Hasta el Quinto Pino y Más Allá. Capítulo 5.
Capítulo 5. Sorpresa. Explorando la estación espacial Marco se lleva una sorpresa.
Capítulo 5: Sorpresa
Procurando que no se me cayese la mandíbula por el pasmo, pasé por delante de una garita dónde una especie de tortuga ninja sin caparazón, que más tarde me enteré que era un arkelión, me observaba despectiva con el arma colgada del hombro y me dirigí por una amplia avenida a lo que parecía ser una ciudad de mediano tamaño, echa de edificios endebles y desordenados, bajo la enorme cúpula que los mantenía asilados del vacío exterior.
Me sentía como si me hubiese lanzado varios siglos adelante en el tiempo o dentro de una novela de ciencia ficción. A pesar de que intentaba controlarme, mis ojos se iban para todos los lados intentando grabar cada detalle en mi memoria. Alienígenas, pequeños bichos que se escurrían entre los edificios, hasta los objetos de uso cotidiano llamaban mi atención. Luego miraba al cielo y el campo de fuerza era tan etéreo que parecía que nada nos separaba del espacio exterior.
Mire de nuevo hacia arriba, hacia la inmensidad de estrellas que cubrían el horizonte, preguntándome cuál sería el Sol y si volvería a verla alguna vez.
A los pocos cientos de metros, la avenida se habría a una gran plaza con un gran edificio de piedra que tenía pinta de ser la sede administrativa y de gobierno y era la única zona de la ciudad que parecía haber sido planificada. El tercio de la superficie de la plaza, justo frente al edificio, estaba limpia y libre de obstáculos, pero los dos tercios restantes estaban ocupados por un bullicioso mercado. Los puestos se apretaban como chinches al calor de un sobaco, llenando el ambiente de gritos y olores. Había todo tipo de mercancías y personajes, tunguks, cíclopes de los Anillos, arkeliones, baandas... Procuraba mirar todo sin parecer un puto provinciano paleto y buscando al personaje adecuado, el típico listillo que medra en ese tipo de lugares, vendiendo información y haciendo todo tipo de recados y trabajillos con tal de que le proporcionasen dinero a cambio de poco esfuerzo y no demasiado riesgo.
Y en ese momento la vi, y esta vez no pude contener mi asombro. Me recordaba a una jugadora de voleibol, pero más esbelta con los miembros más finos y largos y las caderas mucho menos pronunciadas, pero indudablemente era humana.
—Qué pasa, enano, ¿Tengo monos en la cara? —dijo la mujer acercándose y echando una mano a la cadera donde descansaba ostensiblemente una pistolera.
Fue entonces cuando me di cuenta de que había salido desarmado de la nave y me había internado en un lugar probablemente plagado de contrabandistas y asesinos. Mientras pensaba que era un jodido idiota, levanté la vista hacia la mujer y murmuré una disculpa.
—Lo siento, pero no esperaba...
—No sé lo que no esperabas, pero lo que yo espero es que te apartes de mi camino y dejes de mirarme como si acabases de ver la aparición de tu abuela.
—Lo siento, de verdad. —me volví a disculpar—solo es que es la primera vez que estoy aquí y estaba buscando a alguien que me pudiese orientar un poco.
—¿Qué es lo que necesitas? —preguntó la mujer sin dejar de mirarme con suspicacia.
—Busco el mejor garito de la ciudad. No el mejor para ti o para cualquiera de estos. Al que van los funcionarios kuan, los que cortan el bacalao en este pedrusco. ¿Sabes si hay un lugar así?
—Claro, pero te costará diez créditos.
—Uf... Ahora mismo ando corto de liquidez, pero quizás tenga algo que te pueda interesar. —dije sacando una botella de Whisky.
—¿Que coños es esto? —preguntó la mujer abriendo el recipiente y olfateándolo con prevención.
—Adelante, pruébalo. Si te gusta te daré otro par de botellas cuando me hayas llevado hasta ese garito.
La desconocida pegó un corto trago y sus pupilas se dilataron. Me miró con una mezcla de admiración y avaricia y sin respirar echó dos tragos que hasta a mí me hubiesen cortado el aliento.
—¡Joooder! —exclamó— ¿De dónde has sacado esto?
—Si te lo contase no me creerías.
—Me da igual si lo has conseguido destilando excrementos de tandor, no había probado nada parecido en mi vida. Ese sabor que te queda en la boca tras echar un trago, ¡Qué profundo! ¿Es esto lo que le quieres vender a esos estirados?
—¿Estirados?
