Hasta que llegaste (2)

Los sentimientos nos atrapan... y están llenos de dulzura, pero también de dolor.

Hasta que llegaste (2)

Ninguna de las dos habíamos cenado, así que pasamos a por un par de pizzas y las llevamos a casa.

–¿Resides aquí? –me dijo, mientras entrábamos al garaje–. Vaya chalet. Pensaba que vivías en un apartamento. ¿Vives sola?

–Sí a todo. Y antes vivía en un apartamento, pero se me fue quedando pequeño. Mis padres habían comprado este terreno hacía años, y al terminar yo la carrera, me lo regalaron. La mandé a construir según mis necesidades. Pero vamos a cenar, antes de que se enfríen las pizzas, y después te muestro tu habitación y el resto de la casa.

–¿Mi habitación?

–Sí, tu habitación. Quiero que te sientas como en tu propia casa.

–Gracias.

Después de cenar, le mostré su habitación y la casa, la cual le encantó, sobre todo el salón que había destinado como mi zona de trabajo.

Ya era bastante tarde, así que nos fuimos cada una a nuestras habitaciones, a ducharnos y a acostarnos. Yo lo hice envuelta en la mirada y la sonrisa que me obsequió desde la puerta de su habitación.

Estaba metida en mi cama, sentada, con la tele encendida y releyendo mi proyecto, cuando Linnea se asomó a mi puerta, llevaba el pelo suelto, un pantalón largo de pijama de muñequitos de Disney y una camiseta de manga corta a juego, tuve que sonreírme ante tan bella estampa.

–¡No te rías de mi pijama!

–No me río, sólo me sonrío ante tanta dulzura. Te ves tierna con ese pijama.

–¿Puedo quedarme aquí contigo un ratito hasta que me entre sueño?

–Claro que sí. Ven, acuéstate aquí a mi lado –mi pulso se puso a mil. Levanté las sábanas por el otro lado de la cama, una king size, invitándola a ponerse cómoda.

–¿Qué lees? –preguntó, mientras se acostaba de lado, mirando hacia mí y tomando los papeles sobre la cama, entre las dos–. Qué rico huele tu cama... huele a ti –tomó la almohada y la abrazó, hundió la nariz en ella y aspiró fuerte. Apoyó la cabeza y la cara en ella, y se acomodó abrazada a la misma.

–Un nuevo proyecto que realicé. Trata de la langosta de El Hierro, en peligro de extinción. Tengo que entregarlo en Madrid la próxima semana y estoy revisándolo.

–¿Me dejarás leerlo cuando lo tengas listo?

–Por supuesto, te haré una copia.

–¿Estarás muchos días en Madrid?

–Sólo unos pocos, apenas tres o cuatro.

Cerró los ojos y se quedó así un buen rato. Tuve que obligarme a apartar la vista de ella, no me parecía que al abrir los ojos, considerase muy normal verme con cara de boba observándola. Intenté concentrarme en la lectura, pero me era inútil, me llegaba su aroma y sólo deseaba hundir mi rostro en su cabello, llenarme de su perfume, abrazarla fuerte y acariciarla...

–¿Elena?

–¿Ajá?

–¡Gracias!

–¿Por?

–Por ser tan linda conmigo. Me haces sentir como si nos conociésemos de toda la vida. Eres una mujer increíble y me siento muy bien a tu lado. Estoy feliz de haberte conocido.

Me giré hacia ella, le aparté los cabellos de la cara y me entretuve unos segundos acariciándolos con suavidad, con miedo a profundizar en esa caricia y no poder contenerme. Me urgía sentir su piel en mis labios. Acaricié su cara, me incliné y la besé en la frente, intentando contener toda la pasión que sentía en ese momento. Sentí sus labios besar mi cuello, un escalofrío me recorrió completa, tomó mi mano en la suya y besándomela y mirándome con sus sonrientes ojos negros, con ese brillo que a veces nacía en ellos, que me trasmitían mil sensaciones que me hacían hervir por dentro, me dijo:

–¿Me dejas dormir aquí? –su pregunta no hace más que ponerme nerviosa.

