Hasta el Quinto Pino y Más Allá. Capítulo 7.

Capítulo 7. Polvo de estrellas. Marco inicia una nueva era en las relaciones intergalácticas.

Capítulo 7: Polvo de Estrellas

La habitación era pequeña y sórdida. El mobiliario era escaso, de un plástico frio y duro al tacto y la cama no era mucho mejor. Pero nada de ello importaba. Ante mí, totalmente desnudo, estaba un ser esbelto de color azul y pelo castaño, más alto que yo.

Me acerqué y observé a Argüil, la  mujer baarana, desde cerca. Su nariz era apenas un esbozo haciendo que su rostro ovalado y delicado de ojos grandes y amarillos y  boca generosa pareciese de dos dimensiones, como si estuviese admirando un cuadro de Modigliani.

Sus orejas estaban ocultas por aquella espesa y áspera melena que parecía que ningún cepillo pudiese domar.

La hembra se quedó parada y esperó tranquilamente sin mostrar asco o deseo, simplemente dejando que admirase sus pechos pequeños su culo respingón y sus caderas estrechas. Todo en ella era esbelto y grácil, salvo su tripa que estaba abultada, como si estuviese embarazada. Eudora me contó más tarde que se debía a que su raza se alimentaba de vegetales y tenían un estomago grande y compartimentado, para poder aprovechar toda la energía de su alimento.

—¿Has estado alguna vez con un humano? —le pregunté.

—¿Acaso importa? —respondió ella con un acento chirriante— Sois vosotros los que tenéis fama de no querer mezclaros con otras razas.

—¿A qué te refieres?

—Pues a ese rollo que os creéis algunos, de que el contacto con otras razas es una especie de tabú que muy pocos os atrevéis a romper.

Había que joderse, se ve que los humanos seguimos siendo estúpidamente humanos hasta en gravedad cero. Entiendo que los primeros que llegaron tuviesen miedo de follarse a sus dioses, pero después de dos mil años, me imaginaba que nuestra mentalidad habría avanzado algo.

—Reconozco que la mayoría somos unos paletos, pero no nos lo tengas en cuenta. Quizás pueda redimir a mi especie haciéndote pasar un buen rato. —dije desnudándome.

La mujer iba a poner los ojos en blanco, pero cuando vio mi miembro empalmado pareció cambiar de opinión.

Me acerqué a ella desnudo y la abracé. Su cuerpo era bastante más fresco que el mío. En cualquier otro momento me hubiese parecido un poco incómodo, pero en el cargado ambiente del local me pareció deliciosamente fresco.

Ella sin embargo sintió mi calor y no pudo evitar apretarse contra mí excitada.

—¡Joder! Si que estás caliente.

—Es por ti, mi amor. —mentí echándole las manos a su culo y estrujándolo con fuerza.

En ese momento me di cuenta de que hacía meses que no echaba un polvo, concretamente desde el día anterior a que saliese de La Tierra. De un empujón la tiré en el catre y acaricié su cuerpo mientras me hacía una idea más exacta de su anatomía. No quería parecer un paleto preguntando dónde tenía el chocho, pero tampoco quería metérsela en la oreja así que me lo tomé con calma y besé y acaricié su cabeza, su largo cuello y el resto de su cuerpo mientras tentaba y exploraba todos sus recovecos con mis dedos, atento a sus reacciones.

Como buena profesional, Argüil se retorció y me ayudó, emitiendo un ligero chasquido cada vez que rozaba un zona especialmente sensible y guiando mi cabeza y mis  manos hasta que dándose la vuelta se puso a gatas, separó sus muslos y me mostró un único y estrecho agujero.

Introduje mi dedo y lo exploré con curiosidad. Su interior era fresco y rugoso y estaba impregnado de una sustancia viscosa que me produjo un ligero cosquilleo en los dedos.

Saqué el dedo y me lo llevé a la nariz con curiosidad, olía una especie de mezcla de menta y fruta pasada. Ella me lo cogió y se lo llevó a la boca. Noté cómo una lengua larga y prensil rodeaba mis dedos y los estrangulaba con fuerza haciendo que todo mi cuerpo se estremeciera.

Sin poder contenerme más, acerqué mi polla a su cloaca y la penetré.

—¡Por los dioses! —exclamó ella al sentir como mi miembro distendía su sexo y lo incendiaba con el calor de mi cuerpo.

Aquel agujero fresco y estrecho se ciñó  al cuerpo de mi polla. Las arrugas de su interior la acariciaban cada vez que la movía, produciéndome un  intenso placer que no fue nada comparado con el que experimenté cuando aquellos pliegues empezaron a moverse estrujando y masajeando mi miembro en todas las direcciones.

Durante unos instantes cerré los ojos y ni siquiera me moví, pero llevado por un loco frenesí la cogí por la melena obligándola a incorporarse y comencé a penetrarla salvajemente mientras acariciaba su torso y su abultado vientre.

Los chasqueos de la baarana se convirtieron en gemidos y comenzó a sudar profusamente. Su sudor era espeso y aromático. Sin dejar de embestirla con saña, acerqué mis labios a su espalda y lo probé. Era extraordinariamente dulce y sabía a fruta y vegetales frescos.

