Hasta el Quinto Pino y Más Allá. Capítulo 8.

Capítulo 8. Polizón. Marco descubre el origen del grito y es recibido en el sistema Oopart.

Capítulo 8: Polizón

Sospechando la causa del grito, aumenté aun más la aceleración hasta las tres gravedades. El grito de dolor  se convirtió en uno de angustia.

Levantándome con dificultad, pero sospechando que el intruso probablemente no podía moverse, me acerqué al lugar de dónde procedían los aullidos.

La encontré escondida entre la carga, desmadejada por la intensa presión que ejercía la aceleración sobre su cuerpo y a punto del colapso.

A pesar de saber que no estaba en condiciones de hacerme nada, la até antes de disminuir la potencia de los motores hasta hacer la aceleración soportable para Leoola.

—¿Qué coños haces aquí? —le pregunté sin darle tiempo a coger aliento.

—¿A ti qué te parece? Me colé con la carga de Saget. —contestó la mujer intentando recuperar el aliento.

—Eso ya lo suponía, lo que no entiendo es por qué.

—¿Hace falta que te haga un gráfico? Le debo a ese cabrón más de doscientos créditos y esta vez no se conformó con mis promesas de pago y me obligó a bailar en su club. Sé que esa es la antesala. Tarde o temprano se las arreglaría para obligarme a prostituirme para él.

Yo no pude por menos que reírme, aquella pobre mujer no tenía suerte.

—¿Se puede saber de qué te ríes?—preguntó Leoola picada.

—No tienes ni idea de dónde te has metido. —respondí yo sin poder aguantar la risa— Vamos al sistema Opaart.

Leoola lo entendió inmediatamente y perdió el color. Me miró con aquellos ojos grandes y grises. Sus pupilas se contrajeron por el miedo hasta que se convirtieron en dos minúsculos puntos.

—No puedes estar tan loco.

—Es a lo que me dedico. Soy contrabandista ¿O crees que soy vendedor de harmónicas?

—¿Vendedor de qué?

—Déjalo. —le dije con un gesto sin ganas de explicar el chiste.

—¿Sabes lo que puede pasar si te pescan?

—Me lo puedo imaginar.

—Entonces, ¿Por qué lo haces? —insistió ella— ¿Apoyas la causa de la Federación?

—Apoyo la causa del que mejor paga. Lo bueno de ser un recién llegado a esta zona de la galaxia es que no sé quién tiene la razón y esperó seguir ignorándolo, porque no me importa.

Leoola se irguió por fin y me miró. No sabía si estaba furiosa o desesperada.

—Eudora haz los cálculos necesarios para llegar a las proximidades del sistema Opaart, digamos a un par de días luz.

—¿No podrías dejarme en algún sitio de camino? —preguntó Leoola.

—Desde luego. ¿Cuánto me vas a pagar? —repliqué yo divertido.

—¿Cómo? ¿Qué? —preguntó furiosa— Sabes perfectamente que no tengo nada.

—Pues entonces supongo que me acompañaras y si bailas bien para mí, quizás no te lleve de vuelta con Saget.

Leoola se acercó a mí e intentó pegarme hasta que se dio cuenta de que tenía las manos atadas. La cogí por el cuello y con facilidad la obligué a caminar por el pasillo sin dejar de sonreír. Me encantó como aquellos ojos grises destilaban furia. Yo torcí la sonrisa a la vez que la sentaba de un empujón en el sillón del copiloto y cerraba el cinturón de seguridad.

Tome una pastilla para aguantar los efectos del salto en el agujero de gusano y dejé que Eudora metiese las coordenadas en el sistema de generación de singularidades.

—¿No hay pastilla para mí? —preguntó Leoola.

—Lo siento, pero no esperaba invitados y he traído las justas. —respondí seguro de que lo único que le pasaría era que se desmayaría y despertaría horas después con una monumental resaca.

Se notaba que no era la primera vez que viajaba por la forma en que se agarró a los reposabrazos de la butaca mientras el generador resplandecía unos instantes antes de generar un pequeño agujero negro, unos cientos de kilómetros delante de nosotros.

Esta vez no perdí el conocimiento, me mantuve despierto gracias a la droga que había tomado. Vi como Leoola se quedaba desmadejada en sillón pendiendo de las correas que evitaban que se escurriese hasta el suelo.

