Hasta el Quinto Pino y Más Allá. Capítulo Final

Capítulo 24. El gusto de respirar. Ha llegado el fin de la historia. Espero que os haya gustado.

Capítulo 24: El Gusto de Respirar

—¡Cabrón! —exclamó Ariadna mirándome con una mezcla de furor y desprecio.

—¡Ah! ¡Eres tú! —balbuceé rascándome la mandíbula dolorida— ¿Ya ha terminado la evacuación?

—¡Hijo de puta! —volvió a gritarme ignorando mi pregunta— ¿Cómo te has atrevido a hacerme algo así?

Ariadna subrayó la pregunta pateándome de nuevo. Yo me retorcí y estuve a punto de vomitar todo el líquido que contenía mi estomago. A duras penas conseguí levantarme. Ella intentó golpearme de nuevo, pero los golpes me habían despejado y esquivé el nuevo puñetazo que me lanzaba con facilidad a la vez que agarraba su muñeca y la retorcía en su espalda para inmovilizarla.

—Ya basta, joder. —le susurré al oído tratando calmarla— Si tanto te molesta el arreglo al que he llegado con tu coronel, solo tienes que negarte.

—¡Estúpido! —dijo desasiéndose— El coronel Kallias me ha dado una orden y no puedo eludirla, cometería traición. No tengo más remedio que ponerme a tus órdenes, pero si este es un retorcido plan para llevarme de nuevo al catre, olvídame, antes me broncearía con una supernova.

Escupió las últimas palabras como si fuesen veneno. Yo la ignoré y me dirigí hacia la puerta tratando de que no pareciese que me daba vueltas la cabeza. Sin olvidarme de recoger el dibujo de Hee´ka salí al exterior y miré el reloj. Estaba a punto de cumplirse mi ultimátum.

—No pareces muy preparado para una batalla. —dijo el coronel a modo de saludo cuando entré en el barracón de mando.

—Deberían salir todos de este sitio y darse una ducha, este cuchitril empieza a apestar. —repliqué yo.

—No creo que tus náuseas se deban a eso.  —replicó Ariadna— Lo pillé  en un garito del centro, intentando beberse todo el planeta, esta como una cuba.

—No estaba bebiendo, estaba comprando arte...

—A una zorra Langoor.

—¡Joder! No me digas que te follas a esa bazofia. —resopló el coronel.

—Yo no soy partidario de razas superiores. Cuando veo un agujero complaciente me lo follo. Deberías probarlo, Kallias, ayuda a ver las cosas desde otra perspectiva. Al fin y al cabo no somos tan diferentes.

El coronel, en el fondo, era un tipo práctico y le importaba muy poco lo que yo hiciese o dejase de hacer mientras le librase de la flota kuan, que evidentemente había desoído mis consejos y seguía orbitando amenazadoramente a unos pocos de cientos de kilómetros del planeta.

En un último intento por salvar vidas inocentes, volvimos a contactar con el almirante kuan. Tras cinco minutos, quedó claro que aquel gilipollas no se iba a bajar de la burra así que me despedí de Kallias y acompañado de Ariadna, que no dejaba de fruncir el ceño, nos subimos a la lanzadera.

—Hola Eudora, te he echado de menos. —dije en cuanto entramos en la nave.

—Hola, capitán. Estoy encantada de que hayas vuelto. —respondió la nave.

—¿Capitán? ¿No eras almirante? —preguntó Ariadna con sorna.

—Eudora, te presento a Ariadna, será mi copiloto. En mi ausencia ella tiene el mando.

—No parece muy entusiasmada. —dijo la computadora.

—Todavía no ha visto lo que eres capaz de hacer. Estoy seguro de que cuando os conozcáis un poco más, seréis buenas amigas. Así que es hora de impresionarla. —dije poniéndome a los mandos e invitando a Ariadna a ocupar el asiento destinado al copiloto.

Usando el planeta para ocultarnos de la flota enemiga encendí el motor gravitatorio y aceleré a siete gravedades para coger velocidad. Ariadna  hincó las uñas en el reposabrazos, pero no dijo nada. Tras unos segundos, a punto de aparecer en el campo de visión de los kuan, apagué los motores y desplegué la velas solares mientras maniobraba para pasar entre el acorazado  y una de las corbetas que se habían tomado tan a la ligera mi amenaza que ni siquiera se habían molestado en desplegarse en una formación defensiva.

Indicando a Eudora que se preparase para encender el motor gravitatorio a mi señal, me levanté de mi asiento y le dije a Ariadna que me siguiese hasta el módulo de armas. Ariadna apartó la vista de  la flota enemiga que crecía poco a poco y me siguió a regañadientes. Mientras avanzaba por la nave, por el rabillo del ojo observé como Ariadna se iba poniendo cada vez más tensa esperando que las naves enemigas nos detectasen en cualquier momento.

