Hasta el Quinto Pino y Más Allá. Capítulo 11.

Capítullo 11. Marco embajador de la galaxia. Paseando a Aldara por la galaxia mientras intenta evitar una guerra.

Capítulo 11: Marco, Embajador de la Galaxia

Antes de acoplarme al muelle de la estación, Aldara se retiró al módulo de descanso mientras yo pensaba como decirle educadamente que sería mejor que se quedase en la nave y no asomase la nariz en aquel lugar. Si de algo no dudaba era que en aquel lugar no duraría ni cinco minutos.

Pero cuando volvió a aparecer tenía la apariencia de un kuan. La observé con detenimiento mientras ella adoptaba esa pose de superioridad que tanto les gustaba adoptar a aquellos gusanos. Era simplemente una copia perfecta.

—¡Joder! Eso sí que es un truco; si no fuese porque llevas la misma ropa te echaría de aquí a patadas. Me tienes que contar como lo haces, es la leche.—exclamé mientras tocaba la piel de su brazo admirado.

—Ya te lo dije, cuando tú me cuentes como te escurres en los bloqueos sin que nadie te detecte lo haré.

— No sé por qué me da la impresión de que eres algo más que una embajadora.

—Ya sé que estoy horrible, no hace falta que sigas mirándome así. —dijo la glee cambiando rápidamente de tema— ¿Podemos ir a ver a ese rancor y acabar con todo esto de una vez?

—Veo que la clientela flojea. —dije saludando a Saget.

Hasta en aquel lugar, alejado de todo, se notaba la tensión y el garito del mafioso estaba casi vacío. Argüil bailaba con desgana ante un par de clientes que la miraban babeando y le lanzaban algún crédito que otro. Detrás de mí, Aldara, que había tomado la apariencia de una Kuan se acercó y le entregó a Leoola aun esposada.

—Hola, cariño. —dijo Saget lamiendo la cara de la mujer con su lengua escarlata y rasposa— Te he echado de menos. Menos mal que mi amigo es un hombre de fiar. Por cierto llevas una semana de retraso con tus pagos así que, lamentándolo mucho, tengo que notificarte que tu deuda se ha incrementado un veinte por cierto.

Leoola se sentó a su lado, con gesto cansado y la mirada baja.

—Alégrate mujer, has estado muy cerca. —le dije yo con sorna— Si hubieses guardado algo de lo que me robaste ahora podrías ser libre.

—¿Te ha robado?

—Me jodió un negocio de treinta mil créditos y estuvo a punto de conseguir robarme la nave. —Yo la hubiese matado.

—No te voy a mentir. Se me pasó por la cabeza. Pero sé que le jode más volver aquí y la realidad es que no es mía. Haz tú lo que quieras con ella, pero si te la quedas, ten cuidado. No le des mucha confianza o un día amanecerás con un cuchillo clavado en la espalda.

—Gracias por la advertencia, la tendré en cuenta —dijo Saget acariciando el pelo de Leeola que seguía inerte como si todo le diese igual— Ahora relajaos y tomad algo tú y tu amiga.

Pasamos un buen rato en el garito, bebiendo el asqueroso licor y regateando con Saget el precio del pedido. Mientras tanto, la mujer se arrebujó al lado de Saget en posición fetal, estremeciéndose de vez en cuando. Casi me daba pena, pero aquella puta no solo me había robado, sino que no había dudado en  enviarme a la muerte.

Nos despedimos del Rancor, que nos prometió que la mercancía estaría en el muelle en menos de setenta y dos horas y eché un último vistazo a Leoola. Al sentir mi mirada, levantó la cabeza, sus ojos estaban rojos por el llanto, pero lo que más me impresionó fue la intensa mirada de odio que me propinó, haciendo que por un momento me arrepintiese de no haberla matado.

Aquella patata normalmente no era un lugar entretenido, así que con la guerra más cerca, estaba más aburrido de lo normal. La gente no atestaba el mercado, ni se emborrachaba en los garitos. Trataba de ahorrar lo máximo posible, preparándose para el conflicto que se acercaba.