Al principio sentí un tirón y algo que parecía ser  una fuerte aceleración, pero que mi cuerpo no sentía como tal. Luego la nave recorrió un pasaje oscuro en el que no había arriba ni abajo, ni delante ni detrás, ni antes ni después, era como estar suspendido en el tiempo y en el espacio.

Era curioso, según los datos que había conseguido Eudora al conectarse a la estación no todos los agujeros eran igual de largos, aunque no tenía forma de medir el paso del tiempo. Parecía que mientras más alejados estuviesen los puntos de entrada y salida más largo era el pasaje. Leoola sin embargo seguía inconsciente ajena a aquella curiosa paradoja.

No sabía cuánto tiempo había pasado. Solo sé que en el intervalo me dio tiempo a descansar un rato, ajustar las armas láser y modificar el programa para poder usarlas por separado o en conjunto con las armas que había traído de la tierra y ver un par de películas.

Cuando creía que nos íbamos a quedar allí perdidos para siempre, simplemente se encendieron las estrellas y  me encontré en nuestro destino.

El sistema Opaart estaba formado por una estrella un poco más grande que el sol, rodeada por nueve planetas rocosos pequeños y tres gigantescas bolas de hielo y amoniaco, eso lo hacía especialmente interesante porque la mayoría de los sistemas tenía pocos planetas y no solían ser tan variados ni ricos en minerales y agua como aquellos.

Eudora nos dejó justo detrás de uno de aquellos gigantes gaseosos. Nuestro destino era uno de los planetas rocosos interiores donde estaba Pantor, la colonia minera principal que hacía de base para la explotación del resto del sistema y a la que habían huido todos los habitantes del sistema en busca de refugio.

Aun a trescientos millones de kilómetros de mi destino, pude detectar las emisiones electromagnéticas de la flota de bloqueo. Me daba que Saget me había engañado. Aquel despliegue no era precisamente un par de corbetas patrullando con desgana alrededor del planeta. Lo que habían hecho los Glee era tejer una red a  través de la cual no podía pasar un alfiler y yo intentaría ser ese alfiler.

Leoola se revolvió y con un gemido se despertó.

—¿No pensarás pasar por ahí, verdad? —preguntó al mirar el monitor.

Yo le sonreí y le pedí a Eudora que apagase el motor gravitatorio, desplegase las velas y me facilitase un informe de la flota de los Glee.

Al parecer había tres cañoneras, otras tres corbetas rápidas y bien artilladas y un crucero estelar. Los observé con detenimiento.

Las cañoneras eran naves de patrulla rápidas y ligeramente artilladas. Ellas solas eran incapaces de hacer mella en mis escudos, pero las corbetas y especialmente el crucero eran harina de otro costal.

Las corbetas eran similares a las dos naves que me habían enviado a aquella parte de la galaxia y el crucero me pareció inmenso. Tenía múltiples torres láser en toda su longitud y un enorme arma que sobresalía  en la proa, justo por debajo del generador de agujeros de gusano que según los datos de Eudora era un lanzador de grandes torpedos de partículas ionizadas apropiado para atacar grandes naves del tamaño de acorazados o portanaves

Al parecer el crucero se mantenía en una órbita estacionaria para ahorrar energía mientras las naves pequeñas eran las que patrullaban la zona a gran velocidad y con todos los sensores a tope intentando espantar a cualquier cuervo que se aproximase.

Según Saget, aquella colonia minera era tan preciosa que los Glee no se atrevían a atacarla por miedo a que los mineros destruyesen las instalaciones, así que habían optado por aislarla hasta que se quedase sin los suministros básicos para mantenerse.

Nos acercamos con las luces de navegación apagadas, maniobrando con las velas solares y  manteniéndonos siempre alejados del disco solar que era lo único que nos podía delatar y cuando llegamos a unos ciento setenta kilómetros del crucero de batalla, mantuve la distancia y me dediqué a observar.

—¿Piensas hacer algo más que estar tumbado ahí sin hacer nada, mirando a la consola y jugando a ese estúpido juego? —preguntó Leoola tres días después.

—No es estúpido, es Tomb  Raider y es muy divertido. Además está ambientado en distintas localizaciones de tu planeta de origen. ¿No tienes curiosidad por saber cómo es el lugar del que provienes? Deberías probarlo.

