Haré lo que me pidas 9

Continúa el tormento de Tamara y su amiga,en este capítulo nuestra protagonista adoptará diferentes roles a cuál más humillantes para lograr su objetivo...

Haré lo que me pidas 9

Quizás yo no sea muy imaginativa. O puede que mi personalidad sea algo más tirando a realista que a soñadora. Pero dudo mucho que nadie piense cuando sale con una amiga de fiesta, que acabará boca abajo y empalada por el dedo de un hombre, mientras él y su amigo beben tranquilamente, entre sus piernas.

Si tengo que hacer memoria de cada paso que me llevó a acabar de esta manera… No creo que mi mente pudiera soportar tanta vejación y, sobre todo, sumisión ciega e irracional, hacia un hombre que prácticamente ni conozco. Alejandro… ese hombre había sacado de mí una faceta que para nada conocía. Cómo podía ser yo tan sumisa, tan sexual, tan pervertida.

Cómo podía estar tirada en el suelo cabeza abajo. Con mis tetas irremediablemente caídas hacia mi cara. Mis piernas levantadas y abiertas de manera obscena entre aquellos dos hombres. Con mis dos agujeros bien abiertos frente a sus ojos. Bueno, en realidad el más pequeñito, estaba siendo tapado por el dedo de ese hombre, que podía conseguir de mí lo que se le antojase.

No consigo imaginar una situación más humillante que esta, en la que me encontraba ahora mismo. Completamente desnuda, tirada en el suelo, abierta de piernas y empalada con un dedo en mi ano. Pero eso no era lo peor. El hecho de estar así, completamente ofrecida y vejada ante dos hombres. Y que simplemente hablasen entre ellos, sin que ninguno reparara en mí. Salvo algunos leves movimientos de ese intruso en mi culo, más como el que mueve una cucharilla en el café por aburrimiento, sin ningún interés en lo que produce para la taza ese gesto. Esa era toda la atención que recibía yo.

Soy una mujer joven y atractiva. Por muy mal que este decirlo, estoy acostumbrada a ser el centro de atención de los hombres en la mayoría de los casos. Y en cambio, en aquella postura, sin ningún impedimento a cualquiera de mis intimidades, era ninguneada. Me sentía patética. Empecé la noche como una diosa devora hombres. Y había acabado como un objeto, como aquella taza con una cucharilla en su interior. Hasta ese punto había llegado yo. Convertida en lo más bajo que se puede llegar a ser. Ni una zorra, ni una perra, ningún animal. Un simple objeto. Y no un objeto para su placer, como yo deseaba con toda mi alma. Un objeto que había cumplido su función y ni siquiera se había molestado en apartar o guardar para el siguiente uso. Me había dejado allí tirada, sabedor que un objeto como yo, mantendría su posición hasta ser usado de nuevo.

Tengo que reconocer que mi conciencia era digna de alabar. A pesar de todo lo vivido hasta ahora. De la situación en la que me encontraba en este instante. Aún así, seguía luchando por despertarme de ese embrujo en el que me hallaba inmersa. Una tarea difícil, pues a pesar de su insistencia, no lo había conseguido en toda la noche. Y a estas alturas… como no saliera de mí y me sacara de allí tirándome de una oreja como una niña traviesa… no lo iba a conseguir.

  • Anda guapa, prepara dos copas para nosotros. Que tu amiga me ha dejado seco. – dijo Rafa, hablando entre mis piernas, sacándome de mis cavilaciones.

Era difícil ser más hiriente con una frase tan sencilla como aquella. Un apelativo, que en ese momento se me antojó de lo más grosero. Una orden, tratándome como una vulgar sirvienta. Y la afirmación de que acababa de follarse a mi mejor amiga y ahora estaba delante de mí, alardeando de una manera tan “modesta”, quitándole importancia al hecho de haberse acostado con una mujer como Laura. Mi primera reacción hubiera sido decirle que le dieran por el culo, pero no estaba yo en situación de tal alegoría. Quizás un, “ponte tú la copa que tienes dos piernas”, me parecía más apropiado, aún siendo una frase típica de madre enojada. Lo cierto es que en el momento en que noté la retirada del intruso de mi trasero, entendí que mi Amo secundaba aquella orden. Sin dar tiempo a que ese dedo recorriera el estrecho pasillo de salida de mi recto y aguantando los jadeos que me producía, contesté:

  • Claro Rafa. Lo haré encantada. ¿Qué os apetece?

  • Llevamos bebiendo lo mismo toda la noche. ¿Tan largo tiene el dedo Ale, que te ha dejado tonta?

  • Tienes razón. Perdóname. Ahora mismo lo preparo. – le contesté, avergonzada por su chulería.

Si sus palabras me habían humillado, el quejido que solté al sentir como el dedo salía del todo de mi ano, no ayudó a recomponer mi orgullo. Sintiendo el aire en una zona donde nunca antes lo había sentido, intenté ponerme en pie. La cosa no mejoró en mi maniobra para hacerlo. Pues, aunque no creo que se pudiera hacer elegantemente… Verme patalear, intentando que mis piernas llegasen al suelo, esquivando a los dos hombres, para finalmente caer de lado, sin fuerzas para levantarme… solo pudo suponer sus carcajadas, más que merecidas.

Apremiada por sus risas, intenté comenzar con mi tarea lo antes posible. No pude erguirme directamente, primero me desplacé a cuatro patas un par de pasos. Cuando mis piernas parecían responder, me puse en pie y fui a por sus copas.

Según preparaba sus bebidas, me sentía más estúpida. Aún mantenían en sus rostros las sonrisas, secuela de las carcajadas que antes había provocado mi patética actuación. Y yo allí, desnuda, a excepción por el tanga mugriento de mi cuello, haciendo de camarera de aquellos dos pervertidos.

Volví con sendas copas en mis manos. Procuré recorrer los escasos pasos que había hasta ellos de forma sensual. Deseaba sentirme sexy, aunque por otro lado, notaba en mi sexo como aquellas humillaciones confundían a mi cuerpo, excitándolo.

