Hasta el Quinto Pino y Más Allá. Capítulo 2.

Capítulo 2. La Fuga. Marco por fin ve cumplido su sueño.

Capítulo 2: La Fuga

A veces, cuando estaba en mis momentos más bajos, imaginaba que se acababa el mundo y solo quedaba yo. Era entonces cuando trataba de pensar cuánto tardaría en echar de menos a la humanidad. La verdad es que ese tiempo no paró de crecer desde la primera vez que lo pensé, después de una paliza en el colegio, hasta el último día en el que pasé en mi planeta de origen y por eso pensé que no sería mala idea largarme de allí.

Lo primero que tenía que asegurar era la propulsión. Sin motor no habría nave espacial, así que el primer paso obvio era conseguir los servicios del doctor Yurchenko. La carta que había recibido de él era desordenada y farragosa, escrita a mano, con un inglés en el que había insertadas palabras en cirílico, pero lo que contenía, si era cierto, era oro puro.

El motor antigravitatorio era básicamente un circuito de electroimanes en el que se aceleraban partículas por encima del cincuenta y siete por ciento de la velocidad de la luz, de manera que se creaba un campo antigravitarorio que en teoría podía impulsar una nave a velocidades cercanas a la de la luz. El material necesario era fácil de encontrar y barato y lo más importante, se podía camuflar como un pequeño acelerador para investigación con lo cual no llamaría demasiado la atención.

Es cierto que en la estepa hace frío en invierno. Corría un viento cortante, procedente de Siberia, que hacía que creyese que se me iba a caer la nariz. A medida que me acercaba al complejo de investigación en medio de la inmensa llanura kazaja, vi que no me iba a ser difícil arrancar al científico de aquel lugar. Se notaba que los edificios databan de la guerra fría y que no habían sido renovados en mucho tiempo. Las paredes estaban desconchadas y los tejados de cinc corroídos y combados allí donde la nieve se había acumulado.

Aparqué el coche alquilado, al lado de una montaña de nieve apilada, frente a la puerta del laboratorio de aeronáutica. Arkadi Yurchenko era un tipo bajito, de pelo gris y encrespado, pinta esmirriada y modales bruscos y acelerados como si no tuviese tiempo que perder o malgastar.

Lo primero que pensé al entrar en su laboratorio era que había más material y de mejor calidad en el garaje de mi casa, así que no me costó demasiado convencerle para que trabajase para mí.

Cuando le conté mis planes, sus ojos se abrieron hasta el punto de que parecía que se le iban a salir de las órbitas y su entusiasmo hizo que estampase un beso en mis morros que hubiese rivalizado con el que Breznev y Honecker tenían inmortalizado en el muro de Berlín. Al parecer, la prioridad del programa espacial ruso era parchear la Soyuz lo indispensable para que no se cayese a pedazos y pudiese seguir siendo alquilada por los occidentales para poner todo tipo de trastos en órbita y cualquier novedad solo era una distracción inútil de dinero.

Por tanto, Yurchenko había podido desarrollar el motor en teoría, pero no había podido hacer ningún ensayo.

Eso me puso un poco nervioso. Por mucho que quisiese abandonar el planeta no deseaba acabar en el centro de una enorme bola de fuego. Arkadi me tranquilizó diciéndome que si aquel motor no funcionaba lo único que pasaría es que me quedaría en el suelo, como un imbécil, rodeado de toneladas de chatarra carísima.

Tras firmar el contrato de exclusividad y darle un adelanto para que viniese al sur de España y me esperase tomando el sol, salí de aquel lugar congelado en  el espacio y el tiempo.

Ahora que tenía lo principal, la siguiente parte del plan era la más complicada. Tenía que conseguir más financiación. Os ahorraré los tediosos detalles y las largas esperas. Las discusiones, las peticiones de dinero y sobornos y las comisiones, que pese a estar tan mal vistas, los políticos seguían pidiendo sin ningún disimulo.