Estaba claro que Leoola no tenía ninguna curiosidad por saber cómo era La Tierra, al menos en ese momento. Resoplando, apartó la vista fijándola en la pantalla de los sensores, estaba cada vez más nerviosa. La sombra de aquella enorme nave erizada de armas, era demasiado para sus nervios y yo disfrutaba torturándola y jugando al videojuego mientras que por el rabillo del ojo estudiaba los movimientos del resto de las naves.

En realidad todo aquello era una especie de pantomima. Si aquel crucero con todas las sondas activas no había conseguido detectarme hasta ahora, solo necesitaba un pequeño hueco para colarme y ocho naves, por muy rápidas que fuesen, no podían cubrir suficiente espacio para detenerme. Si hubiese estado solo, probablemente no hubiese esperado y me hubiese colado inmediatamente, pero con testigos delante prefería esconder mis cartas.

El crucero apenas se movía, encendía los motores periódicamente y se traslada unos cientos de kilómetros, mientras que las cañoneras y las corbetas solo interrumpían sus patrullas para reaprovisionarse.

Finalmente me cansé de hacer el gilipollas y desplegué las velas alejándome sigilosamente del crucero.

Cuando estaba a unos mil doscientos kilómetros y tras dejar pasar a una cañonera tan cerca que a Leoola estuvo a punto de darle un ataque de nervios, me dirigí a la superficie del planeta, aprovechando que en ese momento aquella cara estaba a oscuras.

Nos dejamos caer como una piedra y no encendí el motor gravitatorio hasta que mi señal quedo camuflada por las radiaciones que emitían las construcciones del planeta.

—Aquí nave Eudora. —dije justo cuando encendí el motor— Traigo suministros de la Federación. Clave del envío KL-33-H72.

—Recibido, aquí Puerto espacial de Pantor. Bienvenidos. No sé cómo diablos lo habéis conseguido, amigos, pero estamos encantados con vuestra llegada. Usad la plataforma seis.

Eudora me proporcionó las indicaciones para llegar al muelle y aterricé a la vez que me preparaba para la llegada triunfal.

Los pantoreses eran duros, pero sus caras pálidas y sus rostros ojerosos, decían bien a las claras lo mal que lo estaban pasando. Pantor era una orgullosa colonia con un difícil pasado. Originalmente había sido una colonia penal y tras siglos de trabajo leal se habían ganado la libertad y se habían convertido en uno de los sistemas más rentables para la Federación Kuan.

Kremark, el director de la colonia nos saludó efusivamente y nos invitó a cenar a su casa. Aquella vivienda destilaba lujo y comodidad por todas partes. Kremark la usaba para vivir y también para ejercer las funciones de gobierno.

Paseamos por pasillos inacabables revestidos de mármol brillante e impecable mientras el director Kremark nos guiaba hacia el ala destinada a la vivienda.

—Cómo habéis podido comprobar, la mayoría somos rancor y kuan como yo mismo. Nosotros nos encargamos de la administración, la purificación y la distribución y los rancor son excelentes cavando galerías.  También hay muncars e incluso humanos entre otras especies,  pero la mayoría de estas se marcharon del sistema en cuanto consiguieron la libertad.

—Si, a los humanos nos va más la guerra. No nacimos para cavar bajo tierra. —dijo Leoola con un deje de orgullo en la voz.

—No la hagas caso, —dije yo al ver la mirada un pelín ofendida del gobernador— La única batalla en la que la he visto intervenir era en intentar mantener el equilibrio mientras bailaba desnuda delante de decenas de kuan babeantes.

Leoola abrió la boca para decir algo, pero una mirada mía bastó para que se callara. Después de todo yo tenía el poder para dejarla varada en aquel planeta asediado.

—Esta zona está dedicada al descanso de los altos embajadores de la Federación. Creo que vuestra hazaña merece que la ocupéis. Ahora os dejaré descansar un rato y refrescaros antes de la cena. —dijo abriendo una enorme puerta que daba a una amplia suite con varias habitaciones.

Kremark nos dejó solos. Las habitaciones eran todo lujo y oropeles, me recordaban un poco a los palacios orientales con los techos y las paredes cubiertos con paneles de madera adornados con complicados dibujos geométricos cubiertos de pan de oro.