Entregué las copas a sus dueños. Me pidieron que les acercase dos cigarros del paquete que había encima de la mesita, fuera de su alcance ahora, lo hice, encendiéndolos incluso.

Permanecí como el resto de la noche, de pie, sin saber qué hacer. Pero con una mirada de mi Amo, entendí que mi sitio era arrodillada a sus pies. Como si me hubieran puesto una tonelada en mis hombros, caí de rodillas al suelo. Con la vista baja, mirando sus pies desnudos, espere sumisa nuevas indicaciones.

Ellos hablaban de lo tarde que era,de que tenían que darse prisa,que pronto se haría de día. Los noté especialmente preocupados por cuando saldría el sol. Incluso pensé si serían vampiros y por eso tenían ese embrujo en mí. Algo inverosímil, pero no mucho más que todo lo que yo había hecho esa noche por un desconocido. Comencé a darle peso a esa teoría. Incluso sentí un poco de miedo y de excitación, pensando que un ser sobrenatural me hubiera elegido como su esclava. Una pizca de vanidad recorrió mi desnudo cuerpo. Por suerte, la queja de Rafa sobre donde estaba el cenicero me hizo despertar de mi fantasía.

  • Joder con poner la mesa tan lejos. Anda Tamara, dame el cenicero. – dijo Rafa.

  • ¿Para qué quieres esa mesa? Si tenemos una mucho más bonita. Abre la boca, perrita. – intervino mi Amo, justo antes de que cumpliera las exigencias de su amigo.

Halagada por las palabras de mi Amo, abrí la boca con dulzura. Fueron unos segundos en los que por mi mente solo rondaba la felicidad por el cumplido recibido. Pero cuando pensé un poco mejor lo que suponía, temblé. Necesitaban un cenicero y yo tenía la boca abierta y a la altura idónea para tal tarea. Mis labios cambiaron la curvatura de sonrisa a una mueca de miedo y nerviosismo por lo que iba a suceder. Podía ver lujuria en el rostro de Rafa, completamente contrario a lo que debía presentar el mío. Mis ojos no se apartaban de él y de su cigarro. Ni siquiera cuando Alejandro me ordenó abrir más la boca y sacar la lengua. La sonrisa de su amigo premonizaba que sería él quien me usaría como cenicero primero.

Como era de suponer, obedecí a mi Amo. Abrí la boca todo lo que pude y saqué la lengua. No tengo la menor idea de que sabor tendrá. Si estará caliente o si incluso pudiera quemarme. Ahora me arrepentía por no haber mojado bien mi lengua antes de sacarla. Quise hacerlo, pero no me atreví. Mi devoción por Alejandro era mayor que mi miedo, aún en estas tesituras. Sin poder evitarlo, cerré los ojos, esperando el momento en que dejarían caer la ceniza en mi boca. Cuando noté algo tocando mi lengua me asusté dando un respingo, pero sin retirar mi lengua. Era áspero, notaba como un polvillo. Pero estaba duro. No podía ser ceniza. Abrí los ojos confundida y entonces lo vi. La punta del zapato de Laura apareció sobre mi lengua. Con los ojos demostrando mi incertidumbre, mire a mi dueño. Él sostenía el zapato que fue introduciendo hacia mi boca, resbalando la suela sobre mi lengua.

Cuando toda la anchura del calzado impidió que siguiera su camino hacia mi interior, me ordenó sujetarlo con mis labios y mi lengua. Tarea simple, aunque ardua. Mi cara había quedado desfigurada al tener la boca abierta de forma horizontal, por la anchura del empeine del zapato. Por lo cual, mis labios no ejercían la fuerza normal para sostener un objeto relativamente ligero. Tenía que ayudarme de mi lengua, obligándome a mantenerla firme y a su vez, bien pegada a la suela sucia de toda una noche bailando.

Como sospechaba, Rafa no tardó en estrenar el cenicero que había diseñado su amigo. Con gran jubilo dejó caer la ceniza en el hueco donde habían estado los dedos del pie de mi amiga. Incluso se permitió la innecesaria acción de zarandear el cigarro contra el zapato, como queriendo asegurarse que no quedaba ceniza sin desprenderse.

Cuando llegó el turno de Alejandro de usarme como cenicero, le miré con dulzura. A pesar de tener la punta del zapato de tacón de Laura en mi boca, por su culpa, estaba agradecida. Si antes me sentía un objeto, ahora lo era definitivamente. Solo me faltaba una etiqueta con el precio y podrían venderme en un bazar chino. Esbozando una hipotética sonrisa, recibí su ceniza. Para después murmurar un, “gracias Amo”, inteligible.

  • Levanta el hocico, perrita. No vaya a caer la ceniza al suelo y tengas que limpiarlo. – me dijo él.

Pese a sus palabras ofensivas, lo hice con agrado. Era su perra. Por lo que era lógico que usara mi hocico para sujetar el cenicero para él y su amigo. Si en algún momento pensé que no podía ser humillada más, me equivoqué. Me ordenaron doblar los brazos pegados a mi torso y extender la palma de la mano hacia arriba. Pronto supe que simplemente necesitaban dos posavasos para sus bebidas. Quedé así, convertida en un mueble inmóvil, sosteniendo todo lo que ellos necesitaban en ese momento para su disfrute.

Con la cabeza inclinada,el zapato entraba en mi campo de visión por lo que me era difícil ver lo que hacían. Rafa estaba enseñándole algo en su móvil a mi Amo, mientras hablaban.De nuevo obviando mi presencia, y bebían de vez en cuando sus copas. No pasé demasiado tiempo así. Algo les debió apremiar para continuar con su, más que ideado, plan.

  • Venga al lío, que va a amanecer pronto. – dijo Alejandro.

Ambos se levantaron de su asiento y cogieron sus copas. Mientras las apuraban, anduvieron hacia la puerta. Yo no sabía qué hacer, por lo que me mantuve arrodillada con mi pose de cenicero humano. Escuché cómo detenían sus pasos y dejaban las copas sobre la encimera de la cocina.

