Hasta el Quinto Pino y Más Allá. Capítulo 3.

Capítulo 3. El incidente. Nuestro protagonista se da un garbeo por el sistema solar hasta que se mete en un lío.

Capítulo 3: El Incidente

Con un suspiro me aparté de la ventana. Tras ver pasar la estación espacial una vez más, le dije a Eudora que fijase rumbo hacia la luna. Para empezar a probar mi nave recorrería el sistema solar. Manteniendo una aceleración de una gravedad podría atravesar el sistema solar hasta la nube de Oort en cuestión de semanas, pero antes me daría un paseo por algunos de los planetas del sistema solar, a ver que me encontraba.

Lo primero que tengo que decir es que los americanos llegaron realmente a la luna. Me cuesta reconocerlo, pero en el fondo deseaba que todo hubiese sido una impostura y ser el primer hombre en llegar al satélite. Desde pocos kilómetros de distancia tome varias fotos de la banderita de las barras y las estrellas y me largué, habiendo tantos lugares por explorar, no me interesaba ser el segundo en nada. Dejé Mercurio y Venus, uno estaba demasiado cerca del sol y el otro podía derretir mi nave con su atmósfera de ácido sulfúrico, así que me dirigí a Marte para probar mi lanzadera.

Podía aterrizar con la nave, no sería demasiado difícil encontrar una zona llana y despejada en el planeta. Pero ya había probado que podía hacerlo y preferí utilizar la lanzadera allí para tener algo de margen por si algo iba mal.

Marte sí que me impresionó con aquel rojo terroso y los gigantescos volcanes que, desde un poco más de cerca, parecían aun más grandes. Orbité unas decenas de veces en torno al planeta y me preparé para ser el primer hombre en pisarlo.

La lanzadera era el trasto del que Arkadi estaba más orgulloso. Miniaturizar el motor gravitatorio había sido todo un logro. Básicamente, era una caja de grafeno y seda de araña con un par de asientos, un enlace con Eudora, un mando y un compartimento para la carga en el que había el chasis de un Tesla model X preparado con unas enormes ruedas todoterreno, una pequeña impresora 3D  y un compartimento presurizado. El resto del espacio estaba vacío y en él se podían ver los anclajes para asegurar distintas cargas desde un par de contenedores de tamaño estándar hasta asientos para veinte pasajeros.

Me desenganché de la nave mientras le decía a Eudora que mantuviese la posición. En ese momento me di cuenta de que todavía no había inspeccionado mi nave desde el exterior. Me aparté unos doscientos metros y  recorrí toda su longitud. Era como dos transatlánticos de largo, toda llena de protuberancias suavizadas por la cobertura de grafeno del casco. El color del grafeno era de un negro tan profundo que era difícil distinguirla del espacio circundante, de no ser por las luces de navegación que delataba sus perfiles suaves y sin aristas no hubiese estado seguro de poder encontrarla a la vuelta.

—Eudora.

—¿Si, capitán?

—Me acabo de dar cuenta de que la nave aun no tiene nombre.

—¿Quiere que le sugiera alguno? —preguntó la computadora.

—No, la verdad es que ya lo tengo. Debería de llamarse como tú. En realidad eres el corazón de la nave. Sin ti, esto solo sería un enorme pedazo de chatarra.

—Me siento honrada.

No pude evitar sonreír. Estaba orgulloso de aquella máquina. Cuando la planifiqué, esperaba que aprendiese y me hiciese compañía con su conversación, pero Eudora me sorprendió con su intuición, hasta el punto de que no sabía que era más valioso, si la nave o la computadora en sí.

Me despedí educadamente y dirigí la lanzadera hacia la superficie marciana. Poco a poco el planeta fue creciendo hasta que ocupó todo el horizonte. No sabía muy bien dónde aterrizar hasta que se me ocurrió algo. Le pregunté a Eudora dónde estaba la Curiosity y le dije que trazara un rumbo hasta ella.

Aterricé con la lanzadera a trescientos metros de ella y me puse el traje de exploración de última generación que había encargado a la NASA con la excusa de hacer unos experimentos en Rio Tinto. Los ingenieros recibieron el dinero encantados y aunque se rieron pensando que estaba loco, lo tomaron como un ejercicio y me hicieron un traje fantástico y totalmente funcional.

