Hastío

Masulokunoxo nos habla, en el Ejercicio, de las noches de hotel, y acoseja que, en la mala hora, la que precede al amanecer, se puede dormir, follar o delirar, pero no pensar en ella.

Llueve. El reloj digital, incrustado en un lateral del cabecero de la cama, marca las 5.20 h y, fuera, llueve con fuerza.

Las cortinas están descorridas. Te excita hacerlo imaginando que algún mirón se recrea con el espectáculo. Lo descubrí en nuestra primera cita. Te dije, muy digno, contestando a tu pregunta de -¿Dónde nos la jugamos?-, que un caballero jamás pone a una dama en el brete de tener que decir no…en la primera cita.

El conserje del hotel no se lo creía -¿Tres docenas de velas? No…no creo que tengamos…tantas-. Rectificó enseguida. Yo también, anotando: cabezona y dominante. No es aconsejable llevarte la contraria. La habitación quedó inundada de luz dorada, nuestros cuerpos dibujaron sombras chinescas, celebrando, casi hasta el amanecer, el triunfo de la pasión; y alguien debió dar las gracias a los cielos por ello.

Hoy, casi tres años después, seguimos igual. Cada intento que hago, tratando de saber algo más de ti –casada, dos hijos, un fin de semana libre cada dos meses, refinada, con carácter y muy, pero muy puta, sólo para ti, mi amor, ¿no es suficiente?-, es un intento fallido.

Es lo que tienen los encuentros virtuales. Lo que comienza siendo un excitante juego, se convierte de pronto en dependencia, con cita diaria concertada a hora fija. Poco después, se inician los tanteos de convertir lo virtual en real. Ganamos y perdemos. El romanticismo y el misterio salen perdiendo.

-No, no tengo. Pero puedo mandarte una foto, si tanto te interesa- Era verdad, no tenía cámara conectada al ordenador. Sigo sin tenerla. Una foto playera, con el agua a media cintura, fue contestada con otra: desnuda frente al espejo y un pie de foto con una declaración de intenciones: -Si sale borrosa es porque mi marido me estaba apremiado, al otro lado de la puerta. Para apreciar el resto, dentro de dos semanas, tendrás que dar la cara…tontito-.

Duermes satisfecha. Un fin de semana bien aprovechado, según tú. Pues, según yo lo veo, no.

Esta historia ya ha durado demasiado. Ni tú estás dispuesta a dar un solo paso más, ni yo convencido de que debas darlo. Creo que, aunque alguna vez quise imaginarme lo contrario, nunca lo estuve.

Ahora, sentado en el borde de la cama, viendo la lluvia caer, decidido a cortar amarras, se me plantea el dilema del cobarde: ¿Cómo te lo digo?