  • ¡Ven, perrita! – dijo mi Amo desde la puerta del salón.

Instintivamente supe que tenía que hacerlo como lo que era. Con mucho cuidado de no derramar la ceniza, posé mis patas delanteras en el suelo. Con la cabeza alta, como una perra orgullosa, avancé hasta los pies de mi dueño. Al llegar a mi destino, una caricia en mi cabeza terminó de sentenciar mi paso de objeto a animal, un ascenso diría yo.

  • ¡Uy, espera! No puedes ir con eso en la boca. Vas a tener que usarla ahora. – me dijo mi dueño.

Solo me faltaba el rabo en mi culo para sacudirlo enérgicamente de la felicidad que me colmó. De hecho, me sorprendí a mí misma moviendo mis caderas, tal y como lo haría una perrita feliz. Entregué a mi Amo el improvisado cenicero, descansando por fin mis labios.

  • Toma, límpiate la boca. No pensarás que la use estando sucia ¿no? – me dijo ofreciéndome lo que quedaba de su copa.

  • Gracias Amo.

Sin levantar mis manos del suelo, abrí de nuevo la boca e incliné la cabeza. Él posó el cristal en mis labios y fue vertiendo el líquido. Cuando lo retiró, no tragué. Primero enjuagué bien mi boca, como un colutorio al uso. Para después tragarlo y llevar a mi estómago aquella mezcla de alcohol y suciedad de la suela del zapato. Repitió una segunda vez, vaciando completamente la copa. Yo hice mi parte, asegurándome que quedaba claro que me afanaba por limpiar mi cavidad bucal, para ser digna de alojar lo que él deseara introducir allí. Tragué todo y abrí la boca sacando bien la lengua, para que mi Amo diese el visto bueno a mí limpieza.

  • Quizás necesitemos esto después. Mejor llevarlo. – comentó acerca del zapato.

Con una mirada cómplice, Rafa acompañó a su amigo detrás de mí. Sentirles a mi espalda, cuando yo estaba a cuatro patas en el suelo, ofreciendo mis orificios sin poder remediarlo, me hacía sentir más que perra, una zorra. Pero ese sentimiento no fue nada cuando noté unas manos en mis nalgas. Estas separaron mis dos cachetes sin miramiento, haciendo que ahora sí que quedarán expuestos del todo ambos agujeros.

Pronto noté unos dedos deslizarse rozando suavemente mis labios abiertos, y no eran los de mi boca precisamente. Recorrían despacio, pero sin detenerse, desde mi nuevamente hinchado clítoris, recogiendo toda la humedad que se formaba en el surco de mi intimidad, hasta llegar a mi ano. Notaba como ese pequeño agujero, recién usado por primera vez hacía unos minutos, respondía a ese dedo. Supe entonces que era mi dueño quien jugaba por detrás de mí. Mi culo parecía recordar quién había penetrado su, hasta entonces, inquebrantable entrada. Y ahora, sumiso como el resto de mi cuerpo, se abría cada vez que sentía como aquel grueso dedo llegaba amenazante.

A pesar de la invitación, Alejandro no volvía a empalarme con su dedo. Siguió con su placentero caminar por la vereda que formaba mis labios entre mi botoncito y mi hoyito trasero. Si no fuera porque me sostenía por cuatro y no por dos patas, como el resto de mujeres normales, ya estaría en el suelo. El placer me inundaba. Al igual que pasaba con mi chochito, que más que formar una vereda, ya era un riachuelo, con pretensiones de Amazonas.

El ritmo de su mano creció y proporcionalmente lo hizo mi excitación. Intentando que mis piernas no flaqueasen, no dejaba de pensar en cómo podía ser que volviera a desear un orgasmo, con los que ya había tenido esa noche. Lo normal es que estuviera rendida en la cama sin poder abrir los ojos. Pero no, allí estaba yo, con mis piernas bien abiertas, mi espalda curvada ofreciendo a esos dos hombres mis agujeros. Y deseando con todas mis fuerzas que hicieran con ellos todo lo que se les ocurriese.

  • El mejor lubricante para una guarra es este. – dijo Rafa, despertando mi curiosidad.

Escuché el inconfundible sonido de un escupitajo saliendo de su boca, para seguidamente sentir como caía directo entre mis glúteos. Un par más siguieron al primero, que fueron acumulando y deslizando, como si la raja de mi culo fuera un tobogán, hasta mi ano. Mi excitación no me permitió adivinar a que venía tal preocupación por lubricar esa parte. Aunque no tardé en averiguarlo.

En ese momento agradecí el buen gusto y la pasión de Laura por la moda. Si no fuera por lo sofisticado del tacón, que era cilíndrico y no cuadrado como suelen ser, esto hubiera sido mucho peor. Pues, mientras su amigo mantenía mi culo abierto con sus manos, mi Amo fue clavando poco a poco el tacón del zapato que habían usado como cenicero, en mi culo.

A diferencia de su dedo, este era más fino. Pero carecía de la calidez y la suavidad de la piel de mi dueño. Era duro y frío. Recorriendo mi interior sin inmutarse por lo que para mi significaba. Cuando noté la suela del zapato apoyarse en mi sexo, supe que tenía todo el tacón de Laura en mi recto. A esto se referían con llevar el cenicero, por si lo necesitaban después.

  • Vamos perrita. Y que no se caiga la ceniza. – dijo mi Amo.

Su amigo soltó mis nalgas y sentí como la presión de mis glúteos conseguía hundir un centímetro más de aquello en mi recto. Volviendo a agarrar el tanga que hacía de mi correa, mi Amo me llevo por aquel pasillo, tras su amigo, sin saber que me encontraría al final. Mis esfuerzos estaban todos en andar a cuatro patas, con el culo bien levantado, para que no se derramara la ceniza del zapato. Hasta ese punto de denigración había llegado. Preocupada más por no dejar caer la ceniza del zapato que llevaba metido en mi culo, que por saber que le había sucedido a mi mejor amiga. O que me sucedería a mí misma a continuación.