–Claro que sí –dije, un poco temerosa de no poderme contener con tanta belleza a tan poca distancia–. Que Dios te bendiga y proteja tus sueños –"¡Vaya, no se me pudo ocurrir una frase más sensual que esa!" pensé de inmediato al terminar de decirlo y traté inútilmente de esconder el súbito enrojecimiento de mis mejillas, pero al notarlo y rió divertida.

–Igual a ti, lindurita.

Para mi suerte, el cansancio la venció y no hizo más penosa la situación para mí, me obsequió con su bella sonrisa y cayó profundamente dormida.

Me tumbé a su lado, admirando sus facciones perfectas... soñando despierta en esos labios que aún quemaban en mi cuello, sintiendo todavía la suavidad de su piel en los míos y su dulce aroma en lo más profundo de mis sentidos... soñando en trepar por sus piernas hasta llegar a sus caderas... recorrerla toda... soñando que era mía y dándome cuenta que, en sólo dos días, esta mujer se había apoderado de mi vida, de mi mente... de mi corazón.

Desperté con el alba, asombrada de que al abrir los ojos ella estuviera ahí, iluminando mi despertar con el brillo de su belleza. Afortunadamente no había sido un sueño. Me quedé así, no sé cuánto tiempo, sin moverme, disfrutando de su sueño, torturando hasta el dolor, mis deseos por ella.

Me levanté con sumo cuidado para no despertarla, fui al baño y después, bajé a la cocina a preparar el desayuno. Ayer me había dicho que desayunaba nada más despertarse, así que se lo tendría listo. Mientras preparaba el desayuno, no dejaba de pensar en Linnea dormida en mi cama. ¿Tendría alguna posibilidad con ella? ¿Sentiría ella por mí algo parecido a lo que sentía yo por ella? ¿Por qué me besó el cuello? Sería sólo casualidad... pero... ¿y su mirada que tantas cosas me dice? Mejor dejo de fantasear. Mejor dejar de pensar así en ella. Pero me era imposible no soñar con besarla, con hundir mis manos en su cabello, embriagarme en la suavidad y el aroma de su piel, sentir la humedad de su boca fundiéndose en la mía... soñaba con poder disfrutarla a plenitud, sin prisas, sintiéndola totalmente mía, disfrutando de su entrega... y ella de la mía.

–Buenos días, lindurita.

Me giré, y ahí estaba ella, caminando hacia mí, con los brazos abiertos buscando mi abrazo, con su bella sonrisa contagiando la mía, el brillo de sus ojos...

–Buenos días, preciosura –le digo, mientras seco mis manos y me hundo en su abrazo, me pierdo en su aroma y en las sensaciones que me produce sentir su cuerpo tan pegado al mío.

Había tanta suavidad en su abrazo, tanta sensualidad en sus movimientos... Se separó apenas, y con una mano, acarició el hoyuelo de sonrisa de mi mejilla, después, hundió ambas manos en mi cabello, acariciando mi cabeza... cerré los ojos y ronroneé de placer... Esas bellas manos que tanto deseaba sentir recorrerme toda, curiosas revolotear por mi piel, ansiosas descubrir mis tesoros más ocultos.

–¡Qué rico tu pelo! ¿Por qué no me despertaste? Me sentí solita cuando abrí los ojos. Me dio una cosita aquí –se separa de mí y se señala el estómago, poniendo cara de mimosa. Gran esfuerzo tuve que hacer para no buscar esos labios que me traían loca, besarlos con dulzura, con pasión, como a sus ojos, que me decían tanto, pero que, a la vez, escondían tanto.

–Jajajaja... Eres una dulzura. Estabas tan plácidamente dormida que no tuve corazón para hacerlo, además, aún era temprano. ¿Dormiste bien? –digo, intentando apartar de mi mente y cuerpo el deseo que me devoraba por ella.

–Hacía tiempo que no dormía tan rico. ¿Estás preparando el desayuno? Uhmm, se ve delicioso.

Desayunamos y nos dispusimos para irnos a la playa de Las Teresitas, a mi partido de voley. Me gustaba sentirla revolotear por casa. Me pidió prestada una camisilla... y se hizo con todo mi ropero. Se probó todo lo que pudo, y me buscaba, mientras yo trasteaba de un lado a otro de la casa, para modelar delante de mí, para que viera lo bien que le quedaba mi ropa, haciéndome reír a carcajadas con sus locuras... y a mí, se me caía la baba.