Al final lo conseguí. De la Junta de Extremadura obtuve varios cientos de hectáreas de terrenos baldíos cerca de Herrera del Duque. Compré a buen precio el polígono industrial de la localidad y, en parte con dinero público, lo modifiqué para albergar las instalaciones destinadas a engañar a los políticos así como un pequeño aeródromo, suficiente para que aterrizasen aviones de carga.

Del gobierno central conseguí triplicar mi inversión en subvenciones para la construcción de un centro de investigación puntero en la purificación de minerales y diseño de drones.

El resto de aquel agitado trimestre lo pasé comprando dos gigantescas impresoras 3D de las que usaban los chinos para hacer casas, y contactando con el resto de los suministradores que iba a necesitar para poner mi empresa en marcha.

En Malasia y Suecia encontré a las personas que necesitaba para conseguir el material necesario para el casco; hilos de seda artificiales y grafeno en forma de una pasta adecuada para usar en mis impresoras.

Mientras contrataba a personal para las empresas fantasma en las que se realizaban experimentos que se suponía tenía que hacer, yo me dediqué a encargar el diseño y construcción de mi nave a ingenieros en forma de módulos, encargando cada modulo a una empresa distinta, aduciendo que eran para un asentamiento en la Antártida, un satélite de comunicaciones, un modulo para hacer un salto base desde cuarenta kilómetros de altura... Lo que se me ocurrió. La gente tiene tantas ganas de hacer dinero que cada vez que un ingeniero ponía mala cara o hacía una pregunta comprometida, le respondía con un fajo de billetes y callaban.

Lo más difícil fue encontrar el material para las velas solares que me permitirían  maniobrar  la nave con más facilidad y  por supuesto contratar suficientes programadores para Eudora.

Eudora sería mi asistente. El Ordenador cuántico de primera generación soportaría todos los programas de navegación, soporte vital y comunicación. Además gracias a su tecnología tendría suficiente memoria para almacenar un montón de información así como películas, música y libros para mantenerme entretenido en la noche eterna que es  el espacio exterior.

La programación de un ordenador así es ligeramente distinta y no había mucha gente en el mundo que la manejase. Yo ya había hecho algún programa, así que me dediqué al sistema operativo básico, el interfaz y el programa de navegación y dejé el resto,  a todos los programadores que pude encontrar.

Mientras hacía todo esto, puse un montón de tíos a cavar lo que creyeron era una cantera para la obtención de los minerales que íbamos a refinar y a continuación, bajo la dirección de Arkadi les puse a construir el acelerador de partículas que sería el núcleo del motor.

Me llevó más de un año terminar a Eudora, de hecho bastante más que montar los módulos sobre el supuesto acelerador. Los operarios no entendían nada, pero les solté unos cuantos fajos más a cada uno y los despedí con una sonrisa.  El resto del trabajo lo hicimos entre Arkadi, la impresora 3D y yo.  Cuando terminamos de ensamblarlo todo, cubrimos los módulos  con el casco impreso en 3D de grafeno y seda artificial. Aquel material era una pasada. Era tan suave y flexible que a pesar de tener casi un metro de grosor se adaptaba a cualquier junta y esquina redondeándola y dando a la nave una aspecto más aerodinámico. Hice que la impresora tejiese una hoja mucho más fina y al tocarla me di cuenta de que era el tejido perfecto para usar debajo del traje espacial. Era suave, cálido y tan resistente que podía resistir el impacto de una bala.

Lo último que hicimos fue montar las guías para las velas solares, no me costó imaginarlas desplegadas dándole el aspecto de un galeón. Y entonces se me ocurrió.

—Arkadi, ¿Deberíamos llevar armas? —pregunté acariciando la pulida superficie de color negro del casco de la nave.

—No sé. No lo había pensado. Tienes  módulos de comunicaciones, de soporte vital y médico, de navegación, de producción de comida y atmósfera, el generador de gas para producir electricidad  y cebar el motor gravitatorio, el módulo de descanso y entretenimiento, el de mantenimiento con la impresora 3D, la lanzadera y cuatro módulos de carga, pero no  hay ni una sola arma. Supongo que dependerá de lo lejos que quieras irte. Está claro, que por el espacio local, lo único que tendrás que eludir serán cascotes y meteoritos, pero si vas más lejos no sabes que podrías encontrarte.

