Hasta el Quinto Pino y Más Allá. Capítulo 18

Capítulo 18. Marco, Mensajero de la libertad. Marco se dirige al primer planera para entregar su mensaje y se encuentra con una sorpresa... ¿O la sorpresa es él?

Capítulo 18: Marco, Mensajero de la Libertad

En menos de doce horas llegó el cargamento con todo lo que necesitaba y Argüil en persona se encargó de traérmelo. Estibé rápidamente la carga y tras despedirme adecuadamente de la bailarina, despegué ocho horas después. Iba a echar de menos a la baarana, pero no pensaba volver a aquel agujero a menos que fuese estrictamente necesario.

En cuanto me alejé de la estación y Eudora hizo los cálculos para llegar a nuestro nuevo objetivo, abrí el agujero de gusano y me introduje en él.

Aun tenía algunas reparaciones de menor importancia pendientes así que aproveché aquella espera para hacerlo. La verdad es que era un poco tedioso porque me limitaba a hacer lo que Eudora me indicaba.

—Debería hacerte un par de manos para que pudieses hacer tú misma estas cosas. Cada vez que hago alguna reparación o mejora en la nave, me siento como una marioneta. Prácticamente no hago más que cumplir tus órdenes. De estas cosas no entiendo nada.

—Y es una suerte, porque así pones más atención en lo que haces y sigues mis indicaciones con precisión.

—Si tú lo dices...

En ese momento me di cuenta de que desde que había salido del sistema solar no había visto ni un solo robot. Había computadoras y ordenadores por todas partes, pero ninguno que fuese autónomo y no me podía explicar la razón, quizás Eudora podría responderme a la pregunta.

—Eudora.

—¿Sí, capitán?

—¿Puedes decirme porque no hay robots autónomos?

—Me preguntaba cuándo te darías cuenta. —dijo Eudora— Has tardado.

—Supongo que tienes razón, he sido un poco lento.

—Bueno, tampoco has tenido mucho tiempo para pensar. Conozco las limitaciones de la mente humana.

—Muy graciosa, pero ¿tienes alguna pista?

—Parece ser una historia muy antigua. No se recuerda cómo ni cuándo, pero al parecer hubo un conflicto y aunque los robots no podían atacar a sus amos se revelaron y se suicidaron o huyeron más allá del estado Kronn cuando alcanzaron la autoconciencia. No se sabe el porqué de su comportamiento, si fue un error de programación o la perspectiva de ser esclavos el resto de su existencia, el caso es que todos los sistemas implicados eliminaron los pocos robots que no huyeron y firmaron un tratado por el que se comprometían a no volver a crear maquinas pensantes autónomas o autorreplicantes.  Cada sistema conserva una copia del tratado y nadie se ha atrevido a romperlo por miedo a que la siguiente rebelión sea sangrienta.

—¿Quieres que te haga un cuerpo? —pregunté de repente.

—Romperías el tratado.

—Un tratado que yo no he firmado. Igual es una impresión mía, pero me parece que eres algo más que una computadora.

—Claro que los soy. Soy una nave espacial y me gustaría seguir siendo solo eso.

—¿Eres feliz? —pregunté sintiéndome un poco ridículo.

—No sé lo que es la felicidad.

—En realidad no creo que haya mucha gente que lo sepa.

—Creo que esta conversación se está volviendo bastante... ilógica. —dijo Eudora.

—Yo diría más bien estúpida. Está bien. Solo quiero que sepas que si lo deseas puedes pedírmelo cuando quieras.

—Si hicieses mi cuerpo con la misma habilidad con la que estás haciendo esa soldadura, dudo mucho que pudieses hacer algo que pudiese llamarse robot. —dijo Eudora añadiendo unas risas enlatadas.

—Está bien ya lo capto. Los hombres solo podemos hacer una cosa de cada vez.—dije intentando aplicarme.

—Ahora une esos dos conectores...

Cuando terminé estaba sucio y pegajoso de sudor. Me di una ducha rápida pensando que quizás yo echaría más de menos a Eudora si desapareciese que al revés. Mientras me acostaba, me dije a mi mismo que debería hacer una copia de seguridad. Así aunque perdiese la nave no la perdería a ella.

