Hasta esa noche (3)

¿Podía tener razón? ¿Realmente me gustaba todo esto de verme forzada? No, me dije a mí misma, lo que pasaba es que estaba tan sumamente excitada que había sobrepasado los límites de la cordura.

Pase un rato sacudiéndome y chillando como una loca, pero finalmente me rendí, totalmente exhausta. Lo cierto era que con ese ataque de histeria solamente había conseguido hacerme daño. Mis muñecas estaban enrojecidas y el dolor me impidió volverme a dormir durante mucho tiempo. Al principio había soplado sobre las heridas para mitigar el escozor, pero poco después estaba demasiado agotada incluso para eso. Así que estuve sola en esa cama, completamente inmóvil y en silencio, durante varias horas. Lo último que pensé antes de volver a caer inconsciente fue que debería haber hecho caso a ese cabrón cuando me había ordenado que no me moviese tan bruscamente.

Cuando volví a despertar supe con seguridad que solamente había dormido unas pocas horas porque vi que aún seguía siendo de día.

Entonces que me di cuenta de que para saberlo debía de haber una ventana en la habitación. La luz era claramente luz natural y provenía de mi derecha, pero la cama estaba demasiado baja para poder ver nada. Dado que en todo ese tiempo no había oído ningún ruido exterior, deduje que tendría un cristal insonorizado, y seguramente también tintado. Cabía la posibilidad de que me hubiese llevado a un lugar tan aislado y remoto que no le preocupase que me oyese o viese nadie, pero descarté esa posibilidad porque por más remoto que fuese el lugar, habría oído aunque fuesen ruidos de los animales o del viento.

Aunque en gran medida había perdido la noción del tiempo, pensé que al menos esa ventana me permitiría saber cuando era de día y cuando de noche. Eso me tranquilizó inmediatamente. Por primera vez en mi vida, me di cuenta de la importancia que tenía la noción del tiempo. Eso me llevó a plantearme que quizá sería bueno contar los días a partir de entonces. ¿No eso lo que hacía la gente cautiva para no perder el juicio? Aprovechando la ventana, pensé en hacerlo a partir de los anocheceres, que eran más fáciles de identificar que los amaneceres. Cada vez que la luz se fuese, haría una muesca... pero ¿donde?, y lo más importante: ¿como? El cabecero de la cama era de madera, puede que con la uña...

Al intentar mover la mano morí de dolor. Miré mis manos, completamente horrorizada. Las rozaduras se habían inflamado tanto que las cuerdas me atenazaban las muñecas. Doblé lentamente los dedos para comprobar su movilidad. Me costó mucho hacerlo y además después empezaron a hormiguearme. Lo mismo pasó con los pies. Eso no era buena señal; era evidente que la sangre no circulaba bien. Empecé a preocuparme de verdad.

La ansiedad me despertó del todo y me hizo darme cuenta de que estaba famélica

y además tenía

muchísima

sed. Notaba la boca pastosa y los labios tan secos y tensos como la superficie de un tambo

r, hasta el punto de que s

up

e

que debía de ir con cuidado si no quería que se me rasgasen.

Otra idea me cruzó la mente: ¿dónde habían ido a parar todos mis fluidos corporales?

No quería ni pensar

el por qué no había tenido la necesidad de mear o ir de vientre durante todo aquel tiempo, pero no pude evitar percatarme de que la primera vez que había despertado después de la droga tenía el vestido subido y la ropa interior algo descolocada. Dios, ¿me lo había hecho todo encima estando inconsciente? Entonces, ¿él me había desvestido para luego volverme a vestir? ¿Para qué? ¿Para proteger mi pudor? Aunque absurda, era la única explicación que se me ocurría.

¿Pero por qué tanta consideración? Si lo que quería era humillarme, ¿por qué no me había restregado ese episodio vergonzoso? Entonces me di cuenta de que tampoco había dicho nada cuando me había excitado y mojado miserablemente con sus caricias.

¿Acaso humillarme no era el objetivo? Entonces, si no pretendía hacerme daño ni humillarme, ¿qué pretendía conseguir él con todo aquel juego? ¿Se trataba de algún retorcido juego de poder? Me costaba creer que un hombre así de impresionante necesitase secuestrar a una mujer para doblegar su voluntad. ¿Para qué tanta complicación? ¿Y a qué venía ese delirio de que en el fondo yo lo estaba deseando e incluso le había provocado? Parecía el argumento que usaría un violador, pero los voladores lo usaban para alimentar un ego frágil y definitivamente ese hombre iba sobrado a ese respecto.

