Harry Potter y los coñitos de Hogwarts 3

Harry empieza a tener sueños eróticos. Está preocupado por el extraño comportamiento de Hermione. ¿Quién puede ayudarle?

Primer capítulo:

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Segundo capítulo:

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Capítulo 3: Sueños húmedos

Harry se despertó con un sobresalto. Le dolía la cicatriz en forma de rayo que habitaba en su frente desde su primer encuentro con Lord Voldemort. Sabía lo que aquello significaba: o bien que su némesis rondaba cerca o bien que estaba sintiendo una emoción muy fuerte. Intentó concentrarse para saber qué podía significar, pero todo era muy confuso, y tampoco recordaba el sueño. Se recostó de nuevo en la cama y trató de dormirse otra vez.

Aquel nuevo sueño era totalmente distinto. Se encontraba en una de las aulas de Hogwarts, la cual estaba ricamente decorada con tapices escarlata y dorado de Gryffindor. Harry no la reconoció, jamás había entrado en aquella sala. La contempló por todos sus ángulos, admirando su belleza. Cada detalle estaba exquisitamente cuidado: la puerta era de madera, con un marco adornado con motivos dorados, las alfombras eran rojas y extensas, no tenían una sola mota de polvo, y al fondo, había una agrupación de cojines inmensa. Harry se tumbó sobre ellos y sintió su fragancia agradable que invitaba a la relajación. Entonces se dio cuenta de que no estaba solo en la habitación. Una figura femenina cubierta por seda que dejaba adivinar un cuerpo perfecto pero no su rostro avanzaba hacia él de forma decidida. Harry se quedó tumbado aguardando su llegada, con la certeza de que no suponía ningún peligro para él. Cuando llegó a él, se arrodilló y comenzó a desnudarse. Desenvolvía la seda de abajo a arriba. Primero, mostró unas piernas largas y suaves que se pegaban para ocultar su sexo. Después siguió desenvolviendo, y enseñó sus caderas esbeltas y su vientre plano. Harry notaba como aumentaba su excitación, a la vez que la temperatura en la sala se calentaba. La mujer se desnudaba cada vez más deprisa, y se inclinaba hacia él perceptiblemente. Cuando mostró sus pechos, Harry sintió la ingente necesidad de poseerla allí mismo. No sabía quien era, no sabía donde estaba, solamente sabía que debía ser suya. Acarició sus senos. Sus pezones no estaban duros aún, se mostraban blandos, y por mucho que el muchacho los pellizcase, no respondían. La mujer dejó al descubierto su cuello y su boca. Sus labios eran carnosos y apetecibles. Se acercaron lentamente al miembro de Harry y de entre ellos surgió una lengua que le comenzó a dar húmedas caricias. Él observó como la chica introducía sus dedos en su entrepierna, dándose placer, al mismo tiempo que dejaba su rostro al descubierto. Harry gimió de sorpresa: su amiga Hermione le felaba el miembro como si no hubiera mañana. Por fin había conseguido lo que tanto deseaba. No pudo evitar llegar inmediatamente al clímax en una situación parecida a la que había vivido con Cho. La boca de Hermione rebosaba semen y ella parecía encantada y cada vez más excitada. Harry buscó su cuerpo con las manos. Quería más. Más…

Abrió los ojos repentinamente. La luz del día pasaba su brazo a través de la ventana, cuyas cortinas estaban descorridas. Debía ser hora de desayunar. Su habitación compartida estaba totalmente vacía. “Gracias a Dios” pensó. Aunque le extrañaba que Ron se hubiera ido sin avisarle, se alegraba de que no hubiera nadie allí para presenciar su vuelta del mundo onírico. Introdujo su mano en su pantalón de pijama para comprobar lo que ya sabía. Sus calzoncillos estaban manchados de su semilla y sin embargo, su pene seguía duro como el mármol, anhelante de la mujer que lo devoraba en sueños. Harry comprobó su reloj. No, no tenía tiempo.

Se vistió deprisa y bajó rápidamente por las escaleras hacia la sala común. “¿Cómo es posible que tenga estos sueños? Tengo que olvidarme ya de esta obsesión o acabaré haciendo algo de lo que me arrepienta” pensó mientras se ataba la corbata del uniforme. Bajó dos escalones más y aterrizó en la sala común. “Oh, no”. La sala común era una habitación elíptica, con una chimenea, mesas donde hacer los deberes, sillones donde relajarse, y una buena iluminación. El color predominante, por supuesto, era el rojo. La puerta de salida a través del cuadro de La Señora Gorda se encontraba al otro lado de la estancia, y a mitad de camino, estaba Hermione.