Se notaba que los altos dignatarios eran presumidos, porque en cada sala había al menos dos o tres espejos de plata.

Escogí una de las habitaciones y amenazando a Leoola con dejarla tirada en aquel planeta si robaba, aunque fuese solo una de las múltiples estatuillas de oro que adornaban el mobiliario, me desnudé y me metí en la cama sin molestarme en quitar ni siquiera los calcetines.

Tres horas después un ujier nos despertó, avisándonos de que la cena estaría lista en media hora.

Tuve el tiempo justo de  ducharme y ponerme un mono limpio que había traído conmigo antes de que el ujier volviese para guiarnos hasta el salón de banquetes.

Una mesa enorme, lujosamente adornada y con al menos treinta comensales emperifollados, nos esperaba.

Nos recibieron con un aplauso como a unos héroes. Yo saludé tímidamente mientras Leoola se hinchaba como un pavo y devolvía los saludos como si hubiese sido ella la que hubiese traído a cuestas los suministros. Tras colocarnos en el lugar de honor, al lado del embajador, comenzó la cena.

La vajilla tenía tanto de lujosa como pobre era el menú. Un poco de sopa de pescado criado en las galerías improductivas y crema de las verduras que crecían en  invernaderos y que solo sabían a plástico.

—Siento que la comida no esté a la altura, pero como podéis imaginar la mayor parte de los lujos, comida incluida, son importados. —se disculpó Kremark.

—Nos hacemos cargo. —respondí masticando con fuerza un trozo de pez correoso.

—Toda la culpa la tienen esos malditos Glee. No tienen ningún derecho... —dijo uno de los comensales.

—Perdón por mi ignorancia, pero ¿Alguien me puede contar de que va la historia?

Todos se volvieron hacia mí como si no perteneciese a aquella galaxia. Hasta Leoola puso los ojos en blanco.

—No me miréis así. —les reproché— Yo solo soy un contrabandista.

—Bueno, —dijo el director— supongo que no puedo censurarle, después de todo, ningún patriota de la Federación se ha atrevido a hacer lo que habéis conseguido vosotros.

En ese momento se levantó y propuso un brindis. Todos levantaron las copas y el ambiente pareció distenderse. El tintineo de los cubiertos y el rumor de las conversaciones se reanudó, pero nadie contestó a mi pregunta.

La "opípara" cena terminó y los comensales se quedaron en la sala de banquetes mientras el director nos acompañaba a un salón más acogedor con sofás de todos los tamaños para adaptarse a las distintas razas.

Kremark abrió un armario del que extrajo tres copas y una botella con un líquido turbio de color azulado.

—Disculpe, pero quizás le guste probar esto. —dije sacando de la bolsa una botella del precioso Whisky que me quedaba— En mi planeta nadie se presenta a una cena sin traer un presente.

Sin esperar respuesta, eché un poco de hielo en las copas y una generosa medida de licor. El director lo olfateó unos segundos con prevención y lo probó. El gesto de admiración fue perceptible hasta en la inexpresiva faz del kuan.

—Está realmente bueno. ¿Crees que podrías venderme un poco? Te lo pagaré bien.

—Lo siento, pero no tengo más.

—Pues es una lástima, es lo mejor que he probado en mi vida.

—Quizás pueda pedirle algo a Saget, me compró casi todo mi stock.

Kremark frunció el ceño, consciente de lo que le iba a costar cada lágrima de licor y nos invitó a sentarnos.

—Siento no haber respondido a su pregunta antes, pero este tema es un poco delicado para nuestros conciudadanos...

—Ahora estamos solos.

—Solo si me da otro trago. —replicó el director.

—La botella es suya.

—Es una situación complicada, —empezó sirviéndose otra copa— Este sistema, aunque está en la zona limítrofe entre la federación y los Glee, en principio estaba en la zona de influencia de los segundos. Hace  casi dos milenios, ninguno de los dos sabía nada de este sistema y  la Federación se lo alquiló al Imperio Glee por un periodo de catorce siglos con la intención de convertirla en una colonia penal.

—En cuanto llegaron los primeros "colonos", nuestros ascendientes,  descubrieron el potencial del lugar y trabajaron como bestias produciendo un flujo de dinero astronómico para la Federación. Los Glee se enteraron, pero no podían hacer nada. Además, después de unos pocos siglos volverían a ser los propietarios y se quedarían con todas las instalaciones.

