Hasta el Quinto Pino y Más Allá. Capítulo 16.

Capítulo 16. Cuentas pendientes.

Capítulo 16: Cuentas Pendientes

Cuando desperté, Eudora ya había salido del agujero y estaba orbitando en silencio en torno a la astrosa estación espacial. En aquel momento había dos corbetas de la Federación atracadas en los muelles, probablemente reaprovisionándose.

Cuando se fueron, un par de días después, me acerqué y dejando a Eudora en órbita, me llevé la lanzadera cargada con parte del mineral que había conseguido en Pantor.

Sobrevolé los amarres y reduciendo la velocidad al mínimo para no destruir el escudo que protegía la colonia del vacío, me dirigí directamente al jardín de Saget.

Dos de sus gorilas acudieron corriendo para detenerme, pero esta vez había salido preparado. En cuanto se acercaron a unos diez metros, me eché al hombro mi DP12 y volé limpiamente las copas de dos arbolitos parecidos a palmeras justo encima de las cabezas de los dos tipos.

Los guardaespaldas del rancor se encogieron y vieron alucinados los tocones desmochados mientras yo accionaba la corredera para meter dos nuevos cartuchos en la recámara de la escopeta y esta vez apuntarles a ellos.

—No estoy de humor así que sacad vuestras armas  y tiradlas al suelo, despacio. —dije yo relajando ligeramente mi postura.

—¿Hace falta ser tan destructivo? —dijo Saget emergiendo de las sombras  a mi izquierda.

—Supongo que no, pero me gusta practicar mi puntería. —le dije volviendo la escopeta hacia él— ¿A los rancors os vuelven a crecer los miembros?

—Deja ese juguete de una vez. —dijo el mafioso-espía-comerciante con una sangre fría que no pude dejar de admirar— No creo que hayas venido aquí para matarme.

—Aunque tenga motivos de sobra, sabandija traidora. ¿Desde cuándo trabajas para los kuan?

—No trabajo para ellos, más bien nos hacemos mutuos favores.

—Ya, me imagino. —dije dejando que mi escopeta colgase de su correa a escasos centímetros de mis manos— Tu cumples sus deseos y a cambio no reducen este garito a escombros.

El rancor me miró estirando los pedúnculos en los que se alojaban sus ojos en un gesto que me imaginé era de odio. Yo le devolví la mirada mientras le daba unos ligeros toquecitos al gatillo de mi arma.

Saget la miró, luego miró las palmeras y finalmente hizo la pregunta:

—¿Cuánto pides por ella?

—No está en venta, —dije con una sonrisa— pero si he traído algo para ti.

El rancor despidió a sus gorilas, consciente de que no servían para nada más que para revelar su inutilidad y me siguió a la bodega  la lanzadera.

En cuanto vio el cargamento los ojos le brillaron de avaricia desmedida.

—Bonito, ¿Eh? Titanio, boro, gadolinio, platino, rodio... todo lo que quieras y a un precio insuperable, veintiocho mil créditos.

—Dijiste un precio insuperable. —dijo Saget sacando su vena de usurero a pasear.

—Otro tanto espera en la nave. Será tuyo en cuanto cerremos el trato.

Tras reflexionar unos momentos el contrabandista no regateó, consciente de que por ese precio me lo compraría cualquier comerciante de la galaxia. Con un gesto me invitó a acompañarle hasta el edificio.

Una vez en el despacho me invitó a sentarme mientras iba a buscar el dinero.

En ese momento Eudora me informó de que las antenas de comunicaciones se estaban activando. Ordené a la nave que atacase inmediatamente y Eudora,  de varios disparos, se cargó la antena de comunicaciones de larga distancia, los dos cañones laser y las torretas rastreadoras que tenía la estación para defenderse.

Tres pequeñas patrulleras salieron de uno de los hangares de la estación dispuestas a repeler la agresión, pero antes de que pudiesen localizar a la nave, Eudora les despachó unos cuantos tiros con los cañones laser que las obligaron a volver a su base con el rabo entre las piernas.

Saget volvió casi inmediatamente con los créditos y una inconfundible cara de disgusto.

—No soy tonto, Saget, afortunadamente para ti, no me he enfadado, solo me he limitado a evitar que informes a tus amos de mi presencia. —le dije— Tras conocerte, he aprendido a comportarme con prudencia.

Saget se encogió de pinzas. Y me ofreció los créditos.

—Me temo que restablecer mi confianza te va a costar un poco más que eso.

—¿Qué quieres ahora?

—El whisky.

Los ojos del rancor se abrieron sobresaltados.

—No pongas esa cara, en el fondo te viene bien. No te voy a impedir que lo produzcas y cuando estés en condiciones de comercializarlo lo conocerá media galaxia. Piensa en mí como en un agente comercial de tu producto.

—Vamos, —continué— debería haberte matado por lo que has intentado hacer y sin embargo no lo he hecho.

