Hasta el Quinto Pino y Más Allá. Capítulo 19

Capítulo 19: Por los pelos. Marco y una damisela en apuros.

Capítulo 19: Por los pelos

Me desperté al día siguiente con el cuerpo relajado y la polla en carne viva. Si Ariadna luchaba como follaba, pobre del que se enfrentase a ella. Me giré en la cama, al parecer el último lugar en el que habíamos hecho el amor, pero no la encontré tumbada a mi lado.

Desorientado, me levanté y la busqué por la nave.

La encontré en el modulo de ingeniería, curioseando desnuda entre los generadores, con un aire más bien confuso.

—No lo entiendo. Parece una nave de lo más normal. Un carguero más bien pequeño. El motor gravitatorio es un tanto arcaico, pero funciona. Aparte de su diseño peculiar no veo qué es lo que tiene de especial.

Yo la observé con atención, su cuerpo brillaba tenuemente a la luz de los fluorescentes y no pude evitar un ramalazo de deseo que el escozor de mi polla tardó un rato en aplacar. Ariadna siguió curioseando sin hacer caso de mis miradas.

—Supongo que no puedo convencerte para que te unas a nosotros. —dijo ella acercándose a mí con movimientos felinos y posando una mano sobre mi pecho.

Aquella sencilla caricia fue como una descarga eléctrica. La mujer era consciente de su belleza y la utilizaba. Yo me quedé paralizado, disfrutando de su mano recorriendo mi torso y observando su cuerpo desnudo y perfecto irradiar erotismo frente a mí.

—Me temo que no, —repliqué alejándome a regañadientes de su enloquecedor contacto— mi negocio es el transporte, no la guerra.

—Me lo imaginaba. —dijo ella sin ocultar su decepción— Podrías ser un guerrero legendario si quisieses.

—No lo dudo. Lo que no te he contado es que ese espíritu guerrero que vosotros cultiváis, hacía tiempo que se había acabado en gran parte, cuando yo llegué al mundo. Ahora los militares de los países más avanzados, no piensan en morir gloriosamente por su patria o por su dios, lo único que quieren es cobrar su salario y no tener que verse envuelto en cosas tan sucias y violentas como las batallas y sus familias ponen el grito en el cielo cuando alguno de ellos vuelve a casa metido en una bolsa.

Ariadna se volvió y me miró incrédula mientras se vestía, esperando que dijese que era una broma hasta que se convenció de que no iba  a hacerlo. Su cara mostró su disgusto, pero no añadió nada más.

Cuando terminó de ponerse la ropa la acompañé a la salida. A modo de despedida le regalé un par de botellas de vino para que invitase a Minos de mi parte y unas cuantas películas de griegos y de romanos para que pudiese enseñárselas a sus hombres.

—¿Nos volveremos a ver? —pregunté yo.

—Antes de lo que piensas. —respondió Ariadna— Creo que has dicho que tenías más mensajes que enviar, supongo que uno de ellos es para el sistema Ellgas.

—¿Cómo lo sabes?

—Es mi trabajo. Me gusta estar enterada de todo. Yo voy allí con mi regimiento, para apoyar la rebelión. Si hay algún sistema que la Federación querrá recuperar inmediatamente es ese.

—Entonces supongo que esto solo es un hasta luego.

—Yo que tú no tardaría mucho. —dijo ella frunciendo los labios— Quizás encuentre a alguien más interesante para ocupar mi cama.

Respondí encogiéndome de hombros, haciéndome el duro y observando cómo se alejaba de mí con una mezcla de pena y alivio.

Pasé el resto de la mañana preparando el viaje a Wazok el siguiente sistema en el que tenía que hacer escala y a eso del mediodía ya estaba en el interior del agujero de gusano que me llevaría hasta él.

