Hasta el Quinto Pino y Más Allá. Capítulo 6.

Marco descubre la razòn de que haya humanos por toda la galaxia y hace otro trato con Saget.

Capitulo 6: Deux Ex Machina

Lo que más me intrigaba desde que había llegado allí era cómo demonios habían llegado seres humanos tan lejos. Lo primero que se me ocurrió era que las historias de OVNIS y abducciones eran ciertas. Lo único que me faltaba por oír era que las historias de esos chalados eran ciertas. Me di un descanso entre herramientas y le pedí a Eudora que intentase averiguar algo en los archivos de la Federación Kuan.

No había mucho material, pero lo que averigüé resultó entre divertido y desconcertante. Al parecer hace unos tres mil años surgió un pequeño imperio. No eran más que tres sistemas, pero estaba regido por un Krava que era todo ambición y avaricia. Parece ser que se adentró en un brazo de la galaxia que había sido declarado reserva por albergar al menos seis razas de seres inteligentes, aunque no tanto como para salir de sus planetas.

Aquel Gran Emperador, como le gustaba hacerse llamar, entró en esa zona vedada en secreto, inspeccionó entre otros planetas La Tierra e inmediatamente vio nuestro potencial. Los terráqueos eran fuertes, muy inteligentes, ya que habían alcanzado un nivel de civilización impresionante para apenas llevar unos pocos cientos de miles de  años en el planeta y sobre todo eran tremendamente agresivos y belicosos.

Durante cierto tiempo solo se dedicaron a observar, pero luego se fijaron en una civilización en concreto. Eran bastante avanzados para su tiempo, pero lo que más le gustó era su amor por la guerra.

Aquel tipejo se dio cuenta de que si los equipaba adecuadamente,  podía formar un ejército formidable con aquella gente. Sin ningún escrúpulo, envió a unos cuantos asesores militares que se hicieron pasar por dioses crueles y vengativos. Los griegos se tragaron el cuento y acataron sus órdenes. Los nuevos "dioses" se dedicaron a fomentar las guerras entre las distintas ciudades y durante casi dos siglos se dedicaron a recoger los heridos del campo de batalla, curarles de sus heridas y elevarlos al cielo como héroes.

El problema fue que sus viajes a la zona prohibida no pasaron desapercibidos a una de las confederaciones vecinas y antes de que el emperador pudiera terminar de formar su ejército lo atacaron. Los humanos le defendieron ferozmente, pero solo eran mercenarios así que cuando la nave del Gran Emperador fue destruida se rindieron.

Y ahí empezó un jaleo mayor. ¿Qué diablos iban a hacer los vencedores con aquella gente? En teoría no habían alcanzado las estrellas por sí mismos y tampoco los podían devolver con todo lo que sabían. Durante décadas se debatió que hacer con ellos mientras eran confinados en Currank un planeta helado en el Sistema N-Six. Finalmente los humanos se cansaron. Se amotinaron, acabaron con sus carceleros y asaltaron todas las naves de abastecimiento que llegaban al planeta dispersándose por toda la galaxia. Antes de que los chupatintas decidiesen que hacer, los humanos les habían resuelto el problema, se habían dispersado por toda la galaxia.

Algunos de ellos intentaron volver a La Tierra, pero la misión que les había sacado de su mundo era evidentemente secreta y todos los archivos fueron borrados antes la caída de aquel insignificante imperio y ninguno encontró el camino de vuelta (eso, evidentemente, solo lo sé yo. Creo que recordaría si Aquiles o Menelao hubiesen vuelto a La Tierra en una nave espacial en los últimos tres mil años).

Evidentemente el resto es historia. Unos pocos humanos se quedaron en aquel planeta helado y el resto lo consideran su planeta de origen. Al parecer viven de la minería y del turismo. El resto se esparció por la galaxia formando regimientos de mercenarios muy apreciados por los estados en problemas.