—Sí, se creen los dueños del lugar, pero el verdadero dueño es Saget, él es el que controla todo el tráfico, legal e ilegal y dirige la estación a base de sobornos y amenazas. Además tiene un garito. Si lo que quieres vender es esto, nadie te pagará mejor que él.
Sin esperar mi respuesta, me hizo una seña y se escurrió entre la multitud, seguida a duras penas por mis aun vacilantes pasos. Admiré la forma en que se movía, internándose entre el gentío como el agua por las grietas de una roca con elegancia y seguridad a pesar de la baja gravedad. Yo la seguía a trompicones, empujando, tropezando y rezando para no cabrear a nadie lo suficiente para que intentase desintegrarme o no pegar un salto demasiado fuerte que me pusiese en órbita.
Cuando salimos de la plaza, la multitud se fue dispersando y pude por fin ponerme a su altura. Susurrando a Eudora que escanease la ruta que estaba siguiendo, dejé que Leoola, que era como se llamaba mi nueva amiga, me guiase a través de un dédalo de callejuelas estrechas y pringosas.
Hacía tiempo que había perdido el sentido de la orientación cuando empezamos a subir por una pendiente. Pronto el olor a sobaco y a comida rancia se hizo más tolerable hasta que llegamos a unos muros de metal o plástico oscuros y de unos diez metros de alto.
Pensé que cualquiera podía saltarlos con facilidad dada la baja gravedad del planetoide, pero me imaginé que eran para evitar miradas indiscretas, más que para espantar intrusos.
Recorrimos el perímetro unos cien metros hasta que llegamos a una puerta donde había un intercomunicador.
—Hola, Hazer. Traigo algo que le puede interesar a tu jefe.
—¿De veras? ¿Al fin traes el dinero que nos debes? ¿Y quién es ese enano? ¿Tu nuevo novio?—preguntó el tunguk con una sonrisa socarrona desde la pantalla.
—Anda, abre, cuando vea lo que le traigo se olvidará de esos miserables créditos.
El tipo rio en la pantalla, pero finalmente abrió y nos dejó pasar al jardín. Seguimos el sendero que llevaba a una enorme mansión. Yo miraba a mi alrededor, con la boca abierta, aquellas plantas exóticas, incapaz de imaginar cómo se las habían arreglado para hacer crecer aquello en un aquel pedrusco frío y reseco.
La casa era el segundo y último edificio de piedra de aquella ciudad. No era tan grande como el edificio gubernamental, pero tenía mucho más estilo. Lo más parecido que se me antojaba era un palacio de Gaudí que había visto una vez en León. Altos y estrechos ventanales, columnas retorcidas y esbeltos torreones que parecían querer atravesar la cúpula que protegía la cargada atmósfera del satélite.
En cuanto atravesamos la puerta, Hazer, un tunguk delgado, con aspecto de lagartija nos registró con sus seis brazos. Apenas me dio tiempo a protestar y ya había un sapo grande empujándonos por el enorme recibidor hacia una puerta que había a la derecha. El Despacho de Saget era gigantesco, tan grande como delgado era su ocupante.
Era un rancor, ahora sé que son una de las razas más peligrosas de la galaxia, con unos reflejos y una astucia legendarias, pero a mí me recordó a un langostino mantis con aquellos ojos saltones y facetados y esos miembros largos y ganchudos que agitaba con movimientos nerviosos.
—Hola, Leoola. ¿Traes mi dinero? —preguntó el rancor sin ceremonias.
—No, te traigo algo mucho mejor. —dijo ella posando la botella abierta sobre el escritorio.
Saget sacó un vaso de un cajón y dejó que la mujer le sirviera una generosa medida. Saget lo olisqueó y enseguida abrió los parpados haciendo que sus ojos pareciesen aun más grandes. Probó una pizca de licor y lo saboreó unos instantes. Levantó el vaso hacía la luz blanca del mortecino sol que se colaba por el ventanal y contemplo el color ambarino y limpio de la bebida. A continuación apuró la copa de un solo trago.
—Es bueno, ¿Eh? —dijo la mujer ansiosa— Este gilipollas se lo quería vender a los kuan y yo le he dicho que tú se lo pagarías mejor. ¿Verdad que esto vale saldar mi deuda?
—Me debes trescientos créditos. Leoola. Te tengo dicho que si no tienes dinero no deberías jugar. De todas maneras valoro tu lealtad y por eso reduzco tu deuda a la mitad y no te cobraré intereses si me devuelves el resto en menos de una semana.
