Hasta que la muerte nos separe

¿Cuánto puede durar un amor verdaderamente intenso?

Hasta que la muerte nos separe.

El relato " Hasta que la muerte nos separe " no se basa en hechos reales y los nombres de los personajes son fruto de la imaginación del autor. Cualquier similitud con la realidad es pura casualidad.

Se solicita a los lectores que realicen el debido comentario al presente relato, para poder realizar variaciones pertinentes en los relatos futuros.

Allí estabas. A pesar de la situación, tu posición me excitaba. Allí estabas, tirada en el suelo, como dormida, luego de una intensa noche no de sexo, de amor.

La forma en la que nos conocimos: difícil de creer, pero posible de suceder. Sé que pocos creerán mi historia cuando la cuente, pero así sucedió.

Esa noche del sábado no tenía deseos de salir a bailar, pero accedí a las casi súplicas de mi amigo Marcos.

-Dale flaco, -decía él- no tengo ganas de ir solo, acompañame.

Y yo accedí, por supuesto, es difícil negarse a los pedidos de mi amigo Marcos, le debía muchos favores, incluso éste.

La noche estaba especial, ni calurosa, ni fresca, sólo tibia, especial.

En el boliche conocía a una chica, era ella. Creo que nos vimos por casualidad, pero la casualidad estaba ayudada por el destino, el destino nos empujó a conocernos. Su descripción es inútil: a pesar de que pasé toda la noche mirándola, observándola, inspeccionándola, pero no sería capaz de describirla ni con una foto de ella frente a mi rostro.

Tenía cara de ángel, pero ¿Cuántos son los que dicen haber visto a un ángel y no son capaces de describir a uno?

Sé que su piel era suave, sedosa, muy suave, muy sedosa. Sus ojos eran penetrantes y cuando me miraba me sentía desfallecer.

Al mirarnos, sólo nos acercamos, parecía que nos atraíamos como imanes. Nos miramos fijo a los ojos, pero no demasiado tiempo, ya que inmediatamente todo se tradujo a una invitación a ir a mi departamento. Fuimos en su auto, creo que era de color verde.

No charlamos mucho, el dialogo entre ambos fue por compromiso y no por interés. Sé que se llamaba Roxana, que estudiaba Ciencias Económicas y creo que dijo que vivía en un pueblito a unos cuarenta kilómetros de la ciudad de Mendoza, en la provincia del mismo nombre, en Argentina.

Sí recuerdo que nuestro encuentro nos dejó sin aliento, o por lo menos a mí.

Al entrar al departamento, ya estábamos besándonos. Nuestras manos, acariciaban el cuerpo del otro con intensidad, pero no intensidad de fuerza: nuestras caricias eran suaves y examinadoras. Nuestras caricias eran apasionadas, buscábamos percibir todo, milímetro a milímetro, sin dejar sin explorar ningún rincón. Sin darnos cuenta, nuestras ropas estaban en el suelo y nos encontrábamos tirados en la suave alfombra.

Con sólo vernos parecería que nunca íbamos a concretar en una relación sexual, ya que las caricias parecían eternas, nunca terminaban. Cuando lo pienso, no sé si estuvimos así una hora o cinco segundos, lo único que sé es que me sentía inexplicablemente invadido por un sentimiento raro: quería tener sexo o hacer el amor, pero la necesidad más urgente en ese momento era explorarla y conocerla. Yo creo que ella deseaba lo mismo.

Recuerdo la escena. Recuerdo que yo besaba sus labios, carnosos y jugosos y de repente sus manos empujaron mi cabeza hacia abajo, hacia sus senos. No eran muy grandes, pero sí eran firmes, suaves, sus pezones estaban duros y me invitaban a morderlos. Y eso hice. Me dediqué a morder, lamer y masajear sus lindos pechos.

Pero sus manos seguían empujándome hacia abajo, recorrí todo su estómago, dejando en él una línea de saliva, hasta llegar a la parte más jugosa de la cuestión.

Su vagina estaba completamente depilada y sus labios brillaban porque de ellos estaba saliendo algo de líquido, un elixir que me dediqué a sorber y lamer. Me sentía en las nubes viendo su rostro de satisfacción ante cada pasada de mi lengua por su sexo. Ella se retorcía y empujaba mi rostro cada vez más adentro hasta el punto en el que me costó un poco respirar. Entonces noté que su respiración se aceleraba, sus leves gemidos se iban transformando en pequeños gritos de placer y sus manos ya no lograban hacer tanta presión como antes. De repente sentí que su vagina arrojaba más fluidos de los que arrojaba antes, por lo que me dediqué a limpiarla, suavemente, con paciencia y esmero. Me di cuenta de que estaba algo agotada, pero la cosa debía seguir y no aceptaría un no a mis caprichos.

