Haré lo que me pidas 8

Tamara, está vez, debe demostrar su valía venerando el cuerpo de su señor. Mientras su Amo le somete a pruebas que la van acercando a su anhelado título de chupapollas.

Haré lo que me pidas. Capítulo 8.

Completamente desnuda, tumbada en el sofá boca arriba, con mi cabeza apoyada sobre un cojín en el reposabrazos de este y recién desfogada por un inmenso orgasmo. Podría ser un momento relajante, de no ser por el trozo de carne dura que golpeaba incesante contra mi mejilla. Mi boca se derretía pensando en que llegaba el momento de saborearla. Lo tenía tan cerca… Estábamos solos en aquella habitación, pues Laura seguramente ya estaría ocupada con otra polla. Pero aún quedaba algo más que tendría que superar para poder disfrutar de mi premio. Con todo lo que había pasado aquella noche y Alejandro no consideraba que me hubiera ganado el derecho a chupársela.

Lo que normalmente sería un regalo para el hombre, se había convertido en un premio para mí. Cualquier hombre se moriría de ganas por recibir una mamada de una mujer como yo. Y ahora resultaba ser todo lo contrario.

Desde que me descubrió en aquel baño, no había dejado de hacer mil perversiones para él. Había sido exhibida en público, manoseada por su amigo, incluso por mi mejor amiga con la que había tenido prácticamente una sesión de sexo lésbico. Y todo, por ganarme el placer de mamarle la polla a un hombre que había conocido esa noche.

Como cambia tu forma de ver las preferencias de la vida de un momento a otro. Cuantas veces le he negado a mi novio una felación… Cuantas se la he hecho sin muchas ganas, solo por cumplir. Y no digo que no me guste. Por supuesto que me gusta. Me encanta comerle la polla a mi novio. Pero no tiene nada que ver. Aquella polla esta bien. Sin embargo, nunca he sentido ese deseo desenfrenado. Esa necesidad imperiosa de metérmela en la boca y demostrarle lo buena mamadora que soy. Ni siquiera me había planteado nunca si lo era o no. Tengo que reconocer que empezaba a sentir un poco de miedo por no estar a la altura.

Aunque aún no había llegado el momento. Todavía tenía que hacer más cosas para descubrir el sabor de ese falo moreno que golpeaba mi cara. ¿No había sido suficiente? Ya había hecho por él más que por ningún hombre. El solo hecho de mamársela ya me convertía en una puta infiel. Si pensaba en todo lo que me estaba esforzando por hacerlo… ¿Qué tipo de excusa buscaría mi mente para justificar esto? ¿Un calentón? Si, el mayor de mi vida.

Sin embargo, por un calentón no compites con tu amiga por ser la mas zorra. Ni dejas que una discoteca entera te vea medio desnuda. Ni tantas otras cosas que había hecho por chupar un pene.

Realmente no entendía nada. Si intentaba buscar una parte lógica en mi mente, esta me devolvía una fuerte bofetada de realidad. Estaba siendo una guarra. No hay otra explicación. Una guarra infiel y mala amiga.

Me daba igual si Laura está siendo brutalmente follada por el amigo de mi Amo. O si él tiene un video suyo mamando una polla. No me importaba que mi novio este solo en casa durmiendo, mientras yo hago lo indecible por chupar una polla que no era la suya. No tengo ninguna excusa. Esta mal lo que había hecho. Muy mal. Había caído a lo mas bajo como persona y como mujer. Si al menos me levantaba y me iba, dejando a Alejandro con su polla dura…

Eso no cambiaría todo lo que ya había hecho, pero al menos habría un arrepentimiento por mi parte. Era lo único que podía hacer para demostrarme a mí misma que podía ser mejor. Pero claro… mi parte racional decía eso. Y a la vez, mi cuerpo apretaba mis muslos como una perra, buscando el roce en mi sexo. Mientras mi lengua bailaba fuera de mi boca en un desesperado intento por llegar a rozar esa salchicha de la que tenía tanta hambre.

-          Por favor, Amo. Déjeme comerte la polla. Permíteme devolverle todo el placer que usted me ha dado esta noche.

-          Estoy seguro de que deseas darme placer. Pero convertirte en una chupapollas es un privilegio para ti. Además, tienes otras maneras de darme placer antes de llegar a eso.

-          Dime que hacer. Haré todo lo que me pidas. Permíteme darte placer Amo. De la manera que usted quiera. Me da igual humillarme para ello o ser maltratada. Todo lo que me hace me pone muchísimo. Me has convertido en una puta. – le contesté, completamente desesperada.

-          Yo no te he convertido. Tú ya eras una puta. Solo he sacado al exterior lo que tenías escondido en lo más profundo. Y seguiré haciéndolo. Sigue moviendo esa lengua. Quiero ver las ganas que tienes de lamerme como la perra que eres.

Tal cual me lo ordenó, yo cumplí con sus deseos. Mi lengua enfatizó sus movimientos erráticos en busca de cazar algún sabor, pero solo lograba atrapar aire. Mi imagen debería ser patética. Con la boca prácticamente desencajada y mi lengua expresando lo denigrantemente desesperada que estaba por usarla para su placer.

Alejandro se apartó de mí. No deje de solicitar con mi lengua su atención, mientras veía de reojo por encima de mi cabeza como él se bajaba los pantalones. No dejaba de observar como se despojaba de ellos, seguidos del resto de su ropa, hasta quedarse completamente desnudo. Yo continuaba con mi ridícula acción de lamer el aire, ahora completamente involuntaria. Lo hacía como un acto reflejo. Mi cerebro había acatado que esa era la manera en la que debía actuar para expresar mi alegría. Como un perro moviendo su rabo, yo movía mi lengua frenéticamente sintiendo como mi boca y mi coño competían por producir un mayor caudal.

De repente, un eclipse parcial cubrió mi rostro. Alejandro puso su rodilla izquierda sobre el brazo del sofá donde descansaba mi cabeza. Su otra pierna en el suelo, estirada a un lado de este.

Si, sus pelotas y su mástil taparon la luz de la lámpara que hasta entonces cegaban mi vista. Tenia a un palmo de mi boca sus huevos. Mi corazón se aceleró al igual que mi lengua, sin alcanzar a lamerlos. Mi cuello se tensaba intentando alcanzarlos. Pero como sabiendo que él no quería que yo pudiera hacerlo aún, mi cuerpo no se levantaba del cojín. Era una lucha absurda y patética entre intentar lamer lo que tan cerca tenía y el saber que no debía hacerlo hasta tener su permiso.

-          Escúchame zorra. Ahora te voy a poner mis huevos en tu cara. Mantén la boca abierta y la lengua fuera. Pero no quiero que se mueva ni un milímetro hasta que yo te lo ordene. ¿Entendido perrita?

-          ¡i, Ao! – contesté, ya con la boca abierta y la lengua estirada por fuera.

Él fue bajando aquellas dos joyas colgantes, lentamente hacia mi rostro. Fui perdiendo la visión cuando su culo tapó mis ojos por completo. A cambio, gane el privilegio de usar mi olfato en aquella zona que tanto deseaba. No era para nada un olor desagradable. Olía a sexo y algo de sudor. Lo normal después de toda la noche de fiesta. Pero me hubiera dado igual que viniera de correr una maratón, por nada del mundo negaría la oportunidad de olerle las pelotas a ese hombre.