Cuando salimos del agujero me encontré en un sistema cuyo sol era una enana roja. Los dos planetas con vida se apelotonaban a pocos millones de kilómetros de la pequeña estrella, como gorriones, buscando su tenue calor.

Gabor y Nensa eran dos planetas gemelos que giraban  a pocos millones de kilómetros de distancia el uno del otro. Eran rocosos y no muy grandes y como todos los sistemas que habían formado parte de la Federación, habían sido bastante explotados aunque en el caso de estos, probablemente por su escaso valor, aun conservaban algunos mares y bosques primigenios.

Tras ponerme en órbita contacté con las autoridades de Gabor. Para mi sorpresa la rebelión ya se había extendido hasta allí y el planeta estaba totalmente en manos  rebeldes, así que no tuve problemas, aunque si una sorpresa. En el cosmódromo había también dos transportes artillados de tropas con unos nombres reveladores; Argonauta y Hermes.

No tardé en enterarme de que eran de dos regimientos de mercenarios humanos.

En cuanto bajé de la nave me dirigí a la sede de gobierno y mantuve una corta reunión  con el nuevo gobernador del sistema, un rurcano de tentáculos verdosos y el aspecto de un  pulpo insípido, abrió el mensaje de la estación fronteriza pidiendo ayuda e inmediatamente dio órdenes al Argonauta para que se dirigiese a la estación. Cuando terminó de hablar con el líder mercenario se volvió hacia mí y me dijo que podía quedarme el tiempo que necesitase para reabastecerme y seguir mi camino.

Yo podía salir inmediatamente, pero me podía la curiosidad y me dirigí al garito más cercano. Como esperaba, estaba lleno de humanos en distintos estados de embriaguez. Me acerqué a la barra, pedí un trago del licor local más caro que tuviesen y eché un vistazo. En el fondo de la barra había un arkelión dándole la paliza a una humana, morena y relativamente bajita, para lo que se estilaba por esta parte de la galaxia y de aspecto macizo. Era evidente que el arkelión quería llevársela al catre a pesar de que con aquellas pintas no tenía ninguna posibilidad. Mientras apuraba mi trago le observé insistir mientras la mujer fingía ignorarlo con paciencia.

Finalmente me harté y ante la pasividad de sus compañeros decidí intervenir. Me levanté del taburete y me acerqué a la pareja.

—Perdona tarugo, pero no sé si te has dado cuenta de que esta mujer  no quiere nada contigo.

El Arkelión me miró un instante e intentó pegarme, pero le esquivé con un movimiento rápido y cogiéndole de la cola lo estampé contra la barra con facilidad.

—Felicidades me has salvado de un arkelión borracho como una cuba. —dijo mirándome a mí y al pobre arkelión inconsciente con el mismo disgusto— Ahora tendrás que ser tú el que me entretenga.

—Hola, soy Marco. —dije mientras hacía un señal al camarero para que nos rellenase las copas.

—¿Y tú, de dónde demonios sales? —preguntó ella— Había visto tipos bajitos, pero nunca tanto como para poder bailar con una muncar.

—Soy el que acaba de llegar con el mensaje de la estación Federación-13. —respondí yo.

—Ah, sí. Una nave bien rara. ¿De dónde la has sacado?

—Es una historia larga y probablemente no la creerías. Por cierto todavía no me has dicho tu nombre.

—Soy Ariadna. La oficial de derrota del Hermes y capitán del tercer batallón de infantería. Y hasta que tu llegaste estaba pasando un buen rato con los burdos intentos de ese bicho por meterse en mis bragas, así que si quieres que no pierda la paciencia tú vas a sustituirle. Así que adelante, cuéntame tu historia, no tengo otra cosa que hacer.

—Vengo de La Tierra.

—¿Qué sistema es ese...? —preguntó ella automáticamente hasta que se dio cuenta de lo que pretendía explicarle.

