Harry Potter: un año diferente

Harry se encuentra aburrido y preocupado por los ataque de mortífagos. En la madriguera descubrirá cosas que lo distraerán de sus problemas.

ACLARACIÓN: Relato basado en el sexto año de Harry Potter, los personajes que aparecerán corresponden a ese libro. La idea es escrirbir una antología de relatos, no sé cuántos aún.

1.

Era un verano caluroso y pegajoso. Faltaban unas semanas para volver al colegio e iniciar el sexto curso, y Harry se encontraba agobiado por las noticias que llegaban sobre los ataques de mortífagos a familias muggles. Intentaba distraerse con el quidditch y esquivaba cualquier proposición de Hermione sobre comenzar a estudiar sus nuevos libros de textos.

No sabía que pronto el verano se pondría interesante… y todo gracias a Fleur.

La muchacha pasaba el verano en la madriguera, organizando su pronta boda con Bill. Aunque a las mujeres de la casa no les agradaba verla dar vueltas por allí, a Harry (y a Ron también) le gustaba cuando ella entraba en alguna habitación en la que él estuviera, balanceando su cabello rubio de un lado a otro y meneando sus caderas de manera muy provocativa.

Le ocurría frecuentemente estar observándola fijo a ella, a sus pechos turgentes escondidos por la blusa, coronados por dos areolas que se remarcaban en la ropa, y comenzar a sentir una molestia en su entre pierna. Más de una vez tuvo que salir disimuladamente de la habitación en la que se encontraran, a calmar su erección. Estaba acostumbrado a que le ocurriera eso: en ocasiones, después de algún encuentro con Cho Chang, había tenido que correr a algún solitario pasillo a masturbarse.

Estaba seguro que a Ron, por la forma en que se comportaba, le ocurría lo mismo. Jamás habrían hablado del tema, si no hubiera sido por algo que presenciaron una tarde.

Ambos volvían del prado donde entrenaban quidditch. Sabían que la casa estaría sola puesto que el señor Weasley se encontraba trabajando, y la señora Weasley había dicho que saldría con Ginny y Hermione a la tienda de los gemelos, en el callejón Diagon. Entraron en la fresca cocina y bebieron todo el jugo de calabaza fresco que fueron capaces de encontrar. Ambos estaban sudados y acalorados.

–Creo que iré a pegarme un baño –dijo Ron, con voz ronca.

–Buena idea –coincidió Harry.

Ambos comenzaron a subir las escaleras hacia sus habitaciones, pero no llegaron muy lejos. A la mitad del camino lo oyeron: gemidos entrecortados, pequeños grititos. Y venían de la habitación de Bill. Harry sacó su varita, dispuesto a enfrentarse a quien fuera, pero Ron la bajó al instante, con las mejillas algo coloradas.

–Llevan así todo el verano… desde antes que tú llegaras –masculló.

Ante la cara de desconcierto de Harry, lo empujó hasta la puerta entre abierta de la habitación de su hermano mayor. Harry contuvo la sorpresa.

Bill se hallaba sentado en el borde de la cama, completamente desnudo. Fleur sólo llevaba puesto un top ajustado que parecía a punto de estallar culpa de sus enormes pechos. Había acomodado su trasero sobre la polla de Bill, y se movía de arriba abajo sobre ella, con los ojos cerrados y emitiendo pequeños gemidos de placer. Bill sostenía su cadera con una mano y con la otra le apretaba los pechos por debajo del top. Fleur se acariciaba el clítoris, arrancando aún más gemidos.

–Le está dando por el culo… –susurró sorprendido Ron.

No era necesario que lo comentara, Harry ya podía verlo, fascinado. El enorme pene de Bill entraba y salía del orificio anal de Fleur a gran velocidad. El de Harry amenazaba con despertar, intentó reprimirlo. Su amigo se hallaba a su lado, no era el momento. Aunque, echando una ojeada nervioso, se dio cuenta que Ron había llevado una mano a su entrepierna para ocultar el bulto que comenzaba a formarse.

Harry pensó en marcharse, pero la situación era hipnótica: los jadeos y grititos de placer de Fleur ya seguramente se escuchaban por toda la madriguera. Entonces, ocurrió algo imprevisto. Bill giró la cabeza y los vio. Harry y Ron se asustaron, pero Bill sonrió de manera pícara y perversa. Quitó la mano de debajo del top de su novia, y se lo sacó definitivamente, mientras ella seguía saltando sobre su pene. Bill siguió masajeándole los pechos, ahora desnudos, y con una sonrisa pícara les guiñó un ojo. Le apretó ambos pezones a la vez y Fleur gimió.