Embelesada en los pies descalzos de Alejandro, llegamos a la puerta de la habitación de Laura. Estaba cerrada. Rafa abrió y pasó saludando a mi amiga.

  • ¡Cariño, ya estoy en casa! ¿Me has echado de menos? – dijo él, saludando con sorna a Laura.

Escuché la voz de Laura, pero no conseguí entenderla. Era como si hablase muy bajito  o estuviera lejos,cosa imposible porque la habitación no era tan grande. Tras un sonoro cachete, en lo que supongo que era el trasero de mi amiga. Mi dueño entró y yo lo hice a continuación, siguiendo los arrastres del tanga que llevaba al cuello.

Entonces la vi y lo entendí todo. La razón por la que no escuchaba claramente a mi amiga. La preocupación por la salida del sol. Una parte de mi se sintió aliviada de que no fueran vampiros. Pero rápidamente tuvo otra cosa por la que preocuparse.

Laura estaba completamente desnuda frente a la ventana de su habitación. Frente, sería un eufemismo. Pues la realidad era bien distinta. Si, estaba desnuda. Dándonos la espalda a nosotros, por lo tanto, sus tetas estaban en dirección a la calle. Pero no solo es que estuvieran apuntando hacia el exterior de la ventana, es que estaban en el exterior. Su torso estaba fuera de la ventana, con la persiana bajada contra su espalda, impidiendo que pudiera escapar.

Laura llevaba en esa humillante posición, como poco el rato que Rafa había estado con nosotros en el sofá. No sabría decir si fue mucho o poco, pues yo ya había perdido la noción del tiempo. Aunque para ella se le habría hecho eterno. No solo por la posibilidad de que un vecino trasnochador se asomara a la ventana. Al no poder llevar sus largos tacones, por tener yo uno el en culo, la altura de la ventana le obligaba a tener sus pies de puntillas. No quiero ni imaginar cómo le debían doler. Podía ver como cambiaba de pie cada pocos segundos, apoyando uno y levantando otro. Mi pobre amiga estaba soportando una tortura brutal en sus doloridas y cansadas piernas.

  • Por favor Rafa, déjame volver dentro. Se va a hacer de día. Y me duelen muchísimo las piernas. Por favor… te lo suplico. – decía mi amiga, entrando su voz por el hueco libre que dejaba su torso desnudo en la ventana.

  • Pero bueno… ¿no decías que harías lo que fuera por complacerme, cerdita? No decías lo mismo cuando tenías mi rabo en tu boca… - le decía Rafa, mientras pasaba sus manos entre las nalgas de mi amiga.

  • ¡Y lo haré! De verdad que lo haré. Todo lo que quieras. Pero no aguanto más. Mis piernas están muy cansadas. Te lo suplico, Rafa… Volvamos a la cama…

Los lamentos de mi amiga me doblaron el corazón. Lo que yo hubiera podido imaginar, había sido poco. Ya no parecía esa zorra altanera de hace un rato. Esa dispuesta a todo por quedar por encima de mí. Sus pies cambiaban cada pocos segundos repartiendo el agotamiento de sus piernas. En ocasiones, todo el peso de su cuerpo era sujeto por su tripa, dejando sus pies colgando. Pero no aguantaba mucho, los rieles de la ventana corredera no debían ser muy cómodos para hacerlo. Una parte de mi se alegraba de verla así, vencida ante aquellos hombres y sus pruebas. Pero otra, quizás esa que esta noche no solía tener voz ni voto, me hacia pensar en que yo podría estar así, y dudaba de que el resultado fuera diferente.

Quería ayudar a mi amiga, pero no echar por tierra todo mi trabajo. Mi Amo estaba contento conmigo, con mi comportamiento. Aunque mi temperamento natural, no me dejaba seguir viendo a mi pequeña Laura sufrir. Notaba como en mi interior comenzaba una lucha entre la Tamara, la mujer decente y amiga. Y la Tamara, perra sumisa de un desconocido.

  • Eres una niñata Laurita, no aguantas nada. Seguro que si fuese tu amiguita Tamara la que estuviera esa ventana, no se quejaría tanto. Ella al escucharme entrar, hubiera levantado el culo y abierto las piernas, para que la taladre como la zorra que ha demostrado ser.

  • Yo también lo soy. De verdad. Déjame entrar y te lo demostraré. Te lo suplico. Tamara no es más zorra que yo. Solo necesito apoyar los pies un poco. Rafa… mi rey... mi amor… te lo suplico.

A pesar de la tortura, Laura continuaba queriendo robarme mi medalla de oro como zorra. Eso mitigaba mis ganas de revelarme contra aquellos dos hombres. Aún así, sabía por sus palabras que estaba desesperada. Deseaba ayudarla, pero sin fallar a mi Amo… no sabía como hacerlo… En realidad, era como si no supiera hacer nada si Alejandro no me lo ordenaba.

  • No seas tan duro con Laura. Se ha esforzado mucho también, al igual que Tamara. Y esa posición es muy incómoda y cansada. A las perras hay que premiarlas cuando lo hacen bien. – dijo mi Amo a su amigo, acariciándome el pelo en su última frase.

  • ¡¿Alejandro?! – preguntó Laura, sonando sorprendida y emocionada a la vez.

  • Hola Laura. Sé que estas cansada. Pero te pediría que aguantaras un poco más. Necesito usar tu cuerpo. ¿ Lo harías? – preguntó mi Amo, demostrando su típica caballerosidad, ocultando la más depravada lujuria en sus palabras.

  • ¡Sí, sí! Claro. Haré lo … - dijo ella, cuando fue interrumpida por mi Amo.

  • Bien. Pues procura no abrir la boca, para que tus vecinos no se asomen a ver qué pasa. Y no te muevas. – dijo mi dueño, con bastante ironía en aquella frase.