-Buenos días, dormilón.

-Hola, Hermione. ¿Por qué no estás en clase?

-Cuando vi que no te habías despertado, decidí darle un uso mejor a la primera hora de la mañana- contestó, insinuante, mientras se acercaban el uno al otro.

-¿Y cual es?- preguntó él, haciéndose el tonto, intentando no recordar a su amiga envuelta por sedas.

-No juegues conmigo, Harry- le susurró ella al oído. Él estaba inmóvil, no sabía como iba a salir de aquélla- ¿Pero qué tenemos aquí?- Hermione hizo algo inesperado. Por enésima vez, agarró el paquete de Harry, y lo notó en todo su esplendor. Él no se apartó, y sintió palpitar su entrepierna-. Vaya, vaya… ¿Qué te ha pasado? ¿Has tenido buenos sueños?

Harry no contestó, pero se apartó de ella. Quizás era hora de darle una pequeña lección a la nueva y juguetona Hermione. Se acercó a su oído y le susurró fieramente:

-Sí, he soñado que me la comías, y créeme, disfrutabas con ello. Si yo quisiera lo estarías haciendo ahora mismo.

Le golpeó una nalga inconscientemente, agarró sus cosas y se fue, dejando a Hermione sorprendida y húmeda.

“Uf… No sé cómo he salido de ésta…” pensó, alejándose lo más velozmente posible. “Menudo calentón…”

No llegaría a la clase de la primera hora, así que decidió salir al jardín a disfrutar del poco sol que les quedaba de septiembre. Atravesó la puerta y contempló la inmensidad de los terrenos de Hogwarts. Había verde por doquier: hierba brillante y sana atravesada por un camino de piedra gris, que llevaba a los invernaderos, a la cabaña de Hagrid y al Bosque Prohibido, una aglomeración de siniestros árboles que escondían las más oscuras criaturas. Se recostó al lado del lago y respiró hondo. Notaba como la erección iba disminuyendo poco a poco con el aire puro del exterior. Tenía bastantes cosas sobre las que pensar. Hermione no se estaba comportando con naturalidad en absoluto. Algo debía de haberle pasado. Habían más probabilidades de que se tratara de un hechizo que de una especie de trauma psicológico, y, en ese caso, tenía que averiguar quien lo había hecho y por qué. Pero lo primero, decidió, era contárselo a Ron. No iba a callarse aquel secreto con su mejor amigo, aunque le doliese. Tenían que encontrar una solución, y rápido, antes de que Hermione hubiera conocido todas las entrepiernas de Hogwarts.

-Hola, Harry- saludó una voz soñadora. Harry abrió los ojos y vio a Luna Lovegood. Se había sentado a su lado, con las manos apoyadas en las rodillas, y lo miraba con sus grandes ojos.

-Ah, hola, Luna- contestó él, incorporándose y mirándola después de todo el verano. Había cambiado bastante. Sus rasgos se habían afinado, haciéndola más mujer, su pelo era un poco más largo, pero estaba igual de rubio y brillante como siempre. A Harry siempre le había caído bien, pero por primera vez empezó a verla atractiva-. ¿Cómo estás?

-Muy bien, gracias. No he ido a clase porque me ha sentado algo mal en el desayuno- contó-, pero ya me encuentro mucho mejor. ¿Qué tal el verano?

-Mmmh… Ya sabes… Aburrido en Privet Drive con mis tíos- contestó, evitando pensar en momentos que no estaba preparado para contarle a nadie- ¿y el tuyo?

-¡Muy divertido! No vayas diciéndolo por ahí, pero este verano he perdido la virginidad- le confió.

Harry abrió los ojos como platos. Luna siempre había sido muy dada a decir cosas bizarras e incómodas sin que pareciera importarle, pero aquello era demasiado íntimo como para ir contándoselo a cualquiera. Claro que Harry no era cualquiera para ella, pensó, lo consideraba un buen amigo.

-Vaya… - contestó cuando recuperó el habla-… Qué bien, Luna. Me alegro mucho por ti. Espero que lo disfrutaras.

-Oh, sí, muchísimo. La verdad es que me encantó. Fue con un chico mayor- prosiguió con la perorata, haciendo sentir a Harry aún más incómodo-. Nos gustábamos bastante, igual cuando tenga vacaciones lo visito. Fue muy amable y me tuvo mucho en cuenta. Bueno, eso la primera vez, luego ya la cosa se volvió muy… Oh, vaya, Harry, no pretendía hacerte sentir incómodo.

