Hasta el amanecer

Bueno es otra historia.

HASTA EL AMANECER CAPITULO I

La luz sobre el mar despedía reflejos que le hacían entornar la vista al mirar el horizonte azul. Estaba descalza sobre la fina arena mojada con las zapatillas atadas por los cordones colgando de una mano, su mirada absorta se doraba al calor del sol de agosto, respirando el profundo olor a sal y a algas, a lágrimas y a corazón temblando en las alas del viento. Mientras paseaba, lentamente, sintiendo como el agua bañaba su piel, se dejaba invadir por el sonido de las olas que rompían y morían en la orilla; se agachó y siguiendo un impulso dibujó un corazón en la arena y en él dos nombres, Eva... y Lucía. Lucía. Se quedó mirando un momento con el tiempo perdido aquel nombre. En cuclillas, el atardecer empezó a caer sobre sus ojos y con él las primeras estrellas, levantándose, humedeció de blanca espuma su cara y pronunció su nombre en alto: Lucía. Su alma estaba muy lejos de aquella mar, su voz empezó a recordar y a dejar morir también su pena bajo la luna.


La puerta quedó abierta, en el vaivén sus latidos giraban al ritmo de los goznes de cobre, o tal vez de plata, sin óxido, relucientes, marítimos como las ideas que marcaban las cadencias de esa voz lejana, la brisa. No era de hierro, no tenía cerradura ni siquiera alguien que la cuidara; cuántos días habría visto pasar la madera desteñida de barniz, no se sabía, pero ahí estaba, girando una y otra vez sobre sí misma, atrás, adelante, atrás, adelante, de nuevo atrás, balanceándose sin prisa dentro de su marco blanco, absuelto de cualquier crujido o rasguño que indicara que por allí había pasado el tiempo. Se respiraba limpieza, el seco olor a cal junto con la aspereza de su tacto, el mar hacía más blanco si cabe el color del faro donde a intervalos irregulares se veían tres ventanas encajadas en sus pequeños marcos marrones con un poco de hierba, rala, creciendo en algunas esquinas.

Al fondo había una escalera, desde abajo parecía que ascendiera interminablemente, como si llevara al trono de algún Dios esperando con los brazos abiertos en la entrada del paraíso. Si empezabas a subir, te ibas dando cuenta de que algunos peldaños estaban sueltos, otros casi en equilibrio sobre el aire, algunos conservaban un aspecto libre de polvo y de humedad, en ninguno había señales de insectos o de suciedad, sólo las huellas que habían marcado el paso lento de muchas pisadas cansadas. Al llegar a la cima, lo primero que te sorprendía era el cambio tan grande, o quizás brusco, que se daba de repente en la mirada de quien subía; esperabas ver aparecer suavemente un aumento gradual en la luz, un tono cada vez más claro en las paredes, también blancas por dentro, respirar acaso el polvillo de la hojarasca y las ramillas amontonadas al levantar el vuelo una gaviota asustada... Sin embargo el blanco cambiaba de apagado a deslumbrante, radiante, en un segundo te sentías inundada por la luz como por una ola gigantesca de calor mojado, cegador, pero de una forma tan agradable que en seguida, de alguna manera, te sentías en casa, como si al levantar los ojos con una mano a su altura y desaparecer por un instante de ti misma en el horizonte inmensamente azul que se abría ante ti, siempre lo hubiera sido.

Lucía salió al balcón y se quedó mirando al mar apoyada con los codos en la vieja barandilla de hierro. La vista era realmente magnífica, desde allí se divisaba todo el Mediterráneo, parecía no tener fin, al este, norte y oeste agua, al sur el cabo de San José. Dejó escapar un suspiro, solamente podía pensar en como sería su nueva vida rodeada de todo aquel azur, siempre había querido vivir en un sitio así, ahora lo sabía, al principio de conocer la idea se había negado en rotundo, sus amigos, su casa, su familia, su ciudad... Madrid era algo que no cambiaría por nada, dijo... pero la sonrisa que se dibujaba en su rostro desmentía sus palabras.

La conoció esa misma mañana, solía ir allí a menudo, estaba enamorada del mar como tantos espíritus anclados en tierra. De vez en cuando se llevaba una mano al pelo que la brisa jugaba a despeinar, como si la hubiera presentido desvió la vista un instante hacia ella, más tarde pensaría que fue en aquel momento cuando perdió su corazón en sus manos, entonces sólo pudo sentir que rozaba el cielo al sentir sus ojos azules en los suyos. Se quedó un instante mirándola, era casi como si la hubiera estado esperando.

  • Veo que has encontrado el faro por ti misma - una fresca voz sonó con el pelo alborotado - ¿esa sonrisa significa que te gusta?

  • Siii... es... es sencillamente magnífico, nunca había visto el mar ¿sabes? - la miró directamente, parecía que las sorpresas allí nunca acabaran porque era la chica más guapa que había visto - mi tío me había hablado mucho de esto pero...

  • ... no sabías si sería suficiente para dejar Madrid ¿verdad?... :D... no me mires así, sabía que vendrías porque tu tío me lo dijo, eres la sobrina de Manuel; yo soy Eva, mis padres son pescadores y ayudo a tu tío con el faro... Tienes razón es magnífico. Se miraron un intenso segundo a los ojos.

  • Yo soy Lucía. Mmmm... ¿qué te parece si me enseñas tu el resto?

  • Claro. Ven, daremos una vuelta por la playa.
  • Vale. Aunque da lástima dejar esta vista... durante las noches tiene que ser aún más bonita, cuando se encienda y todo sean puntos de luz.
  • Si... a mi me encanta, señora poeta, :D.
  • :D...

Bajaron por la escalera de caracol y Eva cerró la puerta pensando que parecían de la misma edad, unos 18 o 19 más o menos calculó a ojo, lo que si sabía es que le había caído muy bien, llevaba unos vaqueros desgastados y una camiseta de tirantes blanca, con el pelo negro largo. Se miraron de nuevo y se echó a reír.

  • ¿Porqué me miras tanto? :D... ¿te dijo mi tío que las madrileñas somos bichos de ciudad inadaptados a la costa? Tranquila, de momento no me he vuelto verde ni nada de eso...
  • :D... no, me preguntaba que edad tendrías.
  • 18 ¿y tu?
  • 19

Silencio.

  • Creo que voy a estar aquí bastante tiempo esta vez, lo presiento. Mi padre ha conseguido un buen trabajo en el puerto.
  • Siento lo de tu madre. Manuel me lo contó...tiene que ser duro para ti venir a una ciudad que no conoces, perder a tu madre en aquel accidente y casi no ver a tu padre.
  • Si... lo es. Ahh, pero... ¿has visto que bien suenan las olas al romper en la orilla? Creo que me meteré con ropa y todo...
  • Estás loca - dijo riéndose - eh!... espérame! Eva echó a correr detrás de Lucía que ya tenía el agua hasta las rodillas y estaba quitándose la camiseta descubriendo un bikini celeste.....