Hasta donde quiera

Este es un relato de entrega y sumisión. De cómo desde que conocí a Mi Ama, he descubierto hasta dónde quiero llegar, hasta dónde me entrego y qué desea Mi Ama

Esto es mi oficina. El sitio donde trabajo cada día. Ahora estoy fuera de mi horario, en mi escritorio, o mi mesa. Delante del ordenador con el procesador de texto abierto, escribiendo por qué estoy aquí y por qué grabo estas palabras, sentado sobre un taburete de madera, sin respaldo, con un agujero en el centro. Sí, del que sale lo que ya han adivinado. Es bajo, lo sufiente como para que mis piernas pasen debajo del tablero, dobladas hacia atrás, atadas por esa cuerda que su imaginación les hace ver y que sujeta los tobillos a otra cuerda que rodea la cintura y que antes ha dado varias vueltas a los muslos y a la zona de la tibia, uniendo las dos partes.

Menos mal que ahora no hay otros compañeros ni compeñeras para que puedan ver en qué me transformo. Mejor dicho, qué soy realmente. Aunque todo llegará, como dice Mi Ama cada vez que quiere conseguir algo.

Los dedos me llegan justo al teclado. Las palmas de las manos tocan su filo de plástico. Los antebrazos están unidos al cuerpo con más cuerda. Desde los codos hacia abajo, libre. Pero ya me dirán qué movimientos puedo hacer así. El resto del cuerpo está sin apoyos, salvo el culo que reposa lleno sobre el taburete. Las vibraciones de eso que lo abre son intensas. Creo que está al máximo.

Mantengo el equilibrio de milagro. La tensión de la posición puede romperse en cualquier momento y terminar en el suelo, magullado.

Una anilla abre mi boca, con una correa que rodea la cabeza y se cierra en la nuca. Así las babas resbalan por la barbilla y se deslizan por el cuello y de ahí al pecho. Otra correa que se cierra detrás de la cabeza fija dos pequeñas placas de piel duras a cada lado de los ojos, por fuera de la cabeza. Sí, como esas cosas que le ponen a los caballos, buenos a los asnos, para que solo miren lo que tienen delante. En mi caso la pantalla del ordenador. Una finísima tira de cuero baja desde detrás de la cabeza hasta la cintura, forzándola levemente hacia arriba. ¿Para qué?. Para forzar la vista hacia abajo, a la pantalla. Menudo panomara. Me imagino, desnudo. ¡Qué les voy a decir!.

Al otro lado de la mesa, moviéndose por el despacho, entrando y saliendo para recorrer la oficina, está Mi Ama. Ama Blanca. Imponente como siempre, extraordinaria. Cómo puede describirse a una persona tan sublime, tan escultural, con una presencia tan fuerte que lo envuelve todo, aún cuando está fuera de mi vista, lejos de mi presencia, con esos echos tan firmes, esa cintura estrecha, nalgas redondas, perfertas, rematadas con unas caderas que solo hacen resaltar su silueta perfecta. Su mirada, clara transparente, penetra has lo mas hondo extrayendo lo que le interesa. Los labios finos, sensuales, provocadores, son capaces de transmitirte hasta donde eres capaz de llegar por Ella, para Ella. Su nariz, perfilada, perfecta, rematan tanta perfección, absorve hasta el último suspiro con cada inhalación, desprende con cada exhalación la grandeza que oculta en su interior.

  • Espero que te estés aplicando. Ya sabes que no se te puede olvidar nada - dice desde la puerta del despacho, desde no puedo verla. Tomo aire tomando sus pasalabras, espero que me calmen, que me relajen, que me haga más llevadera la posición en la que estoy, intentando concentrarme en aquel día que la conocí, eclipsando la lencería donde me encontraba comprando algunas prendas para mi propio uso, tomándolas entre mis dedos para sentir el tejido que ya me excitaba. Pero Ella estaba allí, moviéndose con su encanto, con esa gracia tan femenina.

  • Estas son bonitas - me dijo mirando las braguitas que tenía en mis manos -. Tienes buen gusto. ¿Te las vas a llevar? -. No sabía donde mirar. Desde luego a sus ojos no me atrevía. Solo alcancé a ver su sonrisa, envolvente, sensual.

  • Sí, pensaba igual - le dije -. Estaba pensando en si me las llevaba, pero si te gustan a ti...., seguro que acierto -. Me quedé esperando su respuesta, temblando.

  • ¿Puestas? - se rió. La acompañé, sonrojado, notando en calor que me suubía por las mejillas. Me atreví a mirarle a los ojos. Tenían un gesto divertido, interrogante, risueño. Me quedé sin palabras. Incapaz de negar y salir como fuera de esa con una simple negación. Cogió la braguita de mi mano, mirándola, moviéndola para verla mejor -. Quedarán como un guante - dijo a la vez que me las devolvía. Le di las gracias y seguí mirando por la tienda. Bueno a decir verdad, me quede en la tienda mirándola.

Seguí buscando más prendas. Sin darme cuenta tenía ya escogido un tanga, de encaje, blanco, un liguero también blanco y unas medias blancas. Mientras no paraba de mirarla, de observar cada uno de sus gestos. Ya estaba en la caja, esperando a que viniera la dependienta para pagar, nervioso. No me atrevía a dirigirme a ella, sabía que nunca me atrevería, que cuando saliera de la tienda nunca más volvería a verla, que retendría en mi memoria no se cuánto tiempo, seguramente para siempre.

Justo cuando llegaba la dependienta, le estaba dando las prendas para pagarla, a escasos centímetros de mi, por detrás, su voz me estremeció.

