Hasta esa noche (5)

Definitivamente había algo mal en mi. Puede que fuese eso lo que él había visto, esa parte enferma de mi personalidad que encajaba con sus enfermas necesidades. Por eso necesitaba salir de ahí ya. No podía permitir que tuviese razón.

Definitivamente me había vuelto loca. Había cedido completamente a las necesidades de mi cuerpo, unas necesidades que ni siquiera sabía que tenía. Estaba boca abajo, empalada por su polla, con sus dedos aún en mi culo, aplastada por su peso, completamente empapada de sudor y con su respiración en mi cogote... y la verdad es que me sentía feliz.

Más que feliz, pletórica. Dios, había sido fantástico. La mejor experiencia sexual de mi vida.

Por un lado me sentía triunfal porque había obtenido una respuesta a mi pregunta y además había podido disfrutar de ese momento, pero en el fondo sabía que acababa de perder una parte de mi misma que nunca volvería a recuperar. Y lo peor de todo era que a esas alturas ni siquiera me importaba.

Por mi parte podría haberme quedado así hasta el fin de los tiempos. Pese a que su peso me impedía respirar cómodamente, estaba totalmente a gusto y no quería que saliese de mi interior. Me gustaba tenerle dentro y el calor de su cuerpo en mi espalda, me gustaba su olor y sentir el tacto de su piel y su respiración sobre mi. Pero también quería alargar el momento porque no quería pensar en lo que acababa de pasar entre nosotros, en lo que significaba, y tampoco tenía ni idea de qué decir a continuación.

Y pese a estar fuera de combate, pude sentir como él fue recuperando lentamente la compostura. El ritmo de su respiración se volvió regular y su cuerpo recuperó su tensión natural.

Con mucho cuidado fue sacando los dedos de mi culo y después me agarró la cintura y se incorporó poco a poco, retirando su pene de mi interior con alarmante facilidad. Yo aún estaba dilatada y me sentí vacía al instante.

Un momento después noté como algo resbalaba por el interior de mi muslo. Y entonces, sólo entonces, fui consciente del hecho de que se había corrido dentro de mí.

Me tensé entera y mi corazón se desbocó por el pánico. Dios dios dios... ¿como lo había permitido? Tampoco habría podido hacer mucho al respecto, pero no pude evitar pensar que había estado tan entregada que ni me había pasado por la cabeza oponerme a su penetración. Es más, la había deseado desesperadamente, sin pensar ni por un segundo en las consecuencias...

Yo no era así. Yo no era ese tipo de persona. ¿Qué me había hecho ese desgraciado?

Además, ¿no se suponía que él era médico? O al menos eso decía... ¿Acaso pretendía dejarme embarazada? Lo cierto es que no tenía ni idea de lo que pretendía. Era imposible saber qué le pasaba por la cabeza a ese hombre. Era un loco, así de simple. Y yo me había dejado follar por ese loco, había perdido completamente el control de mí misma y le había permitido hacerme lo que quisiera.

No pude soportar la vergüenza. Me dejé caer y empecé a llorar contra la almohada. Puede que fuese por la tensión acumulada y todas las emociones, tan a flor de piel. Aquello había sido la gota que colmaba el vaso.

Sentí que me rompía por dentro.

  • Lo siento...

Sus palabras me paralizaron y dejé de llorar de golpe. ¿Eran imaginaciones mías o acababa de disculparse con voz lastimera? El tono había sido de auténtica lamentación, como si de verdad esperase mi perdón. Como si lo necesitase.

A esas alturas mi sentido común estaba tan saturado que no sabía si reírme, enfadarme o conmoverme. Así que no dije nada, no hice nada, y durante unos momentos todo permaneció estático y en silencio.

  • Cariño, lo siento... -él se acercó, se sentó a mi lado en la cama y empezó a acariciarme el pelo.

El surrealismo se impuso y yo rompí a llorar de nuevo, como una niña, más sinceramente de lo que lo había hecho en años.

  • Lo siento, lo siento, tranquila...

Lo más extraño de todo es que su voz, tan dulce, era tranquilizadora y sus caricias verdaderamente reconfortantes. Ni siquiera eran algo sensual... solamente me estaba consolando y yo me sentía... libre. Libre para expresar mis sentimientos, mis necesidades, mi propia debilidad... sin miedo a nada, porque ya no me quedaba nada que perder.

¿Qué me estaba pasando?

  • Ya está, ya está, todo irá bien... deja de llorar, por favor... Perdona...