Es curioso, pero  somos casi la única especie que se preocupa por su origen y muchos, si tienen la oportunidad, visitan aquella bola de hielo intentando descubrir algo sobre de dónde vienen, a dónde van... esas cosas.

Podía entender a toda esa gente. Eran una especie de náufragos, que sabían que jamás volverían a sus hogares y no podían evitar pensar que en aquel lugar podrían encontrar una pista que los llevase de nuevo a casa. Podía entenderles, aunque yo no me sentía igual. Si supiesen en que se había convertido su mundo, probablemente no les quedarían muchas ganas de volver.

En estos dos milenios mi especie se adaptó al espacio. Ahora eran una especie más en la galaxia, con sus peculiaridades ya que no tenían ningún estado y salvo excepciones como la de Leoola, no les gustaba mezclarse con el resto de las especies de la galaxia, formando grupos muy cerrados, pero por lo demás tenían los mismos derechos que el resto de los habitantes de la galaxia. Ahora La Tierra les resultaría atrasada, pesada y estrecha como una jaula. No sabían la suerte que tenían.

Desde aquel día he tenido la oportunidad de seguir investigando sobre la localización de La Tierra sin ningún éxito,  pero la verdad es que poco me importa. No echo de menos mi casa casi nunca y, cuando lo hago, bastan un par de tragos del Whisky de Saget para quitarme las ganas. Después de trescientos cincuenta años de tener la receta empieza a salirle decente.

Me pasé  tres días trabajando como un desgraciado antes de que el rancor se presentase con un deslizador cargado hasta los topes con todas mis piezas.

—¿Está todo? —pregunté deslizándome desde el techo de la nave hasta el suelo con un grácil salto, que en mi planeta hubiese acabado con una docena de huesos rotos, pero que con la gravedad de aquella patata fue de lo más sencillo.

—Hola a ti también, Marco —respondió el mafioso indicando por señas a dos de sus matones que empezasen a descargar el vehículo— ¿Dónde está mi licor?

Lo que en La Tierra no hubiese podido ni mover, en aquel pequeño satélite resultó pesar lo que un par de cajas de leche. Cogí el fardo que ya había preparado con las cajas de Whisky, las semillas y unas libretas con la información que había sacado de los archivos de Eudora para elaborar el licor, y levantándolo sin esfuerzo lo saqué hasta el muelle.

Saget me observó con los ojos entrecerrados, pero no dijo nada. En cuanto posé el cargamento me acerqué al montón de piezas y las revisé. Parecía estar todo y salvo por dos, que obviamente eran de segunda mano, el resto aun estaban en sus embalajes.

Cuando vi cómo los dos secuaces del mafioso levantaban resoplando el Whisky entendí porque me miraba así aquel tipo. La mayoría de esa gente estaba habituada a la baja gravedad y yo les debía parecer una especie de Hércules.

Saget saltó del vehículo apoyándose en cuatro patas largas y delgadas como alfileres y me alargó un saquito en el que estaban mis cuatro mil créditos.

—¿No vas a contarlo? —pregunto él.

—Me fio de ti, además si falta algo sé dónde encontrarte.—respondí mostrando todos mis dientes al sonreír.

—Es una nave extraña. —dijo el rancor acariciando el suave casco— Nunca había visto ninguna así. ¿De dónde la has sacado?

—La gané en una partida de Hull. Le pregunté a su antiguo dueño por su origen, pero en vez de responderme intentó rajarme. Así que no insistí.

—Si es tan discreta como dices, quizás tenga trabajo para ti muy pronto. —me tanteó Saget.

—Aun estaré cerca de una semana ocupado en su mantenimiento, pero si puedes esperar y el precio es justo...

—Ya hablaremos. Mientras tanto puedes visitar mi garito, —dijo alargándome una tarjeta plástica.

—¿Habrá whisky? —pregunté con curiosidad.

—Ni de coña, ese licor es demasiado bueno para malgastarlo con esta ralea. Hasta que no pueda producirlo, esto es solo para mí. —dijo el Rancor poniendo un brazo protector sobre el fardo.

