Hasta que llegaste

A veces, cuánto más intentamos poner freno a los sentimientos, es cuándo éstos nos atrapan más dulcemente.

Desde que llegaste

Entre brazada y brazada, no dejo de pensar en ella. Ya han pasado más de dos años, y su recuerdo aún me persigue. Un amor tan inmenso no desaparece del todo, se nos queda tallado, como una cicatriz que se va disimulando de la piel paulatinamente, pero sigue doliendo ante un roce. Así me hace daño cada vez que recuerdo sus caricias, sus besos, sus palabras de amor. Me sentí morir cuando me dejó, sin una explicación, sin una razón, sencillamente se alejó. Dejó mi alma vacía. Se llevó toda mi esencia, toda mi alegría, mi confianza en los demás, sólo me dejó este inmenso dolor... y su recuerdo. Olvidarla me cuesta tanto, no hay día que al despertarme mi pensamiento no sea ella, ni noche que al acostarme, mi último pensamiento no sea ella...

Salgo del agua totalmente agotada, me dejo caer de espaldas en la arena que aún conserva el calor de un sol de verano, ese mismo sol que se empieza a ocultar en el horizonte. Mi cuerpo agradece esa tibieza. Ya la playa está casi desierta, quedamos muy pocos, sobre todo lugareños que juegan a lanzarse bolas de arena, una arena negra, gruesa, volcánica.

La playa poco a poco se queda en silencio, el sol es ya una inmensa bola roja, me incorporo y disfruto de tan espectacular crepúsculo. El agua aún acaricia mis piernas en sus idas y venidas, como invitándome a jugar con ella. Me levanto y camino hacia atrás, admirando al astro rey que ya empieza a rozar el horizonte, diciéndonos "hasta mañana" en su majestuosa despedida. Echo a correr hacia el agua, mis piernas juegan a salpicar con fuerza mientras sigo en mi carrera ya dentro de ella, me impulso y salto lo máximo que mis fuerzas me permiten, arqueo mi cuerpo y me sumerjo, buceo hasta que mis pulmones aguantan, toco el fondo con los pies y me impulso hacia arriba, mi cuerpo se separa del agua, siento el cambio de temperatura hasta mis caderas, me arqueo y me sumerjo de nuevo, una y otra vez sigo jugando, envuelta en las burbujas que van acariciando mi piel, aire, agua, aire, agua, hasta perder las fuerzas, hasta perder mi ubicación. Me dejo caer de espaldas y floto, mirando ya un sol a medias, que se oculta sin remedio, me giro y miro hacia la playa, nunca dejaré de maravillarme de tanta belleza... el sol aún tiñe todo el valle, subiendo hasta El Teide, majestuoso, grandioso volcán... orgullo de guanche. Nado de nuevo hacia el sol, pero la luna, casi llena, me hace señas que ahora es su hora, que ya nada puedo hacer para retenerlo. Le sonrío aceptando su consejo. Buceo hasta alcanzar la orilla y mi cuerpo queda anclado en la arena, dejo que el vaivén de las suaves olas jugueteen con mi figura, sintiendo el cosquilleo de la gruesa arena en mis piernas y vientre, me giro para sentir su roce en mi espalda y admiro por última vez la estela plata de la luna, que regala a mi cuerpo su luz, llenándome con su caricia plateada.

La luna me acompaña hasta casa. Al llegar, veo la luz intermitente del contestador, mi padre recordándome que mañana debo ir al banco y que no me olvide tampoco de llamarlo para informarle el resultado de su encargo... que mi madre dice que pase también a verla, que hace tres días que no sabe nada de mí, que no deje de llamarlos, que ya sé cómo es mi madre y que se pone muy nerviosa... bla, bla, bla.