Era extraño cómo sus palabras y sus caricias me consolaban. Algo en mi interior me decía que él también me acababa de entregar una parte de sí mismo que no había pretendido revelar. Había cedido a sus impulsos tanto o más que yo y, lo que era más grave, había faltado a su palabra.

Se había mostrado débil ante mí y estaba segura de que eso le dolía, pero sabía que era la parte de haber faltado a su palabra lo que le había hecho desmoronarse.

Por eso me pedía disculpas. Bajo su lógica retorcida, él me había fallado porque no había sido capaz de seguir sus propias reglas.

Por mi parte yo me sentía derrotada. Aunque sabía que había sido lo suficientemente fuerte como para pedirle que se detuviese, eso no había logrado ahorrarme la demostración fehaciente de que lo había disfrutado, de que me había dejado llevar, de que me había entregado a él sin condiciones. Y ahora ya no había vuelta atrás. Yo lo sabía, él lo sabía, ambos lo sabíamos. Que hubiese sido algo mutuo no me consolaba.

Me lo saqué de encima y me giré hacia el otro lado para abrazarme a mí misma. Sin decir nada más, él se levantó de la cama y me cubrió con la sábana hasta el cuello. Agradecí ese gesto de consideración más de lo que había agradecido el agua o la comida.

Él se quedó ahí de pie, inquieto. ¿Cómo era posible que una persona capaz de secuestrar y forzar a una mujer tuviese semejante sensibilidad en algunos momentos? Para mi no tenía ningún sentido que pudiesen combinarse dos facetas tan distintas en la misma persona, por más enferma y loca que ésta estuviese.

  • Por favor, háblame. -dijo él al fin.

Yo no le respondí. No me veía con fuerzas, no sabía qué decir, qué decirle. No estaba atada y me daba igual. Estaba tan afectada que no hubiese podido moverme aunque me hubiese ido la vida en ello. Y era curioso, porque puede que ese fuese precisamente el caso.

  • Cariño, por favor, dime algo.

Algo en mi se reveló. Un núcleo interno de fiereza.

  • No me vuelvas a llamar cariño, hijo de puta.

Seguía sin poder moverme, pero mi boca funcionó en piloto automático. Gracias a dios por mi instinto de auto-conservación. Fue la llama que volvió a poner en funcionamiento mi cabeza.

Oí como él exhalaba un gran suspiro de alivio.

  • Gracias a dios, me tenías preocupado. Pensaba que te había roto.

A partir de entonces mi cuerpo fue despertando poco a poco, recuperando el calor y la sensibilidad normal. Al cabo de unos momentos tomé conciencia de la situación, de la cama, de la sábana, de él, y especialmente del hecho de que por primera vez en mucho tiempo nada me impedía levantarme e intentar escapar.

Si conseguía que se acercase un poco más, estaba segura de que podría reducirle. Sabía que no iba a ser fácil, primeramente porque el malnacido era enorme, y en segundo lugar porque no tenía ni idea de si disponía de alguna clase de arma para defenderse.

  • Tómate esto como un halago, cariño. Tengo una gran fe en ti, por eso tengo que tomar estas precauciones...

Inmediatamente se abalanzó sobre mí y sentí un doloroso pinchazo en mi muslo izquierdo. Me había clavado algo a través de la sábana, seguramente una aguja. Chillé y me revolví, pero enseguida me sentí débil y confusa y me relajé sin quererlo. No podía concentrarme lo suficiente como para definir ni una frase en mi cabeza y tenía un sueño mortal. En algún momento volví a perder la conciencia.

Sí, a qué chica no le gustaba un buen halago...

Esta vez desperté de golpe, dando un bote y aspirando como si hubiese estado bajo el agua demasiado tiempo. Todo estaba oscuro.

Intenté levantarme y, otra vez, estaba atada. Predecible, pero aún así ardí de rabia. Había tardado demasiado en reaccionar y había perdido mi oportunidad de escapar.

Forcejeé un poco, solamente para desahogarme. Las heridas de las muñecas, que casi había olvidado que existían, volvieron a palpitarme momentáneamente.

Estaba segura de que él estaría ahí sentado, en su trono de acosador pervertido, y que me diría alguna estupidez como que si seguía forcejeando tendría que volver a azotarme. Pero enseguida me di cuenta de que no estaba ahí. No notaba su presencia, su respiración, su olor, y las vibraciones de la habitación eran demasiado calmadas.

