Hasta que llegaste (3 y final)

Cuando los sentimientos nos atrapan... no podemos rendirnos a ellos.

Hasta que llegaste (3 y final)

Con la cara hinchada de tanto llorar, convertida en un manojo de nervios, a las 7:50 a.m. me aparcaba por fuera del edificio de apartamentos donde vivía Linnea. Las dudas me consumían, no sabía aún que le diría al verla, ni decidía si subir a su apartamento o esperarla en la camioneta, o si estaba bien el estar ahí o mejor esperar unos días más... Pero yo no podía esperar. Decidí quedarme en la camioneta a esperarla. Las 8:10 y no salía de la casa. Lo normal, según me había dicho, era que saliera a las 8:00 hacia la parada de taxis, caminando eran cinco minutos y le gustaba estirar las piernas antes de ir a trabajar.

Estaba pensando en bajar del coche y tocar en su puerta cuando se abrió el portal. Era ella, mi bella Linnea, el corazón se me paralizó por segundos y el estómago se me terminó de contraer, temía una mala reacción de su parte al verme. Iba vestida con un traje chaqueta, con falda corta a medio muslo, la chaqueta apenas dos dedos por encima de la falda, zapatos de tacón fino y alto y medias que estilizaban aún más sus perfectas piernas, el pelo suelto... La vi mantener la puerta para que saliera alguien más, yo detuve mi mano de abrir la puerta del coche para salir a dar con ella... y salió Elba... y el mundo se abrió debajo de mí, arrastrándome al vacío. ¿Habían pasado la noche juntas? No tenía a dónde huir. Me quedé paralizada, casi sin respirar. "¡Por Dios, que no me vean, te lo suplico!" Tenían dos opciones, o salir a buscar el coche por la derecha o por la izquierda, si salían por la derecha y rodeaban el camino las tendría de frente, si lo hacían por la izquierda y no giraban la cabeza no me verían, pero saldrían en el coche por mi espalda, pasando al lado mío. Me pegué lo más que pude al asiento, intentando mimetizarme con él.

Dios escuchó mis plegarias y tomaron a la izquierda. ¡Con Elba no, por favor! ¡No podía ser! Mi alma se llenó de rabia y tristeza al pensar que pasó la noche con ella como lo hizo conmigo. ¿Durmió acurrucada al lado de Elba con la misma carita de paz y seguridad como cuando durmió a mi lado? Con Elba no estaba segura. ¿Se conformaba Elba con sólo dormir? La conocía bien, y sabía que no dejaría de aprovechar la oportunidad de conquistar a una belleza como Linnea. Al imaginarme a Elba cerca de ella sentí que otra oleada de celos e impotencia se adueñaba de mí, sentía ganas de gritar. Escuché acercarse el coche, pasó a mi lado y siguió hasta perderse tras la curva, en la primera calle a la derecha. Ahí se iban ¡Juntas! Y dolía demasiado.

¿Cómo me enamoré así de Linnea? "¿Y a ti, de qué te conozco?" La frase me golpeaba dolorosamente la razón, mientras me recriminaba a mí misma, miles de veces, haberle mentido, pero le mentí. Y supo de esa mentira por terceras personas. Y los errores se pagan ¡Pero, de esta manera, Dios mío! No era justo.

Llegué a casa y me dediqué a repasar el proyecto, tenía que presentarlo el viernes y, aunque ya lo tenía más que completo, era la única manera de no pensar en Linnea o, al menos, de mantenerla algunos momentos lejos de mi imaginación...

Abrí el correo electrónico, entre los mensajes había una carta del Instituto Oceanográfico de Vigo. Me requerían para una práctica submarina de circulación costera con dinámica de los ecosistemas, con estudiantes del último curso, para este mismo miércoles. Mi estado de ánimo no estaba para aguantar estudiantes. ¿Era mejor quedarme en casa llorando? ¿Y Linnea? ¿Qué debía hacer? No podía dar por terminado todo esto. La amaba, ella sentía algo más por mí, no podía estar equivocada en eso. Necesitaba hablar con ella, pero no me atrevía a llamarla ni a enviarle un mensaje al móvil. Esta tarde iría a la playa, esperando que ella también fuese. ¿Y si no iba? Pues será que no querrá verme, ni hablar conmigo. En tal caso, me voy mañana a Vigo y el jueves salgo para Madrid... De alguna manera conseguiré hablar con Linnea.

Llegué a la playa a las 16:00 h. Y después de pasar dos horas y media de sobresaltos, y con la angustia de verla llegar o el miedo a que no se presentara, me fui dando el largo paseo hasta mi casa, con el corazón encogido ante la ausencia de Linnea. Venía tan ensimismada en mis pensamientos, que no me percaté que alguien me esperaba.

–¡Elena!

Era la voz de Valeria. Me giré y ahí estaba ella, sentada en el borde de una de las jardineras de un pequeño parque que había junto a mi casa. Me acerqué y me senté junto a ella.

–Hola, Valeria.

–Hola –dijo, girando su cara hacía mí y sonriendo pícaramente–. Ya sé que el asiento es un poco incómodo –siguió diciendo, viendo que me revolvía en busca de quedar cómoda –pero tranquila, en media hora se te duermen las nalgas y ya no te enteras.

–Espero no tener que someterlas a semejante tortura tanto tiempo.

–¿Tanto me odias que no soportas estar media hora conmigo?

–No te odio, Valeria –le dije con paciencia–. Lo dije, pensando en los cómodos sillones que hay en casa, para estar aquí las dos, de tortura-nalguitas. ¡Antes no eras tan mal pensada!

–Sí, disculpa. No sé... debe ser que con medio cuerpo dormido no me va bien el riego sanguíneo. ¿Me darás de comer?

–Jajaja... Claro que sí. Veo que aún sigues sin saciar a tu estómago. Terminará por comerte él a ti.

Mientras entrábamos, respondía a las preguntas de Valeria sobre la casa, ella conocía el terreno, había visto planos de la casa, pero se habían hecho bastantes cambios en el mismo, sobre todo al añadirle la tercera planta, donde situé mi estudio. Aún no hacía dos meses que me había mudado.

Había estado tan ensimismada en mis sentimientos por Linnea, que no había pensado en Valeria. Ahora estaba ahí. Me sentía bien, en paz hacia ella. La quería mucho. Había sido muy importante en mi vida, había estado muy enamorada de ella, pero ya no lo estaba. Había quedado ese amor hacia el ser humano que era, hacia la amiga cómplice, hacia todo lo lindo que habíamos vivido y por todo lo que nos habíamos amado. Si había vuelto la amiga, bienvenida era.