No perdí el tiempo preguntándome por qué yo. Pese a su delirio, sabía que había sido pura casualidad, o mejor dicho pura mala suerte. No obstante, no podía dejar de preguntarme cual era el objetivo de todo esto. Me había asegurado que no pensaba matarme no hacerme daño, pero lo cierto es que no parecía importarle que me estuviese muriendo de hambre y sed ni el dolor de mis manos y pies.

Volví a caer en un estado de nervios. Cada una de aquellas molestias era tan poderosa que mi cerebro parecía rebotar de una a otra y me costaba concentrarme en nada más. Las manos empezaban a estar demasiado moradas para mi gusto y sospechaba que los pies estaban exactamente igual. Con dificultad, intenté sobreponerme al dolor y me concentré en irlos moviendo cada poco tiempo para reactivar la circulación. ¿Era solamente dolor o la cosa podría ponerse fea de verdad? ¿Y si se gangrenaban o algo parecido? Empecé a asustarme.

Pensé en llamarle y pedirle ayuda. ¿Me soltaría, aunque fuese un rato? Tarde o temprano tendría que soltarme, ¿no?, aunque fuese para moverme por dentro de la habitación. Además, si pretendía mantenerme con vida, necesitaba comer, beber y hacer mis necesidades, y para ello necesitaba al menos cambiar de posición.

Sí, tarde o temprano me soltaría... y pese a lo asustada que estaba, no pude evitar sonreír de anticipación. Estaba segura de que ese hombre no tenía ni idea de lo que yo era capaz de hacer, de que le podía plantar cara en un cuerpo a cuerpo. Después de varios años entrenando aikido, sabía lo suficiente como para defenderme dignamente. No es que fuese una máquina de matar, pero tampoco se trataba de eso. Además, el factor sorpresa estaba de mi lado. Si me soltaba, iba a llevarse una buena sorpresa... con un poco de suerte, puede que incluso lograse escapar.

De repente unos pasos

rompieron el silencio

. El sonido era amortiguado y creciente, como si alguien se estuviese acercando por un pasillo o desde un punto lejano. ¿Sería él? ¿Por fin se dignaba a aparecer? Me sorprendí a mí misma preguntándome por que demonios había tardado tanto y enseguida me obligué a desechar la sensación de alivio que me produjo su inminente presencia. Debía evitar ese tipo de asociación o acabaría como esas locas del síndrome de Estocolmo. Ante todo, debía recordar que el hombre que se acercaba era un jodido pirado hijo de puta que me había drogado, secuestrado y forzado sexualmente.

Por fin

abrió la puerta y encendió la luz de la habitación. Pese a que seguía boca abajo, el brillo me cegó un par de segundos. Hasta ese momento no me había dado cuenta de que la habitación se había quedado prácticamente a oscuras.

Al principio no dijo nada, solamente volvió a cerrar la puerta y se quedó quieto en la entrada, seguramente mirándome. No tenía ni idea de qué estaría pensando, cual sería su humor o lo que pensaba hacerme a continuación.

De perdidos al río...

  • ¿Vas a quedarte ahí plantado sin decir nada?

  • Veo que me has echado de menos.

Su tono de voz reflejaba que estaba sonriendo. Eso me cabreó.

  • No tiene nada que ver contigo. Me has tenido aquí sola muriéndome de hambre

,

de sed y de gangrena. Sea lo que sea lo que tienes pensado hacerme, no va a ser posible si no me mantienes con vida, jodido cabrón.

Solamente deseé que eso fuese verdad y que mi muerte no formase parte de su plan.

  • Esa boca... -dijo en tono de regañina- ¿Te he dicho ya lo que me gusta que seas tan descarada y tan lista?

  • Hazme un favor, deja de intentar halagarme como me estuvieses seduciendo. Es obvio que no te ves capaz, o no me hubieses tenido que atar a la cama para garantizar mi compañía.

Silencio.

Vaya, puede que esta vez me hubiese pasado...

  • Tengo algo para ti. -dijo finalmente él, cambiando de tema como si no le hubiese dicho nada.

  • Si no es agua o

comida, puedes guardártelo donde te quepa.