Al otro día a las 10:00 a.m. estoy entrando al banco. No es una sucursal muy grande: tres mesas para gestiones y la caja. Dos de las mesas están ocupadas, uno de los empleados me dice que espere en la mesa vacía, que su compañera ya me atenderá. Ocupo una silla y en la otra coloco el casco y el bolso. Miro hacia la mesa pulcramente ordenada, leo la placa, Asesor Financiero: Linnea Sayegh. Recuerdo que en el instituto tuve un compañero con ese apellido, un chico árabe, del cual estuve enamoradita, no puedo evitar sonreír, cómo cambian las cosas y las vidas de las personas. Estaba absorta en mis pensamientos cuando escucho:

–Buenos días... Disculpe haberla hecho esperar.

Al levantar la vista hacia la voz no pude evitar impresionarme ante la belleza de esa mujer. Me miraba sonriendo, con picardía, hasta sus impresionantes ojos negros me sonreían, como si me conociera de antes... Se quita la chaqueta y la coloca en el respaldar de su asiento.

–Eh... Buenos días –me quedo en blanco.

Ella toma asiento. Yo me quedo embobada mirando sus facciones casi perfectas, su cuello largo, el escote de su camisa que deja que la imaginación vuele, sus manos finas de largos dedos, su cabello negro azabache, algo ondulado, suelto a media espalda... y su mirada fija en la mía, sin perder detalle seguramente de todo lo que estoy pensando, sonriéndome como si le hubiese contado un chiste, dejando a la vista una hilera de dientes perfectos...

–¿En qué puedo servirle? –dice, sin apartar esos increíbles ojos de los míos y cada vez más sonriente. Yo estoy que no me salen las palabras, no me acuerdo ni para lo que vine.

–Eh... Verá... Mi padre... –parezco simplona. No puedo ni agrupar las palabras para formar una frase.

–¿Sí?

–Me gustaría que me asesorara, mi padre tiene unos ahorritos, y le gustaría mejorar los rendimientos que está obteniendo actualmente en otra entidad –coloca los codos en la mesa, junta las manos y las coloca debajo de su barbilla, como para mirarme más fijamente–, le gustaría, eh, me gustaría saber qué nos ofrecen ustedes, el tipo de interés aplicable. Y que sea seguro, claro.

Ahora es ella la que se queda muda, sin apartar la vista de mí, taladrándome con sus ojos azabaches.

–Bueno –dice bajando las manos y poniéndose a jugar con un bolígrafo–, lo primero que tienen que tener en cuenta es que si lo retira de la otra entidad antes de cumplirse el plazo establecido, pueda haber sanción y no reciba la cantidad acordada.

–Se vence en un mes exactamente.

–¿De qué cantidad estamos hablando?

Nuestras miradas están fijas, en ningún momento hemos apartado la mirada la una de la otra.

–Ciento ochenta mil euros.

–Tenemos el Depósito Premium, con un T.A.E. del 5,5 % y el tipo de interés nominal anual sería del 5,4 %, y ya ustedes eligen la periodicidad de la liquidación: trimestral, semestral... o acumulable. A menos que prefiera invertir en fondos de inversiones... pero si busca algo seguro, eso es lo que yo le recomendaría.

–A mí me ha convencido –le digo con mi mejor sonrisa –. Hablaré con mi padre y según la decisión que tome, lo más probablemente es que volvamos por aquí.

–Perfecto, le doy mi tarjeta y, ante cualquier duda, me llaman.

Saca una tarjeta de una cajita de madera tallada, le da la vuelta y por detrás escribe algo. Me la entrega.

–Gracias, muy amable por atenderme –digo sin apartar mi mirada de la suya.

–Ha sido un placer ¿Puedo preguntar su nombre?

–Elena Machado, para servirle.

Me levanto, ella se levanta, tomo mi bolso y el casco, le tiendo la mano, ella la estrecha sin apartar su mirada...

–¿Irás esta tarde también? –me dice, tuteándome.

–¿Cómo?

–A la playa... ¿Sueles ir todas las tardes?

Nuestras manos se separan.