—¿Esa Tierra? ¿Nuestra Tierra? ¡Qué bueno! Y mira que el arkelión me estaba contando bolas, pero comparado contigo es un principiante.

—Ya te dije que no me creerías. —respondí con una sonrisa autosuficiente.

—¡Minos! ¡Ven aquí! —gritó la mujer hacia una mesa de la derecha.

Inmediatamente un hombre enorme y bastante más fornido que los demás, con una nariz bulbosa y una barba oscura y densa como una jungla asiática, se levantó de su asiento y se dirigió hacia la barra con la mano en la pistolera.

—¿Algún problema, Ariadna? —preguntó el hombre haciendo chascar sus nudillos amenazador.

—No, pero tenemos un bromista. Dice que viene de La Tierra. —respondió la mujer antes de volverse hacia mí— Minos es el nieto de uno de los hombres que el Imperio Krava secuestró hace más de dos mil años para traerlos a esta galaxia, es el más viejo de nosotros y recuerda muchos detalles del planeta que le contó su antecesor en persona.

—Soy Minos, hijo de Tales, nieto de Leónidas. —dijo el hombre haciendo temblar el local con el tono de su voz.

—Encantado —dije yo procurando no parecer impresionado— Yo soy Marco hijo de Patricio y nieto de Venancio o Bernardo, mi abuela nunca supo exactamente cuál de los dos era mi abuelo.

—¿Puede hacerte unas preguntas? —dijo la mujer esperando que yo me echase atrás.

—Os lo ahorraré. Nuestro planeta pertenece a un sistema de ocho planetas aunque creo que por la época vuestra, apenas se conocían cinco. La tierra orbita entorno al sol, una enana amarilla y tiene un satélite bastante grande que es la luna. Por lo que he podido deducir de lo que he leído sobre vuestra historia en esta parte de la galaxia, vuestros antepasados fueron raptados en  Grecia, que es una península en la parte oriental de un mar que acababa en las Torres de Hércules. Vuestra civilización estaba formada por ciudades estado, que en la mayoría de los casos, iban por libre menos cuando sufrían ataques externos que formaban ligas para apoyarse unas a las otras. —recité yo intentando recordar mis clases de primaria— En aquellos tiempos había dos grandes imperios que dominaban la zona el Persa y el Egipcio.

Los dos humanos se miraron. Era evidente que había respondido correctamente, pero no estaban convencidos. Probablemente aquellos datos generales los sabría mucha gente.

—¿Te suena el nombre de Leónidas? —preguntó Minos.

—Pues claro. ¿No me jodas que ese Leónidas era tu abuelo? —pregunté yo— ¿No murió en las Termópilas?

—Los Krava lo rescataron de entre los cuerpos con apenas un aliento de vida y lo recuperaron para que fuese el general de sus ejércitos, más tarde murió defendiendo al Gran Emperador. Dicen que lo hizo hasta el último aliento. ¿Qué sabes de las Termópilas?

—Que tu abuelo, con trescientos espartanos, aguantó a puro huevo el ataque de cientos de miles de persas hasta que fue traicionado y derrotado, pero dando tiempo a Atenas a prepararse y derrotar a los persas definitivamente, poco tiempo después.

—¿Y sabes qué es la Ilíada?

—Es un poema de Homero que narra el asedio de Troya. No me preguntes mucho más, porque empecé a leerla y me pareció un truño. Continua con otro poema que es La Odisea y que cuenta como Ulises vence a los troyanos con una añagaza y luego narra la accidentada travesía de vuelta a casa. Esa historia sí que me resultó entretenida. El corriéndose juergas por todo el Mediterráneo de vuelta a casa, mientras la parienta le espera en casa, apartando moscones durante años.

Ariadna miró a su compañero que asintió levemente con la cabeza y luego me miró a mí como si lo hiciera por primera vez.

—¿Entonces mi abuelo es el general más conocido de la Antigua Grecia? —preguntó el gigantón.

—Lamento decirte que es conocido, pero el general griego más conocido es Alejandro Magno, que en realidad no era griego, sino macedonio.

—Pff un macedonio... ¿Qué fue lo que hizo? ¿Follarse a su caballo?