  • Primero el regalo, después vendrá lo demás.

  • Como si pudiese escoger...

  • No, no puedes, pero me gusta irte diciendo lo que pasará.

  • Quieres decir que te gusta asustarme.

  • Eso también.

Otra sonrisa. Era extraño pero era capaz de recordar su rostro a la perfección y visualizaba sus expresiones tan claramente como si l

as

tuviese viendo. ¿Tan hondo se me había grabado ese hombre en unos pocos segundos?

Sentí como se acercaba un poco y se par

aba

a los pies de la cama, otra vez en silencio. Imaginé su ridículamente bella cara y sus ojos dorados mirando fijamente mi entrepierna con cara de satisfacción. Me removí instintivamente, intentando cubrirme. Resultó muy incómodo, porque la humedad anterior se había secado y había pegado la tela endurecida a mis sensibilizados labios.

Sus manos se posaron de repente en mi cadera izquierda.

  • Vamos a quitarte esto...

Entonces agarró la tela de mi ropa interior y la rasgó de un plumazo. Solté un gritito por el susto. Se llevó un par de pelillos por el camino y me hizo daño.

Después de eso quedé totalmente expuesta ante él. Empecé a llorar de rabia y

dediqué todos mis esfuerzos a morderme la lengua.

  • Tranquila... -susurró el acariciándome el cachete que no hacía tanto me había golpeado- Solamente era para que estuvieses más cómoda.

Aquello era humillante y algo me dijo que no sería nada en comparación a lo que me quedaba por soportar. Ahora era cuando la cosa se ponía seria.

  • Eres muy amable

, pero estaría mucho más cómoda con la sangre circulando por mis extremidades

-dije yo entre dientes.

  • Eres absolutamente preciosa y tu coñito es simplemente adorable... así que por esta vez perdonaré tu sarcasmo.

Aún no sé cómo, conseguí no soltarle el comentario que me vino a la mente. Siempre había sido una mujer temeraria, pero aún me quedaba algo de instinto de autoconservación y sabía que ya había tentado mucho a la suerte con ese chalado.

De repente tuve ganas de llorar. Simplemente no pude aguantar más el dolor. Había intentado soportar la situación estoicamente, pero llevaba muchas horas y tuve que hacer un esfuerzo para no empezar a suplicarle. Lo último que me quedaba era negociar, así que decidí quemar mi último cartucho de dignidad.

  • Si me sueltas o al menos aflojas las cuerdas de las manos y los pies, prometo hacer ver que me gustan las porquerías que me hagas.

Él se rió de inmediato, como si yo no fuese más que una niña ingenua que que sin saberlo había soltado una gran estupidez.

  • Créeme: te garantizo, no solamente que te gustará lo que te haga, sino que además te será completamente imposible disimularlo, cariño.

¿Me acababa de llamar “cariño”? Suspiré de frustración y se me humedecieron los ojos de angustia. No podía más. No sabía qué hacer o qué decir. Nunca me había sentido tan indefensa en toda mi vida. Lo cierto era que en esos momentos sí que me sentía como una niña.

  • ¡Aflójame las cuerdas, sádico hijo de puta! ¡No ves que me duele! ¿Acaso quieres que se me infecten las heridas y muera de una septicemia?

  • Corrígeme si me equivoco, pero ¿acaso no te he avisado? ¿no te has hecho esas heridas tu solita?

  • Bueno, en última instancia, ¡no habría heridas si tu no me hubieses atado!

Estaba volviendo a perder los estribos e intenté tranquilizarme antes de seguir hablando.

  • Bueno vale, tienes razón. Tendría que haberte hecho caso y las heridas me las he hecho yo sola por mi tozudez. Ahora bien, necesito saberlo ¿vas a hacer algo al respecto o me vas a dejar así agonizando?

Él se quedó en silencio unos momentos. ¿Estaría pensando qué hacer o simplemente me estaba torturando un rato más? Entonces se acercó al cabezal de la cama, se sentó en la cama, al lado de mi costado derecho y me quitó el pelo de la cara con una serie de caricias, como tranquilizándome. Era desconcertante porque parecía una verdadera muestra de cariño.

  • Mírame. -dijo con voz suave.

Yo incrusté la cara en el colchón y cerré los ojos con fuerza, restregándolos contra la tela de la sábana. Por nada del mundo deseaba que ese bastardo viese las lágrimas que se me habían escapado.