–¿Les gusta? –articuló, sin hablar. Fleur seguía disfrutando con los ojos cerrados. Las areolas de Fleur eran rosadas y sus pezones saltones. La erección de Harry se descontroló. Sospechaba que Ron tampoco podía contenerse.

–Me correré –advirtió Bill a Fleur –. ¿Quieres que te llene el culo de leche o quieres probarla?

Para sorpresa de Harry, Fleur se separó de Bill y se arrodilló junto a la cama al instante.

–Sabes que me gusta la leche –dijo, con voz pícara. Fleur agarró la erección de Bill y se la llevó a la boca sin más. Bill jadeó al sentir la lengua de la chica sobre su sexo, y Harry contempló cómo le hacía una mamada que parecía espectacular. Bill les guiñó un ojo a ambos nuevamente, tomó a Fleur de los cabellos y se dejó caer extasiado sobre la cama. Jadeaba de manera envidiable: ya quería Harry estar en su lugar, con la boca de Fleur subiendo y bajando por su falo, con su lengua recogiendo el semen que salía de la punta, y con las manos de la muchacha masajeando sus testículos. A su lado, sintió un jadeo. Ron ya casi no podía contenerse. Harry pensó que habían visto suficiente, y al parecer Ron también:

–Creo que iré a bañarme –dijo con voz ronca. Y se marchó rápidamente hacia el baño, sujetando su entrepierna.

Con el corazón en un puño Harry siguió subiendo las escaleras hasta su cuarto. En su cabeza sólo había una idea, que estaba seguro que su amigo compartía en aquel momento.

En cuanto Harry quedó a solas desprendió su cinto a las apuradas, dejó caer sus pantalones y calzoncillos hasta las rodillas y comenzó a acariciar su pene caliente. Jamás había visto a nadie tener sexo frente a él. Había visto, sí (su mano subía y bajaba rápidamente por su erección) unas revistas pornográficas de Fred y George donde aparecían varias brujas en posiciones muy sugerentes. Pero nunca nada tan explícito como aquello. Las tetas de Fleur (Harry jamás se había masturbado con tanta fuerza y deseo) eran mejor de lo que había imaginado. Y su trasero (fap, fap, fap. Comenzó a jadear sin poder contenerse. Las piernas le temblaban y se agarró al escritorio para no caer) era enorme, pero lo que más le llamó la atención fue la manera en que su ano se abría ante la polla de Bill (no tardaría mucho en correrse). Jamás había imaginado que se pudiera hacer aquello, y lo había excitado de sobre manera ver cómo entraba la polla de Bill en aquel orificio que parecía bien apretado. Y luego la mamada… (Harry podía sentir que ya quedaba poco). La manera en que Fleur cubrió de saliva todo el pene de Bill, pasando su lengua por el glande y tronco. Harry eso sí lo conocía… En un par de oportunidades había tenido la suerte de que Cho se lo hiciera a él. Y había sido una sensación maravillosa. Recordó la saliva sobre pene, la lengua acariciando el tronco, a Cho dando algunas arcadas, atragantándose cuando la polla le tocó el fondo de la garganta. Y Harry deseó que esa fuera Fleur…

Harry jadeó sin poder contenerse y un chorro de semen salió despedido y cayó en la alfombra de su cuarto.


Ni Harry ni Ron fueron capaces de mirar a Bill a la cara durante cena. Cada vez que lo hacían, una sonrisa burlona aparecía en el rostro del hermano de Ron.

–¿Han pasado una buena tarde, muchachos? –preguntó amablemente la señora Weasley a Ron y a Harry.

–Yo diría que fue muy interesante, ¿no muchachos? –respondió Bill, sonriendo de manera pícara.

Harry se atragantó con el jugo de calabaza, y Ron con su sopa. Ambos se pusieron colorados.

–¿Y cómo lo sabes tú, si estabas en el ministerio? –preguntó Hermione con inociencia.

–Ahh, es que me pareció notar que aprendieron técnicas que no conocían –siguió Bill.

–¿De qué hablas, cielo? –preguntó la señora Weasley.

–Qu… quidditch… –dijo Ron, ahogado con la sopa–. ¿De qué más va a hablar?