Antes de enseñarle la casa, hice las llamadas necesarias para salir hacia Vigo al día siguiente. Valeria examinó cada rincón de la casa y, en un ambiente amistoso, nos dirigimos hacia la cocina. Las dos estábamos hambrientas, así que asaltamos la nevera de todo aquello que se pudiera untar en pan, mientras esperábamos a que se calentara la pasta que había en el horno. Estábamos sentadas frente a frente en la barra.

–¿Te puedo hacer una pregunta? ¿Sin que te molestes? –me preguntó Valeria.

–"Ya empezamos" –pensé. Ella sonrió al leer en mi cara mis pensamientos. Le dije con voz resignada–: Venga, ya nos conocemos, me la harás de todas maneras antes que se haga de noche.

–¿Linnea, es tu novia?... ¿Tienen una relación?

–No, no hay nada entre nosotras –esa afirmación me dolió muy adentro.

–Te conozco y creo lo que me dices. Pero, en la playa no parecía que no hubiese nada entre ustedes. Vuestras miradas, agarradas las manos, cierta complicidad... Recuerda que te conozco en ese aspecto.

–Linnea es heterosexual –otra realidad que me caía como agua fría.

–Pero tú no. Y Linnea es un sueño de mujer. Me sentí celosa. Pensar que otra mujer pudiese disfrutar de tu amor... Elena, yo no he podido olvidarte.

–Me imagino que será inevitable que hablemos de ciertos temas –me levanté y fui hasta el horno. Necesitaba evadir un poco la mirada de Valeria. Días atrás, esa mirada hubiese bastado para rendirme a ella, ¿o quizás no? No quería causarle dolor, pero no podía corresponder esa mirada, que ya no sentía. Llevé la pasta a la barra, mientras la servía en los platos, Valeria se levantó, la sentí pararse detrás de mí, cerré los ojos y respiré profundamente, no quería vivir ese momento. Valeria me rodeó la cintura con su mano derecha, apoyó la izquierda en mi muslo y se pegó a mi espalda.

–Valeria, por favor –le supliqué –. No hagas esto.

–Te deseo. Desde que te vi ayer, no he dejado de pensarte –me habló al oído, con la voz algo ronca por el deseo. Me deshice de su abrazo y me giré quedando frente a ella.

–¿Ayer? ¿No te parece que tenías que haberme pensado mucho antes? –la miraba fijamente. Mi mirada expresaba lo mismo que mi tono de voz: sorpresa. Me parecía de locos lo que estaba sucediendo. Tomó mi cara con ambas manos, apoyó su frente en la mía.

–Elena... ¡Perdóname!

–¿Qué tengo que perdonarte? –le dije, mientras me apartaba de ella. Estaba logrando sacarme de mis casillas. Me sentía al límite–. ¿Tu comportamiento de ahora? ¿El de ayer? ¿El de hace dos años? Escoge uno. Hace dos años que no te perdono nada. No tienes derecho a llegar así, ahora, y decirme que me deseas –me senté en el taburete que había ocupado antes ella. Pasé las manos por mi cabeza buscando control, ella seguía de pie, mirándome desde el otro lado de la barra. La miré y con voz suave continué–. Valeria, esto no se trata de perdonarte, como cuando me dejabas plantada, o llegabas tarde o no llegabas. Hace dos años que no existe nada de eso. Te fuiste, ¿te acuerdas? Por mucho que yo te perdone, los hechos no van a cambiar. Cambian los sentimientos.

–Tengo mucho que explicarte –me dijo, mientras ocupaba mi anterior asiento. Iba a continuar hablando, pero la interrumpí poniendo apenas unos segundos mi dedo índice en sus labios.

–No quiero saber las razones. Ya no son importantes para mí. Lo importante es que estás aquí. Un día vivimos algo bello, hubieron infinidad de momentos felices, en ese aspecto yo también te he pensado. No voy a decirte que haya sido fácil, pero de eso es de lo que no deseo hablar. Éramos cómplices amigas. ¿No es más sencillo y menos doloroso quedarnos con eso? Eres la mejor amiga que existe. Si aguantas a Elba...

–Elena... –alargó su mano hacia mi cara, yo me dejé tocar disfrutando de su caricia, de esa mano que tiempo antes me había dado tanto placer, y que en ese momento estaba llena de ternura y amor, al igual que su mirada. Sonreí cuando sus dedos atraparon mi oreja haciéndome cosquillas. Ella ya sonreía–. Mi buena y tierna Elena. Al menos me dirás, mientras nos comemos esta pasta fría, ¿quién me ha robado tu corazón?

–No salgo con nadie, de verdad –le dije sonriendo, mientras bajaba mi mirada.

–Eso no significa que tu corazón no piense en alguien, y la única candidata que he visto por los alrededores, merecedora de tus naturales encantos y dueña de la mirada más dulce que te he visto jamás, es Linnea.

–De haber existido algo, que no lo hubo, ayer se esfumó.

–¿Metí bien la pata, verdad? Elena... Yo, de verdad que...

–Linnea no sabía que yo era homosexual. No se lo había dicho. Le conté de nuestra relación, pero omití decirle que eras una mujer. Apenas la conozco hace cuatro días. Me imagino que ayer lo supo por tus comentarios y tu actitud en la playa, y que Elba, por supuesto, se encargaría de contarle. Se lo tomó bastante mal.

–Me imagino que si al final se fueron juntas, lo más probable es que sacara el tema... Elba también pensaba, como yo, que era tu novia... Ayer, cuando las vimos... ¿Dices que es hetero? ... –Valeria iba haciendo pequeñas pausas al hablar, más bien enumerando sus pensamientos–. Hay muchas cosas que no comprendo y muchas otras que aún no me has dicho. ¿Cambiamos la pasta por el Etiqueta Negra?

Después de recoger algo la cocina, nos sentamos en el salón con los tragos listos. Las dos sentadas en el mismo sofá, una frente a la otra, con las piernas cruzadas... como solíamos hacer muchas tardes tiempo atrás. Estuvimos hablando más de cuatro horas. Valeria siempre había sido muy intuitiva e inteligente y, por supuesto, lo seguía siendo, así como la persona que mejor me conocía. Como pareja había sido un desastre, pero como amiga jamás fallaba, siempre estaba ahí cuando se le necesitaba, aunque no la llamaras. Tenía muchos fallos, pero esa gran virtud. A base de preguntas inteligentes, me fue sacando mis cuatro días con Linnea.