Tanto el viaje como la entrega del mensaje fueron de lo más tranquilos y aproveché el tiempo para empezar a fabricar una nueva lanzadera para reemplazar la que Saget me había destruido. Esta vez decidí hacerla más pequeña. Con las piezas que me proporcionó Argüil en la estación, logré fabricar un motor antigravitatorio más pequeño con lo que conseguí hacer un vehículo un tercio más pequeño y de aspecto parecido a un caza de doble deriva. Eso me permitiría además de aterrizar y despegar de cualquier superficie y volar por el planeta, maniobrando con facilidad en cualquier circunstancia con ayuda del ordenador. Dispuse además de una serie de anclajes bajo las alas para llevar contenedores y así darle también capacidad de carga.

La estancia en Setra, el principal planeta del sistema, fue corta. Era un lugar desértico y poco acogedor, con una atmósfera muy tenue. Me recordaba un poco a Marte, pero en vez de haber óxido de hierro en la superficie, el metal predominante de la corteza era el cobre con lo que lo que desde lejos parecía un planeta con un gigantesco océano cubriendo su superficie, resultaba ser solo un montón de rocas desnudas cubiertas de óxido de cobre que era el que le daba el color azul verdoso.

Los colonos ocupaban una serie de grutas en el borde de un profundo  cráter y aun estaban comenzando el proceso de adaptación del planeta para hacerlo apto para la vida, por eso no resultaba demasiado valioso para los kuan.

Aproveché para probar la lanzadera y recorrí durante unas horas el desolado paisaje de cráteres y dunas de fino polvo azul. Maniobré el aparato buscando sus límites para probar su resistencia y maniobrabilidad y con la ayuda de Eudora se comportó mejor de lo que esperaba.

No me entretuve mucho tiempo más y tras despedirme de los colonos subí hasta la nave y me fui de allí, en pos de Ariadna.

Sé que podía haber enviado aquel mensaje por medio de Ariadna y ahorrarme el viaje, pero entonces  no la vería  y lo más importante, no cobraría el envío.

De nuevo en tránsito, cada vez más nervioso y deseoso de ver otra vez a Ariadna, me dediqué a mejorar la defensa de la lanzadera. A pesar de llevar un pequeño generador de escudo y el mismo casco que la nave no tenía armas y ahí tenía un problema.

No quería usar armas de fuego, porque en un planeta podía dejar pruebas y quería mantenerlas el mayor tiempo posible en secreto. El problema de los láser era que a pesar de ser potentes y muy certeros necesitaban tiempo para recargarse y no podían hacerse más de quince o veinte disparos por minuto. Para compensarlo se solían montar de tres en tres o de cuatro en cuatro pero eso hacía las armas voluminosas y pesadas lo cual en el espacio no era un problema, pero afectadas por la gravedad de un planeta, aunque este no fuese muy masivo, sí era un inconveniente.

Tras meditarlo se me ocurrió hacer una especie de ametralladora gatling, pero en vez de ser los cañones los que girasen lo haría un tambor en el que se alojarían los generadores del laser y giraría haciendo que el tiempo que tardase en dar una vuelta fuese el suficiente para que los generadores produjeran el siguiente disparo.

Eudora me ayudó hacer los cálculos y diseñar el arma. Cuando llegué a Ellgas ya los tenía instalados en la lanzadera. Dos en cada ala, uno más en el morro y otro en la cola mirando hacia atrás. Cada uno tenía un tambor con doce generadores que al girar a máxima velocidad podía hacer más de doscientos disparos por minuto, poco comparado con el Gatling que tenía en la nave, pero capaz de acabar con el escudo de cualquier nave o medio de transporte planetarios en cuestión de segundos.

La charla con Ariadna me había hecho ser prudente y salí del agujero a casi cien millones de kilómetros de Askrea, el planeta principal y la capitana no se equivocaba. Media docena de naves de la Federación, entre ellas un enorme transporte, estaban orbitando a su alrededor.

Antes de nada monté uno de los cañones que había fabricado para la lanzadera en la nave y lo probé fuera de la vista de la flota. El resultado fue tan bueno que le pedí a Eudora las piezas para modificar también los cañones láser de la nave.