  • ¿No te da pena tu amiga, Tamara?

  • Si… debe estar muy cansada.

  • ¿Tamara? – preguntó mi amiga desde el exterior de ventana, notablemente avergonzada de que yo fuera castigo de su situación.

  • Podrías traerle los zapatos que se dejó olvidados en el salón. Seguro que con ellos podría apoyar los pies y estaría más cómoda.

  • Sí, sí. Enseguida.

Con un gesto de su cabeza, me indicó que lo hiciera. Manteniendo mi ya habitual forma de andar, volví a cruzar el pasillo a cuatro patas. Era una orden un tanto irónica, ya que me había mandado a por sus zapatos y yo ya llevaba uno clavado en el culo. Los pocos metros que separaban la habitación de Laura y el salón parecieron kilómetros gateando. Me dolían las rodillas de andar así y la espalda de llevarla curvada para no derramar la ceniza. Pensar en lo que debía dolerle a Laura sus piernas, me daban fuerzas para seguir mi camino como una perra, sin importarme mis rodillas, mi espalda o mi culo.

Cansada y dolorida, entré con el zapato recogido del suelo del salón en mi boca. Como una buena perrita, el otro seguía en su sitio, esperando que con la misma ceniza que ellos habían depositado allí. Crucé la habitación hasta la ventana, intentando hacerlo de la manera más sexy y ocultando mis molestias. Quedé a los pies de los dos hombres. Agachando mi cara, dejé el zapato que tenía en mi boca en el suelo. No tenía otra manera de entregárselo, sin perder mi postura para no dejar caer la ceniza que transportaba por toda la casa clavada en mi culo.

  • Buena chica, Tamara.

Alejandro recogió el zapato y con bastante dulzura, lo colocó sobre el pie de mi derrotada amiga. Al parecer fue un gran alivio para ella. A pesar de solo tener un zapato, la ayuda de la altura del tacón le permitía descansar más esa pierna. Aunque la imagen era más patética si cabe, al tener que dar pequeños saltitos con su pie descalzo cada vez que quería apoyarlo.

En ese momento Rafa soltó el botón de su pantalón y saco lo que escondía allí debajo. Medio erecta aún, se dedico a pasearla recorriendo el surco de las nalgas de mi amiga y bajando hasta su mojadito sexo. Laura dejó su patético bailecito, sosteniéndose en su pie calzado, facilitando que el hombre restregase su pene por ella. En esos momentos sentí envidia de mi amiga, que a pesar de la tortura, podía sentir en sus partes más intimas como crecía una polla.

Yo me mantenía a cuatro patas, junto a las piernas de mi amiga. Llevando mi visión entre la polla de Rafa y el culo de ella. Pero esa diversidad terminó cuando Alejandro comenzó a acariciar su miembro. Entonces toda mi atención fue para recrearme viendo como crecía en su mano, deseando que fuera la mía quien obrase tal milagro. Mi boca se humedecía pensando en que cumpliese su promesa. Pronto tendría el título de chupapollas.

  • ¿Te apetece probarla, perrita?

  • Más que nada en este mundo, Amo. - le dije, ya completamente desinhibida por descubrir ante Laura mi condición de perra sumisa.

Mientras tanto Rafa ya tenia su arma complemente preparada para penetrar a Laura. A pesar de que mis ojos se centraban en la de mi Amo, no podía evitar mirar de reojo como Rafa guiaba su polla con la mano para clavársela a mi querida Lau.

  • Primero quiero que ayudes a mi amigo. Laura no mantiene muy bien el equilibrio y le cuesta atinar. – me dijo mi Amo.

  • Si… pero… como… ¿Cómo lo hago? – conteste yo, completamente desconcertada por la orden.

  • Vaya… hay veces que te metes demasiado en tu papel de perra estúpida. ¿Pues como lo vas a hacer? Agarras la polla de Rafa, abres el agujerito de tu amiga y apuntas bien para que mi Amigo haga el resto.

  • Muy buena idea, Ale. Nada mejor para reconciliar a dos amigas peleadas, que una de ellas haga de mamporrera de la otra. Siempre mirando por los demás Ale. Eres todo un filántropo.

  • Bueno yo no diría tanto. Pero si es cierto que un acto tan desinteresado como este por parte de Tamara, ayudando a su mejor amiga reciba unos buenos pollazos, une mucho una relación de amigas íntimas como ellas. ¿No creéis chicas?

  • Sí… sí… - contesté yo, todavía sin asimilar lo que tenía que hacer.

  • ¡Sí! ¡Así es! Apúntame con esa polla Tami. Llévala a mi agujerito. ¡Si! – dijo Laura, casi gritando por la excitación y contenta por la idea de mi Amo.

Con un leve arrastre del tanga de mi cuello, Alejandro me aproximó a la polla y el sexo de Laura. Con otro tirón me hizo abandonar mi posición de perrita, para ponerme a dos patas, quiero decir, de rodillas. Tuve que apretar mis nalgas y mi ano para evitar que el zapato saliera de su lugar. La delgadez y la forma del tacón ayudaba a que no fuera doloroso, pero era difícil de mantener en su sitio. Y más para alguien sin experiencia en las artes anales, si se pueden llamar así.

Quedé embobada mirando el pene de aquel hombre. No tenía nada que envidiar al de mi Amo. Incluso diría que era un poco más largo, aunque no alcanzaba el grosor de Alejandro. Dato que no había tenido en cuenta, pensando que pronto lo tendría en mi boca y posiblemente dentro de mi garganta.

Rafa se pajeaba lentamente en mi cara mientras yo mantenía mi vista perdida en la extensión de aquella barra de carne morena. Tanto que no la vi venir, cuando levantándola sobre mi rostro, la dejo caer, golpeándome en la cara con ella.

  • Despierta Tamara. Agarra mi nabo y méteselo a tu amiga.