Le conté todo. Hasta me acunó en sus brazos hasta hacerme reír cuando rompí en llanto al contarle de la manera que se había ido Linnea ayer. Nos quedamos sentadas una junto a la otra, con las manos entrelazadas y apoyando la cabeza de una en la de la otra.

–Si mañana te vas y ella viene, no te encontrará.

–¿Es mejor que me quede esperando en casa? ¿Y si no viene?

–¿Y si la llamas? Debe estar esperando tu llamada.

–¿Crees que debo ser yo quien la llame?

–No. Pero una de las dos debe dar ese paso. Tú estás perdidamente enamorada de ella, y ella, por lo que intuyo, también de ti. Tú dudas de su amor, llámala y averígualo.

–Me devolvió hasta el casco. ¿Cómo la voy a llamar?

–De la misma manera que hiciste hoy cuando fuiste a buscarla a su casa. Pero viste a Elba y ya supusiste algunas cosas.

–¡Joder, Valeria! Tú ves salir a Elba de la casa de la chica de tus sueños y te hundes en la miseria.

–Jajajaja... En eso tienes toda la razón. Pero vamos a conceder el beneficio de la duda.

–Bueno, por eso me voy estos días. ¡A ver si consigo alguna duda que me beneficie!

–Tienes muchas, pero no las quieres ver. Linnea te ha estado coqueteando, pero claro, ¡tú eres una estrecha! –deslizó su mano entre mis muslos.

–Jajaja... ¡Quita! No soy ninguna estrecha –le dije, mientras retiraba su mano y la mantenía agarrada junto a la otra.

–¡Claro que sí lo eres! –me dijo al oído, y me dio un tierno besito en la mejilla–. Ya verás que todo saldrá bien. Tal vez hasta sea bueno que tengan unos días para meditar, quién sabe, quizá cuando vuelvas, se solucionará todo. ¿Recalentamos la pasta?

Llegué a Vigo al mediodía. Pasé por el hotel a dejar el equipaje y comer algo en el bufet, después me fui al Instituto Oceanográfico, había reunión con los integrantes del equipo y me interesaba asistir, sobre todo para comprobar el material de trabajo del que disponíamos. Finalizada la reunión, salí disparada para el hotel, no dejaba de pensar en el maravilloso Spa del mismo, y en el cual pensaba pasar el resto de la tarde mimando mi cuerpo. Así lo hice y, de verdad, que lo necesitaba. Ahora requería poder darle un descanso a mi mente, pero me era imposible no pensar en Linnea. Después de cenar algo ligero, me fui a mi habitación a chequear mi equipo de trabajo. Me dormí temprano, tenía que estar en plena forma para la inmersión de mañana.

Las prácticas fueron un éxito. El mar estaba en buen estado y los alumnos fueron aplicados y eficientes. Al llegar al muelle, decidimos ir a celebrar el buen trabajo comiendo en la Cofradía de pescadores. Después de la agradable velada, pasamos por el Instituto a hacer el informe del trabajo. Llegué al hotel bastante agotada, me di un largo baño hasta que se enfrió el agua de la bañera y me metí en la cama a dormir. Así evitaba pensar tanto. Había tomado la decisión de pasar casi todo el día de mañana en Vigo. Iría al Instituto a echar un vistazo a las áreas de cultivos, era una buena opción para mantener la mente ocupada. No había tenido noticias de Linnea. Quedaba claro, por mucho que me doliera, que todo había acabado. Había cometido un terrible error mintiéndole, pero no podía apartarla de mi mente, y mucho menos de mi corazón. Aún no me explicaba cómo había sucedido, cómo en tan sólo cuatro días me había enamorado de esta manera. Me hacía falta tenerla cerca, respirarla a mí alrededor, extraviarme en su mirada y en su dulce sonrisa... Sin embargo, la había perdido. Jamás me sumergiría en el aroma y el calor de su piel, en la humedad de sus besos, en la caricia de sus manos...

Llegué a Madrid el jueves a las 19:00 horas. Después de pasar por la recepción del hotel y dejar mi equipaje en la habitación, bajé al bar a tomarme la copa que mi organismo pedía a gritos. Me senté en la mesa más apartada del bar y acompañada de un excelente Martini me sumí en mis pensamientos, sobre todo en mis recuerdos con Linnea, mi bella princesa de las mil y una noches.

Al otro día, me despertó el sonido del móvil, contesté somnolienta y angustiada pensando que me había quedado dormida. Era Valeria quien llamaba para desearme suerte en mi presentación al proyecto y, para saber si seguía con los planes de quedarme hasta el domingo en Madrid. Apenas eran las 07:00 de la mañana. Después de hablar con Valeria, llamé al servicio de tintorería del hotel para que le dieran un repaso al planchado de mi traje. Una vez desayunada, duchada y vestida, estaba lista para salir. Me di un último vistazo al espejo y quedé muy satisfecha; si mi trabajo no les impresionaba, al menos hacerlo yo. Llevaba un traje chaqueta muy parecido a los utilizados por Linnea, con falda corta a medio muslo y chaqueta algo más larga, enfundada en unos tacones que me hacían más esbelta. A las 11:00 tenía la presentación, y aunque aún eran las 10:00 quería llegar temprano para probar los proyectores y que todo estuviera perfecto puntualmente, y así mantenía distraídos a mis nervios, que comenzaban a hacer acto de presencia. Cómo me hubiese gustado contar con la presencia de Linnea en estos momentos.

Cuarenta y cinco minutos duró la presentación de mi proyecto, y otros cuarenta y cinco en la sesión preguntas y respuestas. Había más público que el que había imaginado. Recibí felicitaciones, propuestas laborales, invitaciones a charlas universitarias, invitaciones a otros proyectos, y lo más importante, el Instituto Oceanográfico aceptaba y apoyaba el proyecto, sería presentado a los organismos correspondientes para la subvención, o sea, al Ministerio de Medio Ambiente y Marino. Con suerte en dos años, como máximo, estaría trabajando en el proyecto. Después de rechazar un par de invitaciones para cenar de intenciones dudosas, de dejar las cosas claras ante los listillos que siempre quieren beneficiarse del trabajo ajeno y de atender a todos aquellos que lo hacían desde el punto de vista puramente científico, salí de la dependencia ministerial directa al hotel, llena de orgullo por el trabajo realizado con pulcritud. Tantos años de trabajo habían merecido la pena y era tiempo de disfrutar mi recompensa.