Cuando terminé de modificarlos me acerqué sigilosamente al planeta,  esperando que el transporte de Ariadna hubiese llegado antes, porque si no, a esas alturas estaría criando malvas.

Askrea era el típico planeta de la Federación. En un principio, probablemente habría sido un planeta bonito, pero ahora su superficie estaba ocupada por grandes factorías y montones de escoria que los rebeldes estaban empezando a allanar para intentar recuperar el planeta, al menos en parte. Por lo que averigüé gracias a Eudora, tenía una gran cantidad de agua, en su mayoría bajo la superficie, afortunadamente para sus habitantes, lo suficientemente profunda como para que no se filtrasen la mayoría de los contaminantes que pululaban por su superficie.

Me acerqué tanto como pude a la flota y escuché las comunicaciones que escapaban del planeta. Con una sonrisa de alivio oí como el hombre al mando daba órdenes, amenazaba y se cagaba en todo.

Por lo que me dieron a entender los mensajes que intercepté, la situación no era muy halagüeña. El jefe de la expedición solo disponía de su regimiento más unos tres o cuatro batallones de reclutas apresuradamente alistados entre los rebeldes, de los cuales ninguno de los mercenarios esperaba mucho.

La Federación, en cambio, había destacado tres regimientos de sus mejores tropas de élite así como dos batallones de acorazados, en total casi setenta vehículos poderosamente defendidos y artillados.

La cosa estaba que ardía y estuve a punto de largarme, pero no podía dejar tirada a aquella mujer. No es que me hubiese enamorado de ella, al menos no lo creía, pero el hecho de ser de mi misma especie había despertado en mí una especie de camaradería que me impulsaba a echarle una mano. Afortunadamente, la flota enemiga no esperaba ningún problema así que se había limitado a ocupar un cuadrante, justo encima del área de operaciones, sin patrullar nada más que los alrededores.

Yo me retiré a unos cuantos cientos de kilómetros y subí a la nueva lanzadera. Después de ordenarle a Eudora que mantuviese siempre el planeta entre ella y la flota de la Federación me dirigí a la superficie, ocultándome de la flota enemiga en la sombra de este hasta que llegué a la superficie.

A continuación me dirigí hacia la capital, Askar. Estaba situada en una enorme meseta rodeada por montañas excepto en la parte   sur, donde  iba disminuyendo en altura poco a poco hacia una enorme llanura aluvial que se extendía mil doscientos metros más abajo. Rodeando a la ciudad y ocupando casi todo el millón de kilómetros cuadrados de superficie había  una gran masa de torres y factorías dedicadas al procesamiento de materias primas y la fabricación de todo tipo de productos.

Antes de aterrizar di un par de vueltas alrededor observando el panorama y probando la eficacia de casco de grafeno a la hora de ocultar la lanzadera a los sensores de la Federación. Al sur de la ciudad, justo donde empezaba el declive del terreno, estaba el campamento de Ariadna justo al lado de la nave de transporte que mostraba varios agujeros en el casco. Unos pocos kilómetros más allá, las tropas rebeldes estaban estableciendo una serie de baluartes aprovechando que aquella era la única zona por la que podían acceder los vehículos enemigos, que aunque no necesitaban carreteras gracias a los sistemas repulsores, no podían superar las abruptas  zonas de cráteres que había más al oeste.

Avancé unos trescientos kilómetros más en dirección sur. Ya en el interior de la llanura, la Federación había montado su campamento en un complejo industrial enorme y pensaba aprovechar la pendiente  que los rebeldes habían hecho practicable a los blindados con sus trabajos,  para avanzar sobre la ciudad con sus blindados.

Me mantuve a cierta distancia y a baja altura para no ser detectado y observé. Era evidente que no pensaban atacar hasta que estuviesen totalmente preparados y aun estaban bajando material. Pesadas lanzaderas cargadas de hombres y material bajaban sin descanso del enorme transporte que había visto desde la Eudora. Estuve tentado de atacarlas, pero finalmente me dije que lo más probable es que me borrasen del cielo y apresurasen el ataque. Lo mejor era no delatar mi presencia hasta que no supiese cual era el plan, así que me pegué aun más al suelo para evitar sus detectores.