Entonces fui subiendo lentamente por su cuerpo sudado, besándola suavemente y por completo. Ella se retorcía algo perezosamente, parecía que su orgasmo continuaba. Desandé lentamente el camino ya que había recorrido antes y llegué al punto de salida: sus labios. Ella tenía los ojos cerrados, y comenzamos un pequeño juego. Roxana estaba como desesperada por besarme, pero yo quitaba mis labios, besaba la comisura de los suyos, esquivaba sus embestidas, ella estaba como desesperada.

A estas alturas del partido mi pene estaba al máximo de sus potencialidades, y por una necesidad mutua decidí dar un paso más y comenzar a penetrarla. Primero abrí sus piernas, las acaricié, acaricié su vagina e introduje un par de dedos dentro, comencé a masajear por dentro, lentamente, haciendo círculos. Entonces no aguanté más, saqué mis dedos y en su lugar coloqué mi pene.

Introduje primero el glande y avancé lenta y suavemente, demorando eternidades para sentirme por completo dentro de ella. En cuanto noté que ya estaba profundamente arraigado a ella y que nuestras pelvis estaban juntas y no había más lugar para avanzar, comencé a besarla. Permanecimos así un rato hasta que decidí comenzar a moverme un poco. Los movimientos eran casi imperceptibles, nos encontrábamos casi fusionados y no queríamos separarnos. No hablábamos, no podíamos. Ni siquiera podíamos gemir. Sólo no besábamos y nos mirábamos fijamente.

Pero la excitación era total, yo tenía muchos deseos de correrme en su interior y noté que su vagina se contraía en señal de un inminente nuevo orgasmo. Entonces dejé los movimientos lentos y cortos y comencé a usar más fuerza en mis embestidas y más velocidad. Cerré los ojos y sólo me dediqué a meter y sacar, tirar y pujar.

De repente sentí que una descarga eléctrica recorría todo mi cuerpo y entonces gemí como un loco, al igual que ella, y descargué todo mi semen en su interior; no pregunté si podía, si se cuidaba, o si le importaba. Sólo lo hice por que lo quería y lo necesitaba. Fue un orgasmo conjunto e intenso, nunca había sentido nada igual, nada de lo que había pasado esa noche parecía real.

Entonces nos separamos y nos recostamos en la alfombra, uno al lado del otro, mirando el techo y sin la menor noción del tiempo. Creo que ambos decidimos permanecer callados para no arruinar la magia. Todo había sido muy intenso y una palabra podría arruinarlo todo. De un momento a otro nos miramos, sonreímos y sin mediar palabra te paraste y te vestiste.

Cuando yo logré incorporarme te vi junto a la puerta, mi miraste, dijiste un "gracias" suavemente y saliste. Saliste de mi departamento de la misma forma en la que saliste de mi vida. Entonces seguí en mi mente tu camino. Subirías al ascensor, bajarías, saldrías del edificio con la mirada baja, sin saludar a nadie y cruzaría la calle para subirse a su auto verde, que estaba estacionado del otro lado.

Entonces una imagen me alejé de mis pensamientos al ver sobre la mesa las llaves de su auto. Rápidamente me puse unos pantalones (obviando los calzoncillos), una remera y un par de zapatillas y corrí para llevarle a Roxana sus llaves.

El ascensor no llegaba a mi piso por lo que decidí recorrer los dos pisos que me distanciaban de la planta baja por las escaleras. A pesar de que sabía que se trataba de una aventura fugaz y que tal vez ella tendría novio, tenía la esperanza de poder despedirme mejor de ella.

Al llegar a la calzada de la calle, el espectáculo era espantoso. Allí se encontraba ella, tirada en la calle, llena de sangre y con un hombre que caminaba a su alrededor algo desesperado.

-Yo la vi, le toqué bocina, le grité, pero ella no me prestó atención –dijo el conductor del auto que la atropelló-. Caminaba lentamente por la calle y cuando me di cuenta no pude frenar y la atropellé.

Sólo me dediqué a mirarte. A mirarte lentamente mientras sentía tus llaves en mis manos.

Allí estabas. A pesar de la situación, tu posición me excitaba. Allí estabas, tirada en el suelo, como dormida, luego de una intensa noche no de sexo, de amor

A.V.