Hasta el Quinto Pino y Más Allá. Capítulo 21
Capítulo 21. Topos. Marco tiene un plan y un viejo muncar tiene la clave.
Capítulo 21: Topos
Entré en el pabellón de mando haciendo eses, apestando a alcohol y a furcia. Inmediatamente, dos hombres del coronel se acercaron y me cogieron de los brazos con la intención de echarme de allí. Con un rugido me deshice de ellos haciendo que sus cuerpos resbalasen por el pulido suelo de la estancia hasta que la pared del barracón los detuvo.
Al menos seis de las personas presentes echaron mano a las cartucheras antes de que Ariadna hiciese un gesto calmando a los presentes.
—Veo que has estado aprovechando el tiempo.
Ariadna, sin duda, había olfateado el aroma de Hee´ka y no pudo evitar mostrar su enfado. Yo le devolví una mirada beoda y sonreí en plan "tu vas a suicidarte, a ti que más te da".
—Lo he aprovechado bien. He tenido tiempo de todo incluso de idear un plan. Creo que hay una posibilidad. —dije dejándome caer en una silla metálica— ¿Alguien pude traerme un poco de jugo de Lem?
El coronel Kallias hizo una señal y uno de los hombres a los que había derribado me dio una taza de aquella bebida excitante. Estaba seguro que había sido ligeramente aliñada con un escupitajo o algo peor. Mirando a la cara del tipo que me la servía, lo bebí con una sonrisa.
—¿Y bien? —preguntó el coronel expectante.
—Bastante decente, quizás un poco de azúcar...
—Deja ya de hacer el imbécil y dinos a que has venido. —dijo Ariadna levantando la voz— Déjate de jueguecitos.
—Los vehículos acorazados de la federación, tienen un sistema repulsor, ¿Verdad?
—Sí, es un sistema de repulsión magnética que les permite desplazarse unos centímetros por encima del suelo. Pueden desplazarse por cualquier superficie sólida o líquida siempre que no sea muy abrupta. —respondió el coronel.
—Así que solo pueden venir por aquí. —dije acercándome al mapa y señalando el terreno llano que descendía suavemente hacia el campamento enemigo.
Con un toque de la mano señalé una zona a medio camino entre los dos campamentos dónde la llanura se estrechaba constreñida entre una pequeña cordillera en un flanco y el campo de cráteres por el otro.
—Necesito a alguien que haya trabajado en esos túneles.
Uno de los hombres de Kallias se acercó con un gesto interrogante, pero yo le despedí con la mano mientras bebía otro trago de jugo amargo sin dar ninguna explicación más.
Las siguientes dos horas fueron una locura, el coronel trató de preguntarme para que quería saberlo, pero yo me negué y salí del barracón dispuesto a echarme una buena siesta y acabar de espantar la moña.
Un par de horas después, alguien me sacudió, sacándome de un bonito sueño en el que se la estaba clavando a Lola por todos sus orificios naturales.
—¿Eso es todo lo que me habéis conseguido? ¿Un jodido muncar? —dije yo al ver aquel engendro pequeñajo vestido con un mono grasiento.
—Al parecer es de los pocos mineros que quedan. La Federación los traslada de sistema en sistema a medida que extraen los recursos. Los muncar son muy útiles en este tipo de trabajos duros, repetitivos y capaces de trabajar en lugares húmedos, estrechos y poco oxigenados. Los utilizaron a miles, pero solo unos pocos se quedaron aquí; algunos para algún trabajo de mantenimiento en las factorías automatizadas y otros por ser demasiado viejos para trabajar o estar lisiados.
—¿Y este...?
—Soy las dos cosas. —dijo el muncar con voz chirriante, mostrando un muñón en el extremo de su extremidad superior derecha— Soy Yubh.
—Perfecto —dije a los presentes— ¿De cuánto tiempo disponemos?
—Creemos que los kuan estarán listos para atacar dentro de veintidós horas más o menos.
—De acuerdo, entonces mi nuevo amigo y yo vamos a echar un vistazo a esos túneles mientras vosotros os hacéis con todos los generadores que podáis.
Después de contarles mi plan, cogí una botella de oxígeno y seguí a Yubh por la maraña de túneles.
Los túneles eran muy antiguos, bajos y estrechos. Afortunadamente el material con el que estaban entibados era alguna especie de plástico reforzado que había aguantado bastante bien los decenios de abandono.
Habíamos accedido por un pequeño agujero que había a un par de kilómetros al sur del campamento. El pequeño muncar se movía como una lagartija mientras yo me esforzaba por seguir su ritmo, marcando el recorrido por los tortuosos túneles con pintura fosforescente y con una bombona de oxigeno colgando a mi espalda, impidiendo mis movimientos.