Arranqué el todoterreno y me acerqué a la sonda con el traje puesto, preparado para salir al exterior  en cuanto llegara a los proximidades del artefacto.

Tarde menos de tres minutos. La verdad es que en la tele parecía bastante más pequeña. En cuanto la vi noté que había un problema. Estaba inclinada del lado izquierdo. En ese momento el tipo que estuviese de guardia debió notar algo porque dirigió las cámaras hacia mí.

Había pensado en hacer una bandera con una foto de Miss Marzo y clavarla justo delante, pero me pareció de mal gusto. Al final opté por subir la visera del casco para que se me viese bien y saludar a las cámaras antes de hincar una rodilla en tierra teatralmente y después de asegurarme que las cámaras de la sonda me observaban, saqué una bandera de uno de los bolsillos del traje y reclamé el planeta para el Atlético de Madrid. Esta vez el Real Madrid no iba a ser el primero.

A continuación, rodeé el trasto, seguido atentamente por la cámara y vi el origen del problema. Dos de las ruedas estaban hundidas en el fino polvo anaranjado hasta el eje. Era evidente por las marcas que los intentos de los técnicos por sacarla del atolladero solo habían conseguido enterrarla aun más.

Me acerqué y observé el problema con detenimiento. Tras unos instantes volví al todo terreno y saqué una pala y unas planchas de grafeno que fabriqué en la impresora de la lanzadera.

Cavé con cuidado lo suficiente para colocar las planchas bajo las ruedas y luego até el eje trasero de la sonda con una cuerda al todo terreno. La cámara se movía nerviosamente siguiendo mis movimientos. Podía imaginar el tumulto que se estaría montando en La Tierra. Finalmente subí al coche y tiré suavemente hasta que saqué a la sonda del atolladero.

Antes de soltarla utilicé unos cepillos y un aspirador de mano para quitar toda la tierra y el polvo de la parte baja del vehículo y de los paneles solares  y lo solté.

En cuanto se vieron libres, el aparato se movió unos metros en todas direcciones como un perrito contento.  A continuación se me ocurrió otra cosa. Le hice señas a las cámaras con la pala y me dirigí a unos diez metros de allí, a una pequeña depresión del terreno. Empecé a cavar un agujero de un metro de profundidad en el terreno y cuando terminé hice una rampa para que la sonda pudiese entrar y salir y fuese tomando muestras a medida que avanzaba.

Tras dos horas de trabajo, el traje empezaba a andar bajo de batería, así que subí al todoterreno y me alejé observando, con un último vistazo, como la sonda se dirigía lentamente a la trinchera que había cavado.

Pasé una semana en Marte, visité el monte Olimpo y el Pavonis, me deslicé torpemente por la inmensidad del Valle Marineris con la lanzadera, hice trompos con el todoterreno en la fina capa de nieve carbónica de los polos y aprendí a desenvolverme en la baja gravedad del planeta.

Cuando me aburría o se me acababan las provisiones, subía a la Eudora y pasaba unas horas antes de volver a bajar.

Cuando volví definitivamente a la nave, me pasé los siguientes dos días extrayendo polvo marciano de todos los rincones del todo terreno, de mi traje y hasta de la raja del culo.

A los terráqueos les interesaría saber que después de eso pasé el cinturón de asteroides, observé los volcanes de Ío, los geiseres de Europa y atravesé tormentas de metano y etanol en Titán donde aproveché para rellenar los depósitos del generador, pero después de haber recorrido media galaxia, los valoro por lo que son, unos mundos del montón.

Tras pasarme casi una semana admirando los anillos de Saturno desde todas las perspectivas posibles y limpiando una especie de alquitrán que cubría todas las superficies de la lanzadera, recuerdo de mi visita a Titán, eche un rápido vistazo a Urano y Plutón y me dirigí al Cinturón de Kuiper, dispuesto a probar la velocidad  de Eudora.