–Hace una semana que voy todas las tardes – continúa con picardía –.Y me encanta ver cómo disfrutas y juegas en el agua... pareces... un delfín jugando con las olas.

De no haber estado bronceada se me hubiesen notado los colores, aunque no estoy segura de que no notase cómo subió la sangre a mi cara. Por primera vez aparté mi mirada de la suya, bajé la cabeza por unos segundos, y sonriéndole la volví a mirar.

–Seguramente estaré ahí. Si no surge algún imprevisto, claro está.

–Pues ahí nos veremos.

–Buenos días y que tengas bonito día.

–Igualmente. Encantada.

Salgo del banco sintiendo su mirada sobre mi espalda. Ya en la calle, me subo a la moto, me pongo el casco y miro discretamente el reverso de la tarjeta:

Linnea (y su número de móvil), doy la vuelta a la tarjeta y estaba el emblema del banco, su nombre completo, Linnea Sayegh, y el número de teléfono de la sucursal con la dirección.

–¡Wow!

Después de pasar un día familiar acompañando a mis padres a la compra y a almorzar, teniendo que repetir mil veces el resultado de mi visita al banco, llego a mi casa con el tiempo justo de prepararme para mi tarde playera.

No quiero pensar en Linnea, pero me es imposible. Sus ojos negros, sonrientes, no se apartan de mi mente. Esa mujer me dejó impactada, no sólo por su belleza, algo en su mirada, en sus sonrisas, su piel, sus manos... hacía mucho que nadie llamaba así mi atención.

Nunca me había percatado de su presencia en la playa, tampoco me fijaba mucho en la gente, cuando no estaba leyendo, estaba en el agua, pero ella sí se había fijado en mí. ¿Iría hoy? Eso me tiene algo inquieta. Saber que alguien me observa, me intimida. Mejor no pensar. Seguramente no la volveré a ver. La próxima vez, enviaré a mi padre solo al banco, ya está hablado, sabe lo que tiene que hacer, no me necesita para la gestión, pondré alguna excusa.

Llego a la playa, intento no mirar en su busca. Como siempre, me sitúo lo más cerca de la orilla que me permiten las olas, coloco la toalla, me quito el vestido y me voy directamente al agua, no puedo evitar bañarme nada más llegar, ya es como un ritual. El agua está helada, pero no lo pienso mucho y me zambullo, nado un rato hasta sentir que mi cuerpo se habitúa a la temperatura.

Estoy tumbada boca abajo sobre la toalla, leyendo, intentando concentrarme para no pensar en ella, cuando siento su voz que me saluda:

–Hola. ¿Al final no tuviste ningún contratiempo?

Mi corazón se acelera y doy un pequeño saltito.

–Oh, disculpa, te he asustado.

–Hola. Sí, un poco, estaba concentrada en el libro –miento–. Y, efectivamente, pude escapar de mis padres a tiempo –digo a la vez que me incorporo y me siento.

Sonríe. Está lindísima vestida así, con una falda pareo y una camisita de asillas. Sin maquillaje, tiene aspecto más de niña.

–¿Puedo? –me dice señalando la arena vacía al lado mío.

–Por supuesto... –"Te estaba guardando el sitio" pienso para mí misma.

Coloca sus gafas de sol sobre su cabeza, me mira y sonríe. Tiende su toalla en la arena, se desviste y se sienta a mi lado... No sólo tiene una cara preciosa, sino que encima tiene un cuerpo de infarto... una piel divina... un color envidiable... pechos firmes, redondos, voluptuosos, vientre plano, cintura marcada, nalgas paraditas, redonditas, piernas largas y bien torneadas, caderas de diosa...

–Vaya, el calor está bueno hoy, el sol está pegando cosa fina. Me imagino que ya te has bañado, ¿no?

–Si, ya me he dado un par de baños y estaba pensando ir de nuevo al agua, no aguanto mucho el sol. ¿Te animas a venir?

–Por supuesto.