Se vistió con un sencillo vestido mío, de color blanco, a medio muslo, sin mangas y con el escote en V. Estaba impresionantemente divina, me tenía en un estado de absoluta felicidad. Me hizo vestir con ropa que escogió ella misma: una minifalda vaquera negra y un top naranja que dejaba mi ombliguito al descubierto.

Llegamos puntuales a la playa, Gabi y algunos más del grupo ya estaban ahí. Fui presentando a Linnea con verdadero orgullo, mi cara era una eterna sonrisa, me sentía feliz, radiante, hermosa... enamorada. Los chicos no se privaron de piropearla y las chicas cruzaban miradas entre ellas. Gabi me presentó a las chicas contra las que jugaríamos. Linnea me tenía agarrada de la mano. Yo deseaba que el partido terminara rápido para irme con ella a casa. Mientras hablábamos, sentí cómo una mano tapaba mis ojos y otra abrazaba mi cintura, atrayéndome hacia atrás. Sentí la cercanía de un cuerpo que cada vez se pegaba más al mío, y que me susurró al oído:

–Hola, amor. ¿Adivina quién soy?

Sentí una descarga por todo mi cuerpo que me hizo temblar, apreté fuertemente los ojos y me mordí el labio inferior, las piernas me fallaron cuando sus labios se posaron en mi cuello dándome un tierno beso. Mi corazón latía apresuradamente. Sentí que Linnea soltaba mi mano, así que aparté la mano que me cegaba y la busqué con la mirada, la vi en el momento que bajaba la cabeza y se giraba dándome la espalda y le contestaba algo a uno de los chicos. Me solté del abrazo y me giré, y ahí estaba ella, Valeria, la mujer que había roto mi corazón hacía dos años. Me quedé sin palabras, no me esperaba algo así, verla después de tanto tiempo, saludándome como si no hubiese pasado nada.

Mi corazón no definía si sentía alegría o rabia. Estaba verdaderamente impactada. Me miró de arriba abajo y me estrechó en un abrazo.

–Cariño, estás preciosa.

–¿Qué haces aquí? –fue lo único que logré decirle mientras me soltaba de su abrazo.

–Me enteré que venías a jugar y no pude resistirme. Ya sabes que siempre me ha gustado admirarte cuando lo haces... jugar, claro.

La notaba diferente. No me podía creer que estuviera actuando así, no era propio de ella, al menos no de la Valeria que yo conocí. Quería que me tragara la tierra, estaba pasando un mal momento, tanto soñar con ella, tantas veces que había deseado un abrazo suyo o una palabra, un gesto cariñoso y ahora la tenía frente a mí y no sabía qué sentir. Miraba hacia Linnea, y mi corazón se llenaba de sentimientos encontrados entre el amor y el desconcierto.

–¿No nos presentas? –me dijo Valeria, mirando a Linnea.

–Por supuesto –alargué mi mano y tomé la de Linnea. Se volvió hacia mí y buscó mi mirada, la cual escondí por miedo a que notase mi turbación.

–Linnea, te presento a Valeria.

–Encantada –dijo Linnea, obsequiándola con su bella sonrisa y con dos besos en las mejillas.

Para completar mi fatalidad, veo llegar a Elba, la que faltaba, la única persona que lograba sacarme de mis casillas en tiempo récord, la única capaz de romper las relaciones más estables, la persona más complicada, rencorosa y promiscua que había sobre el planeta.

–Hola, Elena –hizo el movimiento de darme un beso, pero al notar mi mirada desistió del intento.

–Hola, Elba.

–Hola, soy Elba ¿y tú? –dijo dirigiéndose a Linnea, la cual se presentó a su vez–. Mejor vamos a dar una vuelta, así dejamos a la parejita hablar a solas. Te invito a una cerveza.

Las vi alejarse camino al chiringuito, donde había ya parte del grupo. Tuve que contener mi rabia ante las palabras de Elba. Ella sí que no había cambiado nada, seguía siendo la misma víbora de siempre. ¿A qué venía ese comentario?

Gabi me sacó de mis pensamientos, ya teníamos que comenzar el partido.

Le dije a una de las chicas que se dirigía también al chiringuito, que le avisara a Linnea que ya íbamos a comenzar.