—Lo que no esperaban era que la Federación se adelantase a los acontecimientos. Después de novecientos cincuenta años, en "agradecimiento" por nuestro servicio leal y abnegado a la Federación, nos otorgaron la libertad y nos dieron el estatus de colonia independiente asociada.

—Fue un golpe maestro, hay una ley no escrita que dice que si un sistema no explorado, previamente es colonizado por gente libre, pasa a ser  un estado independiente. Así, la Federación se aseguró el control de un planeta poblado de ciudadanos agradecidos. El beneficio no sería tan astronómico, pero seguiría siendo importante y además impedía el acceso a aquel sistema a sus enemigos.

—A los glee no les sentó nada bien la jugada y trataron de recuperar el sistema casi desde que nos independizamos. Las negociaciones se prolongaron, hábilmente retrasadas por la Federación, hasta que finalmente los glee se cansaron y bloquearon el sistema. Si las materias primas no eran para ellos, tampoco serían de la Federación. Y nosotros nos quedamos aquí en el medio.

—¿Por qué no negociasteis vosotros directamente con los glee?—pregunté yo.

—Los glee no fueron los únicos engañados. La Federación nos prometió apoyo sin restricciones si les dejábamos llevar las negociaciones y nosotros agradecidos y confiando en su promesa aceptamos, pero apoyarnos ciegamente supondría una guerra y las guerras son malas para los negocios. La Federación, entonces, nos dio largas a nosotros y  cuando nos dimos cuenta estábamos tan empeñados que no podíamos dar marcha atrás.

Así que se han establecido dos corrientes Pantor, la que cree que la Federación nos sacará del aprieto y la que está convencida de que no le importamos más allá del beneficio que les suponemos.

Por otra parte, estoy seguro que si nos rendimos, como mínimo, los glee nos desterraran y ninguno de mis conciudadanos está dispuesto a ser expulsado de su hogar de nuevo.

El director calló y apuró el resto del licor saboreándolo con satisfacción, dejando que yo digiriera la información. El silencio se prolongó un rato hasta que finalmente me preguntó qué opinaba.

—No sé quién es el culpable, pero está claro que sé quién es el que pierde con todo esto. —respondí yo— Lo siento mucho.

—Espero que lo sientas lo suficiente para hacer algún viajecito más a nuestro hogar.

—Primero tengo que salir de aquí. —dije— Caer como una piedra es fácil, pero salir me temo que va a ser más complicado.

—Soy consciente de lo que te has jugado al venir y sé que en condiciones normales no volverías, pero quizás pueda convencerte. —dijo Kremark acercándose a un armario y sacando de un cajón un trozo de roca— ¿Sabes qué es esto?

—No tengo ni idea.

—Es la fuente más pura de rodio y platino de esta parte de la galaxia. En un pasado lejano este planeta era mucho más grande, casi el triple según los cálculos de nuestros geólogos, pero  hace millones de años, recibió el impacto de un objeto de un tamaño casi comparable que le arrancó dos tercios de su masa. A consecuencias del monumental impacto, se generaron un satélite y otros dos planetas con el material eyectado y lo que quedó del planeta original se estabilizó formando un mundo en apariencia normal, pero con la particularidad de que el núcleo formado casi en su totalidad de metales pesados, esta a apenas veinte kilómetros de la superficie  terrestre.

—Entiendo —dije yo— y vuestros mineros han conseguido hacer un agujero para sacar esos minerales del núcleo.

—Exacto, de todo tipo y casi en estado puro, solo hay que separarlos por su punto de fusión en nuestras factorías. Así que comprenderás el valor de este lugar. Reconozco que no es un planeta muy bonito con ese aspecto seco y gris como el de la escoria del carbón, pero tiene su encanto para nosotros. —dijo el Kuan haciendo girar el trozo de metal.

—El caso es que esto es muy valioso fuera de este planeta, pero para nosotros ahora no nos sirve de nada, así que estoy dispuesto a llenar tu bodega de metales preciosos a cambio de que vuelvas con la lista de la compra.

—Es una oferta tentadora, pero podría considerar que mi vida vale más que eso. —repliqué yo.

—Los contrabandistas sois avariciosos, si no, no os dedicaríais a este trabajo. En este momento creo que eres el único aliado que tengo y estoy dispuesto a cargar tu bodega con metal refinado cada vez que aterrices y descargues mercancías en la superficie del planeta.