La Federación, al ver que se la habíamos pegado, había movilizado a su flota. El siguiente paso era llevarla al sistema de conflicto y dos flotas llenas de tipos nerviosos y locos por apretar el gatillo era un peligro en potencia, aun sin la intervención estúpida de los políticos.

Aldara se subía por las paredes. Quería marcharse a Pantor, aun sin la carga. Únicamente mi negativa y la convicción de que nadie más podía llevarla allí  la contuvieron. Solo cuando logramos salir de la estación logró relajarse.

Una semana después estábamos acercándonos a Pantor. No me imagino la claustrofobia que podían sentir los habitantes de aquel sistema con casi cien naves de batalla ocupando todas las órbitas disponibles.

Los Glee ahora  eran una flota de verdad y estaban rodeados de una flota de la Federación. Atravesamos los distintos anillos defensivos con las velas solares desplegadas, deslizándonos entre ellos con las armas preparadas.

—¿Es necesario pasar tan cerca? —dijo Aldara— Me da la impresión de que si saco el brazo puedo rozar el casco de esas naves.

—Tranquila, estamos a más de doscientos kilómetros, lo único que me preocupa es que nuestra silueta destaque contra alguna superficie clara.  —dije girando ligeramente a babor para buscar un nuevo hueco en el siguiente anillo defensivo.

El paso entre los Glee fue más sencillo. Entre vigilar el planeta y vigilar  a la Federación estaban realmente ocupados y no pudieron hacer nada cuando finalmente detectaron que alguien estaba aterrizando en Pantor.

El director de de Pantor nos recibió en el mismo muelle con una sonrisa triste. Desde que me fui parecía haber envejecido diez años. Sus ojos estaban apagados y profundas arrugas partía de la comisura de su boca hasta desaparecer en el cuello de su túnica.

Aldara había tomado de nuevo la apariencia de un kuan y se unió a mí en las puertas de la bodega de la nave.

—Bienvenidos a mi atribulada colonia. —dijo Kremmark— No imaginaba que ibas a tener los cojones y la habilidad para volver de nuevo hasta aquí. Te lo agradezco, pero me temo que todo esto no servirá de nada. Tarde o temprano esos de ahí arriba empezaran a darse de ostias y este bonito pedrusco acabara convertido en un pedazo de carbón.

—No pongas esa cara, —le dije yo sonriendo— te traigo algo más que ese cargamento. Aunque no tenemos mucho tiempo. ¿Dónde podemos hablar?

Entramos en la terminal de carga y el director nos guio por distintos pasillos hasta llegar a una sala pequeña ocupada por un montón de terminales y pantallas ahora apagadas y sin operadores a los mandos.

—Hace no mucho tiempo, este lugar era un permanente hervidero de actividad. —dijo Kremmark con ojos nostálgicos— En ocasiones los cargueros tenían que hacer cola durante tres días para cargar los minerales. Ahora esto es un desierto. Y pronto serán ruinas.

—No seas pesimista, te he traído alguien para intentar encontrar una solución. —dije yo.

En ese momento mi acompañante se quitó el camuflaje, provocando un respingo al director. Lo primero que hizo el kuan fue intentar echar mano del intercomunicador y llamar a la guardia, pero yo se lo impedí.

—Tranquilo, excelencia. Solo ha venido a ayudar. No todos los glee son partidarios de la guerra. Debería escucharla.

Kremnark pareció pensarlo unos instantes y finalmente se relajó.

Siglos de guerras, sospechas y desconfianza entre aquellas dos razas no desaparecían en un instante. Aldara y el director se estudiaron mutuamente, con detenimiento, intentando averiguar en qué consistía el juego del otro.

Con un gesto, nuestro anfitrión nos invitó a sentarnos y a hablar.

—Soy Aldara Saum embajadora de la Liga por la Paz de Glee. Estoy aquí para intentar llegar a una solución a este conflicto. Me gustaría debatir durante semanas una salida para esta situación, pero estará de acuerdo conmigo en que no tenemos demasiado tiempo. Así que nos evitaremos los intermediarios y buscaremos esa solución nosotros dos.

—Ahora es cuando me cuenta que tiene un plan. —dijo el director.

