Nino y deja escapar un suspiro.

-¿Dónde has estado?- pregunta.

-Oh, por ahí,- dice Nino. Suena extrañamente alegre.- Pensando.

-¿Y qué tal si pasa lo que ella dijo?- pregunta Alonso, aunque no cree que vaya a pasar nada.- ¿Qué tal si desapareces o…?

-Ya nada de eso importa,- dice Nino. Alonso recuerda su sueño del fuego y cierra sus ojos.

-Nino,- dice.- Demonios, demonios. Vale, escucha. Te amo.

Nino mantiene su mirada en el parabrisas y sonríe, pero sus ojos permanecen llanos, como si sólo una parte de él lo hubiera escuchado.

-Lo sé,- dice.- Gracias por venir. De verdad no quería hacer esto solo. Sé que piensas que estoy loco. Y quizás lo estoy, ¿pero cómo voy a saberlo? Tengo que intentarlo. Déjame terminar con esto, ¿sale?

-Lo haré,- dice Alonso.- No vine para detenerte.

Cenan en el último establecimiento disponible de comida antes de llegar al verdadero bosque, donde se supone que está el Hospital Valle Verde, al final del lago. El restaurante es pequeño y huele a huevos fritos, y está muy abarrotado para ser una tarde de jueves. Alonso pide un sándwich de queso fundido, pero pierde el apetito tan pronto como lo tiene frente a él. Nino pide un helado de chocolate.

-¿Puedes conducir el resto del camino?- le pregunta a Alonso.- Oh, y si desaparezco o lo que sea, te puedes quedar con mi auto.

-No digas eso.

Nino se encoge de hombros.

-No tengo miedo,- dice.- Es porque tú estás aquí.

Bueno, pero yo sí tengo un montón de miedo , piensa Alonso, pero sólo acaricia el muslo de Nino por debajo de la mesa.

La actitud positiva de Nino ante su posible desintegración desaparece una vez que llegan al hospital. Tienen que cortar un candado para poder entrar, Nino trae consigo unas pinzas y las utiliza para partir el fierro oxidado. Comienza a ponerse nervioso cuando Alonso conduce a través del camino agrietado, y la entrada llena de hojas secas del hospital.

Es un edificio descomunal muy feo y con ventanas rotas. El último rayo de sol desaparece detrás de él y se puede sentir una ausencia perturbadora del canto de los grillos y del sonido que hace el viento cuando atraviesa las ramas de los árboles. El lugar es silencioso, los observa, y Nino mira a Alonso con menos seguridad. Alonso se estira y le aprieta un muslo.

-No estás obligado a hacerlo,- dice.

-Pero sí quiero.- Nino toma la mano de Alonso sobre su regazo.- Pero primero, um…- Mira fijamente a Alonso por un rato, como si esperara que él dijera algo. Alonso desea saber qué quiere que le diga. Había tratado con un te amo, pero eso no parece importar ahora.

-¿Por qué siento como si te conociera desde siempre?- pregunta Nino, entrecerrando sus ojos. Alonso niega con la cabeza. Siente lo mismo, pero también siente que Nino es como una fuerza de naturaleza ajena que nunca entenderá. Diáfano, era una palabra que había estudiado en su clase de Español el miércoles, y Alonso había pensado inmediatamente en su novio medio muerto y encantado.

-Esto va a sonar raro,- dice Nino. Alonso ahoga una risita incrédula. Como si Nino jamás hubiera dicho cosas raras.- Pero de verdad, um. No quiero morir virgen, ¿sabes?

-No vas a morir,- dice Alonso. Le toma un segundo comprender lo que Nino le está pidiendo.

-Lo sé,- dice Nino, sólo para callar a Alonso.- No te estoy pidiendo que… ya sabes, pero si tú lo quieres hacer conmigo. Quiero decir. Creo que me gustaría.

-Jesucristo,- gime Alonso, y Nino sonríe.

-Si no quieres no lo hacemos,- dice.- Pero quizás podríamos sentarnos en el asiento trasero y platicar por un rato. Además siento que no estoy listo todavía.

-Si todo termina siendo una jugarreta para cogerme, te juro por Dios que me las vas a pagar,- dice Alonso. Pero de todas formas se mete al asiento trasero y Nino voltea a verlo.- ¿Aún existe esa posibilidad?

-Ya lo desearía.- Nino lo sigue y se sienta a su lado.- No soy tan creativo.

Se sientan juntos, con el brazo de Nino alrededor de los hombros de Alonso, como si estuvieran en el cine viendo una película de terror en lugar de protagonizar una. Alonso se inclina sobre él hasta que sus narices se tocan, y lo mira a través de sus pestañas húmedas.

-¿Por qué te gusto?- pregunta.

-No lo sé.- Nino acaricia su cara, y Alonso deja que sus ojos se cierren. No quiere pensar en que esta podría ser la última vez que Nino lo toca.

Todo está en su mente, y necesitan hacer esto como una especie de jodido cierre.

-Es que eres muy bueno,- dice Nino.- Eres como… cuando te veía en los pasillos de la escuela pensaba genial, ¿sabes?

Alonso lo besa, y cierra sus ojos a todo lo demás. Nino sabe a helado y alcohol, una combinación ridículamente buena. Alonso se acuesta sobre el asiento y jala a Nino sobre él, abre sus piernas para que se ponga entre ellas. Se siente febril con algo más allá de la lujuria, como un temor primitivo de que morirá si no siente a Nino dentro de él.

-Quiero que tú… me lo hagas,- suspira dentro de la boca de Nino.- ¿Vale? ¿De acuerdo?

Nino asiente, parece que quiere decir algo pero no logra sacarlo. Besa a Alonso, empujando sus entrepiernas juntas hasta que ambos están dolorosamente duros dentro de sus pantalones. El sol ya se ha ocultado completamente. Nino enciende la calefacción y también la radio, que toca una canción como de los ochentas. Alonso se queda acostado sobre el asiento, respirando con dificultad y mira a Nino sacarse la playera por encima de su cabeza. Sus pezones están duros y Alonso se sienta para lamerlos a ambos, los jala ligeramente con sus dientes y Nino gime alentándolo.

Besa a Nino a través de su pecho hasta llegar a su estómago, ahí empuja su lengua dentro del ombligo y comienza a desabotonar sus pantalones. Nino tiene sus dedos entre el cabello de Alonso y los mueve lentamente, haciendo a Alonso sonreír estúpidamente. Baja los pantalones de Nino junto con los calzoncillos y mira hacia arriba para asegurarse de que ha estado haciendo las cosas bien hasta ese momento. Nino no sonríe como normalmente lo hace; mira fijamente a Alonso con una intensa concentración, con su boca abierta ligeramente. Cuando Alonso lame sus labios, Nino también lo hace.

-Nunca he hecho esto antes,- dice Alonso, con su aliento chocando contra la polla de Nino.

-Se siente bien,- dice Nino, y por alguna razón eso hace que la verga de Alonso gotee con feliz anticipación. Lame el glande de Nino en círculos y después arrastra su lengua de arriba abajo a través del tronco, tímidamente al principio hasta que Nino comienza a hacer suaves ruidos silbantes, y sus dedos aprietan más fuerte el cabello de Alonso.- Te cuidado,- pide cuando Alonso se mete la polla completamente dentro de la boca, su lengua se desliza torpemente sobre la vena de la parte inferior. Lo toma como una señal para retroceder y entonces mira hacia arriba riendo.

-No sé por qué pensé que sería difícil,- dice. Nino lo vuelve a acostar sobre el asiento y chupa su cuello hasta que está retorciéndose y rogando que le quite la ropa. Si no saca su verga de sus pantalones se vendrá, porque el roce de la tela lo está volviendo loco. Nino lo ignora y se mete entre los asientos delanteros de nuevo, esta vez saca una botellita de lubricante de la guantera.

-Alonso,- dice, cuando se vuelve a inclinar sobre él.- Pase lo que pase esta noche, no me olvides, ¿vale? Incluso si las cosas salen bien. No olvides cómo era si resulta que estoy loco.