—Lo pensaré. No esperes que vuelva corriendo. A estas alturas los glee saben perfectamente que una nave ha aterrizado en el planeta e intentaran interceptarme a la salida, me va a costar abandonar el planeta y no volveré hasta que las cosas se hayan calmado.

—Lo entiendo. De todas maneras con lo que nos has traído, aguantaremos un tiempo sin problemas. Tampoco quiero que te maten, es la única baza que tenemos para aguantar el sitio.

—Está bien. —dije yo— Trato hecho.

—Estupendo. Haré los preparativos. —dijo Kremark frunciendo un poco los finos labios y enseñando unos dientes pequeños y verdosos a modo de sonrisa— ¿Cuándo quieres irte?

—Lo antes posible. No es por ofenderle, pero no soy muy fan de vuestro menú.

Seguimos hablando durante un rato mientras el director me preguntaba sobre la capacidad de carga de la nave y comenzaba a calcular que era lo que podía incluir en la lista. Quedamos en que pagaría el pedido con los metales que llevase en la nave y el resto sería mi beneficio.

No era muy bueno calculando, pero con un poco de suerte podría ganar entre veinticinco y cuarenta mil créditos sin contar con lo que Saget me había pagado.

Durante tres días preparé la nave para el escape. Entre otras cosas, los pantoreses me vendieron y me ayudaron a instalar un generador de singularidades mucho más eficiente a un precio realmente bajo y cargué solo los suministros esenciales, consciente de que para ellos eran valiosísimos.

Mientras tanto, Leoola desapareció sin dejar rastro. Estaba ya casi convencido de que me iba a poder deshacer de ella cuando llegó justo en el momento en el que el director Kremark me daba la lista de suministros y me despedía.

—¿No pensarías irte sin mí? —preguntó ella saludando al director como si fuese ella la dueña del Eudora.

—La verdad es que se me ha pasado por la cabeza. —le respondí mientras la invitaba a entrar en la nave.

Encendí el motor gravitatorio y poco a poco nos separamos del muelle. Activé los sensores viendo como el crucero Glee se acercaba para interceptar mi trayectoria apoyado por las dos corbetas y una cañonera.

—La cosa va a estar un poco jodida para escapar. —dijo ella sentándose y atándose al puesto de copiloto.

—Sería mucho más sencillo si no estuvieses aquí. Contigo presente no puedo acelerar al máximo así que tendré que pasar rápido entre ellos, acelerar tanto como pueda sin matarte y generar un agujero de gusano antes de que desintegren mi escudo.

—Pero si no te has separado suficiente ellos también podrán entrar por el agujero y seguirte donde quiera que vayas. —replicó ella no muy segura de mi táctica.

—Eso es cosa mía. —le dije yo— ¿Eudora, ya has hecho los dos cálculos que te pedí?

—Sí capitán, —respondió la máquina— En cuanto salgamos de la atmósfera generaré la singularidad.

—¿Está vez tampoco tendré pastilla? —preguntó Leoola irritada a ver cómo me tragaba una para prepararme para el salto.

—Tuviste tres días para comprarlas ahí abajo. Ahora relájate y procura no gritar demasiado. —dije apretando los aceleradores hasta las tres gravedades.

El chillido de la mujer atravesó mis tímpanos como un calambrazo. Hice una mueca y me lancé con el escudo al máximo simulando dirigirme hacia el extremo derecho de la formación enemiga.

En el último instante, antes de salir de la influencia del planeta, desplegué las velas y me cole como una exhalación por el centro de la formación haciendo que las corbetas tuviesen que maniobrar para evitar los disparos del crucero. Los impactos hacían que la Eudora se estremeciese, mientras una voz metálica atronaba por encima de los gritos de Leoola conminándome a rendirme y a dejar que los abordase para ser inspeccionados.

Yo les mandé a paseo mientras Eudora completaba la generación del agujero de gusano a unos pocos miles de kilómetros.

Como esperaba, las naves tardaron en maniobrar y ordenarse lo justo para sacarles una ventaja vital.

—Los escudos están al veintiséis por ciento. —dijo la mujer entre grito y grito de dolor—Este trasto no aguantará.

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Un saludo y espero que disfrutéis de ella