Me iba a retirar al campamento de los humanos cuando vi una pequeña silueta moviéndose cerca del límite del escudo del campamento enemigo.

Eché otro vistazo al cielo a mi alrededor y tras asegurarme de que no había cazas enemigos en mi entorno, volví a fijar mi atención en la figura.

Enfoqué las miras ópticas en el máximo alcance y descubrí que la figura  parecía humana y no estaba sola. Al menos cuatro soldados con uniformes de camuflaje se acercaban al escudo del campamento por un pequeño promontorio.

Parecía que lo único que querían era echar un vistazo, aun así me quedé y los observé arrastrarse milímetro a milímetro hasta que atravesaron el escudo del campamento. Al parecer no saltó ninguna alarma y los hombres siguieron avanzando hasta estar a menos de quinientos metros del campamento. Mientras dos vigilaban, los otros dos hicieron un agujero en el suelo apresuradamente y enterraron algo.

En ese momento una patrulla de la Federación debió oír algo y se dirigió hacia allí a investigar.

Al ver que estaban a punto de ser descubiertos, dos de los soldados se fueron retirando de nuevo fuera del escudo, aprovechando la oscuridad.

Cuando los soldados de la Federación estaban a punto de pisar a los que se habían quedado atrás, estos abrieron fuego, sorprendiendo a los atacantes y derribándolos, pero poniendo a todo el campamento en alerta.

En ese momento los cuatro humanos echaron a correr, los dos que habían empezado a retirarse salieron rápidamente del escudo y siguieron corriendo en dirección norte tan rápido como podían. Los dos que iban de detrás se dieron la vuelta un instante, antes de salir y abrieron fuego contra una lanzadera que estaba aterrizando. El aparato, que ya había apagado el escudo al estar bajo la protección de las defensas del  campamento,  se quedó parado un instante en el aire antes de escorarse y caer de lado estallando y provocando el caos en el muelle espacial.

Eso retrasó un poco a los defensores, pero rápidamente se organizaron y con tres deslizadores  comenzaron a comer terreno a los fugitivos.

Los deslizadores siguieron la estela de los humanos y cuando llegaron al lugar desde el que habían disparado, al pasar con sus deslizadores  activaron la mina que los rebeldes habían enterrado en el suelo. El objetó salto varios metros en el aire y detonó justo debajo del grupo de deslizadores, destruyendo uno de ellos y haciendo que los otros perdiesen el rumbo unos instantes antes de que los pilotos lograsen hacerse con los mandos.

Los atacantes habían ganado un poco de tiempo, pero al ver que los deslizadores retomaban la cacería, saltaba a la vista que su ventaja no duraría mucho.

Lo que no entendía de todo aquello era porque aquellos idiotas se empeñaban en correr ya que en aquella enorme llanura no había ningún vehículo a la vista, ni un lugar donde esconderse.

Los cuatro soldados corrían bastante rápido, a grandes saltos, ayudados por la baja gravedad del planeta, pero los deslizadores les comían terreno rápidamente.

De repente, los dos que huían en cabeza se desviaron hacia la izquierda internándose en una pequeña grieta del terreno que apenas les proporcionaba protección.

Ahora sí que no entendía nada. Alargué la vista en aquella dirección y tres kilómetros más adelante pude ver un pequeño agujero hábilmente camuflado. Allí debían tener su medio de huida.

Observé cada vez con más nervios como se acercaban los soldados, perseguidos por los deslizadores que empezaban a abrir fuego. La cosa se estaba poniendo fea; los deslizadores estaban cada vez más cerca del segundo duo y aun estaban a más de dos kilómetros de su destino.