Llegué al hotel a las 15:00 horas, cansada y hambrienta. En media hora cerraban el buffet, así que fue mi primera parada, me serví un enorme plato de ensalada que degusté en minutos. Pasé por el Spa a pedir hora para hacer uno de los circuitos, pero al ser viernes estaba a tope, así que preferí dejarlo para el otro día, con previa cita. Subí a la habitación y me conformé con un baño lleno de espuma de mi gel preferido: Denenes. Después, llamé a mis padres y a Valeria para darles la buena noticia de mi éxito... Tanto halago hizo que mi ego subiera a límites insospechados en mí. Después de descansar un rato, hice caso a Valeria y bajé al bar a brindar por mi éxito en su nombre. Sólo me faltaba la mirada y la sonrisa de alguien muy especial, para que mi felicidad fuese completa. Al llegar al bar me llevé una grata sorpresa, conocía al barman de mis años universitarios, era un chico sumamente agradable, había tenido que abandonar sus estudios de derecho para trabajar, así que me senté en la barra y, mientras me tomaba un delicioso cóctel, recordábamos los viejos tiempos.

El bar estaba lleno y apenas eran las 18:30 de la tarde. La barra era un torbellino de camareros haciendo pedidos, y gente que se sentaba unos minutos mientras esperaban por sus consumiciones. Yo me entretenía mirando cómo David lanzaba botellas al aire con maestría y hacía bailar la coctelera al ritmo del sonido que hacía el hielo dentro de ella. Concentrada estaba en la habilidad de mi amigo, cuando escuché a mi espalda:

–¡Hola, lindurita!

Me quedé sin respiración unos segundos. No podía ser. Me giré y me encontré con esos ojos negros, bellos, con los que tanto soñaba. Mi pulso se aceleró, me quedé embobada mirándola, perdida en su mirada, sin poderme creer que estuviese ahí. ¡Era tan bella! En ese momento fui verdaderamente consciente de cuánto la extrañaba.

–Hola –le dije en un susurro–. Qué casualidad. ¿Qué haces tú por aquí? ¿Te hospedas aquí? –mi voz reflejaba el nerviosismo que sentía en ese momento.

–No es casualidad. Estoy aquí por ti. Y no, aún no me he hospedado, estoy llegando –dijo, señalando la pequeña maleta que había en el suelo, a su lado. Tenía la mirada dulce, pero triste y, la sonrisa nerviosa.

–¿Por mí? Pero... ¿Cómo supiste que estaba aquí? –intentaba ordenar mi mente ante la sorpresa.

–Elena, necesito que hablemos, tengo que explicarte algunas cosas ¿Podemos sentarnos o ir a otro lugar más tranquilo?

–Sí, por supuesto –logré decir. Mi confusión cada vez era mayor–. Podemos ir a la habitación, ahí estaremos más tranquilas. ¿Vienes sola? –asintió moviendo la cabeza.

Me giré hacia la barra y me despedí de David. Agarré su maleta y caminamos hacia el ascensor. Atravesamos así, en silencio, todo el bar y el hall del hotel. Me sentía feliz de tenerla ahí, nerviosa, pero feliz. Algo tenía que significar el que estuviera ahí, conmigo. Según ella, había venido por mí. Al menos no la había perdido del todo. Le interesaba, no sabía si tanto como ella a mí, pero... Estaba ahí, conmigo, caminando a mi lado. Entramos al ascensor.

–Aún no me has dicho cómo supiste que estaba aquí –nos encontrábamos de pie una al lado de la otra, casi rozando nuestros hombros.

–Valeria, me lo dijo Valeria. ¿Hice mal en venir?

–Linnea, tú siempre serás bienvenida, esté dónde esté. Nunca pongas eso en duda –la miraba a los ojos, intentando transmitirle todo lo que sentía. Acaricié su carita–. Así que Valeria, ¿eh? Ya me explicarás qué se traen ahora las dos. Con razón tanto empeño en que me tomara unas copas a su salud –Linnea sonreía avergonzada.

–Ella te quiere mucho.

Salimos del ascensor y llegamos a la habitación. Era una pequeña suite, con recibidor, un gran balcón con vistas hacia la piscina, cocina y el dormitorio con el baño aparte.

–¿Tienes hambre? ¿Quieres tomar algo? –le pregunté, dada la hora y suponiendo que no habría comido nada durante el viaje, mientras dejaba su maleta en el suelo, pegada a una de las paredes del recibidor. Aún estaba anonadada de verla ahí. Me parecía un sueño.

–Sí, pero ahora no podría comer nada, no me bajaría. Pero sí me tomaría algo. ¿Tienes Whisky?

–Supongo que sí, aún no he tocado el mini bar. Tenemos Apollinaris, Coca-Cola, Tónica...

–Con Apollinaris está perfecto.

–Okey –cogí las botellitas y me dirigí a la cocina. Linnea me siguió y me miraba preparar las bebidas apoyada en el marco de la puerta.

–Cuéntame cómo salió lo de tu proyecto.

–¡Perfecto! No es porque lo haya hecho yo –le dije sonriendo–, pero fue todo un éxito. El Instituto Oceanográfico y el Ministerio apoyan mi proyecto. Lo más seguro, en dos años esté trabajando en él.

–¡Wow! ¡Felicidades! –se acercó a mí y me abrazó–. Me alegro muchísimo. Esto tenemos que celebrarlo.

Hacía un gran esfuerzo por no besarla. El contacto de su piel en la mía, sus senos unidos a los míos, su aroma envolviéndome, su mirada que parecía pedirme a gritos ese beso... No podía echarlo a perder ahora, no podía destrozar ese momento con mis impulsos. No podía verla marchar de nuevo por un error. Espera, Elena, no hay prisa. Mordí mi labio inferior hasta hacerme daño. Me solté de su abrazo y fui hasta la mesilla del teléfono.

–Voy a pedir algo de picar. Tienes hambre y con el estómago vacío te puede caer mal la bebida. Después te invito a cenar. Elijo yo –sólo fue una excusa para escapar de todas las sensaciones que me hacía sentir el contacto de su piel. Sensaciones que jamás había sentido con tanta intensidad. Mientras pedía una tabla de ibéricos y otra de quesos, Linnea salió de la cocina con las bebidas en la mano, las colocó en la mesita frente al sofá y se sentó en él.