–¿Eres de aquí, del Puerto? –dije, mientras nos levantamos a la vez y caminamos hacia el agua.

–No, soy de Lanzarote. Hace tan sólo un mes que vivo aquí. Pedí el traslado, me ofrecieron una vacante y la acepté.

–¿Habías estado antes en Tenerife?

–Sí, he estado varias veces, y siempre me gustó para vivir, así que, cuando me ofrecieron este destino, ni me lo pensé.

Mientras entro al agua no dejo de pensar en lo linda que es. Más alta que yo un par de centímetros. Su pelo negro brilla al sol. La gente no deja de mirarnos. Yo no soy precisamente una belleza, pero soy atractiva, castaña clara, pelo corto, alta y con buen cuerpo, así que llamamos bastante la atención.

Nada bastante bien, y con buen estilo. Mi cabeza es un torbellino de preguntas acerca de esta mujer. Después de bañarnos nos sentamos a tomar el sol, hablando de la playa, de las mejores zonas para el baño y comparándola con otras playas de las islas.

–Veo que conoces muchas playas y tienes un conocimiento amplio sobre el mar –me dice, mientras se tiende boca abajo sobre su toalla, dejándome una buena vista de su esbelta espalda y de sus preciosas nalgas. Me tumbo en la misma posición que ella, así evito pensamientos indeseados.

–Sí, bueno, debido a mi trabajo tiene que ser así, a veces paso más tiempo en el mar que en tierra firme.

–¿A qué te dedicas, Elena?

Escucharla decir mi nombre me hace sentir un escalofrío por todo el cuerpo. Dios, esta mujer me descentra. Siento pánico de empezar a tartamudear. Siempre tan segura de mí misma y ante ella parezco una colegiala asustada.

–A las ciencias del mar, soy Oceanógrafa.

–Wow, qué maravilla, nunca he conocido a nadie que se dedique a eso, debe ser muy interesante. Con razón nadas como un delfín. Tal vez seas una sirena –se coloca de lado y me dedica su bella sonrisa.

–Muy graciosa –dije sonriéndole también, mientras me sentaba frente a ella –. De haberlo sido, jamás hubiese salido del mar.

–Cuéntame cosas de tu trabajo. ¿Qué hace exactamente una Oceanógrafa? ¿Eres una especie de Jacques Cousteau, pero isleña?

–Jajajajaja. Pero mira que has salido graciosa.

–Jajajaja. Disculpa, es que afloras mi sentido del humor. Pero de verdad cuéntame, debes tener muchas historias. Por ejemplo, esa cicatriz que tienes en la cadera, ¿fue un accidente laboral? –alarga el brazo y roza con sus dedos la cicatriz de 19 cm. de largo y 5 de ancho, en mi cadera izquierda –.Tuvo que ser doloroso.

–Sí, es lo malo que te den un arponazo. Duele mucho.

Y así seguimos toda la tarde. Entre baños y charlas se nos hizo de noche. La luna estaba llena, lo que nos daba una buena visibilidad. Una frente a la otra, boca abajo, cara a cara. Me hubiese quedado toda la noche así, perdida en sus ojos y su sonrisa, que tantas cosas me decían. Me gustaba su manera de ser, su humor, su risa, la delicadeza de sus movimientos.

Nació en Lanzarote, de padre árabe y madre sueca, de ahí tanta belleza, aunque de rasgos casi puramente árabes. Veintiocho años, uno más que yo. Estudió económicas en Madrid. Pidió el traslado de la sucursal del banco de Lanzarote para alejarse de una mala relación amorosa. Vivía con su pareja, pero éste la engañaba con todo aquello que se movía, así que, harta de sus infidelidades, rompió la relación después de año y medio de vida en común. De momento, deseaba estar solita y sin ningún vínculo afectivo, su corazón estaba hecho trizas y tenía que rearmarlo.