En total silencio pasamos por delante de un primer transporte sin abrir fuego y nos acercamos a la nave insignia.

—Me tienes que contar como diablos lo haces...

No quedaba mucho tiempo. Interrumpiéndola me senté en el puesto del artillero de babor a la vez que le indicaba a Ariadna que ocupase el de estribor. Los mandos eran muy intuitivos, así que lo único que le dije es que se limitase a utilizar las armas láser. Acostumbrada a acatar órdenes sin hacer preguntas asintió y se preocupó de cargar las armas y ponerlas a punto.

Unos instantes después estábamos a escasos cientos de metros de nuestros dos objetivos, en ese momento encendí el motor gravitatorio de nuevo a la vez que daba orden de abrir  fuego.

Podíamos habernos quedado en el puesto de mando mientras Eudora se encargaba de todo, pero sabía que darle la oportunidad de tomar el control de las armas a Ariadna ayudaría a sentir que no estaba allí solo de vacaciones, quería que se sintiese parte de un equipo, no solo una mera pasajera.

—¡Hacia la paz mediante un armamento superior! —grité de nuevo mi frase favorita  a la vez que apretaba el gatillo.

Totalmente desprevenidas, ninguna de las dos naves tuvo oportunidad de activar los escudos. La modificación que había hecho en  los cañones resultó ser tan efectiva como esperaba. La corbeta no aguantó mi rápida andanada y se partió a la mitad entre explosiones secundarias mientras que Ariadna, con la eficacia que esperaba de ella, abrió fuego contra   el acorazado, arreglándoselas para  abrir una brecha en el casco de casi noventa metros de longitud e incluso teniendo tiempo de enviar una corta ráfaga hacia el puente de la nave antes de que la tripulación lograse activar el escudo.

Inmediatamente apagué el motor y los generadores de las armas. Con las velas solares me aparté de la trayectoria y giré a estribor hasta orbitar a unos pocos miles de kilómetros de la flota kuan.

Enseguida la flota se convirtió en un avispero. Las naves que aun estaban indemnes empezaron a moverse en el espacio local, buscando el origen del ataque, mientras los transportes se acercaban al centro de la formación apretándose en torno al acorazado.

El almirante kuan estaba fuera de sí. Al parecer un trozo de metralla, producto de una explosión secundaria, le había arrancado una mano y entre gritos y lloriqueos insultaba a todo el mundo y prometía juicios sumarísimos si no encontraban al atacante y lo destruían inmediatamente.

Abandonando el puesto de artillero me volví hacia la mujer que seguía en su puesto exultante. Por la forma en la que agarraba los mandos con los nudillos blancos, noté que estaba deseosa de hacer una nueva pasada.

Tras darle un tiempo al almirante para que se convenciese de que estaba bien jodido, el coronel Kallias, tal como habíamos acordado,  volvió a conectar con él  y le hizo una última advertencia.

Aquel gilipollas podía ser muchas cosas, pero no era ningún héroe dispuesto a morir por la causa así que, renqueando, comenzó a alejarse del planeta dejando un rastro de chatarra tras él y una mueca de desilusión en la cara de  Ariadna.

Desde una distancia prudencial seguimos las evoluciones de la flota hasta que desaparecieron del cuadrante. Ariadna no pudo evitar levantar los brazos jubilosa mientras cubría de insultos la retirada del ejército kuan.

—Muy bonito, hemos echado a esos gilipollas de este sistema. —dijo mi nueva copiloto— ¿Y ahora qué?

—Bueno, lo primero que voy a hacer es colgar mi cuadro. —dije mostrándole la obra de Hee´ka— Bonito, ¿Verdad?

Ariadna me miró y bufó. Podía sentir su indignación al verse apartada de todo lo que conocía para afrontar un futuro caótico e incierto. Pero eso era precisamente lo que quería que experimentase. Probablemente desde que había nacido no había tomado una sola decisión por su cuenta y yo quería que descubriera lo que significaba decidir qué era lo que quería en la vida y descubrir nuevas cosas que le apasionasen y le devolviesen el gusto por respirar.

—Eso es lo divertido. —continué mientras la miraba  con una sonrisa— No hay órdenes, ni misiones trascendentales. Simplemente vamos a nuestro aire.

—Ajá, o sea, que no tienes planes.

—Al contrario,  aunque lo que tengo en mente, tú , probablemente no lo llamarías un plan.

—Ilumíname —dijo la mujer sentándose cómodamente en el puesto del copiloto.