–Elena, he venido todo el viaje pensando en cómo comenzar y de qué manera decirte y explicarte mi actitud del domingo, y ahora no sé cómo comenzar.

–Para mí lo importante es que estás aquí. Aunque tengo que reconocer –dije sonriendo –que tengo muchas dudas en mi cabecita.

Se le veía nerviosa, tanto o más de lo que lo estaba yo. ¿Qué sería eso que tenía que decirme? Seguramente pedirme disculpas, como me dijo, por su comportamiento del domingo. ¿Y Valeria, qué tenía que ver con todo esto?

–Ven, siéntate aquí, a mi lado, no prolongues más mi angustia –me dijo, señalando el sofá a su lado y tomando ambos vasos en sus manos. Me senté. Me dio uno–. Brindemos por el éxito de tu proyecto –chocamos ambas bebidas. Probó un poco, como tanteando la intensidad del sabor y, de un solo golpe se bajó casi medio vaso de la misma. Yo la miré con asombro, pero sonriendo–. Lo necesitaba, a ver si ahora me desinhibo y se me suelta la lengua.

–Venga. ¡Si has llegado hasta aquí!

–Desde que era muy pequeña –comenzó a decirme–, me pasaba horas mirando el mar. Una vez, mi padre me preguntó por qué lo miraba tan fijamente, y yo le contesté que estaba esperando a una sirena, él se río mucho y me dijo que las sirenas no existían. Yo era muy pequeña y aquello me dejó muy mal, pero continué mirando el mar, siempre esperando ver aparecer a mi sirena. Mis padres y mi hermano, siempre se burlaban de mí. Con los años, mi obstinación no decreció. Siempre tuve la certeza de que ocurriría. No hace ni dos semanas, aún continuaba mirando el mar a la espera de mi sirena. Una tarde, sentada en las piedras de la playa, comiéndome un helado y mirando el mar, vi que algo saltaba del agua, pero no me dio tiempo a ver bien. El estómago me dio un vuelco y fijé mi mirada aún más. Al ratito, lo volví a ver... Y me quedé totalmente impactada. Ahí estaba mi sirena. Había llegado. Mi alegría era inmensa. La veía sumergirse, saltar, girar, perderse por minutos bajo el agua para de repente salir por completo del agua y sumergirse nuevamente. Mi alegría era tal, que agarré el móvil y llamé a mi padre para decirle que mi sirena existía, que había llegado, que la estaba viendo en esos momentos –llamaron a la puerta y me levanté a abrir, era el camarero con el pedido. Coloqué las cosas en la mesa, me quité las sandalias y me senté de nuevo en el sofá, cruzando las piernas y colocándome frente a su perfil. Ella también colocó una pierna debajo de sus nalguitas y se giró hacía mi, así quedábamos mirándonos de frente. Ella continuó hablando–. Desde ese día, me sentaba todas las tardes a esperar a mi sirena. La detallaba, miraba su manera de moverse, sus gestos, hasta me atreví algunas veces a acercarme disimuladamente, pero no me atrevía a hablarle.

–¿Y tu sirena tiene cola, aletas y escamas?

–Aletas y escamas no se las he visto... Pero tiene una colita divina –me contestó, con esa sonrisa pícara que tanto me gustaba–. Dicen que las sirenas lo encantan a uno y debe ser cierto porque desde que la conocí mi mundo cambió. Fue como si mi pasado, hasta el más reciente, haya quedado anulado. Antes de conocerla estaba pasando por un mal momento emocional y hasta eso quedó relegado. Sin explicarme cómo, en sólo unos días, pasó a ser el centro de mi vida –guardó silencio por unos minutos. Se levantó y se acercó al ventanal mirando hacia la piscina. Me quedé embobada mirando su perfecto cuerpo de espalda. Su pelo negro caía sobre su espalda, las manos metidas en los bolsillos traseros de su pantalón, su camisilla sin mangas dejaba al descubierto unos hombros de piel apetecible. Mi deseo por acariciarla estaba llegando a su límite. Necesitaba besarla.

–¿Y qué pasó con tu sirena? ¿En dónde está ahora? –le pregunté.

–No sé qué pasará con ella. Y... –guardó silencio nuevamente.

–Linnea, ven aquí, anda –se giró hacía mí–. Ven, siéntate a mi lado –me senté en posición normal y le indiqué que lo hiciera junto a mí. Vino hacia el sofá y se sentó pegada a mí. Me miró y tenía los ojitos llenos de lágrimas y miedo. Pasé mi brazo sobre sus hombros y la atraje hacia mí. Pasó sus brazos rodeando mi cintura y espalda, subió sus piernas al sofá y se acurrucó en mi pecho. Mi mano izquierda se instaló en su cabeza acariciándola y jugando con su pelo, con la derecha acariciaba su cara. Me sentía en la gloria teniéndola así, con mi boca pegada a su cabeza, hundiéndome al fin en el aroma de su cabello–. Venga cariño, nosotras podremos con cualquier cosa –le dije, sin despegar apenas mis labios de su cabeza, y depositando pequeños besos cargados de pasión sobre ella.

–Elena... Perdóname. Te he causado mucho daño por mis miedos, por mis celos y porque soy una estúpida.

–No eres estúpida.

–Pagué mis culpas en ti. Tú no me mentiste más de lo que lo hice yo contigo. La relación que tuve, por la que pedí el traslado a Tenerife... No fue con un chico, mi ex pareja era una mujer –se abrazó más a mí, y temblaba. Me quedé paralizada, era lo menos que me esperaba escuchar. A mi mente volvió el recuerdo del domingo, cuando me echaba en cara que le había mentido.

–Pero... Entonces, ¿por qué te enfadaste tanto conmigo? –levanté su carita hacia mí, ella colocó su mano sobre la mía.

–Por celos, por impotencia, porque me cegué de rabia y de dolor... Y la pagué contigo –se acurrucó en mi cuello y dejó su mano sobre mi cara, acariciándola–. Estaba tan contenta, tenía tantas ilusiones y deseos. Hacía muchísimo tiempo que no me sentía tan feliz como me sentí el domingo. Después, en la playa, cuando te vi con Valeria, me sentí engañada, utilizada, pensé que era tu pareja y, encima, Elba sólo incrementó mis dudas. Fui injusta y cruel contigo.

–¡Elba! El lunes fui temprano... –tapó mi boca con su mano, se separó de mí, se arrodilló en el sofá de frente a mí y tomó mi cara con ambas manos.