No pude concentrarme en el juego, mi mente volaba en mis recuerdos. El pasado volvía ahora que ante mí se presentaba un bello presente. Ahora que mi mente y mi corazón se habían librado del recuerdo de Valeria, aparecía ella otra vez. ¿Por qué?

A tan sólo unos metros de mí, estaban todos sentados en los bancos de madera que hacían de grada, veía perfectamente a Linnea sentada al lado de Elba y, al lado de ésta, a Valeria, la cual no dejaba de gritarme cualquier cantidad de piropos llamándome "Mi amor", "Mi reina", "Mamita", mientras hacía referencia a ciertas zonas de mi anatomía... yo no dejaba de pensar en qué estaría pensando Linnea de todo eso, pero sólo alcanzaba a verla hablar animadamente con Elba.

Al cabo de un rato, me di cuenta que Linnea y Elba no estaban. Seguramente irían a por bebidas. El partido continuaba y ellas no aparecían. ¿Dónde estarían? Estábamos perdiendo muchos puntos por mi culpa, mi vista se perdía por toda la playa buscando a Linnea y Gabi me reclamaba atención al juego.

Al fin, terminó el partido. Ni qué decir, nos ganaron de manera aplastante. Felicité a las triunfadoras y, con Gabi detrás de mí reclamándome por mi falta de concentración, me dirigí a Valeria.

–¿Dónde está Linnea? –le pregunté de manera seca.

–Se fue.

–¿Adónde se fue? –insistí.

–No sé, ella se levantó y Elba fue detrás de ella. No tengo idea de adónde pudieron haber ido. No soy la niñera de ninguna.

Agarré mis cosas, que estaban en el banco de madera donde había estado sentada Linnea, y me alejé de allí, sobre todo de Valeria, no soportaba su cara de burla y no quería entrar en una discusión con ella por su comportamiento. No en ese momento, mi mente estaba más ocupada en localizar a Linnea. La llamé al móvil, pero no contestó, saltó el buzón de voz, le dejé un mensaje preguntando dónde estaba, explicando que ya había terminado el partido, por lo que la esperaba en el coche.

Me dirigía hacia el coche cuando escuché que corrían detrás de mí:

–Elena, espera –era Valeria.

–Y ahora ¿qué quieres? –dije sin girarme a mirarla.

–Tenemos que hablar –se colocó frente a mí.

–¿De verdad te parece que deberíamos hablar? Después de dos años, apareces así, como si tal cosa y pretendes que hablemos. ¿Qué te hace suponer que yo deseo hablar contigo?

–El coche de Elba no está.

–¿Y qué tengo yo que ver con Elba?

–Pues no sé si lo relacionas, pero no está el coche, no está ella... y tu novia tampoco.

–No es mi novia. Y dudo que se haya ido con Elba.

–¿No es tu novia? Me cuesta creer eso.

–No me importa si lo crees o no. ¿Qué pasa contigo? Estoy intentando llevar esto lo mejor posible, tratando de ver lo más normal del mundo que te aparezcas así, con tanto cariño por mí. ¿Y tu comportamiento? ¡Ja! Eso ha sido lo mejor –justo al terminar de decir eso entró un mensaje a mi móvil, era de Linnea: "No me esperes. ¿Estarás esta tarde en tu casa? Tengo que pasar a recoger mis cosas".

Mi corazón se paralizó por segundos. ¿Pero qué estaba pasando? No comprendía nada.

Le contesté, alejándome algunos pasos de Valeria: "¿Estás bien? ¿Estás segura que no quieres que te espere? No me importa esperarte o ir a buscarte donde me digas."

No me gustaba dejar a la persona que me acompaña, si venían conmigo prefería que se fueran conmigo también, llevándolos de vuelta sanos y salvos. Valeria estaba apoyada en mi camioneta, no había duda de que seguía siendo muy sexy, estaba bella, con esa belleza de las mujeres en treintena de años. Su expresión había perdido la dulzura, sus ojos el brillo... Yo ya no sentía, al verla, lo tan anhelado estos años, no deseaba su piel, ni sus caricias, deseaba solamente las de Linnea, sólo necesitaba ver aparecer sus ojos sonrientes.