En teoría el motor podía impulsarme a cerca de la velocidad de la luz, pero solo llegaría hasta un cuarto, llevaba casi seis meses haciendo el tonto por el sistema solar y a pesar de que al principio me había jurado que no volvería, resultaba que extrañaba aquella bola de basura y contaminación; había llegado el momento de volver a casa y forrarme.

Fije la aceleración en tres gravedades y media, incómoda pero soportable y me dirigí hacia el cinturón con la idea de echar un vistazo rápido y volver a casa.

Tras seis días internándome en aquel lugar vacío e inhóspito, estaba cansado aburrido y asqueado. Si miraba al exterior, solo veía el mismo monótono panorama. A estas alturas ni siquiera las pelis porno me entretenían y no pude evitar preguntarme si mi sueño de largarme a otro sistema solar pasando varios años al menos, viendo el mismo  y aburrido paisaje no sería un poco exagerado.

Ya estaba planeando colonizar un lugar un poco más modesto como Marte y dejar aquellas gestas para héroes estúpidos, cuando Eudora llamó mi atención:

—Capitán, dos objetos se acercan a  gran velocidad.

Sin contestarla corrí todo lo que la aceleración me permitió hasta el módulo de mando y me senté frente a la consola.

—¿Se dirigen hacia nosotros? —pregunté mirando  los dos puntos que señalaban los sensores, aun a gran distancia, pero acercándose a nosotros a gran velocidad.

—Parece ser que sí, pero sus trayectorias no son lógicas, parecen...

—Apaga las luces de navegación y el motor gravitatorio ahora mismo. —dije al darme cuenta de que se acercaban dos naves espaciales— nos desplazaremos con las velas. Intenta apartarte de su trayectoria.

Casi inmediatamente noté como la gravedad dejaba de atarme al suelo al disminuir la aceleración de la nave y tuve que ponerme el cinturón para mantenerme pegado al asiento. La velocidad de los dos contactos debía ser bastante cercana a la de la luz,  por la velocidad a la que se estaban acercando.

Intentaba apartarme desesperadamente cuando vi por primera vez los destellos y supe que estábamos perdidos. Finalmente, el primer hombre en salir del sistema solar, sería otro pedazo de chatarra más camino de la nube de Oort, siguiendo los pasos de la Voyager.

Las dos naves eran inmensas, al menos cinco o seis veces el tamaño de la mía. La perseguidora era más grande aun y le estaba atizando a la pequeña hasta en el cielo de la boca.

Por un momento creí que iba a pasar desapercibido, pero entonces, de la proa de la nave que intentaba escapar, salieron una especie de torres deflectoras y comenzó a generarse un campo. El instrumental de Eudora se volvió loco y volví a sentir el tirón de la gravedad.

Convencido de que tenía que apartarme lo antes posible, conecté el motor gravitatorio y fijé la aceleración en nueve gravedades, rezando para no desmayarme, pero ya era demasiado tarde.

Con un resplandor azul, la nave pareció lanzar aquella fuente gravitatoria hasta que con una detonación que hizo vibrar toda la nave me dijo que estaba jodido.

—Capitán se ha formado una singularidad a treinta kilómetros de nuestra situación.

¿Una singularidad? ¿Había aparatos capaces de generar agujeros negros? No tuve tiempo de hacerme más preguntas porque enseguida noté como la gravedad aumentaba mientras nos veíamos arrastrados por aquel objeto. Le dije a Eudora que acelerase, pero ella respondió que si lograba salir de allí, solo lo conseguiría aplastando todos mis huesos con la aceleración.

Siempre le deberé mi vida a esa vieja amiga. No sé si fue porque aun no había alcanzado la autoconciencia, porque la había programado demasiado bien o porque sabía en qué consistía aquel agujero negro, el caso es que dejó que aquella cosa nos engullera.

Miré una última vez a la consola, vi como el resplandor de aquel agujero nos absorbía y  como la nave de cabeza explotaba, justo detrás de nosotros, incapaz de soportar el martilleo de la que le daba caza y luego me desmayé.

Esta nueva serie  consta de 24 capítulos. Publicaré uno  a la semana. Si no queréis esperar o deseáis tenerla en un formato más cómodo, podéis obtenerla en el siguiente enlace de Amazón:

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Un saludo y espero que disfrutéis de ella