—Sencillo y elegante. Pero antes quiero hacerle unas preguntas. —dijo Aldara.

—Adelante.

—¿Qué ha hecho por usted la Federación Kuan?

—Nada, solo incumplir promesas.

—¿Alguna vez se ha parado a pensar qué es lo que prefiere la Federación antes de que esta colonia caiga en manos de mis compatriotas?

—Obviamente no le importaría lo más mínimo que este sistema acabase destruido. La Federación tiene otros sistemas en los que se puede abastecer. No serán tan rentables pero lo importante es evitar que los glee se beneficien de este conflicto.

—¿Y los Pantoreses que opináis de eso?

—Que estamos jodidos.

—No tanto como creéis. —intervine yo— Si no me equivoco sois una colonia independiente, oficialmente no pertenecéis a la Federación.

—¿Qué insinúas? —preguntó el director.

—Que no le debéis nada a la Federación.

—¿Estás proponiendo que rompamos el tratado con la Federación y nos aliemos con los glee?

—Estoy diciendo que denunciéis el tratado por el incumplimiento de las condiciones y abráis vuestra colonia al mercado con los glee. No estoy diciendo que os unáis a nosotros, ni que nos otorguéis la exclusiva comercial sobre vuestros bienes, solo que os mantengáis como un sistema neutral y comerciéis en igualdad de condiciones con los dos estados.

—Pero los glee sois... Nuestros enemigos.

—¿Qué es un enemigo? —intervino Aldara— Que yo sepa la Federación también lo fue. ¿No fuisteis una colonia penal? Y la Federación  fue la que con sus manejos rompió con el trato que habíamos firmado y os puso en esta situación.

—Sabes que es la mejor solución. —le dije yo— La Federación no podrá oponerse, ya que de lo contrario tendría que reconocer su maniobra y los glee accederán a los recursos de este sistema intactos, que es bastante más de lo que esperan obtener en estos momentos.

—Parece todo muy bonito, pero por la forma en la que habéis llegado, estoy casi seguro de que ninguno de los dos estados está informado de esta maniobra. A nuestro amigo, —dijo señalándome— ya le costó salir de aquí la última vez.

—Tiene razón, director. Pero ahora no vamos a escapar. Voy a entrar en contacto con mi flota y en la nave insignia tienen un comunicador que permitirá ponerme en contacto con el consejo del emperador. Estoy convencida de que aceptará las condiciones.

—¿Y cuál es el truco?

—Necesito que mi gente esté convencida de vuestra voluntad de mantener unas relaciones cordiales con nuestro imperio. —respondió Aldara.

—Quieres que envíe una delegación. —dijo Kermmak con el gesto serio.

—Primero a la flota y luego al sistema para firmar un tratado de libre comercio.

El kuan se quedó en pie, como esculpido en piedra mientras pensaba. No lo conocía de mucho, pero me parecía un gobernante realmente preocupado por su pueblo. Le había dicho a Aldara que no se precipitase a pedirle al kuan que nos acompañase. Era necesario que viniese con nosotros en persona, pero tenía que llegar él solo a la misma conclusión... y no me decepcionó.

Kremmark dio unos pasos en dirección a un teléfono y convocó una reunión de urgencia.

El consejo se reunió allí mismo una hora después. El director sabía que su presencia aceleraría todas las negociaciones, así que la discusión duró poco. Podía ver en las caras de todos los presentes, la mezcla de esperanza y horror que reflejaban. Aldara seguía sin camuflarse y los kuan no paraban de echarle miradas de reojo, esperando no sabían muy bien qué.

Para tranquilizarlos Aldara dio un corto discurso en el que dijo que las negociaciones no serían fáciles, pero que no tenía duda ninguna de que llegarían a buen puerto. También juró proteger  la embajada de Pantor, incluso con su vida, si fuese necesario.

Finalmente todo quedó decidido. No había tiempo para reunir una delegación adecuada así que Kremmark decidió ir solo. Eso también ayudaría a convencer a los habitantes de Pantor que no era una maniobra para que los consejeros escaparan del planeta asediado, dejándolos en la estacada. Tras ceder los poderes a sus subordinados y despedirse Kremmark recibió de su asistente un par de baúles con su equipaje y rápidamente nos dirigimos sin más ceremonias a la Eudora.