—Según mis cálculos la cosa se va a poner bastante caliente en los Sistemas Kuan. Y allí donde hay caos y confusión hay beneficios. Mi plan es dirigirme a la zona fronteriza con el imperio Glee. Tal como yo lo  veo, pueden pasar dos cosas: Que la rebelión se propague y la Federación se vea involucrada en una fea guerra civil o que los kuan, para desviar la atención sobre sus problemas internos, inicie un conflicto con los Glee, acusándolos de ser los causantes de los levantamientos. Sea como fuere, ambos bandos necesitaran pertrechos y armamento, moverán mercancías y necesitaran favores y yo... nosotros estaremos ahí para vender transportar, piratear lo que haga falta... si el precio es bueno.

Ariadna me miró y se desperezó, no hacía falta que dijese nada, como mercenaria que era, estaba acostumbrada a no tomar partido así que lo que dije no le disgustó, aunque sus siguientes palabras me desconcertaron.

—¿Sabes que no eres tan cínico como te crees? Lo único que me gusta de ti es que aunque el dinero para ti es un buen móvil, no es necesariamente la razón que te decida a apoyar un bando u otro. A pesar de que lo ocultes, tienes conciencia.

Me encogí de hombros mientras hacia los cálculos para crear un nuevo agujero de gusano, intentando ignorar cuánta razón tenían aquellas palabras.

En un par de minutos sentimos el tirón del agujero. Me levanté del asiento del capitán y mientras nos dirigíamos al módulo de descanso, le sugerí a mi copiloto que podíamos ver una de mis películas, tenía unas cuantas sobre imperios galácticos y rebeliones que le resultarían muy divertidas.

Epílogo

—Tengo que reconocer que no eres malo contando historias. —dijo Narah dando un nuevo trago a su enésimo chupito demostrando que la legendaria fama del saque de los turanios no era ningún bulo— Lo que no sé es el porcentaje de verdad que hay en ellas.

—Ya sé que estamos a más de dos brazos de galaxia de allí, pero me niego a creer que no has oído hablar de las guerras entre los glee y los kuan.

—Algo he oído. —dijo la turania— De todas maneras puedo aceptar que estuvieses allí, e incluso que participases desde el principio, pero el cuento de que fuiste decisivo en los inicios del conflicto no me lo trago, así como esa nave invisible e intocable. Si tuvieses algo así no estarías en este antro, intentando sobarme las tetas.

—Bonitas tetas, por cierto. —dijo el hombre haciendo el ademán de aproximar las manos.

—Ni se te ocurra, aun no estoy lo suficientemente borracha, además para que quieres seis tetas si solo tienes dos manos.

—Si conocieses un poco más a los humanos sabrías que nunca tenemos suficiente. —replicó él acercándose un poco más.

Narah resopló y le empujó. El humano era más fuerte, pero no aguantaba tanto el alcohol, así que el leve empujón bastó para que cayese del taburete y diese con el culo en el grasiento suelo de madera.

Agarrándose al taburete como si se tratase del borde de un precipicio el hombre consiguió volver a la verticalidad.

—Buff, cariño, eres una fiera. —dijo Marco inclinándose de nuevo sobre ella con una sonrisa beoda en sus labios.

—Déjalo ya. ¿Quieres? No voy a follar contigo. —dijo la turania levantándose.

—¿Te vas?

—Supongo que tú te habrás hecho inmensamente rico robando y matando a todo lo largo de la galaxia, pero yo no puedo permitirme el lujo de pasar todo el día bebiendo.

—¿Volverás? —dijo el hombre siguiendo a Narah con la mirada— Aun tengo más historias que contarte.

—Créeme, si vuelvo será por la música, no por tus absurdas invenciones. —replicó ella mientras salía del bar.

Dando bandazos Marco se acercó a la puerta y la mantuvo abierta.

—¡Hasta mañana Narah! ¡Y recuerda, si no vuelves, no te enterarás de lo que pasó luego!

La turania se alejó sin hacer ningún gesto y el hombre se dedicó a observar alejarse aquel culo cimbreante hasta que los parroquianos, exasperados por el exceso de luz que entraba por la puerta abierta, comenzaron a insultarle y a lanzarle objetos  obligándole a cerrarla.

—Está bien chicos. ¡Hay  que ver que poco románticos sois! ¿No veis que estoy a punto de ligarme ese chochito?

FIN

Esta nueva serie  consta de 24 capítulos. Publicaré uno  a la semana. Si no queréis esperar o deseáis tenerla en un formato más cómodo, podéis obtenerla en el siguiente enlace de Amazón:

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*Un saludo y espero que disfrutéis de ella .*