–¿Pasó algo? –me preguntó Valeria, acercándose.

–Nada que sea de tu incumbencia. Y si me disculpas, debo irme.

En ese momento entró la respuesta a mi mensaje: "No te preocupes, estoy bien. Nos vemos entonces esta tarde en tu casa."

–Elena... tenemos que hablar, no dejaré que te marches sin explicarte algunas cosas.

–Claro que me dejarás –le dije, verdaderamente irritada.

Me subí al coche y me fui de la playa. Valeria demandando derechos que hacía mucho tiempo había perdido, era lo último que me faltaba.

Llegué a casa después de devanarme la cabeza todo el camino tratando de justificar cuál pudo haber sido la causa para que Linnea se marchara así de la playa. Estaba angustiada, dolida, enfadada. No lograba comprender del todo su reacción. Recordaba todo lo que habíamos hecho desde la mañana, intentado encontrar alguna causa, pero no la encontraba. "¿Sería que no le presté suficiente atención en la playa?" pensaba, verdaderamente confusa, pues no se me ocurría mucho para justificar sus actos.

Mejor será calmarme, seguramente tendría una buena razón para hacer lo que hizo... pero irse así... y su mensaje, tan frío. ¿Celos? ¿Habrá sentido celos de Valeria? Eso sería una maravillosa esperanza para mi alma enamorada. Mi corazón estaba roto. Le envié un mensaje al móvil, confirmándole que estaría en casa.

Subí a las habitaciones a ver en qué condiciones las había dejado Linnea después de probarse tanta ropa, pero estaba todo recogido. Entré a su habitación y tenía el bolso listo, sólo el pijama de Disney, que encontré doblado en el cuarto de baño. Agarré la camisilla y me la llevé a la cara, aspirando todo su aroma, la cual entró por mi olfato y explotó en mil sensaciones que recorrieron todo mi cuerpo... Ooooh... ¡Qué delicia!... En mi mente se dibujó la más dulce fantasía... Cómo me gustaría perderme en su piel, tener el derecho a su aroma sólo para mí.

Escalar con mi rostro su esbelto cuello, recorriéndolo con todos mis sentidos... Acercándome lentamente mientras mis ojos recorren y memorizan cada detalle de su piel, mientras cierro lentamente mis ojos al acercarme cada vez más, aspirando suavemente, con timidez, su aroma, llenándome cada vez más de ella, mis manos actuando en su espalda, acercándola a mí, disfrutando mente, alma y cuerpo del roce de su cuerpo contra el mío.

Sus manos en mi cadera temblando de impaciencia mientras mi rodilla se abre paso entre las suyas. Yo atrayéndola más a mí, temblando ambas ante el contacto de nuestros senos, sus manos perdiendo la timidez y se agarran a mi cadera atrayéndome hacia ella, ansiosa de ese contacto, mi cadera presionando su sexo, el temblor haciéndose más intenso ante su entrega. Su cuello cedido a plenitud a mi olfato, tacto y gusto, mi nariz muy pegada a su piel aspirando de lleno, envolviendo mis sentidos en su fragancia, provocando que de mi boca escape un suspiro, que es depositado en su oído.

La pasión de hacerla mía me desborda, eran mis manos reclamando su piel, mi boca pidiendo a gritos sus labios, mi cuerpo vibrando por el contacto del suyo, tantas sensaciones, tantos deseos contenidos, reflejados en mi cuerpo y proyectados en mi mente.

Linnea llegó con el atardecer, encantadoramente bella como siempre... Al abrir la puerta, mi rostro se iluminó con la alegría de verla...

–Hola, chiqui.

–Hola, Elena.

Era la primera vez que me saludaba sin ningún calificativo cariñoso. Su voz sonaba seca, su mirada era fría y distante. Mi corazón se empezó a llenar de tristeza... Traía una bolsa en una mano y en la otra, el casco de la moto.

–Pasa. ¿Vamos a algún lugar? –dije, abriendo más la puerta a mi paso para facilitarle la entrada y mirando el casco, el cual oprimía contra su pecho, como protegiéndolo de mi mirada.

–Sólo vengo a recoger mis cosas y darte las tuyas. Me están esperando.