En un camino desesperantemente prolongado en el tiempo, para lo escaso de la distancia, por fin llegó a posarse sobre mí. Sus huevos descansaron sobre mi lengua inmóvil y mi boca bien abierta. Mi nariz rozaba la raja de sus nalgas. Un centímetro más y estaría dentro de ellas. Lo deseaba con locura. Nunca hubiera imaginado, ni siquiera en mis fantasías más extremas, que desearía tanto meter mi nariz en el culo de un hombre mientras lamía sus pelotas hasta quedarme sin aire.

Si el camino hasta aquí se me hizo largo, la espera con sus huevos apoyados en mi boca fue un completo calvario. Notaba como mi saliva resbalaba por la comisura de mis labios hacia mi cara. Como el calor de sus testículos lograba que mi boca se hiciera literalmente agua. Sin poder ver nada. Solo oliendo su culo y sujetando con mi lengua sus pelotas, recibí un manotazo en mi sensible y abierto sexo. Mi grito de sorpresa fue ahogado por sus huevos. Recibí otro, sin que mi lengua se moviera un milímetro, pero haciendo tensar mi cuerpo de cintura para abajo.

-          Cuando te diga, empezarás a lamerme los huevos como una buena perrita. Quiero que queden bien limpios. Ha sido una larga noche y seguro que están muy sudados. Tu deber es usar tu lengua para limpiarme. Ahora bien, yo jugaré con tu cuerpo como se me antoje. Si por un momento dejas de atenderme como debes, ya sea por lo que yo te haga o por la falta de aire, recibirás un castigo inmediatamente ¿Entendido perrita?

Quise responder con un: Sí, Amo. Pero fue inefable lo que salió de mi boca sin poder moverla, para no incumplir con mi orden inicial. Cuando me dio permiso para comenzar, tuve que controlar las ganas por no hacerlo como una puta salida y volverme loca lamiendo sin control. Pensé como me gusta a mi el sexo oral. Por lo que empecé lamiendo suavemente sus pelotas, regocijándome en el placer de degustar lo que para mi era el mayor manjar que había probado. No quería que mi propio placer me impidiera desempeñar mi labor como limpiadora de huevos. Mi lengua fue recorriendo suavemente tan delicada piel, volviendo cada poco a mi boca para salir rápidamente, limpia y húmeda para seguir limpiando.

Parecía que lo tenía controlado. Mi coño ardía por los dos golpes y por la excitación de estar lamiendo a mi dueño. Pero conseguía controlarme para hacer justo lo que había ordenado mi Amo. Eso fue hasta que sus dedos comenzaron a amasar mis pechos. Un suspiro de placer salió de mi boca y nariz, llevando mi aire exhalado hacia su ano y testículos. Sus manos palpaban mis tetas a su antojo. Ahora si que lo hacía para su propio placer. Palpando y apretando como le apetecía. Las juntaba una contra otra, haciendo que se aplastaran entre sí, para luego soltarlas y dejarlas caer hacia los lados. Unos pequeños golpes en la base de mis senos, los hizo temblar como dos flanes. Me sentía un trozo de carne, manoseada y explorada. Y con ello me excitación aumentaba más y más. Fue en el momento en el que empezó a acariciar mis pezones, cuando perdí el ritmo de mi limpieza genital. Un profundo y ahogado gemido me hizo parar de limpiar por un par de segundos.

Los dedos que estaban proporcionándome unas agradables y excitantes caricias en mis erizadas puntitas, se convirtieron en dos pinzas de tortura que aprisionaron con fuerza y levantaron todo el peso de mis pechos, sin saber si acabarían llegando al techo. Con mi cuerpo curvado buscando aliviar la presión de mis tetas estiradas hacia el cielo, ahogue un sonido de dolor con lo que tenía apoyado en mi boca. La presión no paraba, la tortura no acababa. Me dolía, pero a la vez me estaba poniendo muy cachonda. Entonces lo entendí. Mientras yo me abandonaba en mi mezcla de dolor y placer, había desatendido los huevos de mi Amo. Comencé a lamer rápidamente, esta vez fuera de mí, como queriendo recuperar el trabajo que había perdido por mi descuido. Unos pocos segundos lamiendo mientras esos dedos seguían estirando mis tetas hacia arriba y las dejó caer de golpe. El dolor que lo siguió fue aun mayor. Al liberar la presión en mis pezones, sentí unos pinchazos en ellos que casi hubiera preferido que siguieran siendo torturados. Poco a poco fue pasando. Pero lo más importante es, que, a pesar de eso, yo seguí trabajando con mi lengua en sus huevos, como la buena perrita que deseaba ser.

Su mano recorrió mi tripa, en un lento paseo hacia mi zona más húmeda. Esta privación del sentido de la vista me hacía sentir cada roce como una premonición de lo que podría suceder a continuación. Mantuve mi tarea en sus colgantes y deliciosas pelotas, esperando el primer golpe en mi coño. Mi cuerpo me pedía cerrar las piernas, pero no lo hice. Al contrario, las abrí aún más ofreciéndole mi zona más sensible para que fuese azotada. Lamiendo temerosa del primer impacto, note sus dedos surfeando entre mis labios vaginales. Poco a poco me dejé caer en el placer de sus caricias, olvidándome del miedo de recibir un golpe.

Con la mayor excitación, más largas eran mis lamidas. Mi lengua ya casi no tenia que volver a mi boca a humedecerse, puesto que sus pelotas ya estaban completamente ensalivadas. Casi podría decirse que competían con mi coño en humedad. Eso fue solo hasta que sus dedos se cansaron de recorrer mi entrada de arriba abajo para colarse dentro. Cuando sentí como volvía a penetrarme casi me hace abandonar mi cometido. Pero pasada la sorpresa inicial, el placer que me proporcionaba aquel hombre ayudaba a que mi ajetreada lengua no dejara un milímetro de su escroto por limpiar.

Si antes pensaba que Laura era una maestra moviendo sus dedos en una vagina, lo de este hombre no era normal. Con solo dos dedos dentro de mí, ya estaba consiguiendo que viera la luz a otro orgasmo. Es cierto que eran mucho más largos y gruesos que los de mi amiga. Y que la fuerza que tenía en ellos, los hacía capaces de que yo me desmontara entera. Introduciéndolos desde su posición superior, curvándolos dentro de mí y presionando rítmicamente las paredes de mi interior. Con un movimiento tranquilo pero potente. Que me hacía pensar que iba a correrme en cualquier momento, pero sin llegar a hacerlo. La palma de su mano estimulaba mi hinchadísimo clítoris. No entendía como no me había corrido ya. Era como si retuviera mi orgasmo dentro de mi coño. Como si algo se estuviera concentrando en mi interior, llenándose, para después explotar. Era una sensación extrañísima. Por un lado, deseaba correrme ya, devorando aquellos deliciosos huevos. Pero por otro era victima de mi sumisión y mi curiosidad. Deseaba cederle a él la decisión de cuando tendría mi éxtasis y también saber cuánto podría aumentarlo antes de que mi cuerpo no fuera capaz de retenerlo.

