Hasta esa noche (2)

"Nunca supe exactamente cuánto tiempo estuve dormida o cómo llegué ahí desde el bar. (...) ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué estaba atada? ¿Dónde estaba? (...) Nunca había tenido ningún control, ninguna posibilidad... La realidad era que estaba completamente a su merced."

Nunca supe exactamente cuánto tiempo estuve dormida o cómo llegué ahí desde el bar.

Permanecí largo tiempo en estado de semiinconsciencia antes de poder pensar con claridad.

Estaba boca abajo y me costaba respirar. Me dolían las muñecas y los tobillos y tenía los pies y las manos completamente entumecidos. Al intentar moverlos algo me lo impidió.

En un primer momento pensé que estaba a oscuras, hasta que me di cuenta de que aún no había podido abrir del todo los ojos por la pesadez de mis párpados. Parpadeé lentamente y la luz me golpeó en el cerebro. La cabeza me iba a estallar.

Volví a intentar moverme, esta vez con más fuerza, pero seguía sin poder hacerlo. Entonces me di cuenta de que estaba atada y fue como una jarra de agua fría directo a la conciencia.

Intenté hablar para pedir ayuda, pero no pude. Tenía la boca completamente seca y cuando intenté tragar saliva, tuve arcadas.

¿Qué estaba pasando? ¿Por qué estaba atada? ¿Dónde estaba?

Las imágenes me golpearon la cabeza todas a la vez. Me sentía confusa. Tras un buen rato y mucho esfuerzo por mi parte, acabé por poner orden en mi cabeza y entonces fue cuando me entró el pánico. Ese tio me había drogado, secuestrado y atado.

Madre mía... era de verdad, ¡me habían secuestrado! No era una película, era real y me había pasado a mi. Sabía que pasaban estas cosas, pero siempre a otras personas, personas lejanas que se movían en mundos muy diferentes al mio. ¿Por qué a mi? Yo no había hecho nada malo, nada peligroso o arriesgado.

¿Qué iba a pasarme? Me puse muy muy nerviosa. Notaba los latidos de mi corazón en todo mi cuerpo, especialmente en las manos y los pies, que empezaron a palpitarme.

Mi primer impulso fue gritar para pedir ayuda, pero me controlé. Debía pensar muy bien lo que hacía. Después de todo, no aún no me habían matado ni herido... Hasta ahora me habían dejado en paz, puede que, precisamente, porque me creían inconsciente, así que decidí hacerme la dormida un rato más para ganar tiempo antes de que viniese mi captor.

De repente se me pasó una idea por la cabeza. ¿Y si no venía nadie? ¿Y si me dejaban ahí hasta me muriese de hambre? Recordé que, si acaso, me moriría antes de sed que de hambre. ¿Cuantos días podía aguantar sin beber? No más de tres. Y en un momento dado tendría que hacer mis necesidades, y me lo tendría que hacer encima. Sería horrible que me encontrasen así...

Dios, estaba delirando. Eso no iba a pasar. Nadie en su sano juicio se tomaría todas esas molestias para secuestrarme y después me dejaría morir tontamente. Aunque claro, nadie en su sano juicio secuestraría a otra persona sin motivo aparente, así que...

Respiré hondo para alejar el miedo y poder pensar fríamente. Era horrible, pero lo cierto era que tenía más posibilidades de salir de ese atolladero si venía alguien, fuese quien fuese. Así que empecé a moverme más violentamente para demostrar que ya había vuelto al mundo de los vivos.

Pero tras lo que calculé que eran unos minutos, él seguía sin aparecer. Decía “él” porque daba por sentado que aparecería el hombre del bar, aunque en realidad no tenía ninguna seguridad de ello. Era más bien una intuición: algo me decía que ese hombre no me dejaría ir tan fácilmente y que, fuera lo que fuese lo que tenía pensado hacer conmigo, ni siquiera había empezado.

Decidí afrontar lo inevitable lo antes posible.

  • ¿¡Hola...!? -grité con todas mis fuerzas, que no eran muchas, dado que estaba boca abajo y aún medio drogada.

Nada.

Cogí aire y grité aún más fuerte.

  • ¡¿Hola...?! ¡¿Hay alguien ahí...?!

  • No hace falta chillar, mujer, estoy aquí.

