Hasta el Quinto Pino y Más Allá. Capítulo 10.

Capítulo 10. Pagando deudas.

Capítulo 10: Pagando Deudas

Le costó un poco, pero finalmente Aldara consiguió una audiencia con el gobernador. El hecho de que no volvió a ocupar la celda me hizo sospechar que lo había convencido. El paso del tiempo se hizo más lento y cada minuto que pasaba me ponía más nervioso. Mientras estaba solo le di instrucciones a Eudora para que abriese un canal de radio y mandase la lanzadera en modo automático cuando recibiese una señal por él. A parte de eso le dije que si otra persona que no fuese yo, cogía los controles manuales le dejase dirigir la nave en un principio, pero que estos quedasen invalidados si yo le daba la orden.

Durante todo el tiempo que estuve con Leoola tomé la precaución de manejar personalmente la nave en las maniobras importantes siempre que ella estaba a mi lado consciente y nunca hablaba con la nave si había alguien alrededor, así que en principio nadie sabía que yo podía controlar a Eudora a distancia con mí voz y en eso se basaba mi plan.

Tardaron un día más, pero finalmente llegó Aldara acompañada de un par de guardias.

—Marco Pozo. —dijo Aldara— El gobernador de este planeta me ha cedido tu custodia para que te lleve a la capital de mi imperio y seas juzgado por la destrucción de un crucero, tres corbetas y una docena de cañoneras del imperio Glee.

Yo la miré y no dije nada.

—Dentro de dos días, cuando haya conseguido un transporte, vendré a recogerte. Mientras tanto, toma algo de comida. No quiero que mueras de disentería por comer esa bazofia. —dijo dándome una bolsa que olía bastante bien.

—Suerte, seguro que tienes un montón de pilotos haciendo cola para llevarte a casa. —dije bien alto para que todos lo oyesen.

Era cierto, ningún piloto de la Federación se atrevería a ir al Imperio Glee y ningún glee se acercaría al corazón de la Federación para recogernos. La única persona los suficientemente loca o desesperada era Leoola, pero necesitaba una nave y no tardó en venir a pedírmela.

—Hola. —dijo Leoola.

—¿Eh? —respondí yo fingiendo estar dormido— Lo siento, no sé cuando es de día y cuando de noche, así que duermo cuando me parece. ¿Qué te trae por aquí, nena?

—Tú.

—Explícate. —repliqué yo intentando no escupir a aquella puta a la cara.

—Cuando me enteré de que te trasladaban, me volví loca.  Afortunadamente esa glee necesita un piloto lo suficientemente loco para llevarte, pero tardaré un poco. Tengo que conseguir una nave. Ni Aldara ni yo tenemos una y nadie quiere prestárnosla, por razones obvias.

—¿Y cuándo la tengas?

—Engañaremos a Aldara. Tomaré el mando de la nave y te liberaré. No pienso dejar que esa puta te encierre y tire la llave. —dijo acercándose a las rejas.

Yo me acerqué a mi vez y la besé. Ella me devolvió el beso con tal entusiasmo que casi me convenció de que todo lo que me acababa de contar no era una sarta de mentiras. En el fondo estaba casi seguro de que ella me había vendido, pero no quería creerlo. Lo bueno de mi plan es que pasase lo que pasase yo salía ganando y averiguaría finalmente la verdad. Era el momento de poner el cebo.

—Creo que puedo conseguirte una nave.

—¿Tienes la Eudora? —dijo ella abriendo los ojos tan bien como Marilyn lo hacía en sus películas— Creí que se la habían quedado los kuan y la estaban desmontando.

—No. Tengo un mecanismo de seguridad. —le dije enseñándole un pequeño conmutador que me había pasado Aldara metido dentro de una espesa sopa de carne cuando vino a verme— Al apretar este botón, la nave despega y se oculta en una órbita alta esperando que la llame de nuevo. Cuando vuelva apretar el botón enviará la lanzadera en modo automático a una pequeña meseta que hay al oeste de la ciudad.

—¿Puedo preguntar dónde  escondiste ese trasto? —preguntó Leoola alargando la mano para conseguir el mando, pero yo aparté el aparato negando con la cabeza.

—Si no te importa me la quedaré y apretaré el botón de manera que parezca que eres tú la que la llamas. Solo tienes que comprar un emisor similar y simular que llamas la lanzadera con él.

—¿No confías en mí? —preguntó haciendo un mohín.

—Claro que sí, pero sé que eres débil, te emborrachas, juegas, hablas de más...  ¿Qué te impediría jugarte mi Eudora?

La mujer no tuvo otro remedio que reconocer que era capaz, así que prometió decirle a Aldara que ya tenía la nave y que estaría preparada cuando me recogiesen.

El resto del tiempo lo pasé revisando los planes en caso de que Leoola me traicionase, Aldara me traicionase o las dos acabasen haciéndolo.

