Harry Potter: verano de placer 3

Hermione tiene un creciente deseo que no sabe cómo calmar. Una tarde se dispone a dormir una siesta para olvidarlo, pero recibe la visita inesperada de su cuñado y su mujer quienes están dispuestos a ayudarla.

3.

Hermione tenía claro que los días de aquel verano pasarían lentamente, casi tortuosos. Ron estaba demasiado atareado en la tienda, y ella en su puesto como jefa del departamento en el Ministerio no podía tomar demasiado descanso. Aquello la tenía en vela.

Agradecía que sus hijos ya fueran completamente independientes para decidir qué hacer con su tiempo libre. Rose había vuelto de su último año de Hogwarts convertida en una mujer independiente que no la necesitaba. Hugo iba por el mismo camino.

Sin embargo, aquella soledad que producía tanto trabajo y la independencia de sus hijos, la llevaban a recorrer un oscuro rincón de su mente que intentaba apagar hacía tiempo. Para no pensar en ello, decidió ir a desayunar con su cuñada, pero pronto se dio cuenta que fue un error.

–¿Vendrán a cenar la próxima semana, verdad? –preguntó Ginny mientras le servía un poco de café.

–Por supuesto, quedamos en festejar los exámenes de Albus y Rose –respondió Hermione, aceptando la taza que le pasaba su cuñada.

–No vuelvas a decir la palabra “festejar”, Fleur ha creído que era una fiesta y no la invitamos –pidió Ginny.

–No veo por qué no podríamos hacerlo –Hermione se encogió de hombros, tomando su café.

–Porque salta sobre la polla de mi marido cada vez que puede –respondió con naturalidad Ginny.

Hermione casi escupe su café de la sorpresa. Ginny era demasiado franca a la hora de hablar de sexo.

–Cr…creí que… que no te molestaba con quién estuviera Harry –dijo tosiendo.

–Y no me importa, pero esa mujer no es nada discreta y los niños están en casa –Ginny se encogió de hombros.

Hermione dejó la taza sobre la mesa. Por lo que había decidido no desayunar sola era para no pensar en eso. En sexo. No recordaba la última vez que había logrado acabar satisfecha, y hacía meses que soñaba con manos de extraños recorriendo su cuerpo. El sexo con Ron no lograba calmar su libido.

–¿Ocurre algo? –preguntó Ginny untando una tostada con mantequilla, mirando a Hermione que había quedado muda.

–Si –la mujer fue franca y directa–. No entiendo por qué soy la única vetada de la lista de mujeres que pueden estar con Harry.

Hermione hacía unos años había tenido una pequeña aventura con su amigo. Sólo había sido sexo. Buen sexo. Pero Ginny lo había descubierto  y no le había gustado nada.

–Porque tu marido es un troglodicta que no entenderá y Harry será quien pague –respondió con seriedad Ginny.

Hermione quedó enojada, frustrada. Tenía ganas de poder volver a jugar con algún hombre que no fuera Ron, pero precisamente por él no podía.

–Pero a tu hermano a veces se comporta como un cerdo, sólo le importa acabar él –confesó, frustrada.

–Es un cerdo directamente –coincidió Ginny.

–Antes disfrutábamos todo el tiempo, ahora se volvió rutinario. Quiero otras cosas Ginny –siguió Hermione–. Me gustaría poder volver a follar con otros hombres.

–Ron los mataría –apuntó Ginny.

–Pero me calienta la idea… –reconoció Hermione. Y era cierto. Mientras hablaba pensaba en ello, en algún hombre tocándola. Sintió humedad en sus calzones–. Sé que Harry no tendría problemas en garcharme de vez en cuando.

–Aléjate de la verga de Harry, no quiero problemas –Ginny zanjó la cuestión.

Hermione estalló, indignada.

–¡No puedes negarme que consiga otra polla, Ginny! Es sólo eso. Tú lo haces también cuando Harry no te llena y lo pasas bien. Y yo quiero lo mismo: quiero disfrutar de vez en cuando de una verga distinta a la de Ron.

Ginny parecía enojada también.

–NO te estoy prohibiendo nada Hermione, sólo que no te acerques a Harry. Hay cientos de otros hombres, búscalos –dijo. Hermione estaba frustrada–. ¿Tan caliente estás? –preguntó, mirándola con pena.