Una de mis dudas sobre ella se había esfumado, al menos quedaba claro que no era homosexual, cosa que me alivió, pues lo menos que deseaba en esos momentos era entrar en ese mundo de bares de ambiente y coqueteos. No había duda que enamorarse de Linnea sería muy fácil, ya que era una mujer demasiado bella e interesante, pero intentaba poner freno a mis instintos ya dormidos hacía un par de años.

Le conté algo sobre mi historia, eludiendo que había sido con una mujer, no sé por qué lo hice, pero le mentí. Bueno, más bien, no le conté toda la verdad.

–¿Tienes planes para el fin de semana? –le pregunto.

–Pensaba ir a Lanzarote a visitar a mis padres, pero se van a El Hierro a casa de unos amigos a pasar unos días, así que mis planes se frustraron. Estaba pensando ir mañana por la tarde a ver coches, tengo que comprarme uno, aunque aún no me decido por ninguno. ¿Quieres acompañarme?

–Mañana estaré todo el día ocupada, es el cumpleaños de mi ahijada, Alba, cumple 8 años, tengo que ir a comprar la piñata y las cosas para decorar el salón donde se celebrará. Pero el sábado estoy libre, si esperas hasta entonces, te acompaño y así vamos a Santa Cruz, ahí hay más concesionarios.

–¿Me llevarás en moto?

–Si no te da miedo y confías tu vida en mis manos...

–Me arriesgaré.

–¡Chica valiente! Pues, ¿quedamos a las 10:00 a.m.? Al ser sábado trabajan sólo hasta medio día, así que debemos ir temprano para aprovechar el día. ¿O prefieres a las 9:00?

–¿Lo dejamos en las 9:30?

–Perfecto. No sé tú, pero yo tengo un hambre terrible... ya son las 22:45 h. –dije, mientras abría el móvil y miraba la hora.

Tenía ganas de invitarla a casa a comer algo, tenía ganas de llevarla al cumpleaños de mañana... y tenía ganas de quedarme toda la noche así, frente a ella, escuchándola, perdida en su mirada, admirando sus facciones perfectas, fotografiando en mi mente las sombras que la luz de la luna dibujaba en su cuerpo a cada movimiento suyo... admirando su sonrisa perfecta y pícara que invitaba al beso...

–¿Te apetece ir el domingo a dar una vuelta por algún bello lugar de la isla? –inesperadamente mi móvil comenzó a sonar, lo tenía en la mano y casi lo dejo caer del susto que me dio. Ambas nos reímos–. ¿Aló? –contesté aún a media risa.

Era mi amiga Gabi, requiriéndome para un partido de Voley Playa el domingo en la playa de Las Teresitas. Intenté evadirme, pero insistió tanto, que al final acepté. En realidad me apetecía pasar el domingo paseando con Linnea, conociéndola... Mientras hablaba por teléfono recogíamos las cosas para irnos. Al terminar la conversación telefónica le dije:

–Retrocedamos unos minutos en el tiempo: ¿Te apetece ir el domingo a la playa de Las Teresitas a ver un partido de Voley Playa?

–Jajajaja... Por lo que escuché jugarás tú... No quiero perderme de ver cómo te lanzas y te estampas contra la arena.

–Jeje... ¿Te he dicho muchas veces a lo largo de la tarde que eres sumamente graciosa?

–¿Y yo te he dicho que cuando sonríes se te hace un hoyuelo en el cachete de lo más lindo?

–Pues ya ves que no, de haberlo hecho tal vez me caerías mejor.

–En el fondo sé que eres un encanto y puede que hasta seas simpática.

–Así me gusta, que la amistad comience con buenas vibraciones.

Entre risas y bromas salimos de la playa, estaba bellísima con el cabello revuelto y suelto, el bolso colgando del hombro y las zapatillas en la mano, caminando y parándose a medias mientras se reía...

–¿Dónde vives? – pregunté, mientras nos limpiábamos los pies de arena.

–En la zona de San Antonio.

–Por ahí viven mis padres. ¿Bajaste a la playa caminando?

