Hasta el Quinto Pino y Más Allá. Capítulo 13.

Capitulo 13. Oposición. Marco solventa un par de problemillas en el planeta de los glee.

Capítulo 13: Conspiración

Incaduasi, el sol amarillo, me despertó. Sus rayos incidían sobre la superficie de la laguna reflejándose y reverberando sobre el techo de la estancia, creando sombras sangrientas y dibujos que no paraban de vibrar y agitarse.

Me levanté y me estiré. Aldara y Kremmark ya se habían ido. El ambiente volvía a ser caluroso y húmedo, así que ignoré el desayuno y me zambullí de nuevo en la laguna. El agua proveniente de la cima del macizo era fresca y me quedé allí, disfrutando de la sensación de ingravidez y bienestar hasta que un glee de uniforme se acercó al balcón. Sin poder evitar un gesto de disgusto, salí del agua desnudo.

—Buenos días, señor Pozo. —dijo el glee sin dejar de mirarme con suspicacia— Me temo que tanto el gobernador como su alteza, la princesa Aldara, se han tenido que ir a las negociaciones. La princesa me ha pedido que me ocupe de darle todo lo que necesite.

Aun chorreando, entré en las habitaciones sin preocuparme por las huellas rojas que dejaba en el suelo y me senté a desayunar un poco.

—¿Ha desayunado ya? —pregunté yo indicándole con un gesto que me acompañase— Hay suficiente para los dos.

—No gracias. Ya he comido algo. —respondió el oficial sintiéndose incómodo ante mi desnudez.

—¿Cómo debo llamarle? —le pregunté mientras roía el interior del caparazón de un enorme crustáceo.

—Soy el coronel Gulmarg.

—Un coronel. No sabía que fuese tan importante. —dije fingiendo desinterés— Seguro que tenéis algo preparado para mí. ¿Cuál es el programa?

Mientras el militar describía una gira por las instalaciones y una visita a varios lugares emblemáticos del planeta yo me preguntaba por qué demonios un coronel hacia de niñera y aun más, por qué no parecía cabreado. Si yo estuviera en su situación, estaría echando chispas e intentando cargarle a cualquier subordinado aquella absurda misión.

La única respuesta posible es que alguien me tenía una sorpresa preparada. Así que esta vez, después de ordenarle a Eudora que despegara de nuevo y esperara ordenes,  me vestí y no me olvidé de coger una granada aturdidora y una Walther de 9 mm, quizás no fuese tan precisa como las pistolas láser, pero era más pequeña y fácil de esconder y seguramente el ruido ayudaría a magnificar efecto sorpresa.

Pasamos el resto de la mañana visitando el centro de gobierno de Geeldara y varios museos de tecnología e historia natural. El que más me interesó era el dedicado a las especies animales que poblaban tanto aquel planeta como los otros dos que también estaban poblados en aquel sistema.

En aquel museo aprendí que el código genético de las especies de aquel planeta era muy similar aunque sus componentes no eran los mismos. La evolución había sido más explosiva ya que parecía que los planetas no parecían haber sufrido más que un par de sucesos catastróficos al principio de su existencia y las especies se habían desarrollado aprovechado todos los nichos ecológicos disponibles. De todas maneras, lo de la convergencia evolutiva era un fenómeno global y todas las formas me resultaban familiares eso sí gracias a la baja gravedad y al rico océano tropical, las dimensiones que alcanzaban algunas especies eran enormes, haciendo que una ballena azul pareciese un pequeño pececillo.

No entendía como con semejantes monstruos pululando por ese océano, aquellos tipos se atreviesen a internarse en él durante largas temporadas como me aseguró el coronel cuando le pregunté.

Tras comer algo en una de las cantinas  del ejército, un deslizador  nos esperaba para hacer una visita a la superficie. Subí al aparato en compañía del coronel y otros cuatro oficiales que me miraron desde arriba, con una mezcla de prevención y desprecio.

El deslizador era amplio y cómodo, nos permitía pasear y movernos de un lado al otro mientras admirábamos, o mejor diría, admiraba el paisaje mientras los tipos no me quitaban ojo.

No ahorré palabras y elogié el paisaje azul y rojo, los enormes insectos de colores metalizados que medraban gracias al calor la humedad y el alto nivel de oxigeno y el cambiante color del cielo a medida que los dos soles se turnaban para iluminarlo.