-Nunca podría olvidarte,- dice Alonso, agachándose para bajar la cremallera de su pantalón.- Como sea, vas a estar bien. Y vamos a seguir juntos, Nino. ¿Sí?

No le contesta. El interior el auto de verdad se está calentando, y a Alonso le suda la frente para cuando Nino le quita la playera. Su polla descansa sobre su estómago y sus bolas están llenas y pesadas, y patea una puerta cuando Nino las mete en su boca, una a la vez. No sabía que una cosa así fuera posible, y se retuerce lentamente mientras Nino se entretiene allá abajo, lamiéndolo lentamente sólo lo suficiente para mantenerlo duro.

Está tan listo para que Nino se lo folle que ni siquiera le duele cuando comienza a empujarse dentro de él, lleno de lubricante. Alonso arquea su espalda y abre más sus piernas, con un pie por fuera de la ventana trasera y el otro sobre el asiento del conductor. Aún espera sentirse asustado o tímido o adolorido, pero se siente muy bien tener el pene de Nino ahí dentro y deja todo de lado, como si estuviera flotando y sujeto al asiento y lleno, todo al mismo tiempo. Nino está respirando rápido, y le besa la barbilla y la nariz, como si ya no quisiera seguir, y se mueve tan lentamente que Alonso lo toma de las caderas y lo empuja dentro de él, más rápido, más duro, vamos .

-Me voy a venir,- dice Nino.

-Quiero que lo hagas.- Alonso ya lo había hecho, en la boca de Nino. Nino gimotea en protesta y aprieta los ojos cuando deja de moverse.

-Es que…- dice enfurruñado.- No quiero que termine.

-Podemos hacerlo de nuevo,- dice Alonso ansiosamente. Nino abre sus ojos, se recuesta sobre él y lo besa como si tuvieran todo el tiempo del mundo. El beso sabe a la corrida de Alonso y vagamente al helado que había comido horas atrás. Se empuja dentro de Alonso con cortos y fluidos movimientos de su cadera, moviéndose como si cargara algo que no quiere derramar, deja salir un suspiro fuerte contra la cara de Alonso cuando se vuelve a meter. Alonso lo toma de las nalgas como alentándolo y Nino le da una estocada de verdad, y luego otra, y gime cuando se corre, bajo y duro, lo suficiente para hacer que la polla blanda de Alonso despierte de nuevo.

Apenas y caben en el asiento trasero, pero se presionan tan juntos como pueden, Alonso aplastado entre Nino y los cojines. Parece que Nino ha planeado cada aspecto de la tarde, y saca una mantita blanca de debajo del asiento. Alonso la extiende sobre ambos cuando Nino se acuesta sobre él de nuevo, como si no tuviera energía para hacer nada más. La manta tiene enredadas hojas secas y ramas de pino, pero es cálida y huele como a Nino. Alonso se aferra a él, la cara de Nino está enterrada en su pecho, como si necesitara un rato a solas. Alonso espera sentirse irrevocablemente cambiado ahora que ya no es virgen y tiene una sensación de audacia cuando siente la polla de Nino reblandeciéndose contra la suya por debajo de la manta, como si ahora pudieran enfrentar cualquier cosa.

-¿Te dolió?- pregunta Nino cuando al fin levanta la cabeza. Su voz es gruesa, como si hubiera dormido por días.

-No, fue asombroso.

Nino le dedica una ligera sonrisa y lo besa. Alonso se ríe dentro de su boca, y espera que cancele sus planes. Claramente este era el punto de las fantasías de Nino, y Alonso lo perdona por planear algo tan complicado para hacerlo. Es que es la gran cosa. Al principio parecía aterrador dejar que un hombre lo penetrara, aunque fue muy fácil una vez que se acostaron sobre el asiento trasero.

-¿Qué hora es?- pregunta Nino.

-No lo sé. ¿A quién le importa?

Nino suspira y se apoya sobre un codo para ver la hora en el reloj del auto. Se recuesta sobre Alonso y aparta el cabello sudoroso de su frente.

-Quédate aquí,- le suplica Alonso, con una sensación de fatalidad renovada. Se siente engañado. Por un segundo parecía que todo iba a estar bien.- Quédate. Iremos a mi casa, podemos…

-Alonso, se está poniendo peor. Ni siquiera sabía que podía empeorar, pero sí. Anoche me jaló de la cama.

-¿Y ahora dónde está?- pregunta Alonso.- ¿Ah? ¿Cómo sabes que no estabas soñando?

-Porque ha empezado a atacarme en el día también. Ya no puedo ir a la escuela. Las habitaciones se vuelven negras y se ríen de mí… Dios, no tienes ni idea. ¿Y sabes por qué no está aquí ahora?

-No.

-No viene porque estoy contigo. Al menos cuando estamos… ya sabes. Calmados y todo.

-Nino, eso no tiene ningún sentido.

-¡Sí lo tiene! El niño del que nos contó Hilda veía cosas cuando estaba estresado. Volví a verla ayer, porque ya no podía controlarme, me contó más sobre Adán. Siempre estaba estresado porque su vida era una mierda, pero me dijo que tenía un perro de peluche que lo hacía calmarse algunas veces. Era como si pudiera aferrarse a algo, ¿sabes?

-Entonces quédate conmigo,- dice Alonso. Tira de él hacia abajo, tratando de no sentirse insultado al ser comparado con un perro de peluche.- No voy a dejarte.

-Uh, de hecho,- Nino se burla.- Ya me abandonaste una vez.

-Lo siento,- dice Alonso.- Me asusté. No volverá a pasar.

-Sí, volverá a pasar. Y no te puedo culpar.- Nino trata de levantarse, pero Alonso no lo deja, engancha sus brazos alrededor de su espalda.

-Por favor,- dice Alonso.

-¿Por favor qué? Dijiste que no viniste para detenerme.

-Tal vez cambié de opinión.

-Alonso, por Dios, no lo hagas más difícil de lo que es.

Nino se sienta y bosteza. Encuentra su chaqueta en el suelo del auto y saca sus cigarrillos de uno de los bolsillos. Alonso niega con la cabeza cuando le ofrece uno. Se visten solemnemente, con el hospital cerniéndose sobre ellos como un reloj. Faltan quince minutos para la media noche. Nino usa la manta para limpiar su corrida de la pierna de Alonso, es un gesto extrañamente tierno, aunque un poco vergonzoso. Alonso ha aceptado el hecho de que no puede vivir sin él. Si algo le pasa a Nino, una nube negra de desesperación lo consumirá también.

Salen del auto, con dos linternas que Nino ha traído para explorar los pasillos oscuros del hospital. Nino se termina su cigarrillo, lo lanza sobre césped y lo apaga con ligeros pisotones. Alonso mira el hospital, el cual ha crecido considerablemente y es más desalentador ahora que el sol ha desaparecido completamente; la oscuridad de las ventanas parece sólida ahí donde antes parecía vacía. La noche es fría y nublada, la luz de la luna ha sido oscurecida. Nino enciende otro cigarrillo y se queda parado, mirando fijamente el edificio abandonado por un rato.

-Soñé que lo quemaba todo,- dice Nino.- La escuela también.

-No hay que hacerlo,- dice Alonso, aunque sabe que es inútil. Nino tiene una desconocida mirada de determinación en sus ojos, y Alonso comienza a creer que él es el demente por no creer en la historia de la bruja.

-Desearía ser normal, ¿sabes?- dice Nino.

-Pero así nunca nos habríamos conocido.- Alonso se para detrás de él y desliza las manos alrededor de su cintura, poniendo su barbilla sobre su hombro. Nino no se mueve, solamente fuma y mira fijamente el lugar.

-Es verdad,- dice finalmente. Tira su cigarrillo y comienza a caminar. Alonso tropieza hacia adelante y lo sigue.

Las puertas de entrada del hospital están abiertas, solamente quedan restos de las cerraduras que han roto adolescentes que pensaron que sería divertido visitar el lugar. Hay grafitis pintados por todo el vestíbulo, un espacio cavernoso con hierbas colgando de las ventanas por las que han entrado. El lugar está tan polvoriento que Alonso comienza a toser inmediatamente. Nino se mete su linterna en la axila y enciende otro cigarrillo. Sus manos tiemblan bastante.

