Hagámoslo, si

Antes de empujar la puerta, la sumisa respira hondo. ¿Y si se está equivocando? Han hablado y mucho y sabe lo que va a suceder, pero desconoce quién va a hacer que suceda. ¿Y si dentro hay media docena de hombres dispuestos a violarla?

La sumisa acaba de llegar a la puerta de la casa de su amo, ella aguarda fuera, moviendo un pie en círculo, observando la puerta entreabierta. Del interior le llega una tenue luz, olor a incienso y también un agradable calor. Un hogar, claro. El hogar de su amo. En realidad, nunca le ha visto, aunque tampoco le verá hoy. La sumisa va vestida como le ha ordenado su amo, con un vestido negro corto, medias negras también. En cuanto su amo le dijo como debía vestir ella supo exactamente que vestido coger. Ese vestido realza su fragilidad, es sencillamente perfecto.

Antes de empujar la puerta, la sumisa respira hondo. ¿Y si se está equivocando? Han hablado y mucho y sabe lo que va a suceder, pero desconoce quién va a hacer que suceda. ¿Y si dentro hay media docena de hombres dispuestos a violarla? Aún no ha abierto la puerta, aun puede darse la vuelta y salir corriendo. ¿Por qué no? Pero sucede que es valiente por el simple motivo que, desde hace mucho, se ha obligado a serlo como parte de una actitud vital, es joven (muy joven) y está aprendiendo, convencida que la única manera de formarse es instalarse en ese punto de locura que la mueve a hacer cosas que la gente de su edad nunca haría.

La sumisa empuja la puerta y frente a ella aparece un largo pasillo, con una silla y un antifaz colgado de ella. Cierra la puerta a sus espaldas y se coloca el antifaz. No quiere ver más. Entonces dice “ya está”.

Unos pasos se escuchan a lo lejos, alguien quita la silla y la coge de los hombros.

-Hola sumisa -dice su amo.

-Hola amo -dice la sumisa.

El amo le da un breve beso en los labios y, cogiéndola de los hombros, la acompaña hasta otra parte del piso. La informa que delante de ella hay un sofá y la ordena que se ponga de rodillas encima. La sumisa obedece y poco después puede notar las manos de su ambo subiendo por sus muslos y levantando su falda para dejarla con el culo al aire. El amo no dice nada, la sumisa aprieta los dientes. Ambos han convenido que lo primero que harán es lo último que debería hacerle: sodomizarla. Pero sucede también que es lo que ella desea y es lo que él desea. Claro, ante tal deseo, cualquier juicio carece de valor.

La sumisa siente como su amo abre sus nalgas, está examinando su culo, entonces nota algo caliente deslizándose por su culo hacia la vagina, es lubricante, sin duda. Su amo introduce un dedo con cuidado en su ano, poco a poco, dilatando hasta que entra todo el dedo, mientras tira de la coleta de su pelo hacia detrás, con fuerza, pero no demasiado. La sumisa arquea su delgada espalda y aprieta los dientes, al principio duele un poco pero ese dolor da paso a una pequeña molestia y al final se transforma en placer. De vez en cuando su amo desliza los dedos hacia su sexo para masturbarla brevemente, volviendo después a su culo. ¿Puede existir una sensación más placentera en el mundo? Quizás sí, pero es su amo quien hace que aquello sea la culminación del goce.

Por fin está completamente dilatada, ese placer culpable que sube las escaleras desde el dolor hasta el orgasmo. Su amo abre de nuevo sus nalgas y ella nota su pene en la entrada de su culo. El amo empuja poco a poco y la sumisa nota el pene deslizándose por su interior. Duele, no demasiado, pero es una sensación maravillosa.

Entonces, de repente, la sumisa abre los ojos. ¿Dónde está el antifaz? ¿Dónde está su amo? ¿Qué acaba de suceder? Ahora está estirada en la cama de su dormitorio, completamente desnuda, masturbándose.

Había cerrado los ojos para imaginar aquello que más deseaba y, por unos instantes, la ficción se había convertido en la más hermosa, excitante y arriesgada de las realidades.

La sumisa sigue masturbándose, metiéndose dedos en la vagina y en el culo, con todo el ánimo y la fuerza de que es capaz. Vuelve a cerrar los ojos y, de repente, vuelve a estar privada de la visión, con el pene de su amo entrando y saliendo de sus entrañas. ¡Que maravillosa sensación! No quiere despertar nunca, la sumisa solo quiere que su imaginación se apodere de su realidad y la transporte a todos esos lugares entre el deseo y el placer que tanto quiere visitar.  La sumisa solo desea que su amo continúe sodomizándola y haga todo cuanto quiera con ella. Todo cuanto han hablado y nunca ha hecho.

La imaginación… insuficiente.

Cuando acaba explotando en un orgasmo, mientras en su imaginación su amo llena su culo de semen, la sumisa abre los ojos, alarga la mano y coge el móvil para enviar un mensaje que dice simplemente: “estoy preparada amo, hagámoslo”.

Hagámoslo, sí.