Estaba intranquila, nerviosa, miraba hacia mí sin ningún punto fijo de mi rostro, evadiendo mis miradas. Yo buscaba la suya intentando encontrar al menos en sus ojos, alguna sonrisa. Desde que la conocí, siempre había sonreído, imposible mantenerla más de dos minutos seria... y ahora lo estaba.

–Al menos entra, ya busco tu bolso... No me parece que esperes en la puerta –dije sonriendo y haciéndole una reverencia, invitándola a entrar.

Entró seria y se quedó de pie al lado de la puerta, la cual fui cerrando lentamente, sin llegar a hacerlo del todo. Me detuve delante de Linnea y la miré directamente, buscando su mirada. Ella esquivó mis ojos intencionadamente.

–¿Pasa algo, Linnea? –pregunté con un nudo en la garganta, que hizo que mi voz sonara débil, pero clara. Necesitaba saber de una vez qué pasaba.

–No. ¿Tendría que pasar algo? –me respondió en un tono seco, grueso. Cuando por fin sus ojos se fijaron en los míos, estaban lejanos, como si yo fuese transparente – Sólo tengo algo de prisa. Aquí están tus cosas –acercó su brazo hacia mí y me entregó la bolsa conteniendo el vestido blanco que se había puesto ese día. Después, con ambas manos, me acercó el casco.

–El casco es... tuyo –logré decir, con voz apagada por el dolor.

–No, es tuyo. Además, tú le darás mejor uso que yo.

El recuerdo de sus ojos, su sonrisa y su felicidad en el momento que le regalé el casco, se me clavó en el pecho con gran dolor. Con delicadeza, aguantándome las lágrimas, agarré el casco. Dejé la bolsa y el casco en el rellano de la escalera y subí a por su bolso. No podía llorar, "Por favor, no", me decía mientras intentaba reprimir las primeras lágrimas. No comprendía nada. ¿Qué era lo que le había hecho para que se comportara así conmigo? En ese momento caí en el detalle... ¿Cómo puedo a veces ser tan estúpida? ¡Valeria, Elba! ¡A saber qué le habría contado Elba!

Sentí escapar el alma de mi cuerpo. Agarré el bolso y bajé a entregárselo. Me detuve frente a ella, quien, sin mirarme a los ojos, estiró el brazo para agarrar su bolsa, pero yo la agarré con ambas manos y la sostuve delante de mis rodillas, sin intención de dársela. Lo entendió y recogió el brazo, cruzando ambos a su pecho. Su mirada ahora era desafiante.

–Creo que al menos merezco saber qué es lo que te ha pasado conmigo. No me parece que te haya tratado tan mal como para esto –intento mantener la voz entera, ante el sentimiento de pérdida de su dulce mirada, de su eterna sonrisa.

–No. Es sólo que no me gusta que me mientan.

–¿Y yo, te he mentido? ¿Puedo saber en qué?

–¿Te parece poco lo de tu novia?

–No tengo novia. No podía decirte que tenía algo que no existe. Y si lo dices por Valeria, ya no es mi novia desde hace años.

–Vaya. ¡Valeria! Ese amor que destrozó tu corazón. ¡La relación! –dijo con voz seca y en tono irónico. Se adentra en el salón, caminando nerviosa, como intentando controlarse mientras hablaba –. Dudo mucho que no sea tu novia o que no vuelva a serlo, dentro de poco.

–Eso es sólo el pasado –afirmé.

Mi cabeza, llena de preguntas y respuestas que me saturaban, intentaba captar de inmediato los sentimientos de Linnea, mi Linnea, que anoche dormía tan tiernamente en mi habitación y ahora parecía una fiera enjaulada en mi salón. No deseaba que se fuera. Deseaba abrazarla, contarle toda mi vida, explicarle que mis sentimientos eran sólo de ella. Que nunca cruzara esa puerta para salir enfadada conmigo.

–¿El pasado? –dijo, girándose hacía mí y fulminándome con una mirada de furia–. Lo de hoy no parecía cosa del pasado. Es presente, este presente. Estaba ahí, ¿recuerdas? –su voz iba en aumento progresivamente–. Lo escuché, lo vi, ¡Hasta lo sentí! ¡Te sentí! ¿Recuerdas que yo te cogía de la mano? ¿Qué crees que percibí en ti? ¡Si casi te desmayas! Busqué tu mirada muchas veces, pidiéndote una explicación, ¿por qué me la ocultabas?