El susto que me llevé no tiene nombre. Casi me da algo. Si no hubiese estado totalmente atada, hubiese saltado fuera de la cama. Abrí desmesuradamente los ojos e intenté girar la cabeza hacia donde provenía la voz, justo detrás de mi, a mi derecha.

Fue inútil, claro.

No obstante, había acertado: era él, el hombre del bar. Reconocería esa voz en cualquier parte. Me di cuenta de que había estado ahí todo el tiempo, esperando a que me despertase. Me había observado despertarme poco a poco, incluso mientras yo decidía si debía hacerme la dormida o no. Me sentí estúpida. Nunca había tenido ningún control, ninguna posibilidad... La realidad era que estaba completamente a su merced. Hasta el punto de que, si en esos momentos decidiese hacerme daño o matarme, yo no podría hacer absolutamente nada para defenderme.

Eso debería haberme aterrado, pero lo cierto es que me cabreó. Yo era una persona importante, al menos desde mi punto de vista, y mi vida había quedado patas arriba por culpa de un hombre que había decidido divertirse conmigo como si fuese un juguete.

De perdidos al río... si tenía la intención de hacerme algo, me lo haría de todos modos, así que decidí que al menos tenía control sobre algo: no le daría el gusto de seguirle el juego.

  • ¿No dices nada? -dijo el hombre desde detrás. Su tono indicaba que estaba sonriendo.

Levanté la cabeza para hablar mejor y tuve otra arcada.

Genial.

  • Tranquila, tómate tu tiempo, desde aquí tengo unas grandes vistas con las que entretenerme.

Entonces recordé cómo iba vestida. Estaba tan incómoda y tan dolorida que no me había preocupado por el pudor. Llevaba puesto un vestido corto sin mangas, que en ese momento se me había subido hasta la cintura, aunque puede que no hubiese sido algo casual... También llevaba tanga, que en esa situación era casi como no llevar nada.

Intenté cerrar las piernas o girar la cadera para dificultar su visión, pero solamente conseguí que me diese una rampa. Lancé un grito sin quererlo, aunque enseguida lo ahogué apretando fuertemente la mandíbula y respirando agitadamente por la nariz.

  • No intentes moverte, preciosa, así solamente conseguirás hacerte daño.

Eso fue demasiado.

  • ¿Te preocupa que me haga daño? En ese caso deberías desatarme, porque las muñecas y los tobillos me duelen una barbaridad.

Él se rió. Era una risa grave, musical, contagiosa... y yo, aunque estaba muerta de miedo, no pude evitar sonreír. Siempre decía que mi sentido del humor era a prueba de bombas, y en ese momento pude corroborarlo. Aunque, demasiado tarde, temí que mi broma le enfadase.

  • Ya sabía yo que nos íbamos a llevar bien tu y yo.

  • No quiero ser borde pero... ¿me podrías explicar qué hago aquí? ¿Todo esto... -dije mientras sacudía las manos y los pies, indicando las cuerdas- ...es absolutamente necesario?

  • Absolutamente.

Entonces él se movió. Se oyó el crujido típico de una silla o un sofá, y entonces noté como él se acercaba a la cama. Estuvo un momento ahí de pie, a mi lado, sin decir nada, y entonces me tocó delicadamente la parte de atrás del tobillo. Yo me puse completamente tensa, acercando todo lo que pude la cadera al colchón. Él fue subiendo por mi pierna lentamente. A penas me rozaba con un dedo. Se detuvo en mi muslo, justo antes de llegar a mi culo, y retiró la mano.

Me relajé inmediatamente, pensando que por el momento había pasado lo peor. El primer contacto no había sido brusco ni desagradable, y eso me hizo empezar a albergar esperanzas de salir viva de esa situación.

  • ¿Tienes miedo?

Dicho esto, posó la mano en mi culo, como para entretenerse mientras hablábamos. Tras un momento, respondí.

  • Claro que sí. No soy idiota.

Él volvió a reír.

  • Ya me he dado cuenta...

Entonces empezó a sobarme el culo sin miramientos.

  • ¿Sabes? Me encanta tu cuerpo.

  • Ya me he dado cuenta. -dije yo, imitándole- ¿Es por eso que me has secuestrado? ¿Para tener acceso a mi cuerpo?

  • ¿Secuestrado? Cuanto dramatismo...