—La verdad es que si este trasto funciona tan bien como prometes, no pienso quedarme por estos andurriales. Tampoco sé si nada que pueda conseguir servirá, pero supongo que no está de más acondicionar uno de los módulos de carga aunque tenga que renunciar a unas cuantas baratijas. ¿Sabes de alguien que pueda conseguirme algún cacharro de esos?

—¿Cuánto dinero te queda? —preguntó Arkadi riéndose.

Un día Arkadi se presentó con un enorme camión, en el interior había  un par de cañones que a mí me parecieron enormes, otros dos con bocas múltiples además de unas cuantas armas ligeras y tres o cuatro cañones rotativos de treinta milímetros.

—Con esto podrás destruir la estrella de la muerte si quieres. —dijo Arkadí soltando las eslingas que sujetaban aquellas letales muestras de artesanía humana.

—¿Qué diablos es eso? —pregunté señalando los cañones más grandes.

—¡Ah! Eso es un obús ligero de 105 mm, también hay unos Bofors automáticos de 40mm y los cañones rotativos. Pensaba montarlos a ambos lados del primer módulo de carga y hacerlos automáticos para que puedas concentrar el fuego sobre un solo objetivo o varios según se lo pidas a Eudora. Desde luego también podrás usarlo manualmente. Es un montaje similar al que los americanos hacen en los Hércules para matar afganos.

—¿Cómo diablos lo has conseguido? —pregunté sin atreverme siquiera a tocar aquellos artefactos infernales.

—En mi país sobran armas y sobre todo gente con ganas de intercambiarlas por ingentes cantidades de dinero. Es el sueño americano en versión rusa.

Terminar el montaje de las armas le llevaría a Arkadi lo mismo que a mi conseguir las últimas provisiones para mi viaje.

Volví a casa con la intención de cambiarme y tomar una última cena en el planeta y justo cuando estaba listo para salir, alguien llamó a la puerta. Lo primero que se me ocurrió era que el gobierno había descubierto el desvío de su millones para mis intereses. Por un momento estuve a punto de coger una sábana y descolgarme por la terraza, pero los treinta metros que había hasta el suelo me convencieron de que era mejor abrir la puerta.

—¡Hola! —me saludó Lola— como no me has devuelto las llamadas, he decidido venir a verte. Temía que te hubiese pasado algo.

—¡Oh! Sí. La verdad es que he estado muy ocupado. —no me podía creer que estuviese inventando excusas para justificarme ante aquella zorra.

La verdad es que estaba tan hermosa como cuando me había dado la patada. Se había hecho aquellos tirabuzones que tanto me gustaban en la brillante melena negra y se había puesto un vestidito de seda blanco que resaltaba su piel oscura, con un escote palabra de honor y una falda que llegaba por medio muslo. Las sandalias de tacón alargaban sus piernas y hacían de su culo un jugoso melocotón que no paraba de decir cómeme.

—¿Sabes? —dijo acercándose melosa— He estado pensando últimamente que quizás me apresuré al divorciarme de ti.

—¿Cómo diablos has sabido que estaba aquí? —le pregunté intentando cambiar de conversación antes de que aquello se saliese de madre.

—Bueno antes de divorciarme, mi abogado me dijo que era aconsejable saber dónde estabas, por si conseguíamos algo para... negociar.

—Más bien dirás chantajear. —le corté sacando mi móvil del bolsillo.

No podía creerlo, aquella furcia me había instalado, a mí, el genio de la informática, un programa en el móvil que permitía rastrear mi GPS. ¿Cómo diablos podía ser tan tarugo?

Lola se acercó un poco más a mí, interrumpiendo mi autoflagelación y se frotó contra mis piernas como una gata en celo.

—Lola, me temo que no es buena idea.

