Happy hour - Mucho más que unas copas low cost

Narra un encuentro sexual furtivo que empieza en la happy hour de un bar y termina con la culminación de tres fantasías sexuales en una: lésbico, trío y empotrarse al buenorro de turno de la oficina.

Eran ya las seis de la tarde, seguía en la oficina y tenía la cabeza que iba a estallar. Estaba preocupada por la propuesta que tenía que presentar la semana siguiente, pero por más que lo intentara no podía concentrarme. A la que me descuidaba ya estaba fantaseando con el leñador de contabilidad con el que intercambiaba miraditas a la hora del desayuno. Nunca habíamos hablado, pero tenía algo que me hacía temblar por dentro y visualizar las mil y una guarradas que le haría en la sala de reuniones.

Tensiones aparte, decidí ir a tomar una cerveza al salir, para despejarme y premiarme por la página y media que había sido capaz de escribir durante ese día.

No sabía muy bien dónde ir, así que me dejé llevar por las sugerencias de google y acabé en un local bastante pintoresco. Estaba plagado de gente que había ido por la

happy hour

. ¿Quién podía resistirse a dos mojitos por seis euros? ¿O a un gin tonic de postureo por cuatro euros?

Me fui derechita a la barra a pedir una cerveza, topándome con la mirada de más de uno para el que la

happy hour

era algo más que una hora de copas

low cost

. Supongo que el

look

de oficina podía estimular la imaginación de cualquiera y más yendo acompañado de tacones y una falda de tubo.

Me senté a un lado de la barra, pues el sitio estaba a petar e iba a ser sólo una cerveza rápida. Saboreé el sabor de la cebada y sentí el frío recorrer mi garganta, cuando un pequeño chorro de cerveza se coló por mi escote haciendo endurecer mis pezones. Disimuladamente, me puse a buscar servilletas para poder secarme y, de pronto, una chica repleta de tatuajes, sonriendo, me dijo: ‘Buscas esto, ¿verdad?’. No sabía muy bien dónde meterme porque parecía obvio que había presenciado mi no-ensayado

show

porno.

Asentí con una ridícula sonrisa de 'tierra trágame’, me sequé suavemente, la miré a los ojos y le di otro trago a la cerveza. Ella seguía plantada enfrente de mí, tratando de aguantarse la risa. No sabía cómo reaccionar y quería romper el hielo, así que le dije: ‘¿Te apetece una?’ Y ella respondió: ‘Sólo si me la tomo contigo’.

Así que nos fuimos a una mesa que estaba libre y se encontraba en una de las esquinas del local, bajo un foco de luz indirecta y anaranjada que hacía más íntimo el lugar. Estaba entre intrigada y avergonzada por si había visto cómo la cerveza caía sobre mis pechos, y sobretodo, mi cara de placer cuando el frío de la cerveza endureció mis pezones.

Era excitante ver cómo se lamía sutilmente el labio mientras estábamos hablando, tratando de disimular su deseo. Yo intentaba mirarla a los ojos, pero me imponía tanto que no era capaz de aguantar la mirada. Eso la excitaba aún más, y poco a poco, a medida que se iba acabando la cerveza, la distancia entre las dos se iba haciendo más corta, y la tensión sexual se iba haciendo palpable.

Faltaban ocho minutos para que terminara la

happy hour

y ella se levantó a buscar otra ronda. Lo que se suponía que iba a ser ‘una cerveza y para casa’ se estaba poniendo bastante más interesante. Al cabo de cinco minutos, volvió con dos mojitos enormes que proclamaban a gritos sus intenciones. Y, al sentarse, colocó su rodilla derecha entre mis muslos. Sentí un calambre recorrer mi cuerpo y a la que me quise dar cuenta, me estaba dando un beso algo húmedo en el cuello al que respondí instintivamente lamiéndole y mordisqueándole el lóbulo de la oreja. En cuestión de cinco minutos se había disparado mucho la temperatura. Apreté fuerte mis muslos, cada vez más dispuestos a dejar de resistirse, y ella se acercó todavía más. Empezamos a besarnos como si se fuera a acabar el mundo, mientras ella me agarraba la cabeza por detrás en un gesto de dominancia. Quería ponerme encima de ella y que me lamiera los pechos, en búsqueda de la cerveza derramada minutos antes. Cuando quise darme cuenta, sus manos se habían colado en mi falda de tubo encontrándose con mi tanga, completamente mojado de lo cachonda que me había puesto de imaginarme encima de ella, siguiendo nuestros impulsos. Empezó a acariciar mis labios por fuera de las braguitas, a la vez que yo intentaba disimular para que la gente del bar no se diera cuenta de lo que estábamos haciendo. Mi cara de poker no estaba siendo muy convincente y dejó de serlo por completo cuando apartó con un dedo mis bragas y me metió un dedo. Arqueé la espalda instintivamente y se mordió el labio, satisfecha de haberme excitado así. Siguió acariciándome con la yema de su dedo corazón a la vez que mi clítoris se estaba agrandando, deseoso de ser acariciado, ser lamido, ser succionado. Me acerqué a su oreja y le dije “vamos a tu casa, no puedo más”. Me miró, se mordió el labio y me metió dos dedos de golpe a la vez que me comía la boca para silenciar mis gemidos de placer.