  • ¿Como lo llamarías tu?

Me estaba sorprendiendo a mi misma. No entendía como era posible que estuviese tan tranquila, hablando con él como si estuviésemos charlando en un bar.

  • Bueno... supongo que sí, que te he secuestrado. Y contestando a tu otra pregunta: no te he... secuestrado -pronunció esta última palabra como si hiciese una concesión- por tu cuerpo, sino porque me has desafiado.

  • Estoy completamente segura de que yo no he hecho tal cosa.

Intenté no sonar agresiva, pero me resultó francamente complicado.

  • Oh, sé reconocer un desafío cuando lo veo. -dijo él con satisfacción.

Decidí que era el momento de callar. No quería discutir con él, no quería enfurecerle, y no me fiaba de mí misma para contenerme. Estaba muy cabreada. Todo aquello era absurdo y estaba tratando con un demente. ¿Que yo le había desafiado? ¡Lo que me faltaba por oír!

  • Nada te acobarda, lo supe nada más verte... en cambio, yo te di miedo.

  • Sí, qué locura, ¿eh? -dije sarcásticamente.

Él detuvo sus caricias y retiró la mano de inmediato. Enseguida supe que eso era una mala señal. Sabía que no debía hacerle enfadar, pero no pude evitarlo. Mis palabras destilaron tanta acidez y rabia que me sorprendía a mi misma. Yo estaba boca abajo y no le veía, en ese momento él no era más que una voz y un delicado roce y puede que por eso me estuviese envalentonando demasiado.

  • ¿Por que me temiste?

  • ¿Porqué pensé que eras el típico tio capaz de drogarme, secuestrarme y atarme a una cama?

Pasó un segundo y el no dijo nada. El ambiente se estaba espesando por momentos.

  • ¿Por qué me temiste? -insistió, esta vez un poco más bruscamente.

  • ¡Qué más da!

Estaba harta. Me daba igual todo. No tenía ni idea de qué coño quería que le contestase y empezaba a estar desesperada. Por primera vez, tuve ganas de llorar.

  • Muy bien, como quieras... vamos a empezar poco a poco.

Antes de acabar de preguntarme qué habría querido decir con eso, volvió a posar la mano en mi culo y a acariciármelo. Se movió de nuevo y noté cómo se sentó en la cama, a mi lado, poniéndose cómodo. Su ropa me rozó la piel del costado y tuve un escalofrío.

  • Eres tan suave, tan receptiva... puedo notar cómo cada poro de tu piel reacciona a mi contacto.

Por primera vez en mi vida, lamenté esa faceta mía. Él tenía razón. Yo también notaba como mi piel respondía por donde él pasaba su mano. Hubiese deseado mostrarme indiferente, no darle esa satisfacción, pero mi cuerpo me traicionaba. Ya ni siquiera tenía control sobre eso. Estaba tan avergonzada como cabreada y me removí sobre mi misma para quitármelo de encima, estirando frenéticamente para soltarme las manos.

  • ¡Deja de tocarme!

Sollocé sin querer por la rozadura que me hice en las muñecas. Entonces, de repente, él me dio una fuerte palmada en el culo.

  • ¡Deja de hacer eso! ¡¿No ves que te harás daño?! Ya es la segunda vez que te lo digo.

Me quedé perpleja. ¿Me acababa de dar un cachete en el culo como si fuese una niña pequeña? La rabia me subió, ácida, por la garganta y sentí el impulso de insultarle, pero respiré hondo. Aunque estuviese enfadada, no era estúpida, y no pude evitar darme cuenta de que esa era la primera vez que había sido violento conmigo. Debía tranquilizarme, mantener el control. No quería impulsarlo a continuar por ese camino.

  • ¿Pretendes que me quede quieta y calladita y te deje hacer lo que quieras conmigo?

  • Eso sería muy tentador... pero no. Prefiero que seas tu misma, pero si sigues removiéndote de esa manera, te dejarás las muñecas en carne viva y las heridas pueden infectarse.

  • ¡Entonces déjame ir!

  • No puedo hacer eso.

  • Aún estás a tiempo. No te he visto la cara, no sé quién eres. Y estoy segura de que puedes conseguir a una mujer mucho más dispuesta que yo...

Él soltó una sonora carcajada.