—Pues tu pene no parece opinar lo mismo. —replicó ella acariciando suavemente la tienda de campaña que estaba creciendo en mi entrepierna.

Antes de que pudiese empujarla fuera del piso, se pasó las manos por el lateral del vestido y se bajó la cremallera dejando que la prenda resbalase a sus pies.

Mis manos decidieron por si solas que tenían que acariciar aquella piel suave y acaramelada, sopesar aquellos pechos perfectos, de pezones grandes y oscuros una vez más y perderse entre los rizos de aquella fantástica melena.

—Lola...

—Sshhh —dijo ella poniéndome el dedo en los labios y bajándome la bragueta.

Hice un último intento por contarle la verdad, pero su boca se cerró entorno a mi polla y todo razonamiento se esfumó de mi mente, sustituido por los suaves lametazos que mi ex le estaba propinando a mi verga.

Al final comprendí que un polvo con mi ex era mejor que una cena solitaria, así que la dejé hacer.

Lola se aplicó con entusiasmo a la tarea mientras yo gemía y no podía evitar comparar su técnica con la de Itziar y las escasas mujeres con las que había pasado ocasionalmente la noche desde que había comenzado con el proyecto.

—Veo que te sigue gustando. —dijo ella levantándose y dándome la espalda mientras se apoyaba en la mesa del salón.

—¿A quién no? —dije yo bajándole el tanga y enterrando mi miembro hasta el fondo de su chocho.

Lola gimió y se agarró al borde de la mesa, diciéndome lo mucho que había echado de menos mi verga mientras yo solo oía el correr de la sangre en mis oídos apresuradamente en dirección a mis genitales.

Agarré su culo y clavé mis uñas roídas en él, separando las nalgas y empujando en aquel coño con todas mis fuerzas hasta que creí que iba a perder el sentido. Me separé jadeando y cogiendo a mi exmujer en brazos, la llevé entre grititos y pataleos hasta la cama. Allí la tiré sin miramientos y tumbándome encima la penetré de nuevo. Agarré sus pechos y me moví dentro de ella cada vez más rápido hasta que no aguante más y me corrí.

No sé si fingió o no, pero el caso es que, en cuanto notó como mi leche inundaba su sexo, Lola se retorció frunció sus labios gruesos y jugosos y gritó fingiendo un monumental orgasmo.

—¿Te ha gustado cariño? —preguntó cuando recuperó el aliento, poniendo una mano sobre mi pecho.

—No ha estado mal. Siempre has sabido cómo ponerme en órbita.

—No sabes lo arrepentida que estoy de haberte dejado. Mi vida no es lo mismo sin ti. —continuó mientras me acariciaba zalamera— Me encanta volver a estar contigo entre tus brazos.

—¿Y cuándo te diste cuenta de que era el hombre de tu vida? —pregunte con ironía— ¿Cuando te enteraste de que era millonario?

—Eso es muy duro. —respondió ella con el rostro compungido y llevándose una mano al corazón— ¿Cómo puedes llegar a pensar eso de mí?

—Estupendo, porque me lo he fundido todo. —dije con cara seria.

—Imposible, —dijo ella girándose hacia mí— ¿Cómo vas a haberte gastado casi doscientos millones de euros en apenas tres años.

—Puedes creértelo o no, pero es la pura realidad. Me lo  he fundido todo en un nave espacial. Podrías venir conmigo. —dije seguro de que Lola jamás abandonaría la superficie de La Tierra para perderse en el espacio conmigo por única compañía.

Me miró incrédula y tras unos instantes sonrió.

—¡Qué bromista! ¡Serás cabrón! ¡He estado a punto de tragarme esa chorrada!

Yo me encogí de hombros y la dejé que creyese lo que quisiese. Como ni tenía pruebas, ni quería quitarle la felicidad de creerse multimillonaria, al menos por una noche, no insistí. El caso es que pareció sentarle bastante bien a su libido, porque aquella noche me echó otros tres polvos de campeonato.

Las primeras luces del amanecer me despertaron.