-¿Sabes qué es raro?- pregunta después de tomar una larga y pensativa calada. Alonso sólo permanece inmóvil a su lado, esperando.- Ya he estado aquí.

-No es cierto,- dice Alonso con tristeza. Esto no va por el camino que esperaba, está tocando fondo en un anticlímax torpe. El edificio se siente ocupado, las escaleras que llevan al segundo piso hacen eco como una cueva.

-Es cierto,- dice Nino.- Todo lo que ella dijo es verdad. Es como si lo hubiera visto en una película. No me pasó a mí, pero le pasó a alguien más , y yo estuve ahí.

-Vamos a encontrar la habitación y hay que olvidarnos de esto,- dice Alonso.- Se supone que esto va a… curarte, ¿no?

-Sí,- dice Nino.- Pero Hilda Novoa le dijo a Adán que los electrochoques lo curarían, te lo apuesto. Ella de verdad quería sacarlo de su miseria.

-Nino, entonces vámonos, maldita sea.

Nino sólo camina hacia adelante sin escucharlo. Alonso toma un profundo suspiro y trata de mantenerse a su lado. Esperaba que el lugar se sintiera más antiguo o putrefacto, pero es como si lo hubieran evacuado hacía sólo unas semanas.

Una vez que caminan más allá del vestíbulo vandalizado el lugar es limpio y ordenado, excepto por el polvo, como si nadie hubiera reunido el valor para vagar más allá de la puerta principal una vez que lo habían cerrado.

-¿Sabes a dónde vamos?- pregunta Alonso cuando van caminando por un estrecho pasillo bordeado de ventanas. A su derecha hay una hilera de habitaciones, sus puertas están bien cerradas como si todavía tuvieran pacientes dentro. A la izquierda las ventanas dan a un pequeño patio que está cubierto de maleza, las enredaderas se han derramado desde el techo cubriendo las paredes. El césped no parpadea y las flores no se tambalean, es como si fueran inmunes al viento.

Nino continúa caminando como si estuviera siguiendo a alguien que Alonso no puede ver. Temeroso de que ya lo esté perdiendo Alonso lo toma de la mano, y el aún está tibio, todavía huele a sexo y a los asientos de cuero de su auto. Parece probable que su felicidad atraiga a fantasmas, pero de todas formas no suelta la mano de Nino y la aprieta cada vez que escucha ruidos detrás de ellos.

-¿Escuchas eso?- susurra cuando ya no puede soportarlo más. Nino sigue caminando por los pasillos con un ritmo constante, haciendo caso omiso a todas las habitaciones que pasan. Algunas están numeradas, otras tienen nombres en sus puertas, y algunas no tienen identificación y son oscuras.

-Sí,- dice Nino.- Pero no creo que nos hagan nada.

Apenas pronuncia las palabras cuando escuchan un sonido muy fuerte que viene de dos pisos arriba. Alonso se enrosca al lado de Nino, y Nino mira hacia el techo. Alonso mira que sus ojos se oscurecen y luego de da cuenta de por qué. Se da la vuelta para ver el pasillo que acaban de atravesar y está lleno de humo.

-¿Tiraste tu cigarrillo?- pregunta Alonso frenéticamente.

-Alonso,- dice Nino, con los ojos bien abiertos, su piel se enrojece como el fuego.- Eso no es humo.

Vuelan por el pasillo, un gemido sale de la creciente oscuridad, como una boca hambrienta que se abre. Los dos están jadeando y tropezando y mirando a la nada, Nino voltea cada diez pasos para asegurarse de que Alonso aún sigue detrás de él.

-¡Aquí!- grita de repente y chocan contra una puerta en la parte trasera del edificio. Está marcada con el número 18, pero hay una mancha oscura de polvo que tapa un número, Nino lo limpia y es el 6.

-¡Aquí es!- grita Nino, por encima del ruido que hacen las telarañas cristalinas que salen y cortan el aire desde el techo, ennegreciéndolo todo como un fuego invisible.

-Espera,- dice Alonso cuando Nino abre la puerta. Nino agarra la cara de Alonso y le da un beso en la boca, y entonces se lanza al interior de la habitación sin mirar atrás. La puerta se cierra de golpe detrás de él, y Alonso lucha para abrirla, pero no puede. Llora de frustración y golpea la puerta con sus pies, el ruido de la cosa que sale del techo surge sobre él y las ventanas se vuelven negras.

-Regresa,- llora patéticamente, hundiéndose en el suelo y entierra su cara en sus manos.

Le toma un tiempo reconocer que el sonido rasgado que llena sus oídos no es una presencia maligna sino su propia respiración salvaje. Levanta la cabeza lentamente. El hospital otra vez está inquietantemente silencioso, el pasillo está vacío y las ventanas brillan con la luz de la luna. Se limpia la cara y se levanta con las piernas temblorosas, toma el pomo de la puerta y lo tracciona. Gira fácilmente en su mano, empuja la puerta para abrirla, pero da varios pasos hacia atrás.

-¿Nino?- llama. Voltea a las ventanas para asegurarse de que nadie lo está viendo. Las voces de los pasillos no parecen impresionadas con su presencia, no han desaparecido, pero parecen desinteresadas.

Alonso entra en la habitación 186, al principio sólo ve una oscuridad tan intensa que lo obliga a retroceder, pensando que la cosa que los perseguía había regresado. Levanta la linterna que todavía tiene aferrada a su mano sudorosa y observa como una bombilla se balancea colgando de una viga en la habitación sin ventanas. Lo único que ve son telarañas, tenues en las esquinas de la habitación, con arañas que escapan de la luz cuando les apunta con su rayo.

-¿Nino?- dice de nuevo. Empuja más la puerta y mira alrededor, pero no hay ningún lugar para esconderse. Desesperado va adentro, su respiración está hecha añicos y dolorosa, tienta las paredes esperando encontrar un armario o una puerta secreta. Pero no hay nada. Su mano está negra de polvo cuando se tropieza en el pasillo para vomitar.

Nino se ha ido.

-Voy a esperar en el coche,- murmura delirantemente mientras camina a través de los pasillos del hospital. Encuentra el vestíbulo con facilidad, como si hubiera estado ahí mil veces. La puerta de entrada está abierta, la noche afuera está helada y le da la bienvenida bajo la luz de la luna, que ahora ya no está cubierta por las nubes. Puede ver que el coche no está, incluso antes de llegar ahí, pero sigue caminando de todos modos, esperando que aparezca en cualquier momento. Ni siquiera puede encontrar las huellas de los neumáticos y los cigarrillos que Nino había arrojado sobre el césped.

-Vale,- le dice a nadie. Se arrodilla en el suelo y toma la tierra en sus manos como si no pudiera verla, como si se fuera a desvanecer entre sus dedos.- Está bien, Nino. Voy a esperarte aquí.

Está temblando, pero deja que la noche fría se filtre en su cuerpo y que el silencio le aclare la mente. Se tararea a sí mismo como un niño enfermo que ha escapado del hospital, y espera a Nino, aunque sabe que nunca va a regresar.

De alguna manera, Alonso regresa a casa. Se tropieza varias veces y sufre escalofríos que le hacen temblar. Ignora a dos personas que detienen su auto para preguntarle si se encuentra bien. Ambos aceleran después de decidir que quizá solamente se trata de un jodido adolescente drogadicto. Alonso aún espera que Nino se aparezca con su auto y le pregunte por qué se fue. Lo curioso es que Alonso no recuerda haberse ido, y realmente no sabe dónde se encuentra. Sólo está caminando, siguiendo la carretera.

Pasa el restaurante donde habían cenado, el vecindario de estilo europeo y el Wal-Mart. El tiempo se siente fluido y delicado a su alrededor, como si él fuera a desaparecer también si da un paso en la dirección equivocada. El sol se asoma por detrás de una montaña, pero entonces el cielo parece oscurecerse de nuevo. Escucha truenos y ve relámpagos, aunque no está lloviendo. La lluvia nunca llega y él termina en el estacionamiento de su escuela, el cual está desierto y se extiende ante él como un paisaje lunar.