Leoola le miró. Hasta yo pude ver la cara de frustración, pero la mujer sabía que aquel rancor no era alguien con quien se pudiese negociar, así que se metió la mano por la cinturilla del astroso pantalón de piel y sacó unas piezas de metal negro, las contó y se las entregó enfurruñada.
—¡Vaya! Leoola, eres una caja de sorpresas. —dijo Saget frunciendo sus secos labios entre divertido y desilusionado— Esperaba tenerte un tiempo más cogida por el cuello. Me gusta tener tus talentos siempre a mano.
—Lo sé, pero no soy la esclava de nadie y ahora no te debo nada.
Yo escuché la conversación, intentando mantener un rostro impasible, como si estuviese acostumbrado a tratar con sapos y crustáceos todos los días. Se suponía que era un contrabandista.
—¿Y tú quién eres? Nunca había conocido a nadie con un acento tan horrible—dijo volviéndose hacia mí— ¿Y de dónde has sacado esto? —añadió sin poder evitar que trasluciese la impresión que le había producido el bebedizo.
Afortunadamente esperaba la pregunta y había inventado una historia para justificarme. No era gran cosa, pero con la ayuda de Eudora había conseguido información suficiente para que por lo menos no cayese en incongruencias.
—Marco Pozo, es un placer conocerle, señor Saget. —dije yo respetuosamente— Tiene una casa preciosa...
—Y mucho trabajo que hacer. —me interrumpió él— Así que vamos al grano. ¿De cuánto de este licor dispones?
—Unas diez cajas, en total 120 botellas —le mentí ya que deseaba quedarme un par de cajas para mí.
—¿Y se puede saber de dónde lo has sacado?
—Verá, es una historia un poco larga y si es verdad que tiene prisa, podemos acordar un precio y seguir cada uno nuestro camino.
—Tengo prisa, pero no tanta. Adelante.
—Bueno trataré de ser lo más escueto posible. Estaba al otro lado del estado Kronn, cerca de la Nebulosa del Margen...
—Eso es terreno vedado. Solo los muy locos o los muy tontos desafían las patrullas de los Kronn. —me interrumpió Saget incrédulo.
—Por eso es tan interesante. Siempre hay escaramuzas y cuando una patrulla le da las del pulpo a un loco o un idiota no se queda a inspeccionar los pedazos de chatarra humeante.
—Y ¿Cómo es que a ti no te preocupan las patrullas?
—Un mago nunca descubre sus trucos. —dije guiñando un ojo antes de continuar la historia— El caso es que estaba barriendo un sector a un par de meses luz del centro de la nebulosa cuando detecté los destellos de una batalla. Dirigí mi nave hacia allí y cuando llegué encontré una pequeña nave AR de carga partida por la mitad. La parte de popa y el generador de singularidades estaban destrozados. Abordé los restos y encontré en el centro una sala casi intacta. En ella había un ser de una raza que nunca había visto, encadenado al mamparo y a su lado las cajas de licor.
—¿Conseguiste hablar con él?
—Estaba bastante mal, pero pude hablar con él antes de que expirase. —mentí poniendo cara de circunstancias— Al parecer venía de algún lugar del otro lado de la nebulosa y le habían secuestrado de la superficie del planeta los dueños de la nave, junto con el cargamento de ese licor que transportaba. Me contó que producía ese licor en su planeta. La civilización a la que pertenecía, al parecer, no tenía capacidad para salir del planeta así que entre lo aterrado que estaba y que casi no hablaba el común no pude sacarle mucho más.
—Bien. —dijo aquella sabandija juntando sus ojos en una expresión que debía ser como fruncir el ceño— Creo que me has salpimentado una sarta de mentiras con unos ligeros toques de verdad. Pero no me importa. Tarde o temprano me enteraré de qué es lo que pretendes.
—Por ahora solo quiero sanear mi situación económica. —le dije con una sonrisa— ¿Te interesa la mercancía o se la vendo a otro?
—Todo depende el precio. —respondió el contrabandista cerrando los párpados hasta que los ojos se convirtieron en dos finas rendijas.
—Tienes que tener en cuenta que es una mercancía única e insustituible. Probablemente pasara mucho tiempo antes de que le puedas echar mano otra vez a algo semejante.
—Está bien, déjate de rodeos y dime lo que quieres, sabandija.
—Quiero todos los cacharros de esta lista en el amarre de mi nave lo antes posible y además cinco mil créditos.
No tenía ni idea de si había pedido mucho o poco. Según me había indicado Eudora una nave interestelar pequeña costaba alrededor de cuarenta mil y no tenía ni idea de cuánto costaban todas las piezas de la lista, aunque para un mafioso como aquel no le resultaría difícil conseguirlas a precio de saldo.