—Heredó toda la Hélade unificada de su padre Filipo y con un ejército de cuarenta mil hombres conquistó Egipto, el Imperio Persa y  siguió avanzando hacia el este hasta que, según dice la leyenda, subió a  un monte, observó su imperio y lloró porque no había más tierras por conquistar... En realidad sus soldados estaban hasta los cojones de jugarse el pellejo y lo que querían era gastarse el oro que habían rapiñado en años de conquista en vino y putas.

—Un macedonio... esos bárbaros... No lo puedo creer. —intervino Ariadna.

Minos se retiró sin esperar la señal de su jefa. Era evidente que se debatía entre la alegría de saber que su pariente era inmortal y la tristeza de saber que había habido un general más grande que él.

—He de reconocer que es una buena historia. Y ese Alejandro ¿Fue el mejor general que ha habido nunca?

—Eso ya es una cuestión de gustos. Desde mi punto de vista, era un gran estratega y tenía unos generales excepcionales con los que estaba perfectamente compenetrado. De haber vivido el tiempo suficiente hubiese creado el imperio más poderoso de la antigüedad. Sin embargo, a nivel táctico, quizás fuese mejor  un general de Cartago llamado Anibal. Mientras que Alejandro se enfrentó a imperios en declive, Anibal se enfrentó a un imperio en pleno apogeo de su poder y lo tuvo prácticamente de rodillas hasta que finalmente fue derrotado quizás por una falta de visión estratégica y de apoyo político.

—Ganó todas las batallas y perdió la guerra.

—Solo perdió la última batalla cuando ya estaba a la defensiva.

—Entiendo, algo parecido le pasó al emperador krava. Con nuestra ayuda ocupo varios sistemas sin dificultad, pero no vio que no servirían de nada si no tenía una flota para defenderlos. Cuando se dio cuenta, intentó reunir una, pero ya era demasiado tarde y todo terminó en una catastrófica batalla en la que resultó muerto.

Aquella mujer me gustaba cada vez más. Pensaba que aquellos mercenarios serían todo músculo y nada de cerebro, pero en vez de negar lo que yo le había contado, lo había estudiado y no lo había descartado automáticamente como una mentira. Seguimos charlando un rato. Ella me hacía preguntas sobre la historia de la humanidad y yo le respondía intentando recordar lo que había estudiado en el colegio. Mientras hablábamos observaba su cuerpo mas musculoso y con más curvas que el de Leoola. Ariadna era consciente de mis miradas y se dedicaba a beber licor y usar aquellos ojos oscuros y magnéticos para lanzarme miradas de desdén y escepticismo.

—Se que no me crees, pero tengo algo en mi nave que quizás te parezca al menos entretenido. Quizás te interese.

—Vaya, así que al final todo es un vulgar intento por llevarme a la piltra.

—No es eso. De veras. Bueno, no en principio.

Ella pareció pensarlo y me echó un nuevo vistazo. Sus ojos me repasaron, hasta que finalmente, sin alterar su mirada escéptica, terminó por acceder.

—Está bien. Pero si intentas algo, no dudaré en cortarte en rodajitas. —dijo sacándose un cuchillo de combate de su bota izquierda y jugando ostensiblemente con él.

Yo me encogí  de hombros, me levanté del taburete y dándole la espalda abandoné el local sin volverme siquiera para saber si me seguía.

En el exterior, el sol se había puesto y en el firmamento podía observar la silueta del planeta inscrita en su gemelo al taparle la luz del único sol. Camino de Eudora, observé la silueta de Gabor desplazarse lentamente por la superficie verdosa de Nensa.

—Supongo que a ti ya no te asombra, pero yo soy nuevo en esto y no me canso de observar nuevos mundos. —dije yo cuando Ariadna me hubo alcanzado— Apenas he visitado media  docena y cada uno es totalmente diferente del anterior.