—De acuerdo, pero quiero quedarme un par de cajas. Y para que veas que estoy sinceramente arrepentido quiero que vengas conmigo a La Cueva, yo invito.

La verdad es que tenía ganas de correrme una buena juerga y no creía que aquel tipo intentase nada más, ahora que sabía que había unos cañones apuntándole. Subí al deslizador del rancor y llegamos al garito en menos de dos minutos.

Nos sentamos en el reservado del fondo y en un par de minutos estábamos rodeados de hembras, entre ellas Argüil y Leoola.

Leoola fue la primera en acercarse cuando terminó de bailar dentro de la jaula. La humana me lanzó una nueva mirada de odio que ahora sabía que era fingida. Aquella mujer estaba al servicio de Saget y no me volvería a coger desprevenido.

—Hola Marco. Veo que sigues vivo. ¡Qué decepción!

—Y yo veo que has vuelto al trabajo que mejor se te da, mover ese culo delante de un montón de babosas intergalácticas, porque como espía y traidora no vales un pimiento.

Leoola aulló y se lanzó sobre mí hecha una fiera, intentando arañarme con sus afiladas uñas pintadas de color azul petróleo. Sin hacer el más mínimo gesto de esfuerzo, la agarré por las muñecas y se las retorcí poco a poco hasta que se vio obligada a arrodillarse con un gesto de dolor.

—Ves, esa es la postura es la que mejor te va, justo a la altura de la abertura de mi bragueta. —dije con una sonrisa.

—Adelante, atrévete a meterme en la boca esa mierda que tienes entre las piernas. —replicó ella desafiante— Éramos amigos y me has dejado tirada en este asqueroso lugar, en manos de este bicho...

—Basta ya, Leoola, sé perfectamente que trabajas para él. No le debes nada. Todo lo que hiciste fue bajo sus órdenes. Sé buena y tráeme un trago. —dije mientras acariciaba las caderas de Argüil que acaba de sentarse a mi lado y chasqueaba la lengua suavemente.

Saget, mientras tanto, se había sentado enfrente de mí y me observaba atentamente. En aquel momento me hubiese gustado conocer algo más de los rancor. Cuando estás jugando una mano de póquer es más difícil jugar si no sabes interpretar bien los gestos del contrario.

No estaba muy seguro, pero si yo estuviese en su lugar estaría un poco más nervioso. Sin embargo él estaba recostado en el asiento con aquellas extremidades duras y huesudas separadas, con una hembra de su especie a un lado y una grasienta chim gan que le miraba con adoración, al otro.

Leoola vino con las copas y me pasó una de ellas, no sin antes escupir en mi vaso. Yo cogí el vaso y le di un pequeño trago, simulando paladear el licor. Con un gesto ceñudo di a entender que le faltaba algo y a continuación metí la mano entre las piernas de Argüil, acariciando unos segundos su sexo con mi dedo corazón. La baarana se estiró y se removió unos instantes, primero incómoda por sentirse el centro de atención y luego excitada por mis caricias.

Cuando le arranqué el primer gemido recorrí con el dedo el interior de sus muslos azules recogiendo la jugosa secreción que tanto había disfrutado en mi encuentro anterior con ella para a continuación meter el dedo en el licor y revolver el contenido.

Seguido por la mirada atenta de los presentes, lo volví a probar. La verdad es que había mejorado notablemente. Se lo di a probar a Argüil que dio un trago sin dejar de mirarme con sus ojos amarillentos velados por el deseo.

Apuré el resto del licor y el sabor dulce de la baarana impregnó mi boca. Deseando paladear aquel sabor afrutado puro y sin mezclas, cogí a la bailarina por el pelo y le di un largo beso. Leoola me miraba intentando simular desdén y asco mientras yo acariciaba aquel culo azul sin dejar de besar a Argüil.

En cuanto vi que su cuello y su canalillo empezaban a rezumar aquel jugo afrodisiaco deshice el beso y comencé a picotear su piel con besos cortos en los que sacaba la punta de la lengua de mis labios lo justo para recoger cada lágrima de aquel jugoso néctar.

Argüil gimió quedamente e hizo el amago de levantarse para llevarme a su habitación, pero yo se lo impedí y seguí magreándola a la vista de todos, disfrutando de la incomodidad de la Chim gam, de las abiertas miradas de odio de Leoola y del... Lo que fuese que pensaban aquellos dos jodidos rancors.

Mirando a Leoola a los ojos, deslicé mis manos bajo la minúscula faldita de la baarana, explorando con suavidad la sensible abertura de su cloaca.

Argüil se puso rígida y ahogó un gemido. Cruzó las piernas intentando impedir que mis dedos avanzasen, pero de un empujón la obligué a ponerse de costado, de espaldas a mí y le metí dos dedos en su sexo. Con movimientos lentos y amplios comencé a perforarle la cloaca. La baarana, impotente, solo pudo agarrase a la tapicería y morderla para evitar gritar de placer.