Suspiré, pero no de alivio. No de alivio. Suspiré por otra cosa que no quise identificar. Necesitaba reconstruir mis defensas y verle como lo que era: un loco, un delincuente, un violador... y quién sabe si algo más. Le había creído cuando me había dicho que me soltaría sin hacerme daño, le había creído en todo, y lo cierto es que no tenía por qué hacerlo. Las drogas, la deshidratación y el asalto a mis sentidos habían pasado factura a mi capacidad de raciocinio. En vez de pensar única y exclusivamente en mi supervivencia, había caído en sus juegos y había actuado según sus reglas. En seguida pensé en el cuento de Alicia en el país de las maravillas, pero supe que a él le encantaría esa analogía y la enterré rápidamente en mi cabeza.

Él había tomado mi cuerpo en todos los sentidos, pero mi cabeza seguía siendo un refugio seguro y tenía que aferrarme a ella para luchar contra sus manipulaciones.

Ardía de rabia. ¿Y si me había dejado embarazada? ¿Y si me había contagiado algo? No descarté la idea de que esa fuese precisamente su intención y se viese a sí mismo como un maldito ángel fecundador o contagiador o cualquier otra locura semejante.

Puede que hiciese eso todas las semanas. Puede que, sin saberlo, yo formase parte de algún selecto club de mujeres a las que él había considerado suficientemente “resistentes y dispuestas” para recibir sus atenciones.

¿Cuántos días llevaba encerrada? ¿Dos, tres? Ya debía de haber pasado el fin de semana y tarde o temprano la gente se daría cuenta de que estaba desaparecida y me buscarían. Irían a preguntar al bar y les dirían que mi novio se me había llevado estando en estado comatoso, y entonces se preocuparían porque no tenía novio y les darían su descripción y le buscarían por secuestrarme.

La idea de que se pudriese en la cárcel una temporada me produjo un intenso placer y me permití  fantasear con ello unos instantes. Le iría a ver, por supuesto. Disfrutaría tanto cuando las tornas estuviesen giradas y él fuese el cautivo... eso suponiendo que no me matase y me tirase en una zanja, claro...

Un ruido que había aprendido a reconocer me distrajo de mis oscuros pensamientos. Poco a poco lo oí llegando por el corredor. Parecía que intentaba ser sigiloso pero sus pasos eran acelerados, como si acudiese a una llamada. ¿Acaso tenía un micrófono en la habitación?

Pues claro que tenía un micrófono en la habitación. Y yo me había despertado como un elefante en una cacharrería. Una vez más, no había sido muy lista. Tenía que aprender que él siempre jugaba con ventaja.

Al llegar a la puerta la abrió delicadamente, puede que por precaución, puede que para no despertarme. Yo me quedé completamente inmóvil y cerré los ojos. Intenté relajar los párpados y el ritmo de mi respiración para hacerlo más creíble.

Él entró en silencio y se acercó hasta la mesilla de noche. Cogió algo de ella y accionó un interruptor. Entonces se oyó un chasquido electrónico y un ruido como de radio y la habitación se quedó en verdadero silencio. Hasta ese momento no me había dado cuenta de que había habido un ligero ruido de fondo.

Reconocí ese ruido enseguida. Mi hermana tenía uno para controlar a su hijo. Lo que me faltaba... Me había puesto un escucha-bebés. Un maldito escucha-bebés.

Por suerte la habitación aún estaba a oscuras, porque no pude evitar fruncir el ceño por la rabia que me produjo semejante humillación. Ignorante, él se se acercó a mí casi sin hacer ruido. ¿Cómo era posible que un hombre tan grande moviese con tanto sigilo?

Se acercó tanto que su absurdamente agradable aroma me entró directamente al cerebro y pude notar su cálido aliento en mi mejilla. Me tomó la mano entre las suyas y me la acarició, dándome un ligero apretón en la muñeca. Después me acarició la frente y la cara delicadamente con los nudillos, pasando momentáneamente bajo la nariz. Yo me las vi y me las deseé para mantener una respiración lenta y profunda. ¿Qué se supone que estaba haciendo?

Entonces caí. Me estaba tomando el pulso y comprobando mi respiración. Puede que fuese verdad aquello de que era médico. Quien sabe.

  • Eres preciosa. -dijo mientras me acariciaba la cara y me colocaba el pelo como si jugase con una muñeca- ¿Qué voy a hacer contigo?

Parecía realmente angustiado, como si aquella no fuese una pregunta retórica sino una completamente legítima, como si realmente no tuviese ni la más mínima idea de qué hacer conmigo a partir de ese momento.

Me cansé de jugar y abrí los ojos. Aquello tenía que acabar.