Ni siquiera contesté. Tímidamente lleve mi mano sobre el duro miembro que descansaba sobre mi mejilla, tapándome un ojo y sobresaliendo por mi frente. Estaba avergonzaba y turbada. Este tío me acababa de dar un pollazo en la cara, como si nada. Como si fuera lo más normal del mundo. Y lejos de enfadarme, yo estaba agarrando el arma con el que me había golpeado, para llevarlo al coño de mi mejor amiga.

¿Cómo había acabado como mamporrera de mi mejor amiga? Si yo solo había salido de fiesta para acompañarla a celebrar su soltería. Y pronto, sería yo quién se quedaría soltera cuando Alberto se enterará que su novia era una completa zorra. Una puta que está de rodillas, con un tacón en el ojete, dejando que le den pollazos en la cara un tío cualquiera. Lo más humillante era eso. No era el miembro de Alejandro el que había golpeado mi cara y ahora tenia en mis manos. Era el de su amigo, que se creía con derecho de golpear mi cara con su rabo, como si yo fuera una vulgar puta.

Y como una vulgar puta dirigí aquel duro y venoso misil hacia el rosado y brillante chochito de Laura. Rafa, con sus manos ahora libres, sujetó la pierna de su pareja, levantándola un poco. De esta manera tenia mejor disposición para penetrar el sexo de mi afortunada compañera. Aun así, yo separé, como me había indicado mi Amo, la nalga izquierda, dejando completamente abierto el coñito y también el ano, de mi íntima amiga.

Debo reconocer que estaba chorreando. Y no me refiero a ella, sino a mí. Mi sexo desprendía flujos, más aún incluso de lo habitual esa noche. De nuevo, sentirme vejada como mamporrera y ser humillada incluso por el amigo de mi Amo, me ponía cachonda. Algo que no dejaba de apuñalarme en mi recluido orgullo de mujer. No solo me dejaba degradar por dos hombres, lo estaba disfrutando.

Con la mano un poco temblorosa, lleve la punta de la extremidad cálida y dura de aquel hombre. Sin pensarlo tan siquiera, moví mi mano haciendo que se rozaran los labios de mojados de ella con la punta hinchada de él. Unos gemidos se escucharon tras la ventana. Mi amiga estaba tan excitada o más que yo. Algo normal, después de toda la noche siendo pervertidas, por fin iba a recibir su ración de polla.

  • Te estas equivocando de agujero, perrita. – sonó la voz de mi dueño tras de mí.

Tardé en reaccionar y entender a lo que se refería. Miré a Rafa y vi una sonrisa cruzándole la cara. Iba a encular a mi amiga. Y yo le ayudaría en ello. Me hubiera gustado ver también la cara de Laura, para saber si a ella le parecía tan buena idea que le taladraran con esa enorme broca. Por lo que yo sabía, no sería la primera vez. Lo que no tenia tan claro es si sus ex parejas tendrían ese calibre.

No hacia más que mirar su pequeño agujerito y lo que debía entrar allí. Estaba aterrada imaginando que pudiera ser yo. Casi agradecida del tacón que tenía yo en el mismo lugar que tan de cerca estaba observando a mi amiga. Llevar el tacón de un zapato en el ano era una niñerita comparado con lo que iba a pasar ella. Si al menos usara algún lubricante… posiblemente Laura tuviera en casa. Me daba vergüenza preguntarlo, pero no dejaba de ser el culo de mi amiga el que sufriría sino lo hacía. Trague saliva y sin saber a quien debía mirar para pedirlo, lo hice con mis ojos clavados en el orificio motivo de mis preocupaciones.

  • Quizás Laura tenga lubricante… ¿Podría usarlo…?

  • ¿Presumís de ser unas zorras y ahora queréis lubricante? ¿No te explique antes cual era el mejor para unas putas como vosotras? – dijo Rafa riendo.

Recordé lo que había hecho para lubricar el mío antes de meterme el tacón. Sinceramente, la saliva no creo que fuese suficiente para semejante miembro que tendría que alojar el recto de mi querida amiga. Pero menos seria hacerlo en seco. No me quedaba más remedio que tragarme el orgullo y pedírselo de la manera más sumisa posible a Rafa. El culo de mi amiga dependía de mí.

  • Es cierto Rafa. Disculpame. ¿Podria escupir en el culo de Laura para lubricarlo?

  • ¿Yo? Hazlo tu. Que eres la interesada. O preguntale a tu amiga si quiere que le escupas en el ojete. A mi me da igual.

El muy cerdo se sentía vencedor. No era para menos. Tenia a mi amiga atrapada contra la ventana y con el culo expuesto. Y a mi de rodillas, con su polla en la mano, guiándola hacia su culito.

  • Por favor Tami. Hazlo. Es enorme. Me va a reventar. Hazlo por lo que más quieras. – dijo Laura desde el exterior.

No contesté a mi amiga. Era como si hablase con un culo. Ella estaba fuera y el resto de su cuerpo dentro. No tenia ni voz ni voto en lo que aquel hombre haría. Todo dependía de mí. Y no podía dejar a mi amiga ser sodomizada por aquella barbaridad sin lubricación alguna. Quería hacerlo. Pero escupir me daba mucha vergüenza. Hay que ver que ilógica es la mente humana. Tener la cara pegada al ojete de mi amiga, dispuesta a llevarle un pene para que metérselo por allí, podía hacerlo. Pero escupir, me daba vergüenza.

Era una tontería, lo sé. Por lo que no me quedo más remedio que juntar saliva en mi boca y expulsarla contra el culo de Laura. Parecía más fácil de lo que era, pues fue más a su nalga que a su ano. Hice lo mismo, esta vez me acerqué más a mi objetivo. Casi tocaba su cachete con mi nariz. Escupí, quedé cerca, pero no di en la diana. Entonces recordé como lo había hecho Rafa antes conmigo. Volví a juntar saliva, me costó bastante ya. Tenia la boca seca y dudaba de poder hacerlo una vez más, por lo que no podía fallar. Casi apoyando mi barbilla en los glúteos redonditos de mi amiga, deje caer mi saliva deslizándose por mis labios. Fue manteniendo el reguero que salía de mi boca, todo lo que pude, hasta el surco entre sus nalgas. Me retiré y vi como mis babas se deslizaban hacia su ano. Rápidamente puse la polla de Rafa allí para que recogiera mis saliva.