Harry asintió y llenó su boca de sopa para no tener que hablar. Bill se calló, pero siguió sonriendo de manera indulgente. Harry podía intuir que haberlos permitido ver cómo cogía con Fleur tendría su precio.

La cena acabó en paz y cada uno se fue a su cuarto. La media noche encontró a Harry sin poder dormir. El día había sido bastante agitado, aunque debía reconocer que por primera vez en meses los mortífagos no eran motivo de su desvelo.

Se levantó de la cama y tomó la capa de invisibilidad. Daría alguna vuelta por allí hasta que pudiera dormirse. Una parte de él rezaba porque, al pasar por el cuarto de Bill nuevamente, volviera a ver alguna escena similar a la de aquella tarde. Lo que encontró en su camino fue otra cosa, que le dio la pauta de que aquel año sería totalmente memorable.

Cuando llegó al piso donde estaba ubicado el único baño de la familia pudo ver que la puerta se encontraba entreabierta y había luz proveniente de allí. El agua de la ducha caía con fuerza y producía tanto vapor que llegaba hasta el pasillo. Harry hubiera pasado de largo (cualquiera podría estar tomando una ducha nocturna) pero vislumbró una tanga tirada en el piso del baño. El corazón comenzó a latirle… ¿Y si era de Fleur?

Sin pensarlo demasiado se escabulló por la puerta entreabierta. El baño estaba lleno de vapor, y quien fuera que se estuviera bañando se hallaba oculta detrás de la cortina. Tuvo mala suerte y, de la emoción, cerró la puerta con fuerza.

–¿Quién anda ahí?

Harry contuvo la respiración. Era la voz de Ginny, la hermanita de Ron. La chica sacó la cabeza de detrás de la cortina para ver quién había entrado, pero no encontró a nadie. Harry quedó paralizado, sin mover un pelo. Ginny tenía la cabeza cubierta de espuma, frunció el ceño ante el intruso fantasma y volvió a meterse detrás de la cortina.

Harry largó el aire, más tranquilo. Se marcharía, definitivamente. Algo era ver a Fleur desnuda y follando con Bill, otra cosa era ver a Ginny bañándose. Era un límite que no cruzaría. Aunque… se detuvo con la mano en el picaporte. La tanga color negra de Ginny seguía allí tirada. La levantó con curiosidad. Había visto a Cho varias veces usando una de esas. Casi siempre Harry terminaba con su mano metida dentro ella, acariciando donde la muchacha le iba indicando. Y sentir la humedad de su vagina le parecía una sensación exquisita. Sobre todo porque Cho terminaba jadeando sin control en su oído, mientras le hacía una paja a él también.

Aquel día ya había recordado dos veces sus encuentros con Cho.

¿Estaba mal echar una mirada a Ginny?

Harry se acercó con cuidado hacia la bañera, aún sosteniendo la tanga de la chica. Se sentó en el borde y, aprovechando su invisibilidad, metió un poco la cabeza para ver.

Ginny se hallaba enjuagando su largo pelo bajo la ducha. Harry pudo observar que de niña ya no tenía un pelo. Tenía unos pechos redondeados que parecían firmes y suaves, un vientre plano y un monte de venus completamente depilado. Harry sonrió. Era una adolescente preciosa.

Ginny terminó de lavar su cabello y comenzó a lavarse el cuerpo. Pasó la esponja por su cuello, y bajó hacia su pecho. Harry se asombró de que se detuvo en sus tetas, acariciándolas a las dos a la vez. Tocó sus pezones con los dedos índices, masajeándolos, y éstos se erizaron muy lentamente. Siguió un rato haciendo aquello, mientras la lluvia de la ducha caía sobre su cuerpo. Ginny cerró los ojos y se mordió los labios. Harry sintió que se excitaba al verla tocarse.

Ginny soltó la esponja y una de sus manos se dirigió hacia la entrepierna. Un dedo se metió entre la rajita de su sexo. Ginny jadeó.

–Harry… –susurró, aún con los ojos cerrados.

Harry casi resbala del susto, creyendo que había sido descubierto.

–Me gusta que me toques así, Harry –siguió Ginny, mientras con su dedo recorría su sexo y con su otra mano se pellizcaba un pezón–. Mordeme los pezones, Harry… Así…

Ginny jadeó.