A pesar de tener la cara tapada por su culo y sus huevos, podía escuchar como mi coño era un auténtico charco. Su mano cada vez se movía más rápidamente dentro de mí. Y aunque en ese momento yo no era capaz de darme cuenta, mi lengua lo hacia más despacio. Sentí como que algo bajaba de mi estomago hacia donde ese hombre trabajaba con sus dedos. Era como una ola gigantesca de placer. Era un nuevo orgasmo. Uno diferente. Mi clítoris, a pesar de solo estar siendo estimulado con el roce de su mano, era como si saltaran chispas de él. Algo se abría paso en mi agujero abierto y encharcado. Para entonces yo ya solo gemía sobre sus huevos, con mi lengua apoyada en ellos, saboreándolos, pero sin llegar a lamerlos. Por eso ahora entiendo lo que pasó, pero en el momento no fue menos cruel por ello. Cuando ese extraño e inminente orgasmo salvaje bajaba hacia la salida de mi coño, sus dedos salieron de mí. Me faltó llorar cuando me noté vacía en un momento tan crucial. Aún así, el orgasmo era tan brutal que no se detuvo. Como si hubieran abierto la compuerta de una presa y fuera imposible controlar la fuga. O eso pensaba yo. Mientras usaba de micrófono de mis gemidos aquellos dos cojones morenos, la mano de su dueño fue lanzada contra mi coño. Un golpe seco y potente, con toda la mano abierta, abarcando desde mi pubis hasta casi mi perineo. Pero con el dolor bien concentrado en mi engrandecido y super sensible clítoris. Aquella ola de placer. Ese maremoto que salía sin control por mi coño, volvió hacia dentro retirándome de golpe todo el placer que arrastraba. Mis jadeos se convirtieron en un gruñido ahogado, seguido de un montón de sollozos por el clímax perdido. Mi cuerpo temblaba, mi mente estaba en blanco. Mi nariz se clavó en la raja del culo de mi Amo y mi boca intentó tragarse enteros aquellos dos huevos. Fueron unos 5 o 10 segundos de una sensación de desasosiego total. Pero pudieron ser más, si un nuevo golpe no hubiera conseguido sacarme de mi trance.

-          Lame puta. No dejes de darme placer en ningún momento.

Como si hubiera apretado el interruptor de encendido, mi lengua comenzó con su frenético trabajo. Esta vez no era limpiar sus bolas, que ya estaban más que relucientes. Ahora quería que yo le diera placer. Alejandro agarró mi brazo derecho por la muñeca y llevo mi mano hasta su herramienta. Quería que le pajeara mientras lamía sus huevos. Y nunca nada me había hecho más feliz que aquello. Desde una posición muy extraña para mí, pero sin importarme la falta de habilidad, comencé a recorrer su potente herramienta con mi mano. Sentía mi mano pequeña y débil comparada con la vigorosidad de su falo. Quizás fuese la posición, pero me costaba conseguir un ritmo adecuado para darle el placer que se merecía un hombre como él.

Por suerte o por desgracia, él me indicaba si lo estaba haciendo mal o no. Pues mientras yo me afanaba en darle todo el placer del mundo, tanto con mi mano como con mi lengua. Mi Amo se entretenía golpeando mi sobreexcitado coño con su mano abierta. Los golpes comenzaron siendo espaciados en el tiempo, pero fuertes. Como castigándome por no hacerlo bien. Poco a poco fui consiguiendo un ritmo decente con mi mano. Y ello se convirtió en golpes más seguidos, pero mucho más suaves. Tanto que el dolor comenzó a mezclarse con el placer. Pensar que yo estaba dándole todo el placer que era capaz y que me moría por darle aún más. Y a su vez, él me lo recompensaba pegándome en el coño al ritmo de la paja que yo le estaba haciendo… iba a decir que sorprendentemente aquello me ponía aún más cachonda. Pero ya no sería ninguna sorpresa. Pues por mucho que ese hombre me humillara, me denigrara y me hiciera sentir lo más bajo del mundo, a mí me ponía cachonda como la mayor zorra de la historia.

Justamente esos golpes en mi coño me hicieron saber que estaba consiguiendo mi cometido. Cada vez eran golpes más rápidos y seguidos, marcándome ahora él a mi el ritmo con el que quería que le pajeara. Mi mente imaginó lo que era para mi la tremenda hazaña de hacer que esa preciosa polla se corriese encima de mis tetas. Con ese pensamiento, cada toba en mi sexo se convirtió en mi medio para conseguir placer. Mi respiración, de por si difícil, paso a entrecortada a medida que me excitaba más y más con aquello dulces y placenteros golpes sobre mi clítoris y mis labios. Deseaba correrme de esa manera. Correrme a la vez que él. Pero yo siendo golpeada y él masajeado con mi mano y lamido con mi lengua. Mi pervertida mente me decía que así debía ser. Que ese era mi lugar. Sufrir por dar placer a mi dueño y disfrutar tanto con ello que llegase al orgasmo de aquella manera tan misógina.

Ya me estaba viendo completamente cubierta de la leche de mi dueño, cuando los golpes se detuvieron. Como si hubieran marcado una pausa, mi paja no se detuvo, pero paso a ser un movimiento lento, manteniendo su placer, pero a un ritmo bajo. Estaba confusa. No sabia si yo debía seguir o no, pero algo me decía que, si él quisiera correrse así, seguiría dándome placer con la palma de su mano.

De repente, Alejandro se levantó de encima de mi cara. Bajando la pierna que tenía apoyada en el sofá, quedó de pie sobre mí. Con su otra pierna, apartó la pequeña mesa como si fuera de plástico. Sin hacer ninguna señal que me diera a intuir lo que pasaría, más allá de tirar al suelo el cojín, que había estado bajo Laura antes. Sus brazos fueron a mi cuerpo. Uno bajo mis hombros y otro en mi cintura. Como si yo fuera tan liviana como la mesa que había movido con su pie, movió mi cuerpo sin problemas. Cuando quise darme cuenta, mi cabeza estaba apoyada en ese cojín del suelo. Mi espalda quedaba apoyada en el frente del sofá, con mi culo a la altura del asiento y mis piernas levantadas hasta apoyar los talones en el respaldo. En un momento había acabado en el suelo, cabeza abajo. Mi cara debía expresar la sorpresa y la confusión perfectamente. Él solo se limitó a sonreír. Dándole un sorbo a una copa, no sabría decir si la suya o de quien sería, colocó sus piernas a ambos lados de mi cabeza.

Con mi posición tirada en el suelo cabeza abajo, de la manera menos sexy que podría imaginarme, le veía a él, de pie, sobre mi cabeza. Tenia un semblante todopoderoso. Completamente desnudo, acariciando su polla lentamente sobre mí. Me di cuenta en ese momento que era mi Dios. Le estaba venerando como si lo fuera. Y ahora, viéndole con mi cara tirada en el suelo, con mis tetas victimas de la gravedad, cayendo sobre mi cara. Mis piernas abiertas dejando obscenamente mis agujeros ofrecidos para él o para cualquiera que entrara en esa habitación. Yo no era más que su sierva y el mi Dios. Y así quería que fuera. Lo deseaba. Me moría de ganas por decírselo. Mi cara y mis ojos ya lo hacían. Mi mirada era clara de completa veneración por ese hombre. Pero mi boca quería también rendirle tributo.

-          Alejandro, mi Amo. Mi Dios. Te deseo. Te venero. Me encanta estar a tus pies. No puedo ser más feliz que ahora.