Cuando llegaban a una veta, los estrechos pasadizos se convertían en amplias grutas donde aun había vieja maquinaria deshaciéndose producto del óxido. Al llegar a cada una de aquellas cavernas, la localizaba en el mapa y si estaba situada en el lugar adecuado, la marcaba para que Ariadna y sus hombres instalasen los generadores en ella, no había tiempo que perder.
Ojalá pudiese ser todo más sencillo. Durante un instante me sentí tentado de usar a la Eudora y destruir el campamento, pero eso dejaría pruebas y perdería la ventaja de mis armas y no estaba dispuesto a hacerlo, sobre todo si había otra manera de solucionar aquel problema.
Durante las siguientes doce horas exploramos la zona y localizamos todos los puntos adecuados. Cuando terminamos, ayudamos a colocar bobinas adosadas al techo de los túneles por toda el área, salimos de aquellos agobiantes pasadizos, dejando a unos pocos hombres para que arrancasen los generadores al recibir la señal.
Cuando subí a la superficie, hasta la mortecina luz de las estrellas me deslumbró. Estaba sudoroso y una capa de minerales desconocidos cubría mi cuerpo, haciéndome parecer una sombra, pero no teníamos tiempo para una ducha. Ariadna ya me estaba esperando en un ligero deslizador para llevarme al campo de cráteres.
—Así que al final te has decidido a participar. Creí que no te iba eso de arriesgar el pellejo. —dijo la capitana.
—Alguien tiene que asegurarse de que no te lanzas desnuda y desarmada contra los kuan, además yo soy el que dará las órdenes a los hombres de los generadores. Después de todo es mi plan y no quiero que me lo jodas.
Ariadna únicamente gruñó a modo de respuesta y se acomodó en el suelo, apartando un par de fragmentos de meteorito que la estaban molestando.
—Por cierto, tengo un regalito. —dije sacando un rifle modificado.
—¡Qué romántico! —dijo ella cogiendo el arma y sopesándola.
—He jugueteado con un par de rifles láser. Les he añadido varias células de energía en un tambor rotatorio para que vayan generando los disparos a medida que rotan y así multiplicar su cadencia de disparo.—dije abriendo el mío y mostrándole el tambor que acogía las células— Con este botón controlas la sensibilidad del gatillo para disparos sueltos o ráfagas. Lo siento, pero no pude encontrar ningún lacito rosa ahí abajo.
—Podías habérmelo dado un poco antes. Me gustaría haber pegado unos cuantos tiros antes para hacerme un poco al arma. —dijo ella examinando y sopesando el rifle y su nueva protuberancia.
—Pesa un poco más, pero eso es todo. La única diferencia que vas a notar es que podrás hacer más de doscientos disparos por minuto.
—Ya veremos si tu regalito es una joya o es simple bisutería comprada a un prestamista. —dijo poniendo el arma a su lado y concentrándose de nuevo en espiar el campamento enemigo.
Los kuan no tenían mucha prisa, aun no daban muestras de prepararse para la batalla. Ariadna y yo trepamos al borde de un gran cráter que dominaba todo el campo de batalla mientras Minos disponía a sus hombres tras una cresta y les ordenaba que agachasen la cabeza y se mantuviesen en silencio. Abajo, en la llanura, dos batallones cavaban dos líneas de trincheras interconectadas protegidas por sacos terreros y una espuma plástica que amortiguaba las explosiones.
—Parece que les va a dar tiempo a los chicos a terminar las trincheras. —dije yo.
—Y si son listos cavarán una tercera. —replicó la mujer enfocando sus binoculares sobre el lugar.
Evidentemente jamás había participado en una batalla, y lo peor fue la larga espera. Estaba nervioso y el sudor de mis manos se mezclaba con el fino polvo de la mina formando un limo resbaladizo. Trataba de limpiármelas con la pechera de mi mono, pero estaba tan sucio que lo único que hacía era mancharlas aun más. Ariadna se estuvo riendo de mis nervios y de la capa de suciedad que llevaba encima hasta que me cabreé y le pasé las manos por la cara.
Intentó revolverse y escupirme, pero yo la reduje con facilidad. En aquel escondrijo estábamos fuera de la vista del resto de los hombres, así que aproveché el momento y la besé de nuevo. Ariadna se resistió en un primer momento, pero luego me devolvió el beso. El ruido de las piedras desprendidas que movía Minos al acercarse nos interrumpió.
—Todos están en sus puestos y preparados, jefa.