–Linnea, hacía dos años...

–Dame mi bolso. Me están esperando –dijo de repente, cortando mis palabras, caminando hacía mí y con la vista fija en el bolso, el cual yo no había soltado ni cambiado de postura.

–No puedes irte así. No puede ser que te marches sin siquiera escucharme. Sé que no te dije toda la verdad con respeto a mi condición sexual, pero precisamente fue por el miedo a perderte de esta manera. Valeria fue...

–Me están esperando –alargó la mano hacia su bolso.

–¿Elba? ¿Ella es quien te espera? ¿Quién te ha contado mi vida? ¿A ella sí la escuchas? Si ni siquiera la conoces.

–¿Y a ti, de qué te conozco?

Sus palabras fueron una puñalada en mi corazón. La tristeza me invadió y ya no pude controlar las lágrimas que llenaban mis ojos. Bajé la cabeza escondiendo mi rostro y le entregué lo único que la retenía aún conmigo. Sentí cerrarse la puerta. Me senté en el suelo, con la espalda apoyada en la puerta, y lloré, no sé cuánto tiempo. Lo menos que deseaba había sucedido, la Ley de Murphy me perseguía: "Si hay diversas cosas que puedan ir mal, irá mal la que haga más daño."

Esta mañana llenaba la casa con su alegría, se la veía muy feliz, tanto como lo estaba yo de tenerla ahí, de sentir que había diseñado cada rincón, cada detalle para ella. Apenas unas horas antes, yo soñaba con que esa fuese "nuestra" casa, mientras la veía aparecer por la puerta de mi estudio, como una de las veces, que llegó con un traje de neopreno mío, puesto a media pierna... casi muero de deseo. Tuve que hacer un supremo esfuerzo para no acercarme hasta moldear con mis propias manos tan bella obra de arte. Se me secó la boca y se inundaron otras partes de mí. Mi deseo por ella era intenso.

–Te traigo este pareo a ver cómo te queda. Aún no decido qué ponerme, sigo probándome cositas – girando graciosamente con el pareo al vuelo, me dejó embobada mostrándome un ángulo de cada parte de su cuerpo–. ¿Cuándo me llevas a bucear?

–No sé, ya cuadramos un día de éstos. ¿Sabes bucear? –dije, en un intento de apartar de mí el deseo.

–Sí, un poco. He buceado con mi padre –mientras respondía se acercó a la mesa de billar cogiendo el taco–. Ve poniéndote el pareo, venga.

–Ya no me pruebo nada más. Si no te gusta éste, me pongo lo que tenía –yo solamente estaba vestida con la lycra y el top del juego. Sabía que también me veía divina y empezaba a sospechar que ésa era la razón que traía tanto a Linnea por el estudio o, al menos, la que me gustaría que fuese. Pensar que ella podría estar deseándome, hacía que mis niveles de excitación se desbocaran. Me puse el pareo, mientras la veía colocarse de manera sexy para golpear las bolas.

–¡Nooo, te queda bien!... Pero no es lo que busco... ahora te traigo otra cosa. Te prometo que es lo último –dijo riendo, al ver mi cara de obstinación–. Ven, vamos a jugar una partida.

Se me heló la sangre. No, eso no. Ya bastante suplicio era tenerla a sólo unos metros para también, tenerla frente a mí, casi rozándome mientras se colocaba en la mesa para golpear. Eso no lo resistiría, tendría que hacerle el amor ahí mismo. Además, no deseaba un revolcón apurado con ella, eso no me valía, quería amarla, disfrutarla con absoluto mimo, sin que existiera el tiempo, hacerla comprender a besos, caricias y placer que es la dueña de mi corazón y que de la manera que la amaré, no podrá amarla nadie más.

–Ya que vamos con prisa, y aún estamos sin vestir, ¿por qué no lo dejamos para esta tarde? Después del partido venimos, ponemos cositas para picotear, y jugamos hasta que sangren los tacos. ¿Te parece?