Las ramas de los árboles ululan a su alrededor cuando se dirige a la casa de Nino, pero no siente miedo de su oscuridad húmeda, sólo de lo que podría encontrar del otro lado. Y efectivamente, el auto de Nino no está por ningún lado. Camina hasta el porche y hace sonar el timbre de la puerta de todos modos. Una luz se enciende dentro de la casa después de unos minutos, y un anciano se asoma desde la ventana que está al lado de la puerta y le dice que se vaya o llamará a la policía. Algo en el sonido sordo de su voz a través de la ventana hace que Alonso corra lo más rápido que puede, corre hasta el final de la calle, donde se cae hacia adelante y raspa sus manos sobre el concreto de la alcantarilla.

Los cortes de sus manos sangran cuando se levanta y el sol por fin aparece. La gente va en sus coches con sus cafés en una mano y el autobús de la primaria pasa rodando a su lado, una niña que lleva un sombrero de bruja lo mira tristemente cuando se asoma por la ventana. Casi lo había olvidado: era Noche de Brujas.

Cree que su madre lo estará esperando en el sofá, entre lágrimas, y que le pedirá de nuevo que sea un niño bueno, pero la sala de estar y la cocina están vacías. Se encierra en el baño y se desnuda, dejando caer cada prenda en el suelo con una resignación apática. Una vez que está bajo la regadera, permite que su mente se encienda de nuevo.

Es posible que Nino Nusser solamente lo haya engañado. Lo había asustado, se lo había cogido en el asiento trasero de su auto e incluso le había hecho admitir que estaba enamorado. ¿Quién iba a chocar los cinco con él porque su plan había funcionado? Alonso no lo puede imaginar. Tal vez estaba loco, pero no de la manera en que Alonso pensaba.

La otra posibilidad es que Hilda Novoa estaba diciendo la verdad, que susurró un hechizo cuando Adán estaba muriendo, y que Nino había nacido maldito, heredando treinta años de locura. Hilda había persuadido a Nino para ir al hospital, para deshacer su propio error y aliviar su sentimiento de culpa. El hechizo se deshizo. Pero Nino había sido borrado de la faz de la tierra.

Alonso no puede decidir cuál de las dos posibilidades es la peor. De cualquier manera, Nino se ha ido. La casa en donde vivía – donde el anciano le había gritado que se fuera – era de otro color, y también había una furgoneta azul sin llantas en la entrada. Si todo era un engaño, era uno muy elaborado.

Alonso decide que pensar en ello sobrepasa sus habilidades, y camina hacia su habitación con una toalla alrededor de su cintura, dejando su ropa sucia en el suelo del baño. Se cae de boca sobre su cama y piensa que tendrá problemas para dormir, pero sus músculos le duelen demasiado y le es más fácil descansar. Duerme sin sueños hasta que su madre viene a despertarlo para que vaya a la escuela.

-¿Alonso?- dice.- Vas a llegar tarde.

Se acerca a la cama cuando Alonso no le contesta, y suspira cuando le toca la frente.

-Dios, tienes fiebre,- dice alarmada.

-Mamá,- dice Alonso débilmente. Es una voz que le habría gustado fingir cuando era niño. Ahora es tan sincera que la odia.

-Estás sudando mucho, cariño… ¿necesitas un médico?

-No. Sólo quiero dormir.

-Vale. Está bien. Voy a llamar a tu escuela.

Alonso duerme durante el resto del día. Sueña que corre hasta el prado en donde había besado a Nino por primera vez, y está vacío. Lo espera en la entrada de la escuela, pero no llega. Entra a las clases de Nino, donde sus profesores solamente agitan su cabeza, confundidos.

Alrededor de las tres de la tarde, los gritos de los niños de la primaria bajando del autobús lo despiertan. Ve por la ventana y los mira saltar alrededor con sus disfraces, agitando sus cubos con forma de calabaza. Se viste y camina por el pasillo de su casa, sus ojos no son más que dos rendijas un poco abiertas y su garganta le duele muchísimo.

De verdad se siente enfermo. Parece extraño que su cuerpo todavía pueda sentir algo físicamente, como si el mundo se hubiera reiniciado y él aún no estuviera adaptado.

Alguien llama a la puerta cuando está hurgando en la nevera en busca de algo que comer, antes de que el dolor en su cabeza lo deje inconsciente. Trata de ignorar el golpeteo, pero es muy persistente, así que camina hacia la puerta esperando encontrar a niños ansiosos. Coge el plato de plástico en donde su madre ha puesto los dulces para los pequeños.

Cuando abre la puerta, el hecho de que Nino esté ahí parado no hace que sus pensamientos vuelvan a funcionar. De hecho, los apaga, y mientras tanto no sabe qué hacer y se queda parado ahí, mirándolo. El cabello de Nino es más corto y sus mejillas están ruborizadas por el calor, por lo demás se ve muy bien. Se ve vivo.

-¿Por qué no fuiste a la escuela?- pregunta Nino. Mete la mano en el plato de dulces, toma algunos y los mete en sus bolsillos.- Es como el día más fácil del año.

Alonso deja que su boca se abra y observa que los colores de la tarde se hunden en torno a la imagen de Nino, parado ahí, vivo. Lleva una mochila y una sudadera con capucha y mira a Alonso como si estuviera loco.

-¿Qué? ¿De verdad estás enfermo?

-Nino,- dice Alonso finalmente. Levanta la mano cautelosamente, temeroso de que pasará a través de él. Su hombro es sólido, la tela de su sudadera es como una poción que lava el resto de la pesadilla. A Alonso no le importan las explicaciones, y si esto es un sueño, está listo para vivir en él para siempre.

-¿Qué, ya vas a empezar a llamarme por mi nombre real…? ¡Alonso!- Nino grita con sorpresa cuando Alonso deja caer el plato de dulces, lo agarra y lo abraza tan fuerte como puede, temblando de alegría ante su olor tan familiar. Nino está rígido entre sus brazos, y Alonso le acaricia la espalda delicadamente.

-¿Estás drogado?- pregunta cuando Alonso se separa para mirarlo. Sonríe, mostrando a Alonso su boca llena de brackets.

-¿Cuándo te los pusieron?- balbucea Alonso, resistiendo la tentación de meter los dedos entre los labios de Nino para tocar los sujetadores de metal.

-¿Cuándo me pusieron qué?

-Tus brackets.

-Uh. Hace dos años. Mierda, ¿estás bien? ¿Quieres que llame a tu mamá?

Alonso niega con la cabeza. Nino mira los dulces que ahora están dispersos por todo el vestíbulo y la puerta de entrada.

-¿No te pasó nada?- pregunta Alonso. Aprieta el brazo de Nino otra vez, y entonces levanta la manga de su sudadera para revisar su pulso. Siente el latido fuerte bajo la fina piel de su muñeca, y lo besa ahí antes de que pueda detenerse. Nino aparta su brazo y da un paso atrás, aplastando algunos dulces con sus zapatos.

-Alonso,- dice en un susurro aterrado. Su cara se sonroja aún más de lo que ya estaba.

-Lo siento,- dice Alonso, imperturbable. Está sonriendo, y no puede dejar de mirar a Nino.- Estoy un poco… adormilado. Supongo. Uh. Es el jarabe para la tos. ¿Quieres entrar?

Nino lo ayuda a recoger los caramelos derramados y se une a él en la sala de estar. Suelta su mochila en el suelo y se deja caer en el sofá como si hubiera estado allí un millón de veces. Alonso se queda parado en la mitad de la habitación y lo mira fijamente. Sus ojos siguen siendo azules, pero su piel no es tan clara. Tiene la misma nariz y las manos, pero sus orejas se ven más grandes.

-Me estás asustando,- dice Nino, pero no luce asustado. Descansa su cabeza sobre el respaldo del sofá y le sonríe a Alonso, luego se ríe.- ¿Qué tipo de medicina tomaste?