—Perfecto —respondió ella colorada— Ve con ellos y encárgate de que nadie pegué un tiro antes de que de la orden. Que descansen por turnos y beban, parece que esos haraganes no tienen mucha prisa por atacar.
En cuanto Minos se dio la vuelta Ariadna me dio un puñetazo con todas sus fuerzas y debo reconocer que fue el primer puñetazo que sentía desde que estaba en aquella parte de la galaxia.
—Ni se te ocurra volver a intentarlo. Estás loco. ¿Cómo se te ocurre hacer eso en un momento como este?
—Teniendo en cuenta que dentro de poco quizás estemos ahí abajo, tiesos, me pareció más que conveniente.
—Eres gilipollas. —replicó ella despectiva.
—Solo soy consecuente. Por cierto, ¿Voy a tener que preocuparme de evitar que cometas alguna idiotez?
—No sufras por mí, se hacer mi trabajo. Llevo siglos haciéndolo. —el hastío de la mujer era más que eviente.
—Quizás ese es tu problema, que no has hecho otra cosa en seiscientos años. ¿Me equivoco?
Ariadna me miró con sorpresa como si nunca se hubiese planteado que pudiese haber otra cosa que la disciplina militar.
—¿Por qué no te vienes conmigo cuando acabemos con esos mamones? Seguirás teniendo acción y aventura, pero tendrás tiempo para hacer otras cosas, disfrutar de otros mundos no solo destruirlos y aprender de otras razas...
—Y de paso tendrás a una putita a mano para echar un polvo siempre que te apetezca. —me interrumpió ella.
—Joder, siempre sacándole la punta a todo. Para que lo sepas no eres el único coño en esta parte de la galaxia y soy de los que le gusta probar de todo. No te preocupes por eso, si lo que quieres es que no te vuelva a tocar, no habrá problema. Tendrás que buscarte otra excusa mejor.
Ariadna calló y se estableció un incómodo silencio entre nosotros.
Pasaron las horas. A los de abajo les dio tiempo a terminar la tercera línea de trincheras y a descansar. El coronel se acordó de nosotros y envió a gente con comida y agua. Comimos en silencio, alguna especie de carne gelatinosa y enlatada que a los mercenarios parecía encantar, pero que a mí me parecía asquerosa, sin apartar la mirada del campamento enemigo.
Finalmente, aprovechando el ocaso, el ejército kuan comenzó a moverse. La formación no era nada del otro mundo. Conscientes de su superioridad habían puesto los acorazados en cabeza con una pequeña formación de deslizadores más rápidos y ligeros para explorar el terreno que tenían por delante.
Por detrás, los tres regimientos de infantería kuan evolucionaban con despreocupación, seguros de que solo tendrían que dedicarse a recoger los pedazos del pequeño ejército rebelde que dejasen los acorazados tras su avance.
Me desentendí de los enormes blindados y enfoqué mis prismáticos sobre las tropas. Los únicos kuan eran los oficiales, sus cabezas destacaban por encima de la tropa, formada casi exclusivamente por rancors, arkeliones e incluso algún muncar.
Ariadna se adelantó a mis pensamientos y dio órdenes a sus francotiradores para que apuntaran a las prominentes cabezas de los oficiales kuan.
La espera se volvió casi insoportable, los acorazados se movían lentamente, manteniendo el ritmo de la infantería. Tuve que concentrarme para conseguir apartar el dedo del gatillo.
Los batallones que estaban atrincherados en la llanura comenzaron a abrir fuego a pesar de que se quedaban cortos, solo para atraer el fuego de los kuan y desviar la atención del enemigo del campo de cráteres.
En ese momento deseaba estar con ellos, apretando el gatillo mientras gritaba como un loco, pero poco después, cuando los acorazados empezaron a hacer fuego desatando un infierno sobre ellos, se me quitaron las ganas.
Poco a poco, los atacantes avanzaron por el campo de batalla mientras el coronel se retiraba con sus hombres a la segunda línea de trincheras. Los deslizadores pasaron las líneas de túneles. Ariadna me miró, pero yo le susurré que había que esperar, no eran ellos los que nos preocupaban.
Por fin, diez minutos después, los gigantescos acorazados rebasaron nuestra posición y comenzaron a entrar en el campo de túneles. Cogí la radio preparado para dar la orden en cuanto estuviesen todos en el campo y rezando para que la trampa funcionase.
Los acorazados kuan, al recibir el fuego del coronel se juntaron un poco más para proteger con sus escudos a la infantería, haciendo más sencilla mi tarea. Llegó el momento y sin poder evitar que me saliese un gallo al hacerlo, di la orden de encender los generadores mientras Ariadna daba la orden de atacar.
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*Un saludo y espero que disfrutéis de ella .*