A Harry comenzó a latirle el corazón violentamente. Era evidente que Ginny no lo había descubierto… pero estaba fantaseando con él. La hermana de su amigo se estaba masturbando mientras pensaba en él.

Por segunda vez en el día su pene reaccionó. Sintió cómo se iba endureciendo bajo su pantalón del pijama.

Ginny siguió allí de pie con los ojos cerrados, frente a él, acariciando su clítoris bajo la lluvia de la ducha. Agregó otro dedo, y aumentó la frecuencia de la caricia en círculos. Comenzó a jadear levemente.

–Harry… –siguió pronunciando.

Y el pene de Harry alcanzó una dureza imprevista. Harry metió la mano con la que sostenía la tanga de Ginny dentro de su pantalón, y comenzó a acariciarse él también. Lo excitaba ver cómo la muchacha se acariciaba mencionando su nombre, mientras él estaba allí sin que ella supiera, pajeándose con su ropa interior.

Y entonces, las cosas mejoraron para los dos:

Ginny abrió los ojos, deteniendo su masturbación. De una estantería que Harry no había visto la chica sacó un falo de goma. Era de un tamaño que podía considerarse normal, de color carne. Harry jamás había visto un consolador, y lo sorprendió que Ginny tuviera uno.

La chica colocó la ventosa que el juguete tenía en el suelo de la bañera y, otra vez para sorpresa de Harry, se acuclilló e introdujo el falo de goma en su vagina con total naturalidad. Comenzó a moverse arriba y abajo, sosteniéndose de los bordes de la bañera. Harry se dio cuenta que luchaba por contener los jadeos.

–Si, Harry… si… así… –susurraba–. Fóllame Harry, fóllame que me encanta.

Harry agitaba su pene de arriba abajo ante aquel espectáculo, sin poder creérselo. Los huevos le dolían de tanta excitación. No sabía si quitarse la capa de invisibilidad y delatar que estaba allí.

–Ahh, ahhh, ahhhh… –Ginny seguía balanceándose sobre la falsa polla de Harry, mientras que él acariciaba la verdadera, observando cómo los pechos de la chica se movían al compás de las embestidas. Había soltado una mano del borde de la bañera y se acariciaba el clítoris también–. Hasta el fondo, Harry… duro…

De buena gana le hubiera dado lo que la chica deseaba, pero… el problema era que… Harry era virgen. Y evidentemente Ginny, por cómo se movía sobre aquel falo de goma, tenía cierta experiencia.

–Dame un orgasmo… dámelo… me encantas… aaaaaggggghhhh

Ginny profirió un gritito ahogado por la lluvia de la ducha (que ahora caía completamente fría sobre ella) y Harry eyaculó sobre la tanga de la chica. Ginny quedó de cuclillas dentro de la bañera, con la polla aún dentro de ella.

La puerta del baño se abrió sorpresivamente, y a Harry casi se le cae la capa de invisibilidad. Ginny resbaló en la bañera. Se quitó rápidamente de su vagina la falsa polla.

–¿Quién se baña a esta hora?

Ron estaba molesto

–Soy yo, idiota –respondió Ginny enojada, del otro lado de la cortina. Harry quedó estático, y unas horas más tarde se daría cuenta lo gracioso que había sido el asunto: él se encontraba bajo la capa de invisibilidad, con la tanga de Ginny sobre su polla, empapada de semen. Ginny detrás de la cortina con un pene falso en la mano y los estragos de un orgasmo en su cuerpo. Y Ron parado al lado de la puerta, ignorando todo aquello– ¿Qué quieres? –preguntó la chica de mal humor.

–Hacer pis –Ron parecía igual de enojado–. ¿Por qué te bañas siempre a estas horas? –Harry contuvo una risita. Sabía la respuesta. Se levantó con sigilo y dejó la tanga en el suelo junto a la bañera con disimulo–. Apúrate, ¿quieres?

Ron pegó media vuelta para irse, y Harry aprovechó para colarse por la puerta entre abierta. Pasó muy cerca de su amigo, y se marchó a su cuarto.

Mientras se metía a la cama (el sueño lo había agarrado, finalmente) no pudo evitar sonreír. El día había sido más instructivo de lo que pensaba. Por la tarde había presenciado una increíble culeada, y a la noche había descubierto que la hermanita de Ron ya no era una niña… sino que era una mujer que fantaseaba con la idea de que él, Harry, se la metiera hasta el fondo y bien duro algún día.