  • Por favor, no te hagas la tonta, sabes perfectamente quien soy. -hizo una pausa y su tono se volvió más solemne- Bien, lo diré de otro modo: no quiero hacer eso. Aún no lo sabes, pero no existe una mujer más dispuesta que tu.

  • No me conoces, a mi no me va todo esto. ¡Para nada! Soy una persona normal, totalmente normal, no quería provocarte ni invitarte. ¡Yo estaba la mar de tranquila en un bar tomando una copa y tu me asaltaste sin mediar palabra!

Intenté mostrarme razonable. Intenté con todas mis fuerzas no gritarle.

Él me ignoró completamente y volvió a acariciarme, esta vez más delicadamente, casi con ternura. Me pasaba los dedos por la parte trasera del muslo y el culo, cada vez acercándose más a la parte interna, peligrosamente cerca de mi entrepierna...

Dios mio, pensé horrorizada... me estaba excitando. Tenía que controlarme como fuese. Me quedé completamente rígida y me convencí de que me estaba tocando una sucia cucaracha, caminando con sus asquerosas patitas por encima mi piel expuesta.

Él se recolocó encima del colchón para ponerse más cómodo y enseguida me llegó una pequeña corriente de aire con su olor. Desde luego, no olía como una cucaracha. Olía a hombre, a hombre limpio y sin artificios. Fue como si su sensual aroma me llegase directamente al cerebelo y no pude evitar abrir mis fosas nasales buscando oler un poco más de él...

Cada vez que acercaba su mano a mi entrepierna, notaba como la entrada de mi vagina palpitaba un poco más, aleteando, buscando su contacto. Y, al cabo de nada, empecé también a oler mi propia excitación.

Pero pese a eso, seguía asustada y enfadada y deseaba con todas mis fuerzas liberarme y huir de él. No tenía ni un ápice de curiosidad por saber qué era lo que pretendía hacerme. No perdía de vista que todo aquello podría ser solamente un pequeño juego antes de hacerme daño o matarme.

  • ¿Por qué no te dejas llevar? ¿Por qué luchas? -dijo él.

Su tono parecía tierno y condescendiente, como si todo aquello le doliese más a él que a mi. Aún no estaba segura de si esa actitud respondía a alguna clase de delirio paternalista o estaba riéndose de mi por puro sadismo.

Yo no quise contestarle. No pude. Estaba tan concentrada conteniendo las reacciones de mi cuerpo que no tuve fuerzas ni capacidad para discutir con él dignamente.

  • ¿No dices nada? Como quieras... Pero quiero que sepas que sé perfectamente por qué no contestas. La verdad es que temes que, al intentar hablar, se te escape un gemido. Sabes que estás disfrutando como una perra de todo esto. Lo sabes. Sé que estás haciendo un gran esfuerzo para no buscar mi mano con tus caderas, pero eso no es suficiente para hacerme creer que te soy indiferente... solamente hace me falta ver lo rígida que estás, la fuerza que necesitas para detener tu reacción natural ante esto... -acarició levemente mi entrepierna y se rió de mi alarma con una especie de ronroneo masculino de satisfacción- ...para darme cuenta de que te encanta, de que te estoy volviendo completamente loca.

Entonces retiró la mano de mi cuerpo y yo, sin poder evitarlo, suspiré de alivio. Volvió a moverse, esta vez caminando por encima del colchón, haciéndome botar con cada paso.

  • ¿Qué vas a hacer? -conseguí preguntar.

Se colocó entre mis piernas, supongo que sentado a horcajadas, y se inclinó. Debía de tener mi entrepierna a pocos centímetros de la cara. El muy cabrón se había colocado para tener acceso completo a ella. Inmediatamente apoyó una mano en cada una de mis piernas y empezó a masajearlas hacia arriba, acercando cada vez más los pulgares a la entrada de mi vagina.

Notaba como el pulso se me agolpaba en las sienes y en la entrepierna. Estaba tan sumamente excitada, que poco a poco empezaron a cambiar mis prioridades. De repente sentía que me iba a morir si no me tocaba y que, en el instante en que lo hiciese, me iba a correr irremediablemente.

Aún así, y haciendo acopio de un autocontrol que ni siquiera sabía que tenía, seguí apretando los glúteos para aferrar mis caderas a la superficie de la cama. Me cogió otra rampa y grité de dolor.