–Sí, camino todo lo que puedo, ya me paso suficientes horas sentada en el Banco.

–Pero ahora es muy tarde. Te llevo yo, así ya sabré a dónde ir a recogerte el sábado.

–¿Con la moto?

–Jajajaja... No, en coche. Suelo venir caminando, pero pensaba ir al supermercado, así que traje el coche... lo aparqué cerca... ¿vamos?

La llevé a su apartamento, me invitó a subir y a cenar algo y, aunque era muy fuerte la tentación de seguir compartiendo con ella, decliné su invitación. Necesitaba seguir trabajando en un nuevo proyecto que tenía que llevar personalmente a Madrid la próxima semana.

Ese viernes estuve toda la mañana comprando los detalles del cumpleaños de mi ahijada y decorando el inmenso salón que había alquilado mi comadre. Terminé con el tiempo justo para ir a casa a ducharme. Me pasé el día debatiendo conmigo misma si llamaba a Linnea para invitarla al cumpleaños, se me encogía el estómago cada vez que cogía el móvil para llamarla, no me atrevía a hacerlo. A las 4:30 p.m. me armé del valor necesario y la llamé...

–Dígame –dijo, al contestar mi llamada.

–Hola Linnea, soy Elena.

–Hola belleza. ¡Qué sorpresa! Ahora mismo estaba pensando en ti.

–¡Espero que algo bueno!

–Jajaja... Claro que sí. Pensaba en cómo te estaría yendo con lo del cumpleaños de tu ahijada.

–Pues bien, ahora estoy saliendo para la fiesta, pero la mañana fue agotadora. No he tenido ni tiempo de almorzar. Te llamaba para ver si quieres venir al cumple. Habrá atracciones para los niños y parrillada para los adultos. Los cumpleaños son una excusa de los padres para montar un bochinche.

–Me imagino, lo mismo hacían los míos. Me encantaría, pero quedé con la esposa de uno de mis compañeros para ir al supermercado. Ya me da vergüenza abrir la nevera.

–Yo también estoy corta de provisiones, pero ya lo dejaré para el sábado. Si acabas prontito y te apetece, me das el toque y subo a buscarte.

–¿Con la moto?

–Jajajaja... vaya vacilón te traes con mi moto. Más te vale que al menos seas buena copiloto.

–Pues no, si te digo la verdad, me habré subido en moto sólo un par de veces en mi vida, así que más te vale a ti ser buena piloto.

–Eso no lo pongas en duda. ¿Sigue en pie lo de mañana?

–Por supuesto. A las 9:30.

–Ok... una recomendación, nada de sandalias, ponte zapatos cerrados.

–Así lo haré.

–Hasta mañana entonces... y ya sabes, cualquier cosita, ya tienes mi teléfono. Un besito.

–Muy bien. Hasta mañana. Otro para ti.

No sé qué tenía ésta mujer pero me alegraba el alma. Desde que la vi en el Banco parecía que mi vida había dado un giro. Me sentía más viva, más llena de energía, ¿me estaría enamorando? No, eso no me podía pasar, tenía que dejar de pensar en ella ¡Pero me gustaba tanto! Su belleza y simpatía me habían conquistado. Mientras me debatía entre mis sentimientos, me desvié del camino y, antes de ir al cumple, fui a comprar un casco para ella.

Llegué a casa cansadísima, ya eran las 22:30 h. Me disponía a darme una ducha cuando me entró un mensaje al móvil, era de Linnea:

"Hola preciosa, espero que todo haya ido bien en el cumple. Que duermas lindo. Hasta mañana."

¿Así, cómo no pensarla? ¿Cómo hacer para no sentir este cosquilleo en el estómago?

Le contesto:

"Hola chiqui, estoy llegando a casa, la fiesta salió perfecta, pero yo quedé reventada. Mañana te cuento. Duerme rico y sueña lindo. Besitos."

Al otro día, con algo de nervios, a las 9:30 en punto, tocaba el timbre de su apartamento.