Descendimos un poco más y entre la espesura pude llegar a entrever enormes cuadrúpedos que se alimentaban de la vegetación y de los insectos que se ponían a tiro.

Poco  a poco el paisaje se fue despejando y finalmente llegamos al mar. Nos deslizamos, recorriendo la línea de la costa. El mar se abatía con fuerza contra los espectaculares acantilados blancos, creando caprichosas estructuras en la blanda roca calcárea.

Cuando el deslizador giró y se internó en el mar noté como mis acompañantes se ponían casi imperceptiblemente tensos.

Ellos eran más altos y estaban mejor armados, pero acostumbrados a aquella gravedad eran mucho más lentos y débiles.

El primero en hacer un movimiento fue el coronel. Lo estaba esperando. Antes de que pudiese sacar el arma por completo de su funda, cogí a aquel imbécil por la muñeca y levantándolo en el aire con facilidad, lo volteé y con medio giro lo lancé contra otros dos. Los tres glee cayeron hechos un revoltijo mientras yo sacaba la pistola y descerrajaba un tiro al piloto del deslizador en el cocoroto y un codazo y otro tiro en el pie al glee que intentó agarrarme por la espalda.

De un manotazo conecté el piloto automático del deslizador y me volví hacia el coronel y los dos hombres que quedaban, que finalmente se habían puesto en pie. Eran bastante buenos. El coronel logró esquivar mi primer golpe y darme una patada en la cara que casi me partió el labio, pero logré coger su pie y tiré de él lo suficiente para poner su cara a tiro y darle un culatazo con mi pistola que lo dejó inmediatamente inconsciente .

Los otros dos me atacaron a la vez. Los recibí efusivamente con un disparo a la barriga de uno y un puñetazo en la cara del otro.

En cuestión de segundos, todo había terminado. Los glee yacían en el suelo muertos o inconscientes. Abrí una de las ventanas panorámicas y tiré los cuerpos al mar esperando que los peces tuviesen hambre aquella tarde y les apeteciese la carne fresca de glee.

Apartando la sangre y los trozos de seso de la consola, dirigí el deslizador a la costa y la seguí hasta encontrar gracias al mapa de la consola principal, la desembocadura del arroyo en el que desaguaba la laguna y lo seguí corriente arriba, amparado por la vegetación y la oscuridad creciente.

Aterricé a un par de kilómetros de las edificaciones y tras camuflar el aparato con ramas y grandes hojas, me dirigí al arroyo y me metí en la laguna donde me lavé todos los restos de la escolta que se habían quedado pegados en la piel y la ropa.

Cuando Aldara y el gobernador llegaron, yo les estaba esperando tranquilamente, escuchando música y disfrutando del paisaje con una copa de licor de Yugga en la mano.

—¿Qué tal ha ido? —pregunté sin darme la vuelta.

—Muy bien. —respondió el gobernador— Todo ha salido a pedir de boca. El tratado esta firmado. Solo falta que el consejo de Pantor lo ratifique. No creo que sea muy difícil. Y tú, ¿Te has aburrido aquí metido todo el día?

—¡Bah! Lo de siempre. Debéis haber batido alguna especie de record. —respondí yo cambiando rápidamente de tema— En mi planeta de origen una negociación similar hubiese durado años.

—Ya lo creo y no ha sido fácil. —intervino Aldara— Mi tío, el almirante Rinch no ha parado de poner pegas y decir que el gobernador era un kuan y por tanto no era de fiar. El caso es que al final conseguí demostrarle que si salía mal esta maniobra, nosotros no perderíamos nada y salía bien teníamos mucho que ganar.

—La verdad es que, bien pensado, es la mejor solución. Por lo poco que he visto en este planeta, no creo que haya una oleada de voluntarios dispuestos a colonizar esa roca desértica.

—Si no hay nada que nos detenga, quizás debiéramos salir cuanto antes. —añadió Aldara— ¿Puedes tener preparada la nave para mañana?

—Pues claro, aunque queda el espinoso tema de mis emolumentos. —dije yo girándome y mirando a la princesa glee.

Ella me miró un poco ofendida.

—Quizás tú puedes permitirte trabajar gratis por el bien de tu gobierno, pero yo me dedico al transporte de mercancías y cada día que paso recorriendo la galaxia para evitar esta guerra es dinero que pierdo. ¿Entiendes?

Sin decir palabra se acercó a un cajón metálico encastrado en la pared y tras poner la palma de la mano sobre su superficie lo abrió y sacó un montón de créditos.