–Sí –gimió Hermione–. Me mojo de sólo pensarlo.

Y era cierto. Lo que llevaban allí sentadas sus bragas se habían empapado. Ginny la miró con pena.

–Mastúrbate hasta entonces. Haz aparecer un consolador, Hermione –aconsejó–. Eres una mujer adulta, sabes cómo complacerte. ¿Verdad?

Hermione estaba desanimada. Abrió la boca para replicar, pero alguien apareció en la cocina.

–¡Qué bueno encontgaglas aquí! –Fleur apareció tan de golpe en la cocina que Ginny se sobre saltó y temió que la mujer hubiera estado escuchando. Se sintió aún más abochornada. Había confesado algo que realmente la atormentaba.

–¿Qué quieres, Fleur? –preguntó Ginny como saludo, revoleando los ojos. Ginny seguía creyendo que su cuñada era muy intensa.

–Sabeg qué hice paga que Bill y yo no vayamos a la fiesta que… –comenzó a reprochar la rubia.

–No es una fiesta –corrigió Ginny–. Es una simple y aburrida cena.

–Ya déjala venir, Ginny, si eso la hace feliz –suspiró Hermione, revoleando también los ojos–. Pero no será gran cosa, Fleur.

Fleur sonrió.

–Egues una excelente cuñada, te devolvegué el favor en algún momento.

Hermione estaba tan metida en sus propios problemas que no vio el extraño brillo en los ojos de Fleur al decir eso.

–No tienes que devolverme nada –Hermione se encogió de hombros–. Será que me marche a trabajar.

Y Hermione desapareció por la chimenea de la cocina, dejando a sus dos cuñadas conversando sobre la cena de bienvenida a los recién graduados.


La realidad fue que no pudo concentrarse en todo el día. La conversación que mantuvo con Ginny a la hora del desayuno la mantuvo distraía de sus tareas. Sentía con frustración que su sexo palpitaba cada vez que se cruzaba con algún mago, y en su mente se formaban escenas eróticas que mojaban su ropa interior. Tenía la sensación de que cualquiera podría sentir el olor a sexo que despedía.

Se encerró en su despacho, frustrada por no poder concentrarse en su trabajo por aquello. Ella antes no era así, jamás había perdido la productividad por algo tan banal como aquello. Mastúrbate. Había dicho Ginny. La idea comenzó a comerle la cabeza. Su sexo empezó a palpitar, esperanzado. Y si… y si sólo se acariciaba un poco… un dedo o dos… Pero… ¿Allí? ¿En su oficina? ¿Y dónde más sino, o esperaría a regresar a casa y volver a tener una noche de sexo que la dejaría nuevamente sin satisfacción? Tomó una decisión.

Cerró la puerta de su oficina mediante magia con algo de culpa. Se le habían empapado los calzones de sólo imaginar que introducía un par de dedos en ellos. Se sentó en el sillón detrás del escritorio, desprendió definitivamente el botón del pantalón, lo aflojó un poco, y metió su mano dentro de los calzones. Acarició primero el vello púbico. Tenía una fina capa sobre sus labios, depilados de manera prolija. A Ron le gustaba cómo le quedaba, y como hacía años no tenía la oportunidad de que otro hombre la tocara lo había dejado así. Pensó en eso precisamente. En otro hombre, cualquiera. La idea de que alguien que no fuera Ron la acariciara la excitaba aún más. Separó sus piernas para acomodar su mano dentro de su vulva. Recogió los jugos de su vagina y comenzó a acariciar el clítoris con su propia humedad. Se mordió los labios para no gemir de placer.

Imaginó que el hombre cualquiera era quien la acariciaba, y quien con su enorme verga la penetraba. Dos dedos entraban y salían de su vagina. Frenó en seco. Agarró su varita e hizo aparecer con un movimiento lo que andaba necesitando: un pene color piel de goma, ancho, largo y duro. Bajó sus pantalones, colocó las piernas abiertas sobre el escritorio para más comodidad, e introdujo el consolador en su vagina empapada. Aquella vez gimió sin importarle si alguien del otro lado la escuchaba. Era una mujer casada que andaba necesitando un alivio que su marido hacía años no le daba ¿Había algún problema en eso? Con una mano introducía y sacaba el pene de goma, con la otra fregaba el clítoris con violencia imaginando que quien la penetraba era un hombre distinto a Ron.