-Nada de eso ocurrió, ¿verdad?- pregunta Alonso.- El hospital… ¿dónde estuviste anoche?

-Estaba contigo, tarado. Pintando a Cthulhu en la entrada de la señora Alvarado. Si esto es una broma por ser el día de las brujas, no es muy divertida, ¿vale? Ven aquí. No te quedes ahí parado como un poseído.

Alonso rebota en el sofá a su lado y se acurruca contra él, aunque ya sabe que esta versión bizarra de Nino no le dejará tener muestras de afecto físico. No puede evitarlo, y se ríe contra el cuello de Nino cuando se retuerce a medias, riéndose nerviosamente.

-Amigo, ¿qué te pasa?- pregunta, pero apenas se estremece cuando Alonso acaricia con un dedo la longitud de su nariz.- ¿Te estás burlando de mí?- pregunta, con una sonrisa en su cara.

-No. Nino, oh Dios mío. Es que tuve una pesadilla horrible. Tú… algo malo te pasaba. Me alegra que estés aquí.- Trata de averiguar lo que pasó: ir al hospital había funcionado a favor de Nino, pero no recuerda nada. Y por alguna razón ahora tiene brackets. Alonso puede vivir con eso.

-¿Y por qué me llamas Nino de repente?- pregunta.

-¿Y por qué diablos podría llamarte de otra manera?

-Alonso, me estás jodiendo. Es que… me has llamado Navo los últimos ocho años.

-¿Navo? ¿ Navo ? ¿Y por qué te iba a llamar así?

-¿Tal vez porque mi apellido es Novoa? Mira, deja esa mierda o voy a llamar a tu mamá.

-Vale, vale, lo siento.- Alonso se sienta de rodillas y pone una mano sobre el pecho de Nino, sonríe cuando siente su corazón latiendo rápidamente.- Estoy bien, de verdad, es que tengo un poco de fiebre.

Nino mira hacia abajo, se muerde la uña de su pulgar y mastica su labio inferior. El sol está empezando a teñir el bosque detrás de la casa de Alonso de un color amarillo dorado, quiere besar a Nino hasta que sienta un sabor metálico en su boca. Nunca lo va a volver a dejar solo.

-¿Tienes fiebre?- dice Nino.- ¿Y por eso…? Um. ¿Por eso frotas mi pecho?

-¿En serio?- Alonso mira su mano, que se extiende a través de la sudadera de Nino, su pulgar se mueve en movimientos perezosos sobre la ‘H’ de ‘TTHS’.- Oh. Mira eso. Lo siento mucho.- Aparta su mano. Nino lo mira de reojo, pero no hace contacto visual. Se mueve hasta que su hombro está presionado contra el de Alonso.

-No importa,- dice en voz baja.

Alonso toca la cara de Nino. Su piel es más suave de lo que era antes de ir a hospital. Sus teorías vagas acerca de lo que está pasando se rompen como burbujas de jabón cuando Nino finalmente alza la vista, sus ojos son más claros de lo que recordaba Alonso, pero tal vez sólo es la luz. Sonríe tímidamente. Es una persona diferente, pero no, no puede ser.

La puerta principal se abre, y Nino y Alonso se apartan rápidamente, Nino prácticamente se lanza del sofá. Un hombre entra con una calabaza gigante metida bajo el brazo, y ha pasado tanto tiempo que a Alonso le toma un minuto reconocerlo.

-¿Papá?- grita, no estaba preparado para esto. Su padre se aparta de la puerta y le dedica una mirada confundida, abrazando la calabaza en su pecho.

-¿Sí?- dice.

Alonso se levanta del sofá, y cuando se desmaya se golpea contra la mesita del café con fuerza.

Se despierta en el suelo, su padre y Nino lo miran desde arriba a ambos lados. Su papá tiene un teléfono celular pegado a la oreja y le toca la cara a Alonso. El olor olvidado de él hace que a Alonso le lloren los ojos.

-¿Estoy muerto?- llora. Nino aprieta su mano y hace un ruido ahogado, y parece que se está aguantando la risa.

-No te pasa nada, Osi,- dice su padre.- Sí, sí, ya está despierto,- dice al teléfono.- No lo sé, ¿debo llamar a una ambulancia? ¿Qué le diste en la mañana?

Alonso se sienta, y Nino le ayuda a mantenerse arriba, con la rodilla en su espalda. Su papá se sienta al estilo indio a su lado y lo mira con preocupación.

-¿Has tomado algo después de que mamá se fuera?- le pregunta a Alonso.

-No papá. Papá.- Se inclina hacia adelante y lanza todo su peso sobre su padre, abrazándolo alrededor de sus hombros y jadeando sollozos secos contra la camisa. Por favor, no me dejen despertar, piensa, apretando sus ojos. Por favor, déjenme quedarme, haré lo que sea .

-Oh Dios, ¿crees que está bien?- escucha que su madre pregunta por teléfono.

-No lo sé,- dice su padre, palmeando la espalda de Alonso.- Me está abrazando.

Su madre hace un sonido angustiado como si esa no fuera una buena señal. Alonso se ríe.

Convence a su padre de que no es necesario llamar al número de emergencias, diciéndole que no ha comido en todo el día y que esa es la razón de que se haya caído sobre la mesa. Es verdad que se está muriendo de hambre, y se come un enorme sándwich de pavo mientras su padre comienza a preparar su tradicional cena de Noche de Brujas, que Alonso no ha probado desde que tenía trece años, cuando su padre había sido aplastado por una pila de baldosas mal cargadas en un camión.

-Este es el mejor sándwich que he comido en mi vida,- dice Alonso con la boca llena. Su padre le lanza una mirada sospechosa.

-¿Acaso los dos están drogados?- pregunta.

-¡No!- grita Nino, escandalizado, y Alonso se ríe tan fuerte que requiere dos palmadas fuertes en la espalda para evitar que se ahogue.

-¿A qué hora van a llegar tus papás?- pregunta su padre a Nino.

-No lo sé, como a las siete, supongo.- Nino sigue mirando a Alonso como si pensara que va a explotar o que se pondrá verde en cualquier momento.- Mi abuela vino a visitarnos, es que mi papá la quería llevar al médico.

-Ah, así que por eso no estaba en el trabajo,- dice el papá de Alonso. Alonso no puede dejar de mirarlo; había olvidado la pendiente de sus hombros y su asombrosa habilidad para tener siempre un cuarto de su camisa desfajada. De repente, la idea de que se había ido por más de tres años parece más loca que el hecho de que ha regresado de la muerte.

Alonso se pasa el resto del día en el sofá con su papá y Nino, mirándolos a turnos, lo suficiente para que ambos le tomen la temperatura a cada rato. Se siente un poquito mal, pero no con tristeza. Su dolor de cabeza ha desaparecido, y ahora se siente como en un sueño placentero, los recuerdos de la noche anterior se le escapan como si hubiera sido un sueño. No quiere ponerlos incómodos y tampoco se quiere aferrar a ellos, pero recuerda lo que Nino le había dicho en la parte trasera de su auto: no me olvides .

Su madre llega del trabajo a la hora habitual y Alonso quiere dar saltitos alrededor de ella diciendo, mira mamá, es papá, está de vuelta, ¿puedes creerlo? Le toca la frente a Alonso y hace una mueca, pero acepta su insistencia alegando que está bien, cree que la comida necesita más sal. Alonso se para en la puerta de la cocina y mira como sus padres discuten, fascinado por todo: su padre tiene una cerveza medio vacía contra su cadera, y su madre mecánicamente echa hacia atrás el ala vibrante de su pelo castaño. Con el tiempo se dan cuenta y voltean a mirarlo, con las cejas levantadas.

-Alonso,- dice su madre.- Cariño, ¿qué te pasa? Pareces… ¿estás seguro de que no tomaste nada? Oh Dios, no tomaste uno de esos relajantes musculares, ¿verdad?

-Pensé que los habías tirado,- dice su padre.

-No, no tomé nada.- Alonso resiste la tentación de entrar y lanzar su brazos alrededor de los dos. Pero eso sólo los convencería de que está bajo la influencia de alguna droga.- Es que… tuve un sueño, ¿vale? No me van a entender… es como si nada hubiera sido real. Todo estaba mal, y ahora ya no.