—Nunca había sido tan sincero con una hembra como contigo al decirte que eres deliciosa. —dije separándome para coger aire.

—Veamos a lo que sabes tú. —dijo ella tumbándome de espaldas en la cama.

Estirándose en el lecho, abrió la boca y sacó una lengua fina y larga como la de una mariposa y exploró mi torso. El sabor salado de mi cuerpo también pareció gustarle a ella, que recorrió toda mi piel mientras sonreía y me acariciaba la polla con sus manos.

Poco a poco, su lengua fue bajando hasta mi pubis y se enrolló entorno al tallo de mi pene estrangulándolo como una serpiente antes de metérselo en la boca. De no ser por el frescor de su boca, me hubiese corrido en cuestión de segundos. Escalofríos recorrían mi cuerpo haciendo que la cama temblase y amenazase con desmontarse.

Sin querer correrme todavía, logré separarme al segundo intento. Volví a tumbarla de cara a la cama y colocándome sobre ella la penetré de nuevo mientras apartaba su melena y saboreaba el sudor de su nuca y el principio de su espalda.

La embestí de nuevo con fuerza mientras ella empezaba a mover la musculatura de su cloaca, estrujando y retorciendo mi polla. Sentía que tenía el miembro en una especie de batidora. En ese momento la baarana se estremeció y gritó mordiendo las sábanas con fuerza mientras los estrujones de su sexo se hacían tan bestiales que hicieron que me corriese casi inmediatamente. Argüil, que ya empezaba a recuperarse, al sentir el hirviente calor de mi semilla, volvió a experimentar un nuevo orgasmo más intenso y duradero.

Yo me separé y me dediqué a acariciarla y paladear el sudor que cubría su cuerpo hasta que casi dos minutos después dejó de estremecerse.

—¿Sabes que es una suerte que ningún humano se te haya acercado?— susurré al oído de  la bailarina mientras me dejaba caer agotado sobre las sábanas.

—Ah, ¿Sí?

—Desde luego. Conociendo a los de mi especie, estoy seguro de que te agarrarían entre siete, follándote sin descanso durante horas y haciéndote sudar hasta que estuvieses cubierta con una buena capa de sudor y con ese glaseado meterte en el horno.

—Lo dirás en broma.

—Yo que tú tendría mucho cuidado con quién te acuestas. —le dije socarrón levantándome y recogiendo mi ropa.

La hembra se dio la vuelta y se arrebujó en las sábanas húmedas haciendo un mohín.

—¿Volverás para terminar de comerme? —preguntó ella haciendo un mohín.

—Estaré fuera por cuestión de negocios una temporada. Quizás, cuando vuelva por aquí, nos veamos. —le dije yo haciéndome el duro— Mientras tanto procura divertirte y no pillar ninguna guarrada, me gustan las putas limpias.

—¡No soy ninguna puta! ¡Cerdo! ¡Cabrón! —gritó la baarana lanzándome los cojines.

—Estupendo, otra clienta satisfecha. —dije terminando de vestirme y abandonando la habitación a trompicones.

Fuera, la música y los licores seguían corriendo como si no hubiese un mañana.

—¿Te has divertido? —le interpeló Saget al verme salir.

—Desde luego, tu amiguita es una fiera. —dije yo— Quizás en el próximo negocio que hagamos forme parte del trato.

Saget me miró sin saber si era cierto lo que le decía y volvió a escrutarme con los párpados entrecerrados. Me invitó a otra copa, pero ya era bastante tarde y necesitaba volver a la nave para terminar de ponerla a punto y hacer sitio en la bodega para la carga.

En realidad, estaba tan reventado que lo que hice fue  ir directamente al módulo de descanso y tirarme en el sofá donde quedé inmediatamente sopa.

Eudora me despertó al día siguiente, con el tiempo suficiente para prepararnos para el viaje. La carga llegó cuando estaba terminando de acomodar los nuevos cañones láser en el módulo de armas.

Cuando salí de la nave los hombres de Saget ya se habían ido, dejando el cargamento al lado de la puerta de la bodega. No sabía lo que era, ni me interesaba saberlo, aunque sospechaba que no eran juguetes. Lo cargué con facilidad gracias a la baja gravedad y con la ayuda de Eudora todos los bultos quedaron perfectamente estibados en cuestión de un par de horas.

Tras pagar las tasas de amarre a uno de los funcionarios que pululaba por los muelles, encendí el motor gravitatorio y los generadores, dispuesto a llevar a cabo mi primera misión como contrabandista.

Me separé del muelle y arrellanado en el puesto del capitán, presioné los aceleradores hasta conseguir una gravedad y media. En ese momento un grito agudo casi me tiró del asiento.

Esta nueva serie  consta de 24 capítulos. Publicaré uno  a la semana. Si no queréis esperar o deseáis tenerla en un formato más cómodo, podéis obtenerla en el siguiente enlace de Amazón:

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Un saludo y espero que disfrutéis de ella