Yo sonreí a Leoola y besé la espalda de Argüil sin dejar de penetrarla hasta que incapaz de controlarse más se corrió con un grito.

La baarana se desplomó jadeante y yo la subí amorosamente en mi regazo acariciando su cuerpo bañado en aquel aroma a frutas exóticas. Le pedí una botella a un camarero y despidiéndome de los presentes con una sonrisa, me levanté con la baarana cómodamente acogida en mis brazos y con la botella en la mano me dirigí a su habitación.

Las siguientes cuarenta y ocho horas  se diluyeron a base de licor y sexo. No recuerdo ni cuánto bebí, ni cuánto follé, solo sé que cuando desperté, al tercer día, con Argúil colgada de mi cuello la cabeza me dolía espantosamente.

Desnudo y dando tumbos salí de La Cueva de los Ladrones y me dirigí a la casa de Saget para recoger la lanzadera, cargar el resto de los minerales e irme.

Cuando llegué de nuevo con el resto de la mercancía, el Whisky ya estaba esperando, perfectamente embalado, al lado de la puerta de la bodega de la lanzadera. Después de descargar los minerales, despedirme de Saget y darle las gracias por su hospitalidad, cargué las cajas sin dar muestras de hacer un gran esfuerzo y me elevé camino de la Eudora.

El plan era sacar el Whisky de la lanzadera y ponerlo en la bodega con lo que me quedaba del otro, pero estaba tan reventado que lo único que hice fue darle instrucciones a Eudora de que se alejase un poco más de la estación antes de desplomarme en mi catre, quedándome casi inmediatamente dormido.

Dos horas después, un estampido y una enorme conmoción que recorrió la nave de proa a popa me tiraron de la cama despertándome inmediatamente. Aturdido por las alarmas le ordené a Eudora que aislase todos los módulos y que me informase de que era lo que había ocurrido mientras me sentaba a los mandos de la nave.

La voz sosegada de Eudora me ayudó a centrarme. Miré el panel de mandos. Al parecer algo había explotado en una de las bodegas de carga.

Inmediatamente, mientras le pedía a la computadora que hiciese el control de daños, supe que Saget me la había vuelto a jugar. La bodega dañada era la de la lanzadera. Aquella sabandija traidora me había colado un explosivo entre el whisky. Afortunadamente no lo había llevado a la bodega de carga, con lo que la lanzadera había contenido parte de la explosión evitando que toda la nave se desintegrase.

Aun así, la situación no era cómoda. El módulo de carga afectado tenía un boquete en el casco por el que salía un humo oscuro y los generadores se habían visto afectados. Tan solo disponía de un treinta por ciento de la potencia. Afortunadamente la impresora 3D no estaba afectada y podría reparar todos los daños excepto la lanzadera que había quedado totalmente inservible y lo peor de todo, el whisky se había volatilizado.

Estaba cabreadísimo. Aquel hijoputa me las iba a pagar aunque fuese lo último que hiciese. Mi primer impulso fue alejarme a toda máquina con el motor gravitatorio que no había sufrido daños, para repararlos  con más calma, pero Eudora me informó de que aun no había terminado de evaluar los daños estructurales y que la nave podía partirse en dos si la sometía a un estrés excesivo.

Me cagué en todos los muertos. Estaba a un tiro de piedra de la estación. Tenía un agujero en el casco y no podía desplegar las velas para desplazarme en silencio. Además el generador que alimentaba los cañones laser y el escudo estaba dañado y solo funcionaba al treinta por ciento. Por si fuera poco, las armas del lado de la explosión solo se podían accionar manualmente.

Eudora siguió enumerando un alarga lista de daños menores, aunque yo ya había dejado de escuchar hacía un rato y me había dirigido a la impresora dispuesto a empezar a producir los parches necesarios para tapar el boquete.

Estaba a punto de pedir instrucciones a la computadora para poder empezar con las reparaciones cuando Eudora me informó de una nueva mala noticia. Un agujero de gusano se estaba abriendo a unos pocos miles de kilómetros de nuestra posición.

Entonces me di cuenta de lo astuto que había sido aquel langostino. El hijoputa de Saget me había tenido entretenido el tiempo suficiente para que volviesen las dos corbetas que patrullaban aquel cuadrante y ahora me veía obligado a enfrentarme a ellas con la nave dañada. Por si fuera poco las tres pequeñas patrulleras salieron inmediatamente de la estación y giraron dirigiéndose directamente hacia mí.

Jurando que me comería a aquel asqueroso rancor a la brasa con salsa rosa, una vez convirtiese  en un montón de escombros  su maldita estación, encendí el motor gravitatorio y  maniobré para hacer frente a la amenaza.

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Un saludo y espero que disfrutéis de ella