–Estoooo... –su mirada iba de la mesa, a mí, y me miraba intentando leer dentro de mi cerebro–. Vale, acepto –y aproximándose a mí, hasta casi rozarnos, acercó su boca a mi oído diciéndome... –: Esta tarde te haré besar el tapiz de la mesa –cogió el pareo que me había dejado y salió–. Ahora bajo con tu ropa y lista para irnos.

Apenas hacía unas horas de eso, y ahora, en lugar de estar felices jugando al billar como planeamos, se había ido. Sus palabras aturdían mis pensamientos y mis sensaciones pasadas. Me había dicho: "¿Y a ti, de qué te conozco?" Y tenía toda la razón. Me conocía solamente unas horas más de lo que conocía a Elba. Pero no era lo mismo, conmigo ha compartido mucho más, había algo más entre nosotras. Anoche me había dicho que la hacía sentir cómo si nos conociésemos de toda la vida, ¿por qué entonces me dijo eso? Seguramente estaba con Elba, quedaba claro que se habían ido juntas de la playa. Me sentía celosa e impotente de imaginarla en estos momentos con ella, tenía que pensar con claridad, pero el dolor no me dejaba.

Todas estas divinas sensaciones que me hacía sentir, ¿acaso estaban solamente en mí? ¿Y sus miradas? Me decía mucho con ellas, la mayoría sin darse cuenta de ello. Como cuando la pillaba ojeando mi trasero, o mi escote; las facciones se le tensaban, las aletas de la nariz se le dilataban, y la mirada, intensa de deseo. Era suave en su trato hacia mí, muy cariñosa, atenta, detallista, haciéndome sentir un coctel de sensaciones cada vez que su piel hacía contacto con la mía, y estaba segura que ella las percibía, como percibía yo las suyas. ¿Estará celosa? Le molestó mucho, muchísimo saber de la existencia de Valeria. Sin lugar a dudas Elba le había contado... y a saber qué le habría contando, seguramente la verdad, y algo más de su propia cosecha.

¿O solamente le molestó mi condición sexual? Vivió año y medio con un hombre, por lo tanto quedaba claro que era hetero... ¿Cómo vivir, si no, tanto tiempo en pareja? Pero eso no era suficiente para comprender su reacción conmigo, ¿o sí había razón suficiente en su enfado por haberle mentido sobre eso? Sí, reconozco que le mentí... y creo recordar que lo admití delante de ella. Tenía que haber sido más rápida de palabras, no haberla dejado ir, pero no pude, el nudo en la garganta y las lágrimas al borde de mis ojos me lo habían impedido.

Hacía mucho que no me sentía así, mis sentimientos se habían quedado anclados dos años atrás, en un pasado que, al día de hoy, se había vuelto confuso desde el momento en que, en el banco, levanté mi mirada para encontrarme con los ojos más bellos que haya contemplado jamás. Justo lo que no deseaba había sucedido, me había enamorado, y de una manera desconocida para mí, nunca antes sentida con tanta intensidad. Linnea había entrado en mi corazón y en todo mi ser de una manera fulminante, no podía permitir que saliera de mi vida de la misma manera. Aunque nunca lograse mis sueños con ella, la quería demasiado como para que desapareciese así de mi existencia. Tenía que lograr que me escuchara, tenía que luchar, al menos, por su amistad. Tenía que intentarlo.

Me pasé la noche debatiendo en si por la mañana iba temprano a buscarla para acercarla al trabajo y así concretar una cita con ella. Necesitaba con urgencia recuperar su mirada, sus locuras y sonrisas, dejar atrás este enorme vacío que había dejado en mí.

Me dormí estrechando entre mis brazos la almohada que había abrazado Linnea la noche anterior, envuelta en su aroma, y recordando cada momento que había compartido con ella estos últimos días. Después de mucho tiempo, llegué a la conclusión de que no podía aguantar más para aclarar las cosas con ella, era necesario que lo hablásemos, para bien o para mal, necesitaba mi tranquilidad de regreso, y esta situación no me lo permitía en lo absoluto.

Luego de mucho esfuerzo e interminables vueltas en mi cama, con mucha dificultad logré dormirme, teniendo siempre presente que el día de mañana sería uno muy intenso, pues mi encuentro con Linnea era incierto y no sabía a qué atenerme con ella, ni qué sería lo que me esperaba a la mañana siguiente, cuando estuviéramos frente a frente.

Continuará...