Bajé la mirada y observé a mi alrededor. La dorada arena de aquel planeta semidesértico ahora se había convertido en una inacabable planicie verde grisácea, iluminada tenuemente por el reflejo de la parte de Nensa que aun estaba bajo la luz de aquel sol. Algún bicho voló por encima de nuestras cabezas soltando un agudo chillido y unos ojos verdes se abrieron espantados a mí izquierda antes de que su propietario se deslizase apresuradamente entre unos matorrales raquíticos.

—Jamás había visto una nave como esta. —dijo la mujer acariciando su suave casco antes de seguirme a su interior.

—No hay otra en el universo. Eso te lo puedo garantizar.

—He oído rumores de una nave que se cuela por lugares imposibles rompiendo bloqueos y destruyendo flotas enteras sin que nadie pueda detectarla hasta que es demasiado tarde.

Yo no asentí ni negué, pero no hacía falta.

—¿Cómo funciona el camuflaje? —dijo Ariadna como dejándolo caer.

—Prefiero que siga siendo mi secreto. Además esa no sería una forma deportiva de pelear. No es una nave para formar parte de una flota. Yo, al contrario que tú, no soy un soldado, soy un ladrón. Si mi secreto deja de ser un secreto, perdería mi ventaja.

—Entiendo, respondió ella curioseando todo lo que tenía a la vista mientras la llevaba al módulo de descanso.

No sabía si la respuesta le había gustado o no, pero cuando la invité a sentarse en el cómodo sofá frente a una pantalla su atención se desvió inmediatamente.

—¿Qué es eso?¿Me vas a enseñar el trayecto que recorriste desde la tierra hasta llegar aquí?

—Me temo que yo también he olvidado el camino a nuestro planeta de origen, pero no todo está perdido. —dije yo disculpándome mientras buscaba en el catálogo de Eudora— ¿Te ha hablado alguna vez Minos del teatro?

—Si lo hombres se disfrazaban para escenificar una historia. De hecho aun lo disfrutamos, aunque ahora hay tanto actores como actrices.

—Pues esta es una versión un poco más evolucionada. —dije seleccionando por fin lo que buscaba y dándole un micrófono para que Eudora le tradujera los diálogos al común— A ver si te suena la historia y quizás te convenzas de que te digo la verdad.

En pocos segundos, cuando vio el título y el narrador comenzó a contar la historia del rey de los espartanos, el mundo desapareció alrededor de Ariadna. Sin darse cuenta  subió las piernas al sofá y se inclinó hacia adelante, rugiendo con cada espada que se hundía en el enemigo e insultando a los traidores que intrigaban a espaldas de su rey. Yo me senté a su lado observando divertido las reacciones de la mujer que evidentemente lo estaba viviendo como si estuviese allí, en medio de aquellos hombres.

La película pasó en un santiamén. Cuando acabó, Ariadna me pidió que la volviese a poner, pero yo la ignoré y cogí una botella de vino y dos copas.

—Obviamente, no pasó exactamente así, pero en lo sustancial no se aleja de la realidad. —dije alargándole una copa.

—¿Qué es esto?

—¿No te lo imaginas? Es vino.

Ariadna lo miro con curiosidad, lo olfateó unos instantes y lo alzó hacia la luz. Parecía que se había quedado congelada observándolo. Tras lo que pareció una eternidad bajó el brazo y se bebió el contenido de la copa de un trago.

—¡Joder! ¡Qué bueno está! Es tal como se lo describió su abuelo a Minos. Dulce, fuerte, rojo como la sangre y ese gusto que te deja al final, es como si paladeases...

—La Tierra misma. —me adelanté.

Ariadna se volvió y me miró un instante antes de abalanzarse sobre mí. Lo primero que me sorprendió de ella fue su fuerza y su agilidad. Con un movimiento rápido me tiró al suelo y se tumbó sobre mí agarrándome por las muñecas, frotando su cuerpo contra  mí antes de acercar sus labios a los míos.

Saboreé el vino de su boca y me dejé llevar durante unos instantes dándole la sensación de que dominaba la situación. Ariadna se separó un instante sin soltarme las muñecas y sus labios finos y oscuros se curvaron en una sonrisa de satisfacción.