  • Deberías probártelas antes - me quedé helado, tieso, rígido. Seguro que la dependienta lo habia oido. Y no sé por qué no me importó mucho -. Cada vez que coges algo se te hinchan las aletas de la nariz, como ahora. Eso solo puede decir dos cosas: que te las imaginas puestas o la imaginas a quien se las vayas a regalar -. Como pude me giré, vi cómo me miraba, divertida, segura. Quise darle una respuesta convincente. Solo me salió un "ya veremos", casi inaudible -. ¿Vas a explicármelo con ese café, no? -. Me quedé mudo -. Anda paga que no tengo todo el día -. Pagué ante la sonrisa de la dependienta y salí detrás de ella.

Nos sentamos en una mesa, en el centro de la cafetería. Se acercó apoyando los codos sobre el tablero y me dijo que quería un café con leche. Me levanté sin pensarlo, sin retirar la mirada de mis manos temblorosas, sin darle tiempo al camarero a que viniera a nuestra mesa. Me acerco a la barra y pido su café con leche y un cortado para mi. La chica me dice que no me preocupeque ya lo llevan ellos a la mesa

Ella empieza a hablar, no me atrevo casi ni a respirar. No quiero romper ese momento tan mágico, envuelto por su mirada y su voz. Llena todo el espacio.

¿ Por qué quiere estar conmigo?. ¿ Por qué no se va con alguien que esté más a su altura?.

  • Y bien, ¿hace mucho que lo haces? - la pregunta me pilla por sorpresa. Anque hoy, qué no es una sorpresa.

  • ¿ El qué ?.

  • Mira - me dice con una sonrisa -, estás hablando conmigo. Blanca. Puedes disimular si es lo que quieres, jugar a ser tonto. O puedes pasar una buena tarde de charla. Pero si me vas a responder hazlo con sinceridad - apoya sus manos cerca de las mias, casi rozándolas. Noto su calor. Me arrastra en sus pensamientos -. Se por qué has comprado esas prendas y para quién. Aún se te abren las aletillas de la nariz.

Pienso unos segundos antes de hablar. Me han parecido horas. Cómo le voy a decir lo que espera oir, cómo le explico a una diosa que acabo de conocer que esto, todo esto me rebaja y somete, que es esto lo que me gusta.

  • Son para mi - le suelto casi inaudible.

  • y ¿ por qué lo haces ? - vuelvo a quedarme mudo -. Sé la respuesta, pero quiero que salga de tu boca.

Es increible. Consigue sacarme lo que quiere. Que le diga lo que nuca he dicho a nadie. Que esté ansiosa por tenerla cerca y que consiga lo que quiera.

  • Vamos a hacer una cosa. Estoy segura que tienes puesta una braguita o un tanga de lo más sexi, hasta podría ser de una puta - sus palabras me excitan. Sabe justo cuando puede usar palabras fuertes, subidas de tono -. Tómate ese cortado rápido, da igual que esté caliente. Te gustará hacerlo - lo tomo deprisa, notando el calor llenarme la boca, bajar por la garganta -. Buen muchacho. Sácate la polla. La debes de tener a reventar.

  • Pero aquí.... me van aver. La van a ver...

  • ¿Acaso crees que alguien está pendiente de ti?. No eres tan importante. Vamos que estás deseando hacerlo - acerca su cara a la mia, dejándome notar su calido aliento penetrar con cada suspiro. Le miro los labios mientras bajo la cremallera, temblando, notando todas las miradas clavadas en mi -. Mastúrbate. Córrete dentro del vaso.

No voy a decir que no sé por qué lo hice, ni cómo no se por qué no me levante y me fui. Si estaba en un sueño.

Metí las dos manos bajo la mesa, una aguantando el vaso, la otra pajeándome, despacio para que no se notaran los movimientos, para que no acabase nunca. Abrí la boca sin notarlo. Ensanchaba la nariz, los ojos casi cerrados me dejaban ver la mirada de poder de blanca, la intensidad de sus ojos clavada en el cerebro, la sonrisa de satisfacción que la inundaba entera.

  • Deberías terminar ya - fue el impulso definitivo para que la leche empezara a salir, para que con intensos latidos fuera cayendo en vaso, entre jadeo apagados y la falta de aire que acompañaba los escalofríos que me recorrían entero.

  • Deja el vaso sobre la mesa. Toma aire. No escondas la polla. Y limpia esa mano con la lengua -. La miré humillado, avergonzado por hacerlo delante de ella. No la conocía. Y alli estaba, sin dejar de mirarla. De esperar -. Ahora creo que me debes una explicación.

  • ¿ Quieres ser Mi Ama ? - cómo podía reunir tanta torpeza.

  • ¿ Y tu explicación ?.

No sabía por donde empezar. Asi que empecé por lo que pensaba que era más lógico. Decirle cuatro cosas de mi. Quizás no era lógica, si no vergüenza.

  • Tengo 48 años. Desde que recuerdo que me he sentido sumiso, fantaseado con encontrar una Ama.

  • Eso está muy bien. Tu edad no me importa. Pero aún no me has dado una respuesta.

  • Me gusta llevar ropa interior femenina. Me hace sentir humillado, pendiente de que no me descubran. Es una forma de saberme sumiso, dispuesto a ser dominado.

  • Por fin - me sonríe. Se dulcifica su expresión a la vez que cubre mi mano con la suya -. Anda, bébete eso. Al final lo verá alguien y tendrás que dar muchas explicaciones. Hazlo despacio, que lo saborees bien - cojo el vaso, lo levanto e inclino despacio para que mi semen vaya entrando en la boca, empujándolo con la lengua al paladar y lo dejo que resbale por la garganta. Hablamos un poco más. Le digo que estoy casado, con hijos. Que mi mujer no sabe nada, aunque alguna vez me ha visto con ropa interior femenina, sexi, que últimamente lo ve más.

  • ¿Hasta dónde quieres llegar? - me pregunta.