Se que mis palabras parecían sacadas de una película de bajo presupuesto. Pero eran completamente ciertas. Al menos en ese momento. Quizás mañana, cuando recobrase la conciencia, me arrepentiría de todo esto. En el fondo lo deseaba. Tenía la ligera esperanza que mañana despertara y me sintiera como la peor mierda del mundo. Sabía que iba a sufrir muchísimo. Pero al menos significaría que recobraría el sentido. ¿Qué sería de mí si eso no ocurría? ¿ Que me esperaba en mi vida, si mi única obsesión era ser la zorra sumisa de este hombre? ¿Hasta dónde podría llegar en un futuro, si esto no cambiaba? Si en una noche se había convertido en mi Amo y lo veneraba como un dios. ¿Qué haría si seguía por más tiempo bajo el embrujo de aquel hombre? ¿ O quizás el embrujo no era por él, era por mí? ¿Sería simplemente que había despertado a la zorra sumisa, como el decía? ¿ Y si mi vida se convertía en esto? Eran muchas preguntas. Mucho en lo que pensar. Necesitaba pararme y meditar todo. Por suerte, uno de sus pies se alzó sobre mi cara. Mis ojos divisaron a su presa y mi boca volvió a emanar saliva como si me hubieran enseñado un helado de chocolate. Las dudas y preocupaciones desaparecieron. Ahora solo deseaba ese pie.

-          Lame perrita. Lame los pies de tu Amo. Venérame como dices que tanto te gusta.

Por supuesto que lo hice. En cuanto mi Amo posó su pie sobre mi cara, mi ávida lengua recorrió rápida y fogosa la planta de aquel enorme pie que pisaba mi rostro. Si antes me sentía denigrada por estar con la cabeza en el suelo y mis piernas levantadas y abiertas… Ahora que mi rostro era pisado por su pie descalzo, mientras veía por detrás de su talón como él se pajeaba disfrutando de tener a una mujer a sus pies. Yo, lejos de intentar evitarlo, lamia con ansia y adoración sincera. Sentía que ese era mi lugar, en el suelo, lamiendo sus pies. Completamente humillada, más si cabe, por disfrutar tanto de algo tan denigrante como ser pisada en la cara por un hombre, mientras yo lo premiaba con lamidas y besos en su pie.

Él fue moviéndolo por mi cara, dándome la posibilidad de atender toda su extensión. Cuando apoyó su talón en mi frente, pude notar lo mojado que estaba gracias a mis saliva. Mi lengua luchaba por estirarse más y más, intentando llegar a sus dedos. Pero no lo conseguía. Alejandro se apiadó de mí, levantando un poco el pie, introdujo su dedo gordo en mi boca. Lo chupe como si fuera un chupete y yo una niña ansiosa. Me esforcé en dejarlo bien mojado, intentando producir la mayor cantidad de saliva en mi boca. Cuando lo sacó, para permitirme cambiar a su dedo vecino, pude comprobar que había logrado mi cometido, pues su pulgar quedo unido a mis labios por una fina línea de saliva. Hice lo mismo con todos sus dedos, procurando que cada vez que salieran de mi boca, mis babas los hubieran cubierto por completo. Cuando retiró el último, con un cómico sonido de absorción por parte de mis labios, pensé en la suerte que tenía por tener otro pie con el que volver a empezar con todo mi trabajo.

Notaba mi boca cansada. Y no estaba segura si mi cuerpo seria capaz de producir más saliva. Mi lengua estaba seca, pero lo llevaría al límite si hacía falta. Aunque mañana no pudiera abrir la boca, me daba igual. Solo me importaba que mi nuevo trabajo como limpiadora de pies, fuera tan placentero para él, como parecía que había sido el de lamehuevos.

Alejandro arrastró su pie sobre mi cara, llenándola de mis propias babas. Me di cuenta entonces de la cantidad que había conseguido regalar, a lo que para mí era un apetitoso plato gourmet. Mientras mi rostro era usado como felpudo, casi no consigo controlar las ganas de llevar mi mano a mi abierto coñito. Fueron varias las pasadas de su extremidad sobre mi cara, como el que entra en su casa después de haber pisado un charco. No entendía como el hecho de que limpiara su pie de mis babas en mi rostro, me podía poner tan cachonda. Pero así era. Mis uñas se clavaban en el interior de mis muslos, tratando de evitar la tentación de frotarme como una mona. Seguro que podría correrme antes de que él terminara de limpiarse en su alfombra con tetas.

-          Me has dejado el pie empapado. Seguro que tienes la boca seca. ¿No es así, perrita?

-          Si Amo. Muy seca. Pero merece la pena por poder lamerle los pies. – dije, abriendo de nuevo mi boca y sacando la lengua.

-          Buena chica. ¿Quieres un poco de agua?

-          Si, Amo. Por favor. Tengo mucha sed. Y me gustaría tener mi boca húmeda y limpia para seguir lamiéndole.

Él solo sonrió y se aparto de mí. Supongo que fue a buscar el agua a la cocina. Pues yo no me atreví a mirar. Mantuve mi posición, mirando al techo, con mi boca seca y abierta. Por el sonido adiviné que estaba echando hielos en un vaso. Y luego escuche el agua del grifo correr. No era consciente de la sed que tenía hasta que escuché el ruido del agua. Me sentía como una perra sedienta a la que su Amo le brindaba lo más necesario para seguir viviendo.

Unos secos pasos de sus pies descalzos y de nuevo le tuve con sus piernas a cada lado de mi cara. Podía ver de nuevo sus huevos y su polla desafiante a la gravedad sobre mi cabeza. En su mano tenia un vaso grande con hielos y agua. Al mismo tiempo que comenzaba a pajearse suavemente, tomo un trago. Mi coño se desesperaba por esa carne dura y mi boca por aquella agua fresca que él bebía delante de mí. Vi como tragaba un buche de ese elemento refrescante, bajando por su garganta. Un sentimiento de rabia recorrió mi seca garganta. Deseaba beber, pero él no me lo proporcionaba. Aquel hombre seguía dándose placer mientras yo sufría, esta vez por la frustración de no poder saciar mi desesperante sed.

-          ¿Quieres agua, perrita?

-          Si Amo. Por favor. Estoy muerta de sed.

-          Suplica a tu dueño porque sacie tu anhelo.

-          Por favor, Amo. Se lo suplico. Sacie la sed de su perra, para que pueda seguir sirviéndole como se merece. Solo un poco de agua para poder seguir usando mi boca para limpiarle y darle placer.

Con un semblante de victoria en su rostro, volvió a dar un trago de ese vaso. Al verlo, mi rabia se enfatizó. No podía ser que volviera a dejarme así. Solo quería un poco de agua para calmar mi sed y poder seguir sirviéndole. Tenia la boca seca porque había gastado toda mi saliva en sus huevos y su pie. Mi enfado comenzó a ganar a mi excitación. Sin darme cuenta, cerré mi boca, buscando producir un poco de saliva para calmar mi sequedad. Entonces vi como sonreía. No entendía nada. De repente, en un momento en el que debí pestañear, un chorro de agua fría cayó sobre mi cara. Del susto no pude evitar dar un grito. Mis ojos buscaron la explicación a aquello. Y entonces vi, como mi Amo había vaciado el agua que tenia en su boca directamente en mi cara.