Lola dormía apaciblemente con el brazo apoyado en mi pecho. Lo aparté suavemente, procurando no despertarla y me levanté vistiéndome rápidamente y en silencio. Justo antes de marchar cogí un papel y le escribí una cariñosa nota en la que le agradecía los polvos y le decía que todo lo que le había contado era cierto. Sin poder evitar sonreír le dije que había leche en la nevera y que procurase irse antes del mediodía porque venían los de la inmobiliaria a enseñar el piso a unos posibles compradores.

Mientras bajaba en el ascensor, busqué el programa espía que me había introducido en el móvil. No me costó demasiado encontrarlo. Lo borré y salí a la calle dispuesto a hacer las últimas compras y a abandonar de una puñetera vez aquel maldito planeta.

En cuanto salí de casa, cogí el coche alquilado y fui al CSIC donde a cambio de financiar varios estudios había conseguido que me prepararan muestras de ADN de un gran número de animales y de todas las razas de animales domésticos y también muestras de semillas de casi treinta mil especies de plantas. A continuación fui a un almacén de las afueras y compré varias cajas de whisky y vino que amenizasen mis noches de soledad y cuando ya me dirigía al helicóptero que me llevaría a mi flamante nave, un impulso, al ver el rótulo de una comercial de productos agrarios me hizo parar y comprar trigo, cebada, maíz y centeno. Seguro que podría encontrar por ahí algún planeta donde montar mi propia destilería.

En total  habían pasado casi tres años en los que milagrosamente nadie se había enterado de nada o si lo había hecho nos había creído un par de majaras. Terminé de cargar uno de los módulos con todo lo que me pareció que podía servirme tanto para explorar como para negociar con una posible nueva civilización y conecté por primera vez a Eudora con la nave.

—Hola Capitán —dijo la máquina— ¿En qué puedo servirte?

—Hola Eudora, quiero que evalúes todos los sistemas y si están en orden que comiences el protocolo de despegue. —no sabía por qué pero me encantaba que me llamasen capitán.

Mientras Eudora empezaba la cuenta atrás que duraría alrededor de dos horas me fui a buscar a Arkadi.

Había elegido un domingo de julio para el despegue a sabiendas de que todo el mundo estaría en cualquier sitio menos en aquel pedregal desolado. El único que estaba en el laboratorio, bebiendo vodka y haciendo cálculos en una pizarra, como siempre, era Arkadi.

—Ya está todo preparado. Me voy lo antes posible. —dije a modo de saludo.

—Estupendo, será un bonito espectáculo. Lo pienso grabar y colgarlo en Youtube. —dijo el profesor  señalando una cámara digital que tenía sobre la mesa.

—Me vendría bien un ingeniero que me ayudase y me acompañase en mi expedición... —dije asiendo su hombro.

Después de todos aquellos largos meses, trabajando codo con codo, había llegado a apreciar a aquel buen hombre más que a cualquier otro gilipollas que hubiese conocido antes en toda mi vida. Su optimismo y la claridad de su mente me impresionaron casi desde el principio y su permanente buen humor era una ayuda inestimable cuando un obstáculo se interponía en nuestro camino.

Arcadi escuchó amablemente mi propuesta, me miró y con un gesto de tristeza se disculpó:

—Lo siento amigo. Si me lo hubieses preguntado hace veinte años no lo hubiese dudado, pero después de tanto tiempo le he cogido cariño a este planeta y tengo curiosidad por ver qué pasa con él. Si me voy contigo, al acercarnos a la velocidad de la luz, podría pasar mucho tiempo en La Tierra antes de que volviésemos y me lo podría perder.

—No sé muy bien por qué, pero lo sospechaba, por eso tengo algo para ti. —dije alargándole un papel con dos series de números— El de arriba es un número de cuenta en un banco suizo y el de abajo es la clave para operar. Ahí está todo lo que me queda, suficiente para que puedas correrte unos cuantos cientos de juergas antes de que este planeta se vaya al carajo. Buena suerte.