—Sírvete tú mismo. —dijo fríamente.

—El problema que tenéis los patriotas es que creéis que todo el mundo tiene que estar de acuerdo con vosotros. —dije contando dos mil créditos y dejando el resto encima de la mesa.

—Es una suerte que el próximo viaje sea el último. —replicó la glee airada— Pronto podrás volver a tus chanchullos.

El gobernador, viendo que se avecinaba tormenta, se apresuró a retirarse a sus habitaciones aduciendo que estaba cansado y que el día siguiente sería largo.

—Creía que confiabas en mí. —dijo Aldara apretando los dientes para no gritar.

—Y confío, pero me gusta tener claras las cosas, así no hay malentendidos.

—Por favor, —suplicó Aldara— quédate con nosotros, quédate conmigo.

—Lo siento, pero yo no pertenezco a este imperio. Siempre seré un extranjero y un lastre para ti. En realidad no pertenezco a ningún lugar y es mejor que eso siga siendo así.

—Te equivocas, tienes mucho que ofrecer...

—Os llevaré a Pantor y me largaré. Es mi última palabra.

—¡Bien, entonces no hay más que hablar! —exclamó Aldara entrando en su habitación y dando un sonoro portazo.

¡Mierda! aquella noche no habría polvo. Me arrellané en el sillón y  volví de nuevo mi mirada hacia la laguna. Se me pasó por la cabeza levantarme e ir a mi habitación, pero sabía perfectamente que no iba a dormir. No tenía porque sentirme culpable. Aquella no era mi guerra, ni siquiera sabía si aquella causa era realmente justa. Apuré el licor de yugga y tiré el vaso vació a la laguna donde se hundió con un apagado borboteo.

Apagué las luces de la estancia e intenté relajarme, pero seguía sin poder hacerlo. La noche anterior con Aldara y las súplicas de esa noche no me permitían conciliar el sueño. Cogí la botella de licor y bebí otro trago en la oscuridad.

El licor, de sabor acre, quemó mi garganta, pero no me aportó tranquilidad.  Por un momento fantaseé con quedarme al lado de la princesa, pero sabía que no era buena idea. Bastaba con ver lo que había pasado aquella tarde para saber que nunca tendríamos un segundo de paz.

Un ligero ruido a mis espaldas me sacó de mis pensamientos.

Varias siluetas se movían por la habitación. Instintivamente, eché mano a la cintura buscando mi pistola, pero me la había dejado sobre la mesa cuando estuve contando los créditos. En ese momento recordé que aun tenía la granada aturdidora en el bolsillo.

Sin pensarlo dos veces quité el seguro y la lancé rodando contra las figuras mientras me hacía un ovillo para protegerme de la explosión. El fogonazo permitió verme los huesos de la mano a través de la piel, y el estruendo casi me rompe los tímpanos a pesar de que me había tapado los oídos, pero los intrusos estaban bastante peor.

Rápidamente encendí las luces y me lancé sobre la mesa. Uno de los atacantes consiguió echar mano a su arma y disparó medio a ciegas. Un dolor me atravesó el muslo haciéndome vacilar, pero ya había cogido la Walther y antes de que volviese a apuntar había metido dos tiros en el pecho del agresor.

El estampido del arma hizo que los otros tres atacantes se cogiesen los oídos de nuevo  gimiendo de dolor.

En ese momento se abrió la puerta y Aldara asomó la cabeza.

—¡Metete dentro y cierra la puerta! ¡Ahora! —la ordené mientras me ponía en pie con ayuda de la mesa.

Aldara obedeció y tras comprobar que lo del muslo no era excesivamente grave, me acerqué a las figuras cojeando. No me anduve con sutilezas al que estaba más cerca le arreé un patadón tan fuerte que estrellé su cabeza contra la pared del fondo.  rompiéndosela con el crujido de un melón maduro. Con los dos restantes procuré controlarme un poco y les sacudí puñetazos en la cara y en el abdomen hasta que quedaron inconscientes.

Cuando los tuve convenientemente atados y amordazados permití salir a Aldara y a Kremmark de sus habitaciones.

Los dos miraron a los maltrechos agresores. Uno intentaba inútilmente parar el torrente de sangre azul que escapaba a chorros por el pecho, otro yacía muerto con la cabeza reventada y colgando en un ángulo imposible y los dos restantes estaban inconscientes en  la posición fetal que habían adoptado intentando protegerse de la lluvia de golpes que les había propinado.