Use su polla como como brocha, recogiendo mis disparos fallidos, intentando no desaprovechar nada. Pero era absurdo. La diferencia entre le orificio y lo que debía entrar allí… Podía pasarme el día escupiendo, que si eso entraba en el culo de Laura, la partiría en dos.

  • Tamara. El método de Rafa no es el único. ¿Cómo lo hice yo contigo?

  • Con tu dedo. Lo mojabas en mi coño y… lo metías mojado en mi culo. – le dije, muerta de vergüenza.

  • Tuya es la decisión. Si te preocupa el bienestar del culito de tu amiga… adelante.

Claro que me preocupaba… Pero lo que me pedía era recogiera los flujos de su coño y se los metiera en culo. Era mi amiga, la quería muchísimo. Pero por eso mismo… como iba a meterle el dedo, primero en el coño y luego en el culo. Ya había tenido bastantes actos sexuales con mi mejor amiga. Hacer eso era demasiado.

  • Tami, por favor. Por favor. Hazlo. Tengo muchas ganas de que me folle el culo, pero me va a reventar. Hazlo. Te lo suplico. Por nuestra amistad. Lubricame el culo. Cariño… por favor… Somos amigas… hazlo por mí. No dejes que me rompa el culo. Tami…

Con mi amiga suplicando de esa manera no podía decir que no. Además, no es que no quisiera que le follaran el culo. Ella quería. Quería ser enculada por Rafa. Pero a la vez lo temía. Era lo mismo que me pasaba a mi, al pensar que Alejandro me sacara el zapato y se pusiera a sodomizarme a cuatro patas ahora mismo. Lo deseaba con toda mi alma, pero me daba un miedo increíble. De hacerlo, querría todo el lubricante posible. Desearía disfrutarlo. Disfrutar de que me dieran por el culo. Solo pensarlo, me estaba excitando. Tanto que, sin darme cuenta, mi dedos ya estaban acariciando el sexo empapado de mi mejor amiga.

Mi subsconciente ya había dado el paso, solo tenía que continuar. Fui recorriendo el interior de sus labios con dos dedos, procurando que recibiera unas caricias agradables. Pensando como me gustaría a mi que lo hicieran, justo antes de que me la metieran por detrás.

Los gemidos de Laura, aunque de manera controlada, entraban dentro de la habitación. Al menos aun se veía oscuridad por el trozo de ventana que no tapaba la persiana. Pero si algun vecino escuchaba sus jadeos, se encontrarían con una joven tetona desnuda con medio cuerpo fuera de la ventana.

Sin darme cuenta. O más bien, debido a mi propio calentón, me entretuve más de la cuenta con las caricias. Mis dedos estaban suficientemente lubricados. Era el momento de llevarlos al hoyito pequeño. Un gemido de queja entro en la habitación al retirar mis dedos. Seguido de un respingo al tocar su ano con ellos. Recordando como lo había hecho mi Amo conmigo, comencé a lubricar el culillo de mi mejor amiga.

Unos movimientos circulares y una ligera presión, unidos al más que abundante lubricante natural de ella, fueron bastantes para que el agujerito se fuera dilatando lo suficiente para que la yema de mi dedo índice penetrase el cuerpo de Laura.

En cuanto note un resistencia mayor, retire mi dedo para volverlo a lubricar. Pero cuando estaba acariciando suavemente el sexo de mi amiga, Alejandro me detuvo.

  • En realidad, te he dicho que lo hicieras como lo hice yo contigo. Yo no use el coño de Laura para lubricarlo. Usé el tuyo.

En un primer momento quede en shock. Quería que usara mis flujos para lubricar el ano de mi amiga. Mis dedos seguían paseando entre sus labios, profundizando de vez en cuando sin querer, por lo lubricadísimo que estaba. Escuchaba sus jadeos. Y entonces me di cuenta. Si lo hacía con él mío, ese placer que estaba sintiendo Laura, lo disfrutaría yo.

Egoístamente retire la mano de su sexo y lo lleve al mío. Ni siquiera caí en la cuenta de que mis dedos iban mojados de ella. Me daba igual. Solo comencé a jugar en mi coño mientras disfrutaba de la frustración de Laura. Pronto los jadeos que se escuchaban eran los míos. Era increíble lo mojada que estaba, tanto o más que ella.

  • Tamara, es una falta de respeto tener un pene en la mano y no mimarle. – me dijo mi Amo.

Era cierto. Tenía la polla de Rafa en mi mano inmóvil. Incluso empezaba a perder dureza. Y para mi nueva mentalidad, también era correcta esa afirmación. Era una falta de respeto tener un pene en mi mano y no darle placer. Más incluso si yo me lo estaba dando en la otra. Bien que no era el de mi dueño, pero si él me lo había recalcado… Comencé a pajear a su amigo, mientras yo hacía lo propio conmigo.

Cada vez que tenía que dejar de masturbarme para lubricar el culo de Laura, me sentía frustrada. Más si cabe teniendo que meneársela a Rafa. Pero tengo que reconocer que me daba morbo lubricar a mi amiga con mis flujos. Estaba tan cachonda, que hasta el hecho de meterle el dedo en el culo a mi mejor amiga, me estaba llevando al éxtasis. Si hubiera tenido las dos manos libres, me hubiera corrido con mi dedo en su recto.

Notar como palpitaba el miembro de aquel hombre en mi mano tampoco es que fuera desagradable. Casi parecía que fueran acompasados, sus palpitaciones y las del culo de mi amiga cuando hundía más y más mi dedo en el interior. Sin pretenderlo, todo mi índice estaba en el interior de su trasero. Y la polla de Rafa parecía que iba a explotar en mi mano.