Entonces él me dio otro cachete, aún más fuerte que el anterior, y lancé otro grito por la sorpresa y por el escozor que me produjo inmediatamente en la piel.

  • ¡Te he dicho que no te hagas daño! -me gritó él.

Gritó de verdad y supe que había conseguido sacarlo de quicio. Entonces yo también perdí el control y le contesté sin pensar, impulsada por la frustración.

  • ¡¿Qué pasa, que tú eres el único que puede hacerme daño o qué?!

Él se abalanzó sobre mi. Me agarró por la entrepierna violentamente apoyando gran parte de su cuerpo sobre mi muslo y costado izquierdo. Acercó sus labios a mi oreja y respiró profundamente, recreándose e intentando intimidarme. Yo gemí y él empezó a meterme los dedos por dentro de mis pliegues húmedos, haciéndolos resbalar lentamente. A mi ya no me importó nada más y levanté la cadera buscándole.

  • Más o menos.

Noté perfectamente cómo su cara se movía contra mi sensible piel para formar una gran sonrisa. Después empezó a lamerme el lóbulo de la oreja al mismo tiempo que me acariciaba la entrepierna lentamente, de arriba a abajo, ida y vuelta...

Nunca había sentido nada parecido. Parecía que me iba a correr el cualquier momento, pero ese momento no llegaba nunca. Era como si cada vez que estaba a punto, él lo notase y disminuyese un poco el ritmo. Aquello era una auténtica tortura.

  • Dime que pare y dejaré de tocarte. -hizo una pausa, dejándome tiempo para contestar.

Como si en esos momentos pudiese hacerlo...

  • Incluso -continuó con voz melindrosa- te prometo que te contestaré a la pregunta que quieras hacerme, con total sinceridad. -hizo otra pausa, y entonces su tono se volvió más serio- De ahora en adelante, solamente te dejaré decidir en el momento en que vea que estás a punto de correrte. Y cada vez que decidas que pare, contestaré a una pregunta.

¿Era eso una especie de juego para él? Si no fuese porque en ese momento volvió a juguetear con sus adorables dedos en mi clítoris, a la vez que metía otro en la entrada de mi vagina, recorriendo lentamente los bordes... si no fuera porque estaba más excitada de lo que lo había estado en toda mi vida... puede que hubiese recordado cómo cabrearme con ese hijo de perra.

  • Así que dime: -concluyó él, triunfante- ¿quieres que pare?

Dios, no. No quería que parase, quería que me metiese todos los dedos por el coño y los moviese sin piedad, quería que me metiese la polla, un bate de béisbol o cualquier otra cosa que encontrase hasta reventarme.

No me reconocía a mi misma. Estaba perdiendo la cabeza por las caricias de ese hombre... me tuve que imponer la idea de que un orgasmo no valía mi dignidad, aunque puede que fuese lo más difícil que había hecho en mi vida.

  • P... para...

No había sonado muy firme, pero el mensaje se había entendido perfectamente. Ni siquiera me preguntó si estaba segura. Fiel a su palabra, paró de inmediato, aunque no retiró la mano. Se hizo el silencio. Ambos nos quedamos inmóviles, puede que igual de sorprendidos. Finalmente, él sacó las manos de mi palpitante coño, se movió de entre mis piernas y se puso en pie fuera del colchón.

  • Tu pregunta.

Su voz fue glacial. ¿Era mi imaginación, o sonaba realmente cabreado?

Pensé bien qué decir. Tenía que ser muy concreta y muy clara para conseguir la máxima información posible. En ningún momento dudé de su palabra; sabía que me iba a decir la verdad del mismo modo en que estaba segura de que esa pregunta iba a salirme muy muy cara.

  • ¿Voy a volver ilesa a mi vida normal?

  • Sí. Si es lo que preguntas, no voy a matarte ni a hacerte daño, y finalmente te acabaré dejando en libertad.

Eso me tranquilizó en sobremanera e inconscientemente solté un corto suspiro de alivio.

Sin mediar palabra, él salió bruscamente de la habitación y cerró la puerta tras de sí. Intenté no pensar en la sensación de vacío que sentí durante unos fugaces instantes y dirigí mi mente a pensar en cual sería mi siguiente pregunta.