Aún no había dejado de sonar y ya me estaba abriendo. Me recibió con una enorme sonrisa y un beso en el cachete.

–Buenos días, lindurita. Ya estoy lista. ¿Así voy bien?

Estaba realmente preciosa. Un vaquero negro a la cadera, que marcaban su perfecta figura, una camisa de hilo a media manga, que dejaba una vista hermosa de su canalillo, unos tenis Nike blancos y negros, el pelo suelto...

–Estás preciosa.

–Tú también estás lindísima. Casi nos vestimos igual.

Yo también llevaba un vaquero negro a la cadera, una camisa de lycra color rosa pálido y unos tenis Converse negros. La chaqueta de cuero negro en la mano, los dos cascos y una mochila.

–Vienes cargadita. Espera que te ayudo –cogió las cosas de mi mano y las colocó en la mesa –.No te quedes ahí parada, entra. ¿Ya desayunaste?

–Sí, ¿y tú?

–Sí, es lo primero que hago al despertarme.

–Pruébate este casco a ver si te sirve, lo compré ayer. Por suerte lo conseguí igual al mío.

–¿Me compraste un casco? Es precioso. ¿Para mí? Gracias –dijo, mirándome directamente a los ojos y sonriendo ampliamente, mientras yo asentía con la cabeza, también sonriendo de felicidad ante su alegría.

–Deja que te ayude –le pongo el casco con sumo cuidado –.Es una talla mediana, espero que no te quede grande... o pequeño –se lo digo con cara de burla, mirando su carita ya dentro del casco.

–¿Me estás llamando cabezona?

–No, mujer... el casco te lo disimula... mira qué bien te queda.

–Jajajajaja... eres ruinita.

–He pensado que después de ver los coches podríamos ir a Taganana a almorzar. En casa del Manco preparan el mejor pescado frito de la isla... Si te gusta el pescado, claro.

–Me encanta –dijo, mientras se quitaba el casco y retiraba el cabello de su rostro, pasando sus dedos por ellos en un gesto sensual, propio de ella, dejando la parte izquierda de su cuello a la vista, provocando en mí unas terribles ganas de besarlo.

–Pues venga, vamos, que Pocholo nos espera y aún tengo que presentarlos.

–¿Pocholo?

Salimos del apartamento. Una vez en la calle, nos acercamos a Pocholo (la moto).

–Linnea, te presento a Pocholo Transalp... Pocholo, te presento a Linnea Sayegh.

–Encantada Pocholo...eres muy guapo. Vaya porte.

–Dice que el gusto es suyo.

–¿Me llevas a pasear? ¿Serás bueno y no me dejarás caer?

–Dice que la duda lo ofende... ¿Cómo? Noooo, yo no le digo eso... estás pasadito, ¿no crees?

–¿Qué dice? Dímelo.

–Que te pongas delante de su faro y des una vueltita para chequear el material que tiene que cuidar.

–Claro que sí, Pocholo... soy toda tuya –caminó hasta delante de la moto, yo ya estaba subida en ella, disfrutando de tan espectacular vista, y cuando terminó de girar, encendí la moto, como haciendo que rugía de gusto.

Las dos nos reímos a carcajadas.

–Vamos, loquita, que antes tenemos que dar una vuelta de reconocimiento, a ver qué tal copiloto eres antes de entrar a la autopista.

Un cosquilleo me recorrió por completo al sentirla pegada a mí. Sus piernas abrazadas a las mías, su vientre unido a la parte alta de mis nalgas, sus senos rozando mi espalda, sus brazos rodeándome con fuerza, uno en mi cintura, y el otro justo debajo de mi pecho, mi seno izquierdo descansando a plenitud en su mano derecha y su cabeza asomada a mi hombro. Mis pezones respondieron inmediatamente al roce... o ¿caricia?. Su contacto era suave, sensual. Mi excitación era total, tuve que hacer un gran esfuerzo para controlar el temblor de mis piernas.