Cuando retire, no sin esfuerzo, el dedo de dentro de mi amiga, Rafa no se espero más. Empujando con su cadera llevo su durísimo pene hasta las nalgas de ella. Solo pude dirigir la punta al agujero, ya algo dilatado, de Laura, mientras yo seguía tocándome fuera de mí. Fui ayudando, como buena mamporrera, a que ese rabo conquistara la entrada trasera de mi pobre compañera. Empujaba junto al dueño de aquella perforadora de carne, redoblando los esfuerzos por abrir de una manera que no parecía posible, algo tan pequeño. Tan excitada estaba, que me di el lujo de dar consejos a mi querida enculada.

  • Relájate Lau, o te dolerá más.

  • ¡Que te den por el culo, Taaaaaa! – gritó ella cuando Rafa de un empellón, introdujo el glande por completo.

  • No cariño. Que te den a ti por el culo. – contesté con maldad, mientras pajeaba la polla que tenia clavada en su ano.

Laura no volvió a contestar. Estaba bastante distraída en aguantar el dolor y la presión que aquella poderosa verga le regalaba en su pequeñito orificio. Su respiración era semejante a la de una parturienta con contracciones. Las mismas que yo sentía en mi mano, no sabría decir si eran de él o del ano de mi amiga luchando por no ser invadido.

Seguí pajeando, al que ahora era mi compinche en aquella lucha por entrar, ayudando con mis movimientos que lograse su objetivo. Por supuesto, yo hacía lo mismo con mi otra mano, disfrutando del momento y volviéndome cada vez un poco más perversa y menos intranquila por el bienestar del orificio de mi amiga.

  • Ufff, esta culona pesa. Me duele el brazo ya de sujetarle la pierna. – Dijo Rafa, deteniendo su invasión anal.

  • Si es cierto, no es una postura cómoda, ni para ti, ni para Laura. Ven Tamara. – dijo mi Amo.

De nuevo, como la perra que ya estaba acostumbrada a ser, jaló de mi correa. No me desplace mucho, simplemente tuve que abandonar donde tan bien ocupadas estaban mis manos, para llevarlas al suelo otra vez. Ahora daba la espalda a los dos tortolitos. Pero tenia a mi Amo, acariciando su polla prácticamente en mi cara.

Acercándose más a mí, dejando sus pies justo entre mis dos patas delanteras, recogió la pierna de Laura que sujetaba su amigo. Seguidamente, apoyo ese pie en mi espalda, pasando a ser yo el sustento de mi ventilada amiga.

Poco a poco fue dejando caer más peso sobre mí. Liberándolo de su otra pierna que calzaba su zapato de tacón. Era molesto, pero yo estaba ocupada admirando los pies de mi dueño. No sé en que momento me había vuelto fetichista por los pies de hombre, pero así era. Me estaba volviendo loca tenerlos tan cerca y no poder tocarlos. Más que tocarlos, besarlos. Lamerlos. Necesitaba adorarlos. Y sentirme como un felpudo, con Laura apoyando su pierna en mí, aumentaba mis ganas de degradarme ante mi dueño y el resto de espectadores. No pude más.

  • ¿Puedo besarlos, A…lejandro? – le dije, no muy alto, por la vergüenza.

  • ¿Quieres besarme los pies, Tamara? – dijo él, alto y claro, para que fuera de la ventana lo escucharan.

  • Si. Lo deseo. Lo deseo mucho. Necesito besarlos. Lamerlos. Adorarlos. – le dije ya, sin importante nada.

  • Esta bien. Puedes hacerlo, perrita.

Creo que no le deje terminar el diminutivo de perra. Me lance a por ellos. Primero unos besos a unos. Luego al otro. En principio unos besitos castos. Luego unos besos más húmedos. Cada vez más. Comenzando a usar mi lengua entre mis labios con cada beso. Mi boca se iba abriendo más y mi lengua aumentaba la importancia en mi labor.

No podía saber si la parejita se había detenido, si bien no es escuchaba nada más que el ruido de mis besos y chupeteos en los pies de mi Amo. Seguramente Rafa estaría observándome, disfrutando de mi pasión por lamer pies, mientras tenia media polla dentro del culo de mi amiga. Éramos dos trozos de carne para ellos. Nos habían usado toda la noche como habían querido. Éramos como unas muñecas hinchables, sin otro valor que dar placer a los hombres. Peor aún, pues nosotras disfrutábamos con cada perversión que nos ordenaban hacer. Incluso yo, ahora mismo, me estaba degradando como una cerda, habiéndole rogado que me permitiera besarle los pies. ¿Cómo iba a saber, cuando me dirigía imponente a ese hombre que estaba a punto de entrar en la discoteca, que tal osadía acabaría convirtiéndome a mi y a mi mejor amiga, en dos putas, no baratas, de vocación?

Eso éramos yo y Laura. Dos putas. Pero no era un insulto. No lo consideraba como tal. Era todo un elogio. Pues nos había costado mucho llegas a serlo. Habíamos tenido que pasar muchas pruebas para ganarnos este privilegio. El premio de ser usadas por nuestros hombres. Esos dos desconocidos, de los que nos aprovechamos al principio de la noche. Y ahora estábamos pagando nuestras deuda, con muchísimo placer.

  • ¿No te apetece lamer esto mejor? – pregunto mi Amo, acariciando con fuerza su imponente polla.

  • Si Amo. Lo deseo más que nada. Ya lo sabe. Es mi objetivo esta noche. Y en la vida.

  • Solo te queda una cosa por hacer. Solo una y la tendrás en tu boca.

  • Amo… ya lo sabe. Haré lo que me pidas.

Muchas gracias por seguir mi historia, que esta cerca de llegar a su fin. Siento la tardanza, cada vez más prolongada. Espero que sepan disculparme. Como siempre, agradecido a todos los lectores, en especial a esos que toman su tiempo en compartir conmigo sus impresiones. Es una gran ayuda saber las opiniones de mi trabajo de la gente que hay tras la pantalla.

Saludos.

Manacor.