Seguía estando casi seguro de que Leoola era la que me había mandado hasta allí y que Aldara no tenía ninguna razón para jugármela, pero me había propuesto no quedarme con el culo al aire nunca más.

No tenía ni idea del tiempo que había pasado, pero por lo que me dijo Eudora al oído, Aldara había llegado puntual para sacarme de allí.

—Está todo listo. He encontrado a Leoola y dice tener un transporte en órbita. —me susurró mientras me ponía las esposas

—Lo sé, ya he hablado con ella. Esta todo controlado.

Nunca pensé que me alegrase de ver el ajado paisaje del planeta entre las brumas del ocaso. La cosa podía haber sido peor. Ahora estaba a pocas horas de salir de aquel asqueroso lugar.  Levanté la vista intentando vislumbrar las estrellas que me llamaban entre las oscuras nubes de contaminación de las factorías de la Federación.

Leoola ya nos estaba esperando en el aerodeslizador y subí acompañado de Aldara y dos oficiales kuan que no me quitaban el ojo de encima. Podía haberles echado del deslizador de camino a la meseta, pero si me libraba de las esposas nunca sabría en cuál de las dos hembras debía confiar. Aun tardaríamos un par de horas en llegar y empezaba a aburrirme. Así que le pregunté a Aldara por el origen del tercer ojo de su especie.

—Parece ser que fue una adaptación al salir de nuestro medio ambiente original. —empezó ella contenta de tener algo que decir para acabar con  el incómodo silencio que reinaba en el deslizador— Nuestra especie es originaria de las profundidades marinas del planeta Geeldara, el planeta capital del Imperio Glee. Al principio toda la superficie del planeta estaba cubierta de agua, pero movimientos tectónicos crearon unas profundas simas y elevaron otras partes de la corteza de modo que la tercera parte de la superficie del planeta se secó.

—Nuestros antepasados tenían aletas en vez de manos y un cuerpo aun más largo y cubierto de escamas. Los ojos los teníamos a ambos lados del cuerpo para tener un mayor ángulo de visión. Aprovechando el clima cálido y extremadamente húmedo del planeta nuestros antepasados salieron del agua y se convirtieron en cazadores. Para ello necesitábamos una visión estereoscópica, más precisa para atrapar a nuestras presas y un órgano que teníamos en encima de las fosas nasales para detectar los cambios de los campos eléctricos se fue modificando hasta convertirse en un ojo. Luego la cara se fue aplanando poco a poco hasta que nos quedo este rostro que ahora ves.

—Ahora entiendo lo de los parpados transparentes. Aun estáis ligados al agua. —dije yo.

—Sí, nos encanta nadar.

—Pues no creo que hayas encontrado nada parecido a un estanque en este estercolero.

Uno de los oficiales que estaba a mi lado reaccionó y me dio un culatazo en el vientre con su arma. Yo me encogí fingiendo que me había dolido, cada vez más convencido de que no me hubiese costado demasiado salir a hostias de aquel planeta.

Iba a abrir de nuevo la boca, pero un gesto de los oficiales impuso de nuevo el silencio hasta que llegamos a la meseta.

En ese momento, Leoola elevó el brazo ostensiblemente para que todos la viésemos y apretó el botón del comunicador. Al verla envié el mensaje a Eudora y diez minutos después, una bola de fuego fue aumentando de tamaño hasta que varios fogonazos frenaron el descenso del aparato y finalmente aterrizó limpiamente a doscientos metros de dónde nos encontrábamos.

Sin más ceremonias nos introdujimos en la lanzadera mientras los kuan se alejaban en el deslizador.

En cuanto se cerró la puerta de la lanzadera. Aldara se acercó a mí para quitarme las esposas.

—Alto —dijo Leoola apuntándonos con una pistola láser— Ni se te ocurra quitarle las esposas.

—¿Pero qué diablos? —preguntó sorprendida Aldara.

—Apártate. No sé qué pensáis hacer vosotros dos, pero yo pienso llevar a este gilipollas al emperador de los glee. Puedes ayudarme o unirte a él, me da igual.

Aldara se retiró unos pasos con las manos en alto mientras la lanzadera despegaba. Me miró a mí, luego a Leoola y se decidió.

—Leoola no quiero llevar a Marco al Emperador. Eso no evitara la guerra. Ayúdanos a acabar con esta crisis.

—¿En serio crees que me importa lo que le pase a esta jodida galaxia? —preguntó la humana entre risas—Por mí como si los glee y la Federación se matan a palos.

—Lo que quieres es la nave. —dije yo fingiendo abatimiento.

—Exacto y tú acabas de dármela.

—Fuiste tú la que me delató al gobernador.