Estaba empapada, caliente, movía sus caderas salvajemente y… el orgasmo jamás llegó. Sacó el consolador del interior de su vagina, frustrada con la situación y lo hizo desaparecer. Se acomodó la ropa en su lugar, limpió la oficina por si quedaban rastros de su arrebato, y se dispuso a trabajar aún más caliente que al inicio: definitivamente, necesitaba follar con un hombre y no con un pedazo de plástico como le había aconsejado su cuñada.


Hermione volvió de trabajar temprano aquella tarde. Se sentía bastante cansada por la frustración de no poder aliviar su cuerpo sexualmente. Agradeció que ni Rose ni Hugo estuvieran en casa (vaya uno a saber dónde se habían metido, se sentía una pésima madre por no averiguarlo, pero en aquellos momentos sólo podía pensar en su palpitante sexo), pues sólo quería almorzar y echarse a dormir una siesta para que se le pasara la calentura.

Se colocó unos calzones nuevos y secos (los que llevaba olían a los fluidos de su sexo, pues se había mojado varias veces en el día), un vestido corto y cómodo que no necesitaba sostén alguno, y se tiró boca abajo en la cama a dormitar y fantasear… que llegaba la tan anhelada polla misteriosa a calmar su calor.

Y debió haberse quedado dormida en algún momento, porque comenzó a soñar…

En su sueño, una mano se deslizaba por su pierna, levantaba su vestido y le acariciaba el trasero. Cuando se dormía tan excitada solía soñar con manos que se metían debajo de su falda y la acariciaban hasta que se mojaba, y con bocas que le succionaban los pezones hasta dejarlos enrojecidos. Pronto se dio cuenta que aquel era un sueño un tanto más elaborado que en otras oportunidades.

–Mira esto, mi hermano podría tratarla un poco mejor, ¿no lo crees? –dijo una voz ronca de hombre–.  ¿Realmente estará tan caliente como escuchaste?

Aquella voz en su cabeza parecía extrañamente familiar. Le hacía acordar a uno de sus cuñados, a la de Bill precisamente. El sueño se puso más interesante cuando sintió que otro par de manos se unía a masajearle el trasero y la obligaba a abrir ligeramente las piernas.

–Dijo clagamente que desea una polla que no sea la de Gon.

Y aquella voz de mujer, definitivamente, era conocida. Demasiado conocida. El corazón de Hermione comenzó a latir con fuerza cuando el segundo par de manos tocó sus calzones. Cuatro manos en total recorrían sus piernas, sus muslos, apretaban su trasero y se metían en la abertura entre sus piernas. Sintió que una boca se metía entre ellas y mordía la cara interna de sus muslos. Abrió sus piernas para recibir aquella boca con gusto. Debía admitir que su imaginación estaba muy desbordada.

–Quítale los calzones y veamos si despierta con ganas de pene –dijo la voz del hombre.

Y entonces, el sueño comenzó a ser increíblemente real. Hermione sintió que las manos le bajaban las bragas hasta las rodillas. Unos dedos le acariciaron los labios de la vagina y comenzaron a abrírselos lentamente…

Abrió los ojos de golpe, se pegó media vuelta en la cama con el corazón latiéndole y se cubrió su zona íntima con el vestido, cerrando las piernas. Tenía las bragas por las rodillas.

Fleur y Bill se hallaban sentados en la cama junto a ella. Ambos la miraban con ojos deseosos y centelleantes.

–Escuché lo que le dijiste a mi queguida cuñada hoy, Hegmione –dijo Fleur–. Y queguía decigte que no tengo pgoblema en compagtig a mi maguido…

–Váyanse –el corazón de Hermione latía a mil por horas.

Hermione aún recordaba la paja que se había hecho en el trabajo. Eso, sumado a las caricias que acababan de propinarle, había despertado nuevamente su libido tan débil. Sin embargo, pese a que estaba excitada con la idea de que siguieran tocándola, algo la retenía.

–Si Ron nos ve… –comenzó.

–Gon no nos vegá –cortó Fleur, acercándose a ella de manera provocadora–. Bill se ha encaggado de que tenga tgabajo todo el día, ¿vegdad mi amog?