  • Mírame. -repitió aún más suavemente mientras me seguía acariciando el pelo.

¿Cómo era posible que sonase genuinamente preocupado?

Tarde o temprano acabaría viéndome la cara, así que finalmente desistí y le miré. Dios, era injustamente atractivo. No quería mirarle y recordar como me había removido las entrañas la primera vez. Me observaba con esos ojos felinos, pero su actitud ya no era depredadora, sino más bien amable y tierna.

  • Escúchame: lo siento. Debería haber venido antes. Tienes razón, te he descuidado.

No pude evitar soltar un suspiro de alivio ante esas palabras.

  • No voy a soltarte. No puedo hacerlo. Pero te voy a cambiar las ataduras por otras mucho más cómodas.

No podía creer lo que oía...

  • ¿Cómodas...? -dije yo ardiendo de indignación.

  • Bueno, lo más cómodas posible, dada la situación.

Hablaba seriamente, con una convicción extraña, como si todo aquello tuviese sentido. Por un momento hasta me hizo dudar.

  • La situación no se ha dado, ¡tu la has creado!

En su cara se dibujó una lenta sonrisa de satisfacción. Se acercó a mi hasta posar su boca en mi mejilla, a solamente un par de centímetros de mis labios. Olía muy bien, a jabón, con un suave toque a cítrico y a algo más, agradable e intenso, seguramente su olor personal.

  • Exacto. -dijo él en un tono ronco y provocador.

Dios mio, parecía tan orgulloso de sí mismo... y su sonrisa era simplemente demoledora. Durante un instante casi me había hecho desear que me besase. Físicamente me estaba excitando, aunque mi mente estaba a años luz de dejarme llevar. La mayor locura de todo aquello era que seguramente en una situación normal me hubiese acostado con él sin dudarlo.

Como si de repente hubiese decidido empezar algo pendiente, me dio un casto beso en la mejilla y se puso en pie. Luego se volvió a subir a la cama, esta vez de rodillas, y me atrapó el brazo derecho con sus piernas. En lo primero que me fijé fue en que llevaba tejanos e iba descalzo, un atuendo que me pareció demasiado informal para él. Era una tontería, claro, porque en realidad no le conocía y no sabía lo que era propio o no de él, pero eso fue lo que pensé.

Entonces, por fin, noté como empezó a desatarme la muñeca. Primero me dolió bastante el roce de la manipulación de las cuerdas, pero enseguida la sentí libre. ¡Dios, qué gusto! Fue como cuando te quitas los tacones al llegar a casa después de una noche de juerga pero multiplicado por un millón.

  • Esto está realmente mal... te tiene que doler. ¿Por qué no me has avisado antes?

¿Era mi imaginación, o su tono era reprobatorio? ¡Lo que faltaba! No obstante, me controlé y volví a morderme la lengua, no fuese que cambiase de opinión respecto a aliviar mi incomodidad.

Inmediatamente empecé a notar como me untaba algo viscoso y frío en las rozaduras. Olía a aloe vera y a antiséptico. Después me vendó encima del ungüento y me colocó una especie de correa muy ancha en el antebrazo que se apretaba con tres hebillas y que iba unida a una argolla. Así la presión se repartiría en una amplia zona de brazo en vez de en el pequeño diámetro de la muñeca. Al margen de una leve palpitación y un ligero escozor, era bastante soportable. ¿Por qué no me había puesto estas correas desde el principio? No quise preguntar nada hasta que no hubiese acabado con la tarea, pero sospechaba que se debía a que había querido darme una lección.

Se puso de rodillas encima de la parte baja de mi espalda como si fuese a darme un masaje. Se quedó un momento ahí y jugó a restregar su entrepierna con mi culo mientras reía. No entendía como todo aquello podía excitarme de esa manera... no me reconocía a mi misma.

Me acarició de nuevo la cadera derecha antes de pasarme por encima y colocarse al otro lado de la cama y en seguida sentí un frío inquietante en la zona que antes había estado cubierta por su calor. No obstante, en el momento en que empezó las curas de mi otra muñeca desapareció ese extraño anhelo. Después de todas aquellas horas, era tan agradable...