–¡Preciosa mía!... Elba no pasó la noche conmigo –me levanté del sofá, caminé un par de pasos, me detuve y me giré hacia ella, necesitaba estar alejada de sus manos, de su aroma, de su mirada, de esa piel por cuyo contacto mi propia piel moría.

–Las vi salir juntas, Linnea... Fui a buscarte, necesitaba tanto verte, hablar contigo. Estaba destrozada. Me sentí morir al verlas juntas. ¿Me viste esa mañana ahí?

–Ella terminaba de llegar. Vino con la estúpida excusa de que se le había quedado el móvil. Había estado el domingo por la tarde en casa. Es tu amiga, o eso pensé, necesitaba hablar con alguien.

–Pues vaya personaje elegiste –le dije de manera irónica.

–Ahora lo sé. Y no te vi. ¿Crees que de haberte visto no me hubiese acercado a ti? ¿Eso crees?

–De la manera que saliste de mi casa...

–Me lo contó Valeria –se levantó y se acercó a mí–. Ese lunes por la tarde me fui a Lanzarote, pedí unos días libres en el trabajo, y me fui. No soportaba seguir ahí, sabiéndote a metros de mí... Imaginándote con Valeria...

–¿Por qué no me creíste? Te dije que no había nada entre nosotras. Pero te valió más la palabra de Elba. ¿Cómo crees que me sentí? No me diste ni la oportunidad de explicarte –di un par de pasos hacia atrás, alejándome nuevamente de ella.

–Sé cómo te sentiste. Valeria averiguó mi teléfono y fue hasta Lanzarote. Tiene un buen par de ovarios... y te quiere muchísimo. Se disculpó por su comportamiento en la playa y me explicó todo. No pude esperar a que llegaras a Tenerife. Tenía pavor a perderte. Necesitaba tu dulce mirada, tu preciosa sonrisa. Te amo, Elena.

–¿Estás segura?

–Ven aquí, sirenita mía, deja de huirme. ¿Quieres besarme de una vez? –me dijo sonriendo, acercándose y abrazándome por la cintura, atrayéndome hacia ella suavemente–. ¿O va a ser cierto lo que dice Valeria?

–¿Y qué es lo que dice Valeria? –pregunté, abandonándome en sus brazos, acariciando sus hombros y bajando mi mano derecha hasta enlazarla en la de ella, mientras miraba sus exquisitos labios.

–¡Que eres una estrecha! –me dijo al oído, mordiéndome tiernamente el lóbulo de la oreja y besándome detrás de éste.

–Ooooh! No lo soy –logré decirle sin poder controlar mi voz por el temblor que sacudía todo mi cuerpo.

–A mí me fascina que lo seas –me obligó a dar unos pasos hacia atrás, hasta apoyarme contra la pared, hundiendo su cara en mi cuello, acariciándome con su nariz–. Huuumm... Hueles tan rico. Me encantas. Eres la personita más linda, dulce y tierna que he conocido. Me traes loca, lindurita.

Sentí sus manos bajar por mis caderas hasta mis muslos, subió ligeramente mi vestido y su pierna se coló entre las mías, haciendo presión en mi sexo. Me abracé a ella hundiendo mi cara en su cuello, ahogando mis gemidos, mientras bajaba mis manos a sus nalgas y la atraía aún más a mí. Besé su cuello y comencé a acariciarlo con los labios, ascendiendo por él hasta los suyos y recorriéndolos con mi caricia. Su mirada provocadora iba de la mía a mis labios, y sonriendo pícaramente se mordía el labio inferior que temblaba tímidamente. Tomé su carita entre mis manos, con mis antebrazos acariciaba nuestros senos, deslicé un pulgar por sus ansiosos labios y aprisioné con los míos su labio inferior, mordiéndolo con mimo. De su boca escapó un suspiro que se perdió dentro de la mía. Continué besando esos deliciosos labios tan deseados entre los suspiros de ambas, que cada vez se hacían más intensos. Al fin me perdía en la humedad de su aliento. Sus manos se unieron a las mías y nuestros dedos danzaban por nuestros rostros en tiernas caricias. Sentí su lengua traviesa deslizarse entre mis labios y la mía salió a saludarla, invitándola a una danza de caricias entre ellas. Besé sus ojos, su frente, recorrí todo su rostro a besos y me instalé en su esbelto cuello, envuelta en su aroma. Nuestras manos a veces se encontraban en ese baile de caricias que habían comenzado por nuestros cuerpos. Nuestras miradas delataban tanta pasión como nuestras caricias.

–Te amo, Linnea. Te amo con todo mi ser.

Me agaché y su muslo se clavó aún más en mi sexo, haciéndome estremecer y desatando aún más nuestra pasión. Sentía mi humedad traspasar mi ropa interior y su mirada me confirmó que era muy consciente de ella. Hundí mi rostro entre sus senos llenándome de su exquisito aroma, los acaricié con mi cara y, mis labios juguetones atraparon uno de sus pezones que ya estaban, al igual que los míos, excitados de tanto deseo.

–Aaaah. Y yo a ti, lindurita mía.

Me dio la vuelta y me colocó de frente a la pared. Su cuerpo aprisionando el mío, su sexo pegado a mi nalga mientras movía sus caderas buscando más placer en nuestro contacto. Sus manos atraparon mis senos y acariciaba con sus dedos mis pezones, haciendo que crecieran aún más y sacando de mi garganta suspiros más intensos. Besaba mi cuello, yo escuchaba su respiración entrecortada. Su cabello caía en mis hombros, produciéndome un agradable cosquilleo... Estaba en la gloria.

–Me vuelves loca, Elena –me decía al oído–. Ni te imaginas las veces que he soñado con este momento –soltó mis senos y comenzó a bajar el cierre de mi vestido, mientras iba besando mi espalda a medida que mi piel iba quedando desnuda. Sus manos se deslizaron por la parte delantera de mis piernas, llegaron a mis rodillas y comenzaron el ascenso por la parte interna de mis muslos hasta llegar a colocar una de ellas en mi sexo.

–¡Aaaaah!... ¡Linnea!... –eché la cabeza hacia atrás, buscando su boca para ahogar mis suspiros en ella. Su boca selló la mía y recibió la avalancha de mis gemidos en ella.