—Gracias, y buen viaje. Espero que encuentres lo que estas buscando. —dijo el hombre plantando otro de sus exagerados besos de ruso beodo en mis morros.

—T menos diez minutos para el despegue. Todos los sistemas en verde... —dijo Eudora al micrófono que me había insertado quirúrgicamente detrás de la oreja mientras me arrellanaba en el puesto de mando.

En ese momento sonó el móvil.

—¡Cabrón! ¿Dónde estás? Me he despertado este mediodía cuando un matrimonio filipino ha abierto la puerta de nuestro dormitorio y se ha puesto a hacer bromas sobre si la señorita entraba en el precio del piso.

—Ya te lo dije, me voy. —dije sin contener la carcajada.

—Eres un hijo de puta, has abusado de mi confianza y me has...

—Te lo dije claramente, Lola. —respondí intentando dar un tono comprensivo a mi voz—Me voy lejos de ti y de este asqueroso mundo.

—Pero creí que teníamos algo.

—Si creíste que tenías unos cuantos millones de euros para gastar.

—Me los debes hijo puta. Ocho años de mamadas, de aguantar tus lloriqueos y sentir como me follabas con esa mierda de pito que tienes, resoplando como una morsa. Me debes  ese dinero.

—Pues mala suerte porque me lo he gastado todo. —mentí disfrutando de cada palabra que le decía

—¡Te denunciaré! ¡Te acusaré de malos tratos! ¡De violación! De...

—De genocidio, de crímenes contra la humanidad, de incumplir con la más mínima regla de higiene personal. —la ayudé— Puedes hacer lo que te dé la gana, yo me largo. Si tu abogado necesita enviarme una citación, que me busque, estaré en el tercer satélite de Saturno.

—No, por favor. —suplicó ella— Aunque sean solo un par de millones...

Colgué el teléfono cansado de tanta chorrada y lo apagué. Quería disfrutar de la tensión de los últimos minutos antes del despegue.

10, 9, 8,7, 6, 5, 4... Coreamos Eudora y yo a la vez, sintiendo como la nave vibraba y se estremecía.

Cuando la cuenta llegó a cero, el generador de gas metano aumentó la potencia al cien por cien de su capacidad desviando toda la energía disponible a los aceleradores del motor gravitatorio. Una nube de polvo se levantó. Yo no podía dejar de pensar en cómo me sentiría si aquel trasto no levantaba el vuelo o lo hacía unos centímetros para caer de nuevo al suelo. Miré al exterior y vi a Arkadi enfocando su cámara mientras me saludaba con la mano, entonces me di cuenta de que cada vez era más pequeño... ¡Funcionaba!

Una vez estuve a unos mil metros de altura, le pedí los mandos a Eudora y dirigí la enorme nave con el jostick, acelerando suavemente y poniendo proa hacia el espacio exterior.

Para ser tan grande se manejaba con una increíble suavidad. El motor gravitatorio era tan silencioso que lo único que se oía era el rumor que producía el generador de metano, ahora al mínimo porque solo tenía que producir la electricidad necesaria para mantener el ordenador y los sistemas de soporte vital.

—Tengo una comunicación entrante. —dijo Eudora— Parece urgente. Alguien quiere que se identifique.

—Pásemela y activa los sensores. Esto va a ser divertido. —dije yo ralentizando un poco mi elevación sobre el suelo mientras probaba los motores.

—Aquí torre de control de la base aérea de Talavera la Real a la nave aérea no identificada, situada a setenta kilómetros al este de nuestra posición, por favor conecte su transpondedor y proporciónenos su plan de vuelo.

—¿Y usted quién es? —pregunté yo sonriendo divertido.

—¿Cómo que quién soy? —dijo el militar sorprendido de que alguien no acatase sus órdenes inmediatamente— Es usted el que está volando en... algo... enorme, sin ningún tipo de permiso, en las inmediaciones de una base militar. Repito, identifíquese, o me veré obligado a tomar medidas más drásticas.