-          Si hubieras mantenido tu boca abierta, como era tu deber, hubieras podido calmar tu sed.

La rabia recorría cada poro de mi cuerpo. Ese cabrón me había escupido agua en la cara. No solo era el hecho de haber sido mojada de tal manera. Lo que más me molestaba es que tenia razón. La humillación podía soportarla, pero la sed me estaba haciendo perder mi excitación y casi mi sumisión. Yo siempre había sido una mujer con mucho carácter. Demasiado en ocasiones. Y cuando llegaba a enfadarme como lo estaba ahora, era imposible que no desatara mi furia. No sabia controlarme. En otra ocasión le hubiera soltado unas cuantas cosas bien dichas. Quizás fuese que, para ello, primero debía levantarme del suelo y secarme la cara del agua que me había escupido. Y eso era completamente nuevo para mi yo rabiosa.

La sed aumentaba mi ira. Era tal, que deseaba pasar mi lengua por mis labios, tratando de recoger el agua que había en mi cara para calmarla en alguna medida. Pero mi enfado había devuelto mi orgullo. Que por muy irónico que pareciese, debido a mi situación actual, había aflorado en mí. Estaba empezando a perder mi lado sumiso. Tenía que tranquilizarme y controlar mi irritación. Él no era Alberto, era mi Amo. Debía aguantar mi enfado, por muy difícil que fuera. Tomando una buena bocanada de aire, deje mi mente en blanco por un par de segundos. Dejé escapar el aire y le miré a los ojos. Para ello primero debía esquivar con mi vista sus dos grandes cojones y aquella gruesa tranca que él seguía pajeando. Su sonrisa de vencedor y el hecho de que se estuviera dando placer, mientras yo luchaba contra mí misma, me hacía más difícil aquello. Pero también sacaba esa parte de mi que se excitaba siendo tratada como un objeto para su placer, ayudando en mi cometido.

-          Tiene razón, Amo. He sido una perra estúpida. Le pido perdón por haber fallado.

-          Buena chica. Reconocer tu error es el primer paso para mejorar. – contestó él, haciendo retumbar mi sostenida rabia.

-          Gracias señor… Espero que me de otra oportunidad para hacerlo mejor. – le dije, no todo lo sumiso que debería, pues aún retenía mi enfado forcejeando por salir.

-          Esta bien, pero no me vuelvas a fallar. No me gustan las perras estúpidas. Y tú parece que lo has sido. ¿No es así?

-          Si… Amo. – le dije, casi sin poder controlar mi enfado.

-          ¿ Si qué? Zorra estúpida. ¿Todavía no has aprendido si quiera como debes contestar? Un poco de sed y ya has perdido los modales. Hasta las perras saben que deben tratar con respeto a sus Amos, si quieren que estos les premien con agua o comida. – recriminó él, mostrándome el vaso junto a su polla, tensando más la situación.

-          ¿Quieres agua? Pues bebe la que tienes en el suelo. Eres una perra. Y si no fueras tan estúpida podrías beberla de mi boca. Pero como has demostrado que eres más estúpida que sumisa, ponte a cuatro patas y lame el suelo.

Aquello se estaba volviendo demasiado difícil. Olvidé el calor y la humedad de mi coño. Dejé de sentir como mis agujeros estaban abiertos y a su vista. Incluso, el ver su bonita polla siendo acariciada por su mano, dejó de ser para mi un objeto del deseo y convertirse en un motivo más de mi creciente rabia por todo aquello. Había conseguido sacarme de mis casillas. Estaba jugando con mi enfado. Él tenia que notar que mi cara ya no reflejaba excitación, sino ira. Y aun así mantenía su sonrisa mientras se masturbaba sobre mí. Estaba a punto de dejar salir todo aquello, aunque eso posiblemente supondría terminar con mi experiencia como su sumisa.

Sin saber si acabaría a cuatro patas, o me levantaría y le daría una sonora bofetada en su sonriente rostro, comencé a abandonar mi incómoda posición. Para ello tuve que bajar las piernas a un lado del sofá y quedar completamente tirada en el suelo. Quedé de lado, con mi cara sobre el charco de agua. Era el momento de decidir. Levantarme y mandarle a la mierda. O ponerme como una perra y lamer el agua que había escupido en mi cara y ahora estaba en el suelo.

La sumisa iba perdiendo la batalla. Mi carácter era muy fuerte. Mi enfado había conseguido que olvidara toda la excitación que ese hombre me había dado. Giré mi cuerpo sobre si mismo, y coloqué mis rodillas en el suelo. Con mis manos impulsando desde el suelo, levanté mi pecho, quedando a cuatro patas como él deseaba. Pero yo sabía que no quedaría así. Era el paso natural para poder levantarme con mi cuerpo entumecido y cansado por la posición anterior. Mientras sacaba fuerzas para erguirme, conseguí centrar mi mente. Me pondría en pie y le dejaría ver mi precioso cuerpo desnudo por última vez. Le soltaría un bofetón en su cara y le mandaría a la mierda. Después buscaría mi ropa, intentando no olvidar quitarme mi tanga del cuello, pues no quería salir de casa de Laura con un collar reseco por mis flujos. Estaba decidido. Se acabó. No podía controlar mi enfado. Como tantas otras veces, mi ira hablaría por mí, aunque eso significara perder lo que deseaba. La decisión estaba tomada. Dejaría de ser suya…

Un vacío inconmensurable me invadió. Pensar en perder a mi Amo, el servirle para su placer y conseguir el mío a través de mi sumisión y humillación propias… No me veía capaz. Lo necesitaba. Lo necesitaba más que el aire que respiro. Más que el agua que aplacaría mi sed. Entonces me di cuenta. Era otra prueba. Me estaba haciendo enfadar para comprobar si era capaz de tragarme mi enojo, como había hecho ya con mi dignidad y mi orgullo. No estaba torturándome con mi sed por gusto, había un motivo. Lo hacía por mi bien. Por mi adiestramiento como su perra sumisa. Podía equivocarme, podía ser mi yo sumiso de nuevo el que pensara eso. Que la realidad fuera distinta. Que fuera un sádico que quisiera hacerme sufrir sin darme tan siquiera de beber. Me arriesgaría. Confiaba en él. Me había entregado a ese hombre, para que hiciera conmigo lo que quisiera. Estaba en sus manos. Y si quería que esto fuera verdad, tenia que hacerlo totalmente. Tenía que confiar en mi dueño. Y así lo hice. Comenzando a beber, lamiendo como una perra el agua del suelo, fui intercalando mis,  no tanto como me gustaría, refrescantes lamidas, con mis palabras.

-          He sido una zorra estúpida, Amo.

-          Lo siento.

-          Intentaré ser menos estúpida.

-          Y más zorra para usted.

-          Si quisiera darme otra oportunidad.

-          Beberé como y cuanto usted quiera.

-          Pero si prefiere castigarme para aprender la lección, me conformaré con lo que estoy lamiendo.

-          Aunque quede sedienta y sufriendo, por usted.

-          Mi Amo.

-          Mi dueño.

-          Estoy a sus pies. – Le dije, dando una última lamida al suelo y girando por un momento mi cara, para besar el pie en el que había gastado mis últimas babas.

-          Buena chica, Tamara. De nuevo has conseguido complacerme.