–¡Sssssshhh!... ¡Aaahhh! Estás riquísima, lindurita –y me besaba con verdadera pasión–. Te amo, Elena –colocó sus manos en mis hombros y sacó mi vestido por mis brazos, dejándolo deslizarse por mi cuerpo hasta el suelo. Se agachó a mi espalda, colocando sus manos en mis caderas y tirando de ellas hacia atrás. Sentí sus manos en mis nalgas, acariciándolas, subió mis braguitas para dejarlas más libres, comenzó a besármelas y a darme ligeras mordiditas en la parte de abajo–. Me moría por hacer esto. Qué duritas y ricas las tienes, son perfectas –me hizo girar nuevamente. Bajó la braguita apenas por la cadera izquierda, y besaba y pasaba su lengua por la enorme cicatriz que la cruzaba. Hundió su cara en mi sexo, aspirando mi olor–. ¡Qué ricura! Me estás enloqueciendo.

–Ven aquí –le dije mientras la levantaba y la pegaba a mí, besando sus labios y perdiéndome en su aliento–. Tu sí que me estás volviendo loca a mí –le quité la camisilla sacándola por su cabeza. Ante mis ojos quedó su torso desnudo, cubierto sólo por un sujetador color azul. Besé sus hombros y su cuello mientras con habilidad desataba el sujetador, el cual dejé caer al suelo. Di un paso hacia atrás y admire sus perfectos senos, redondos, firmes, de aureolas pequeñas y color marrón claro, los pezones saliditos... Eran preciosos–. Eres preciosa, princesa mía –su pecho subía y bajaba controlando la respiración debido a la excitación. Me acerqué a esos senos que se convertirían en mi adoración, los sopesé con miedo a dañar tan bella obra de arte. Besé con ternura cada pezón, cada milímetro de ellos, mi lengua juguetona los recorrió y los sentí crecer aún más cuando mi boca se apoderó de ellos succionándolos con infinita ternura. Linnea suspiraba ante mis mimos, mientras acariciaba mi cabeza y me decía bellas palabras de amor. La tomé de la mano y la llevé a la habitación. Entre caricias y besos desaté su cinturón y le bajé el pantalón hasta los muslos, la senté en la cama, quité sus tenis y los calcetines, besé sus pies haciéndole cosquillas, ella descansó la espalda en la cama y terminé de sacarle el pantalón y las braguitas. Me quedé arrodillada en el suelo, delante de ella. Coloqué sus piernas sobre mis hombros y fui besándolas y mordiéndolas en toda su larga longitud hasta llegar a sus muslos. Su piel exquisita y suave como la seda me hacía ansiarla más.

Linnea se reía y suspiraba ante mis caricias. En mi camino, no quitaba la vista de su sexo, brillante debido a la humedad, divinamente depilado, con sólo un pequeño triangulito de vellos. Coloque sus pies en la cama, dejando sus rodillas dobladas y las piernas abiertas. Su sexo totalmente expuesto, jugoso, rosadito... Precioso. Continué besando sus muslos, disfrutando de su agonía, acercándome cada vez más, atraída por su dulce olor que controlaba todos mis sentidos. Pasé mi lengua por todo su exquisito sexo. Linnea se arqueó y nuestros gemidos de placer se confundieron.

–Divina, verdaderamente exquisita –coloqué mis brazos debajo de ella sujetándola por las caderas. Continué lamiendo ese precioso manjar, besándolo, pasando mi lengua por todos sus pliegues y jugando con ella en la entrada de su centro, succionaba su clítoris y volvía a su centro.

Linnea se retorcía en mi boca y se agarraba a la colcha fuertemente con una mano y, con la otra tapaba su boca intentando ahogar sus gemidos. No quería que terminara aún. Me estaba enloqueciendo verla así, deseosa por explotar en mi boca. Dejé de jugar con mi boca y comencé a hacerlo con los dedos, jugando a penetrarla sin llegar a hacerlo del todo, dándole pequeños besos y succiones en su clítoris. Cuando sentía que podía llegar al clímax, aflojaba mis caricias. Me solté de sus caderas y subí por su vientre dejando la humedad de mi boca en mi ascensión hacia la suya, deteniéndome en sus dos preciosos senos a degustarlos, pese a las protestas de ella, que me pedía que no parara. Me coloqué encima de ella y sonriéndole, la besé en la boca dulcemente.

–¿Por qué me estás haciendo esto, lindurita? No me tortures tanto. Déjame acabar en tu boca –me dijo con la mirada desbordante de amor y pasión.

–Aún no, amor. Quiero disfrutarte al máximo. Vamos debajo de las sábanas, mi bella princesa –le dije, mientras le comía el cuello a besos.

–Me vengaré, te juro que me vengaré –con agilidad se metió debajo de las sábanas y me haló hacia ella, tapándonos hasta la cabeza. Comenzó a besarme con desesperación encima de mí, mientras quitaba mi sujetador, después bajó las manos y me quitó las braguitas, echó las sábanas hacía atrás y se arrodilló a un lado a mirarme–. ¡Wow! sirenita mía, qué buena estás. Y toda depiladita –acarició mis senos con su mano–. Qué lindos son –los besó y se entretuvo jugando con su boca en ellos, haciéndome suspirar y gemir, dándome un placer como no había sentido antes. Se tumbó encima de mí y continuó con su recorrido de besos por mi vientre. Pasó su lengua por todo mi sexo, me besaba, succionaba, haciéndome retorcer de placer. Volvió a subir y me abrazó–. Estás demasiado rica –me dijo, mientras me besaba la boca intensamente–. Eres mi adoración, Elena.

Comenzamos una tierna batalla de besos, piernas enlazadas, caricias, palabras de amor, perdidas en nuestras miradas, envueltas en la mezcla del aroma de ambas. Disfrutando al fin de nuestra entrega, de nuestra mutua posesión, sabiéndonos la una de la otra. Me posicioné de nuevo de su sexo, dispuesta a darle el mejor orgasmo de su vida. Era un verdadero placer estar ahí, entre sus piernas, lamiendo, bebiendo su exquisito néctar, penetrando con mi lengua y dedos, sintiendo sus contracciones, escuchando sus gemidos y jadeos de placer. Succioné su clítoris lentamente y fui subiendo la intensidad, sus jadeos eran cada vez más intensos, sus piernas cada vez más tensas. Sus manos sostenían mi cabeza y me pegaban más a ella.

–¡Aaaah! No pares, lindurita... Sigue... Así... Sigue... No pares, amor, por favor... –metí de golpe dos dedos en ella, y los dejé hasta el fondo–. Ooooooh... Amooooor –levantó sus caderas, al fin la sentí explotar de una manera salvaje. No la solté hasta verla caer de nuevo y relajarse. Continué bebiendo sus jugos hasta saberla limpia. Me acerqué a su boca, encima de ella, la iba besando, dándole el tiempo necesario para respirar entre beso y beso. Sentía los latidos de su corazón en mi pecho–. ¿Qué me has hecho, sirenita mía? –me decía llenándome de caricias y besos–. Ha sido lo más maravilloso que he sentido jamás.