Mientras él continuaba con los pies, yo me concentré en el placer que me causó la mera ausencia de dolor. Me sentía como en una nube y relajé la tensión de mi cuerpo. Puede que fuese por no haber comido y por la sed, pero me sentía un poco ida. En cualquier otra circunstancia hubiese caído dormida de inmediato...

  • Bebe un poco. Despacio.

¡Qué susto! Ni siquiera le había oído acercarse. Cuando giré la cara hacia su voz algo rozó mi mejilla. Era una cañita e iba unida a una botellita de agua mineral. O al menos eso era lo que parecía. Él estaba sentado a mi izquierda y la sostenía para que bebiese. Atrapé la punta de la cañita con los labios, pero antes de empezar a beber se me encendieron todas las alarmas. ¿Y si había puesto droga o veneno en el agua? No sabía qué hacer. No servía de nada preguntárselo, porque si lo había hecho, evidentemente no me lo diría. Pese a que tenía tanta sed que estaba rayando la neurosis, pensé que con suerte aún me quedaba un día antes de morir de deshidratación. Por suerte, había perdido el apetito, así que solamente tenía que concentrarme en aguantar la sed. Si hacía ver que bebía un poco, puede que averiguase si esa agua era normal o no en función de su comportamiento posterior. Y también me serviría para saber si podía fiarme de lo que me diese en adelante.

Así que hice un esfuerzo sobrehumano: sorbí por la cañita, giré un momento la cabeza simulando colocarme para tragar mejor y solté lentamente el agua hacia el colchón. Eso lo repetí unas cuantas veces más hasta que la botella quedó medio vacía. Pese a que mojarme la boca me alivió un poco, desee con todas mis fuerzas poder beber de verdad la siguiente vez.

Él apartó la botella de mi boca con suavidad y la colocó en una mesilla de noche que había al lado.

  • No te muevas, ahora vuelvo.

Su tono no era en absoluto burlón, pero de todos modos me pregunté si lo había dicho con recochineo. Oí como se movía por la habitación y abría una cremallera. Después se acercó para colocarse de nuevo encima de mi, con una rodilla a cada lado de mi culo. Abrió alguna clase de tapón y se frotó las manos rápidamente. ¿Más antiséptico? ¿Donde? ¿Tenía alguna otra herida de la que no me había dado cuenta? Estaba tan adormilada que era posible.

Sin mediar palabra colocó sus manos en mis riñones y empezó a restregarme algo aceitoso por la espalda, esparciéndolo, primero con suavidad y después más firmemente. Aquello era delicioso. Hasta ese momento no me di cuenta de lo agarrotada que estaba y la verdad era que ese frotamiento era justamente lo que necesitaba. Después de un rato dale que te pego, empecé a tomar conciencia de lo que estaba haciendo en realidad.

  • ¿M... me estás dando un masaje?

Él se rió con esa risa suya ronca que más parecía un ronroneo.

  • ¿No es evidente?

Casi no me atrevía a preguntar.

  • ¿Por qué? Primero me haces daño y ahora me das un masaje.

  • Yo no te he hecho daño, te lo has hecho tu sola. -dijo a la ligera, aparentemente más concentrado en seguir con el masaje.

  • Me has pegado.

Sus manos se detuvieron y me pareció notar que daba un pequeño respingo.

  • Intentaba que no te hicieses daño. Tendría que haberte dado más fuerte. -alegó evidentemente molesto, aunque después de una breve pausa continuó con un toque de dulzura completamente condescendiente- ¿Has aprendido la lección?

  • ¿Cual tu lección? ¿Que no debo intentar escapar? ¿Que no debo defenderme? -dije yo escupiendo cada palabra.

  • No, la lección es que, ya que no puedes escapar, al menos intenta no herirte sin motivo.

Y continuó masajeando. Callé porque no supe qué contestar a eso. Sabía que tenía razón, pero simplemente no podía quedarme quietecita mientras él me violentaba a su antojo. Mi estrategia era más bien la de “ya que no puedes escapar, al menos intenta dar por el culo”. Ya se lo encontraría. Si quería sumisión, se había equivocado de víctima.