-          Gracias Amo. Me esforzaré en no volver a fallar. Espero no ser tan estúpida para hacerlo de nuevo. ¿Puedo volver a mi posición? ¿O prefiere castigarme por mi error?

-          Vuelve a colocarte como antes. Y abre la boca.

Casi tirándome de golpe en el suelo, volví a colocar mi espalda contra el sofá, mi culo apoyado en el asiento y mis piernas estiradas hasta el respaldo. No me importó que el cojín estuviera mojado. Estaba feliz por haber controlado mi enfado. Y feliz por haber conseguido un cumplido de su boca, abrí la mía. Aun no sabía si me había ganado beber el agua que tanto deseaba. O si directamente pasaría a lamer el pie que aún me faltaba. Pero fuese lo que fuese, lo haría con total devoción. Había vuelto a complacer a mi Amo. Había pasado otra prueba. No pensaba fallar ahora, aunque eso supusiera quedar con la boca seca hasta mañana.

Alejandro se colocó en cuclillas detrás de mi cabeza. Ahora sí que solo veía su mástil coronado por sus dos bolas brillantes de esa saliva que a mi me faltaba. No podía ver nada más, hasta que asomó su cabeza hacia delante. Supuse lo que vendría, por lo que abrí más mi boca. Un nuevo chorro de agua fue cayendo como una pequeña cascada de su boca a la mía. Ahora, mucho más cerca, prácticamente todo el agua fue directa a mi sequísima cavidad. Parte mojó mis mejillas, haciendo que resbalara por ella a ese suelo, que yo acababa de limpiar con mi lengua. A diferencia de antes, ahora sí la cantidad de agua era bastante para saciar mi sed, al menos un poco.

-          Una vez más, pero esta vez mantén tu boca abierta, mostrándome lo que tienes en ella, hasta que te dé permiso para tragar. Así debes hacerlo siempre.

Entendí a lo que se refería con aquella orden. Lo que me colmó de esperanza, pensando que pronto sería otra cosa lo que mostraría con mi boca abierta, esperando su permiso para tragarlo. Era algo que nunca había hecho, pues me daba bastante asco. Como mucho, en alguna ocasión, había dejado a Alberto correrse en mi boca pero siempre lo había escupido, nunca tragado. Sin embargo, al hombre que había despertado en mi a aquella guarra sumisa… A él no podía negarle nada. Por mucho asco que me diera, mantendría su leche en mi boca el tiempo que él dispusiera. Y tragaría sonriente, aguantando el asco o todo lo que surgiera en mí. Pues sentía que tragar la leche que él me regalase, era el mayor premio que podía obtener una perra como yo.

Volvió a repetir la acción, más despacio, por lo que casi toda el agua que estaba en su boca acabó en la mía. Yo hice lo que había ordenado, formando una gran “O” con mis labios. Quedé aguardando su orden, mientras veía como machacaba con energía su polla, a solo unos centímetros de mi patética cara con la boca llena y abierta. Después de unos fuertes meneos en su venosa extremidad, paró de golpe. Descubriendo el capullo, pude ver como el líquido preseminal coronaba aquella zona.

Mi respiración se agitó cuando con su mano, llevó aquella brocha con restos de pintura blanca hacia mi piscinita. Sentí como la punta de su falo entraba en mi boca, removiendo como si fuera una cuchara el agua que yo guardaba allí. Fueron solo unos instantes, que disfruté medio cegada por tener sus huevos en mis ojos, pero sintiendo con mayor precisión cada movimiento, cada olor, cada ruido. Cuando hubo lavado su capullo en mi boca, me dio permiso para tragar. No puedo decir que saboreara nada especial en ese momento. Pero el hecho de saber que ese hombre había lavado su polla en mi boca y que yo ahora tenía que tragar ese agua… Me encendía como una perra. ¡ Pero que guarra salida me había vuelto en una sola noche!

-          Muchas gracias Amo, por darle sabor a mi agua. – le dije, con una sonrisa de auténtica felicidad, después de tragarla toda.

-          De nada pequeña. ¿Ya has calmado tu sed? Aún te quedan partes de mi por limpiar.

-          Sí, mi Amo. Ya tengo la boca fresca y limpia de nuevo, para limpiarle como se merece.

Deseaba lamer el pie que me faltaba. Mi excitación había vuelto a los niveles normales de esa noche, es decir, como una completa zorra pervertida. Para mí sorpresa, no se puso en pie. Se mantuvo en cuclillas, reanudando su paja. Su polla era friccionada sobre mi cara, mientras veía sus pelotas rebotar con el movimiento. En esta posición, su culo quedaba abierto justo sobre mi cabeza. Podía ver el ano de mi Amo. Con mi mirada perdida entre sus huevos y el agujerito de su culo, note su mano en el mío.

Con un reflejo involuntario, mi ano se cerró, impidiendo que su dedo entrara en él pero Alejandro no es un hombre que se dé por vencido. Si algo había aprendido esa noche, es que conoce a la perfección el cuerpo de una mujer. Más incluso que ella misma. Con mi agujerito apretado, note unas caricias circulares en él. Como quien llama a la puerta, mi ojete comenzó a relajarse, dejando que la yema de su dedo fuera invadiendo aquella zona inexplorada poco a poco.

Casi sin darme cuenta, su primera falange estaba dentro de mi ajustadito orificio. Era la primera vez que sentía lo que era tener un dedo en el culo. La sensación era extraña, incómoda. Me sentía llena e invadida en un agujero que no estaba pensado para ello. Mi cuerpo no sabía cómo reaccionar a esa invasión de mi mayor intimidad.

Él no se detuvo, sin dolor, aunque con un sentimiento incómodo, fue metiendo más su dedo en mi trasero. Era un solo dedo, sí. Lo sé, si fuera su polla seguramente me rompería en dos. Pero su dedo era grande y grueso, además de fuerte, capaz de abrirse paso a pesar de lo estrecho del camino. Lo que más me sorprendía no era la sensación incómoda al ser sodomizada por un dedo. Era la falta de dolor. Siempre había imaginado que, si algo entraba por allí, me dolería. Pero no, no había dolor. Solo esa incomodidad de tener algo en mi culo.

Cuando noté sus nudillos en mis nalgas, supe que ese dedo estaba completamente dentro de mí. Fue entonces, cuando vi como su culo restaba distancia hacia mi cara, llegando a encajar mi nariz entre sus cachetes. No hizo falta orden alguna, comprendía lo que tenia que hacer. Era lo lógico. Yo estaba siendo sodomizada, por lo tanto, era el momento de lamerle el culo a mi Amo.

Por muy asqueroso que parezca. Por muy guarro y pervertido que podáis pensar que es lamer el ojete de un hombre. Lo hice encantada. No pensé en el sabor. No pensé en nada. Solo en dejar bien limpio y fresco ese agujero con mi lengua. Y si podía, darle el mayor placer posible en su ano, mientras él se divertía penetrando el mío.

Con mis primeras lamidas, su dedo comenzó a moverse. Movimientos cortos y lentos dentro de mi recto. Fui notando como mi esfínter se relajaba ante aquel invasor. Lo que él aprovechó para ir aumentando el recorrido y la velocidad de su explorador anal.

Disfrutando de su culo, comencé a disfrutar del mío. Poco a poco, esa sensación rara de molestia, fue mezclándose con placer. Sus movimientos hacia dentro y fuera, se intercambiaban en ocasiones con unos circulares. Pronto la velocidad fue en aumento. Y también lo hizo la fuerza con la que hundía su grueso dedo en mí, cada vez más, abierto culo.