—Sí. Le propuse una mejor oferta por el cargamento. Iba a coger mis diez mil créditos y largarme con Eudora, pero quería celebrarlo así que fui a tomar algo. Finalmente me jugué el dinero y lo perdí. Cuando llegué a la Eudora e intenté despegar, un escape de gases me obligó a abandonar la nave y en cuanto estuve fuera la nave, Eudora despegó sin mí. Buen golpe lo del despegue automático, pero no te ha servido de nada, la nave es mía y los Glee me pagarán bien por tu pellejo.

Tardamos media hora en llegar a la nave. Leoola me introdujo a empujones y me encerró esposado en el módulo de descanso, mientras se llevaba a Aldara al puente de mando, intentando convencerla de que se uniese a ella.

Tan pronto como Leoola empezó a acelerar le dije a Eudora que anulara los mandos y acelerara a tres gravedades. El grito de dolor de Leoola fue casi instantáneo. Tambaleándome como un borracho le ordené a la nave que abriese la puerta del módulo y me dirigí al puente de mando.

—Cabrón. —dijo la humana llorando de dolor y frustración— ¿Qué has hecho?

—Lo que he podido. —respondí— ¿Estás bien, Aldara?

—Sí, aunque casi no me puedo mover. ¿Cómo lo haces?

—Es una larga historia, pero nací y pasé mucho tiempo en un planeta muy masivo, por eso soy ancho y achaparrado. Mi especie también tiene una historia interesante que no muchos en esta galaxia conocen, quizás te la cuente algún día. ¿Puedes quitarme las esposas?

Al tercer intento logró soltarme mientras Leoola no dejaba de gritar e insultarnos. En cuanto estuve libre. Le quité la pistola láser y la esposé antes de bajar la aceleración para hacerla soportable a las dos mujeres.

—¡Cabrón! Me has engañado. Aldara, te mentirá a ti también. No es más que un sucio mentiroso. Recuérdalo.

Yo me reí y me acerqué a ella con una sonrisa amenazadora. Leoola se dio cuenta en ese momento de lo jodido de su situación y se encogió preparada para recibir una paliza o algo peor.

—No te preocupes. Mereces que te eche por esa escotilla a patadas. No digo que no disfrutaría viendo como hierve la sangre dentro de tus venas, pero tengo un destino mejor para ti.  —le dije tomando una pastilla para el salto y dándole otra a Aldara— Te voy a devolver a Saget. Por lo menos alguien recuperará el dinero que le debes.

Leoola se dio cuenta de la que le iba a caer y se arrodilló suplicándome que no la entregara.

—Pero no tenemos tiempo, debemos ir a Pantor lo antes posible. —se adelantó Aldara interrumpiendo la dramática escena.

—Soy consciente, pero es mejor que te veas con el director con un buen regalo bajo el brazo. —repliqué yo mostrándole en la consola el listado de material que me había pedido Kremark— Y además tengo que encargarme de esta harpía.

Durante el viaje, y después de que el salto callase a la mujer pudimos charlar tranquilamente. Aldara era inteligente y tenía un gran sentido del humor. Tengo que reconocer que cambió radicalmente el punto de vista que tenía sobre los glee. En aquella situación tenía claro que ninguno de los dos estados tenía razón. La Federación solo quería los beneficios, el Imperio quería lo que creía le pertenecía en derecho y nadie se preocupaba por los habitantes de aquel pequeño sistema.

Discutimos las opciones. No eran muchas. Si Los glee ocupaban el sistema, los  pantoreses opondrían resistencia y aunque no lo hiciesen, la Federacion reaccionaría intentando destruir todas las instalaciones o incluso el planeta mismo.

—¿Es imprescindible que el sistema quedé bajo el control del Imperio? —pregunté yo.

—¿A qué te refieres?

—Podéis entrar en Pantor como liberadores o como tiranos, vosotros elegís. —respondí mientras salíamos del agujero de gusano.

Federación-13 seguía allí, destacando como la cagada de una mosca en la tapicería de cuero de un Rolls. Me acerqué en modo sigiloso y tras orbitar en silencio durante un par de días y no notar nada raro, amarré la nave y llamé inmediatamente a Saget.

—Creo que tienes algo que es de mi propiedad. —dijo el mafioso a modo de saludo.

—Sí, se me coló en la nave y cuando me di cuenta ya no podía darme la vuelta. Casi me matan dos veces por su culpa, pero he contenido el impulso de lanzarla al vacio. Te la traigo sana y salva aunque me temo que la he manoseado un poco.

—No importa. —replicó Saget de buen humor— ¿Te ha dado problemas esa sabandija?

—No lo sabes bien. Si la encierras en una de esas jaulas y tiras la llave seré el tipo más feliz del universo. Por cierto, tengo un negocio entre manos y necesito unas cuantas cosas. ¿Crees que me las puedes conseguir?

—Por un precio justo, desde luego.

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Un saludo y espero que disfrutéis de ella