Al cabo de un rato se centró en el cuello y los hombros y perdí el mundo de vista. Realmente sabía lo que hacía. ¿Se dedicaría a ello de modo profesional? Continuó por los brazos, siempre con cuidado de no tirar de ellos para no empeorar mis heridas. Después se bajó de encima de mi y empezó con los pies, primero el derecho y luego el izquierdo. Evitando también los tobillos, fue subiendo por una pierna hasta llegar a mi entrepierna, pero sin tocarla, y repitió lo mismo en el otro lado. No es que desease que me tocase ahí, pero esa omisión no hizo más que centrar mi atención en esa zona, que sentía más desnuda que nunca. Al masajear también mis glúteos acercó inquietantemente los pulgares a mi parte más sensible.

Mi conciencia estaba en un plano diferente de existencia, totalmente concentrada en que no me gustasen tantísimo las sensaciones que me provocaba su contacto.

Me pareció oír su voz. Me había preguntado algo, pero no lo había oído.

  • ¿Mhm...?

Él se rió.

  • Que si te gusta.

Estuve a un tris de decir que sí pero paré justo a tiempo.

  • No sé qué pretendes con esto.

Soltó otra risa contenida y acto seguido se inclinó para depositar un delicado beso en mi glúteo, muy muy cerca de la zona conflictiva.

  • Sí que lo sabes. -dijo él.

Di un respingo al notar su aliento directamente en la tierna y húmeda piel de mi vulva. ¡Estaba ahí mismo! Entonces usó los pulgares para separarme las piernas y abrir mis labios y me metió la boca. Así tal cual. Empezó con unos largos lametones de arriba abajo, apretando con el ancho de la lengua y sorbiendo un poco la cantidad ingente de humedad que encontró ahí. Dios mio, dios mio, dios mio... no podía controlarme, estaba muriendo de placer. Iba a correrme. Solté un gemido y él aumentó el ritmo, metiéndome de vez en cuando la punta de la lengua por la vagina y haciéndola girar. ¡Qué me estaba haciendo! Incluso me excitaba el roce de la punta de su nariz, algo menos caliente que su boca, y su respiración entrecortada sobre mis sensibilizados tejidos.

Gemí de nuevo, esta vez sin poder contenerme. Nunca en mi vida había estado tan sumamente excitada. Era una marioneta en sus manos y me daba igual. No sabía si necesitaba correrme inmediatamente o alargar para siempre esa escalada de placer.

Notaba un hueco entre mis piernas, un enorme y palpitante hueco que enviaba descargas de placer por todo mi cuerpo y que clamaba por ser llenado. Me costaba respirar. Iba a morir. Lo sabía. Iba a morir.

Y de repente paró. Sentí tal frustración que le hubiese golpeado.

  • ¿Quieres que pare?

¿Qué clase de pregunta estúpida era aquella? ¡Como iba a querer que parase! Estuve a punto de chillarle que no, pero entonces me acordé de nuestro trato, de que si le hacía parar antes de correrme le podría preguntar algo y él me contestaría con sinceridad. Tenía pensada una pregunta... ¿cual era? ¡No me acordaba! ¡Aquello era terriblemente injusto!

  • ¿No contestas? Bueno, vamos a tener que mejorar la oferta... Doble o nada. Eres una chica fuerte, así que iré un poco más allá. A cambio, podrás hacerme dos preguntas. Pero recuerda, cariño, te puedo asegurar que en unos momentos te va a resultar imposible decirme que pare, así que lo más seguro es que te quedes sin ninguna respuesta... ¿Qué me dices?

Tuve que tragar antes de hablar, y aún así mi voz sonó débil y ronca.

  • Está bien.

O peor de todo era que no sabía si había accedido para ganar una pregunta extra o porque simplemente no podía soportar que parase.

  • Tú lo has querido.

Estaba ansiosa. Si darme cuenta, subí las caderas para darle mejor acceso. Él aprovechó eso para alzármela aún más poniéndome debajo uno de los cojines. Pese a que físicamente no estaba tan excitada como hacía unos momentos, sentía que mi mente había entrado en piloto automático y estaba dominada por el puro instinto sexual.

Colocó una mano sobre mi clítoris y empezó a recorrerlo suavemente. La otra la dedicó a subir y bajar por mi entrepierna, untándolo todo con mis fluidos. Poco a poco, uno de sus dedos se fue acercando progresivamente a mi ano, masajeando mi esfinter con delicadeza. Noté como se iba dilatando. Nunca había hecho nada parecido, pero no tenía miedo. Me daba igual lo que me hiciese, siempre y cuando me tocase de aquel modo.