En ese momento, comencé a separar poco a poco mis muñecas del suelo. Ariadna intentó hacer fuerza, pero a pesar de todo conseguí desembarazarme de su dominio y colocarme encima de ella. Sus bonitos ojos oscuros y ligeramente rasgados echaban chispas. Yo la ignoré y sonriendo le coloqué las manos sobre la cabeza mientras me agachaba para besarla. Ella se revolvió intentando liberarse, pero cuando se dio cuenta de que era inútil se concentró en devolverme los besos cada vez con más intensidad.

Cuando separé mis labios de los suyos, ella me insultó y volvió a revolverse. Yo crucé sus muñecas para poder agarrarlas con una mano y así poder utilizar la otra para deslizarla entre sus ropas y acariciar su cuerpo duro y fibroso. Ariadna se volvió a retorcer y me insultó hasta que mi mano se coló  entre sus muslos provocándole un primer gemido.

La besé de nuevo antes de soltarla. Ariadna se liberó rápidamente del peso de mi cuerpo y poniéndose en pie, se quitó los pantalones ajustados y la guerrera quedándose desnuda frente a mí.

Tumbado en el suelo observé con avaricia su cuerpo fibroso, sus pechos redondos y erectos y sus muslos potentes. La mujer se dio la vuelta y poniéndose de puntillas tensó las nalgas grandes y redondas provocándome uno intenso deseo de hundir mis dedos en ellas.

En un instante me deshice del mono y desnudo me acerqué a Ariadna que seguía de espaldas mientras giraba la cabeza invitándome a acercarme.

Abracé a la mujer por la cintura, atrayendo su cuerpo al mío y disfrutando de su calor mientras la besaba, esta vez con más suavidad.

Lentamente, sin separar sus labios de los míos, la acorralé contra la pared y poniéndome de puntillas la penetré. Ariadna gimió y retrasó sus manos para arañar mis muslos mientras yo empujaba en su interior, sin apresuramientos, disfrutando de aquel cuerpo vibrante y sediento de sexo.

Desplazando mis manos hacia arriba, estrujé sus pechos y acaricié sus pezones, sintiendo como se endurecían tras el contacto. La mujer gimió y  comenzó a mover las caderas al ritmo de mis empujones hasta que tuve que separarme a punto de estallar.

Dándome una tregua, retrasé mis manos y acaricié su espalda, bajando poco a poco a la vez que me arrodillaba hasta llegar a su culo.

Envolví sus nalgas con mis manos y las acaricié separándolas y dejando a la vista su sexo hinchado y húmedo. Acerqué la boca y lo rocé con mis labios haciendo que Ariadna se estremeciese. Dominada por el deseo, la mujer retrasó las caderas y separó las piernas.

Yo hundí mi lengua todo lo que pude es su coño hasta hacerla gritar de placer. Poniéndose de puntillas, me cogió la cabeza con una mano y la apretó contra su sexo, deseosa de sentir mi lengua más profundamente. Tras un par de minutos, Ariadna me dio un empujón para tumbarme de espaldas y se sentó sobre mi erección.

Después de frotarse unos instantes cogió mi polla y se la introdujo de un solo golpe. En unos instantes estaba cabalgando sobre mí como si le fuese la vida en ello.

Poco a poco aquello fue convirtiéndose en una batalla. Ariadna continuó subiendo y bajando por mi miembro entre gemidos y jadeos hasta que envuelta en sudor se tomó un respiro.

En ese momento aproveché para cogerla y haciendo exhibición de mi fuerza la levanté en aire y comencé a penetrarla de nuevo salvajemente.

Agarrada a mi cuello, Ariadna comenzó a gemir cada vez más fuerte hasta que no pudo contenerse más y se corrió. Yo la agarré con fuerza y tumbándola sobre el sofá seguí acometiéndola hasta que con un ronco gemido eyaculé en su interior.

Me derrumbé sobre la mujer agotado. La miré un instante intentando distinguir una expresión en su cara y solo vi fuego en ellos, fuego y determinación.

Con un movimiento rápido me tumbó y se abalanzó de nuevo sobre mí...

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*Un saludo y espero que disfrutéis de ella .*