—¿Pero qué demonios ha pasado? —preguntó Aldara mirando perpleja a los cuatro intrusos.

—No lo sé exactamente, pero vamos a averiguarlo —dije cogiendo a uno de los dos que aun estaban inconscientes por el tobillo.

—¡Cuidado! —dijo la glee encogiéndose.

—Mira, querida. Si vienes a hurtadillas en plena noche cargado con esta chatarra. —le dije indicando las pistolas láser que había sobre la mesa— No vienes a arroparme. Es una suerte que aun estuviese despierto. Si no, probablemente el señor embajador ya estaría flotando boca abajo, camino del océano, con unos cuanto agujeros chamuscados en el cuerpo.

Sin ningún cuidado arrastré el cuerpo inerme y lo lancé a la laguna. El tipo al despertarse y verse en el agua intentó escurrirse, pero al estar maniatado no pudo hacer otra cosa que retorcerse como un pez en un anzuelo.

—Buenas noches, camarada. —le dije agarrando al glee por el cuello para sacarle del agua y quitándole la mordaza— Dime, ¿Qué te trae por aquí? ¿Una visita diplomática?

—Yo, nosotros no...

Sin dejarle terminar la excusa, tiré del recio pelo blanco que cubría su cabeza y lo arrastré de nuevo frente al glee que agonizaba con la sangre manándole del pecho. Sin mostrar la más mínima misericordia aparté las manos del glee de sus heridas y separé los bordes obligando a su compañero a ver el enorme desastre que habían producido mis balas.

Volviendo a ponerle las manos sobre las heridas, limpié las mías en los pantalones del herido y continué mi discurso:

—¿Ves lo que he tenido que hacer? —le dije— Aunque no lo creas,  no me encanta hacer estas cosas, pero llevo un día malísimo. Un coronel y cuatro de vosotros intentaron pasarse de listos esta tarde y ahora son cebo para peces. Si no me cuentas ahora mismo que está pasando, tú serás el siguiente.

—No pienso decirte nada, humano asqueroso.

—Desde luego no os eligieron para la misión por vuestra imaginación. Está bien, a ver si me entiendes. —dije estampándole la cabeza contra la mesa y apretando el cañón de la Walther contra la sien— ¿Quién te envía?

El glee  apretó los dientes y respondió con un hosco silencio. Le miré un instante sus tres ojos estaban fijos en mí y me miraban con una mezcla de odio y desdén. Yo le devolví una mirada fría y sonreí mostrando los dientes antes de quitarle las bridas de las muñecas.

El desconocido intentó liberarse, pero le sujeté el antebrazo sin problemas y lo fui acercando poco a poco a la mesa.

Apenas había tocado la palma la pulida superficie de plástico cuando coloqué la pistola sobre ella y apreté el gatillo. El estampido hizo que todos los presentes se encogieran y el glee pegó un grito y vomitó al ver el agujero sanguinolento que ahora era su mano.

—Tengo un poco de prisa. Si no me respondes tú, acabaré contigo y luego seguiré con tu compañero. —dije encogiéndome de hombros como si no me importase cargarme a aquel imbécil a sangre fría.

El dolor y el mareo causado por la pérdida de sangre acabaron con su resistencia. Entre hipidos y gemidos contó que él no sabía nada. Solo se había limitado a hacer lo que le habían ordenado.

Según aquel tipo, el plan era que el coronel Gulmarg con un equipo se encargaría de mí durante la visita guiada y por la noche el segundo equipo entraría en las habitaciones de Aldara y se encargaría de matar al gobernador Kremmark para evitar el acuerdo con Pantor.

Cuando le pregunté a quién obedecía el coronel, el glee repitió que no lo sabía, que él solo cumplía órdenes.

Yo amenacé con darle un golpe con la culata del arma. Pero Aldara me cogió la mano suavemente.

—No es necesario, ese gusano de Gulmarg es la mano derecha de mi tío. Es él quién quiere torpedear el tratado...

Un ruido de carreras y órdenes a gritos, proveniente del exterior, interrumpió la conversación. Dejando caer al prisionero, corrí hasta la puerta y agarrando el mueble más pesado que encontré lo apoyé contra la puerta justo antes de que alguien intentase abrirla.

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Un saludo y espero que disfrutéis de ella