El primer grupo llegó al refugio y mientras uno de los soldados desaparecía en el agujero el otro echó  cuerpo a tierra e intentó cubrir a sus compañeros que huían a la desesperada, pero sus disparos aislados chocaron contra los escudos defensivos de los deslizadores y no impidieron que los perseguidores siguiesen reduciendo la distancia.

Las cosas aun se pusieron peor cuando uno de los soldados rebeldes sufrió el impacto de dos disparos. El soldado dio una voltereta y cayó al suelo. Al principio creí que había muerto, pero tras unos segundos de conmoción, se arrodilló e intentó levantarse. Su compañero, que en un principio no se había percatado, en cuanto se dio cuenta, se dio la vuelta y ayudó al hombre a levantarse. Los movimientos y la envergadura del soldado me resultaban familiares.

Renqueando, comenzaron a moverse  de nuevo, pero no tenían ninguna oportunidad. A pesar de todo, aquellos dos soldados seguían intentándolo. El que aun estaba ileso había subido al herido a sus hombros y siguió huyendo hasta que los deslizadores les cortaron el paso.

En ese momento decidí intervenir. Aceleré a fondo y me dirigí hacia los deslizadores abriendo fuego con todo lo que tenía.

El primer deslizador voló por los aires en cuestión de segundos el restante devolvió mi fuego y emprendió la huida.

Arriesgándome a ser detectado me elevé evitando la mayoría de los disparos y gire ciento ochenta grados encarándome a la nave restante. El escudo apenas aguantó unos segundos atacado por los cañones de mi lanzadera.

El deslizador empezó a zigzaguear con la esperanza de evitar mis láseres, pero no sirvió de nada. En cuestión de segundos era una bola de fuego sobre el suelo rocoso.

Sobrevolando los restos del aparato, hice un amplio giro y me posé junto a la pareja que seguía renqueando, ignorando la batalla que se desarrollaba a su alrededor.

—Hola. Me pareció que necesitabais ayuda. —dije yo tras aterrizar frente a ellos y salir del aparato luciendo  una sonrisa de suficiencia.

El hombre que aun estaba ileso, deposito con cuidado a su compañero en el suelo y se quitó el pañuelo y las gafas que les ayudaban a protegerse del polvo y le ayudaban a camuflarse. Era Minos.

—Supongo que tengo que darte las gracias. —dijo Ariadna retirando el pañuelo de su boca para hacerse oír por encima del estruendo de la lanzadera— Te daría un abrazo, pero será mejor que lo dejemos para luego si no quieres que te manche el mono de sangre.

Me agaché a su lado y le eché un rápido vistazo. Tenía un disparo en la cadera y otro en el brazo. Jodidos, pero si recibía ayuda no habría problema.

—Yo me ocupo de ella, Minos. Tu vete con tus compañeros, solo tengo espacio para uno en la lanzadera.

El soldado me miró con desconfianza en hizo el gesto de echar mano al arma, pero una mirada de Ariadna bastó para disuadirle.

—Vamos, no tenemos mucho tiempo. Con la lanzadera estará en el campamento en unos minutos y dentro de nada esto será un avispero, necesitáis iros ya, yo me encargo de tu capitana.

Minos no estaba del todo convencido, pero Ariadna mientras presionaba las heridas con unos apósitos que le había dado, le recordó que aun seguía siendo la jefa de la expedición y que tenía que cumplir sus órdenes. Soltando un juramento el soldado se dio la vuelta y se dirigió a grandes saltos hacia el resto de su equipo, que le esperaba ya en la boca del refugio con un deslizador en marcha.

Con cuidado levanté a Ariadna y la metí en la lanzadera. Con la mayor suavidad posible la deposité en el asiento del copiloto y le puse el cinturón. Mientras me elevaba vi por el rabillo del ojo como sacaba algo de un bolsillo y se lo inyectaba en el brazo. El gesto de alivio fue casi inmediato.

—Las drogas son nuestras amigas... —dijo justo antes de perder el conocimiento.

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*Un saludo y espero que disfrutéis de ella .*