  • Déjame ir. Le diré a todo el mundo que estaba enferma, que he tenido una crisis nerviosa y me he fugado para irme de vacaciones yo sola. Lo que sea. Olvidaré esto. No se lo contaré nunca a nadie. No habrá consecuencias.

Por primera vez, lo decía completamente en serio y puede que él se diese cuenta porque se quedó inmóvil y en silencio, mirándome detenidamente. ¿Acaso se lo estaba pensando?

Por primera vez vislumbré un resquicio de esperanza. Intenté no pensar en el hecho de que puede que estuviese embarazada y hubiese pillado alguna enfermedad horrible. Una vez estuviese libre, iría al médico y afrontaría las consecuencias, pero de momento debía centrarme en salir de ahí.

  • Si crees que podrás olvidar esto, si realmente crees que, después de todo lo que hemos vivido,  no habrá consecuencias, entonces te estás engañando a ti misma.

Estaba dolido. ¿Realmente significaba tanto para él? Por una milésima de segundo me sentí culpable por haberle hecho daño y quise retirar mis palabras, pero inmediatamente volví a mis cabales. A veces mi empatía era como un caballo desbocado.

  • ¿Eso quiere decir que te ofreces a pagarme la terapia?

A veces mi lengua también era como un caballo desbocado, pensé. Estaba claro que tenía demasiadas cosas desbocadas y empezaba a pensar que lo raro era que hubiese logrado mantenerme con vida hasta ese momento.

Él rió, con esa risa profunda que me retumbaba en el pecho y me cosquilleaba el corazón.

La habitación seguía a oscuras y no podía verle la cara, no podía leerle, pero sabía que estaba triste. ¿Acaso aquello era una despedida? Me inquieté ante la idea, no estaba segura de por qué. Puede que fuese por el hecho de que el asesinato no estaba completamente descartado, pero también flotaba sobre mi un sentimiento extraño, parecido a la melancolía.

  • Te voy a echar de menos. -dijo él sin más.

¿Qué responder a aquello? Era un planteamiento tan enfermo a tantos niveles que no sabía ni por donde empezar.

Él volvió a reír, pero su tono era algo más amargo que antes, como si de algún modo le entristeciese reírse de mí.

  • ¿Me vas a soltar?

  • Ya te dije que te soltaría. Sana y salva. Sin un puto rasguño.

Era la primera vez en todo ese tiempo que él usaba lenguaje soez. Su amargura iba en aumento y yo podía notarlo tan claramente como notaba su presencia.

Pero no tenía ningún derecho a sentirse herido. Yo no había hecho nada malo. Yo era la víctima, no él. Aún así sentí la espantosa necesidad de abrazarle, consolarle y besarle, de demostrarle que era querido y deseado, de sentirle cerca.

Definitivamente había algo mal en mi. Puede que fuese eso lo que él había visto, esa parte enferma de mi personalidad que encajaba con sus enfermas necesidades. Por eso necesitaba salir de ahí ya. No podía permitir que tuviese razón.

  • Pues suéltame.

Mi tono fue más bien autoritario, aunque me moría de ganas de romper a llorar de nuevo. No iba a rogar, si eso era lo que pretendía. Después de todo lo que le había entregado, necesitaba salir de ahí mínimamente entera.

  • Una última condición.

El corazón se me aceleró por la emoción. Contaba con que él pusiese alguna condición, pero lo importante es que había dicho que esa condición iba a ser la última. Eso quería decir que después de aquello sería libre.

Aún así, mi emoción no duró demasiado. Porque entonces supe que esa última condición iba a ser, con creces, la más difícil de cumplir hasta el momento. El miedo me inundó y tuve que tragar saliva antes de poder preguntar con un hilo de voz.

  • ¿Qué condición?

  • Necesito que te entregues a mí por propia voluntad. Quiero que lo entiendas. Quiero que entiendas que todo esto ha sido necesario. Te desataré y me darás tu palabra de que no intentarás escapar. Te entregarás a mi. No te contendrás. Entonces podrás dejarme.

Entré en pánico. No podía. No podía hacer eso.

  • No puedo.

  • Sí puedes. Quieres. La ataduras han sido solamente la excusa que necesitabas para sentirte libre. Ya no las necesitas, y yo tampoco, no después de lo que ha pasado antes.

¿Por qué tenía la sensación de que en realidad él estaba rogándomelo?

  • No puedo...