—Es una lista larga. —replicó— No solo es lo que cuestan las piezas, también es el tiempo que me va a costar encontrarlas...
—Venga Saget, ahora me vienes con esas. Estoy seguro de que no se mueve por aquí ni un tornillo sin que tú te enteres.
—La verdad es que no es un material muy difícil de conseguir, pero cinco mil créditos es demasiado por tan poca mercancía.
—¿No me digas que el gran Saget anda corto de liquidez?
—Acabas de ver cómo ni siquiera puedo cobrar mis deudas. —dijo señalando a Leoola— Te consigo las piezas, pero no puedo darte más de mil quinientos.
—No me insultes, por favor. Eso es una miseria. No pienso aceptar menos de cuatro mil doscientos.
—Con ese dinero podría comprarme la mitad de los bares de la galaxia. —refunfuño Saget— No subiré de dos mil.
—No es una gran oferta, pero yo te voy a hacer una que no vas a poder rechazar. Con las cajas de whisky, había un contenedor con unos cincuenta kilos de semillas, unas instrucciones para cultivarlas y la descripción detallada del proceso de destilación.
El tipo me miró de nuevo, con los ojos entrecerrados, probablemente intentando averiguar si le estaba timando.
—No me mires así. A mí no me sirven de nada esas cosas y tú tienes recursos para comprar un planeta por ahí perdido y montar una factoría. Sabes que si puedes reproducir el proceso, aunque solo sea aceptablemente, te forras. Te estoy ofreciendo un beneficio potencial de millones, y solo a cambio de cuatro mil míseros créditos.
—Veo que lo tenías todo planeado. Está bien, pero si resulta que me mientes, tu pellejo decorara el suelo de mi despacho.
—No te preocupes, Saget. Estoy convencido de que este va a ser el principio de una larga y lucrativa relación para ambos.
—Eso espero.
—Ya tengo tu paquete embalado. Cuando vengas con las piezas y el dinero podrás llevártelo. Amarre 3 K.
Saget apuntó algo en un libro y cogiendo la lista comenzó a estudiarla mientras nos despedía con un gesto.
Una vez fuera del recinto, yo estaba contento, pero Leoola no cabía en sí de gozo con sus dos botellas de whisky y libre de deudas. Sus grandes ojos grisáceos brillaban y parecía bailar con cada paso. Se notaba que la deuda que acababa de saldar había pesado bastante en su ánimo.
—¿Ahora qué? —preguntó ella cuando llegamos a la plaza del mercado.
—Solo tienes que decirme dónde puedo encontrar alguien que quiera comprarme la botella que me queda.
—Yo puedo ofrecerte setenta y cinco créditos. —dijo ella con una sonrisa que pretendía parecer inocente.
—Sí y así venderla tu por trescientos. Acabo vender ciento veinte por una fortuna.
—Está bien, te doy ciento ochenta. Algo tengo que sacarle.
—Muy bien, trato hecho. —dije yo calculando que me llegaría para pagar la tasa del amarre y aun me sobraría para darme algún capricho.
Saco el dinero del interior de su pantalón. Cuando me lo dio, el metal estaba caliente y ligeramente húmedo. Lo cogí con una sonrisa y lo olfateé con una mueca lasciva.
—Solo por aspirar este aroma, hubiese aceptado ciento cuarenta.
—Si me devuelves treinta me los paso por el chocho y te los devuelvo. —dijo ella con una mirada de desprecio.
La botella desapareció dentro del raído chaleco de Leoola y nos metimos en el mercado, paseando entre los tenderetes. Yo trataba de ocultar mi curiosidad con una mirada de desdén.
—Todavía no me has dicho de dónde eres. Jamás había oído un nombre como el tuyo y tu acento no lo ubico. Además esa facha y esa forma de moverte, como si nunca hubieses estado en baja gravedad me tiene un poco despistada.
—Algún día te contaré mi historia, de momento no te conozco lo suficiente. Ya nos veremos. —dije alejándome en dirección a los muelles.
—Si me necesitas, ando siempre por aquí. —dijo ella con un grito para poder hacerse oír entre la multitud.
Cuando llegué a la nave, Eudora ya había empezado a construir las piezas para la carcasa de los generadores para conseguir energía para el escudo y los agujeros de gusano. Me dio una serie de instrucciones para comenzar a abrir un agujero en la proa del casco y me puse manos a la obra.
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Un saludo y espero que disfrutéis de ella