Le dimos un par de sorbos a los mojitos, nos miramos jadeantes y salimos del local. Estaba tan tan mojada, que me costaba caminar. Cogimos un taxi a pesar de que su piso no estaba muy lejos del bar. En el asiento de atrás seguíamos besándonos como si nos fuera la vida en ello, y yo sin darme cuenta, tenía los muslos cada vez más separados y empapados. Al fin llegamos a su piso, entramos y la empujé contra el sofá, sentándome encima de ella, como había querido hacer en el bar. Telepáticamente, me desabrochó la camisa encontrándose con mi sujetador burdeos, que no tardó más de un minuto en quitarme mientras lamía suave aunque apasionadamente mis pezones. Yo anhelaba sentirla, sentir sus pechos contra los míos, rozándose y endureciéndose a la vez que nuestras lenguas jugaban. Le arranqué la camiseta y acto seguido el sujetador. Ella sola se bajó los

jeans

y me arremangó la falda hacia arriba. Metí mis dedos dentro de sus bragas y pude comprobar que ella estaba igual o más cachonda que yo. Le metí tres dedos, pues cabían perfectamente, y ella me los metió a mí también, mientras yo seguía sentada encima suyo, besándonos y rozando nuestros pechos.

De pronto, se abrió la puerta principal y una voz de hombre dijo “¿Hay alguien ahí?”. Ella puso cara de circunstancia y dijo “mierda, se me había olvidado por completo”. Él se dirigió al salón, encontrándonos prácticamente desnudas y jadeando. Al encontrarse nuestras miradas supimos que era cosa del destino. Era el leñador de contabilidad con el que fantaseaba a diario y con el que apostaría a que él también. Era mi oportunidad, así que me lo jugué todo a una carta. Seguí besándola mientras le miraba, invitándolo a participar. Esto superaba mis expectativas de follarmelo encima de la mesa de la sala de reuniones, tirando por el suelo lo que hubiera sobre la mesa.

Vino hacia nosotras, admiró la escena, seguí besándola a la vez que mis manos agarraban sus pechos. Él se acercó todavía más, me miró descaradamente y me besó mordiéndome el labio. Los tenía a los dos, uno a cada lado, besándome y lamiéndome. Me reclinaron en el sofá y mientras él me besaba y me agarraba las tetas, ella me metía los dedos, cada vez más al fondo  y cada vez más deprisa. Me sentía en una nube. Tres fantasías en una. La mejor

happy hour

de la historia. Mientras ella me metía los dedos y me lamía los pechos, él se la sacó y se la empecé a menear. Tenía una erección digna de admirar. Estaba deseosa de metermela en la boca, pero quería calentarlo un poco más. Yo estaba a punto de correrme, estaba que iba a estallar. Retorció sus dedos levantandolos en dirección a mi ombligo y grité de placer. Aún así estaba sedienta, quería más.

Él se sentó en el sofá, nosotras nos miramos con una mirada cómplice, nos pusimos de rodillas y se la empezamos a lamer suavemente. Empezando por los huevos íbamos subiendo nuestras lenguas hasta el glande, donde se encontraban y se retorcían. Él estaba fascinado, terriblemente excitado, haciendo un esfuerzo sobrehumano para no correrse tan pronto. Cada vez que subíamos y llegabamos a la cima, gemía de placer y yo estaba como loca por metérmela en algo más que la boca. Así que me levanté, me puse de espaldas a él, la agarré con una mano y me la metí hasta el fondo. Él me apretaba las tetas y ella se vino delante nuestro y nos empezó a lamer, a mí el clítoris y a él los huevos. Me movía suave para que pudiera hacerlo sin problemas y para sentirlo TODO. Estaba chorreando como nunca antes. Estaba muriendo de placer. No quería correrme todavía, pero no pude contenerme y grité como una posesa sintiendo su lengua rodeando mi clítoris y su pene llenando mi coño. Estaba como un volcán en erupción. Mi flujo era la lava.

Quería hacer que ella se corriera con mi boca, por lo que la senté en el sofá, arrodillada en frente de ella, y mientras yo se lo comía, él me daba a cuatro patas. Menuda escena.

Movía mi lengua frenéticamente a la vez que ella movía inquieta su pelvis, rogandome que le metiera los dedos. Jugaba a hacer que se los iba a meter, metiéndole la mitad y después sacandoselos, mientras ella empujaba con su cadera para que se los metiera hasta el fondo. El leñador, descamisado, me estaba embistiendo cada vez con más fuerza y yo apretaba fuerte los músculos de mi vagina, mientras él jadeaba haciendo un esfuerzo titánico por no correrse al momento. Con una mano me agarraba el pelo y con la otra acariciaba mi clítoris.

Jadeando los tres, sentí que ella iba a llegar, por lo que le metí los dedos tal y como me lo había estado rogando y empapada en sudor, arqueó la espalda y gimió alto y fuerte de placer, de éxtasis. Yo me dí la vuelta e hice que él se sentara, poniéndome de cara a él, penetrandome mientras me las lamía, como estaba haciendo ella antes de que él entrara en el piso. En menos de dos minutos de que estuviera cabalgando sobre él, me corrí, la sacó, hizo un par de movimientos de muñeca y se corrió en mis tetas. Me besó mientras me acariciaba los pechos repletos de semen, se acercó a mi oído y me dijo: “nos vemos mañana en la cafetería”.