-Es… es igual, Luna- el muchacho sabía que se había puesto colorado ante tales confesiones, pero no quería hacer sentir mal a la chica-. Tú cuéntame lo que quieras.

-Bueno, no te preocupes- sonrió-. El caso es que me contó un secreto sobre Hogwarts. Escucha atentamente: cada primer domingo de cada mes, un vendedor ambulante burla la protección del castillo y entra para traernos artículos prohibidos. Los vende a precio de bezoar, eso sí, pero son altamente fascinantes. Son objetos mágicos que ayudan en las relaciones sexuales, y proporcionan placer. Trae varios cada vez, pero tiene catálogos y se dice que puede conseguir cualquier cosa. Solamente quedan tres días para el primer domingo del mes y yo, personalmente, tengo muchísima curiosidad. ¿Te apuntas?

Harry asimiló toda la información que le había dado. Lo que decía del vendedor ambulante era realmente interesante. No solo para su propio placer, sino también podría ser que tuviera algún objeto que le ayudara a descubrir qué le ocurría a Hermione.

-¿Me apunto a qué?

-¡Venga, Harry, que estás en las nubes! Voy a ir a buscarlo, e ir sola no me hace mucha ilusión, a decir verdad. Si me acompañas tú me siento más segura, y me apuesto mi varita a que te han entrado ganas de saber algo más sobre ese vendedor.

-Sí, tienes razón- admitió el chico-. Iré contigo a verle, me ha entrado la curiosidad.

-¡Fantástico!- rio Luna-. ¿Nos encontramos el domingo a las doce de la noche en el cuadro de El Bosque Encantado?

-Muy bien, allí estaré- Luna sonrió y se lanzó a darle un beso a Harry en la mejilla. Se fue corriendo tras despedirse y él la miró marcharse. No pudo evitar fijarse en su trasero, y se mordió el labio inferior. Nunca había visto uno tan bien puesto, tan redondo y a la vez tan prieto. Recordó lo que le había hecho a Hermione una hora antes y deseó muy en el fondo poder hacérselo a Luna.

Ron le preguntó qué había estado haciendo durante toda la mañana cuando se vieron en la comida. Hermione no había aparecido, pero su amigo le comentó que ella le había dicho que les daba clases particulares a algunos alumnos. Harry podía imaginarse qué tipo de “clases particulares” les estaba dando, y decidió entonces contárselo a Ron.

-¿Qué?- preguntó Ron, perplejo, cuando Harry terminó su relato-. Es imposible, ella no es así.

-Exacto, así que debemos ayudarla.

-¿Y no le has respondido ninguna vez?- Harry había evitado contarle la parte en la que soñaba, y en la que le golpeaba el trasero.

-Ha sido difícil, Ron. Está muy insistente.

Su amigo parecía confuso. Era normal, la chica de la que estaba secretamente enamorado se había vuelto una obsesa sexual, debía de ser doloroso.

-Vamos- le dijo de repente, levantándose.

-¿A dónde?- preguntó Harry, pero pronto lo descubrió. Corrieron por los amplios pasillos, esquivaron alumnos y recorrieron escaleras hasta llegar a la biblioteca. Estaba extrañamente vacía.

Caminaron cautelosamente entre las estanterías y entonces escucharon lo que llevaban un rato esperando escuchar: un gemido ahogado de placer.

-Mmmh… Charlie… Así me gusta más…

Se asomaron sigilosamente entre los libros polvorientos y la vieron: Hermione estaba tumbada en una mesa, totalmente desnuda, y siendo cabalgada insistentemente por un alumno de un curso superior.

-Vaya, Hermione, no sabía que fueras tan puta- le dijo el muchacho. Harry lo conocía. Era Charlie Carmankey, de Hufflepuff, jugador de Quidditch y todo un galán con las mujeres.

-Dame más, Charlie, no pares- gemía ella, pellizcándose los pezones, lo que excitaba más a su compañero.

Ron miró a Harry. Los dos se habían excitado al ver la escena, pero no lo iban a admitir. Eso sí, las orejas de Ron estaban casi tan rojas como su pelo. Salieron de la biblioteca con sigilo, y Ron le dijo a Harry:

-Os acompañaré a ti y a Luna el domingo. No puedo dejar a Hermione en ese estado.

Y así quedó sellado el plan.

Aquella noche, Harry volvió a soñar con Hermione. Soñó que era él quien la cabalgaba en la biblioteca, mientras la azotaba en sus nalgas y ella se pellizcaba sus pezones. A la siguiente noche, soñó de nuevo con Hermione, tumbados los dos a orillas del lago masturbándose el uno al otro. Y a la noche siguiente, soñó con Luna.