Bill asintió con la cabeza y posó una mano sobre el muslo de Hermione.

–Relájate, no dejes que su diminuto cerebro no te permita gozar –le dijo, guiñándole el ojo. A Hermione se le cortó la respiración. Bill aprovechó aquella debilidad de la mujer para terminar de quitarle las bragas y le subió el vestido dejando a la vista su pubis cubierto por una fina capa de vello púbico castaño–. Parecías disfrutar de los dedos de Fleur recién.

–De… ¿Fleur? –preguntó Hermione, confundida.

–Si… –Fleur le abrió las piernas a Hermione con facilidad y acarició su vello. Una descarga sacudió el cuerpo de Hermione–. A Bill le excita veg a dos mujegues acaguiciándose –le dijo al oído, erizándole los pelos de la nuca.

Hermione tragó saliva.

–Nunca estuve con una mujer –dijo con un hilo de voz–. Y no era en lo que pensaba…

Bill rio ante su confusión, y Fleur también.

–No te preocupes, tu sólo relájate y disfruta –volvió a decir Bill, al momento en que los dedos de Fleur se abrían paso entre sus labios vaginales y encontraban el punto de mayor placer. Hermione gimió y se dejó caer en la almohada.

No puso más resistencia. Su cerebro dejó de funcionar y sus piernas se flexionar y abrieron completamente, revelando todo su sexo caliente y lleno de deseo. Fleur acarició su clítoris con rapidez, provocándole un temblor en las piernas. Gimió de placer.

–Te dije que estaba caliente –dijo a su marido, sonriendo.

El hombre rio. Mientras Fleur acariciaba en círculos la caliente vagina de Hermione, y hacía que su clítoris aumentara de tamaño, Bill obligó a la mujer a desprenderse del vestido en su totalidad. No obtuvo resistencia alguna. Hermione volvió a caer de espaldas sobre las almohadas gimiendo, con los pechos al aire. Bill le mordió un pezón mientras le masajeaba el otro.

–¿Quieres ver lo dura que se me pone la verga, Hermione? –preguntó.

–Ssss…siii –gimió la chica. Fleur había comenzado a masturbarla, metiéndole dos dedos en su apretada vagina. Se mojó al instante.

Bill se arrodilló en la cama, se quitó la remera revelando unos pectorales bien formados, Hermione quedó sin aliento (o quizá fue porque Fleur metió un tercer dedo), se desabrochó el pantalón y se desprendió de él y de su calzoncillo. Hermione vio el pene de su cuñado, largo, grueso y venoso aún en reposo, igual que el de Ron. Sólo esperaba que hubiera más emoción.

–Los Weasley están bien dotados –opinó. Fleur rio y sopló sobre su vagina. Hermione se estremeció.

Bill comenzó a acariciarse el miembro colocándolo cerca del rostro de Hermione, mientras miraba cómo Fleur seguía masturbándola. A Hermione jamás ningún hombre la había tocado de aquella manera: Fleur metía y sacaba dos dedos resbalosos, introducía luego tres que sacudía en el interior golpeando las paredes de su pelvis, los volvía a sacar, volvía a introducir dos, y con la otra mano fregaba su clítoris. Hermione acompañaba los movimientos con sacudidas involuntarias de sus caderas. Sentía que iba a estallar. Gemía entrecortadamente incapaz de nada más.

–Miga lo mojadita que estás, Hermione –Fleur sacó tres dedos de su interior, y un hilo de fluidos quedó en ellos. Hermione mojaba hasta las sábanas.

Bill se acariciaba con violencia un pene que iba tomando cada vez mayor tamaño. Tomó la muñeca de Fleur y se llevó los dedos que mostraba a la boca. Los saboreó con los ojos cerrados.

–Apetitosa mi cuñada –opinó con voz ronca, y le dijo a Fleur–: pruébala tú que me follaré su boca.

Y, antes que Hermione pudiera reaccionar a aquellas palabras, Fleur hizo desaparecer su cabeza entre sus piernas y dio un lengüetazo a la entrada de su vagina, succionó los jugos que de ella salían y con su lengua acarició un clítoris a punto de estallar. Hermione gimió de satisfacción, acariciando la cabeza rubia de Fleur. El grito quedó opacado porque Bill aprovechó el momento para introducir en su boca la enorme erección.