Su padre sonríe, pero su madre parece poco convencida. Suspira y revuelve la comida, mientras su padre lo mira como si no lo hubiera visto en mucho tiempo.

-Me gustaría poder tener un sueño así,- dice.

-No, no,- dice Alonso asustado.

La sensación de que las cosas son nuevas y diferentes comienza a desaparecer cuando el sol se oscurece allá afuera. Los niños que piden dulces comienzan a llegar, y Alonso y Nino se turnan para abrir la puerta mientras los padres de Alonso terminan los preparativos de la cena en la cocina. No es hasta que Alonso abre la puerta con el plato de golosinas en su mano y ve a Hilda Novoa de pie en la puerta, que sus recuerdos de la noche en el hospital se vierten en su memoria de nuevo.

-¡Hola pequeño!- dice Hilda, como si fueran viejos amigos. Está más delgada y su cabello está limpio, pero definitivamente es ella. Besa a Alonso en la mejilla y luego abraza a Nino, y tiene un impulso de apartarla de él y llamarla bruja.

-Hola, abuela,- dice Nino.- Feliz noche de brujas.

-¡Qué bien huele aquí!- dice, y camina hacia la cocina como si fuera la dueña del lugar. Alonso se queda parado en la puerta, como si sus zapatos se hubieran fundido en la alfombra, y escucha a sus padres saludar a Hilda Novoa como una vieja amiga e invitada. Abre la boca para preguntarle a Nino qué demonios está pasando, pero alguien le palmea el hombro con fuerza antes de poder hacerlo, y él grita.

-Jesús, Alonso,- le dice un hombre que no reconoce, caminando a través de la puerta con una mujer muy menuda siguiéndolo. Ella lleva cargando un pastel, y el hombre tiene una pila de DVDs.- No fue mi intención asustarte,- dice.

-Alonso ha estado raro toda la tarde,- explica Nino cuando la pareja se encuentra adentro, la mujer cierra la puerta detrás de ellos.- Tiene fiebre o algo así.

-Oh no, ¿en Noche de Brujas?- dice la mujer. Se inclina para besar a Nino en la frente.- Su día favorito.

-Hola, Adán,- dice el padre de Alonso, saliendo de la cocina con dos cervezas. Adán toma una y palmea el hombro de su padre en señal agradecimiento.

-¿Si llegó el pedido de Ningún Lugar?- pregunta Alonso.

-Por supuesto que no,- resopla el papá de Alonso, como si no estuviera sorprendido.- Le dije a Sandra que llamara al tipo, pero no contesta su teléfono.

-Increíble,- murmura Adán.- Oye, traje la película de la que te conté,- dice, levantando los DVDs.

Nino camina hasta el lado de Alonso y lo empuja como si quisiera asegurarse de que todavía sigue despierto. Alonso lo mira, parpadeando confundido. Su cerebro se siente bidimensional y difuso.

-¿El nombre de tu papá es… Adán?- le dice a Nino. No está seguro de por qué todo esto le molesta tanto. Nino frunce el ceño y pone la palma de su mano contra la mejilla de Alonso, como si el calor de su piel le dijera todo.

-Muy bien, ahora si me estás asustando de verdad,- dice.- Tú ganas. Si esto es una broma, por favor detente.

-Es una broma, lo siento,- Alonso niega con la cabeza y trata de sonreír. Todo el mundo se ha metido en la cocina, y el sonido es fuerte con las pláticas y el sonido de la nevera abriéndose. Una botella de vino choca con una copa y el temporizador de horno se apaga.

-No me jodas en este momento,- dice Nino. Su voz se escucha tan suave y asustada que Alonso quiere susurrarle palabras tranquilizadoras contra sus labios. Se oye el ruido de otro grupo de niños caminando hacia la puerta principal.

-¿Puedes atender ese?- le pide Alonso. Se detiene a si mismo antes de agregar tengo que hablar con tu abuela.

Pasan horas antes de que Alonso tenga la oportunidad de hablar con Hilda a solas. Comen frente a la televisión, viendo la película de Los Pájaros , la cual no le da miedo en absoluto. A Alonso no le importa; no está de humor para ser asustado. Está aplastado junto a Nino en el sofá lleno de gente, el dedo meñique de Nino toca ligeramente su rodilla y sus hombros están presionados cómodamente juntos. Estaría feliz de estar a su lado durante días, pero hay algunas cosas que deben ser abordadas antes de que el paisaje oscuro dentro de su mente consuma todo lo ocurrido en… ¿qué? ¿Ese universo alternativo? Sólo de pensarlo parece ridículo.

Hilda se levanta a la mitad de la película para ir al patio trasero a fumar un cigarrillo. Alonso se dirige a la cocina y coge un refresco de la nevera, y entonces sale tranquilamente al porche. Afuera hace frío, el sonido de los niños ya está muriendo y solamente hay algunos chicos de secundaria caminando por las aceras. Hilda le sonríe cuando se acerca y se para a su lado sobre el césped.

-Debo dejarlo,- dice. Da una calada a su cigarrillo y sopla el humo hacia el cielo.- Pero al demonio, ¿no? Estoy vieja, puedo hacer lo que yo quiera. Pero no empieces con esta basura mientras eres joven. Es muy caro y te mata.

-Quería hacerle una…- comienza a decir Alonso, pero no sabe por dónde empezar. Hilda es alegre e inconsciente, pero sin duda es la misma mujer que él y Nino habían visitado en el bosque.- ¿Usted fue enfermera?- pregunta.

-Sí, todas las enfermeras y los doctores fumaban en ese entonces,- dice.

-Pero… ¿trabajó en el Hospital Valle Verde?

-Sólo un par de meses.- Hilda apaga su cigarrillo contra la barandilla del porche.- Ya sabes, supongo que te lo contó Nino. Ahí conocí a Adán. Lo saqué de allí lo más rápido que pude y me convertí en su madre adoptiva. Lo cual déjame decirte, no fue muy difícil. Ese lugar era una pesadilla. Esos pobres niños. Hubiera adoptado más si hubiera podido con los gastos, pero apenas le daba a Adán todo lo que necesitaba con mi pobre salario que ganaba en un asilo de ancianos.

-Adán… el padre de Nino… ¿estuvo internado en ese hospital? ¿Estaba enfermo?

-¿Pensé que ya lo sabías? Tenía lo que pensaban que era esquizofrenia, pero fue mal diagnosticado. Le iban a hacer un tratamiento experimental horrible, y tal vez eso fue lo que lo curó. Lo calificaron como una recuperación milagrosa, pero cuando pienso en ello, tal vez no era más que niño solitario y asustado, que inventaba historias y que vomitaba las píldoras por pura voluntad. No puedo pensar en qué otra cosa sería. Durante años tuve miedo de que sus síntomas regresaran, pero lo único que me queda es dar gracias a Dios de que no fue así.

-¿Y sus síntomas desaparecieron la noche antes del día de brujas?- Alonso le pregunta en un apuro. Hilda frunce el ceño.

-Bueno, déjame ver. Era octubre… a finales. Puede que sí. Porque… ¿sabes qué? ¡Creo que sí! Recuerdo que al día siguiente iban a tener una pequeña fiesta por la noche de brujas, y los médicos no querían dejar que Adán participara, a pesar de que había estado tranquilo y lúcido por más de veinticuatro horas. Me rompió el corazón. Supongo que ahí fue cuando decidí adoptarlo. ¿Cómo te enteraste de eso? ¿Te lo dijo Adán?

-Me lo contó Nino,- miente Alonso, con su voz temblorosa.- Hilda… esto puede sonar raro, pero es Noche de Brujas y todo eso… ¿alguna vez usted practicó brujería?

Ella se ríe y aparta su cigarrillo, niega con la cabeza.

-Una vez practiqué lo que yo pensaba que era brujería.- Se encoge de hombros.- Ahora lo llaman medicina alternativa, remedios a base de hierbas, el poder del pensamiento positivo, bla, bla, bla. ¿Por qué lo preguntas?