—Feliz melopea, amigo. —dije levantando la tarjeta a la vez que despedía el deslizador.

Estuve hurgando en la nave durante otros cinco días más. Retiré el ineficaz generador de gas e instalé un generador de fusión  lo suficientemente potente como para mantener un escudo y producir un agujero de gusano a la vez si fuese necesario. También añadí algunas armas láser aunque mi primera opción fuese siempre escabullirme. Para ello el grafeno parecía ser un descubrimiento afortunado. Según Eudora era un aislante tan bueno que prácticamente no dejaba escapar microondas ni radiación electromagnética alguna de forma que si apagábamos el generador principal y solo usaba las baterías para mantener los sistemas esenciales conectados y las velas para maniobrar, podía mantenerme virtualmente invisible a los sensores de las naves enemigas.

También le di un retoque a la computadora de forma que aumentase su capacidad de computación y su memoria y disminuyese su consumo. Además mejoré los sensores, las cámaras y puse unas luces de navegación estándar para que Eudora no llamase tanto la atención.

No me olvidé de renovar todo el modulo médico y esta vez sí lo equipé con lo mejor que pude encontrar. En cuanto lo tuve instalado me conecté a él para hacerme un chequeo general.

La verdad es que siglos de desarrollo tecnológico han hecho de la medicina una ciencia exacta. Aquella portentosa máquina analizo mi ADN, reparó todo los fallos, eliminó todos mis problemas de salud y mi sobrepeso y desde entonces me ha mantenido todos estos años en excelentes condiciones, impidiendo que envejezca un solo día más.

En cuanto a las armas, estuve a punto de desmontar las que llevaba y sustituirlas por armas láser, pero aun no sabía qué efecto tendrían sobre los escudos. Por mucho que busqué entre los archivos de la estación, no encontré mención a las armas de pólvora ni al posible efecto sobre los escudos de energía, así que preferí tener una combinación de ambas.

Cuando terminé, el aspecto de Eudora no había cambiado demasiado excepto por la una fea protuberancia que escondía el generador de agujeros de gusano en el morro. La miré con orgullo, un poco admirado de que hubiese podido seguir las instrucciones que me dio Eudora al pie de la letra y hubiese conseguido acabar el trabajo yo solo.

Hice las últimas comprobaciones y tras asegurarme de que todo iba a las mil maravillas decidí que me merecía un homenaje. Busqué la tarjeta que me había dado Saget y le pedí a Eudora que me guiase hasta allí.

La Cueva de los Ladrones hacía honor a su nombre. Por fuera era una cabaña más, con estructura y tejado de algún tipo de plástico, pero tras la puerta, unas escaleras te adentraban en una  gran estancia excavada en la roca. El interior era cálido y húmedo y el olor del sudor de todas las razas del espacio le daba un aire exótico. Una música fea de cojones, a medio camino entre el theremín y estrangular a un gato, aturdía mis oídos e invitaba a los presentes a bailar con movimientos espasmódicos.

Corriendo, me dirigí entre la masa de gente a la barra para conseguir  un lubricante que suavizara el rechinar de mis dientes. Pedí el mejor licor de la casa y entendí porque Saget quería quedarse todo el Whisky para él. Aquella mierda podía gustarle mucho a alguna raza de la galaxia, pero si lo hubiesen servido en el peor antro de la tierra, el camarero hubiese acabado despellejado.

Le di las gracias al camarero e intenté pagar, pero me dijo que estaba invitado y señaló a un reservado, al fondo del local, donde Saget levantó una de sus pinzas para saludarme.

—Hola, Marco. ¿Por cierto, que tipo de nombre es ese?

—Hola, ni idea. Creo que fue la última broma de mi madre antes de abandonarme. —mentí.

—¿Te gusta mi local?

—La música es horrible, el licor una mierda, pero las chicas no están mal. —dije mirando a una baarana de un suave color azul y una enorme chin gam que bailaban semidesnudas dentro de una jaula.