Él lo quería todo. Así de sencillo. Y yo no podía dárselo aunque quisiera. Necesitaba conservar algo de mi misma para no volverme completamente loca. Mi cabeza era mi refugio seguro.

  • Esa es mi condición.

Se giró de golpe como si no quisiera que le viese la cara. Era algo absurdo, teniendo en cuenta que estábamos a oscuras.

  • ¿Por qué? ¿Por qué ahora necesitas que sea personal?

No podía evitar preguntármelo.

  • No lo sé.

Se giró y se abalanzó sobre mí sin previo aviso. Esta vez, no obstante, no fue para hacerme daño. Apoyó la rodilla en la cama y me besó agarrándome la cara con ambas manos.

En el momento en que le sentí se me aceleró el corazón y me excité al instante. Cualquier cosa entre nosotros era siempre así, instantánea, terroríficamente natural. Incliné la cabeza de manera inconsciente y él la sostuvo entre sus dedos como un cuenco del que beber. Besó mis labios, saboreándolos, y abrí la boca para él. Lamió mi interior como si me conociese mejor que yo misma y suspiré de placer. No podía evitarlo. Todo él era un asalto a mis sentidos y mis defensas estaban bajo mínimos. El refugio de mi cabeza se fundió en el calor de mi cuerpo, del suyo, y yo solamente quería abrazarle, tocarle, sentirle más cerca.

En ese momento mis ataduras me molestaron más de lo que lo habían hecho los días anteriores y él se percató de mi frustración. Dejó de besarme y de tocarme de un modo abrupto y sentí esa falta de contacto repentino como algo violento y doloroso.

Entre sombras pude ver como él se sentó a mi lado, mirando al suelo y con las manos sobre sus piernas. Podía sentir la tensión en su espalda y estaba segura de que se las agarraba fuertemente para controlar sus manos. Estaba tan perturbado y respiraba tan agitadamente como yo. Ambos estábamos excitados, un poco embriagados. El latir de mi interior se me había subido a la cabeza.

  • Lo siento... no sé qué me pasa, no puedo controlarme... -dijo él a modo de disculpa.

  • Yo tampoco.

Definitivamente me había vuelto loca, pero no había podido evitar contestar honestamente a sus palabras sinceras. Él suspiró y se frotó la cara, frustrado. Pensé en sus palabras de antes, “¿Qué voy a hacer contigo?”, y entendí que aquella última condición era lo único que se le había ocurrido para salvaguardar la dignidad de ambos. Yo me entregaba únicamente para escapar de mi cautiverio, él lo haría personal únicamente para ganar el juego.

No había otra salida para ambos.

  • Desátame. Prometo no escapar. Prometo entregarme a ti sin contenerme. Después me dejarás ir.

  • Lo prometo.

  • Una última condición.

Él sonrió de nuevo antes de contestar.

  • Yo pongo las condiciones.

  • Lo sé. Pero yo pondré la última.

Sabía que estaba forzando la situación, pero también sabía que él tenía la guardia baja. Se quedó unos momentos en silencio y supe que accedería.

  • Dime.

  • No enciendas la luz.

Otra vez se quedó en silencio pero al momento acercó su mano a la mía y empezó a acariciarla, subiendo por mi brazo, por mi hombro, por mi escote. Noté como se me ponía la piel de gallina. Las partes de mi que él tocaba, ardían. Estaba siendo ridículamente delicado y cauto, como quien busca algo en la oscuridad sin querer romper nada a su paso. Yo no sabía qué haría a continuación. Bajó la mano hasta mi pecho y encontró el pezón. Lo retorció delicadamente entre sus dedos, poniéndolo erecto y sensible. Yo suspiré otra vez. Necesitaba más.

  • ¿Entiendes que eso lo hará todo mucho más intenso?

Para ser sincera, no había pensado en eso. Pero sabía que sería más fácil olvidar sensaciones que imágenes. No quería recordarle, que las imágenes aparecieran en mi mente sin querer cuando estuviese sola en mi cama por las noches. No quería darle ese poder sobre mí, no quería excitarme al recordarle, pero sobretodo no quería que él me viese. No quería darle eso, quería robarle ese último recuerdo. Asumía el precio.

  • Lo entiendo. -respondí.

  • Bien.

Entonces, por fin, él se inclinó sobre mí para desatarme. No tomó ni una sola precaución. Confiaba completamente en mi palabra. Supe que había perdido definitivamente el juicio cuando me di cuenta de que estaba conmovida por esa gran muestra de confianza, una confianza que había surgido entre nosotros y que yo tenía ninguna intención de traicionar.