Sin darme cuenta, comencé a jadear entre sus nalgas. Intenté que no interfiriese en mi labor como lamedora de culos. Y creo que lo conseguí, pues su otra mano se unió a la fiesta, esta vez en mí, hasta ahora, desatendido coñito.

Con un dedo penetrando incesante mi culo y el otro acariciando suavemente mi palpitante botoncito, me abandoné al placer. Estire mis piernas, abandonando el mullido respaldo del sofá. Ahora quedaban directamente levantadas sobre mi cuerpo. Haciendo que yo quedara más abierta aún. Mi lengua ya actuaba sola, lamiendo sin sentido de arriba abajo entre sus nalgas. Haciendo especial hincapié en presionar con la punta en su orificio. Mi lengua quería entrar dentro de su culo, como venganza por lo que él estaba haciendo en el mío. Pero solo conseguía limpiar y lamer con más profundidad el ano de aquel hombre, que ya había conseguido de mí que acabase siendo una lameculos, literalmente.

Su mano en mi clítoris me llevaba al cielo. Mientras que la de mi culo había conseguido que empezara a sentir un suave dolor, que quedaba sumergido en un nuevo tipo de placer que nunca había sentido.

Dentro de mi completa falta de consideración, me di cuenta que yo estaba siendo masturbada, tanto anal como vaginalmente. Por lo que mi Amo no tenía manos para masturbarse. No era justo que una puta como yo, tuviera el doble de placer que mi Amo, por mucho que mi lengua se esforzara en igualarlo. Lleve mi mano a ciegas hacia su polla. Cuando la toqué, quedé acariciándola suavemente y le pedí permiso como pude, con su culo en mi cara. Lógicamente de mi boca no salió nada inteligible, y lo poco que salió quedo ahogado en sus babeados glúteos. Alejandro se separó unos centímetros de mí para permitirme hablar.

-          ¿Puedo pajearle la polla, mientras le como el culo, Amo?

-          Si zorra. Pajéame y sé una buena come-culos. Y no quiero que dejes de hacer ambas cosas por nada del mundo.

-          Si Amo, muchas gracias. Me encanta comerle el … - mi frase fue cortada cuando volvió a sentarse sobre mi cara.

A pesar de lo mucho que me molesta que me interrumpan cuando hablo. Lejos de enfadarme, enfaticé mis lamidas en su ojete, dándole todo el placer que mi lengua podía en aquella íntima zona. Mi mano comenzó a moverse al ritmo que el marcaba con su dedo en mi culo. Ya había aprendido a entender lo que él deseaba. El follaría mi culo al mismo ritmo que quería que yo le lamiera y masturbara.

Era la primera vez que mi culo estaba siendo usado. Eso unido a su maestría bailando sobre mi clítoris, me estaban llevando a mi límite de nuevo. Su sodomización cada vez era más salvaje y profunda. A pesar de ser un solo dedo, sentía como si me atravesara el culo de lo profundo que llegaba su largo y grueso instrumento. De repente, su culo bajó aún más, tapándome por completo la nariz. No podía respirar, pero recordé sus palabras. Nada me haría dejar de lamer y darle placer con mi mano. Mi lengua se movía con mucho esfuerzo al estar tan aprisionada contra su culo. En cambio, sus manos no paraban de darme placer. Haciendo más notable mi falta de aliento. Me estaba quedando sin aire. Notaba como mis pulmones estaban vacíos. Me esforcé en inhalar todo el oxígeno que pudiera entre sus nalgas. Mi pecho se movía frenético por la falta de aire, además de por la excitación. Increíblemente, estar asfixiándome con su culo en mi boca y nariz, hacía que mi excitación se multiplicara por mil.

Mi orgasmo estaba a punto de llegar. Iba a ser la primera vez que me corría con un dedo en mi culo y sin poder respirar. Estaba súper excitada. Nunca me había sentido tan guarra. Como podía disfrutar tanto de una manera tan humillante, casi suicida. No podía explicarlo. Sin embargo, así era. No sabia si sería capaz de resistir la falta de aire antes de llegar a correrme. Mis fuerzas me fallaban y tenía que repartirlas entre pajear, lamer y conseguir un mínimo de oxigeno para continuar con aquella tortura que me estaba llevando al clímax.

En un momento, mi Amo elevó su culo unos centímetros. Yo di una bocanada enorme, respirando por primera vez plenamente. Cuando vi que volvía bajar sobre mí, llene mis pulmones de nuevo y saqué mi lengua. Quería que la humedad de mi boca fuera lo primero que notase al sentarse de nuevo en mi cara. Al hacerlo, conseguí que un leve jadeo saliera de su boca. Me sentí triunfadora. Había logrado arrebatarle un sonido de placer. Y solo me había hecho falta, lamerle el ojete hasta quedarme sin aire.

Continúe con las energías y los pulmones recargados. Mi orgasmo era inminente. Y quería que el suyo también lo fuera. Racione mi oxígeno para aguantar el tiempo necesario para que él se corriese. Deseaba sentir como su leche manchaba mis tetas. Pensándolo bien, en esa postura, es posible que fuera capaz de llegar hasta mi coño. Me derretí al pensar en acabar con mi raja llena de su lefa. Aquello fue superior a mí. Llevaba ya un rato aguantando el orgasmo y resistiendo las embestidas de mi culo. Pero la imagen mental de mi coñito brillante y depilado, cubierto de su corrida… Fue superior a mi fuerza de voluntad.

Comencé a correrme gritando como una energúmena directamente en su culo. Solté todas las reservas de aire que me quedaban en mis pulmones, sintiendo de nuevo esa placentera y agónica sensación de asfixia. Notaba como mi coño erupcionaba salpicando mis muslos, mi tripa y hasta llegue a notar como regaba mis pechos. Su dedo siguió unos segundos en mi palpitante zona 0 particular, para luego apartarse de él. Pero el orgasmo no cesaba. Seguí corriéndome, chorreando como una fuente. Parecía que no tenía fin. No puedo ni imaginar cuanto tiempo hubiera durado ese clímax, ni cuanto líquido podría haber salido de mi vagina, de no haber sido interrumpido de aquella manera tan monstruosa, cruel e impactante. En medio del mayor placer que puede soportar el cuerpo de una mujer. Con todo mi cuerpo temblando sin control, mi boca con un grito sordo encerrado en el culo de un hombre, y con un dedo inmóvil bien clavado hasta el fondo en mi recto... Un helado y a la vez ardiente cubito de hielo fue directo a mi clítoris.

Lejos de parar, mis espasmos se acrecentaron. Pero esta vez no era de placer. El frío y el susto por la sorpresa, hizo que todo mi cuerpo tratara de escapar de aquella tortura. Hasta mi cara luchaba por salir y dejar de ser el asiento de mi Amo. Lo único que seguía actuando como debía hacer una buena sumisa, era mi mano. La cual, sin siquiera yo pretenderlo, seguía masturbando aquella durísima y super hinchada polla.