—Son bonitas,  ¿verdad? —comentó el mafioso— Me encanta ver como se mueven y las baarana tienen un chocho que es como un agujero negro, te chupan hasta los pensamientos.

Dejamos de hablar y nos dedicamos a observar a las dos bailarinas retorcerse mientras el resto de la gente las miraba y bebía. Después de dos chupitos de aquel infame licor, la música ya no era tan atroz.

La canción terminó y las dos hembras fueron sustituidas por otras dos, una de ellas llamó inmediatamente mi atención. Leoola se subió a la jaula de mala gana y dejando que cayese el albornoz que llevaba, al suelo, comenzó a bailar, solo vestida con unas pequeñas braguitas y una serie de finas cadenillas que partiendo del cuello recorrían todo su torso. Admiré su piel pálida y su figura esbelta con los pechos pequeños y redondos y los pezones asomando rosados, enhiestos y juguetones entre las cadenillas.

—No lo puede evitar. —dijo Saget satisfecho— Le encanta meterse en líos. Ahora me debe doscientos créditos y hemos llegado a un arreglillo.

—Ya veo que siempre te las apañas para sacar beneficio de todo. —dije yo siguiendo el movimiento de los pezones de Leoola.

—Hablando de beneficios, ¿Has terminado tus reparaciones? —preguntó Saget.

—Sí, ya estoy listo para marchar.

—Quizás te interese un trabajito. Tengo unos suministros pendientes de envió al sistema Opaart.

—Mmm ¿No es eso zona de guerra? —pregunté yo mientras Eudora me apuntaba todo lo que debía saber de la situación de la zona— No lo tienes pendiente, más bien no encuentras a nadie los suficientemente loco para ir allí.

—Sí, bueno. Es sistema está bajo un bloqueo del Imperio  Glee. Ha habido algunas escaramuzas, pero nada demasiado serio.  Además si tanto confías en tu carguero, no tendrás problema. —dijo Saget.

—¿Qué es lo que tengo que llevar?

—¿Acaso importa?

—No, si pagas lo suficiente.

—Ochocientos ahora y otros mil cuando tenga la confirmación del envío.

—Si es al revés, trato hecho. —dije con una sonrisa.

—Perfecto. Mañana te haré llegar el cargamento. —dijo poniendo los mil créditos en mi mano.

Una vez terminamos de negociar, el ambiente se distendió y pude echar un vistazo a mi alrededor. Había un montón de gente de varias razas, pero ningún kuan, eso llamó mi atención y no pude evitar apuntárselo a Saget.

—Tienes razón. A los kuan les gusta alardear de que tienen un estado multirracial y multicultural, pero en realidad ellos controlan el dinero y el poder y no les gusta mezclarse con el resto de las especies de la galaxia. Son un poco snobs, pero no son malos tipos cuando los conoces y sabes qué es lo que quieren.

Yo le miré, pero no dije nada. Estaba tratando de decidir si aquel rancor me contaba la verdad o solo la estaba maquillando para que yo me la tragara.

—No me mires así. —dijo él— Sé perfectamente que esto no es el edén, pero si los comparas con los Glee, que apenas aceptan a nadie que no sea de su especie, los kuan son la viva imagen de la libertad y la igualdad.

Yo asentí, pero no respondí nada.

— No me imaginaba que eras de los que trabajan para el bando que le cae más simpático.

—No es eso, pero cuando emprendo un negocio  me gusta tener la máxima información posible, eso suele evitar muchos problemas. Si realmente me importase la justicia no habría aceptado el trabajo antes de preguntar.

—Una actitud inteligente, te permitirá vivir más. Pero dejemos de hablar de negocios. ¿Qué te parece si le digo a  Leoola que  te acompañe a una de las habitaciones que tengo detrás?

—Si no te importa, prefiero la de la piel azul, tiene buena pinta, y parece que sabe moverse. —dije yo guiñando un ojo a la baarana que estaba descansando entre bailes y tomando algo en la barra.

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Un saludo y espero que disfrutéis de ella