-Por nada… gracias.

Se apresura a entrar con su refresco en la mano, el aire frío le escose las orejas. La película ha terminado y alguien le ha puesto en el maratón de la Casita del Terror de los Simpson. Alonso se sienta al lado de Nino, y su mano cae torpemente sobre el regazo del otro chico. Nino respira contra su cabello. Alonso puede sentir su sonrisa, y le es muy familiar aunque no sabe por qué.

-Estás congelado,- dice Nino, con su voz tan baja que hace que algo en el regazo de Alonso se sienta raro.- ¿Estabas afuera?

-Sí.- Alonso voltea a mirarlo. No es el Nino que conocía, el niño que vivía en Pinos Secos y conducía un Mustang amarillo. Pero eso no puede ser del todo cierto, porque se parece a Nino, huele a él y tiene su risa silbante incluso aunque ya no fuma cigarrillos. Alonso deja escapar su aliento y trata de averiguar qué demonios ha pasado aquí, antes de que pierda los hilos de sus recuerdos como migajas de pan sopladas por el viento. La bruja del bosque, Hilda, la mujer que ahora entra por la puerta y se sienta en el sillón favorito de su padre, le dijo a Nino que el hechizo solamente iba a salvar a una persona, a él o Adán. Nino había desaparecido en el hospital como si nunca hubiera existido. Su auto no estaba, la casa en su vecindario estaba ocupada por un anciano extraño. Adán había sido el beneficiado de la reversión. Pero eso no explicaba por qué Nino estaba sentado a su lado, cálido y real y comiendo golosinas.

Alonso se imagina que Adán había conocido a Nino, cuando el alma que compartían se había reconectado. Se pregunta si Nino sabía que se estaba sacrificando por él. Nino parecía anticipar su desaparición. El beso antes de entrar en la habitación 186 había sido su despedida.

¿Pero dónde estaba Nino ahora? Alonso estudia al chico que está a su lado en el sofá; el hijo de Adán lleva el nombre de un niño que nunca existió. Alonso busca desesperadamente a Hilda, como si ella pudiera darle respuestas, pero solamente le sonríe a Adán, su hijo adoptivo, que está contando la historia de un disfraz de Noche de Brujas que lo metió en problemas cuando estaba en la secundaria. Ella no sabe nada sobre el hechizo porque nunca tuvo que conjurarlo. Alonso es el único que recuerda cómo era el mundo antes de que Nino arreglara todo, pero sus recuerdos están desapareciendo rápidamente, es como si su cerebro no pudiera contener dos realidades a la vez.

Alonso siempre ha sido bueno en matemáticas, y trata de pensar en todo como si fuera un problema de lógica, incluso aunque termina exhausto.

Quiere descansar su cabeza sobre el hombro de Nino y dormir por semanas, pero no puede dejar de preguntarse en dónde se encuentra Nino ahora, si está a salvo o si es feliz o si simplemente desapareció para siempre. Lo mejor que puede imaginar es que Nino había salvado a Adán de su terrible destino. Adán había escapado del hospital, se había casado y le había regresado la vida, como su hijo, el chico que ahora está sentado a su lado. Mira a Nino y siente que ya lo conoce desde siempre. Nino lo voltea a ver, sus narices casi chocan entre sí, y Alonso puede ver que sus mejillas se sonrojan, incluso con la tenue luz de la televisión.

-¿Me juras que estas bien?- dice Nino susurrando mientras los adultos se ríen a carcajadas del zombie de Flanders.

-Te lo juro,- dice Alonso. Y de repente no puede recordar por qué no lo estaría. Estaba enfermo. ¿Cómo se había enfermado? Caminando por la carretera… ¿cuándo? ¿Por qué caminaba por la carretera? Otros recuerdos comienzan a aparecer como peldaños en su mente: como cuando Adán bromeaba sobre el día en que había salvado a su padre de una pila de baldosas mal atadas a un camión (sus esposas les decían que no debían reírse porque podrían haber muerto). Recuerda que Nino había llorado porque le habían puesto los brackets una semana antes de iniciar la secundaria (se rehusó a hablar por dos días para que nadie los viera). El papá de Alonso los había dejado tomar cerveza la semana pasada (les había hecho prometer que no le dirían nada a sus madres).

Alonso se recarga sobre Nino, sutilmente al principio, y más obvio cuando comienza a sentirse adormilado, escuchando la televisión y el sonido de los adultos hablando y riendo. A medida que se acerca la media noche, Adán dice que mejor se van para que Hilda pueda descansar. Viven al otro lado de la calle. Alonso no sabe por qué eso le parece tan novedoso.

-Oh, tonterías, siempre he sido un ave nocturna,- dice Hilda, pero oye el silbido del sillón cuando se pone de pie.

-¿Despertamos a Nino?- pregunta su madre.

-Se puede quedar a dormir,- dice el papá de Alonso.- Es viernes.

Hay ruido de bolsas y un pop cuando se abre la cajita del DVD. Alonso suspira contra el hombro de Nino, lo suficientemente suave para que sus padres piensen que sigue dormido. Quiere estar a solas con Nino. Quiere decirle… ¿qué? Algo que no puede recordar. Nino ha sido su mejor amigo desde que su familia se mudó al vecindario cuando Alonso tenía seis años. Las cosas han estado raras últimamente. ¿Por qué? ¿Nino había tratado de besarlo? ¿O solamente había sido un sueño?

-Mírenlos,- susurra la madre de Alonso mientras acompaña a los Novoa a la puerta.- Se morirían de la vergüenza si se vieran a sí mismos.

-Nino no,- dice Adán.- Teri encontró una foto de Alonso debajo de su almohada una vez,- dice entre risitas.

-¡Adán!- sisea Teri.- No le hagan caso,- dice ella.- Está borracho.

-Apuesto a que los niños van a terminar juntos,- dice el papá de Alonso.- Al menos no tendremos que preocuparnos por conocer a una familia odiosa, ¿no?

Los papás ríen y las mamás los callan ferozmente. Hilda dice algo acerca de la belleza de la adopción y Adán dice ¿quién está borracho ahora? y Alonso se queda dormido sobre el hombro de Nino.

Esa noche olvida todo.

A veces, sin embargo, tiene sueños acerca de un Nino que no es del todo él. En esos sueños Alonso siempre camina a través del bosque, nervioso y asustado de alguna fuerza malévola invisible, hasta que se encuentra con un pequeño prado iluminado por el sol que lo llena de una sensación de serenidad. Se acuesta sobre el césped como si fuera una cama con las mantas tiradas detrás seductoramente y cierra los ojos bajo el resplandor del sol. Una sombra se mueve sobre él y cuando abre sus ojos, Nino lo mira desde arriba, sonriéndole con sus ojos gris-azulado a la sombra de su cabello. Toca a Alonso como si fuera algo que hicieran todo el tiempo, con la mano entre las piernas de Alonso y su boca besando el hueco de su garganta, cálido y húmedo, hasta que Alonso se da cuenta de que está soñando y que está a punto de correrse dentro de los pantalones de su pijama. Nino siempre lo toma de la cara y le sonríe antes de que despierte. Se ve más grande y más cansado que el Nino con el que había crecido.

-Te dije que iba a funcionar,- dice, cada vez.

Alonso siempre sale de esos sueños con una sensación de vacío y perdido, con las mejillas rojas de vergüenza, como si Nino fuera a descubrir lo que había soñado la próxima vez que lo viera. Y por mucho que eso le pese, los sueños le hacen querer ver a Nino lo antes posible, como desesperado, así que a primera hora de la mañana se pone unos pantalones con su erección aun incómoda dentro de sus calzoncillos, sale de su casa sin desayunar y cruza la calle para tocar la puerta de la casa de Nino. Nino nunca parece sorprendido de ver a Alonso en la puerta, a pesar de que apenas son las siete de la mañana antes de la escuela o al medio día del domingo, le recuerda que no necesita tocar, que puede entrar cuando él quiera, pero es algo que siempre olvida. No puede entender por qué siempre llama a la puerta, es como si fuera incorrecto.