Tan fuerte eran las sacudidas de mi cuerpo, que el hielo resbaló de las manos de Alejandro, bajando por mi abdomen hasta mis tetas, para terminar cayendo a un lado de mi torso. Entonces fue cuando él se levantó de mi cara. Poniéndose en pie, pero sin sacar aún su dedo de mi culo, se sentó en el sofá, esquivando mis piernas, haciendo girar con sus movimientos al intruso que estaba alojado aún en mi interior.

Desde mi patética posición, miraba a mi Amo sonriente y empalmado. Mi cuerpo temblaba, no sabría decir si por el frío intenso que acababa de recibir en una zona tan sensible o bien por el inmenso orgasmo que acababa de tener. Si bien era cierto que había sido interrumpido por el maldito hielo, había sido una súper corrida, que daba buena cuenta mi cuerpo completamente manchado de lo que había disparado mi vagina. Mi respiración luchaba por volver a la normalidad, mientras yo intentaba controlar los estertores de esos espasmos en mis piernas, que había conocido esa noche que podía sufrir al correrme.

Aquel hombre me miraba con curiosidad. Mi cara debía estar roja como un tomate por la falta de aire y por tal impresionante estallido de energía. Estaba completamente derrotada. Con mis piernas colgando hacia delante, dejando mi culo más en pompa y expuesto todavía. Seguramente estas caerían hacia mi rostro de no ser por el dedo que, enterrado en mi culo, sostenía mi equilibrio. Notaba todo mi cuerpo pegajoso, mezcla de mis flujos y mi sudor. Especialmente la zona de mis muslos y mi sexo. Cuando pude dejar de ver borroso, miré hacia allí, para llevarme la triste noticia de que todo lo que manchaba mi cuerpo, era solo mío. Mis manos palparon mis pechos y mi estómago, intentando encontrar restos de su semen, pero nada. Él no se había corrido. Estaba muy cansada, pareciese que acababa de correr la San Silvestre. Mañana seguro que mi cuerpo pasaría factura de aquello. Costase lo que me costase, acabara como acabara, mi Amo acabaría teniendo el mejor orgasmo por parte de su puta sumisa.

-          ¿Qué tal estas pequeña? – me preguntó, llamando mi atención con un ligero movimiento de su dedo en mi culo.

-          Destrozada, Amo. Y en la gloria. Me siento en el paraíso ahora mismo. – le dije, echando mi cabeza hacia atrás y cerrando los ojos para disfrutar de aquella verdad tan absoluta.

-          Me alegro perrita. Pero sabes que esto no ha acabado. Aún queda una prueba más para ti. Y es una sorpresa que seguro que no puedes imaginar.

Al oír aquello, mi cuello volvió a tensarse para mirarle. Entre mis piernas, aun empalándome con su dedo, le mire con cara de niña buena que quiere que le consientan algo. Necesitaba saber que era eso que me esperaba.  Acababa de tener el segundo orgasmo en poco más de una hora, pero saber que esto no había acabado consiguió excitarme de nuevo. A mi carita de niña buena suplicante, añadí unos gráciles movimientos de cadera, haciendo que el dedo que encerraba mi recto se moviera también. Relamí mis labios, degustando el sabor de las partes de su cuerpo que acababa de limpiar. Una sola frase. La sola noticia de saber que habría más. Y olvidé todo mi cansancio y la relajación plena que disfrutaba un instante atrás. Continuando con mi baile de cadera, le pregunté con voz mimosa.

-          ¿Qué sorpresa tiene mi señor para esta perrita cachonda?

-          Vaya… no estabas tan cansada. Parece que se te pasó el sueño en un momento. – dijo él, acompañando mi baile de caderas con su mano sodomita.

-          Ya habrá tiempo para dormir. Además, seguro que dormiré como un bebé cuando usted me dé mi biberón. – le dije, relamiéndome los labios.

-          Eres un encanto perrita. Y ya solo te queda una prueba más para eso. ¿Crees que serás capaz de superarla?

-          Por supuesto, Amo. Haré…

-          Pero bueno, tu sí que sabes como llegar al interior de una mujer Ale. – dijo Rafa, interrumpiéndome.

-          Hombre Rafa, ¿Ya tienes todo preparado? – preguntó mi Amo, sin hacer caso a la broma de su amigo.

-          Todo listo. Laura esta disfrutando de las vistas del amanecer.

-          Perfecto. Nosotros casi estamos. – contestó Alejandro.

Yo no sabía dónde meterme. Hablaban entre ellos , desvelando como todo estaba planeado, como si yo no estuviera allí. Y era muy obvio, una mujer desnuda y espatarrada cabeza abajo, siendo empalada por su culo, no era algo en lo que no te fijas. Rafa se acercó hasta nosotros y acompañó a su amigo en el sofá. Entonces vi, que a diferencia de mi Amo, él llevaba puestos los pantalones. Mi desnudez ahora era más recalcada al lado de su semi vestimenta. Ahora podía ver en primer plano mi coño abierto y mi culo lleno, al igual que el resto de mi cuerpo desnudo y pringado de mis flujos. Ellos seguían hablando entre sí, como si yo no existiera. Excepto por los movimientos del dedo de mi Amo, jugando con mi ano, mientras charlaban sobre lo tarde que se había hecho. Me moría de vergüenza. Era un mero objeto. Notaba como mi sexo volvía a humedecerse. Al estar con las piernas abiertas, el aire que entraba por la ventana refrescaba mi humedad. Me estaba mojando mientras jugaban con un dedo en mi culo, con mis piernas abiertas entre ellos dos. Y lo peor de todo, se me escapó un gemido de placer, que les hizo pausar su conversación.

-          Hola Tamara. Que no te había dicho nada. Te veo muy cómoda ¿no? – me dijo Rafa.

-          Hola Rafa… Si… gracias por tu interés…- le dije yo, muerta de vergüenza y sin retirar mi mirada del techo.

-          Tengo sed. ¿Nos tomamos algo rápido y vamos al lío? Que se está haciendo de día ya. – preguntó Rafa a mi Amo, volviendo a obviar que yo seguía allí.

-          Me parece perfecto, pero antes, Tamara me estaba contestando a una pregunta. ¿No es así, Tamara? – habló Alejandro.

-          Si… - dije yo, notando su dedo dar vueltas en mi recto.

-          Pues dime, ¿serás capaz de superar la prueba que te espera, perrita?

Tragué saliva, tomé aire y llevé mi mirada ante ellos. Primero miré a Rafa, que sonreía divertido al verme en una postura tan denigrante. Sacando fuerzas de donde no sabía que las tenía, le devolví la sonrisa. Pasé a mi Amo, le miré a los ojos y moviendo mis caderas al ritmo de su dedo, le dije:

-          Si Amo. Puede estar seguro que superaré la prueba para ser una chupapollas. Deseo tanto que me dé mi biberón… que haré todo lo que me pida.

Sepan disculpar el retraso en publicar. Espero que este nuevo capítulo sea de vuestro agrado. Muchas gracias por leerlo y como siempre, más que agradecido por vuestros comentarios y correos animando a continuar. Agradezco todas las críticas que quieran compartir conmigo. Es muy reconfortante saber las opiniones de los lectores y sentir su implicación con el autor y su relato. Cada mensaje es una motivación, que consigue que cree tiempo, mucho más difícil que crear historias.

Un agradecimiento especial a esa persona que dedica muchísimo tiempo de su día a día, a que este relato siga creciendo. Con esperanza, todo es posible. Y sin ella, esta historia no lo sería.