—¡Joder! ¡Qué mala educación! —exclamé— Por lo menos podría identificarse usted. Es usted quién ha llamado y si se preocupa porque paso demasiado cerca de su bonita base, no se preocupe, me desviaré ahora mismo.

Se oyó como alguien tapaba el micrófono y murmullos de una discusión. Yo imaginaba el desconcierto de los ocupantes de aquella instalación mientras sonreía y alteraba ligeramente mi rumbo en dirección norte, ascendiendo hasta los diez mil metros.

—Aquí el Coronel Cárdenas. Mira, hijo, o te identificas de una puñetera vez o bajamos ese mostrenco del cielo a patadas y luego te preguntamos quién demonios eres. En este momento estamos lanzando dos cazas que le interceptarán en un par de minutos. Si no me convencen sus respuestas, le obligaremos a aterrizar, por las buenas o por las malas.

—Está bien, no hay necesidad de ponerse violentos. Soy K´Vagh, almirante klingon al mando de la IKS Desesperación, de camino a una reunión con la Federación de Planetas Unidos.

—A ver si te enteras hijo, o dejas de hacer el gilipollas y te identificas, o te borro del mapa. —dijo el capitán provocando mis carcajadas.

—Me cago en la virgen,  ¿Pero quién demonios te crees?

—Ya te lo he dicho, un almirante klingon.

—Tenemos un par de cazas acercándose por el suroeste. —dijo Eudora poniendo su imagen en la pantalla.

Cuando vi los dos Northrop F5 no pude por menos que sorprenderme.

—Ahora sois vosotros los que estáis de broma. ¿De veras son esos cacharros lo que creo? ¿Todavía los usáis? Pero por Dios, si tienen más años que mi madre.

—Mira hijo, ya me estas hinchando las pelotas. O acompañas a mis hombres al aeródromo o le digo que derriben ese... lo que sea.

—Es usted un grosero. Ni una sola vez se ha dirigido a mi por mi grado. Yo me largo. —dije apretando ligeramente el jostick y deseando poder echar mano al informe que hiciese aquel macaco sobre el incidente— Que tenga un buen día.

En cuestión de quince segundos estaba a treinta kilómetros de altura mientras Eudora interceptaba las conversaciones de los aturdidos  pilotos.

—Señor el objetivo se mueve en dirección norte.

—Ya me he cansado de tanta gilipollez, derríbenlo.

—Señor, me temo que eso no es posible.

—¿Qué pasa? ¿No sabe para qué le hemos adiestrado? Dispárele un par de pepinazos de una puta vez.

—El caso señor, es que esta fuera de alcance.

—¿Cómo que está fuera de alcance, teniente Linares?

—Lo seguimos, pero está subiendo mucho más rápido que nosotros de hecho ya está a más de treinta mil metros de altura...

La señal se cortó cuando salí de la estratosfera. Fijé la aceleración en un g, activé el campo magnético entorno a la nave para rechazar la basura espacial y las radiaciones cósmicas y ascendí, preparado para darme una vuelta por el sistema solar y alrededores.

En los años que estuviese por ahí dando vueltas ya pensaría en que decir para disculparme a la vuelta.

El espacio no era como me lo imaginaba. Me costaba un horror orientarme y me sentía gloriosamente solo. Paré la nave a unos quinientos kilómetros de La Tierra y la observé ingrávido desde uno de mis visores panorámicos. Era cierto que era hermosa. Le hice unas cuantas fotos mientras flotaba ingrávido por el módulo de mando.

La observé un largo rato, hasta que las nauseas provocadas por la ingravidez me obligaron a acelerar de nuevo la nave, pero ahora me arrepiento de no haber aguantado un poco más. De haber sabido que sería la última vez que la vería, probablemente me hubiese quedado un rato más.

Esta nueva serie  consta de 24 capítulos. Publicaré uno  a la semana. Si no queréis esperar o deseáis tenerla en un formato más cómodo, podéis obtenerla en el siguiente enlace de Amazón:

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Un saludo y espero que disfrutéis de ella