–¿Estás cómoda? –conseguí decir.

–Sí, pero voy más alta que tú.

–¡Vamos allá!

Fuimos parando por cada concesionario que encontramos por el camino. No cabía duda que impactábamos allá donde llegábamos. Nos atendieron como a princesas; a ella le gustaban unas marcas, a mí otras, así que en todas dijo que se lo pensaría. Eso fue lo que hicimos mientras almorzábamos en Taganana. El paseo y el lugar le encantaron. Yo estaba feliz y no deseaba que terminara ese día, conocerla era lo mejor que me había pasado en mucho tiempo. Me llenaba de sonrisas, hubiese dado la vuelta al mundo gustosamente con ella abrazada a mí.

De vuelta al Puerto de la Cruz, pasamos por casa de mis padres, que hacía un par de días que no los veía. Se los presenté, mi padre atacó con su dinero a plazo fijo, ella le dijo que estaba estudiando conseguirle el tipo de interés más alto. Mi madre, muy amable, pero siempre manteniendo esa distancia como cada vez que le presentaba a una amiga. Ya sabemos que las madres tienen ese instinto y siempre saben de antemano lo que uno pretende ocultar. Jamás había hablado con mis padres sobre mi condición sexual, pero estaba casi segura que mi madre lo sabía, sobre todo por mi anterior relación, mi tristeza no le pasó desapercibida. Yo no tenía el valor suficiente para confesárselo, sabía que esa confirmación le causaría gran dolor... y me lo echaría en cara el resto de su vida.

Dejé a mi nueva amiga en su casa poco después de las 20:00 h. Yo tenía que pasar por mi casa a cambiar a Pocholo por la camioneta, para ir al supermercado, Linnea, a las 21:00 h., debía asistir a una reunión de inquilinos con la propietaria de los apartamentos, al parecer, uno de los inquilinos se dedicaba a hacer mucho ruido durante las noches, rodaba los muebles, hacía fiestas, se producían peleas a altas horas de la madrugada, se hacía casi imposible descansar.

Cuando regresé a casa y después de acomodar las compras la llamé:

–Hola, chiqui. ¿Qué tal fue la reunión?

–Hola, preciosa. Pues bastante mal, la propietaria no asistió a la reunión.

–¡Vieja bruja!

–Jajajaja... Sí que lo es. Después, subimos al apartamento del susodicho a hablar con él, a ver si entraba en razón, pero a pesar de estar ahí, porque lo escuchábamos, no nos abrió la puerta. Ahora está con la música altísima y los amigotes llegando.

–Bueno, parece que el asunto no se solucionará por las buenas. ¿Por qué no vienes a quedarte esta noche, aquí, en mi casa?

–¿Esta noche?. Ya es muy tarde. Eres muy amable, no quiero molestar.

–No eres una molestia y aún no son ni las once. ¡Sí, venga! Ve preparando el bolso con el pijama y la ropita para mañana, así salimos directas a la playa. En media hora paso a buscarte.

–Pero...

–No hay pero... hasta ahora...

Vaya, la acabo de invitar a pasar la noche conmigo... No, eso no es así, la invito a quedarse en casa, no tiene porqué pasar una mala noche, teniendo yo habitaciones de sobra. Es un acto de buena voluntad –me decía, mientras me dirigía a buscar sábanas para prepararle la cama –aunque también tengo que reconocer que la idea de pasar más tiempo con ella me llena de felicidad.

Preparé la habitación y salí en su busca. Al llegar, ya me estaba esperando en el portal. Mi respiración se disparó y mi corazón casi salió de mi pecho al contemplar su singular belleza, se veía lindísima, muy radiante, con un vestido de asillas y unas sandalias sin tacón, el bolso al hombro, el cabello recogido con un pasador de madera... y una enorme sonrisa iluminando sus delicadas facciones, dando más brillo a su preciosa mirada.

Continuará...