–Eso pretendía princesa... Te amo, Linnea, te amo como jamás pensé que se pudiese amar –y la volví a besar. Cara, cuello, pechos, brazos, vientre... No había fin para mi deseo de besarla. Me giró poniéndome boca abajo. Ella encima de mí fue besando mi cuello, espalda, hasta llegar a donde pretendía, mis nalgas, a las que llenó de besos, mordiditas, caricias; las abría y pasaba su lengua desde mi sexo hasta su centro, en el cual se detenía a besar y a jugar con su lengua, haciéndome gritar de verdadero placer. Se tumbó sobre mí, con su sexo en una de mis nalguitas, moviendo las caderas y suspirando en mi oído. Entrelazó sus manos en las mías. Sus suspiros se fueron convirtiendo en jadeos. Yo tensaba las nalgas para darle mayor placer, sentía la humedad de su sexo y mi boca se hacía agua por las ansias de degustar ese exquisito néctar. Ella me iba diciendo a medida que su orgasmo se hacía más evidente–: "Que rico lo tienes. Dime que me lo darás, dime que será mío. Eres mía, Elena, sólo mía. Dime que es mío".

–Claro que sí, vida mía, soy tuya, sólo tuya. Puedes hacer conmigo lo que quieras. Te pertenezco –y estalló en un nuevo orgasmo. Fue delicioso sentirla temblar de placer en mi espalda, jadeando en mi oído. Cuando su respiración se tranquilizó, me giré, la dejé caer en la cama y me perdí entre sus piernas, a degustar lo que me pertenecía.

–Ven, lindurita, abrázame. Necesito que me abraces –me coloqué encina, cubriendo su cuerpo con el mío, enredando mis dedos en su cabello y besándola con toda la pasión que me embargaba. Metí mis manos debajo de sus nalgas para hacer más presión en nuestros sexos mientras comenzaba a frotarlos, mezclando nuestra humedad, mientras le susurraba al oído entre jadeos, todo lo rico que me hacía sentir, cuánto la amaba, lo rica que estaba, mientras sentía que el orgasmo estaba a punto de llegarme.

–¡Eh! No. Aún no, lindurita –me puso de nuevo boca arriba y se colocó sobre mí.

–¿No crees que ya te has vengado lo suficiente? –le pregunté, mientras la abrazaba intentando fundirla más en mí, besando sus preciosos labios de los cuales no lograba saciarme.

–Esto no ha hecho más que comenzar mi vida... Pero verás que merecerá la pena.

Su carita de pícara me derretía, comenzó a deslizarse por mi cuerpo, besándome tiernamente en su recorrido descendente, cuello, senos, vientre, hasta llegar a mi sexo en el que continúo con tan tiernos besos, haciéndome casi enloquecer. De repente agarró una almohada colocándola debajo de mis nalgas, dejando mi sexo totalmente expuesto a ella. Su lengua recorría desde mi ano hasta el centro de mi sexo, dando círculos en él sin llegar a penetrarme. Yo levantaba las caderas intentando, en mi desesperación, conseguir sentirla entrar en mí, pero mis esfuerzos eran inútiles, ni mis jadeos ni mis súplicas la compadecían.

Se levantó ligeramente, tomó en su mano uno de sus senos y lo acercó a mi sexo, acariciando con él toda esa húmeda zona. Sentir su pezón intentando penetrarme, acariciando mis labios, mi clítoris, la mirada de Linnea trasmitiéndome tanta entrega... Me estaba haciendo perder la razón. Era lo más tierno y lo más sensual que había sentido en mi vida. Linnea se colocó a mi lado y empezó a acariciarme, a besarme. Sus dedos jugaban en mi sexo, abriendo mis labios, acariciándolos, recorriéndolo todo con la suavidad que le proporcionaba mi humedad, tomaba el clítoris con dos de sus dedos, abriéndolos y cerrándolos lo pellizcaba suave y rápidamente. Su boca iba de mis senos, a mi cuello, a mi boca, diciéndome cuánto le gustaba verme gozar. Nuestros suspiros se mezclaban. Sus dedos jugaban a penetrarme.

–Penétrame, vida mía, te quiero sentir dentro de mí –metió su brazo por debajo de mi espalda y subió la mano hasta colocarla debajo de mi cabeza, controlando el movimiento de ésta a su antojo, me miró fijamente a los ojos con tanto amor que sentí cómo mi alma se escapaba de mi pecho hasta unirse a la de ella, cerró los ojos y empezó a besarme tiernamente. Sus dedos entraron suavemente en mí, primero uno, luego otro, los movía de adentro hacia fuera con infinita suavidad. Sentirla dentro al tiempo que su lengua estaba dentro de mi boca, me hizo enloquecer de placer. De repente me penetró de golpe. No pude evitar un grito de placer, el cual se unió al de ella, y que ahogamos en la boca de la otra. Me abracé aún más a ella. Mi orgasmo estaba a punto.

–Lo quiero en mi boca, ricurita –en un segundo estaba su boca en mi sexo, lamiendo y apoderándose de mi clítoris. El orgasmo no se hizo esperar. Solté mis manos de su cabeza por miedo a dañarla y me aferré a las sábanas. Me arqueé hasta casi partirme.

–Oooooh... Aaaaaaaah... Linneaaaaa... –mi grito tuvo que escucharse por todo el hotel... Y eso que yo pensaba que era calladita en estas cosas.

–Bésame cariño, ven, bésame –volvimos a la lucha tierna de nuestros cuerpos, perdidas del mundo, envueltas en nuestras caricias, sin saber dónde comenzaba una y terminaba la otra.

–¿Eres consciente, princesa mía, que después de esto, tendrás que casarte conmigo?

–¿Me estás pidiendo matrimonio?

–Ya no sabría vivir sin ti.

–Ni yo sin ti.

Entrelazadas nuestras piernas, abrazadas, mientras nos besábamos con pasión, nos vino otro orgasmo conjunto, esta vez tierno, suave, que quedó acallado en nuestros alientos y, después degustados por nuestras bocas.

–Me llevas uno de ventaja, princesa.

–Eso lo soluciono yo enseguida, lindurita.

FIN