Mientras activaba los motores gravitatorios y revisaba todos los sistemas, Aldara se identificó y pidió hablar con el almirante de la flota. El Almirante Algalas se mostró un poco receloso, pero aceptó que nos acoplásemos al acorazado Retador.

Aquel bicho era enorme. Su cañón principal era casi tan grande como la mitad de mi nave. En cuando se abrió la escotilla, un batallón Glee entró y se aseguró de que no había ninguna persona ni contrabando aparte de lo que declaramos en la comunicación.

Al llegar al módulo de las armas, afortunadamente echaron una rápida mirada despectiva, sin profundizar en su investigación, dejándome bastante convencido de que no habían visto nada que llamase su atención.

Una vez lo vieron todo en orden, se retiraron a ambos lados de la escotilla de entrada y franquearon el paso a su almirante.

Los Almirantes son iguales en todos los mundos. Erguidos, despectivos y pomposos. Algalas era casi una cabeza más alto que Aldara y tenía el rostro más convexo y la nariz más prominente. Por la forma en que le asomaban los huesos bajo la piel de su rostro parecía bastante anciano. Miró el interior de la nave y no se molestó en ocultar su desprecio, a pesar de  no saber nada de ella.

Solo cuando su mirada se cruzó con la de Aldara vi como su rostro se volvía amable aunque en el fondo también podía notar una corriente subterránea de furia y desconfianza. Los militares, en general, detestan no poder usar sus juguetitos.

—Princesa Aldara. Es un honor recibirla a bordo. Es usted bienvenida y también lo es su excelencia el embajador de Pantor. —dijo el Glee haciendo una leve inclinación sin poder evitar el tono afilado de su voz en sus últimas palabras.

—¡Vaya! Llevando a una princesa glee de acá para allá y yo sin saberlo. —dije yo sin poder contenerme— ¿Alguna sorpresa más?

—Y tú debes ser la sabandija que se nos escapó hace un par de semanas. —dijo el almirante cortante—¿Me puedes decir qué has hecho con mi crucero?

—No tengo ni idea de que me hablas. Tus hombres han visto las armas de mi nave. —respondí encogiéndome de hombros— Saben que con lo que tengo no puedo destruir nada mayor que un cubo de basura.

—Gracias, almirante. —dijo Aldara para evitar que el almirante continuase el interrogatorio y las cosas se pusiesen feas— Todos estamos muy ocupados así que será mejor terminar con esto.

El ambiente pareció distenderse un poco y la  Glee hizo unas rápidas presentaciones antes de alejarse en dirección al puesto de mando del acorazado.

Yo me quedé en la Eudora, no  pintaba nada dentro del acorazado, así que me quedé haciendo guardia en compañía de dos "atractivos" oficiales. Intenté conversar con ellos, pero se limitaron a permanecer en posición de firmes, con las armas preparadas, al lado de la puerta.

Los sistemas de comunicación entre sistemas son tan complejos que solo las grandes naves de línea o los planetas libres de bloqueos los pueden tener. Además son lentas, laboriosas y no permiten enviar mucha información así que la conversación se prolongó durante varias horas.

Cuando volvieron, la delegación parecía exhausta, pero satisfecha. El almirante nos despidió con un  "buena suerte" que no sonaba nada sincero y nos desacoplamos.

—Veo que el almirante no te ha cedido ninguna nave. —dije yo tras despedirme de aquel perro estirado con una sonrisa espléndida.

—Dice que tiene la flota de la Federación enfrente y que después de perder cinco naves de línea no se puede permitir prescindir de ninguna más. —respondió Aldara— Esperaba que tu pudieras llevarnos. Te pagaré bien.

—Si hay dinero no hay problema. ¿Confías en ese almirante, alteza?—pregunté a Aldara subrayando la última palabra con sorna.

—No demasiado...

—He detectado una comunicación codificada del Acorazado en dirección a la nave insignia de la flota de la Federación. —dijo Eudora interrumpiéndonos y confirmando mis sospechas.

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Un saludo y espero que disfrutéis de ella