Cuando finalmente besa a Nino, mientras caminan a casa después de la escuela, algo se rompe a través de él con tanta fuerza que suelta un grito ahogado que los asusta a los dos. Están de pie en el bosque que está entre la escuela y su vecindario, con hojas húmedas y barro debajo de sus zapatos, los árboles están mojados y gotean encima de ellos. Alonso no está seguro de por qué eligió ese momento. Ese deseo ha estado rebotando en las paredes todo el día con la energía de las pre-vacaciones, con ganas de una semana de descanso lejos de la escuela y largos días sin hacer nada más que quedarse dormido al lado de Nino mientras sus papás miran el futbol. De regreso a casa, de repente parece como muy poco que desear, Nino se siente cálido a su lado sobre el sofá, sienten emoción cuando sus rodillas se tocan hasta que alguno de los dos pierde el valor y se aparta. Quiere a Nino como en sus sueños, sin miedo, como si hubieran sido puestos en la tierra para hacer que el otro se sienta bien.

-Lo siento,- dice Alonso cuando Nino se queda ahí parado mirándolo, su aliento sale de su boca y se evapora en el aire helado.- No sé por qué lo hice.

Escuchan el sonido de otros niños riendo y corriendo por el mismo camino, más adelante que ellos, y Alonso deja de mirar a Nino, destruido por su reacción. Tal vez había soñado lo de que Nino guardaba una de sus fotografías debajo de su almohada. Se está haciendo difícil separar sus sueños de la realidad, y no le está haciendo ningún bien.

Nino camina a su lado con las manos metidas en los bolsillos de su chaqueta. Ninguno de los dos habla por el resto del camino a casa, y Alonso siente una extraña sensación de calma, a pesar del hecho de que está seguro de que ha asustado a Nino para siempre. Al menos hizo algo. Al menos lo intentó.

Se sorprende cuando Nino lo sigue a casa. De costumbre siempre se la pasan en la casa de Alonso después de la escuela, porque pueden mirar lo que quieran en la televisión, mientras que en la casa de Nino su madre siempre está mirando Oprah cuando llegan. Alonso no ha mirado a Nino desde que le dio el beso, así que se va a la cocina para tomarse un vaso de Coca Cola. Se sirve sin preguntarle a Nino si quiere un poco.

-Alonso.- Nino dice sin aliento, como si hubieran corrido desde la escuela. Alonso se toma el vaso completo de refresco antes de voltear a verlo. Los ojos de Nino están rojos, probablemente por el frío.

-Ven aquí,- dice Nino. Agarra la mano de Alonso y lo jala por la casa, y por un segundo Alonso de verdad cree que Nino le va a patear el trasero, porque es más agresivo y posesivo de lo habitual, empuja a Alonso dentro de su habitación y cierra la puerta con fuerza detrás de ellos. Alonso abre su boca para preguntarle qué, qué Nino, ¿qué crees que estás haciendo? Pero Nino se abalanza sobre él antes de que pueda hacer cualquier sonido, lo besa con tanta avidez que ambos se caen hacia atrás y rebotan sobre la cama de Alonso. Tener los labios de Nino sobre los suyos mientras caen sobre las sábanas, hacen que las entrañas de Alonso se aprieten como cuando estás boca abajo en una montaña rusa que se mueve demasiado rápido y no puedes hacer nada porque estás amarrado a tu asiento.

-Te amo,- suspira Nino contra su rostro, las piernas de Alonso se aprietan alrededor de su cadera y sus manos se aferran alrededor de su cuello, tratando de acércalo más.- Te amo tanto. Te lo he tratado de decir por mucho tiempo, y no puedo creer que me besaras y yo ni siquiera… oh Dios, Alonso…

Alonso le quiere decir que suena como uno de esos personajes de una novela romántica, pero no quiere burlarse de él. Envuelve sus piernas alrededor de la espalda de Nino, lo más alto que puede conseguir, los zapatos deportivos en sus pies dejan caer hojas húmedas sobre sus sabanas. Le va a decir a Nino que lo ama, por supuesto que sí, pero entonces recuerda que ya lo hizo, una vez, aunque no puede recordar cuándo.

Pero lo dice una vez más, por si acaso.

Tres semanas más tarde el aire huele a navidad, y todas las buenas películas comienzan a salir en el cine. Alonso y Nino van a las funciones de media noche los viernes, tratando de estirar las noches de los fines de semana lo más que pueden. A Nino le gustan las películas independientes, y a Alonso también, aunque no lo admite y finge verlas con él de mala gana. Las películas verdaderamente oscuras solamente están en la cartelera por dos semanas, y solamente las proyectan en la última sala a la derecha, la que se supone que está embrujada.

El viernes antes de navidad, esperan en la cola de los dulces. No les había dado tiempo ir a comprar unos y colarse con ellos porque estaban en la casa de Nino. Alonso había preparado algo de comer, mientras veían videos de YouTube en la computadora. Han estado probando posiciones y fetiches como científicos. Alonso se imagina que la mayoría de los nerds que inician en el sexo tienen que hacerlo, descartando la mayoría (aunque untar mermelada de fresa en el pene de Nino había sido un fracaso agradable y podría ser reevaluada para una ocasión especial). La mayoría de las veces a Alonso solamente le gustaba tumbarse de espaldas y tener a Nino adentro, flotando por encima de él para que pudiera besarlo, con el suave estómago de Nino frotándose contra su polla y las sábanas enredadas alrededor de sus cuerpos.

-Ooh, el cine embrujado,- dice Nino mientras caminan por el pasillo.- ¿Recuerdas cuándo éramos niños y nos colábamos aquí para buscar fantasmas? No puedo creer que de verdad dos personas fueron asesinadas aquí. Quiero decir, fantasmas o no, eso es algo perturbador.

-Sí.- Alonso sostiene la puerta abierta para él y un escalofrío rueda a través de su nuca. No está seguro de por qué; el cine embrujado nunca lo había asustado.

-¿Qué te pasa?- pregunta Nino.

-Nada, es que.- Alonso niega con la cabeza.- Tuve un deja vu o algo así.

La sala afortunadamente está vacía y se sientan en la parte de atrás para que nadie los vea. Alonso sabe que se debería sentir resentido por no poder besar a Nino en público, y probablemente algún día se lo dirá, pero por ahora es su secreto. Le gusta lamer la oreja de Nino en los pasillos del supermercado, y tirar de su cinturón cuando se ven en sus casilleros de la escuela, sobre todo porque se sonroja como loco. Ayuda saber que sus padres van a felicitarlos y pellizcar sus mejillas cuando decidan darles la noticia.

Se sientan y esperan a que empiece la película, que se trata sobre un extraño hombre que se enamora de su muñeca sexual, la sala se llena bastante bien, pero incluso aunque un chico de pelo largo y su novia gordita se sientan al final de su fila, Alonso estira su mano y toma la de Nino por debajo del reposabrazos.

-Oye,- susurra Nino durante los comerciales.- ¿Sabes qué estaría genial?

-¿Qué?

-Deberían hacer una película sobre los asesinatos y proyectarla en este cine.

Un rubor se mueve desde el pecho de Alonso hasta su cara, el vello en sus brazos se eriza; siente un cosquilleo por debajo de las mangas de su suéter. Mira detrás de él y a su derecha, esperando ver un fantasma, porque siente una especie de brisa a través de él.

Míralo como si fuera el primero en pensar en ello.

No es una voz exactamente, sólo son los pensamientos de Alonso, pero no sabe de dónde vienen, o por qué siente que son como un recuerdo. Aún así mira a Nino y sonríe.

-Nino,- dice.- Esa idea es increíble.

Nino sonríe tímidamente y aprieta su mano. Voltean a la pantalla, y Alonso ve que algo se mueve a su derecha, sin color, pero sólido, justo por el rabillo de su ojo. Ha desaparecido para el momento en que voltea, pero no siente miedo. Se siente extrañamente complacido, como si hubiera recordado una historia que a Nino le gustaría escuchar.

La película comienza, Nino sonríe y todo ha terminado.

FIN