Bill comenzó a meter y sacar su pene de la boca de Hermione, metiéndoselo hasta la garganta. Hermione se aferró a su trasero, aceptando que le follaran la boca. Bill jadeaba y ella emitía sonidos de placer opacados por la enorme verga que mamaba con gusto. Fleur seguía lamiéndole el clítoris, y había metido cuatro dedos en el interior de su coño resbaloso.

Hermione no recordaba haber estado más excitada y mojada en toda su vida. Ni siquiera cuando Harry le metía los dedos durante las cenas familiares, a espaldas de Ron. Fleur la hacía gemir y gritar como Ron no lo hacía desde hacía años al practicarle sexo oral, y la polla de Bill le llegaba hasta la garganta. De pronto, deseó tenerla entre sus piernas, haciendo el trabajo que realizaban los dedos de Fleur. Lo empujó con fuerza para que entendiera que quería hablar.

–Métela en mi coño –jadeó–. Necesito tu verga en mi coño–. Imploró.

–Mejor ven tú sobre ella –Bill sonrió, acostándose de espaldas en la cama, y sosteniendo su miembro en señal de provocación.

Hermione estaba tan fuera de sí que ni lo dudó. Se desprendió de Fleur, se colocó sobre Bill, tomó con sus manos la polla que le ofrecían y la introdujo en su vagina ya lista. Comenzó a moverse arriba y hacia abajo y en péndulo mientras gemía sin control con los ojos cerrados. Bill movía sus caderas, ayudándola en la penetración. Con una mano libre le apretaba los pechos y jugaba con los pezones de ella. Aquello superaba cualquiera de sus fantasías.

–Miga a la niña coguecta –Fleur se sorprendió al ver a Hermione follándose a Bill, moviéndose como si montara un toro salvaje.

Hermione abrió los ojos y le sonrió con picardía mientras seguía montando la verga. Fleur se desprendió de su pantalón, Hermione observó que llevaba una tanga blanca. La mujer se abrió de piernas sobre la cara de su marido, sentándose enfrentada a Hermione, corrió la tanga y le ofreció su coño bien depilado. Fleur se había mojado  sin siquiera tocarse pudo observar Hermione. Bill le pasó la lengua con habilidad, introduciéndola en la vagina.

La imagen de Bill lamiéndole el coño a Fleur, Fleur gimiendo a la misma vez que ella jadeaba y gemía también por la terrible cabalgata que hacía sobre la polla del mismo hombre, provocó que las piernas de Hermione convulsionaran fuertemente, el interior de su sexo se contrajera, y obtuviera el orgasmo más violento de los últimos años. Aquel que su cuerpo andaba buscando hacía tiempo. El grito que pegó le desgarró la garganta y la dejó temblando sobre Bill.

Bill jadeó.

–Me corro  también –avisó el hombre.

Hermione se apartó al tiempo que de su enorme polla salía con fuerza el semen. Fleur se acercó y lamió todo el fluido con habilidad.

Los tres quedaron tirados en la cama, jadeando. A Hermione le costó recuperar el aliento. Sentía su cuerpo todo débil y extasiado por igual.

–¿Entonces? –preguntó Fleur después de un rato–. ¿Te ha ayudado la polla de Bill, Hegmione?

Hermione tenía el cerebro algo aturdido. Los miró a ambos. Fleur seguía con la tanga corrida, y la verga imponente de Bill descansaba flácida. Pensó en lo que acababa de ocurrir. Los dos parecían tener una amplia experiencia en compartir el sexo con otras personas. Una oleada de coraje la invadió. ¿Por qué no podía disfrutar libremente de su sexualidad ella también, sin sentimientos de culpa?

–Algo así –dijo–. Me ha dejado con ganas de repetirlo alguna vez, quizá de probar otras –admitió.

–Me parece genial –Bill sonrió–, pero mejor ahora marchémonos: Ron volverá pronto y será mejor que se lo digas con calma.

Hermione se preguntó si Ron llegaría a aceptar aquello alguna vez. En su interior ansiaba que sí: estaban perdiéndose algo espectacular.


Nota: perdón por la extensión, pensé que dividir el relato sería cortar con el climax. Espero que les haya gustado si llegaron hastá acá. Coninuaré subiendo las aventuras de este grupo de a poco.