De repente empecé a oír un sonido de aparato eléctrico y se me puso la piel de gallina. Me preparé para lo peor, pero fui incapaz de contraer ningún orificio. Estaba expectante. De algún modo, el hecho de sentirme tan vulnerable y expuesta hacía que me excitase aún más si cabe.

Fue como si él me hubiese leído la mente.

  • Mírate, tan dispuesta... -dijo él mientras seguía acariciándome el clítoris y dilatando mi ano con parsimonia- Escucha lo que te está diciendo tu cuerpo. Ya te dije que no había ninguna mujer más dispuesta que tu, cariño.

¿Podía tener razón? ¿Realmente me gustaba todo esto de verme forzada? No, me dije a mi misma, lo que pasaba es que estaba tan sumamente excitada que había sobrepasado los límites de la cordura.

  • Relájate preciosa, esto te va a encantar. Haz como si apretases para ir de vientre.

Inmediatamente me di cuenta de que esa frase no presagiaba nada bueno, pero hice lo que me aconsejó. Aprovechó la apertura para meterme un dedo y siguió masajeando desde dentro. Me sorprendió muchísimo lo que eso me gustó. Mientras tanto me fue pasando por alrededor del culo lo que identifiqué como un pequeño vibrador, acercándolo cada vez más a mi ano.

¡Dios mio! ¿Pero qué me pasaba? ¡Realmente lo estaba deseando!

Cuando lo puso justo en la entrada, volví a apretar para abrirme aún más y él lo empujó lentamente hacia adentro, solamente unos centímetros. El placer me golpeó de tal modo que durante unos segundos me quedé sin respiración. ¿Era posible correrse por el culo? Fue como si la vibración cosquillease todos y cada uno de mis nervios. Eso, unido a lo que su mano le hacía a mi clítoris... era demasiado. Aún no me había corrido, pero aquello era más intenso que cualquier orgasmo que hubiese tenido nunca. Empecé a sacudirme y a boquear como un pez fuera del agua.

  • Shhh... tranquila... venga... tranquilízate... ahora viene lo bueno.

  • ¿Qué...? -dije con un tono penosamente lastimero.

Hasta ese momento no supe que realmente se podía tener miedo del placer.

Entonces me metió aún más el vibrador. Mi esfinter se contrajo involuntariamente para retenerlo y eso intensificó aún más las sensaciones. Me lo dejó ahí puesto y, sin darle un solo respiro a mi clítoris, se colocó de nuevo entre mis piernas, me volvió a separar los labios y continuó lo que me había estado haciendo antes con la lengua.

Iba a enloquecer. Cada vez que empezaba a correrme, el vibrador amenazaba con salírseme, yo apretaba para retenerlo, él paraba de lamerme y acariciarme y así me detenía el orgasmo. Después de la cuarta vez, ya no podía más. Me dolía tanto la cabeza que me iban a estallar los ojos, estaba ardiendo y nadaba en sudor.

Como si hubiese intuido que estaba al límite, intensificó aún más sus caricias, me metió la lengua hasta el fondo y con la otra mano sostuvo el vibrador para que no se saliese. Yo me puse frenética. Sentía como si fuese a morirme, como si mi alma se estuviese evaporando por momentos. Iba a correrme. Iba a correrme. Dios mio. Nunca me había sentido tan llena y tan vacía a la vez. Le necesitaba. No podía parar. No lo soportaría.

Por segunda vez, apartó la boca de mi vagina, sólo un centímetro. Me sentía desnuda sin él.

  • ¿Paro?

  • ¡No! ¡Por favor! ¡Por favor! ¡No puedo más!

Esta vez fue él quien soltó un gemido antes de volver a deleitarse en mi vagina. También e

mpezó a meter y a sacar ligeramente el vibrador y entonces fue cuando empecé a convulsionar de placer. Fue un orgasmo brutal. Él continuó alargándolo con la boca y los dedos. El corazón parecía a punto de salírseme del pecho, las contracciones fueron tan fuertes que pensé que me lesionaría y durante un buen rato no pude ver más que blanco y oír un pitido muy agudo. Pensé que en unos momentos volvería a la normalidad, pero por algún motivo no pude.

Justo antes de perder la conciencia alcancé a oír una voz masculina que me preguntaba una y otra vez si estaba bien y me exigía que le contestase mientras me sacudía.